Monstruo

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Por: PaigeBeddict

Al despertar una mañana, Akuma se miró al espejo y encontró a sí mismo convertido en una criatura horrenda. Tenía dos piernas musculosas, un corazón en el pecho y las manos rosadas y flojas; le habían desaparecido las espinas y las orejas de diablo, podía sentir el calor del aire y la luz del sol no le daba miedo. Se había convertido en un humano.

—No puede ser —dijo en voz alta, y hasta su propia voz sonaba diferente.

Dio un puñetazo al espejo, pensando que el dolor lo despertaría, pero solo consiguió herirse su nueva piel. Era real.

Ahogó un grito mientras el pánico se apoderaba de él. Le temblaban los brazos y las rodillas, el aire golpeaba su pecho mientras exhalaba bocanadas como un moribundo. Nunca había sentido tanto miedo.

"Tengo que serenarme", se dijo.

Se sentó en la cama y cerró los ojos con fuerza mientras se obligaba a respirar despacio. Se negaba a creer que aquello fuera real. Cuando abriera los ojos, volvería a ser un demonio. Pero al hacerlo, se encontró con las mismas manos extrañas, con los músculos impuestos que se contraían tras sus nudillos y con la sangre que latía tan rápido como un ejército en la batalla. Su pecho parecía en guerra contra su propio corazón.

—¡Los demonios no tenemos corazón!

Como una burla, este latió más fuerte. Con cada palpitación parecía exclamar: ¡Estoy aquí!

—No puede ser —repitió Akuma—. No puede ser.

Desesperado, se puso en pie, cogió unos zapatos y una capucha, y salió del cuarto. En sus prisas, no vio el calendario colgado de la pared donde se leía: 31 de octubre, día de muertos.

Al salir a las calles de Rashud, la última ciudad antes del infierno, Akuma se detuvo de golpe. La ciudad que conocía había cambiado. Los adoquines ya no eran de rubíes ni fluían como ríos de sangre, sino que eran grises y rugosos de asfalto; las casas con sus tejados cónicos se habían transformado en casas cuadradas, y las tejas de oro eran simples tejas rojas comidas por el sol. También habían desaparecido las veletas que señalaban al norte y habían sido sustituidas por antenas blancas. Los árboles que se levantaban y andaban eran simples castaños inclinados sobre la carretera, y las aguas del río del perdón que bordeaba la ciudad se habían vuelto mansas y cristalinas. Todo el lugar olía a desesperación.

Entonces, Akuma supo que se encontraba lejos del infierno.

—No, no...

De repente, escuchó una música extraña y rítmica parecida a los tambores de la guerra. Curioso, se acercó y vio a un grupo de jóvenes sentados en un parque. No se miraban entre ellos, sino que observaban con concentración unas pantallas de donde parecía salir la música; tenían los ojos tan fijos que Akuma ni siquiera los vio parpadear. Ninguno sonreía.

—Hola —saludó Akuma pensando que quizá alguno podría ayudarle a encontrar el camino de regreso al infierno.

Sin embargo, ninguno de ellos levantó la vista de la pantalla.

—Hola —repitió, pero ellos estaban tan ensimismados que no escuchaban.

Tras un rato, el antiguo demonio se dio por vencido y continuó caminando por el parque, pensando que quizá alguien podría ayudarlo. Al poco tiempo vio a una anciana sentada junto a una fuente que lanzaba migas de pan a las palomas. Akuma se acercó a ella y, a diferencia del grupo de jóvenes, no tuvo que hablar para que esta lo mirara.

Antología: Criaturas de la nocheWhere stories live. Discover now