⋆ 17 ⋆

5.3K 977 18
                                    


Abrió con desparpajo. Madelene ignoraba el hecho de que entrenaba niños, pue fingía tener jornadas largas en la universidad, correr, pasar el tiempo tonteando con sus amigos, en fin, lo que fuese. Pero ya la había visto llegar así a casa y solo conseguía que rodara los ojos y le suplicara que cuidara mejor su aspecto.

En cuanto cerró, escuchó esa voz inconfundible, su piel se erizó.

—¡Cariño, llegaste! —exclamó su madre, apareciendo del lado izquierdo, con una sonrisa reluciente que obviamente desapareció al verla en aquella facha. Venía de la sala, comprendió.

—Hola, ma —murmuró aferrando sus dos mochilas; la de ropa y la otra en la que llevaba su laptop, tablet y demás. La mujer se acercó deprisa, alterada al verla sucia, despeinada. ¿Dónde se había metido ahora?

—Kylian te ha estado esperando varios minutos, no puede verte en ese estado. Por Dios, Samy, ¿qué ocurre contigo? ¿No sabías que vendría? —susurró de manera enérgica, a su lado, tomándola por el codo para acercarla a las escaleras. Sam sonrió quitándole importancia.

—Mamá, yo...

—No pasa nada, Madelene —oyeron las dos a Kylian, a sus espaldas. La piel de Samantha ardió, mientras su madre cerraba los ojos claramente avergonzada y enseguida forzó una sonrisa educada para voltear, al soltarla.

Al verlo de pie a unos metros, su boca se secó. Mierda. Él no llevaba uno de sus típicos trajes que, aunque parecían hechos a medida, y no lo dudaba, se le antojaban acartonados, sobrios por muy bien que los portara. Sino una camiseta negra, una cazadora oscura también junto con vaqueros en las mismas tonalidades y botas a juego.

Un cuadro absolutamente masculino y varonil al que no estaba preparada porque tuvo que aceptar muy a su pesar, que se veía... asombroso y más joven, accesible, pero con un toque peligroso. Se obligó a respirar.

—Samy iba a ducharse —murmuró Madelene con elegante cortesía, impecable en realidad. Kylian sonrió con elocuencia en respuesta, pero luego la miró y el gesto cambió por uno cargado de intriga. Para él tampoco pasó desapercibido su atuendo descuidado.

—Hola, Kylian —se atrevió a decir Samantha, presa de sus ojos color gris pizarra, que despertaron su cuerpo casi al instante, de una forma ridícula. De pronto pensó que no había sido buena idea llegar así.

—Buenas tardes, Samantha —respondió él, con aquella voz ronca.

Londo apareció enseguida en el umbral de la sala, observó la escena, entornando los ojos, atento como un águila a las reacciones de su hija, la mirada posesiva de Kylian que no pasó desapercibida porque no se molestaba en ocultarla. Introdujo las manos en los bolsillos de su pantalón y aguardó.

—Lamento la demora, había mucho tráfico y... —se excusó Sam, de manera atropellada, cosa que logro hacer arquear una ceja a su padre. ¿Su hija nerviosa? Eso era nuevo, aceptó.

—Tranquila, estaba conversando con tus padres, ¿deseas que te espere un poco más? —preguntó educado. Samantha sintió las mejillas caldeadas y solo atinó a asentir, ni siquiera se atrevía acercarse.

Temía lo que vendría una vez que estuviesen solos, temía a su cuerpo y la idiota combustión que estaba por hacer de tan solo verlo, temía que aquella farsa se descubriese.

Tomó aire y le sonrió, gesto que él respondió y la dejó peor.

Madelene buscó la mirada de su esposo, desconcertada, este asintió un tanto aturdido.

Ahí las cosas iban más en serio de lo que imaginó y tanto su hija, como ese muchacho, se atraían de una manera intensa. Era imposible ignorar las chispas que desprendían. No supo si alegrarse o preocuparse. Ella era su pequeño huracán, la aprensión que experimentó en ese momento no le había ocurrido con ninguno de sus hijos: Samantha podría haber encontrado el hombre que la equilibrara y eso... a su edad, era delicado.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora