026 l El anillo

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El rey Francisco se levantó de golpe de su silla en su oficina, azotando los puños contra su escritorio, anonadado al escuchar las palabras del mensajero, emitidas por el rey Alessandro del reino vecino. Era absurdo que los estuviera acusando de ladrones cuando su pueblo llevaba grandes cantidades de verdura, y ellos recibían fruta.

Además, se rumorea que Francisco estaba cansado de compartir los frutos de sus tierras, por lo que planeaba armar un ejército para someter a su reino vecino, un hecho que Alessandro no iba a permitir, o al menos, no sucumbiría mientras respira.

—¡Eso no es cierto! —insistió el rey Francisco, rojo de la cólera—. Estoy muy satisfecho con vuestro tratado, no tengo interés en formar una guerra con vosotros ¿De dónde os llegó ese ridículo rumor?

—Rey Francisco, yo solo soy el mensajero. Toda esa información la desconozco por completo —explicó por enésima vez, jugando con sus dedos que estaban entrelazados al frente sin posar sus ojos en el rey.

—Él tiene una hija unos cuantos años más grande que el mío... Si ellos se casan, el reino se unificaría. Es que esos rumores son ¡tontos! —Infló sus mejillas, intentando dejar de rugir, pero no lo conseguía.

Respiró hondo, recobrando la compostura, si seguía en esa actitud, estaría confirmando que estaba buscando la guerra.

—Necesito un hombre y un pergamino para redactar una disculpa, si es que puede llevarlo. Mi hombre os acompañará a vuestro reino, esperando la respuesta, y vendrá a mí —ordenó al guardia que estaba sujetando la puerta de madera—. Es un viaje de un día y medio, ahorraremos tiempo para arreglar este malentendido.

El mensajero del otro reino estaba exhausto y nervioso, por lo que se mantuvo callado, escuchando la versión de este rey, en lo que el mensajero de aquí lo escribía con una pluma de pavorreal con tinta negra.

—Querido Rey Alessandro —inició el hombre que escribió, carraspeando su garganta, intentando sonar profundo—. Lamento y no comprendo de dónde os llegó dicho rumor que yo estoy preparando un lío en vuestra contra...

Francisco arrugó la nariz con frustración, aquel comienzo no le gustaba en lo absoluto, por lo que ordenó un nuevo papel y pluma. Él lo iba a escribir sin decirlo a la voz alta. Tardó alrededor de una hora, y cuando quedó satisfecho, pidió a su mensajero que moviera una hoja por encima, para que la tinta secará más rápido.

—Espero que todo esto mejore —musitó para sí mismo, respirando con profundidad, sin dejar de prestar atención como todas las personas lo dejaban solo por fin.

La puerta se cerró, el rey volvió a levantarse y empezó a tirar todo lo que tenía encima de su escritorio, tomando la almohada de su asiento, hundiendo su rostro y soltando un grito, liberando un poco de su furia.

Necesitaba relajarse, por lo que salió de su oficina, caminando con largas zancadas por el extenso pasillo hasta llegar al fondo. Subiendo las escaleras en forma de caracol tres pisos hacia arriba, buscando el cuarto de su hijo.

Eiden tenía varios días desde que llegaron de la aldea que su mujer llevó, fue una sorpresa para bien que su hijo estuviera mejorando conforme a los días, ni porque el mejor médico de la zona logró hacer lo que ese curandero.

Al entrar a la pieza del príncipe lo primero que examinó fueron las plantas que tenía su mujer en las mesitas de noche. Ella se encontraba sentada en el borde de la cama, mezclando unas fusiones con unas plantas, carraspeó su garganta, advirtiendo que estaba ahí, haciendo estremecer a la reina por la sorpresa.

—Ah... Hola —saludó, dándole una mirada fugaz, colocando la pasta pegajosa en las manos, frotándolas hasta que tuviera la temperatura adecuada.

—¿Cómo os sentís, Eiden? —preguntó, acercándose a un lado de su esposa, posando sus ojos en su hijo.

El capricho de Morfeo [CD #2]Where stories live. Discover now