018 I Los sospechosos

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Nicoletta deslizaba su dedo sobre la pantalla de su celular, observando los mensajes que Pía le mandaba, pues aún se encontraba destrozada por el idiota y egoísta de su exnovio, que lo único que pensaba era en él, ojalá y nunca más se le pueda erecta el pene con ninguna otra persona.

Una idea atravesó su mente, por lo que se dirigió a su cuarto y abrió la puerta sin tocar. La deidad dentro de su habitación no llevaba puesto la parte superior de la ropa, por lo que ella solo veía los músculos marcados de la espalda de su piel pálida.

—¿Es que los humanos no saben tocar la puerta antes de entrar? —refunfuñó, terminando de ponerse la camisa blanca en cuello V.

—Sí, perdón... Pero, es que quiero algo, necesito algo —balbuceó sin ser capaz de quitar los ojos de él—. Eres un dios, y seguro que conoces a los demás dioses, ¿no puedes hablar con uno para hacer que ya no se le pare al ex de mi amiga? Eso le pasa por ser una persona tan mierda —exigió, cruzando los brazos sobre su pecho.

Morfeo tenía una línea en sus labios, estupefacto de haber oído eso, ¿fue real o solo fue parte de su imaginación?

—¿Ya no te duele? —añadió Nicoletta, señalando su propio pecho.

—No, nunca me dolió. Me curaste sin preguntar. Pero ¿es que he escuchado bien lo que has pedido?

—¿Es que no existe un dios con dotes sexuales que pueda hacer ese favor? —La pelirroja arrugó su entrecejo.

—Son cosas de las cuales no estás permitida en saber —decretó, rodando los ojos—. Si me permites, tengo que ir a trabajar, porque dices que tengo que ir a cubrir mis gastos.

Sin decir una palabra demás, cruzó la puerta del cuarto, yendo hacia la entrada del apartamento. La pelirroja se quedó en el interior por unos momentos más antes de ir a la cocina, donde Stella estaba haciendo un proyecto universitario con Franco.

—¿Cómo es que te sigues sintiendo? Enzo me ha mandado mensajes, preguntándome por ti, dice que ya lleva varios días que no le responde —comentó Stella, untando pegamento en una hoja de papel.

—Es que he estado un poco apresurada poniéndome al corriente en la universidad, pero ya le voy a responder —resopló exhausta, estos días habían sido muy agitados.

—¿Quieres comer algo antes de irte al trabajo? —ofreció Franco, levantándose de la mesa y tomando unas galletas—. Mira lo que hice, Stella me ha pasado la receta. —Extendió el tupper hacia la pelirroja.

Nicoletta encarnó sus cejas rojas con diversión, asintió con la cabeza mientras tomaba dos galletas y mordiendo una con la insistencia de Franco, soltó un pequeño gemido lleno de gusto, aunque no había sido la mejor galleta que ella probó.

—Es deliciosa, Franco. Pero, ya se me está haciendo tarde, ¿nos vemos después?

Sin esperar respuesta alguna, la humana tomó su mochila del suelo y corrió hacia la salida, gritando al vecino que mantuviera las puertas del elevador abiertas, el hombre de la tercera edad metió las manos antes que se cerrará.

—Gracias —dijo con la voz entrecortada, recuperando el aire— ¿Cómo está?

—Muy bien, Nico ¿Cómo estás tú? ¿Vas camino a la facultad?

—Al hospital —corrigió, agachando la mirada, porque el hombre era más bajo que ella— ¿Cómo está usted?

—Mejor, un poco cansado, pero es normal con la edad. De hecho, ahorita me tengo que ir con mi doctor que está a dos cuadras, me toca un chequeo para ver cómo están mis pulmones, pero nadie me mandó a ser un fumador de joven —bromeó, codeando las costillas de la chica—. No es algo que te recomiendo, siempre digo ¡No! —clamó con fuerza, aunque terminó tosiendo—. No a los vicios. He estado viendo a un chico últimamente, ¿quién es?

El capricho de Morfeo [CD #2]Where stories live. Discover now