Casi no tomar agua. O tomar mucha, da igual. Sé y sabes que lo sabemos, «es necesaria para la vida» y todo el mundo te dice que lo hagas como un consejo, que hasta parecen espías enviados por tu madre (dales el beneficio de la duda). En fin, de pronto empecé a darle bastantes tragos a mi botella (sí, soy de aquellos que acostumbran llevar una en lugar de tomar un vaso de la cocina, aunque me gusta usar si son de vidrio); creí que era por la novedad, ya que era de un diseño diferente a la anterior y la raza humana tiene algo con lo nuevo, que cree que por eso hasta lo que hay adentro ahora sabe mejor. Pero no, a las dos semanas me aburría de nuevo. Me di cuenta de que era porque sentía que debía purificarme, limpiarme, lavarme por dentro. Y el agua del pozo no lograba tal acción. Sin embargo, la sensación me recordaba a otra, a otros tipos de tragos que ya había bebido antes y no había identificado... «Respondió Jesús y le dijo: ❝Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le daré se hará en él una fuente de agua que brota para vida eterna.❞ [Juan 4.13-14]».
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