⋆ 32 ⋆

6.2K 955 42
                                    



Cenaron en el jardín, mayo aún era frío, así que él le colocó encima un abrigo y, en medio de la brisa marítima, degustaron platillos que devoraron, ávidos.

—¿Tienes hermanos? —se encontró preguntando, interesada.

—Sí, una, dos años menor.

—¿Dónde vive? —curioseó jugueteando con el tenedor del postre.

Kylian estaba siendo atento, cortés, incluso cálido. Pero ella, después de lo ocurrido no se sentía igual. No se arrepentía, sería una embustera si dijera eso, sin embargo, temía estar jugando con fuego y, en algún momento, esperar algo más.

Él buscaba una esposa, eso sería ella. Un adorno en su vida, con funciones específicas para un fin que aún no comprendía en realidad.

Lo cierto es que esos días a su lado estaban pasando rápidos, intensos, tanto como con nadie y, a pesar de creer que jamás podría interesarle nada respecto a ese hombre, comenzaba a notar que sí, quería saber, entenderlo, descifrarlo.

Era inexperta, lo llevaba claro, pero tenía a su favor ser la menor de una casa cundida de hombres. Kylian, por mucho que quisiera, no podría guardarse. Esperar el momento justo, aprender a jugar el juego del otro. Observar y fingir eran cosas que había aprendido a temprana edad, era eso o pasarla llorando por lo que ellos pudieran hacerle.

Así que, aunque en serio la intrigaba, tomó un poco de su bebida, recordándose lo que se prometió aquella noche frente al espejo y que no se podía permitir olvidar:

Si piensas que esto no será un acto del que te arrepentirás, Kilyan, te demostraré lo equivocado que estás, por lo menos conmigo.

—En Boston, pero viaja bastante —respondió, con la guardia baja, observándola.

La pelirroja lucía un tanto retraída, aunque sin perder su frescura. Las piernas las tenía flexionadas sobre la silla, su postura desgarbada, su cabello prácticamente seco, sin arreglar y se mecía con el aire. Su rostro estaba desprovisto de cualquier artilugio femenino.

Lo ocurrido en aquella habitación no se había sentido tan solo como un momento carnal, tampoco como un intercambio de deseo, de necesidad, sino como una afinidad, sincronía y eso era mucho más de lo que se esperó en un inicio de ese acuerdo.

Las cosas estaban marchando bien, no había duda. Samantha iba bajado las defensas, a pesar del desconcierto, él estaba disfrutando del proceso. No le asombraba, en algún momento sabía que ella dejaría de verlo con drama, indignación para usar la razón y aceptar que esa clase de acuerdos no eran el fin del mundo, y que podrían gozarse.

En un par de semanas anunciarían su compromiso, luego la boda inminente porque vamos, eran jóvenes, y la urgencia es parte de la edad.

Aún no había podido tener acceso a Streoss Services, y el tiempo estaba corriendo y con él, muchos millones podrían perderse, cosa a la que no estaba dispuesto.

Uno de sus socios, en Francia, empezaba a ponerse nervioso, también había invertido una buena cantidad, Mathia Beaufort, un arquitecto reconocido en Europa, unos años mayor que él, padre de dos universitarios en la UB, con el que congeniaba bastante bien debido a su forma directa y visionaria, ya había cubierto su parte, esperaba las ganancias y no admitía fallos, por lo que, si las cosas escalaban, Mathia sí iría directo al problema, sin contemplaciones.

Lo cierto es que tener que aceptar lo que estaba ocurriendo, con él, no le había causado ni tantita gracia. Su vida estaba labrada por contactos y cumplir acuerdos.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Where stories live. Discover now