¿Dulce tamal o señor truco?

170 35 99
                                    



Por: JanePrince394

—Atrévete a reírte y te rompo la cara —le advertí mostrándole mi arma, que se reducía a un simple cuenco de palomitas.

De todos modos, conociendo lo que le convenía, Arturo dio un paso atrás alzando las manos, en señal de paz. Escuché una risa a mi espalda, pero bastó una mirada para que el silencio reinara... Durante un segundo. Trabajar con ese par era todo una aventura.

—Definitivamente si Alba fuera la sheriff solo habría dos opciones: terminaríamos siendo un pueblo fantasma o la cárcel tendría más gente que supermercado con muestras gratis —acusó Emiliano, que no desaprovechaba oportunidad para reírse de cualquier ser viviente.

—Vaya, así que tenemos una policía que nos cubra las espaldas —mencionó contento Arturo acercándose al lugar de la masacre. Eso de las fiestas temáticas no era mi fuerte, las fiestas en general, pero esas eran las peores porque exigían imaginación. Negué con la mirada clavada en el frasco de mayonesa, revelando no había acertado. Arturo torció los labios, analizándome—. ¿Integrante de Los Horóscopos de Durango? —lanzó confundido.

Cerré los ojos, derrotada, escuchando la carcajada de Emiliano. Cuando Nico me pidió que lo acompañara a pedir dulces imaginé que se quedaría en eso, acompañarlo, sin ser parte del espectáculo, pero ahí me tenían después de caminar durante una larga hora por todo el barrio usando pantalones de mezclilla, el cabello trenzado, la blusa de botones y unas botas olvidadas que me entraron de milagro. Confieso que me sentí un poco abochornada desfilando por mi vecindario, en el cual era muy querida y respetada, en mi pésimo intento de ser Jessie. Sin embargo, cuando noté la ilusión de Nico todo dejé de importarme. Era incapaz de decirle que no.

—¿Tú vienes de comediante? —contrataqué—. Porque déjame decirte que exigiría mi rembolso.

—Soy un mago —respondió orgulloso Arturo, abriendo sus manos para mostrármelo. Alcé una ceja, lo único inusual que encontré, más allá del traje que usaba para trabajar, fue la capa—. Eso creo... —dudó, meditándolo. Escondí una sonrisa, negando con la cabeza. Ese chico no tenía remedio—. También podría ser Drácula. La verdad es que tuve que improvisar —confesó—, no sabía que habría una fiesta y nunca había asistido a una de disfraces.

—Yo tampoco podía creerlo cuando me llegó un mensaje de Alba, la mismísima Alba —remarcó sorprendido—, ofreciendo una fiesta en su casa. Por poco vengo de muerto, literalmente.

—Ja. Ja. Ja. ¿Por qué rechazaste la idea?

—Porque se me ocurrió algo mejor de último momento —aceptó—. Astronauta no —se adelantó a Arturo que era un desastre para las adivinanzas. Yo ni siquiera hice el intento—. Piloto de la Fórmula Uno —resolvió iluminándonos antes de mostrarme su habilidad empujando su silla de ruedas.

—Métele más velocidad —le aconsejé, frenándolo de golpe, porque hace rato le había puesto una tarea y no veía ningún avance significativo. A ese ritmo acabaríamos en Navidad.

—Tranquila, Alba, la seguridad ante todo —declaró solemne en una excusa.

Resoplé antes de arrebatarle el cuchillo para yo misma cortar el pan. Uno, dos... Cinco cortes. Ante mi modesta situación económica lo único que se me ocurrió para la cena fue hacer unos sándwiches con forma de tumba. No era lo más original, pero sí económico. Trabajar en esa tienda no solo estaba acabando con mi paciencia, sino también con mi solvencia.

Antología: Criaturas de la nocheWhere stories live. Discover now