027 I La cacería

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El rey Francisco había escrito con algunos carteles que se debían de poner en la aldea del castillo, sabía que debía de ir a cazar a la bruja que embrujó su reino sin darle un previo aviso para que se defendiera. El padre dijo que la mejor solución para salvar su trono era la hoguera, quemando cualquier ritual que realizó en el pasado, y con ello, la guerra que lo amenazaba.

—Colgad los carteles en el pueblo, necesito los hombres más fuertes para cazar a una bruja —ordenó Francisco, mirando a su caballero.

Aunque, si lo pensaba, eso crearía caos en su pueblo y los rumores se intensificaron, por lo que se llevaría a sus propios caballeros, y los hombres de la aldea estarían dispuestos a obedecer sus peticiones.

—Mejor no, no queremos causar más bulla dentro del reino. Mejor solo de la aldea que reside esta bruja, es mi deber como rey desenmascararla.

El caballero se detuvo en seco, asintiendo con la cabeza. El rey pidió su armadura de hierro que anteriormente fue bendecida con agua por el mismo padre. Estaba nervioso, jamás creyó que viviría para lidiar con una bruja.

Afrodisia veía que su hijo estaba más vivo, podía levantarse de la cama y caminar en distintas direcciones, se sentía tan culpable por no interferir, pero cuando una idea se le metía a su esposo, esta no salía hasta que la llevaba a cabo.

Sin embargo, al ver a su hijo se daba cuenta que no le importaba sacrificar a alguien con tal que él estuviera perfecto.

Apretó los ojos con fuerza al ver por la ventana que su marido salía del castillo a caballo y una extensión donde había instrumentos de hierro. Los aldeanos se hacían a un lado, inclinando la cabeza, mostrando el respeto para que su rey pasará. Aunque les parecía extraño lo que llevaba detrás de los caballos. El líder caballero que llevó a la reina a la aldea trotó hasta estar al frente, pues era quien iba a trazar la ruta. Ahora podían entrar más rápido por la velocidad de los caballos, y si tenían suerte, podían llegar en la noche.

Elvira no paraba de carcajear con las ocurrencias de Erick, quien contaba algunas aventuras acerca de Morfeo, siempre ridiculizándolo.

—¿Entonces no fue la primera vez que una serpiente lo mordió? —preguntó entre risas.

La oveja convertida en humano sacudió la cabeza, estaba sentado. Apenas había pasado un día de su transición y necesitaba acostumbrarse a las piernas que no tenían un buen equilibrio.

—Pero ¿cómo es que se curaba las heridas? —inquirió con preocupación, supondría que debería de tener cicatrices, mas su piel se encontraba perfecta.

La oveja iba a confesar que en realidad no era un problema, pues era un dios, pero mantuvo sus labios sellados.

—¿Vos tenéis mucho tiempo conociéndole? —evadió el tema.

—No tanto, aunque la conexión que tengo es como de hace años. —Sus mejillas tomaron un tono rojizo por los nervios—. De hecho, me gustaría acomodar el cuarto de ahí antes de volver. No quería hacerlo, por mi papá. Pero, sé que odiaría verme aún en la sala ¿Podéis ayudarme a llevar las sábanas al lago para lavarlas?

Erick asintió con la cabeza, podía apreciar cuán difícil era para la mortal cruzar por la puerta hacia el cuarto, donde encontró a su padre sin vida. Movió la cama en la que Elvira dormía, pues había sacado la de su papá, y con ayuda de la oveja, empezó a acomodar unas tablas de madera que con anterioridad trajo el dios, para que su humana estuviera más cómoda. Aunque en el día ella ayudaba a los aldeanos, en la noche era otra historia.

—¿Dónde queréis que ponga la cama? —preguntó Erick, soltando un suspiro y terminando de colocar la última tabla en el piso.

—En el centro, por favor. Dejadme ayudaros.

El capricho de Morfeo [CD #2]Where stories live. Discover now