Capítulo 5: Hoy

12 2 0
                                    

No he salido de mi habitación en dos días. Mis padres han aceptado que estoy enferma y han asumido que se me pasará pronto. "Debe ser algún virus estomacal" dijo mamá en cuanto me vio así, pálida, rígida, cansada. ¿Cómo decirle que no es un virus estomacal, sino un virus en el alma? "Si quieres que vayamos al doctor solo dímelo, cielo, aunque solo te darán medicamentos para aliviar los síntomas, si es viral se pasará en unos pocos días". No le dije que sí, no pude, porque si iba a una clínica, entonces me revisarían el cuerpo y lo sabrían. Sabrían que algo ocurrió conmigo. Y simplemente no pude hacerlo. No pude. No puedo. Caleb ha intentado acercarse a mí. No le comentó a mamá acerca de mi ruptura, le pedí que no lo hiciera. No quiero que nadie lo sepa todavía. No quiero que nadie sepa nada de nada. No he revisado mi celular, no quiero ver los mensajes ni las llamadas perdidas, no soy capaz de entrar en Instagram y verlo.

«No puedo verlo, no puedo verlo».

Estoy envuelta en una sudadera gigante que cubre la mayor parte de mi cuerpo y unos pantalones de chándal grises, no llevo calcetines. Sigo acostada en mi cama intentando ver una nueva serie de Netflix, pero no logro enfocarme, nada de lo que veo o escucho tiene sentido, porque no he podido dejar de repetir en mi mente esos ruidos, sus ruidos, mis ruidos, ni de ver una y otra vez la botella de tequila al costado de su cama, el preservativo rasgado ni el color verde de sus almohadas.

Escucho a alguien golpear mi puerta. Salgo del trance y vuelvo a la realidad volteándome en dirección al sonido. Caleb entra a mi habitación forzando una buena actitud, pero puedo notar la incomodidad en su rostro, en sus ojos casados, en su mueca que disfraza de sonrisa.

—Vine a ver cómo estás —se acerca hasta la cama y se sienta a los pies de esta, hundiendo el colchón—, ¿te sientes mejor? ¿has podido comer algo?

Niego con la cabeza.

Ve la pantalla de mi laptop y se queda unos segundos prestándole atención a la serie, aunque yo no entiendo nada.

—¿Puedo quedarme aquí contigo un rato?

—No quiero pegarte el virus —mascullo aferrándome a las mangas de la sudadera.

Caleb me observa tanto tiempo que siento que debo huir también de aquí, desaparecer, hacerme humo, dejar de existir.

—No creo que estés así por un virus estomacal —admite después de un minuto.

—¿Por qué más estaría así si no?

—¿Tal vez porque acabas de romper con tu novio? —Suelta un suspiro—. Aun no entiendo qué ha pasado, pero sé que es difícil. Cuando rompí con Isabelle estuve devastado, tú me viste, no hay por qué ocultarlo, somos humanos con sentimientos y ya. Las cosas mejorarán, Alison, créeme. Siempre lo hacen, siempre hay una forma de avanzar.

«Pero yo no puedo, no puedo avanzar, no puedo hacerlo porque ya no existo, ya no soy nadie, no tengo voz, no tengo alma, ya no soy mía. No soy mía».

—O quizás lo mejor sea hablar con él e intentar arreglarlo. Todos sabemos que son el uno para el otro, él siempre ha sido muy bueno contigo y se nota cuánto lo amas. Si fue una discusión ligera, de seguro podrán encontrarle una solución. Es normal discutir en las relaciones, digo, no es lo ideal, pero suele pasar.

«Son el uno para el otro», «él siempre ha sido bueno contigo».

«Si tan solo supieras, si tan solo supieras...»

Caleb acaricia mi hombro por encima de la sudadera intentando encontrarme, hallarme, verme, pero no hay nada que ver, no hay nada que percibir. No hay nada.

—Mamá preguntó hace un rato si acaso él vendrá para la cena de navidad, lo tiene considerado porque, ya sabes, ella y papá lo aman, casi creo que quieren casarlos o algo así —suelta una risa incómoda antes de volver a ponerse serio cuando nota que ni siquiera he sido capaz de apartar la mirada de la pantalla—. No le dije que ustedes terminaron, por supuesto, pero creo que deberías contarles o, al menos, hablar con él. Es un buen chico, de seguro si hablan las cosas podrán arreglarlo.

Toma mi mano y la aprieta ligeramente.

Aparto la mirada de la pantalla y veo nuestras manos, la suya es mucho más grande que la mía, más áspera, sus dedos son más duros por los callos que le salieron al tocar guitarra, es varonil y, de cierta forma, me reconforta, me hace sentir segura, protegida.

"Nunca te pasará nada malo, porque soy tu hermano mayor y siempre te defenderé" recuerdo sus palabras. Éramos solo niños, tan inocentes, tan ilusos.

«Lo siento, Caleb, pero no has podido cumplir tu palabra». «No te preocupes, no te sientas mal, no es tu culpa, no fue tu culpa».

«Es mi culpa, fue mi culpa».

Límites, nunca supe poner límites. ¿Debí establecerlos la primera vez que me levantó la voz? ¿Debí establecerlos la primera vez que me lastimó? ¿Por qué no lo hice? ¿Por qué le permití llegar tan lejos? ¿Por qué perdí mi voz? ¿Por qué perdí mi cuerpo? ¿Por qué me perdí a mí misma?

—Creo que estarás bien —murmura apoyando su cabeza en mi hombro y reacomodándose para ver conmigo esta serie que no me interesa.

Y solo puedo contener el dolor, porque mi cuerpo sigue adolorido, porque el peso de su cabeza en mi hombro me molesta. Creo que hay un hematoma bajo la sudadera que me cubre, que me esconde, pero no he sido capaz de mirar. No puedo verme, porque hacerlo significa verlo a él, ver lo que me hizo, ver lo que le permití hacer. Significa verlo todo. Y no puedo hacerlo.

«No puedo verlo, no puedo verlo».

Las lágrimas queman mis ojos y me cierran la garganta. Mi cuerpo tiembla a pesar del esfuerzo que hago para controlarlo. No quiero que él lo sepa, no quiero que me vea tan rota, tan perdida, tan hundida.

Pero no es estúpido.

Caleb alza la vista hacia mí y frunce el ceño cuando ve mis lágrimas. Las limpia con cariño, con cuidado, como si de pronto yo fuese de cristal. Y me abraza sin buscar respuestas, sin buscar explicaciones. Me abraza porque me quiere, porque le importo, porque se preocupa por mí.

—Todo va a estar bien, Alison, todo va a estar bien.

Alma de acuarelas - PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora