Síndrome H .- (KurokoNoBaske...

By Ssomiel77

29.2K 2.7K 1.5K

-OMEGAVERSE- Durante la 2da Guerra Mundial, el gobierno de Japón, en un esfuerzo de fortificar su armada, env... More

Sorpresas
Te encontré
Mi Amigo
Fragancia
Lentamente
Me Envuelves
Dulce Tacto
Señales que Duelen
Resplandeciente
Despertar
Naturaleza Primigenia
Serendipia
Caótica Magia
Evanescer
Sonrisa
Por favor

Miserable

1K 91 94
By Ssomiel77

"Me haré la idea que te soñé — dijo — Porque la verdad

es que te conozco de vista desde hace mucho tiempo,

pero me gustas más cuando te sueño. 

Entonces hago de ti lo que quiero. 

No como ahora que, como tú ves, 

no hemos podido hacer nada".

Juan Rulfo -.

Tundra Siberiana - 21 000 años a.C.

Hubo un lugar, cerca del fin del mundo, a la sombra de las grandes montañas siberianas, donde seres fantasmales emergieron para hacerse leyenda. En parte reales, en parte imaginarios. Sus recuerdos se arremolinaron en los bosques como gritos ahogados, y la sangre derramada a su andar por la tierra alimentaron la nieve por generaciones.


Allí uno se perdía entre la confusión de dónde terminaba el cielo y comenzaba el hielo.


Era pues, en la época de su génesis, en aquel mundo primigenio solo existían enormes cumbres heladas que franqueaban como murallas -las primeras que el hombre conoció -; bosques laberínticos y encrucijados cuya inmensidad se confundía en lo siniestro; e interminables páramos congelados cubiertos de nieve, extendiéndose al horizonte.


Un mundo sumergido en una eternidad blanca y fría.



 Pero esas condiciones extremas no fueron obstáculo a que la vida se abriera. Los que nacieron se adaptaron a las inclemencias; al viento, al frío, a la soledad que surge del esfuerzo constante por la supervivencia, y fue gracias a esa miseria helada que pudieron alzar la dominancia de su raza con coraje; heredando ese legado de lucha salvaje y primitiva a sus descendientes.

Porque allí, en ese mundo gélido y desolado, uno debía pelear para sobrevivir. 


Fue así que el hombre de piedra se aventuró a esa basta tierra dormida y glaciada. Anduvo por ella en un peregrinaje nómade con rumbo hacia sus confines, con el temor a sus espaldas de una presa siendo acechada; buscando sin hallar;  conociendo sin saber; sobreviviendo sin vivir.

Siempre al borde de la extensión, las dificultades definiendo sus destinos. Pues eran ellos, los hombres, la presa y la carroña; el alimento para las bestias o una nueva duna nevada. Pero su codicia por lo desconocido era mucho más grande, y su instinto de hombre salvaje los empujaba hacia adelante.

Su único camino era el que hacían al andar. 

Su única arma era el poder de sus mentes para la adaptabilidad. 


  

El hombre nómade supo que en la solitud radicaba su debilidad, y que sus fuerzas se multiplicaban con la unión.

 Formaron hordas, grupos humanos migrantes entre ese desierto helado; sus mentes se desarrollaron en sincronía a la naturaleza hostil que los rodeaba; y a pesar que sus habilidades no eran comparables con los grandes predadores, la manera inteligente en que empuñaron sus lanzas les brindo las posibilidades de defenderse a ser cazados.

Ellos se transformaron en cazadores.

Y el silencio fue el testigo de su paso; su compañía, el aliado en la caza.

El primitivo cazador entendió que, en esa tierra agreste; el silencio era el inicio, y también el final.

Allí, en los bosques de Siberia, la penalidad por emitir el mínimo ruido, podía ser la muerte



Hubo alguna vez, en los albores de la humanidad, un joven varón que en sus prematuros años como cazador, aprendió a percibir el silencio de manera distinta al resto de sus congéneres primitivos. 

Mientras para algunos el silencio era un mero intervalo de tiempo en suspenso; para él, significaba un recuerdo, un fragmento de memoria cargada de emociones abrumadoras y vientos furiosos. 

El silencio nunca le había dado confianza, era demoledor, muy desesperante. A su juicio, había distintos tipos de silencio y eran clasificables según el momento. Aunque mantenían esa esencia de quietud y expectativa, cada uno guardaba cierta distinción entre los otros, y solo podían ser usados para esa ocasión en particular. 

Por ejemplo, uno de ellos era el silencio que, mediante una seña de mano su padre le pedía que hiciera cuando salían de caza; si su respiración profunda o sus pisadas nerviosas hacían mínimo sonido, la delgada brecha hacia la muerte desaparecería. 

Otro silencio, era pues, el que quedaba al levantar las tiendas a la hora de marcharse, comenzando su viaje directo a lo inhóspito y a una muerte insegura. Al igual que las cenizas de fuego levitando el aire, flotaba la pregunta de cuántos sobrevivirían hasta encontrar nueva tierra nevada como hogar temporal. 

También existía el silencio de la respiración contenida cuando algún animal predador de esos bosques laberínticos emergía hacia ellos, rondándolos cerca; y la sensación de esperanza insatisfecha se generalizaba al observar como, tras desolarlos, volvían a perderse al bosquejal. Con uno de ellos muerto y sangrante entre sus dientes. 

Sin embargo, existía un silencio que se anteponía ante los demás. Un silencio cruel, tirano; un recordatorio constante de ser la raza más débil en ese mundo de piedra; que su salvajismo natural era completamente insignificante e inútil; y su supervivencia estaba supeditada a un ser, o mejor dicho, una omnipresencia que con su grandeza los humillaba


El clima



Era casi un ser vivo, con corazón y alma; poseedor de una fuerza implacable que no podías fiar, pues el destino de todo incauto sería el perecer.

Su padre decía que era un Demonio, y la neblinas de las cumbres era el aliento de su risa burlándose de ellos, de sus existencias y esfuerzos, de sus frustraciones y sentimientos... especialmente los de pérdida.




Allí, en los bosques de Siberia, la vida del hombre primitivo peligraba seriamente, en especial, cuando caía la noche.



Ahora, en ese lugar, el joven cazador observaba hacia el fondo; cómo aquel páramo blanco ennegrecía lentamente mientras la nocturna cernía sus sombras. Cada vez más sombrío; cada vez más desconocido...y entonces, el joven recordaba, reminiscencias de una infancia marcada por la pérdida.

Era el mismo viento frío y abrazador golpeándole la cara; el suelo mullido de nieve apiñada; la misma oscuridad de sombras escurridizas. Y el mismo silencio tirano y cruel  burlándose a sus espaldas; una risa mimetizándose en el pululante silbido del invierno siberiano.

Porque hay silencios que nunca se olvidan.


El silencio que ocupa el vacío, la ausencia; cuando en las cumbres debería resonar el canto de un madre a su hijo en la inmensidad.



Porque fue un Demonio quien le arrebató a su madre.



Aún lo recordaba, aún lo sentía vivo en la piel.


Ese silencio, tanto como en el pasado - hacía más de ocho años -  y el ahora presente traían consigo rumores de criaturas emboscadas. Aguardaban ocultos, cautelosos, espectros fantasmales acechando entre bosques sinuosos y  tinieblas nevadas. 


Mientras el viento susurraba con su voz de trueno alguna advertencia encriptada. Pero el cazador era demasiado infante e ignorante, y su condición salvaje le impedía entender la naturaleza de muchas cosas. 

Sin embargo, aunque su psicosis podía ser imaginaria, él sabía que, ese miedo invisible, era muy real. 

Hubo alguna vez, cerca al fin del mundo, demonios vigilantes que destrozaban los huesos en polvo.

Horas atrás un grupo de temerarios se habían aventurado a las faldas del bosque en búsqueda del alimento de esos próximos días. Nunca se aproximaban a las profundidades; el bosque era el corazón del demonio, el cual ellos, el hombre, tenían prohibido tocar.

En ese grupo de temerarios, su padre incluía. Era el líder de la horda, y también su única familia. Mas el joven cazador permaneció ahí, mirando la profundidad, esperando alguna señal, nada más que escuchar lo que lleva y trae el viento .

A lo lejos, tras esas tinieblas, una silueta tambaleante se armaba y desdibujaba con la misma rapidez de la tormenta. Una silueta difusa y malformada, una mancha poco más oscura interrumpiendo ese horizonte penumbroso.

Entonces el joven cazador se dio cuenta que el destino del hombre era la miseria.  Pues la noche arribaba y exigía su tributo.


Cinco cazadores perecieron. Solo dos sobrevivieron.

Y por la misericordia de quien aún los protegía, su padre vivía.

El joven cazador sintió calma y descanso, su padre estaba vivo, eso era suficiente. Pronto ambos hombres arribaron a las tiendas; y con el fuego de la hoguera iluminándoles medio cuerpo, bastaba un solo vistazo para entender la desolación que sufrieron. Sangre seca ensuciando sus manos,  humillación curtiendo sus rostros. Entonces las mujeres de deshicieron en llanto, cuyos gritos reverberaban por sobre la brisa huracanada la crudeza del dolor.

Sin embargo había algo más, algo que nadie notó debido a las emociones afligidas. Esa apariencia malforme que la neblina dibujaba a la distancia era porque, a sus espaldas, escondidos bajo sus ropajes, ambos cazadores sobrevivientes llevaban una carga.


Eran dos niños.


Por el respeto al duelo de las mujeres no se les pidió encargarse de los infantes, y su padre los llevó a la seguridad de su tipi. Allí, mientras el líder trataba de prender con las piedras un pequeño fogón, al joven cazador lo agitó una gran curiosidad por saber quiénes eran aquellos foráneos: le traían extraños recuerdos del pasado, como si se viera reflejado él mismo en ellos. 

Era muy extraño ver niños andar a sus anchas en la Tundra; quizá provenían de otra horda que buscando refugio fueron a parar - desgraciadamente - al bosque, al corazón del demonio; cuyo final fue la desolación y dos niños huérfanos y semimuertos.

Por otro lado, ambos menores seguían escondidos bajo los abrigos de piel, y a pesar que no podía verlos debido a la oscuridad de la tienda, sabía que igualmente, lo miraban a él.

— ¿Cómo se llaman? — preguntó el joven cazador, arrodillándose a la altura de esas dos extrañas criaturas.


Forzándose a verlos entre penumbra, a simple vista, a penas superaban el octavo año de vida. Pero para su asombro, casi al momento que se acuclilló, uno de los niños puso su cuerpo de barrera al otro detrás suyo, quien también escondido, asió sus manos al brazo de su protector.

Entendió. El joven cazador entendió aquellas reacciones defensivas. 


La Tundra no era lugar para débiles; su impiedad forjó con mano dura el temple del hombre haciéndolo desconfiado, ya sea de los bosques o la nieve, de su sombra, incluso de su propia gente.


 Pero también, le enseñó al hombre a ser resiliente.

 Así, el joven cazador los miró con empatía, nostalgia, y les sonrió con la cordialidad de quien reconoce a un amigo.

- No les haremos daño, tranquilos - alzó ambas manos en señal de paz - Están a salvo aquí, yo soy... 


Calló


¿Acaso esos niños si quiera lo entenderían? Sus lenguajes debían distar, o quizá ni tenían idioma. 

Sin embargo, antes que desechara sus esfuerzos, uno de ellos habló



— Alfa —dijo una voz recelosa, un niño varón  — Me llamo Alfa — y tomando la mano que le sostenía del brazo, la entrelazó con la suya  — Ella es Omega, mi hermana.
 

Hermanos

Entonces aquella niña, sintiéndose más protegida, salió de su escondite —¿Y tú? — habló Omega con su voz de algodón, dirigiéndose al joven cazador.

El aludido no salía de su asombro, que los infantes conocieran su lengua significaba que compartían parentesco étnico, tal vez hasta sanguíneo; probablemente derivaban de un antepasado que se separó de la horda años atrás.  

—Tu nombre — insistió Alfa. Si bien no veía su rostro, identificaba discordia en ese tono provocador y desafiante.





Sin siquiera conocerse o verse cara a cara...

 Alfa no le tenía miedo.

  

Al joven cazador lo asaltaron una ola de emociones y pensamientos contradictorios. Entonces sufrió una revelación, una especie de epifanía; descubrir que su mundo había estado, por mucho tiempo, limitado y restringido debido a sus miedos, a sus inseguridades humanas...a su cobardía; y solo aquellos quienes eran capaces de cuestionarse el origen o destino de las cosas podrían abandonar su ignorancia, hallando un mundo mucho más ancho...y también ajeno.  

¿Qué había más allá de los boques¿De dónde venían esos niños? ¿Qué le pasó a su gente? ¿Cómo sabían su lengua? ¿Cómo se mantuvieron vivos? ¿Porqué ellos vivían y los cazadores murieron? 


¿Quiénes eran?




Finalmente, un ruido chisporroteante se oyó; padre logró encender el fogón. 

Una intrusiva ráfaga de viento se escabulló por la abertura de la tienda. Aquel vendabal frío barrió el interior con violencia apagando el fuego recién prendido, volviendo a la oscuridad. Más ese breve instante de lumbre que cundió con luminosidad, ese mínimo segundo, por primera vez, el joven cazador pudo ver claramente a esos niños, y debido a su proximidad, vio sus rostros.




Sus ojos...

Centellantes como dos relámpagos; proféticos como los bosques de donde vinieron. Sus ojos diestros se asemejaban a los del cazador, ese color oscuro propio de la tierra húmeda, de las raíces de los árboles, de las rocas en las cumbres. Pero, en los siniestros, era el color del rayo que parte la tormenta; del mar que se estrella contra peña... del color del cielo que contempla sus miserias. 




Unos sobrenaturales ojos de distinto color. 





Del cielo y de la tierra. 



Y aunque ese momento el joven cazador no lo advirtió; en aquel fugaz instante, un nuevo tipo de silencio se irguió




El silencio de un destino iniciando







— Beta — dijo el joven cazador  — Mi nombre, es Beta. 


Hubo en un lugar, cerca al fin del mundo, donde se dio un encuentro predestinado el cual daría vida al sendero del futuro, el marcaje de una historia. 



La historia de la humanidad. 





Daría pie a ciudades enteras,  invenciones, ciencia, al arte e imperios. Pero también aperturaría la opresión,  enfermedad, la pobreza y, sobretodo, la guerra.  

Había una suave nostalgia en lo alto, colándose entre los nubarrones; una nostalgia casi respirable, se condensaba en las nubes tornándolas grises para luego caer pesadamente en gotas de lluvia. Aquellas nubes alfombraron toda la inmensidad del cielo nipón, oscureciendo las calles mucho más temprano de lo habitual. Si uno detenía su andar un segundo, podía sentir la pesadez de las gotas impactarle el rostro, para luego delinearles la mejilla en forma de  lágrima. Y tras apartar esa falsa tristeza, observando al final de la avenida, se dejaba ver una endeble franja rojiza al Oeste, muy a la lejanía, una pequeña línea de atardecer haciéndose cada vez más débil y cuyos matices escarlatas rasgaban dicha alfombra de nubarrones como si estuviera descosida. Un atardecer atrapado entre edificios y nubes, entre la oscuridad y lluvia, disputándose el último resabio de luz antes de caer la completa nocturna. 

E inmerso bajo la lluvia, valiéndose de un paragua, Kuroko observaba hacia el Oeste, cómo la gente y los autos iban hacia la profundidad de la avenida, perdiéndose al igual que aquella franja rojiza. Se quedó allí, mirando, sus ojos celestes tomaban nota del andar de apurado de las personas y su mente, en deriva, se distraía con el crepitar constante de la lluvia; que a esas alturas empezaba a arrullarlo causándole sopor. 

En realidad tenía muchos pensamientos en mente, una marea agitada arremolinada, una especie de conflicto interno entre sus ideas y sentimientos que no arribaba a nada, y eso le era frustrante. 

Pero como perfecto domador de sus emociones, prefería hacer omisión a esa murmurante voz interior, silenciándola, quedándose en blanco, sordo a su propia inestabilidad, mirando sin ver la calle frente suyo.

Era una técnica que Kuroko solía usar cuando se saturaba sobre pensando. Desconectaba su cerebro para canalizar sus sentidos en otra dirección, enfocándose en un solo objeto hasta colmarse de él, siendo la lluvia un gran soporte. 

Suspiró; cerrando los ojos un minuto, escuchando el rumor de la lluvia impactar el asfalto. Llevó su mano libre al corazón, masajeando con los nudillos superficialmente haciendo pequeños círculos.  Entonces volvió a abrirlos, muy despacio, sereno; sus ojos cerúleos centellaron con las luces blancas de los carros transitando, tornándolos más celestes y brillantes como dos pequeñas estrellas. Y aquellas estrellas se detuvieron a observar la línea rojiza, que ahora no era más profunda que una tenue pincelada mal hecha por un pintor, pero conservando aún su extraño encanto artístico. Esa débil pincelada, desvaneciéndose lentamente en la noche...como sus preocupaciones e inquietudes del día, de igual manera, también se iban.  

No obstante, en algún punto, después que el aire se le escapara en ese suspiro, el ruido mental fue agarrando su volumen habitual y, otra vez, volvían sus sentidos a conectarse con su cerebro, dando bienvenida a esos pensamientos sobrantes.

Había sido un día largo, muy agotador... más en el sentido emocional que físico, y ello lo traía cansado. Especialmente las últimas horas de los clubes, las cuales tuvieron acontecimientos fuera de lo normal rompiendo su rutina, sacándolo más de un susto y, eventualmente, terminando en la enfermería. 

Prevalecía en él una leve sensación mortificante apretándole el estómago en un nudo. Una escondida incomodidad que no lo dejaba tranquilo, y pronto su respiración adquirió un tono más profundo, como si le pesara el aire entrar a los pulmones y raspara la garganta. 

Esa sensación... de desequilibrio, de inquietud; el dolor de su muñeca que ahora mermaba...el fantasma de unas rasposas manos aprisionándolo con violencia, hasta quemarle la piel. 

Viró la cabeza a la mano que sostenía un lazo de su mochila, en la zona donde normalmente colgaría una bonita pulsera, se dibujaba las huellas de unos falanges que antes le sostuvieron con intenciones violentas


Haber sido acosado por ese Beta. 


O debería decir ¿Violentado sexualmente? 



Un escalofrío barrió su columna haciéndole temblar la mandíbula, y la oscura emoción del enojo agrió su paladar

Su nombre era Furuhashi Kojiro, cursaba segundo año; un ser asqueroso y conflictivo el cual ya tenía serios reportes de inconducta por hacer trampa en exámenes, amedrentar contra otros estudiantes o molestar a las chicas. Provenía de una Secundaria de dudosa reputación y una vez oyó a Hyuga-sempai comentar que, en secundaria durante un partido de basket, ese quipo fue responsable de la lesión de Kiyoshi-sempai en su rodilla. El tal Furuhashi se juntaba con un grupo de chicos también Betas e igual de perturbados, incluso habían expulsado a uno de ellos semanas atrás por tocamientos indebidos a una chica Omega. En resumen... chicos peligrosos; Betas frustrados de ser Alfas, pero con suficiente dinero para alimentar sus ego y los cuales no deseas cruzarte jamás ni tener problemas. 


Y Kuroko va a sacarle un diente.


Vaya manera de evitar problemas.  

No lo negaría; aun si su rostro no manifestara nada, a Kuroko le latía una abrumadora ansiedad sobre si tomaría represalias contra él. Como si de ahora en adelante debiera estar siempre a la expectativa o en defensiva, cuidando sus espaldas.

A pesar que Teiko no toleraba ese tipo de conductas reprochables en su alumnado, la realidad... "Antes que el Sol, más brilla el oro". ¿Verdad? Se preguntaba cuántos otros desafortunados omegas o chicas betas pasaron por situaciones tan denigrantes como esas, o mucho, mucho peores, y sus voces fueron silenciadas e ignoradas por el poder económico o social de sus agresores y la indiferencia de quienes se supone los protegen. 


Lamentablemente, algo no funcionaba bien en la sociedad. 


¿Si lo reportaba? ¿Lo denunciaba ante la oficina de social o el tutor? 

La oficina quizá tomaría nota pero ¿Qué más? Sería su palabra contra la otra, fácilmente tildada de falsa acusación, un malentendido o, la peor... una broma. 

Alzó la comisura de su labio en una sonrisilla amarga por su pensamiento; porque era lo cierto. Aquello que debería ser juzgado como una agresión de índole sexual, era solo "una broma". 



Basura pura.



No obstante, tras toda esa bola angustiante de problemas, de incertidumbre y leve temor; que ojos ajenos lo miraran con morbosidad cada que caminaba; en vez de sentirse desmoralizado o abatido...Tetsuya experimentaba una emoción desconocida cirniéndose en su pecho; una especie de seguridad que no se permitía saborear hace mucho tiempo; pero estaba ahí, calmando el torbellino de sus pensamientos. 



Se sentía poseedor de una mínima fuerza.



Valor.



La convicción en que todo, estaría bien... 

Porque sabía que el mundo aún quedaba empatía; que había una persona que lo miraba con ojos puros y sin prejuicios, sin etiquetas ni distinciones. Que lo trataba como un igual, como una persona más; aun cuando los diferenciaba una raza; un estigma; una sola palabra. Palabra que encerraba un insano mundo de prejuicios. 



Omega



O quizá...



Alfa

Luego, sonrió, ahora una sonrisa animada en su rostro. El nombre de esa persona escribiéndose en su mente...grabándose como tinta en un agradable recuerdo.

Kuroko se halló así mismo completamente agobiado, un callejón sin salida haciéndose más estrecho. Sin el valor para avanzar o el coraje de dar vuelta y encarar. Solo estancado; y un cúmulo de estereotipos apuntándole acusadoramente.



Al menos así fue, antes que Murasakibara apareciera.



Ese chico...tenía una rara propensión a aparecerse en los momentos menos esperados.

Le agradaba, le gustaba su compañía; parecía un buen muchacho, amable y considerado. No emanaba esa intimidante aura pesada de Alfa a su paso, a comparación de los demás Alfas que conocía, siendo eso tan contradictorio con su prominente estatura. Kuroko podía hablar con él sin sentir que debía estar en guardia o forzarse a ser más duro y frío antes de ser juzgado por omega y lo tacharan de débil. 

Era relajante, un respiro. Su aroma Alfa tampoco le molestaba en lo absoluto y, al parecer, Murasakibara no reaccionaba al suyo, sino ya le hubiera dicho directamente. Eso también le gustaba de él, su personalidad; era conciso, directo. No se andaba con rodeos al decir algo, pero sin llegar a ser tosco o apático.

Tetsuya se había topado reiteradas veces con la incómoda situación de descubrir algunos chicos olfatearla la espalda, mirándolo con indiscreción o acercárseles en el pasillo más de lo educadamente permitido invadiendo su espacio personal, buscando alguna reacción de su parte solo para divertirse viéndolo sonrojar. Kuroko quedaba sumamente indignado, siendo esa su única reacción junto al asco; pero, a las finales, no hacía nada.

Existía una errónea creencia generalizada que los Omegas se abochornaban cada que un Alfa pasaba a su lado debido a sus "sensibles instintos" fácilmente estimulables.

¿Disculpa? ¿Acaso vivían dentro de un anime Shojo para estar sonrojándose por cualquier ridiculez?  

No le comentó a Kagami al respecto, menos a Aomine, a pesar de tenerles la suficiente confianza para comentar tales temas. Sus soluciones - como casi siempre- serían enojarse y arreglarlo con violencia. Primero, le dijo a Momoi, quien era la más cercana a entender la situación por ambos ser Omegas. La muchacha apenas meció la cabeza y encogió los hombros apenada, diciendo que esas cosas pasaban a menudo, solo debía ignorar y seguir con lo suyo. 

¿Nada más? ¿Así de fácil agachar la cabeza? ¿Simple resignación?¿Qué pasaba con su enojo? ¿Se lo tragaba? A ese paso le daría gastritis tanto enrabiarse.

Si bien Momoi tenía un punto, respecto que algunas situaciones no merecían ni su atención o bilis. Pero no era razón suficiente para normalizarlas en lo cotidiano.

Casualmente, durante un receso, andaba junto a Murasakibara al comedor. Vio aproximarse en sentido contrario a uno de los tantos chicos impertinentes; sin embargo, esta vez, el susodicho ni siquiera lo miró o hizo amago de inhalar, como si se forzara a contener la respiración o el movimiento de sus pervertidos ojos hacia él, Kuroko. Entonces automáticamente lo supo; era por la presencia de su alto amigo Alfa a su lado. Ya cuando retornaron al aula, le manifestó lo sucedido en el pasillo y cómo él, indirectamente, lo había ayudado.   

Kuroko esperaba una respuesta convencional que daría todo muchacho: "No te preocupes" " Siempre te ayudaré"; o quizá  más agresiva "Quién te molesta", "Si vuelve a hacerlo, dime". 


Algo por el estilo.




Pero, muy por lo contrario...


<<  No digas eso, Kuro-chin.  Al decir que yo "te ayudé" estarías asumiendo que tú eres único responsable que te molesten. Simplemente, ellos no tendrían porqué hacerlo, y tú tampoco tendrías porqué tenerles miedo.  >>


Nunca lo había pensado así. Nunca se había detenido a reflexionar sobre ello sin que primero lo absorba su enojo. 

Sin darse cuenta, igual que Satsuki, Tetsuya caía en el error de normalizar.

Atsushi, en su condición de Alfa superior, le hizo ver que no existía distinción el uno con el otro; antes que Alfa u Omega, eran seres humanos semejantes, merecedores de respeto, y solo quien no pudiera comprender un concepto tan básico de valores morales, simplemente, no merecía llamarse persona, menos merecía portar el título de Alfa. 


Sí, eso era.


Exactamente eso.




<< Cómo pude olvidarlo >> pensó.





¿Cómo pudo olvidar su propia confianza? 



Kuroko exhaló un suspiro ensoñador, dejándose embargar de un agradable calorcito, guiado por el remanso de sus pensamientos y de tiernos recuerdos, atesorando más aún su creciente amistad con ese grandulón de cabellera malva. 

Mientras, esperaba tranquilamente afuera de una tienda combini, contemplando las calles empapándose, pintarse de ese singular brillo que deja la lluvia al caer matizando colores. Una sutil sonrisa dibujando sus labios haciendo rima con sus mejillas rojizas, y un tenue cosquilleo en su corazón adolescente. 

Sin embargo, por otro lado, más allá de sus emociones escondidas; afuera había un mundo que continuaba rotando y gente viviendo, cargando también, sus propias emociones conflictivas.

Y si tan solo Kuroko hubiera pestañeado dos veces seguidas, un clackson sonara más fuerte de lo permitido o una gota cayese en su nariz respingada; cualquiera de esas cosas lo habría despertado de su ensoñación haciéndolo tomar real consciencia. Kuroko habría girado a sus espaldas y vería curioso, a través del cristal, porqué su persona en mente demoraba tanto comprando y ya extrañaba su compañía.

Así, casualmente, casi como un accidente, descubriría que desde dentro, alguien más ya lo miraba a él; y no era su persona en mente.

Unos ojos de azul cobalto, profundos como la noche misma, dedicándole una mirada de difícil interpretación, de esas que no puedes saber qué vacío oculta. Quizás  pesadumbre o confusión; ironía podía ser; o también decepción... o tal vez todo junto, apretándose en la oscuridad azulada de sus iris. Ese alguien trataba insistentemente, bastándose con los ojos, recortar la distancia entre ellos  — que a esas alturas parecía acrecentar — ; perforar el cristal en trizas y polvo hasta poder alcanzarlo. Alcanzar a Tetsuya.

Más esa breve ilusión quedó allí. Solo allí. Siendo la realidad que Kuroko no parpadeó demás en ningún momento, ni un clackson sonó imprudentemente y tampoco una gota salpicó la punta de su nariz. Todo continuaba como antes, sin perturbación, el mundo seguía girando a su ritmo horario; apenas el ruido sordo de llantas raspando el pavimento, lluvia golpeando el plástico de un paraguas y Kuroko mirando al final de la calle, dándole espalda a esa intrusiva mirada.

Esos ojos cobalto seguían quietos en el Omega, permitiéndose observarlo tanto como pudiera; con el mismo noble sentimiento de quien contempla un hermoso atardecer, preguntándose si algún día lo volverá a ver, o, quizá, esa sea su última vez. 

Entonces, ese alguien exhaló un suspiro de notable agotamiento, de desánimo, de esos que se exhalarían al finalizar una carrera perdida.

Se dio cuenta que, por más que mirara sin remedio ni recato a Kuroko, esperando provocarle algún mínimo estímulo que le hiciera voltear o estremecerse, el Omega seguiría completamente indiferente a él; como siempre lo ha sido antes, y seguro, también después. 

Finalmente, rendido, apartó su atención del Omega y sacudió la cabeza espantando su bonita imagen mental. Luego, frunció el ceño, encogiendo toda su expresión facial en una mueca disgustada. Sus ojos noche apartaron todo indicio de anhelo que segundos anteriores dedicó a Kuroko y ahora reparaban en el muchacho Alfa que tenía al frente, quien llevaba una cesta de puras golosinas que solo comería un niño de cuatro años y cuya cuenta le saldría carísima.

Entrecerrando la mirada, afiló sus ojos como dos cuchillas, y le realizó un scanner visual de pies a cabeza al Alfa de adelante. Ascendiendo lentamente, igual a la serpiente que trepa el árbol; escudriñando con especial detenimiento cada ángulo y arista, desde la forma de su nariz o su manera de encorvarse, las arrugas del uniforme o su cabello enmarañado.



<< ¿Qué le ve? >> se cuestionaba, arrugando los labios en disconformidad.



Disimuladamente, aspiró el aroma ajeno, reteniéndolo unos segundos en sus fosas nasales. Por primera vez en su vida se detuvo a analizar el matiz aromático que caracterizaba a ese Alfa. Tantos años entrenando, conviviendo juntos y nunca se había detenido a pensar con seriedad a qué olía él o el equipo; simplemente se acostumbró a sus olores, los veía algo tan común como el olor del arroz; no profundizaba más allá de si apestaban o no, eso solo lo hacían los Omegas. Para un Alfa, olisquear a otro Alfa era una cuestión de orgullo muy delicada; aunque ello no eximía que no lo hicieran. De niños paraban oliéndose los cuellos, pero no con propósito de saber las notas de su aroma personal o disfrutarlo, mas bien era para entrenar la eficiencia de sus olfatos y presumir de los mismos.

Al crecer los niños, volviéndose adolescentes y por recomendación de sus padres dejaron ese juego infantil, pues fácilmente podría ser confundido o malinterpretado por "tener otras inclinaciones". Que un Alfa hallara atrayente el aroma de otro Alfa ponía en tela de juicio su propia virilidad.

Bueno, ese no era el presente caso. En sí, buscaba alguna diferencia del cual compararse y sentirse ligeramente superior solo para inflar su ego de Alfa. Aunque claro, no halló nada, porque en prima fase ambos eran Pura Sangre; sus fragancias eran naturalmente más exóticas y pesadas; el suyo era más picante por el matiz a Pimienta, el del otro más especiado por el Cacao. En segundo, ninguno se bañó saliendo del entrenamiento, portando la salinidad del sudor impregnada en la piel. Y tercero, no menos importante...era su amigo.



¿Acaso eso no se llama envidia?



<< Por qué >> se preguntaba, una y otra vez sin arribar a nada. Viró la mirada un segundo hacia la ventana donde seguía un Kuroko distraído, y después retornó al Alfa. Otra vez, una vez más, poniendo toda su concentración jamás usada, lo escaneó con ojos analíticos por si se le pasó algún detalle, un desatino en su aspecto físico o un lunar con vello del cual burlarse.

Nada.


No es que viera a su amigo como un ser perfecto o supremo, ¡Vaya que NO lo era! Sino, por lo contrario ¡Era la persona más ordinaria y común que podría existir! No era un alumno prodigio como Akashi. No era un intelectual como Midorima, o un chico popular como Kise. Tampoco tenía tanto talento en el basket comparándolo consigo mismo.


Podría perjurar que de su grupo de amigos, Murasakibara era el que menos sobresalía.


Sin alguna habilidad o don natural. Ni siquiera la suficiente fluidez de palabra para tener una conversación medianamente decente o de iniciativa para algo que no sea comer.


A excepción de sus 2.08 metros de altura claro.


Incluso su humor también dejaba mucho que desear. Su tono de voz engreída le era desesperante, solo superado por Ryota.

Sería el último en poder animar una fiesta, muy aburrido. Es más, teniendo un parlante en el oído era capaz de dormirse.

Entonces, nuevamente se preguntaba.


Por qué...





"Por favor, yo quisiera..." 







Mierda.


Ahí iba...de nuevo, reproduciéndose en su cabeza sin su permiso.

Le era inevitable a su consciencia el evocar esa misma escena, la tenía tan impresa en la memoria igual que tinta en papel. Ese preciso momento en que el espacio-tiempo se remeció en una sacudida. Una fuerza invisible alienando muchas cosas apropósito para orillarlo a ese instante de colisión, justo en su cara.



Esa voz, tan jodidamente familiar.





Esa boca, diciendo esas palabras.





Esos ojos, brillando con extraña premura.




Ese aroma, noble vainilla  tan...




Receptiva



Un latido. No. Un golpe, fuerte; frenético. Su ritmo cardíaco golpeando sus costillas y el eco pulsante retumbando entre sus oídos. 



Espera... 



¿Qué era esto? Este malestar... 


Entornó la mirada en sorpresa, entreabriendo los labios botando el aire en un suspiro silencioso. 

Una gota de sudor le recorrió la sien, delineado lentamente el hueso de la barbilla para caer a su ropa y los vellos de su nuca erizándose. Se empezó a sentir raro, expectante; se vio forzado a apoyarse de uno de los estantes cercanos con el brazo izquierdo, pues su corazón agitado irrigaba esa sensación adrenalínica y en cualquier momento podría desplomarse debido al subidón. Su cuerpo aumentó un grado su temperatura, y una jaqueca amenazaba querer azotarle la cabeza ¿Era fiebre? ¿Su celo? No, imposible, lo había tenido antes de iniciar las clases, aún le faltaban cuatro meses para pasarlo de nuevo.  

Pero... ¿Está intranquilidad? ¿Estaba enfermándose? De pronto, sintió que había mucha gente alrededor ¡Demasiada! Le estaban robando el aire, le dejaban sin nada; contenía las ganas de llevarse la mano al pecho y jadear como un animal. Tragó duro, su saliva amarga y la garganta rasposa. Observó a los lados del lugar, inquieto; sumando a él, solo contaba cuatro personas, pero la sensación de hacinación persistía. A su perspectiva, el combini era muy pequeño o se redujo en los minutos que llevaba allí. Así, huyendo de esa falsa aglomeración, elevó la cabeza hacia el techo donde colgaba un ventilador de hélice, y la luz blanca pegó su rostro igual a un flash eléctrico.

Una punzada, un zumbido. Su cabeza le dolió si le golpearan con un martillo.

Apretó sus ojos con la mano libre cubriéndose de la luz, tirando la cabeza hacia adelante y quedándose así unos segundos. 

No. No estaba bien. Definitivamente algo no andaba bien en él. Necesitaba un minuto, solo un maldito minuto y esta agitación pasaría.  

Si esto no era su celo, entonces ¿Qué? El entrenamiento fue normal, no se sobre exigió; no comió grasas ni azúcar en exceso. No entendía. Su estado tan descompuesto se asemejaba a las sensaciones que percibía tras sufrir un terror nocturno; esa violenta desesperación quemando su cuerpo, su palpito retumbando con más insistencia su pecho.

¿Se debía a las pastillas? Vivir con una parasomnia era complicado, no poder conciliar el sueño profundo sin que medie una pastilla o con la posibilidad que esa noche sufra un colapso. Tras su internamiento le cambiaron la receta - hace ya un mes -, pues en su último ataque su actividad motora se volvió agresiva estando dormido. Quizá su cuerpo aun estaba acostumbrándose a esa nueva fórmula y reaccionaba así ¿Verdad? Su doctor de cabecera les comentó que manifestaría cierta descompensación, una leve subida de temperatura al dormir, nada alarmante. O tal vez era alérgico al compuesto químico y recién se daba cuenta.  

Pero ahora estaba despierto, muy consciente,  y aún así su cuerpo experimentaba un efervescente sentimiento de incomodidad que lo enfermaba...era como si quisiera gritar y le estuvieran amarrando la voz impidiéndoselo.




" Yo quisiera que me marques... "




<< ¡Basta! >> se gritó mentalmente << ¡Mierda ya basta! >>.

Con los ojos aun apretados, jaló sus cabellos oscuros hacia atrás, tratando de espantar las sensaciones de vértigo que de repente lo invadieron y se mordió el interior de la mejilla para despabilar.

Y una extraña emoción que no comprendía empezó a anidar su pecho. Se incrustaba, picaba; algo que latía constante como un susurro, un sentimiento que se comprimía y a la vez desbordaba. Algo que lo hacía sentir...


— Miserable. 



Entonces, todo se detuvo. Todo volvió a la normalidad. 

Parpadeó, ligera conmoción de alguien que despierta de pronto.  La luz del local volvió a ser tenue e insípida y las paredes recobraron su anchura original. El aire volvió a abundar en la estancia entrando a sus pulmones con fluidez, y el ruido de su corazón fue disminuyendo su volumen, permitiéndole a sus oídos despejarse de ese molesto zumbido y a su consciencia retornar a la realidad. 

La crepitante lluvia al exterior; el pitido mecánico de la caja registradora; el bullicio urbano de los carros. Y su amigo hablándole a sus espaldas 

— ¿Qué? — dijo, su voz áspera tratando de responder sin toser y giró por sobre su hombro. 

— Eres un miserable — mirándole fijamente en una mueca despreocupada, su amigo repitió sus palabras. 

Aun desorientado, se restregó el rostro con ambas manos a fin de despertarse correctamente y exhaló un jadeo. Por alguna razón, ese adjetivo lo irritó de sobremanera; parecía que le estaban respondiendo una pregunta que lanzó al aire y cuya respuesta no le agradaba por ser errada...o porque era renuente a aceptarla como verdad, sintiéndose ofendido. 

Más repuesto, se irguió en su altura obviando su reciente malestar y giró por completo —¿Qué carajos hablas, Kise? 

Fue la voz de Ryota quien lo sacó de su trance, abduciéndolo de su estado meditabundo de nuevo al presente. Al parecer seguían haciendo fila para pagar en caja, dato que olvidó al perderse en sí mismo; y por la manera en que el rubio le habló estaban sosteniendo una conversación, la cual no escuchó ninguna sola letra; aunque eso era la menor de sus preocupaciones.

— Encima sordo — vaciló Kise negando la cabeza, dando un sorbo a su bebida energética que cargaba para luego enroscar la tapa tranquilamente. El rubio calló, e hizo amago de curiosear su celular solo para molestar a su amigo al ignorar su grosera pregunta; más este le miraba con insistencia y confusión al no entenderle, esperando una respuesta aclarativa. Y Kise reprimió su risa —  Te decía que eres un miserable, Aominecchi. ¿Por qué me hiciste pagar un batido si al final lo terminaste tirando? Encima ahora quieres que te pague tus papas, egoísta de mierda. Ni siquiera eres amable al pedirlo ¿Sabes que también tengo sentimientos? 

Kise finalizó su monólogo llevándose una mano al pecho simulando estar dolido. Aomine chistó, rodando los ojos. Una peculiar calma lo embargó al saber que el rubio no notó su estado de desorden mental para insultarlo por ello, solo tratándose de una malinterpretación de su parte — No te cansas de hablar. 

— Tengo mucho que decir.

— Dices pura mierda — siseó Aomine entre dientes, sin que lo llegaran a oír. Se apartó de la fila a un lado y el rubio avanzó un lugar. En realidad el moreno no estaba comprando nada, solo se "cercioraba" que Kise le comprara su encargo; o al menos, de eso se convenció.

Aomine paseó la mirada a su otro amigo  que continuaba en caja atendiendo su pedido. A Daiki le nacía un singular impulso desde alguna parte de su ser, una especie de necesidad de estar cerca a Murasakibara, supervisarlo, de estar en guardia, como si vigilara a un perro que en cualquier instante se largaría a morder algo.

¿Era por la descarada petición que oyó? ¿Por qué debió escuchar justo eso? Se los había cruzado cuatro calles atrás en el Maggi Burger. Estaban ordenando pedido con Kise cuando la lluvia los sorprendió, y en el trajín del momento, vio a Kuroko y Murasakibara refugiándose penosamente bajo el toldo exterior. 

Ahora que lo pensaba, justo interrumpió antes que Atsushi diera una respuesta o reaccionara mínimamente. Incluso Aomine tuvo mayor reacción que el pelimorado; y el batido de vainilla que compró con tal de ser cordial con Kuroko terminó ensuciando la entrada del fastfood, todavía debía pagarle ese desperdicio a Kise. 

Gruñó por ello, su humor agriándose. Se sentía completamente estúpido, ridículo, pero sobretodo... Aomine sentía su orgullo herido. 

Como si su amistad hubiera sido traicionada.


Y no había nada más peligroso que el orgullo herido de un hombre. 


¿Por qué Kuroko no le dijo? ¿Por qué guardarse algo tan importante como eso? ¿No confiaba en él? Lo admitía, llevaban poco tiempo conociéndose, casi tres meses pero Aomine creía que una amistad no era cuestión de cantidad, sino calidad. ¿No se suponía que eran mejores amigos? ¿O solo fueron las expectativas del moreno? 

Era muy contradictorio e inconsistente; en todo el tiempo compartido jamás imaginó que Kuroko estuviera atraído a Murasakibara de esa manera, parecían muy normales ¿Cómo se hicieron... amantes? Se conocieron ese trimestre y ... ¿tan pronto? O es que el Omega  sabía disimularlo muy bien, siempre mostrando esa actitud ingenua y sorprendida cada que un tema respecto al omegaverse saltaba a la luz; como si estuviera descubriendo recién el mundo y debían hablarle con pinzas. 

Sin embargo, para pedir semejante cosa significaba que, en realidad... ¿Kuroko mentía? ¿Todo fue una careta para hacerse desear como Omega? Si bien recordaba en una corta conversación con el menor, cuando le preguntó porqué ahora usaba el collar inhibidor y antes no, este simplemente le respondió "es complicado" y luego cambió el tema.


¿Una marca era menos complicado? Al parecer Kuroko entendía más de lo que aparentaba.





<< Tetsu-kun es un experto encubriendo sus emociones. También sus intenciones, y un día te sorprenderá >>




Pestañó, conmoción a la reminiscencia de esas palabras. Momoi le había manifestado aquello en la fiesta de Hayama.

Ella conocía a Kuroko desde infancia, prácticamente eran hermanos, incluso son vecinos. Por ende, si lo decía era por algo ¿Verdad? 


<< Suele fingir que todo va bien ante los demás. Su silencio es de doble filo, así que no te dejes embaucar, Dai-chan>>


Y Aomine tuvo una revelación, un atisbo de claridad mental, atando y desatando hechos del pasado en convivencia con el menor, relacionándolo con las presentes circunstancias.  Comenzó a tomar por cierta la frase "caras vemos...", arribando así a una posible conclusión.


¿Kuroko fingía? ¿Su amistad...era fingida? 




Su corazón, extrañamente, punzó.  

 Samaqueó la cabeza despejándose, no quería saturarse de pensamientos innecesarios ni ponerse a cuestionar su amistad con el peliceleste; pero le era tan inevitable hundirse en ellos. Aomine siempre fui lo más transparente y honesto posible porque veía en Kuroko ese "mejor amigo" de infancia que nunca pudo tener, alguien a quien depositar su confianza. Aunque, recordando, en todas las veces que se reunían, el moreno era quien mas hablaba, Kuroko solo guardaba silencio a su lado escuchándolo. 





<< ...Su silencio es de doble filo... >> 





¿Y en verdad lo escuchaba? Su cara tampoco decía mucho, siempre inexpresivo, siempre imperturbable, como si fuera de granito, frío y duro a las emociones; como si no sintiera nada ni se indoliera... mucho menos le importara. ¿Cuántas veces habrá hallado aburridas las confesiones personales del moreno?  ¿Cuántas veces se burló de él tras ese silencio? ¿Cuánto tiempo... le vio la cara de estúpido?

 Alterno su atención nuevamente a Kise, viendo como este llevaba en un brazo su bebida energética y  una bolsa de papitas. De un rápido manotazo, Aomine le arrebató una el snack haciendo sobresaltar al Alfa rubio. Si iban a seguir esperando, iría comiendo. 

— ¡Hey! Dame eso — refutaba Kise, intentando quitarle el snack - Aún no he ... 

— Igual las vas a pagar y me las comeré — cortó Aomine en posición de abrir el paquete y dándole espalda a Kise quien forcejeaba — No molestes rubia.

Tenía ese molesto nudo en la garganta, que a esas alturas se le hacía doloroso soportarlo. Tan solo quería deglutir algo sólido para así tragarse su propia angustia con preocupaciones incluidas.

— Argh  — Kise se llevó una mano a la frente, hastiado por la actitud del moreno. Siempre era lo mismo, aprovechándose las monedas que el buen Kise ganaba en sus pasarelas pidiéndole favores comestibles que nunca pagaba. Decidió cederle, por esta vez, el maldito snack — Porqué serás así Aominecchi, siempre tan bestia, te haría bien practicar modales — sin afán de seguirle el juego, retornó a su posición de la fila y viró la cabeza a la ventana de la calle, su mirada dorada quedándose allí — Ni si quiera era para ti, aprende a respetar.

 Y Daiki, a medio segundo de abrir el empaque, frenó en seco — ¿Ah? — miró al rubio con incredulidad por sobre el hombro — ¿Entonces quié...? — y siguiendo la misma dirección de donde observaba Kise, Aomine rápidamente entendió la situación.

Ah...Tetsu


¿Por qué últimamente todos sus dramas mentales llevaban ese nombre como título?

— Deberías aprender de Kurokocchi, él sí pide bonito y es agradecido — acomodó sus cabellos rubios detrás de la oreja y jugueteó con sus dedos el arete que tenía —  Aunque ahora no me pidió nada — habló en un bajo susurro, casi avergonzándose de su  voz y tímido al doble significado de sus propias palabras.



<< Pide bonito eh >> sobrepensó Aomine.


Entonces perdió todo apetito, y el nudo que asía su laringe se apretó mucho más. Daiki encaró a Ryota, pero antes de responderle con su acostumbrada vulgaridad verbal, con la boca abierta, la intención se le quedó a media garganta. Rindió cuenta, aunque hablara en su usual leguaje soéz, Ryota estaría completamente sordo a él.  

Su rostro felino de expresiones suavizadas,  sus ojos ambarinos destilando cierta ansia distante, fijos y absortos en Kuroko. Tal como el mismo Aomine lo estuvo minutos atrás, causándole pequeña gracia la hilarante coincidencia. ¿Acaso Tetsuya desprendía algún hechizo de falsa catarsis a quien lo mirara?  Probablemente no, pero Kuroko proyectaba un aura tan distinguida y fina que te ansiaba querer mirarlo solo un poco más.

Y nunca era suficiente. 

Aomine requirió dos clases enteras para poder retratar el rostro de Kuroko de manera clandestina, aquella vez en el Club de pintura; sin contar las horas extras ya en casa donde hizo los retoques. Hasta la presente fecha, Daiki no sabía qué impulsó a sus manos a retratar al Omega; pues antes de ello, no pintaba hacía años, incluso la habilidad con que manipulaba el pincel le hizo dudar de sí. Arrimó el cuadro al estudio-almacén de su casa, y lo cubrió con una sábana blanca para que el polvo no lo manchara.  

A veces, cuando quedaba él solo en casa, siendo el silencio su íntimo cómplice se escabullía al almacén, y descubría la sábana dejando el arte resplandecer. Su mano acariciaba cuidadosamente la superficie del lienzo; solo supervisando que no se halla maltratado, tan solo eso, que ni la humedad u oscuridad deterioran la fibra. 

O quizá... esa mínima caricia...era su callada admiración por ese rostro de alabastro.


<< Y su rostro ¿También es mentira? >>



De repente e inconscientemente, la nariz del moreno olisqueó premurosa y su instinto animal despertó, había emanaciones de otro Alfa rondando el ambiente. A pesar de no transmitir hostilidad, seguía siendo raro e incómodo. Incluso Murasakibara, que desde hace bastante no les prestaba atención, detuvo su compra para voltear a verlos de soslayo, de seguro al percibir esas feromonas revolotear. Olía a cítrico, corpóreo y consistente. 

 ¿El aroma de Kise?  Los aromas de Alfa suelen guardar un nivel constante, pudiendo variar su grado de agresividad o docilidad según el estímulo externo o emocional, de un momento a otro. ¿Cuál era el estímulo aquí? La fragancia de Kise estaba ligeramente más... ¿amable? como si  soltara su buen humor al aire.

Genial, un Alfa hormonal. El celo del rubio estaba próximo.


Y, no supo porqué, le dieron ganas de gruñir; su pecho, volvió a picar. 


Se detuvo a observar el paquete del snack en la mano sin verlo realmente, y una fugaz idea se le atravesó la mente, o mejor dicho, una corazonada; negó a sí mismo sonriendo con sarcasmo por su especulativa imaginación  — ¡Oi! —llamó a Kise, y sin esperar respuesta le tiró la bolsa a la cara — A él no le gusta sabor picante — Sin más, Aomine rotó en sus pies dándole espalda y salió de la tienda tras el sonido de la campanilla.


¿Qué había sido todo eso? 



La lluvia continuaba cayendo con aquella emoción melancólica impregnada en cada gota, bañaba y empapaba a la gente bajo suyo, en afán de contagiarles un poco de ese sentimiento disperso. Pero, en ese momento, para Aomine, no era necesaria una lluvia o cualquier conveniente climático para alterar sus sentimientos; es más, nunca le dio a la lluvia una debida consideración como lo hacen los poetas o literarios. Porque para él, esa tarde, el único catalizador de sus emociones, capaz de tornarlas caóticas y conflictivas tenía nombre y apellido. Y la manera de mermarlas también era única. 

Aomine se quedó de pie en el portal del combini, el agua deslizándose copiosamente por el borde del toldo que resguardaba la entrada, salpicando el suelo y parte de sus zapatillas. De su bolsillo trasero sacó una cajetilla de cigarros llevándose uno a la boca; jugueteó con este unos segundo en los labios hasta encontrar el encendedor y pronto uno de los extremos ardió en su color anarajando; el áspero aroma de nicotina se elevó en una nube de humo blanco y caliente, siendo jalada por la brisa nocturna dispersándose entre la lluvia y el frío. 

Esa era su manera. El cigarro. El paliativo por excelencia de Aomine.

El entrenador le censuró consumirlo bajo advertencia de sacarlo del equipo. Su médico le prescribió que lo abandonara por cuidado a su salud; y mamá Omega le revisaba sus gavetas o los bolsillos de su ropa. Pero el moreno siempre hallaba una estrategia para hacerse con uno, a escondidas claro. Siendo honesto, le causaba extrañeza que mamá Omega no le delatara a la primera con madre Alfa. Sí, hablaron, una regañiza "severa" y hacerle prometer que no lo haría de nuevo, nada más. Sin embargo, Aomine había cruzado los dedos en su espalda, así que dicha promesa no valía ¿Verdad? No le estaba fallando a nadie. 


Tal vez, solo un poco a él mismo, pero no importaba.



Aún así, si la Alfa se enteraba del mal hábito poco saludable de su cachorro...su casa iba a reventar, y tendría que considerar seriamente el mudarse.



Pero de eso se preocuparía después. 



La colilla ya consumida del del cigarro cayó al suelo en un imperceptible sonido, y Aomine terminó por tirar el resto aplastándolo con la suela mientras, en automático sacaba uno más. 

— No deberías hacerlo, Aomine-kun. 

Y quien estuvo a tan solo dos metros de distancia, absorto en quién sabe qué pensamientos agradables - a juzgar por su pequeña sonrisilla - por fin tomó real atención de la presencia del Alfa moreno a su izquierda.

Kuroko, lo miraba con esa típica expresión tranquila e impasible, sin rastro de esa leve sonrisa que estuvo adornando su linda cara hace instantes. Al parecer, tan solo ver a Aomine le espantó el buen ánimo, y sus ojos cerúleos adquirieron un tono que Daiki interpretó como acusador. 

Se observaron mutuamente, cada uno con sus propias ideas. Aomine fue el primero en ceder, concentrándose en prender el cigarro mientras soltaba una desdeñosa risa nasal.

De nuevo, viró al silente Kuroko, el cual mantenía su celeste vista puesta en él; y en un gesto de implícita rebeldía, casi como si tratara de desafiarlo, Aomine elevó la mano con el cigarro humeante, sin romper el contacto visual; se detuvo a dos centímetros de su boca y antes de dar una calada, habló — Si lo tiraba a la basura podía prenderse, Kuroko —  finalmente aspiró, rompiendo el contacto mirando la calle. 

Por su lado, Tetsuya alzó una ceja ¿Lo acababa de llamar por su apellido? ¿Recién ahora? cuando se ha pasado meses  llamándolo por su nombre de pila como si se conocieran de toda la vida. No hizo comentario al respecto, aunque Kuroko olía claramente el mal humor del moreno. De seguro era una de las tantas rabietas que solía hacer, Daiki era muy volátil, se sulfuraba y apagaba rápidamente. ¡Vaya saber qué mosquito le picó ahora! 

Le restó importancia y mantuvo su distancia, evitando impregnarse con el olor. 

— Me refería a que no deberías fumar, no es sano. 

— Si si, ya sé. La caja también lo dice — trató de bromear, agitando el empaque en el aire, y tras comprobar que no quedaba ninguno lo apretó con el puño arrojándolo a la basura. 

Kuroko siguió el trayecto de la cajetilla, viendo la encestada cual pelota de basket. Esa respuesta no le causó nada de gracia — Entonces, si eres consciente de lo que significa, porqué lo haces — en realidad quería tocar ese tema con Aomine hacía mucho, pero como apenas llevaban conociéndote no veía oportuno comentarlo. Las veces que frecuentaban la azotea el Alfa fumaba; en la fiesta de Hayama fumaba; saliendo de los entrenamientos fumaba; no reparaba en ocultarlo, y Kuroko estaba preocupado pues comprometía su futuro como deportista — Eres muy joven y tienes mucho talento por explotar, sería vano desperdiciarlo por un error así de moda adolescente y pasajera. Algunas universidades son estrictas con los certificados médicos, además comprometes tu sal... 

— Bueno, dime tú — interrumpió Aomine con brusquedad, sacándose el cigarrillo de la boca y apresándolo con dos dedos — ¿Sabes lo que significa? Me hablas sobre desperdiciar mi vida, que soy muy joven pero, ¿Qué hay de ti? ¿Acaso no estas haciendo lo mismo? — agitaba las manos en ademanes de reproche; la ceniza del cigarro cayendo ante el movimiento — ¿Comprometer? ¡Já!  no me hagas reír.

Lo observó en silencio, por un momento Kuroko sintió que Aomine le recriminaba, hablándole entre indirectas de algo completamente distinto y ajeno. 

— Yo no fumo — dijo simple, y Aomine chistó inconforme a la respuesta, retomando su cigarro — Lo siento, no estaba tratando de criticarte ni nada parecido, creo que no usé las palabras indicadas. Solo me preocupaba por un amigo; eres muy habilidoso en lo que haces y te esperan buenas oportunidades y...no quisiera que una afición así fuera impedimento para lograr tus metas. 

<< Amigo... >> saboreó las sílabas con agridulce 

— ¿Tú que sabes de mis metas? ¿Si quiera me escuchabas cuando las dije?

— Por supuesto, tu sueño es integrar la Liga Nacional de Basket 

Daiki le miró de soslayo mientras exhalaba un aro de humo. Se dio cuenta que, quizá, se excedió en sus palabras, solo un poco. 

— Lo hago porque quiero y ya, me gusta, es suficiente razón para mi.

Negó suavemente la cabeza, exhalando, Kuroko no aceptaría un fundamento tan pobre como excusa. Caminó hacia el Alfa reduciendo la distancia física, plantándose al frente; cogió el cigarrillo de los dedos de Aomine y lo extendió fuera de la protección de su paraguas, la lluvia apagándolo al instante — Podrías procurar cambiar, nunca es tarde para intentarlo, y estas a tiempo Aomine-kun, antes que sea dependencia — bastándose del índice y el pulgar, tiró la colilla al cesto.

— Oi, tú me comprarás otro — expresó Daiki. Kuroko respondió con una sonrisa parsimoniosa, y rebuscando algo en su bolso, pequeño al perecer, lo sacó colocándola sobre la palma del moreno  — ¿Un chicle? ¿Tratas de embaucarme? 

— Solo es un chicle, considéralo un obsequio de Navidad.  

—Estamos junio— lo desenvolvió llevándoselo a la boca. Era sabor manzana — De dónde lo sacaste.

— Se lo compré a un viejito ambulante, se veía amable. 

<< Lindo...>>

 Aomine rió vagamente — Todos son buenos y amables ante tus ojos ¿Jamás piensas mal de alguien? No me sorprendería que un día te defrauden por ingenuo. 

¿Defraudar? Kuroko frunció ligeramente las cejas — Aomine-kun, creí que estábamos hablando sobre el chicle ¿A qué viene ese cambio de tema?

 — Digo lo que veo —  infló una burbuja y la reventó con misma rapidez — Con esa personalidad tan confiada, cualquiera te tomaría de tonto. 

Definitivamente, no era su imaginación. Kuroko supo que Aomine hablaba entre líneas ¿Por qué de pronto era tan hostil con él? ¿Qué hizo? ¿Por qué ese tono agresivo? como si quisiera decirle algo en particular y su enojo fuera quien hablara. El Omega sabía que confrontarlo no serviría, pues terminaría por hacerse el desentendido o, peor, el ofendido. Lo mejor era no preguntarle nada, y al verse ignorado, por sí mismo, Aomine hablaría. 

Pero ello no implicaba que Kuroko aceptara sumisamente sus mensajes subliminales.

Llevándose una mano a la barbilla como un intelectual, Tetsuya meditó brevemente su respuesta — Oh...entonces, si decimos lo que vemos, yo diría que tu estas quemando etapas. 

Ni bien oyó las dos últimas palabras, Aomine se atoró con la burbuja que trataba de formar, y el chicle acabó tragándoselo de un bocado doloroso. 




...Suele fingir que todo va bien...





¿Qué dijo? ¿"Quemar etapas"? Por favor... a su perspectiva, Kuroko no era quien para decirle eso, y tampoco tenía ningún derecho ¿No era algo cínico de su parte? Anda por ahí, haciéndose el magno e incorruptible, opinando libremente de las acciones del resto sin observar las suyas propias. ¡Wouh! ¡Qué joyita resultó ser! 



...Así que no te dejes embaucar...




Entonces rió, una carcajada ruidosa y honda por encima de esa lluvia furiosa. Tanto que llegó a doblarse y su estómago se apretó. Aunque no supo si era por la risa u otra razón. 

— Tú... — trataba de hablar entre risas, recobrando la compostura — En verdad, me traes jodido, Tetsu.

El mencionado recordó haber escuchado esa frase antes, en algún lugar. Tal vez en una fiesta, en un balcón, como anticipo de una personal confesión. Pero ahora era distinto, y un ansia nerviosa embargó su organismo. 

Había una frontera de palabras no dichas bailando en los iris de Aomine apunto de desbordar; aguas turbulentas en esos ojos de oscuro cobalto que lo miraban fijamente... aguas de tormenta. 

Aquella risa no era genuina, carecía del fondo y la chispa propia de Daiki. Mas bien, era tan amarga que a Kuroko le supo a burla, sintió frío al escucharla.


— Disculpa, pero no te entiendo. 


En realidad no sabía ni de qué se disculpaba, vio la necesidad de decirlo al no saber cómo afrontar esa risa tan plana y vacía. Kuroko estaba confundiéndose con las actitudes desdeñosas de Aomine para con él; un momento parece a la defensiva, otro intenta ser bromista, y al siguiente le está insultando ¿Qué le pasa?   

 Una risa premonitoria, de apertura, de esas cargadas de falsedad e ironía, anticipando alguna palabra que los oídos no quisieran receptar y el corazón no quisiera oír. 

Era irónico. A su alrededor todo seguía igual, en calma. La lluvia continuaba cayendo, salpicando sus zapatos; los carros raspando pavimento, la brisa halando desordenados cabellos. Y luego estaban ellos, solo dos chicos en el portal de un combini refugiándose de la lluvia, y una fuerza centrifuga contrayéndoles el pecho 

Así, tras recobrar su habitual seriedad, Aomine guardó silencio, muchas palabras atropellándose en su boca y los ojos de Kuroko viéndole con cierta duda tímida.  

... Es un experto encubriendo sus emociones, y también sus intenciones...


Aomine exhaló todo el oxígeno de su cuerpo, buscando expulsar ese cúmulo desordenado de adjetivos. No obstante, se quedó con uno, tan solo uno; destacaba en letras mayúsculas en su cabeza y empujaba a su sistema por salir, si quisiera vomitarlo. Tenía la ferviente urgencia por decirlo en voz alta y, en simultáneo, una renuencia por considerarlo una vez más. 

Sin embargo, contrario a las advertencias que su cuerpo le mandaba, en asincronía de su propia voluntad, lo dijo. Soltó esa palabra, la arrojó al aire y le permitió pasearse libremente entre ráfagas de viento. Era muy cruda, muy vil y sagaz. Y no se arrepentía de haberla dicho en lo más mínimo; porque esa fue la conclusión a la que su confianza traicionada arribó y no dudo en decírselo en la cara a Kuroko.

 Entonces Aomine experimentó una liberación absoluta, un peso sacado de encima; una plenitud que le hizo sentir satisfecho de sí mismo e infló su orgullo preponderante de Alfa.



Mas esa sensación liberadora fue muy breve.  


El peso del significado que acarreaba esa palabra le cayó encima como una avalancha de plomo puro, aplastante e insoportable.

A pesar de mantener su determinación intacta, su corazón comenzó a bombear vertiginosamente, sentía que a sus venas le faltaba sangre; y ese extraño picor que lo estuvo perturbando volvió con mayor ímpetu a su pecho, especialmente, cuando su mirada orgullosa reparó en la del menor. 


<< No, no me mires así...no lo hagas. Solo estás fingiendo >> Se repetía como si quisiera persuadirse a sí mismo; convencerse y creerlo. 

Pero ¿Cómo podía? ¿Cómo hacerlo? Si ese rostro parecía haber perdido su soporte, dando pase a una expresión de conmoción y aturdimiento deformando sus lindas facciones. Si esas pequeñas estrellas celestes le miraban con el brillo de una llama débil, reflejando el sentimiento más humano que nadie gustaría sentir. 

Decepción.  

En su ceguera mental e inmadurez adolescente, no se dio cuenta que lo único arrojado fueron palabras impregnadas ego, y, junto con ellas, su amistad incluida. La cual devendría en muchos problemas a futuro.

— Hipócrita eh... — su voz fue un murmullo apagado sin fuerza, perdiéndose como un suspiro — Siempre tan directo, Aomine-kun. 

— ¡Qué barbaridad! A quién le rompieron el corazón para que esté lloviendo así — dijo Kise, saliendo del combini. Murakibara venía a sus espaldas, comiendo distraídamente barras de chocolate.

— Seguro a ti Kise-chin, y aún no lo sabes.

— ¿Eh? Pero si yo me siento bien —se llevó la mano al pecho palpando su corazón, aún seguía latiendo.

Kuroko, quien observaba la profundidad de la calle, dio un respingo al escuchar esas voces familiares a sus espaldas, y una parte de él respiró aliviado — Chicos... demoraron mucho.

— Lo siento Kurokocchi — con una expresión de disculpa, Kise se precipitó sobre el menor, abrazándolo por el hombro como si se tratara de su oso de felpa — El cajero era un incompetente, no sabía usar la registradora. 

— Tetsu-kun... —  junto a ellos, Momoi, también salía de la tienda. 

Siendo honesto, Kuroko había olvidado por completo que ella venía acompañándolos, estaba con Kise y Aomine en el Maggi Burgger calles atrás. Fue gracias a Satsuki que no perecieron a la lluvia, pues la fémina les cedió un paraguas de los dos que traía. Así, Murasakibara al ser el más grande lo ocupó para cubrirse; Kuroko compartió el de Kise; y por obvias razones, Momoi quedó con Aomine, ya que el moreno jamás llevaba un paraguas consigo. Pudieron caminar así varias calles, hasta que Atsushi detuvo la marcha al manifestar su insaciable hambre.

Kuroko se quedó afuera esperando por consideración al establecimiento, el botapie de su buzo seguía empapado y no quería dejar sus pisadas manchadas en el suelo. Aunque Murasakibara le valió hectáreas e igualmente entró, proseguido por los otros dos Alfas amigos suyos y Momoi comentó deseos de ir al baño, cosa que le tomó todo el tiempo que llevaban ahí. 

Quizá estaba acicalándose, retocando sus cabellos o aplicando bálsamo labial. Después de todo, Aomine iba con ella, y la cercanía que brindaba el reducido espacio del paraguas daba proximidad a sus cuerpos. Fácilmente podrían desviarse del grupo para tener mayor intimidad en otro lugar, donde la mirada de terceros no los inhiba por hacer otras cosas, y Momoi obviamente quería lucir presentable y perfecta para ese ese momento. Sin embargo...

— ¿Dónde está Dai-chan? 




Sin embargo...él ya se había ido. 




— Típico de Mine-chin, nunca espera ni a su sombra — dijo Murasakibara, dejando de lado sus dulces un momento para abrir el paraguas.

— ¡Cómo huye ese cobarde! — reprochó Kise, haciendo pucheros sobre los hombros de Kuroko — Sabe que me debe dinero y se escapa con sus pies de esclavo.

—Kise-kun, ese es un comentario racista, ten respeto —hizo una pausa para sobarse la oreja diestra, el rubio había gritado prácticamente en su oído — Y no hables tan fuerte por favor. 

— Eh~ lo siento Kurokocchi

— ¡¿Qué?! — esta vez, quien sí gritó fue Momoi, sobresaltando a los tres chicos - ¡¿S-se fue?! - miró en la dirección que señalaba Kuroko por donde Aomine se embarcó. La Omega femenina entró en un leve estado frenético, movimientos ansiosos, forzando su cuello a ver por sobre la gente y sus paraguas, tratando de encontrar a la persona de su interés. Y tras no identificar nada, giró nuevamente a Kuroko; encarándolo, sus ojos rosados destellando acusación — ¿Qué hiciste? 


<< ¿Qué? >>

— ¿Y-yo...  — ¿Lo estaba inculpando? ¿Por qué?- yo... no - Mas bien, había sido todo lo contrario, Aomine ya tenía una actitud repelente hacia él pero, que Momoi le reprochara significa ¿Kuroko en verdad hizo algo mal?   — Aomine-kun dijo que mucho demoraban y prefirió adelantarse a la estación. 

— Pero si yo tengo el paraguas — alzó el que cargaba en manos señalando lo obvio. Kuroko se encogió de hombros; qué mas iba a decirle si eso fue lo que pasó. Ella resopló frustrada — Se puede enfermar, iré a alcanzarlo y... — parecía que diría algo más, se quedó unos segundo con la boca entreabierta y titubeante, pero al final solo dedicó una mirada de indescifrable silencio a Kuroko para luego salir presurosa - sin despedirse de ellos - calle abajo, mezclándose en el tumulto humano hasta desaparecer. 


Si su intuición no le fallaba ni sus ojos vieron mal, diría que Momoi estaba molesta con él.

Dos de sus amigos se molestaron con él; en menos de una hora. 



Kuroko se sintió terrible.



— Sabes — Kise, rompiendo el silencio formado por la partida de la Omega— Momocchi podría disimular un poquito. 

— ¿Eh? —Kuroko giró la cabeza, incrédulo, para mirar a Kise el cual continuaba semi abrazado a él — Disimular qué. 

— Sus celos. 


Kuroko parpadeó, e instintivamente apretó el agarre de su mano al paraguas ¿Celos? ¿De qué o quién? ¿Momoi? Eso era estúpido, Kise debía estar hablando sin fundamento y esperaba que se retractara por respeto a su mejor amiga. Admitía que la pelirrosa siempre fue un poco caprichosa, ambiciosa cuando quiere lograr algo y por eso la intensidad de sus emociones al conseguirlo pero ¿Celos? Ella poseía inteligencia, talento y belleza...mucha belleza; había oído rumorear en los pasillos de la escuela que la estaban considerando como candidata para el Festival escolar. 


Ella no necesitaba de "celos". 


— Oh, no, no me malentiendas— dijo rápidamente el rubio al notar la confusión de Kuroko — Pero...cómo decirlo sin que suene mal... podría tratar de ser más discreta y calmarse. Todos ya sabemos que le atrae Aominecchi, excepto él creo - Kuroko se vio descolocado, frunciendo su ceño en asombro ¿Tan evidente era? Si no fuera porque la pelirrosa se lo dijo directamente, el Omega nunca lo habría deducido-  El punto es que él no se irá a ningún lado, y por lo que sé, tampoco hay competencia ¿Verdad Murasakibaracchi? 

El mencionado miró hacia arriba, como si tratara de recordar algo, y luego asintió — Desde que los conocemos Mine-chin siempre ha repelido a todos y todas. Sa-chin es la primera Omega en serle cercana...— su mirada violeta cayendo sobre Kuroko — después de ti, claro.

Fue como si le hincaran una aguja en la piel ¿Era así de cercano a Aomine? Probablemente se volvieron allegados en sus visitas a la azotea y sus caminatas con Momoi terminada las clases. Pero Kuroko no se consideraba tan notable o importante para ser nombrado como " el primero", en ese caso el título vendría a Momoi, quien pasaba más tiempo con el moreno. 

Aunque, si bien recordaba, fue la propia boca de Aomine que lo nombró con ese cálido honorífico de primer amigo.

Calidez que desapareció fácilmente y en segundos ante la brutal honestidad sin empatía del moreno.

— Además, en mi opinión personal... — recalcaba Kise con falsa voz profesional — Momocchi es muy bonita  ¿Sabías que la profesora Yumi la propondrá para reina de belleza? No hay punto de comparación con las demás chicas... a excepción de algunas — pausó su argumentación por un respiro, y continuó — Ser Omega no es estrictamente sinónimo de belleza, pero Momocchi sí le hace justicia... quien debería apurarse sería Aominecchi, estoy seguro que después del festival le sobrarán pretendientes a ella.  

A perspectiva de Tetsuya, esa era una opinión muy física y superficial por parte de Kise. Quizá el hecho de estar sumergido en el mundo de la pasarela y redes sociales lo hizo adoptar ese criterio medio narcisista. Sin embargo, el rubio seguía conservando su humanidad...algo. 

Pero fuera de eso, eran buenas noticias para Momoi. No tendría que preocuparse por otras chicas u omegas, y ni que decir de Kuroko, no era tan importante  como para que la fémina cele sobre él. No valía la pena. Además Kise decía una verdad absoluta...no había punto de comparación. 

Desde niños Momoi siempre había destacado sobre ellos, Riko y Kuroko; su personalidad pícara conjugada con ese largo cabello de exquisito rosa  le daba un aire divertido, muy atrayente y luminosa, tanto que su luz propia podía opacar o hacer sombra. Sin embargo eran niños, inocentes a su propio físico, Momoi nunca fue presuntuosa de ello, guardaba su sencillez. Aunque, debía reconocer que cuando jugaban, ella siempre escogía la muñeca más bonita. 

Momoi era un amalgama de matices; Kuroko un monocromo. Se preguntaba cómo alguien de personalidad tan pletórica pudo ser amiga de alguien tan parco como él. El Omega en verdad se sentía agradecido por sus mejores amigas, sin ellas, su infancia hubiera sido muy solitaria. Siempre allí, a su lado, apoyándolo y él apoyándolas. Kuroko pondría las mano al fuego con tal que ellas no se quemaran. Porque eso hacen los amigos ¿Verdad?

 Kuroko reconocía su propensión magnética hacia personas iridiscentes como Momoi 

Son mejores amigos desde niños, ya se conocían perfectamente; que Satsuki "celara" a Kuroko era un chiste; completamente jalado de los cabellos  ¿Lo creía capaz de eso? Momoi ya debería tener claro que entre Aomine y Kuroko no había mas que una buena - y volátil - amistad.

Además, el tema no eran "celos". Momoi solo estaba molesta al desaire de Aomine al irse sin ella; y Kuroko no hizo nada por detenerlo conociendo las intenciones de su amiga, no la ayudó, dejó pasar la oportunidad...fue irresponsable de su parte.

Es más, había sido propio causante en colmar la paciencia del moreno. Lo había presionado mucho comentando sus preocupaciones sobre su prematuro tabaquismo. Quizá el hecho que fumara empañaba una razón mucho más grande desconocida por él, y Kuroko se lanzaba a opinar. Aunque no fue con malicia o intención alguna de juzgarlo, estaba realmente preocupado. 

Aomine se abrió a él, le contó sus temores e inseguridades, le entregó parte de su pasado de la misma manera que le había entregado su confianza.

Y Tetsuya no fue para nada empático ni prudente. 

Pensándolo bien y viéndolo de esa perspectiva...Kuroko no estaba haciendo bien su rol de mejor amigo. Se sintió tan estúpido e inútil, en ves de ayudar, solo arruinaba las cosas. 

Tampoco le preguntó si estaba bien cuando detectó los primeros indicios de mal humor del moreno. Algo le pudo suceder durante el entrenamiento que lo estuvo incomodando; simplemente se lanzó a responder motivado por el impulso y Aomine era de los que insultan - sin hacerlo realmente - si se ve presionado o agobiado; por eso le dijo lo que dijo. 
 

No trataba de justificarlo, pero esa cruda sinceridad, le dolió.


Lo que le llevó a preguntarse...


¿Por qué esa palabra? 



Era muy profunda e intensa, nada usual en el vocabulario grosero de Aomine, parecía que lo hubiera pre meditado y dicho con toda la intención de una verdad. 



"Hipócrita"




¿Hipócrita por qué?¿En qué mintió? ¿En qué fue falso? En cuestión de microsegundos Kuroko repasó su media vida. Siempre se jactó del valor de la honestidad y su desagrado a la mentira; quizá dijo una que otra mentirilla piadosa a sus padres o amigas pero nunca con la intención de dañar, solo nimiedades ¿Quién no lo hizo?




Aún así...que alguien le dijera ello, en especial un amigo, probablemente...





<< Hipócrita... en verdad... ¿En verdad lo soy? >>






— Hey —de pronto sintió una presión sobre su mejilla, insistiendo por su atención — Kuro-chin piensa mucho — era Murakibara, extendiéndole un paquetito para que la tomara — Ten, come y sé feliz. 


Kuroko pestañeó con insistencia y sorpresa. Había un ruido apabullante en su cerebro el cual no fue consciente, el peligroso ruido de pensamientos innecesarios; se encerró en ellos, dejó que lo consumieran al punto de olvidar en dónde estaba parado y su corazón se afligiera. 


Sin embargo, cortando esa burbuja... Murasakibara.


— Lo-lo siento — aceptó el pequeño regalo, ligera conmoción en su rostro. Y al elevar la mirada para agradecer su cortesía, se cruzó con esas amatistas de tierno violeta, mirándole con tanta amabilidad y gentileza...con empatía; le atravesaron gentilmente como una caricia, y Kuroko sonrió tímido  - Muchas gracias, Murasakibara-kun. 

¿Por qué hacía eso por él? Atsushi siempre fue tan bueno, tan considerado con Kuroko independiente del contexto. Daba la impresión que sus ojos descifraran los pensamientos del omega, si presintieran sus emociones conflictivas, y cuando estas eran angustiantes o inseguras, buscaba la forma de animarlo o distraerlo con el más mínimo detalle.




Como si estuviera conectado a él.




 Incluso bastando su cercanía, al sentir la tibieza de su aroma Kuroko olvidaba sus propios problemas....y disfrutaba mucho de aquella compañía. Tanto que, a veces, cuando el Alfa le contaba que los fines de semana acostumbraba a salir en solitario a comprar dulces, el Omega se mordía la lengua al estar tentando en ofrecerse acompañarle durante esos días libres; pero al final sus intenciones desistían, no quería ser intrusivo o importunar al Alfa.

— Me tengo que ir — dijo Murasakibara — mi hermana quiere que le de alcance en...uhm...no se donde- hizo movimientos sobre la pantalla de su celular mientras sus ojos paseaban encima — ¿El hospital?    

— ¿Se encuentra bien Araí-neesan? — preguntó Kise. A Kuroko le causó gracia la confianza con que el rubio se refería a la hermana mayor del pelimorado, casi como familia; pues acorde a la corta conversación con Atsushi, las hermanas de ambos chicos salían. 

Murasakibara hizo un sonido nasal de afirmación, relajado como costumbre — Es sobre mi otro hermano, su embarazo, hoy le harán ecografía y lo olvidé. 

— Entonces ve con ellos, no hagas esperar a quien espera — instó Kuroko suavemente. Aún tenía pendiente su conversación con el Alfa, habían sido interrumpidos y no pudo terminar su petición apropiadamente, aunque ya no sentía la motivación de antes. De todas formas mañana hablaría con él, no era nada urgente, podía esperar —Avísanos cuando llegues allá, para estar tranquilo — estiró la mano fuera del paraguas, en cuestión de segundos un pequeño pozo se formó en la concavidad de su palma —La tormenta no mermará pronto, suele ser peligroso.  

El pelimorado le sonrió en respuesta, largando una de sus grandes manos a desordenarle los cabellos celestes — Esta bien mamá, te escribiré — luego giró hacia Kise, ambos chocaron puños de despedida diciéndose un corto adiós. 

Por último, al igual que Momoi pero en dirección opuesta, se encaminó lejos de ellos, a paso lento, hasta que el paraguas prestado de la fémina desapareció en un cruce peatonal, dejando una tenue nube aromática de lavanda y cacao levitando en el aire.

La lluvia, ese día, entregaba el testimonio de un corazón lloroso y un destino bendecido. Su voz era un trueno y su alma una tormenta, una vorágine impetuosa de nunca agotarse, sacudiendo y estrellando el cielo a su cruel antojo. Anunciaba su poderío entre relámpagos iridiscentes, cundiendo el firmamento con una luz de blanco siniestro, pero su ruidosa vanidad no era suficiente para aquellos seres viviendo bajo suyo, tan ajenos e indiferentes que ni a sus vidas les prestaban atención. Menos al mensaje premonitorio de una tormenta que quería hacerse oír.  

— Entonces...— de pronto habló Kise, haciendo carraspear su garganta para resaltar su presencia aún allí — Entonces yo llevo esto — tomó el paraguas que Kuroko sostenía, elevándolo a mayor altura a fin que los dos cupieran adecuadamente. 

— Oh, si...si. Gra-gracias Kise-kun — la mano del Alfa se había puesto encima de la suya al momento de tomar dicho objeto, quizá casual quizá adrede. Pero sea como sea, Kuroko sintió una corriente eléctrica barrerle los nervios; era un tacto bastante cálido en contraste a su piel fría, casi como fuego vivo, y Kuroko debió frotarse las manos pues el dorso de su diestra quemó brevemente. Asumió que fue por el choque de temperaturas. 

Debido al único paraguas disponible era el del rubio, Kuroko no estaba en condiciones de andar quisquilloso, menos con el cielo cayéndose a pedazos; el espacio personal no era una opción que pudiera abogar. La proximidad al cuerpo de Kise le crispaba, estaba demasiado cerca por no decir que encima suyo, poniendo levemente ansioso su lado Omega al resentir la presencia del Alfa.

— Kurokocchi estás muy frío y temblando, no sabía que te ponía tan nervioso ¿Debo tomarlo como un cumplido? 

— Yo no estoy...— alzó sus palmas a la altura del pecho y se detuvo a observarlas detenidamente, había un ligero temblor que se alargaba desde sus dedos hasta el hombro. Tardó unos segundos en darse cuenta que en realidad su cuerpo entero temblaba — Bueno...creo que sí — pero mayor fue su preocupación cuando llevo las yemas a sus mejillas contrastando temperatura. Frío era poco, ¡Estaba hielo!, le sorprendía que aún no estuviera entumido — ... solo un poco. 

 
No llevaba puesta la casaca del buzo al estar empapada, solo una polera de algodón muy básica que el viento fácilmente halaba el borde, colando un peligroso frío por debajo, directo a su piel desnuda.

Ya llevaban perdiendo el tiempo demasiado rato entre parada y parada con semejante aguacero, pronto recibiría las llamadas de mamá preocupada preguntando su paradero. Debía apresurarse a la estación de una vez, allí era climatizado al igual que los vagones y el calor de la propia gente ayudaría a mantenerse tibio, Kuroko juraba que pescaría un resfriado.

— Kise-kun, debemos apurarnos a...

Sin embargo, en esa pequeña brevedad que duró sus pensamientos y antes de terminar su oración, un joven rubio ya había tomado delantera, sacándose su propia chaqueta colocándosela cuidadosamente por sobre los hombros al Omega 

— Primero tu salud Kurokocchi, no quiero que te me criogenices. 

La tela era suave, mullida por dentro, muchos más agradable que la que solía usar Kuroko a pesar de ser el mismo uniforme. Aun guardaba el calor corporal de Kise, y su aroma estaba impregnado en cada costura como un revestimiento.   

— No soy un anfibio — refutó Kuroko, disimulando su sonrojés, el aroma de Kise estimulaba su lado Omega si hiciera cosquillas — Gracias Kise-kun — y en salvagurada de su salud se vistió mejor la casaca, metiendo los brazos donde las mangas. Al final terminó como si usara una carpa y -a perspectiva de Kise- jodidamente adorable — Pero... ¿Y tú? 

— Estoy bien, estoy bien — agitó la mano restándole importancia, para luego empujar ligeramente la cintura del menor hacia adelante, invitándolo a avanzar y reanudar su camino — Mi temperatura corporal es más elevada que al promedio por mi condición de Alfa. 

— Oh...—algo nuevo que aprendía hoy. Kuroko sentía que era un completo ignorante respecto a su comunidad, siempre terminaba revelándose un nuevo misterio a sus ojos a diario — Entonces...¿No sientes frío? ¿Todos los Alfas son así?

— Cuando un Beta ya está temblando, yo apenas empiezo a resentir — dijo Kise, orgulloso de su cuerpo — ¿Sabías que nuestros primeros antepasados descienden de Siberia? Por ello somos mas tolerantes al frío que los Betas. Aunque eso también depende la raza del Alfa u Omega, las especies nativas de montaña son más resistentes de quienes son oriundos de la sabana.

Kuroko se quedó sin palabras, como si a un niño le contaran el origen del mundo ¿Siberia? ¿Especies nativas? 

— P-pero si descienden de Siberia ¿Cómo llegaron a la sabana? — preguntó el Omega.

— Migraron, y luego se desarrollaron — dijo Kise, cierta emoción en la voz por conocer el tema — Es curioso ¿no crees? El hombre Beta provino de los desiertos de África, y los Alfa-Omega de la Tundra Siberiana, es el cielo y la tierra si lo piensas bien.  

— Si...suena muy enigmático. 

¿A ese extremo se clasifican los Alfa-Omega? Guardaban mucha similitud con las especies de animales ordinarios.

Por otro lado, hablar de Siberia era sinónimo de frío y salvajismo. Kuroko siempre tuvo una particular atracción hacia los climas helados, le gustaban, mas nunca viajó a Rusia, mucho menos a Siberia. Pero, que Kise sacara a flote esa región, le trajo inmediatamente los recuerdos de aquella pesadilla que experimentó la noche antes de su primer celo. La nieve, el viento, los bosques...la sangre...y la bestia que lo destazó en vida. 

 — Vaya...no tenía idea — miró a sus pies andantes, repasando la reciente información — Eres todo un conocedor Kise-kun ¿Qué especie eres? Si se puede saber claro

— Cultura general Kurokocchi — pícaro como siempre, le hizo un guiño - Soy un Lince, anótalo por si acaso. 

Sonrió. Kuroko se preguntaba si la "especie" también influía en la personalidad. Tenía sabido que los Linces Boreales eran animales solitarios - para nada encajaba al perfil de Kise - pero con una gran agilidad corporal, ello sí lo veía reflejado en la técnica de basket del rubio. También estaba el factor geográfico, su habitad oscilaba entre Canadá y Eurasia; eso explicaba los rasgos físicos europeizados de Ryota, quizá sus antepasados provenían de allí.

<< Lin-ce ... Ki-se; tiene sentido >> pensaba.

—¿ Y tú qué especie eres Kurokococchi? 

— ¿Eh?

Se detuvieron justo en la entrada al subterráneo del metro, la gente rodeándolos como el río a una piedra, ellos mirándose; uno esperando la respuesta y el otro sin una respuesta. 

— N-no, no lo sé — instintivamente llevó su mano al collar, cohibido y apenado. Kuroko debió enfrentarse a la terrible verguenza que, en realidad, no conocía nada de sí mismo. 

— ¿Cómo? ¿Tus padres no te dijeron? Qué raro... normalmente somos la especie de uno de ellos, así que es solo cuestión de deducción, aunque no lo sabrás al 100% hasta que te transformes por primera vez — Kise quedó pensativo y ciertamente sorprendido — En mi caso mis padres son Linces, ambos, y aquí estoy.  



<< ¿Transformarme? >>

— Si...bueno, supongo que mi caso es complicado — a fin de eludir más preguntas incómodas, Kuroko bajó la escalinata dejando al rubio atrás. Pasó las varas del cheking y en la intersección que llevaban a los diferentes andenes del metro, paró.

¿Qué especie era? 

Una pregunta que jamás se había formulado. Kuroko se vio tan envuelto en estereotipos y falsos mitos respecto a ser Omega que redujo su cualidad a un mero ser con alta función reproductiva y erótica. Se encasilló, y fue cayendo lentamente al abismo de la estigmatización así mismo.

No obstante, ser Omega o Alfa era mucho más. Se traducía a poseer la naturaleza de una bestia animal dentro de uno. Con una fuerza y anatomía distinta al común de personas Betas; sus sentidos agudamente  perceptivos; complexiones físicas mejor desarrolladas; tolerantes a temperaturas; agilidad corporal y perspicacia mental -aunque ello variaba según el sujeto- pero aunado a todo ello, sus rasgos más destacables... Sus aromas, el sello de su identidad; y también, la capacidad de transformarse en una bestia, reafirmando su territorialidad.

Pero era allí donde las ideas de Kuroko frenaban, estrellándose con una realidad difícil de interpretar.

Si  su condición de Omega no poseía una raíz hereditaria ni de lado materno o paterno, sino obedecía a una mutación hermafrodita de su ADN, un origen "antinatura", entonces...  su bestia animal, al igual que Kuroko, también era antinatual.


<< Soy... ¿Un monstruo? >>



— ¡Kurokocchi! 

Despabiló, un ligero respingo y sus ojos engrandecieron ante la voz de Kise. Finalmente lo alcanzó.

— Neh~ caminas muy rápido, y solo me demoré tres segundos en guardar el paraguas — reprochaba gimoteando — ¿Porqué huyes de mí? ¿Aún te sigo poniendo nervioso? Puedo ser menos encantador si gustas. 

 A veces Kuroko se sorprendía por la facilidad de Kise en decir disparates con esa seriedad tan impropia de él, resultaba muy cómico; el rubio era de las personas que fácilmente podía romper el hielo en una situación tensa con sus sarcasmos.  Quiso reír, en verdad Kuroko quiso soltar una risa por las ocurrencias de Kise.

— Lo siento, Kise-kun —  seguidamente la voz del megáfono anunciando el próximo arribo del tren captó su especial atención; era el que debía tomar — Yo...y-ya debo irme...gracias por prestarme tu casaca — dejó su bolso un momento en el suelo y empezó a quitarse la prenda.  

— No no no, espera Kurokocchi — habló rápida y torpemente Ryota, colocando ambas manos en los hombros de Tetsuya deteniendo sus movimientos — Cómo piensas abrigarte cuando bajes del tren, aún sigue lloviendo horrible — con su índice apuntó al televisor de la estación, el noticiero transmitía en vivo la tormenta, advirtiendo su posible incremento — Te dije que toleramos mejor el clima, no que seamos suicidas - vaciló - Puedes quedártela, ya después me la alcanzas. 

—Pero...— ¿No se mojaría de todas formas? eran varias cuadras de la estación a su casa, y Kise tomaba el tren del otro anden, llevándose el único paraguas -—El viento frío no lo detendrá el parag...

— Yo iré contigo. 

—¿Eh? — Al parecer el frío alteró las neuronas del rubio ¿Su casa no estaba al lado opuesto de la ciudad? — Tenía entendido que vives en mi dirección opuesta, Kise-kun, sueles tomar otro tren — ladeó la cabeza, perdido; mientras las manos de Kise se deslizaron de sus hombros acomodándole la chaqueta como debía. 

— Bueno es que...— le subió el zíper, lentamente hasta la parte de su boca, dejando nada mas que los ojos celestes de Kuroko como un pequeño topo. — En realidad alterno dos casas... una es de mis padres, y la otra de mi hermana; mas bien es un departamento, pero prácticamente me mudé allí con ella. 

— Eres afortunado Kise-kun, no cualquiera puede presumir dos residencias, menos en Tokio.

 Conseguir vivienda en la urbe ya era bastante complicado; la industria inmobiliaria era implacable, los alquileres se cotizaban carísimos. Si uno contaba con casa propia era por herencia de abuelos, como el caso de Kuroko; su bisabuelo fue un kamikaze durante la guerra, y en compensación por la pérdida, el Estado le entregó una casa a su bisabuela quien estaba embarazada de su única hija, su actual abuelita. 

— Eso... creo, nunca lo vi de esa manera — respondió Kise, una expresión pensativa encogiéndose de hombros —Hoy no iré a mi casa, sino a de mis padres por... unos asuntos. Es próxima a la tuya, así que compartimos ruta Kurokocchi, es una buena noticia ¿verdad?

¿La "casa de sus padres"? ¿No es lo mismo? Era también suyo después de todo. Kuroko detectó distancia y reticencia en esa frase, como si Kise no quisiera incluirse. No obstante, cada familia tiene su propia realidad.

Ahora que recordaba, Kuroko se había cruzado con el rubio en un paradero de bus cerca a su propia casa, la vez que lo halló desecho y sollozante quién sabe porqué razón. No indagó motivos aquella noche, Kise tampoco habló mucho, sin embargo, había una expresión de frustración adolorida, de fragilidad en ese rostro siempre animoso. 

—  Si es así...— colgándose nuevamente su mochila al hombro, Kuroko miró hacia el anden, el tren acababa de arribar — Démonos prisa, Kise-kun — y de un rápido movimiento tomó la muñeca de Ryota, halándole en una pequeña carrera hacia el vagón. 

Las puertas se cerraron ni bien lograron entrar, y el tren comenzó su avance silencioso y rápido por las vías. Kuroko se dejó caer en uno de los asientos, tratando de recuperar el aliento. El vagón estaba despejado, unas cuantas personas repartidas a lo largo, cada quien inmerso en sus propias preocupaciones sin prestarle atención a dos adolescentes.

— No sabía que fueras tan veloz Kurokocchi, casi haces que tropiece — dijo Kise sentado a su costado, no se veía agitado. Bueno, cómo estarlo si todos los días sobrevivía a Riko. — Estás en el club de natación ¿Cierto? Tienes mucha agilidad, te hubieras inscrito al de basket conmigo, sería tu asesor personal.



<< ¿Por qué todos quieren que esté en basket? >> pensó ya hastiado. Con Ryota, ya eran cinco personas.  


— Éramos desconocidos aquel entonces, Kise-kun — apoyando la cabeza en el respaldar, viró el cuello hacia el rubio quien le observaba desde arriba — Y en lo personal, no me llama el basket. 

Si Kise antes no estaba agitado, tras las palabras de Kuroko pegó un jadeo dramáticamente ruidoso llevándose la mano al pecho, ofendido, como si hubieran escuchado algo inconcebible.

—  ¡Pero qué dices! ¡No blasfemes, es pecado!

— Kise-kun, silencio por favor, hay gente. 

— Lo siento — dijo Kise en un susurro, encogiéndose en su sitio como un niño regañado — Pero ilústrame... ¿Por qué no? Se ve que te agrada el deporte, y tienes buena condición física... quizá poca resistencia jeje.  

Kuroko le dedicó una mirada exhausta y exhaló, el rubio estaba muy hablador — En secundaria practicaba atletismo, pero me lesioné el tobillo y debí dejarlo de forma indefinida para rehabilitarme — movió ligeramente el pie derecho, señalándole a Kise que de ese se trataba — Me proscribieron hacer deportes de alto impacto, lo que incluye el basket, en cambio natación es de bajo impacto y puedo hacerlo sin perjuicio. — el rubio le escuchaba atentamente, en silencio, sintiendo lo que pudo significar a Tetsuya abandonar algo que aprecias hacer — Además de niño me cayó un pelotazo en la cara, quedé traumado.

Entonces la atmósfera silente construida por la confesión de Kuroko, se vio interrumpida por la limpia y escandalosa carcajada de Kise, la alargó por varios segundos, mientras extraños sonidos salían de su garganta en forma de risas y la gente alrededor miraban curiosos, a más de uno contagiándole una leve sonrisilla. Por otro lado, Kuroko se inhibió ante tal bullicio, sonrojándose y escondiendo la nariz bajo la chaqueta del rubio. Extrañamente, aquel aroma Alfa se disparó adquiriendo profundidad, siendo resentido por el Omega. 

— Eso...- trataba de hablar Kise, un par de lagrimillas en sus ojos oro - eso sí es gracioso - nuevamente rió, esta vez sabiéndose controlar. 

Siendo honesto, Kuroko no dijo esa "broma" por mera casualidad. Se dio cuenta que sus palabras sonaron muy íntimas, y no quería que Kise le mirara con lástima por su desperdiciada vida deportiva, o su trato para con él cambiara por uno exageradamente compasivo. En consecuencia y haciéndose el gracioso, el Omega le dio humor a la situación cambiando el tema. Asimismo, Kuroko ya había superado la frustración de esa parte de su vida, quedando solo la leve añoranza de lo que pudo ser y no fue.

— Pobre Kurokocchi, traumatizado de por vida. Me pregunto quién fue el bruto que te hizo eso. 

— En realidad fue Kagami-kun cuando estudiábamos juntos en primaria — hizo una pausa rememorando los hechos — íbamos a jugar vóley, pero se olvidó la pelota blanda y jugamos con la de básquet pensando que era lo mismo...él remató y...nunca más.    

— Ese Kagami tiene costumbre de darte pelotazos al parecer — refiriéndose la pelota que le impactó hoy — Un día confundiré el aro con su cara y encestaré ahí.

— Kise-kun, no — advirtió Kuroko, conociendo que el rubio era capaz — Solo éramos unos niños, queríamos jugar y ya, no fue intencional ni imaginamos que terminaría mal — Aquella vez, igual que el presente, también le sangró la nariz. 

Ryota sonrió en un suspiro, al mismo tiempo que elevaba la mano y enroscaba un mechón de cabello celeste en su índice, haciendo pequeños rulitos.— Así que tu también tienes un trauma de infancia eh~  

— ¿"También"? — se cuestionó un Kuroko incrédulo — Significa que... ¿Te lanzaron una pelota  a la cara de niño?

— No... — rió entre dientes, negando la cabeza con suavidad — No fue así yo...hubiera querido...un pelotazo hubiera sido menos traumático comparado a...

Calló de pronto, tragando sus siguientes palabras y dudando si debía continuar. Había una emoción temblando en los ojos del Alfa, una llama de fuego que se agita temerosa a la fuerza del viento; un recuerdo pasado que se tambaleaba en su fragilidad. Entonces miró de reojo a Kuroko, quien ya le observaba recíprocamente; parecía que Kise buscara su permiso para continuar, o más bien, un soporte. La confianza de poder dejar descansar su íntima fragilidad. 

Y Kuroko, con un pequeño asentimiento de cabeza, le sonrió conciliador a esas inseguridades. 

— De niño me hacían grandes fiestas de cumpleaños — más decidido, tomó palabra Kise — Para alardear supongo. Sin embargo lo que más me gustaba era que mis tíos venían de Miyagi con mi primo y se quedaban unos días con nosotros... Tooru es mayor dos años, pero congeniamos muy bien; nos pasábamos todo el día jugando, molestando a mis hermanas y comiendo pan de leche — rió, nostalgia en su risa. Kuroko lo hizo también — Un año me regalaron un balón de vóley, pues con Tooru nos obsesionamos con el sueño de ser jugadores de la Selección Nacional de Vóley... así que fuimos a estrenar mi balón al jardín, jugar un rato e imaginarnos un partido profesional — a la par que hablaba, Kise continuaba jugando con los mechones celestes entre sus dedos, concentrándose más en ello que en su propia confesión — Uno de los pases yo recepcioné mal...supuestamente hay posturas específicas, pero qué iba a saber, solo me divertía...— se encogió de hombros, y su voz fue disminuyendo su volumen hasta un tono que apenas Kuroko oía — El balón cayó en un vitral que daba al estudio de mi padre...lo destrozó completamente.

Kuroko jadeó, apretando instintivamente la tela de la chaqueta. Los vitrales eran considerados piezas artísticas muy exquisitas por su origen europeo, y al fusionarse con la cultura japonesa hizo que quienes los fabricaran fueran artistas cotizados, exclusivo para las familias adineradas de Japón que podían costearse semejante lujo; se subastaban y coleccionaban entre aristócratas. Si dicho vitral era uno de esos, coleccionable, ya imaginaba la reacción del padre de Ryota.

—¿Qu-qué pasó... después?— inquirió Kuroko, temeroso y expectante a la respuesta. 

— Lo que pasó...lo que pasó —conturreó Kise distraídamente, dejando los mimos a Kuroko y sentándose correctamente apoyado al espaldar —Nada. Solo mandaron a limpiar, incluso creí que por mi cumpleaños papá lo dejaría pasar... sin embargo...tras irse las visitas, me mandó a llamar y recuerdo que toda la casa olía a él, a su mal humor — Kise sonrió con amargura, mirando sin ver el techo del vagón — Ni bien entré al estudio colapsé. Sus feromonas estaban tan desequilibradas y pesadas que desconocí completamente a mi padre; pero él estaba ahí, a oscuras y en silencio, mirándome y... sus ojos... — apretó los párpados dolorosamente, evocando la viva imagen de su padre — Él llegaba a temblar de la ira... jamás lo vi así de furioso en toda mi vida, ni si quiera años después...fue el tipo de mirada que le dedicas a alguien que odias...a un enemigo — susurró en un suspiro — Estaba tan aterrado que no noté que el balón también estaba allí,  entonces mi padre lo tomó, y con ambas manos lo empezó a apretar y apretar hasta que finalmente explotó...eran de esos balones duros, de cuero, y aún así lo reventó... yo tenía ocho años, solo...era un niño. 

El tren de pronto se detuvo y las puertas se abrieron; ambos adolescentes se distrajeron al movimiento de las personas y cerciorándose en qué estación se hallaban, comprobando que aún faltaba una parada más. Y Kuroko aprovechó esa brevedad para limpiarse una lágrima. 

— Lo siguiente que recuerdo es difuso — prosiguió Kise- me desmayé, y caí enfermo debido al severo  shock de las feromonas de mi padre — se restregó la cara con una mano, despabilando su zozobra — Nunca más volví a jugar con pelotas dentro de la casa, y Tooru tampoco volvió a visitarme...aunque igual nos vemos cuando viene a Tokio, la semana pasada por ejemplo.

Kise se removió en su asiento al sacar su celular del bolsillo, tecleó rápidamente algo para después acercarle la pantalla a Kuroko. Allí se veía una foto en lo que parecía un gimnasio, y en primer plano dos personas posando. Uno era Kise, vistiendo ropa deportiva con un gesto facial serio, casi provocadora; el otro muchacho era tan alto como Ryota, cabello y ojos marrones con un rostro bastante atractivo,  físico bien trabajado y una expresión igual de imponente e intimidante; un Alfa. Kuroko tardó en darse cuenta que se trataba de una foto para marketing. 

— Él sí continuó jugando vóley, hasta es capitán de su equipo de Preparatoria, aún conserva el sueño de ser jugador de liga nacional — apagó la pantalla y guardó nuevamente el celular — Por mi lado...supongo que mi destino no era jugar vóley, es mucho trabajo en equipo y... si ya fui imprudente jugando algo que desconocía, hubiéramos perdido por mi culpa... y tampoco creo tener ese tipo de habilidad.

— Kise-kun...— se frotaba las manos ansiosamente, el frío calando no solo en su piel, también su pecho. 

Kuroko sintió como su corazón se estrujaba conforme el Alfa hablaba, y tras este terminar quería decirle algo, sin embargo no sabía qué. ¿Palabras de consuelo o ánimo? ¿Una opinión? ¿Silencio? ¿Qué decir? Si bien su padre no fue violento físicamente con Ryota ¿Acaso la intimidación no es una forma de violencia? Prácticamente, había construido en Kise una inseguridad, un límite, siendo ese la pasión por sus sueños.


Suelen decir que...



Aquellas personas que siempre ríen demás, son las que más rotas por la vida están. 




Podría ser cierto, la risa era una excelente máscara para encubrir sentimientos de debilidad. 


Pero Kuroko creía lo contrario.


Cuando por fin el Omega pudo rearmar unas palabras en su cabeza, al momento de abrir la boca y decirlas el megáfono del vagón sonó indicando su parada, y el metro fue deteniéndose gradualmente hasta quedarse quieta. 

 — Llegamos  — dijo Kise incorporándose, Kuroko imitándolo por inercia; y ambos salieron rápidamente antes que la gente los empuje de nuevo dentro. 

El Alfa caminaba unos pasos más adelante que su compañero, eludiéndolo, pues recién caía en Ryota la demoledora verguenza de su sensibilidad al hablarla tan abiertamente; la esfera íntima que otorgaba el vagón se había evaporado, dando pase a la realidad de lo cotidiano... donde la sensibilidad era un pecado para una sociedad tan materialista. 

— Kise-kun yo...

¿Sabías que los relámpagos son premonitorios? — interrumpió el rubio tras oírse un trueno del exterior, sin dejar de caminar en dirección a la salida — Dicen que nuestra especie nació en una noche relampagueante, y por eso es un presagio de algo importante.

— No sabía — respondió Kuroko con velocidad, no quería que el rubio le cambiara de tema — Espera, quería decirte qu...

— Oh Kurokocchi cómo que no sabes, yo te creía todo un intelectual — sin siquiera voltear a verle pasaron la varillas de acero. La ciudad ya empezaba a verse por el túnel de las escaleras, y Kise fue el primero en apurarse a subirlas — Siempre estás leyendo en clases o recesos, todo un ratoncito de biblioteca, pensé que...uhm...¿Qué sucede?


Finalmente, a media escalera, Kise se detuvo; una pequeña mano de dedos fríos apresó su muñeca, y el inesperado  contacto le hizo voltear hacia su acompañante, a mirarle por primera vez desde que bajaron del tren, cierta renuencia aún agitándose en sus ojos de oro.

El mencionando no dijo nada, a penas un corto suspiro a manera de reproche y el revoloteo de sus pestañas observándole. Kuroko subió las tres gradas de diferencia, rodeándolo para quedar delante y a la altura de Kise.

La lluvia seguía asolando; los trenes del andén seguían llegando; y la gente, bordeándolos a ellos, seguían pasando. Pero, si uno se detenía a escuchar atentamente, se daría cuenta que entre aquellos dos adolescentes no había más que el silencio de sus respiraciones gentiles y calmas rozándose entre ellas. La bulla de la vida alrededor, no la oían. 

Sin esbozar ni una letra o vocal, Kuroko retenía un cúmulo de palabras que deseaba expresar a Kise; pero encontró que estas le eran insuficientes y prefirió guardar el sonido de su voz. Optando por otro tipo de lenguaje que manifestara su mensaje; así fue como Kuroko recortó la distancia de sus cuerpo al abrazarle, sus brazos rodeando el torso, sosteniéndolo.

Y quizá, su intención era pues, sostener esa bella fragilidad; aunque sea unos segundos o minutos, toda la vida si se pudiera. Que la carga fuera mutua, y también más ligera. 

No fue tu culpa — dijo Kuroko, sus labios próxima al oído de Kise — No fue tu culpa — y sus manos asieron el abrazo al cuerpo contrario- No fue tu culpa. 

— ¿Ku-kurokocchi? — Kise no sabía qué hacer, cómo moverse o responder, lo había tomado muy por sorpresa. Tan solo podía sentir su pecho arder en una emoción apretujante y dolorosa — Yo...

— Ryota-kun — alejándose mínimamente hacia atrás y sin deshacer el abrazo, el Omega hizo que lo mirará de frente — Tu no tienes ni te falta ninguna habilidad, porque en realidad, lo que tu tienes es un don le sonrió, dulzura en sus labios y brillo en sus ojos — El talento único de poder hacer las cosas ordinarias de forma extraordinaria, es eso lo que te hace especial... y ningún trauma podrá arrebatártelo jamás. 

Entonces a Kise lo inundó la remembranza de una tierna memoria. Se vio asimismo, tiempo atrás, en un paradero de buses, lleno de una desbordante soledad y angustia que lo resquebrajaba. Pero, al final de todas esas soledades...Kuroko. Estaba allí, con él, sus caminos de ese día bifurcaron hacia una coincidencia; él se quedó a acompañarlo; lo sostuvo en un abrazo tal como hacía ahora y le dijo unas palabras que, en el presente, comprobaba su verdad.

<<  No puedo decirte que todo saldrá bien o se solucionará;  pero sí puedo estar contigo, acompañarte hasta que tú estés bien >>.

Así, Ryota correspondió el abrazo, y sus manos ya no dudaron al aferrarse a ese pequeño cuerpo que lo sostenía, con la misma fuerza de quien se aferra a una esperanza. 

— Gracias — dijo. Su cabeza escondida en el cuello contrario; sus aromas entremezclados y su corazón calmo — Gracias.









 Aquellos que siempre ríen demás, es porque llevan un poema en sus pulmones, y una rima en el corazón.









__________________________________

Hola! 

Ha pasado mucho, pero mucho...mucho tiempo. 

Primero, les pido perdón por mi ausencia, de todo corazón.

Después de publicar el capítulo anterior a este mi salud no estuvo bien del todo y mi cabeza no daba para escribir. Pero luego, tras reponerme, cada idea que escribía no me gustaba o la borraba, me sentía inconforme con todo y terminé por entrar en "Hiatus".
Mi intención nunca fue abandonar el Fic de manera definitiva; necesitaba organizar y ordenar la trama ya que los capítulos previos surgían conforme a mi inspiración del momento, carecía de un cuerpo sólido. Este FanFic forma parte de un proyecto de multiverso de crossover que tengo planeado con otros animes, en consecuencia este tiempo me sirvió mucho para reorientar la dirección secuencial y sincronizarlo con los demás animes (como ya habrán notado en algunos crossover de capítulos atrás). 

Mi fin con Síndrome H no es solo una historia adolescente y alocada (en parte sí también xd ) sino que quiero plasmar la realidad que todos nosotros vivimos en un día a día, sea en plano emocional o real, académico o familiar, que se sientan, aunque sea, un poquito identificados, pero a la vez felices.

Les reitero nuevamente mis disculpas :(

Las actualizaciones se reanudarán a cada diez días. 

Gracias por leer! Nos vemos pronto! 

Dato Curioso: La crónica narrada al inicio del capítulo corresponde a la época de finales del Pleistoceno. 

Continue Reading

You'll Also Like

154K 21.6K 64
nacido en una familia llena de talentos aparece un miembro sin mucho que destacar siendo olvidado sin saber que ese niño puede elegir entre salvar o...
450K 30.3K 72
Boku No Hero Academia Viendo el Futuro: Los estudiantes de la U.A estaban a punto de tener una clase, como todos los días, pero fueron citados no sol...
729K 108K 99
Toda su vida fue visto de menos y tratado mal por las personas que decían ser su familia, estaba cansado de que todas las noches llorara por aunque s...
61.6K 6.8K 45
☆ y me pueden decir diez mil cosa' de ti pero yo pongo mi alma en el fuego por ti nadie sabe, lo que yo haría no saben que ni con cien mencione' van...