Viajar en una nave aérea con todo lujo imaginable no es algo que llame la atención por desagradable. Ser atendida por todo ser viviente de la tripulación, comer las delicias de todos los países, disfrutar de bailes, galas... Claro, que la cosa empeora un poco cuando eres perseguida por la tripulación entera y, para colmo, tienes que permanecer invisible durante las horas de sol. ¿La razón? Créeme, lector hipotético, que no hay ninguna razón propiamente dicha. Su excusa es bastante sencilla: soy una bruja.