La serendipia, la sicalipsis y el albur se confabularon una noche para darle a Adelaida un fulgurante canto del cisne en su segunda adolescencia. Pero los afanes sin mente del azar y la contingencia (únicos dioses verdaderos) a veces se amalgaman para dar lugar a un ente con forma de duendecillo abstruso y cabroncete. A pesar de la fatalidad, la aventura de Adelaida no tardó en convertirse en leyenda. Por las noches, en los vertederos de amor que son las barras de los bares, aún se pueden escuchar los ecos de esa leyenda.