Capítulo 10: Ayer

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Leah gritó como loca cuando, al volver después de la cita con Alexander, salí de mi casa y corrí hasta la suya para contarle lo que había ocurrido en las últimas horas.

—¡Besaste a Alexander!

—Bueno, él me besó a mí.

—¡Joder, joder, joder! —me tomó de las manos—. ¡Cuéntamelo todo!

Y lo hice. Le conté cada detalle, incluyendo la suavidad de sus labios contra los míos, los ruiditos roncos y excitantes que emitía su garganta y la forma en que sus manos recorrían mi cintura y se estrechaban en mi cadera, haciéndome perder el uso de razón.

—No necesito besar a otros chicos para saber que él seguirá estando en el primer lugar de ese estúpido ranking —aclaré.

La noche la pasé soñando despierta, incapaz de dormirme porque solo podía repetir una y otra vez esa escena tan perfecta. Hasta ese entonces todavía podía sentir el hormigueo en mis labios, mis latidos más alterados de lo normal y las cosquillas en mi estómago. No sabía lo que ese beso significaba precisamente, quizás para mí era más de lo que valía para él. No quería agobiarme tampoco dándole tantas vueltas al asunto.

Pero lo hice de todas formas.

La semana pasó deprisa, como un abrir y cerrar de ojos. Estudiaba después de clases dos o tres horas en la biblioteca, luego regresaba a casa y me pasaba el resto de la tarde mensajeándome con Alexander. No necesitaba nada más en mi vida. Mi madre insistía en que debía dejar el celular un rato, que pintase algo en el jardín o simplemente fuese a dar una vuelta al lago. Pero no quería hacer nada de eso, solo quería hablar con él. ¿Podían culparme por ello? Todo entre nosotros estaba resultando demasiado perfecto, no quería desaprovechar la situación.

A pesar de que no nos sentábamos juntos a la hora del almuerzo, solía llevarme un pastelito de chocolate con crema de vainilla. Mi corazón iba a explotar de amor en cualquier momento.

El viernes de esa semana el equipo de fútbol jugaba un gran partido. Con Alexander no solíamos mostrarnos juntos en público, todo era demasiado reciente como para anunciarlo a los cuatro vientos, pero eso no significaba que no nos viéramos por ahí.

Estábamos en los camarines del gimnasio. No había nadie más en ese instante, solo nosotros dos sentados en una de las bancas.

—Sé que ganarán, son excelentes jugadores —lo animé acariciando su brazo. Su piel era cálida y tonificada.

—En serio espero eso, habrá patrocinadores importantes. —Besó mis labios con suavidad—. Necesito causar una muy buena impresión.

—Lo harás, confía, lo lograrás.

Subió sus manos a mis mejillas observándome con atención.

—Eres fantástica —sonrió con ternura—, ¿por qué no te conocí antes?

Reí negando discretamente.

—Tú eres asombroso.

Volvió a besarme, ahora con un poco más de intensidad. Su lengua y la mía se acariciaron y sentí chispas en cada terminación nerviosa. Estaba viva, muy viva. Quise acercarme más, quise sentarme sobre su regazo y moverme contra él, quise llevarlo al límite. Pero sabía que ese no era el mejor momento. Y tampoco me sentía tan confiada con lo que quería hacer.

—Si el equipo gana se celebrará una gran fiesta, dime que irás, anda conmigo —su nariz rozó la mía—, lo pasaremos muy bien.

Sus manos dibujaron trazos aleatorios en mis muslos.

—¿Puedo invitar a mis amigos?

—Por supuesto que sí.

Mordí suavemente su labio jalándolo un poquito. Y creo que eso le gustó, pude verlo en su expresión: hambre. Hambre de más.

Alma de acuarelas - PausadaWhere stories live. Discover now