012 I El osito de peluche

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Otro día más sin lograr conciliar el sueño.

Nicoletta había perdido las horas, no estaba lúcida. Se encontraba sentada en la cama con la espalda recargada en la fría pared, sus piernas estaban extendidas y sus ojos fijos sobre la ventana, aborreciendo el precioso amanecer.

Ella veía una sombra oscura, a un lado de la ventana. Su entrecejo estaba fruncido, pero ya no sabía cuál era la fantasía o cual era la realidad. Parpadeó cuando la alarma de su celular sonó, ella estiró la mano hacia la mesita de noche para apagarla. Con pesadez y completamente hastiada, arrastró una de sus piernas, levantándose de la cama.

Tomó la toalla gris que estaba sobre una silla, salió de la pieza, yendo directamente hacia el baño.

Morfeo no le quitó los ojos a la parca, él era consciente de cada paso que daba. Cuando vio a la humana inmunda cerrar la puerta tras su espalda y que el hombre de negro iba a entrar, posicionó una mano sobre su pecho.

—¿Qué es lo que haces? —preguntó Morfeo, con el semblante serio y autoritario.

Su pecho se había inflado un poco, aunque no debía de interferir, estaba preocupado, porque sabía a la perfección los problemas de la pelirroja.

—Voy a entrar al baño, ¿qué no ves? —bufó la parca, las fosas nasales de su ancha nariz triangular se expandieron al resoplar.

—¿Y dónde está la privacidad? —insistió Morfeo sin quitar la mano del pecho.

—Te he dicho que literalmente soy como su sombra que la acompaña hasta la regadera, y me detendré cuando su alma esté a mi lado. No sé porque te incumbe tanto —farfulló, torciendo los labios en una mueca.

Desde que se encontró con el dios griego del sueño, él lo había acompañado hasta ese momento.

—Que no puedes, los humanos necesitan privacidad. De igual manera, un baño es seguro, no creo que suceda nada.

—Las personas se pueden descalabrar la cabeza con el agua, así que si es posible. Con sinceridad, existen muertes muy torpes de los humanos. —La parca muerde el interior de su mejilla, tratando de contenerse, ellos seguían una jerarquía, y un dios, fuese cual fuese, debía de respetar.

Pero ¿cómo respetar a alguien quien estaba interfiriendo en su trabajo?

Aunque, por otra parte, le causaba intriga las razones de Morfeo estuviese ahí. Había rumores negativos hacia él; como se rumoraba que detestaba a todo ser humano que viviese en la tierra, que preferiría no realizar sus labores, pero era su deber. Así que no entendía por qué motivo continuaba a su lado.

—Yo creo que a nadie le gustaría morir sin ropa... —vaciló Morfeo, encogiéndose de hombros y apretando los ojos con fuerza mientras se ponía en frente de la puerta, evitando que entrase.

Era consciente que sus palabras se escuchaban absurdas.

—No lo recordará...

De igual manera, la discusión había terminado, porque la humana abrió la puerta con una toalla envuelta alrededor de su cuerpo, a la vez que él se giraba sobre su propio eje, quedando frente a Nicoletta. Ella se mantuvo quieta, sus ojos lucían excesivamente cansados y su aliento chocaba cerca del cuello del dios griego.

La pelirroja tenía su cabello húmedo suelto, por lo que las gotas estaban escurriendo por su espalda. Le daba la sensación como si alguien la estuviese observando, aunque lo más probable es que había delirando.

Ella caminó hacia su habitación, justo detrás la parca.

—¿Qué puede pasar en una habitación? —relincha Morfeo, dando una zancada para que Nicoletta entrase a su cuarto.

El capricho de Morfeo [CD #2]Where stories live. Discover now