Tardes de otoño

By JoanaMarcus

29.2M 2.2M 11.4M

¿Qué es lo peor que podía pasarle a la pobre Mara después de reencontrarse con el que fue el amor de su infan... More

Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Epílogo
EXTRA DE AIDEN

Capítulo 22

913K 86.2K 445K
By JoanaMarcus




22 - TARDES DE OTOÑO


(Time in a bottle - Jim Croce)


Capítulo final, pero no olvidéis que todavía falta el epílogo :)


Abrí los ojos lentamente cuando escuché un ruido en la entrada. ¿Qué había sido eso? Oh, la puerta.

Me froté los ojos, un poco adormilada, cuando levanté la cabeza. Alguien acababa de entrar en casa. ¿Quién...? Oh, mi madre.

Iba vestida con un top de estampado colorido y unos vaqueros tan ajustados que no entendía cómo demonios había entrado en ellos.

—¡Marita! —sonrió ampliamente al verme—. ¿Qué haces dormida? Son las cuatro de la tarde.

—Esta... echándome una siesta.

—Si yo tuviera tu edad no perdería el tiempo en siestas —dijo tranquilamente, metiéndose en la cocina y buscando algo de comer—. Estaría todo el día por el mundo.

—Ya estás todo el día por el mundo —mascullé.

Ella se detuvo con una bolsa de comida justo delante de mí y enarcó una ceja, algo sorprendida por el tono.

—Vaya, alguien está de mal humor.

Preferí no responderle. Me dolía el cuello por haber dormido en el sofá. Me incorporé un poco y le puse mala cara cuando cambió de canal sin preguntar y se sentó a mi lado.

—Estaba viendo eso —protesté.

—No, estabas durmiendo.

—¿Se puede saber dónde has estado todos estos días? —cambié de tema, mirándola—. Podrías haber llamado, ¿no?

—Estaba con mi novio —me frunció el ceño con la boca llena.

—¿Y qué? ¿Tu novio no te deja llamar?

—Te mandé mensajes, ¿no? —puso los ojos en blanco—. No seas tan aburrida, Marita. Si tú desaparecieras durante días yo no te buscaría tanto.

—Sí, lo sé —mascullé.

Debió notar el tono resentido, porque se giró hacia mí con una sonrisita y se quedó mirándome fijamente.

—¿Has discutido con ese novio sexy que tienes?

—No es mi novio.

—Así que sí has discutido con él.

—No quiero hablar sobre eso.

—Oh, ¿qué ha pasado, Marita? ¿Se ha liado con otra? Suele pasar.

—No se ha... mamá, no quiero hablar sobre eso, ¿vale?

—¿Lo has hablado con la otra?

La otra era Grace, la novia de mi padre. Mamá seguía sin dignarse a nombrarla, como si hacerlo fuera humillante o algo así.

—Seguro que lo has hablado con la otra —insistió.

—Seguro que la otra habría estado conmigo cuando necesitaba hablarlo.

Fue un golpe bajo, pero en ese momento me dio igual. Mi madre me siguió con la mirada cuando me encerré en mi habitación.

No había vuelto a hablar con Aiden desde anoche y, pese a que sabía que había hecho lo correcto... me sentía mal, como si estuviera dejando pasar algo maravilloso. Sabía que ir con él no era sano, pero una parte de mí seguía queriendo hacerlo.

Unos meses atrás, probablemente habría hecho caso a esa parte irresponsable. Ahora, sin embargo...

No, me debía esto a mí misma. Un tiempo a solas. Un tiempo para mí. A pesar de haber estado sola tanto tiempo, nunca me había atrevido a intentar conocerme a mí misma. O a darme una oportunidad de quererme. Y ya iba siendo hora de que aprendiera a hacerlo.

Me tumbé en mi cama y abracé al Señor Abracitos. Lo había echado de menos. Él nunca se quejaba de nada de mí. Era un alivio.

Si llega a hacerlo en algún momento, nos hacemos millonarias.

Justo en ese momento, Lisa me mandó un mensaje. Lo abrí sin mucho entusiasmo y me quedé con la misma cara de hastío cuando lo leí.

Espera, ¿ella también se había cambiado el maldito nombre?

¿Era una costumbre de familia o qué?

LisaLaMejorAmigaDelMundo: Hoooooolaaaaaaaaaa :D

Mara: Dime que ese nombre que te has puesto no es real.

LisaLaMejorAmigaDelMundo: No me cambies de tema.

Mara: ¡Si todavía no has dicho nada!

LisaLaMejorAmigaDelMundo: ¡No me has dado tiempo! >:(

Mara: Vale, ¿qué pasa?

LisaLaMejorAmigaDelMundo: ¿Al final quieres que Russell y yo te acompañemos esta noche a esa reunión de compañeros del instituto?

Oh, mierda, la reunión. No me acordaba.

Bueno, tampoco era tan importante, las dos sabíamos la respuesta.

Mara: No me apetece, pero gracias por ofreceros.

LisaLaMejorAmigaDelMundo: Bueno, si cambias de opinión avísame. TE QUIEROOOOOOOO <3 <3 <3

Mara: ...supongo que... yo también...

LisaLaMejorAmigaDelMundo: ¿No te parece que a ese mensaje le falta algo?

Mara: ...<3

LisaLaMejorAmigaDelMundo: AAAAHHHHH, ¡ME HAS MANDADO UN CORAZÓN! Ya puedo morir en paz.

Negué con la cabeza y, justo cuando iba a seguir escribiendo, abrí mucho los ojos. Alguien estaba llamando a la puerta.

¿Y si era...?

No, Aiden... no tenía nada más que decirme, ¿no?

Pero ¡¿y si era él?!

Me puse de pie tan de golpe que el Señor Abracitos salió volando y yo me caí de culo al suelo. El estruendo debió sobresaltar a mi madre, porque cuando salí de mi habitación la encontré mirando mi puerta con los ojos muy abiertos por la sorpresa.

—¿Qué hacías ahí dentro? —preguntó, alarmada.

—Ser idiota. ¡Yo abro!

Me acerqué a la puerta a toda velocidad, intenté recuperar el aliento y me peiné cuatro veces con las manos antes de por fin dignarme a abrir.

Pero... no era Aiden.

Eran Grace y mi padre.

—Ah —puse una mueca—. Hola.

Mi padre torció el gesto.

—Yo también me alegro mucho de verte, hija mía.

—Sí, sí, me alegro de veros, es que... eh... estaba durmiendo.

—Tienes mala cara —observó Grace con la expresión un poco preocupada—. ¿Has dormido poco?

Asentí con la cabeza y ella sonrió.

—Bueno, eso es porque no comes en condiciones, pero que sepas que hemos ido a hacer la compra.

—¿La... compra?

—Íbamos a venir a verte y nos hemos acordado de que la última vez tenías la nevera medio vacía.

Bajé la mirada. Los dos cargaban bolsas de la compra. Pero en cuanto abrí la boca mi padre me miró con los ojos entrecerrados.

—Ni se te ocurra protestar.

Mierda, ¿por qué me conocía tan bien?

No sé, quizá porque es tu padre.

Los dejé pasar y mi padre encabezó la marcha, suspirando.

—Me alegra ver que vuelves a tener todos los muebl... oh... hola, Camille.

Mi madre, que en cuanto los había escuchado se había colocado en posición casual pero sensual, lo miró como si acabara de darse cuenta de su presencia.

—Oh, qué sorpresa verte por aquí.

A nadie le pasó por alto que había ignorado a propósito a Grace. De hecho, ni siquiera la había mirado.

—No estoy solo —le recordó papá, algo molesto.

—Oh —mamá miró a Grace como si acabara de darse cuenta de su presencia—. Eres... eh...

—Grace —le recordó ella.

—¡Grace! Oh, perdona, como no eres muy relevante, se me había olvidado.

Puse los ojos en blanco. Menos mal que Grace sí que se comportaba como una adulta y fingió no haberlo oído para ir con mi padre a colocar las bolsas en la cocina.

Intenté ayudarlos, pero no tardaron en echarme, así que terminé con mi madre en el salón, viendo su programa de modelos y pasarelas. Aunque ella no le prestaba atención, claro. Solo miraba de reojo la cocina con los labios apretados. A Grace, más concretamente.

—Mira eso —me dijo en voz baja—. Se ha puesto unos pantalones ajustados para presumir de piernas. Bueno, pues yo las tengo mejores. ¿A que son mejores?

—Mhm.

—Y tengo el pelo más bonito. ¡Y no tengo que teñírmelo! A todos les gustan las pelirrojas naturales.

—Mamá —la miré, cansada—, deja de convertirlo todo en una competición.

—¡Es ella quien lo hace!

—Ella se llama Grace y no ha hecho nada malo.

Mamá empezó a farfullar, pero se tuvo que callar cuando papá y Grace volvieron al salón. Papá se sentó en el sillón y Grace a mi otro lado, en el sofá. Vi que ella miraba a su alrededor con curiosidad.

—¿Has podido comprar todos estos muebles? —preguntó, confusa.

—No... son los que tenía antes. Pillaron a mi antigua compañera de piso intentando venderlos y me los devolvieron.

—Me alegro —mi padre asintió con la cabeza—. Y espero que le den una buena lección a esa chica.

—Sí —mi madre se apresuró a intervenir—. Yo también lo espero.

Sospechaba que en el fondo le daba igual y solo lo decía para demostrar que estaba de acuerdo con mi padre, pero... en fin.

—Parece que Aiden al final no era tan malo —le dijo Grace a papá con una sonrisa divertida—. Te recuerdo que fue él quien la ayudó a denunciar a esa chica.

Grace también es Team Aiden, me encanta.

Mi padre se cruzó de brazos. No le gustaba mucho eso de no tener la razón y que se lo restregaran.

—Eso no significa nada —aclaró—. Sigue siendo un tipo que se gana la vida dando palizas a los demás.

—Haces que suene como un mercenario —enarqué una ceja.

—Técnicamente...

—No lo es —me ayudó Grace—. Es boxeador. Es una profesión respetable, cariño.

Mi madre arrugó la nariz con ese cariño, pero no dijo nada.

—Y ya no lo es —añadí—. Lo dejó hace... poco.

—Así que es un desempleado —papá enarcó una ceja.

—¡No es... así! Tiene planes. Y mucho dinero ahorrado.

—¿Qué planes?

—Ir en caravana por...

—Oh, ir en caravana por el mundo. Qué planes más responsables.

—A mí me parece bien —comentó Grace—. Cada uno hace lo que quiere con su dinero.

—Pues yo estoy de su parte —se apresuró a añadir mamá, señalando a papá.

—Seguro que incluso te ha pedido que vayas con él a esa... locura —protestó papá.

—Pues sí. Pero para tu información... le dije que no.

Papá pareció satisfecho, pero Grace se giró hacia mí con expresión sorprendida.

—¿Por qué? ¿Algo va mal?

—Porque Marita es más responsable —masculló papá.

—Se lo estoy preguntando a ella —replicó Grace con cierto tono severo, consiguiendo que se callara.

—No es por nada importante —mentí—. Es... no sé, algo en mí me dice que no es lo correcto. Que necesito estar sola.

—Eres tan santurrona —soltó mi madre sin poder contenerse, con una sonrisa.

Por algún motivo, eso consiguió llegar a mis nervios, haciendo que empezara a enfadarme.

—No soy saturrona. Simplemente tomé una decisión.

—Y siempre tomas la decisión fácil, ¿no?

—¿Y me lo dices tú, que siempre tomas las mejores decisiones del mundo?

—Mara... —empezó Grace.

—¡No! —me aparté cuando hizo un ademán de ponerme una mano en el brazo y me puso de pie, enfadada—. ¡Dejad de meteros en mi vida! ¡Especialmente tú, papá! Estoy cansada de que siempre critiques a Aiden, ¡no te ha hecho nada!

—¡No es cuestión de que me haga algo o no! —me dijo, indignado—. Es cuestión de si pienso que mi niña se merece a alguien así o no.

—¡Tu niña no es una niña, es una mujer! Y tengo derecho a elegir con quién quiero estar o no, papá.

—Solo estoy preocupado, Mara, no...

—¿Preocupado? Si estuvieras preocupado de verdad verías lo mucho que he mejorado desde que lo conozco, pero estás tan ocupado criticándolo que ni siquiera te has dado cuenta.

Hubo un momento de silencio. Papá miró a Grace, como buscando una respuesta, y ella agachó un poco la cabeza.

—Bueno, es verdad que estás más animada —me dijo finalmente, mirándome de nuevo—. Pero no lo atribuyas a ese chico, Mara. Si mejoras es por ti misma, no por...

—¡Si mejoro es tanto por mí misma como por la gente que me quiere!

—Quienes te queremos somos nosotros.

—¡Y él también! ¡Y mis amigos! El amor no se reduce exclusivamente al ambiente familiar, papá.

—¡Pero está por encima de los demás!

—¡No tiene por qué! ¡Hay cosas que es mucho más fácil decírselas a amigos que a padres! ¡Y Lisa, Aiden... todos los demás... han estado ahí en momentos en los que tú no has podido estar! ¡También son importantes!

—No estoy diciendo que no sean importantes, Mara, pero no puedes decir que estás más feliz solo porque ese chico...

—¡Sí, sí que puedo! —exploté, mirándolo—. ¡Porque gracias a él y a mis demás amigos he... he avanzado mucho! ¡Hace unos meses ni siquiera podía soportar que me tocaran sin entrar en pánico y el otro día le di un abrazo a Lisa!

Eso dejó un poco descolocado a papá. Grace nos miraba con una expresión muy preocupada, mi madre solo parecía confusa.

—Que tengas un problemilla con que te toquen... —empezó papá.

—¡No es un problemilla! ¡Es un maldito infierno! ¿Sabes lo que es no poder soportar que nadie, ni siquiera tus propios padres, te toquen porque cada vez que lo hacen te acuerdas de la noche en que un desgraciado lo hizo demasiado?

Ni siquiera me detuve a ver la expresión completamente pálida de mi padre, de repente estaba furiosa y necesitaba desquitarme.

—¡Me he pasado años encerrada en mí misma! —le espeté, furiosa—. ¡No podía soportar que me tocaran, que se acercaran a mí, ver violencia, oler el alcohol o pasar por la maldita calle en la que pasó todo! ¡Y cada vez que intenté pedirte ayuda me decías que eran tonterías de adolescente! ¡No lo eran! ¡Y la única que lo entendió fue Grace!

Me giré en redondo hacia mi madre cuando ella ahogó un grito, indignada.

—¡No digas eso! —me señaló—. ¡Tu madre soy yo y...!

—¡Por el amor de Dios! ¡Tu propia hija acaba de decirte que la violaron siendo una niña de quince años y a ti solo te preocupa que haya dicho que alguien la entendía y tú no!

Mamá se quedó un poco descolocada un momento antes de carraspear, muy digna.

—Bueno, me preocupo de la parte que me incumbe.

—¡La parte que te incumbe! —repetí, riendo como una histérica—. ¡Soy tu hija! ¡Tu hija! ¡Se supone que deberías intentar protegerme! ¡Que deberías quererme! ¡Pero solo te preocupas de ti misma! ¡Eres una mierda de madre!

Esa última frase me había salido sin pensar y una parte de mí se arrepintió de decirla cuando vi la expresión de mi madre. Era como si alguien le acabara de romper el corazón.

—Puede que no sea la mejor madre del mundo —empezó, con voz temblorosa—, pero eso no quiere decir que no haya hecho lo que he podido y...

—¿Lo que has podido? ¿Cuándo fue la última vez que te preocupaste de alguien que no fueras tú misma? ¿Que pensaste en mí para algo que no fuera egoísta? ¿Dónde coño estabas cuando volví a casa llorando porque acababan de violarme?

Ella abrió y volvió a cerrar la boca, sin palabras. Mi padre seguía pálido, como en shock. Pero yo lo ignoré y señalé a mi madre.

—¿Sabes dónde estabas? Acostándote con tu novio en el otro lado de la maldita caravana en la que vivíamos. Y cuando saliste de ahí para beber un vaso de agua y me viste llorando...

Me corté a mí misma. De pronto, se me agolparon las lágrimas en los ojos y sentí que las ganas de llorar aumentaban tan drásticamente que no podía contenerlas.

Nunca había hablado con nadie de eso. Nunca. Ni siquiera con Grace o la doctora Jenkins. Pero mi madre lo recordaba. Pude verlo en su mirada.

—¿Recuerdas lo que dijiste? —le pregunté con voz temblorosa y furiosa.

No dijo nada, pero no hacía falta.

—Me preguntaste si lloraba por un chico —le dije en voz baja—. Y te dije que un chico me había hecho daño. Mucho daño. Viste la sangre en mis rodillas y la herida en mi labio. Viste que llevaba las bragas en el bolsillo. Viste los agarrones... y supiste lo que había pasado. Y lo único que me dijiste fue que me acostumbrara porque eso era lo único que querían los hombres de chicas bonitas como yo. Que lo mejor era dejar que lo tuvieran sin resistirse mucho o terminabas con heridas en la cara por idiota.

Mi madre por fin tuvo la vergüenza de agachar la cabeza. No supe muy bien por qué lo sacaba en ese momento, pero de pronto no podía más. Había estado confesando muchas cosas durante esos pocos días... y esa era la única que seguía llevando dentro. Ya no podía más. Me había callado todo por demasiado tiempo.

—¿Sabes que me pasé semanas creyendo que había exagerado? —seguí hablando, mirándola—. ¿Creyendo que había sido culpa mía? ¿Por lo que tú me dijiste? ¿Y sabes quién me hizo ver que no había sido por mi culpa, que necesitaba hacer algo al respecto? Exacto, Grace.

La aludida dedicó una corta mirada triste a mi madre, que seguía con la mirada clavada en el suelo.

—Así que deja de fingir que no te acuerdas de su nombre —espeté—, o que quiere convertir todo en una competición contra ti. Deja de criticarla. Y deja de meterte con ella. Ha sido la madre que tú nunca pudiste ser.

—Mara, creo que lo ha entendido —murmuró Grace, mirándome.

—¿En serio? ¿Y cuánto tiempo crees que tardará en volver a desaparecer para irse con uno de sus novios y...?

—No —murmuró mi madre de repente—. Tienes razón.

Vale, eso no me lo esperaba.

Mi enfado disminuyó de golpe cuando la miré. Mi madre era muchas cosas, entre ellas muy testaruda. En todos los años que llevaba a su lado, nunca la había escuchado aceptando la culpa de nada. Siempre hacía lo que quería y le daba igual cómo afectara a los demás siempre y cuando ella saliera beneficiada.

—¿Cómo? —pregunté, pasmada.

—Que tienes razón —me miró, por fin, no parecía la misma persona odiosa e irritante que había hablado unos instantes atrás—. Nunca he sido una buena madre.

En cualquier otra ocasión, quizá habría considerado eso un triste intento de manipulación para darme lástima, pero en ese momento no me lo pareció. De hecho, parecía estar diciendo simplemente lo que pensaba.

—Debería haberte apoyado —añadió en voz baja, a punto de llorar, y volviendo a apartar la mirada—. Y nunca debí decirte esas cosas horribles que te dije. Fui una madre espantosa. Y tú te merecías a alguien que supiera cuidar de ti.

Hizo una pausa y se giró hacia Grace, que parecía tan sorprendida como yo. Mamá tragó saliva.

—Nunca he sido muy agradable contigo —empezó—, pero... sé lo que significa para mi hija tenerte en su vida. Y... aunque a una parte de mí le duela... me alegro mucho de que hayas sido capaz de hacer todas las cosas que yo no pude hacer. Mara siempre se ha merecido una madre como tú.

—Su madre eres tú —le dijo Grace al instante—. Yo... nunca intentaría sustituirte, Camille. Solo quiero a Mara y deseo lo mejor para ella.

Mamá no dijo nada. De hecho, las tres nos giramos hacia papá. Seguía pálido y mirando un punto cualquiera, como si estuviera a punto de vomitar.

—Papá... —empecé, arrepintiéndome de haberlo soltado tan de golpe—. Yo no...

Me callé cuando él se inclinó hacia delante y se pasó las palmas de las manos por los ojos. Nunca había visto a mi padre tan afectado por nada. De hecho, nunca lo había visto afectado. Ni siquiera cuando se divorció de mamá. No supe cómo reaccionar.

—No llores o lloraré yo también —protesté, poniéndole una mano en el hombro.

Él se puso de pie tan de golpe que casi me asustó, pero me tranquilicé cuando se limitó a darme un abrazo con fuerza. Dejé que me abrazara cuando me sujetó la nuca con una mano y me dio un beso en la frente.

—Mi niña —murmuró—. Lo que te hicieron... si lo hubiera sabido... voy a matar a ese hijo de...

—No hace falta —murmuré contra su hombro.

—¿Quién es? Solo dime quién es ese desgraciado. Te juro que...

—Papá, te he dicho que no hace falta.

—Claro que hace falta —se separó y me miró, pasmado—. Por el amor de Dios, Mara, te... te... —ni siquiera podía decirlo—. No pienso dejar las cosas así. Dime quién es y te juro que haré todo lo que haga falta para que pase el resto de su vida en una celda.

—Papá... es una larga historia, pero... ya me he encargado de eso. Más o menos.

Eso pareció sorprenderlos a todos. Y ya no pude aguantarme más y les conté todo lo que había pasado esos meses. Desde el día que había conocido a Aiden hasta que había llegado a un trato con la madre de James. Los tres me escucharon atentamente durante todo el proceso, mi madre con una mueca de confusión, Grace pasmada y papá con semblante pensativo. Pero ninguno dijo absolutamente nada hasta que terminé.

Honestamente, poder contarles todo eso fue un alivio mayor de lo que había sentido en mucho tiempo. Me sentí de una forma parecida a la que me había sentido con Lisa al contarle todo. Solo que ahora era distinto. Mis padres... siempre era distinto con ellos.

Me esperaba algún que otro reproche, pero no recibí nada. Solo nos quedamos los tres en silencio por un rato hasta que por fin noté que mi madre me pasaba un brazo por los hombros y me daba un abrazo con fuerza. De hecho, me abrazaron los tres. Y me daba la sensación de que habían estado deseando poder darme un abrazo durante años.

Grace fue la primera en reaccionar y decir algo de cocinar, a lo que mi madre hizo un esfuerzo y se ofreció a ayudarla pese a ser bastante mala cocinando —como yo—. Cuando nos dejaron solos, pensé que mi padre diría algo más, pero se limitó a sentarse a mi lado, pasarme un brazo por encima de los hombros, darme otro beso en el pelo y mirar la televisión conmigo en silencio.

De hecho, solo interrumpió el silencio un momento.

—Estoy muy orgulloso de ti, ¿me oyes? —murmuró, mirándome—. Muy orgulloso, Mara.

Nunca me había dicho algo así y, sinceramente, no supe cómo reaccionar. Solo me quedé en silencio mirando la televisión sintiéndome protegida por primera vez en mucho tiempo.

Merendamos los tres juntos y me alegró que papá y Grace decidieran quedarse hasta tarde con nosotros antes de irse al hotel. Me gustaba ver que hablaban entre ellos con una naturalidad relativa —un poco incómoda, claro, pero era cuestión de tiempo que las cosas no lo fueran— y haciendo un esfuerzo por llevarse bien entre ellos. Mi madre incluso sonrió una vez a Grace, todo un logro.

Ya había pasado un buen rato cuando me metí en el cuarto de baño y me miré al espejo. Acababa de ponerme el pijama. Me deshice el pelo y me lo coloqué con los dedos justo cuando llamaron a la puerta.

—¿Puedo entrar? —preguntó Grace.

—Sí —murmuré, algo confusa.

Ella entró y me dedicó una pequeña sonrisa al ver que llevaba puesto el pijama.

—No es ni hora de cenar —me recordó.

—Lo sé, pero... no me apetece ir a ningún lado.

Ella me observó unos instantes antes de señalar el cepillo.

—¿Puedo?

La miré, confusa, antes de asentir con la cabeza. Grace se colocó detrás de mí y alcanzó el cepillo. Como era bastante más alta que yo —algo no muy difícil, seamos sinceros— no le resultó muy complicado empezar a cepillarme el pelo enredado.

—Tienes un pelo precioso —murmuró—. Como tu madre. Tenéis un rojo muy bonito.

—Llegas a aburrirte de él —le aseguré.

Grace sonrió, pero cuando nuestras miradas se encontraron en el espejo, vi que estaba más seria.

—¿Qué pasa, Mara?

A veces, podía llegar a detestar y adorar que me conociera de esa forma. De hecho, me daba la sensación de que me conocía mejor que mis propios padres.

—Ya os lo he contado —murmuré.

—Lo sé, pero eso no es todo, ¿verdad?

—No —admití.

—¿Y qué es?

Suspiré, mirándome a mí misma en el espejo. A veces, verme a mí misma era extraño. Como si una completa desconocida me devolviera la mirada.

—Siento que... todo esto... no ha servido de nada —admití por fin.

—¿Qué parte? —pareció sorprendida.

—La parte del periódico, y de la liga, y de los papeles. Si hubiera sabido que Aiden quería irse, no... bueno... si me hubiera molestado en preguntarle en algún momento qué quería hacer o no, quizá lo habría sabido.

Grace no me diría que no era cierto para consolarme. Ella no era así. Simplemente me dirigió una mirada que confirmó que tenía razón.

—Nunca me he preocupado por él —murmuré—. No tanto como se merece. No tanto como él se ha preocupado por mí.

—Que no lo demostréis de la misma forma no quiere decir que no sintáis lo mismo el uno por el otro, Mara.

—Ni siquiera yo misma sé lo que siento.

—Bueno, para mí es bastante obvio —comentó distraídamente, cepillándome el pelo—. Nunca te había visto así de ilusionada por nadie. Y te conozco desde hace muchos años.

Hizo una pausa y me miró.

—En cuanto a lo de que lo del periódico no ha servido de nada... no estoy de acuerdo.

—¿Y de qué ha servido? Aiden no quiere estar en la liga.

—¿Y qué hay de todas esas niñas que salían en esos papeles? ¿Todas esas niñas de las que habían abusado esas personas? ¿Crees que a ellas les da igual ver la persona que les hizo eso por fin está en la cárcel?

Ni siquiera lo había pensado. Me quedé muy quieta, sorprendida. Grace dejó de cepillarme el pelo por un momento para ponerme una mano en el hombro y mirarme.

—A veces, te centras tanto en lo malo que no eres capaz de ver lo bueno.

—Eso me dijo mi terapeuta —murmuré.

—Bueno, pues si te lo decimos dos personas... por algo será. Hiciste algo muy valiente, Mara. No te quites crédito por ello. Tienes que estar orgullosa de ti misma. ¿Cuánta gente sería capaz de hacer semejante locura, de renunciar a tener justicia con la persona que más daño le ha hecho en su vida... solo para salvar la carrera de su pareja?

—No era mi pareja.

—Oh, no te quedes en los detalles. Sabes lo que quería decir.

No dije nada. Ella se inclinó sobre mí para mirarme. Le devolví la mirada, algo insegura, cuando me pasó la mano por la mejilla.

—Mara, cariño, creo que deberías ir a esa reunión de alumnos que mencionaste que tenías esta noche.

La miré, dubitativa, a lo que Grace me sonrió.

—Te ayudará a pasar página.

—¿Y si está James?

—No estarás sola. Lisa y Russell estarán contigo si se lo pides. Y tú eres mucho mejor que ese chico, Mara. No dejes que te impida hacer algo que te hace ilusión.

—¿Cómo sabes que me hace ilusión? —sonreí.

—Oh, porque te conozco de sobra. Sé que te da miedo cómo pueda reaccionar la gente al verte, pero en el fondo quieres ir.

Aparté la mirada y ella siguió cepillándome el pelo como si nada.

—Además —añadió—, tienes ese vestido.

—Oh, no —levanté la cabeza de golpe—. Eso no.

—¡Estabas muy guapa con él!

—¡Seguro que ni siquiera me entra! Me lo regalasteis cuando cumplí los diecisiete.

—Te lo regalé yo sola —me recordó—. A tu padre le habría dado un infarto si te hubiera visto con él.

Empecé a reírme. Era el vestido que me había comprado Grace para el baile de final de curso. Nunca fui, claro. El terror seguía siendo tan fuerte que apenas podía salir de casa. Pero me había puesto ese vestido cientos de veces. Y me encantaba.

Antes de pensar en lo que hacía, alargué la mano para alcanzar móvil y mandarle un mensaje a Lisa.

Mara: He cambiado de opinión, ¿todavía queréis venir conmigo?

***

Estaba muy nerviosa cuando el coche de Russell se detuvo justo delante de mi edificio. Me ajusté mejor la chaqueta y me metí en el asiento trasero. Lisa y él estaban delante. Lisa iba vestida con un sencillo conjunto rojo y una chaqueta de cuero y Russell con una camisa azulada y el pelo ordenado —toda una novedad en él—.

—Qué guapos vais —sonreí maliciosamente.

—Ha estado a punto de obligarme a ponerme una chaqueta de traje —protestó Russell de mala gana, señalando a Lisa con la cabeza.

—¡No te estaba obligando, era una sugerencia!

—¿Quién demonios va con traje a una reunión de antiguos alumnos?

—¡Es es un restaurante caro, hay que ir bien vestido! —Lisa se giró hacia mí—. ¿A que sí? ¿A que tengo razón?

—Vale —murmuré—, ya no podéis negar que sois pareja.

El efecto fue inmediato. Se miraron entre ellos, enrojecieron y se giraron hacia delante de golpe. Empecé a reírme.

—No seáis tan tímidos —les dije, pinchándoles los hombros con un dedo—. Habrá comida y bebida gratis, ya os animaréis.

—¿Qué vestido llevas? —me preguntó Lisa, intentando cambiar de tema.

Me abrí la chaqueta y vi que ella abría mucho los ojos al instante en que vio mi vestido verde oscuro. Me llegaba por encima de los rodillas y por arriba tenía bastante escote. De hecho, ni siquiera podía llevar sujetador. Se sujetaba de dos finas tiras que se cruzaban en mi espalda. Y no tenía mucha decoración. Pero era bonito.

—Wow —Lisa se quedó mirándome con los ojos muy abiertos—. Estás... tan sexy.

—¿A ver? —Russell se asomó enseguida.

Lisa lo volvió a girar hacia la carretera con mala cara.

El trayecto no fue tan tenso como creí que sería, principalmente porque ellos dos empezaron a hablar enseguida, haciéndolo más llevadero. De hecho, casi no me acordé de dónde estábamos yendo hasta que Russell aparcó el coche delante del restaurante.

Nos bajamos los tres y yo me quedé mirando la entrada con un nudo de nervios en el estómago. ¿Realmente quería entrar ahí?

—¿Estás bien? —me preguntó Russell, deteniéndose a mi lado.

Asentí con la cabeza y acepté su brazo cuando me ofreció uno a mí y el otro a Lisa. Y entramos los tres en el restaurante.

El camarero nos guio enseguida hacia el reservado donde estaban los demás, que al parecer era una sala bastante grande con mesas con comida y bebidas. No había mucha gente, pero a mí me pareció una multitud gigantesca. Especialmente cuando vi cabezas girándose hacia mí y empecé a reconocer caras que no había visto desde los quince años.

Vale, ¿y si esto había sido un error?

Estuve a punto de retroceder bruscamente cuando una chica de mi edad con los ojos castaños y un montón de pecas repartidas por la cara se detuvo delante de mí.

—¡Mara Dawson! —me reconoció enseguida—. Dios, estás igual. ¿Te acuerdas de mí?

Claro que me acordaba. Era la lista de la clase. Nos habíamos llevado siempre muy bien. Y alguna vez me había dejado copiar en sus exámenes a cambio de que yo la invitara en las fiestas que organizábamos.

Y esa fue básicamente la dinámica durante los siguientes veinte minutos. La gente se me acercaba, me decía que no había cambiado nada, que estaba genial —o variantes de esas dos cosas— y me decía qué había sido de su vida justo después de que les presentara a Russell y Lisa. Algunos habían seguido estudiando, otros ya trabajaban, había dos que incluso ya tenían hijos —al parecer, querían ser padres jóvenes— y uno que seguía viviendo de sus padres porque seguía sin trabajar o estudiar en nada. La mayoría, eso sí, seguían viviendo en el mismo pueblo de antes.

—Bueno —comentó Lisa cuando nos acercamos por fin a la mesa de comida—. No ha estado tan mal, ¿no? Parecen simpáticos.

—Especialmente el que intenta batir el récord de cuántos bollos se puede meter una persona en la boca sin morir —murmuró Russell con una mueca, viendo a un invitado.

Yo recogí un canapé cualquiera solo para comer algo. La verdad es que tenía ganas de cualquier cosa menos de comer. Seguía estando muy nerviosa. Lisa debió notarlo, porque se acercó a mí.

—Si ves al gilipollas, me avisas. He visto dónde esconden los cuchillos.

—¿Gilipollas? —repetí, sorprendida—. ¿Lo has dicho tú, reina de no insultar a nadie?

—Hay gente por la que merece la pena romper ciertas normas. En el peor de los sentidos.

Empecé a reírme, pero la risa se me cortó de golpe cuado escuché a alguien carraspear justo detrás de mí.

—¿Mara?

Oh, esa voz... solo podía ser una persona. Abigail. Mi examiga. La que había sido la novia de James la noche en que pasó todo. Y la que empezó a odiarme por haberla traicionado.

Noté que me entraban ganas de vomitar cuando me giré hacia ella. Efectivamente, ahí estaba Abigail con su pelo caoba atado, su cuerpo delgadito metido en un conjunto rosa claro y el maquillaje perfecto. Habían pasado años, pero seguía teniendo el mismo estilo.

Y... madre mía, cómo había llegado a envidiarla en su momento. Abigail siempre había sido la típica persona que parece tenerlo todo en la vida. Era buena con los deportes, con los estudios, con las parejas y con los amigos. Y tenía una familia que la quería. En algunas ocasiones, había llegado a odiarla solo por envidia.

Ahora... no sabía cómo sentirme.

Sinceramente, me esperaba una mala cara, un insulto o un ¿por qué estás aquí?, pero ella solo me observaba con una extraña expresión que no supe entender muy bien.

—Hola —dije, porque sinceramente no sabía qué más decir.

—Hola —pareció reaccionar y carraspeó, algo tensa, mirándome de arriba a abajo—. Estás... te ves... mhm... genial.

—Gracias. Tú... eh... también.

Nos miramos la una a la otra un momento antes de que ella apartara la mirada hacia Lisa y Russell como si intentara ubicarlos.

—Son dos amigos —aclaré.

—Ah —Abigail les dedicó una sonrisa un poco tensa antes de girarse hacia mí—. ¿Podemos... hablar un momento?

Lisa se adelantó como si me estuviera preguntando con la mirada si tenía que lanzarse sobre ella o no, a lo que miré a Russell. Él la sujetó del hombro y la giró de nuevo hacia la mesa de la comida mientras yo asentía con la cabeza y me alejaba con Abigail.

Era muy raro estar con Abigail después de todos esos años, como si la conociera perfectamente pero a la vez se hubiera convertido en una completa desconocida.

—Pensé que no vendrías —me dijo al final, deteniéndose junto a una de las ventanas del restaurante.

Me detuve delante de ella, algo nerviosa. Seguía esperando el momento en que explotara y me insultara, no entendía por qué estaba tardando tanto.

—Yo también lo pensé —confesé al final.

—Me... mhm... me alegra que hayas cambiado de...

—Mira, Abigail —empecé, carraspeando—, no quiero hacer las cosas incómodas, ¿vale? Yo... sé que la última vez que nos vimos no estábamos en la mejor situación del mundo y que las cosas siguen un poco tens...

—¿De qué estás hablando?

Dejé de hablar un momento para mirarla, extrañada.

—¿De qué voy a hablar? De lo que pasó.

—La última vez que nos vimos no estábamos de ninguna forma porque te limitaste a irte a vivir con tu padre sin avisarme y sin hablar conmigo.

Eso me dejó un poco descolocada. ¿Me estaba recriminando no haberme despedido? ¿Para qué demonios querría despedirse de mí?

—Bueno... —murmuré, incómoda—. No pensé que tuvieras muchas ganas de hablar conmigo.

—¿Te molestaste en intentarlo?

—No podía... ni mirarte a la cara, Abigail. No después de lo que había pasado.

—¿De lo que había pasado con James? ¿Con mi novio?

Tragué saliva. Ya conocía ese tono. Iban a empezar los reproches.

Por un momento, pensé en callarme y dejar que se desahogara, como había hecho tantas veces antes, pero... por algún motivo eso ya no me pareció una opción válida. Si lo había hablado con la gente a la que quería, podía hablarlo con Abigail.

—Tengo... que contarte algo de esa noche.

Ella se cruzó de brazos, pero no dijo nada. Solo me miraba fijamente, como esperando que dijera algo.

—No fue exactamente como crees —dije, al final, sintiéndome más segura a cada cosa que decía—. Sé que suena a excusa, a que solo me lo estoy inventando para quitarme responsabilidad de encima... y puede que no me creas, ¿vale? Quizá yo tampoco me lo creería, pero...

—...él te obligó, ¿no?

Iba a seguir hablando, pero me callé y la miré abruptamente. Ella seguía teniendo los brazos cruzados, pero su mirada no era tan defensiva. De hecho, era más bien triste.

—¿Eh? —murmuré, pasmada.

—Él te obligó a hacer lo que hicisteis —insistió en voz baja—, ¿no es así?

—¿C-cómo...?

—Estuve saliendo con él durante un año, Mara. ¿Crees que no intenté dejarlo varias veces por su forma de ser? ¿Por qué te crees que lloraba tanto? Porque no podía hacerlo. Y lo que te hizo a ti, también me...

No terminó de decirlo, pero no era necesario. Las dos podíamos entenderlo. Ella apartó la mirada un momento, respiró hondo y se volvió a girar hacia mí.

—Siempre te he creído —añadió en voz baja—. Pero nunca me preguntaste.

—P-porque... todos pensaron... creí que...

—La gente es idiota, Mara. Prefieren echarle la culpa a la víctima que al abusador porque si echas la culpa a la víctima... puedes convencerte de que a ti no puede pasarte lo mismo si no haces lo mismo que ella. Pero asumir la verdad, que la culpa es del abusador... es asumir que a ti también puede pasarte. O a tu amiga, o a tu hermana, o a tu hija. O a cualquiera. Y eso sí es aterrador.

Me había quedado sin palabras. Abigail sonrió un poco al mirarme.

—Intenté contactar contigo, pero tu madre me dijo que te habías marchado de la ciudad. Pensé que... no sé... que si te encontraba y las dos denunciábamos... acabaríamos con esto. Pero nunca volví a verte.

—Pensé que me odiabas —le dije con un hilo de voz.

—No puedo odiar a alguien que no tiene la culpa de nada.

No supe qué decirle. No esperaba que la conversación fuera así. Me había preparado para cualquier cosa mala, pero no por ninguna buena.

—Pero vi que metieron a su padre en prisión —añadió Abigail—. Una lástima que a él no, pero algo es algo.

—Sí... yo también vi algo de eso...

—Al parecer, alguien filtró los documentos a la prensa. Menudo héroe.

—O equipo de héroes —murmuré.

—Supongo —Abigail sonrió, como si ahora estuviera más aliviada—. Me alegra ver que lo has superado, Mara. Yo... he tardado unos cuantos años en hacerlo. Después de lo que pasó, empecé a tener sexo compulsivamente con todo el mundo. Y no te puedes imaginar lo sucia que me sentía después. Abandoné mis estudios, mis padres se... se pusieron furiosos conmigo... pero hace dos años empecé a ir a terapia. Y me ha ayudado mucho.

Era curioso cómo dos personas podían reaccionar tan distinto a una misma situación. Le dediqué una pequeña sonrisa.

—Te ves muy bien —le aseguré.

—Hace dos años me metí en una formación profesional de estética y peluquería —me dijo, algo ilusionada—. Mis padres decían que estudiar eso era una pérdida de tiempo, pero encontré trabajo nada más terminarlo. Ahora trabajo en un salón de belleza. Si alguna vez quieres venir...

Se sacó una tarjetita del bolsillo y me la dio con una gran sonrisa.

—Puedo hacerte las uñas gratis o algo así. Me hace ilusión que te pases y veas que ahora trabajo ahí —de verdad parecía ilusionada—. ¿Y tú qué? Te ves genial, seguro que al final te hiciste escritora profesional o algo así, ¿no?

Estuve a punto de decirle que no. A punto. Pero al final, no sé por qué, empecé a asentir con la cabeza.

—Estoy escribiendo un libro.

—Eso es genial —me aseguró—. ¿De amor? Dime que es de amor. Me lo compraré aunque no lo sea, pero si lo es lo haré con más ilusión.

—Tiene amor —confirmé.

—Oh, perfecto —Abigail pareció entusiasmada—. ¿Cuándo sale? Te compraré alguna copia. Seguro que a mis padres también les hace ilusión saber que al final pudiste dedicarte a escribir.

—Todavía... no tengo fecha de publicación. Estoy pendiente de lo que diga la editorial.

—Que le den a la editorial, aquí a estrella eres tú y tú decides.

—¡Abby!

—Es verdad —hizo un gesto con la mano y miró a su alrededor—. ¿Has visto a los demás, por cierto? Tienen la misma cara que hace cinco años. Es como una película de terror.

—No están todos —murmuré.

—Bueno, hay algunos a los que no he invitado por motivos obvios.

Sonreí un poco, pero la sonrisa se me borró cuando añadió:

—Ah, Drew también está por aquí.

—¿Drew? —la miré, fingiendo que estaba muy tranquila—. ¿Drew mi exnovio?

—El único que conozco, Mara.

—Bueeeno... eeeh... ya lo he saludado.

—No seas mentirosa. ¿Quieres que vaya a hablar con él?

En cuanto vi que iba a alejarse, le alcancé la muñeca y la detuve.

—¡Me odia! —mascullé.

—¡Deja de pensar que todos te odiamos!

—No lo entiendes, él lo hace de verdad. ¡Me lo dijo!

—¡Pues entonces es porque no sabe lo que pasó! Yo se lo digo.

—¿Eh? ¡No, espera! ¡Abby! ¡ABBY!

Pero me ignoró. Vi con horror que salía correteando sobre los tacones para llegar al otro lado de la sala, donde mi exnovio hablaba con un grupo de chicos con una cerveza en la mano. Casi me dio un infarto cuando Abigail lo apartó e hizo que se inclinara para decirle algo al oído. Oh, oh.

En cuando vi que Drew me miraba, pasmada, empecé la misión de escape.

—Vale —me acerqué a Lisa y Russell, que seguían comiendo—, es un buen momento para irnos.

—¿Qué ha pasado? —me preguntó Russell, confuso.

—¡¿Te has cruzado con el malnacido?! —casi chilló Lisa.

—¡No! No pasa nada, solo quiero... mierda.

Lisa y Russell se giraron para seguir la dirección de mi mirada. Drew se acababa de detener justo detrás de ellos y me miraba fijamente con los ojos muy abiertos.

—Hola, Drew —murmuré, avergonzada.

—¿Quién eres? —le increpó Lisa—. Mantén la distancia o te doy con un canapé en la cara.

—¡Lisa! —Russell intentó no reírse.

Pero Drew los ignoró a los dos y se acercó a mí con el ceño fruncido.

—¿Es verdad? —me preguntó directamente.

Dediqué una mirada un poco nerviosa a Russell y Lisa antes de volver a mirarlo y encogerme de hombros.

—¿El qué?

—Lo que me ha dicho Abigail.

—Eh... no sé... puede haberte dicho muchas cos...

—No te hagas la tonta, Mara, ¿es verdad o no?

—Oye —interrumpió Russell—, háblale bien. Y apártate un poco.

—Esoooo —le dijo Lisa, entusiasmada al ver que me defendía.

Drew les puso mala cara, pero al menos se separó un poco y volvió a mirarme.

—¿Lo es?

—Sí —admití por fin.

Él se quedó mirándome con una expresión algo confusa antes de parpadear y fruncir el ceño, enfadado.

—¿Y no me lo dijiste?

—¿Me habrías creído?

—¡Pues claro que sí!

—Los dos sabemos que eso no es verdad.

—Joder, Mara, llevo años pensando que tú... que él... bueno —se pasó una mano por el pelo—. No me puedo creer que no me lo dijeras.

—Bueno, ahora lo sabes, ¿no?

Drew suavizó un poco la expresión, mirándome.

—Seguí siendo su amigo durante años y nunca dijo nada —murmuró amargamente—. No me puedo creer que haya sido amigo de una persona que... bueno... una persona así.

—Todos cometemos errores, Drew.

Él suspiró e hizo una pausa que pareció eterna antes de por fin apartar la mirada, sacudir la cabeza y decir las dos palabritas mágicas.

—Lo siento.

Di un paso hacia él, entrecerrando los ojos.

—¿Cómo dices? No te he oído bien.

—Que lo siento. Yo... eh... sé que intentaste decírmelo. Pero...

—...no te la creíste —lo increpó Lisa, que había estado escuchando todo atentamente junto a Russell.

—No interrumpas o nos echarán —le masculló él.

—Vale, no quise creerte —admitió Drew al final—. ¡Pero tú tampoco me lo dijiste directamente!

—¡Porque te pusiste a insultarme!

—¡Porque tú te pusiste a decirme que mi mejor amigo y tú...!

—¡VALE! —lo corté en seco, levantando las manos en señal de rendición—. Los dos somos idiotas. Eso está claro.

Drew pareció un poco ofendido por haber sido llamado idiota, pero como yo también me incluí, lo toleró y asintió con la cabeza, muy digno.

—Pero ahora al menos sabemos la verdad —añadí en tono conciliador—. ¿No?

—Supongo.

—Entonces, ¿podemos dejar de hablar de esto y hablar de... cualquier otra cosa?

Drew dudó antes de asentir. Hubo un momento de silencio incómodo antes de que me mirara con un poco de desconfianza.

—¿Dónde está tu novio?

Vale, eso no lo esperaba.

—¿Eh?

—El chico ese con el que estabas la última vez que nos vimos.

—¿Mi hermano? —saltó Lisa al instante, muy atenta.

—Aiden está... eh...

Espera... Aiden.

¡Mierda, Aiden!

¡Se iba hoy! ¡Le había dicho que me despediría de él! ¿Qué hora era?

A Drew casi le dio un infarto cuando me lancé sobre él y le giré la muñeca para mirarle la hora en el reloj.

—¿Qué...? —empezó.

—¡MIERDA!

Me puse a mirar a mi alrededor como una loca y los tres se quedaron mirándome con aire sorprendido. Al final, le quité la copa a Lisa —que todavía ni siquiera había empezado— me la bebí de un trago, le devolví el vaso vacío y salí corriendo de ahí.

Eres experta en huidas dramáticas.

No fue hasta que estuve fuera que me di cuenta de que no tenía medio de transporte. Miré a mi alrededor, desesperada, y surgió mi oportunidad de oro cuando vi a uno de mis antiguos compañeros subirse a su coche.

Sin pensar en lo que hacía, me subí al asiento del copiloto.

Él, que se estaba poniendo el cinturón, no se dio cuenta de que estaba ahí hasta que levantó la cabeza. Soltó un chillido y dio un respingo, asustado.

—¡¿Qué demonios...?!

—¡Acelera! ¡Tienes que llevarme a un sitio!

—¿Yo?

—¡Sí, tú! ¿Ves a alguien más por aquí?

—E-eh... no, pero...

—¡Vamos, es importante!

—¡Pues pídete un taxi, no sé!

—¡QUE ACELERES!

Él dio un respingo, pero para mi sorpresa pisó el acelerador.

Mientras empezaba a avanzar, saqué el móvil del bolsillo de la chaqueta. Me temblaban las manos de los nervios.

—¿Puedo preguntar dónde vam...? —intentó preguntar él.

—¡Sht! —me llevé el móvil a la oreja—. Vamos, vamos, responde.

Esperé a que Aiden respondiera al móvil, pero no lo hizo. Maldije en voz baja y me pasé una mano por la cara.

—Mierda, no me responde —le dije al chico con toda la confianza del mundo.

Él carraspeó, incómodo.

—A lo mejor está ocupado. U ocupada. No sé qué es.

—Ocupado. Volveré a intent... ¡GIRA A LA DERECHA!

Él giró el volante tan rápido que casi salió volando del asiento mientras yo volvía a intentar llamar a Aiden.

Tampoco me respondió.

—¡Aiden, espérame! —dije bruscamente cuando saltó el buzón de voz—. Escúchame, todavía... ¡todavía no te vayas! Estoy de camino, ¿vale? Necesito hablar contigo, es muy importante. Solo... espérame, ¿vale? Espérame.

Colgué el móvil y me quedé mirando al frente, muy nerviosa. El chico me miraba de reojo.

—¿Puedo preguntar una cosa?

—¿Qué cosa? —mascullé.

—¿Este no será ese momento dramático al final de las películas románticas en el que la protagonista se arrepiente de no haberse ido con el chico y va corriendo al aeropuerto para marcharse con él y tienen un final feliz donde se van por el mundo juntitos?

Puse una mueca.

—Para empezar, esto no es una película.

—No, es un libro.

—¿Eh?

—¿Eh?

—¿Qué dices?

—Nada, sigue.

—Para seguir... —hice una pausa—. Dios, ¿debería irme con él?

—No sé, no me acuerdo ni de cómo te llamas.

—¿Tú qué crees? —lo ignoré—. Sé que no está bien, pero una parte de mí... quiere irse con él.

El chico suspiró.

—Lo sabrás cuando lo veas.

—¿Eh?

—Cuando lo veas con las maletas sabrás si quieres irte con él o no. Lo sabrás al instante. Es como cuando tienes que decidir algo lanzando una moneda al aire. Siempre hay algo que te apetece más. Si lo que sale te decepciona, es que la otra opción es la que quieres de verdad.

Me quedé mirándolo, pasmada.

—Vaya, chico del coche... eres muy sabio.

—Gracias.

—De nad... ¡GIRA A LA IZQUIERDA!

Cinco minutos más tarde, aparcó el coche delante del edificio de Aiden y yo salí apresuradamente. Lo escuché gritar que lo agregara en Instagram para contarle cómo había ido el drama, pero yo estaba muy ocupada para responder.

Tenía una misión.

Entré en el edificio con la respiración acelerada de haber estado corriendo con los botines de tacón. El vestíbulo estaba vacío a excepción del portero, que se quedó mirándome con cara de sorpresa.

—¡Solo será un momento! —le aseguré enseguida.

Él abrió la boca para decir algo, pero salí corriendo a las escaleras antes de que pudiera detenerme.

¿Escaleras? Aidensito estaría orgulloso.

Para cuando llegué al piso, tenía la respiración hecha un desastre, pero aún así me arrastré a mí misma por el pasillo hasta detenerme delante de su puerta.

Vale, la hora de la verdad.

Como había dicho el chico del coche... lo sabría cuando lo viera.

Sabría si quería irme con él o no.

Llamé al timbre con el corazón acelerado por los nervios, la emoción y una enorme mezcla de sentimientos en el interior que fue aumentando a medida que pasaban los segundos y no escuchaba que Aiden se acercara a abrirme la puerta.

—Vamos, ábreme, por favor —supliqué, llamando otra vez al timbre.

De nuevo, pasaron los segundos y nadie respondió. Apoyé la frente en la puerta, frustrada.

—¡Aiden, traigo tu discurso cursi! —chillé, a ver si eso funcionaba para sobornarlo.

No tuve respuesta, pero lo que sí tuve que hacer fue apartarme porque la puerta se abrió con el peso que había apoyado en ella. La miré, sorprendida, y me di cuenta de que no estaba cerrada.

Oh, por fin un poco de suerte.

Abrí del todo y entré en la casa con el corazón acelerado, pero noté que se me detenía un momento al darme cuenta.

Al darme cuenta de que Aiden no estaba.

De hecho, sus cosas ya no estaban, ni sus maletas, ni sus muebles, ni su escasa decoración... todo estaba vacío.

Miré a mi alrededor, notando que me zumbaban los oídos, y mi mirada fue a parar sobre la barra de la cocina. Encima solo había una cosa. Su móvil. Con todas mis llamadas perdidas.

—Se ha marchado hace una hora, señorita.

Me giré hacia el portero con el móvil de Aiden en la mano. No sé cómo me veía, probablemente destrozada, pero él me miraba con lástima, como si no supiera qué decirme para consolarme.

—¿Se ha... ido? —pregunté con un hilo de voz.

—Ha estado esperándola —murmuró, agachando la cabeza—. De hecho, ha esperado en la entrada del edifcio durante una hora entera, pero al final...

—Se ha creído que no vendría —murmuré con los ojos llenos de lágrimas.

El portero asintió con la cabeza mirándome con cierta lástima.

—Me ha dicho que me deshiciera de todo lo que queda por aquí —añadió—. Si quiere llevarse algo...

—Gracias —murmuré, sorbiendo la nariz.

Él asintió con la cabeza y dio un paso atrás para marcharse, pero se detuvo cuando volví a mirarlo.

—Una cosa más —murmuré.

—¿Sí?

Dudé un momento, mirando su móvil, antes de volver a girarme hacia él.

—¿No ha... no ha dicho nada más?

El portero lo pensó un momento antes de abrir mucho los ojos y rebuscar en su bolsillo.

—Me ha dado esto para usted. Me ha dicho... que si pasaba por aquí alguna vez se lo diera.

Me metí el móvil en el bolsillo y me acerqué, casi desesperada. El portero me dio el papelito y me dejó sola, a lo que yo me quedé mirándolo sin atreverme a abrirlo.

Al final, respiré hondo y abrí el papelito con las manos temblorosas. Había unas cuantas frases escritas de forma apresurada, pero reconocía perfectamente la letra de Aiden. Y unos cuantos billetes. Fruncí el ceño, confusa, y empecé a leer.

No te pongas de mal humor por el dinero y ni se te ocurra intentar devolvérmelo o me cabrearé.

Es lo justo para que compres una máquina de escribir nueva.

Lisa me dijo que te habían devuelto los muebles y sé que quieres a Patty, pero yo creo que ya va siendo hora de que sus días de trabajo concluyan. La pobre ya ha cumplido con toda una vida de deber.

No te culpo por no haber aparecido, Amara. Si un loco que acaba de dejar su trabajo me hubiera ofrecido irme con él a recorrer el mundo, yo tampoco lo habría visto como la opción más inteligente del mundo.

No quiere decir que no vaya a echarte de menos. Aunque creo que eso ya lo sabes.

Estaré pendiente de las librerías para ver cómo triunfas publicando algún libro.

Con esa mente sucia que tienes, espero que ese libro tenga cosas pervertidas.

Te desearía suerte, pero los dos sabemos que el único que la necesita es cualquier pobre desgraciado que intente meterse en tu camino.

Te echaré de menos, pero me alegra que hayas sido capaz de hacer lo correcto por los dos.

Siempre eres capaz de hacer lo correcto, aunque duela.

Creo que por eso me enamoré de ti.

Y creo que por eso voy a seguir enamorado de ti aunque ya no estés conmigo.

Adiós, Slytherin.

PD: Te he dejado un regalo en la cocina, espero que sepas apreciar su grandeza.

Levanté la mirada de nuevo, pasándome el dorso de la mano por debajo de los ojos, y me giré hacia la cocina. La única cosa que había, encima de una de las encimeras, era una bolsita. Me acerqué a ella y la abrí, con ganas de llorar.

Casi empecé a reírme cuando vi que era su colección de Harry Potter.

Capullo engreído.

Volví a casa andando, con la bolsa con las películas y el móvil de Aiden en el bolsillo. Me sentía devastada, como si hubiera tomado la peor decisión de mi vida. De haber podido volver atrás en ese momento, me habría ido de esa fiesta mucho antes, habría saltado a esa caravana con Aiden y me habría perdido con él en la carretera. Donde fuera. Con él.

Llegué a mi edificio medio congelada y con el maquillaje corrido de haber estado llorando. Era... una vista bastante curiosa.

Pero más curioso fue ver a Alan, mi compañero de trabajo, el pesado que siempre hablaba de su exmujer... delante de mi puerta con una pajarita y un ramo de flores.

—¿Alan? —pregunté, confusa.

Él dio un respingo y se giró hacia mí. Al ver mi aspecto, abrió mucho los ojos.

—E-eh... hola, Mara... eh...

Se interrumpió cuando mi madre abrió la puerta y lo miró con una gran sonrisa.

—Ya estoy lista, mi amor, ¿nos vamos?

Apenas había terminado de decirlo cuando se dio cuenta de que yo estaba ahí. Y nos quedamos mirando los tres entre nosotros durante un instante, haciendo que todo se volviera más incómodo a cada segundo que pasaba.

—¿Estás... saliendo con mi madre? —le pregunté a Alan con voz chillona.

—Pues sí —dijo mi madre, muy digna—. ¿Se puede saber de dónde vienes? ¿Está lloviendo o has llorado?

—No cambies de tema, ¡¿estás saliendo con Alan?! ¡¿Qué demonios?!

—Oye, es un hombre muy apuesto.

—Sí, si la tristeza perpetua te parece atractiva...

—¡Yo soy muy feliz! —chilló Alan, enrojeciendo.

—Espera —lo señalé—, ¿por eso me espiabas? ¿Para pasarle información a mi madre sobre lo que hacía?

Intercambiaron una mirada de pánico, por lo que supe la respuesta enseguida.

—Tenemos una reserva en un restaurante y llegamos tarde —improvisó mi madre de repente.

—¡Eso no es...!

Pero salieron corriendo antes de que pudiera detenerlos, los cabrones.

Entré en casa agotada y dejé la bolsa en el sofá antes de meterme en el cuarto de baño. Me di la ducha más larga de mi vida y cuando terminé me puse mi pijama favorito.

Los siguientes días pasaron muy despacio. Cada día me arrepentía más de lo que había hecho. Era como si me hubiera arrancado una oportunidad a mí misma. Y sentía que la gente a mi alrededor no se daba cuenta. Como si el mundo entero siguiera girando para todos menos para mí.

Honestamente, llegó un punto en el que pensé pedirle a Lisa que me pasara su nuevo número de teléfono. El de Aiden.

Pero, entonces... me di cuenta de que eso no era lo que necesitaba.

No. Había tomado una decisión. Había tomado la decisión de estar conmigo misma. Y era lo que iba a hacer.

Esa noche, después del trabajo, me gasté el dinero que me había dado en una máquina de escribir nueva. Le di un beso a Patty antes de dejarla sobre uno de los muebles, como si fuera una reliquia incalculable, y colocar a Patty II en la mesa.

Intenté escribir, pero no se me ocurrió nada.

Al día siguiente, por algún motivo, se me ocurrió ver la primera película de Harry Potter.

Quizá... quizá no estaba tan mal.

Puede que me las viera todas en una semana.

Puede que me comprara los libros y los leyera todos en otra semana.

Y fue justo en ese momento, en el momento en que cerré el último libro tras haber leído la última frase... que lo dejé todo y me metí en la habitación. Me senté delante de la máquina de escribir y coloqué el papel en el lugar correspondiente.

Estuve a punto de empezar a escribir sobre lo que me había pasado esa noche. Sobre todo lo que había sufrido. Sobre todo lo que había pasado hasta llegar a este momento.

Pero... entonces me di cuenta de que eso no era lo que quería que la gente viera en mí.

No quería que la gente viera solo lo malo que me había hecho esa persona, quería que me viera feliz. Que me viera superándolo, no sufriéndolo.

Y solo se me ocurrió una cosa que me hubiera hecho feliz, que representara bien lo que había sido para mí salir de ese pozo en el que me había hundido a mí misma durante tantos años.

Mi capullo favorito.

Y todas las tardes que habíamos pasado juntos.

Sonreí al pensar en él y, al instante, supe que no podía escribir de nada que no fuera él. Así que empecé a teclear.

Y lo primero que tecleé fue el nombre de la historia.

Tardes de otoño


Continue Reading

You'll Also Like

1.1M 10.6K 8
Después de haber pasado todo los obstáculos de adolescentes de diecisiete y dieciocho años; como infidelidades, escándalos y malos entendidos. Niall...
1.5M 107K 82
Becky tiene 23 años y una hija de 4 años que fue diagnosticada con leucemia, para salvar la vida de su hija ella decide vender su cuerpo en un club...
24.6M 2.9M 88
🔥Ganador de los premios Watty 2019🔥 (Los tres libros están incluidos, aunque los números sean un poco lío solo tenéis que leer todo seguido) ❤️Ya p...