Tardes de otoño

By JoanaMarcus

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¿Qué es lo peor que podía pasarle a la pobre Mara después de reencontrarse con el que fue el amor de su infan... More

Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
EXTRA DE AIDEN

Capítulo 17

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By JoanaMarcus




17 - FIN DE AÑO


(Sober up - AJR)


Cuando llegué al hospital, recibí un mensaje de mi madre preguntando dónde demonios me había metido —porque le habían robado el cruasán—, pero me dio igual.

En ese momento, todo me daba igual. Tenía ganas de gritar. Pero, cuando me planté delante del mostrador de la entrada, me contuve a mí misma y, en lugar de gritar, esbocé mi sonrisa más inocente y di el nombre del gilipollas.

—Oh, me temo que solo pueden visitarlo familiares —comentó la chica de la entrada—. A petición de la propia familia.

—Lo sé —mi sonrisa se dulcificó aún más—. Soy su novia.

La chica me observó unos segundos, como analizándome, y luego se inclinó sobre su hoja de papel.

—Avisé de que vendría, pero no dije cuando lo haría —aclaré—. Puede que todavía no me hayan añadido en la lista por eso.

—Mhm... bueno... —dudó un segundo—. Siga a esa enfermera. La llevará con él.

Está claro que no se lo creían, pero aún así seguí a la mujer con expresión calmada. Y eso que, por dentro, tenía ganas de estamparle el bolso en la cabeza a ese gilipollas en cuanto lo viera.

La mujer me echó una ojeada cuando cruzamos el pasillo tras salir del ascensor. Tercera planta. Habitación doscientos quince. Iba a recordarlo. Por si algún día quería volver para lanzarle un bote de gas mostaza o algo así.

Cosas importantes.

La enfermera abrió la puerta y asomó la cabeza.

—Han venido a visitarlo —informó—. Una chica que dice ser su novia.

Hubo un momento de silencio. Yo tenía los puños apretados, pero la cara de calma absoluta. No sabía ni cómo lo estaba consiguiendo.

La enfermera me hizo un gesto y entré en la habitación. Lo primero que vi fue que era individual. Y gigante. Seguro que habían pagado mucho dinero para mantener a su hijo en ella. Tenía un ventanal bastante grande que daba con el parque que había no muy lejos de aquí y, además, había unos cuantos ramos de flores y regalos en la mesa del fondo.

Flores y regalos que no se merecía, pero no era el momento de pensar en ello.

La cama de James estaba en el centro de la pared del fondo. Él estaba tumbado en ella, con una bandeja delante. Todavía estaba desayunando. Parecía más pálido y delgado que la última vez que lo vi, pero por lo demás no parecía muy intranquilo. Ni siquiera dejó de comer al verme.

Sus ojos claros me repasaron de arriba a abajo, casi con desinterés, mientras la enfermera esperaba una respuesta.

James, al final, se limitó a asentir.

—Sí, es mi novia.

La enfermera murmuró un mhm y nos dejó solos. Tuve la tentación de acercarme y estamparle la bandeja del desayuno en la cara, pero me contuve y me limité a mirarlo fijamente con los labios apretados.

James, tras unos pocos segundos de silencio, soltó un soplido de burla sin dejar de comer.

—¿Me echas tanto de menos que ahora finges ser mi novia?

—¿Echarte de menos? —repetí, apretando los puños otra vez—. Más bien querría echarte de mi vida, pero parece que es imposible.

No esperé que me dijera nada. Agarré la silla que había junto a su cama y me senté bruscamente en ella, mirándolo. Era obvio que estaba furiosa, pero seguía pasando de mí mientras se untaba una tostada con mermelada.

Lo que más me jodía era que, aunque me causara repulsión verlo, me seguía pareciendo atractivo. Porque lo era. Nunca me acercaría a él otra vez, pero lo era. Gilipollas.

—Bueno —murmuró, centrado en su maldita tostadita—, ¿y qué te trae por aquí? ¿Vas a mandar a tu guardaespaldas para que me mate?

—Deja a Aiden en paz.

—Fue él quien me dio una paliza, si no recuerdo mal.

—Y fuiste tú quien lo provocó, si no recuerdo mal.

—Qué curioso —sonrió, mirándome por fin—. Eso mismo te dije yo cuando me acusabas de haberte violado y nunca te pareció un argumento muy bueno.

Cuánto lo odiaba. Odiaba su cara estúpidamente perfecta. Y su sonrisa engreída cuando sabía que había dado en el clavo. Creo que lo que más odiaba de James era que tenía un don para dar donde más dolía. Siempre. Con cualquiera.

—Lo denunciaste —ni siquiera lo pregunté.

James empezó a reírse entre dientes.

—¿Yo? Yo no he denunciado a nadie. Además, ¿no se supone que la paliza me la diste tú? Eso dijo la policía.

—¿Y por qué no me denunciaste a mí?

—Porque imaginé que ese gorila que tienes a tu servicio vendría a darme otra paliza. Porque así soluciona él siempre las cosas, ¿no? A golpes. Con violencia. ¿Te gustan los tipos violentos?

—Aiden no es así. Y no lo llames...

—Seguro que incluso te pusiste cachonda viendo como me golpeaba, ¿no?

Apreté los dientes, furiosa, cuando empezó a reírse por su propia broma asquerosa.

—Ah, Mara, Mara... —suspiró, como si le diera lástima—. Tu gorila sabía perfectamente lo que pasaría si se metía con el hijo de un jefe de policía. No es culpa mía que sea tan impulsivo.

—Es decir, que admites que tienes algo que ver.

—¿Con qué? ¿Con que lo hayan echado de su liga de gorilas? Yo no he tenido que hacer nada. Mi padre, en cambio... bueno, tiene un amigo ahí, ¿sabes? —me sonrió—. Es una pena lo fácil que es joder a alguien cuando conoces a la persona correcta.

No lo golpees. Sé que tienes ganas, pero no lo hagas.

—Mírate —James me sonrió, negando con la cabeza—. Eres igualita a él. Quieres golpearme, ¿no? Porque es la única forma que conocéis para arreglar las cosas. A golpes. ¿Qué conseguirás con eso? ¿Hará que te sientas mejor por la noche en que follamos?

—No follamos —aclaré en voz baja, casi temblorosa por la rabia—. Me violaste.

Nunca creí que fuera a decirle eso a la cara, pero ahí estaba.

James dejó de comer la tostada para mirarme a la cara con cierta indiferencia.

—Oh, ¿en serio? ¿Te violé?

—Sí —mascullé. Me temblaba el cuerpo entero solo de recordarlo—. Me obligaste a entrar en esa habitación, me diste un puñetazo y me tiraste sobre esa cama. Casi me ahogaste. Y luego me forzaste a acostarme contigo. Me violaste.

La sonrisa de James había ido aumentando a cada cosa que decía.

—¿Eso te dices a ti misma? —enarcó una ceja con aire divertido.

—No es lo que me digo a mí misma, es lo que pasó.

—Oh, Mara, por favor. Me estabas suplicando que te follara.

—¡Lo que te supliqué fue que pararas!

—¿También querías que parara cuando empecé a follarte? Porque, si no recuerdo mal, estabas mojada. Empapada.

Me callé de golpe y me quedé en blanco. La sonrisa de James aumentó.

—En el fondo, lo querías —siguió, negando con la cabeza—. Querías que te tirara sobre esa cama y te follara duro. De verdad. No como Drew, que seguro que incluso te decía que te quería mientras lo hacíais. Eso te aburría. Y por eso no dejabas de perseguirme suplicando que te follara. El problema es que luego te avergonzaste de que te hubiera gustado, ¿no? Por eso te inventaste todo eso de la violación.

Yo seguía mirándolo fijamente, con la boca entreabierta, pero era incapaz de decir nada. La humillación, la vergüenza y el shock eran como un puño de hierro en mi pecho. Apenas podía respirar. Pero James solo siguió hablando como si nada.

—Ya lo creo que te gustó —murmuró, negando con la cabeza—. De hecho, creo que te encantó. Seguro que no te has follado a nadie desde que lo hice yo. Y solo porque sabes que no será ni la mitad de bueno, ¿no es así, Mara?

—No —dije en voz baja—. No es verdad.

—¿No es verdad? —preguntó, con voz mucho más clara que la mía—. ¿Y por qué no te has follado a nadie más? Porque podrías haberlo hecho. Has adelgazado, pero sigues estando buena. Incluso yo podría echarte un polvo. A mí también me gustó. Yo creo que has venido por eso. Para repetir.

Mi corazón se había acelerado en algún punto y la cabeza me daba vueltas. Conocía esa sensación. Era la que solía tener antes de un ataque de pánico. Solo que esa vez también hubo náuseas de la repulsión que sentía ante la situación. Me quedé mirándolo, pálida, cuando James apartó la bandeja para girarse hacia mí y repasarme con la mirada. Cada parte de mi cuerpo que él miraba, hacía que me sintiera sucia.

—Sí, no estás tan mal —comentó, encogiéndose de hombros—. Es una lástima que estés con el gorila. Aunque eso tampoco fue un problema la última vez, ¿no? También tenías novio y no te importó una mierda. ¿Crees que tu gorila te odiaría mucho si ahora te follara sobre esta camilla? ¿Volvería para golpearme? Yo creo que sí. Y si le dices que te he violado otra vez... uf... ¿te imaginas? Me mataría. Y se iría a una prisión. Y le habrías jodido la vida, Mara. Igual que le jodiste la carrera cuando me golpeó por tu culpa.

Hizo una pausa y se inclinó con una sonrisa cruel.

—Porque se la has jodido tú, Mara, no yo. Me golpeó a mí, pero fue por ti. Tú tienes la culpa.

Deseaba poder decir algo. Lo deseaba con todas mis fuerzas. Pero me había quedado completamente en blanco y una sensación que hacía mucho que no sentía se extendió por mi propio cuerpo; asco por mí misma.

—Oh, pero él todavía no te ha follado —añadió James, sonriendo—. Porque tú no quieres, seguro. Y yo sé por qué no quieres. Porque yo sé lo que es follar contigo, Mara. Hay ciertas cosas que puedes notar. Y yo lo noté. ¿Te crees que él no lo notará?

Abrí la boca y volví a cerrarla. Los oídos me zumbaban.

—¿E-el... qué?

—Que estás jodida, Mara —James sacudió la cabeza, mirándome casi con lástima, aunque más con burla—. Estás rota. Y eso es algo que se nota, quieras o no. Y él lo va a notar. Y, en cuanto lo note, se irá corriendo. Porque querrá a alguien que no esté jodido. Alguien que no sea como tú. Querrá a alguien que pueda hacerle cosas que tú no puedes hacerle sin que luego salgas corriendo y te escudes en violaciones ficticias para no asumir que te gustó.

James hizo una pausa, observándome con cierta satisfacción.

—Mírate —murmuró—. Es obvio solo con verte. Estás destrozada, Mara. Y es una lástima. Pero bueno... nunca es tarde para dejar que ese chico encuentre algo que se merezca de verdad. Aunque dudo que tú te apartes de su camino. Siempre has sido una egoísta de mierda. Y una mentirosa. ¿Todavía te crees que lo nuestro no fue consentido? Me apuesto lo que sea a que, cuando ese gorila vuelva a tocarte, ni siquiera te mojarás. Porque lo que te gusta es que te traten como una mierda. Porque sabes que es lo que te mereces.

James suspiró y volvió a acercarse la bandeja. Volvió a comer como si nada, ignorándome, casi como si dejara claro que era hora de que me fuera.

Yo, por mi parte, me quedé mirándolo unos segundos. Ni siquiera podía notar mi propio cuerpo y los oídos me zumbaban mientras veía cómo James seguía desayunando, ignorando que yo seguía a su lado.

Me sentía como si el mundo pesara el triple cuando, destrozada, recogí mi bolso y me puse lentamente de pie. Tenía los ojos llenos de lágrimas cuando me encaminé de nuevo hacia la puerta.

Sin embargo, cuando la toqué con la mano, me detuve y cerré los ojos con fuerza.

No. Yo no me merecía esto.

No me merecía que un idiota como él me hiciera sentir así de mal. No me lo merecía.

Volví a soltar el bolso y me di la vuelta hacia él. De hecho, me encaminé hacia él. James levantó las cejas cuando le quité la bandeja de delante de un manotazo. Levantó la cabeza, irritado, pero no le otorgué tiempo para decir nada.

—Eres la persona más miserable que he conocido en mi vida —espeté, remarcando cada palabra.

James sonrió, poco sorprendido.

—¿En serio, nena?

—Sí, James.

—Oh, me harás llorar.

Cuando hizo un ademán de volver a acercarse la bandeja, la aparté con un poco más de fuerza. Esa vez, su sonrisa no fue tan convincente. Y yo era consciente de que tenía los ojos llenos de lágrimas, pero me dio igual. Ahora mismo, todo me daba igual.

—Eres un miserable —repetí en voz baja, sin pensar lo que decía—. Eres de esas personas que toman todo lo que quieren sin importarles las consecuencias de los demás, ¿no?

—¿Ahora vas a psicoanalizarme?

—Pero —lo ignoré completamente—, yo no soy la persona que tú has descrito hace un momento. Yo no estoy rota. Tengo grietas, pero todos las tenemos y ninguna grieta es tan grande como para no pueda ser curada.

James empezó a reírse entre dientes, acomodándose en la cama.

—¿Eso es...?

—Y te diré una cosa más, James. Puede que yo esté jodida, puede que no haya podido acercarme a nadie en años, pero... yo voy a superar esto. Llegará un día en el que abriré los ojos por la mañana y me daré cuenta de lo idiota que he sido perdiendo años de mi vida sufriendo por alguien como tú. Porque sí, yo voy a superarlo. Voy a superarlo porque no fue culpa mía. Pero tú... tú no vas a poder superarlo. Porque me jodiste de una de las peores formas que se pueden joder a alguien. Y seguro que no fui la única. Haces con la gente lo que quieres sin importante lo que sienten e intentas engañarte a ti mismo diciéndote que en el fondo querían que lo hicieras, pero sabes que no es verdad. Sabes lo que hiciste a todas esas personas. Lo que me hiciste a mí.

Hice una pausa para respirar hondo. Me daba la sensación de que me estaba ahogando. James ya no sonreía. Solo me miraba fijamente.

—Y ahora te va muy bien porque tienes a tu querido papi para protegerte —añadí en voz baja—, pero algún día él no estará, James. Ni tampoco tu madre. No habrá nadie. Nadie que te apoye cuando quieras algo. Nadie que te cuide cuando estés mal. Nadie que llore por ti si te pasa algo. Nadie que se alegre por ti si consigues algún triunfo. Nadie que te quiera. ¿Quién podría quererte si tratas a la gente como me trataste a mí? ¿Quién? Nadie.

Casi había gritado esa última palabra. Me incorporé de nuevo. Él tenía los dientes apretados, mirándome fijamente. Me dio igual. No había terminado.

—Así que sí, yo algún día lo superaré. Te superaré. Y tendré una vida normal y feliz con la gente que me quiere, que por suerte es mucha. Pero tú nunca me superarás a mí. Cada noche, cuando te vayas a dormir, te acordarás de lo que me hiciste. Y lo que le has hecho a otras personas, que seguro que no son pocas. Y algún día te arrepentirás de todo ello. Solo espero que no sea muy tarde, James. De verdad que lo espero.

Hice una pausa y recogí mi bolso del suelo, ajustándomelo sobre el hombro. Él había agachado la mirada, todavía con la mandíbula tensa, pero no decía nada.

—Buena suerte en la vida —añadí en voz baja—. Porque, créeme, la vas a necesitar.

Me di la vuelta y salí de su habitación.

No miré a su madre, que se cruzó conmigo por el pasillo de camino a la habitación de su hijo. En cuanto salí del hospital, sentí que podía volver a respirar de nuevo.

***

Me acomodé un poco mejor cuando noté algo acariciándome el brazo desnudo. Todavía tenía los ojos cerrados y bastante sueño. La caricia subió por mi brazo y se detuvo en mi hombro para volver a descender hasta mi codo. Tardé unos segundos en darme cuenta de que, lo que ahora sentía en el codo, era un pequeño beso.

Abrí los ojos, confusa, y más confusa me quedé cuando vi que Aiden estaba en mi habitación, sentado en mi cama, y ascendía por mi brazo hasta mi hombro dando pequeños besos.

Se le formó una sonrisa en los labios cuando vio que lo miraba, pero no se detuvo hasta que llegó a la curva de mi cuello. Ahí, me dio un último beso —más largo— antes de separarse y sonreír ampliamente.

—Buenos días, bella durmiente.

—Hola, capullo.

—¿Por qué siento que ya he vivido esto?

Sonreí, divertida, frotándome los ojos.

—¿Qué haces aquí? ¿Qué hora es?

—No es muy tarde, tenía un rato libre antes de ir al gimnasio y he decidido visitar a mi pelirroja amargada favorita.

—Pero... ¿cómo has entrado?

—Tu madre me ha abierto. Parecía bastante encantada cuando me ha visto. Creo que le caigo bien.

—Pues yo creo que, desgraciadamente, tiene un crush contigo.

Aiden sonrió, divertido, y señaló la cama con un gesto de la cabeza.

—¿Hay sitio para mí?

Asentí con la cabeza y me apreté contra la pared cuando él se quitó los zapatos y la chaqueta y lo dejó todo en el suelo sin mucho cuidado. El colchón se hundió un poco cuando se metió en la cama a mí lado.

Y, sin embargo, cuando me pasó un brazo por encima y pegó su pecho a mi espalda, un escalofrío de terror me recorrió el cuerpo y me apresuré a darme la vuelta para mirarlo de frente. Él pareció sorprendido.

—¿Algo va mal?

—No —le aseguré enseguida.

Pero siguió mirándome fijamente, esperando que me explicara. Suspiré.

—No... no me abraces por detrás —me limité a decir—. Me recuerda a... bueno... da igual. Prefiero estar así.

Aiden pareció dudar unos segundos, pero al final sonrió y me pasó un brazo por encima de los hombros para pegar mi cuerpo al suyo —esta vez frente a frente—.

—No tengo ningún problema con verte la cara —me aseguró.

—Ya lo creo que no, pervertido.

—Oye, no soy yo quien va haciendo cosas malas por las duchas ajenas.

—No finjas que no te encantó.

—Me encantó, lo admito —asintió muy solemnemente—. Aunque no conseguí centrarme mucho. Igual podrías volver a hacerlo algún día.

Empecé a reírme sin poder evitarlo y Aiden pareció estar a punto de decir algo, pero se calló cuando mi madre empezó a aporrear la puerta de la habitación.

—¡Tortolitos, he hecho desayuno! —canturreó—. ¡Pero puedo meterlo en el microondas si vais a tardar mucho!

—Ya vamos —le digo, algo molesta.

Escuché sus pasitos alejándose y suspiré. Aiden me miraba con aire divertido.

—¿Qué es divertido? —pregunté, confusa.

—Bueno... igual te llevas una sorpresa cuando veas a tu madre.

—¿Por qué?

—Porque va en bragas. Literalmente. Solo lleva unas bragas.

Durante unos instantes, no reaccioné. Solo lo miré fijamente, perpleja.

—¿Eh? —pregunté como una idiota, y mi tono de voz bajó hasta casi la amenaza—. ¿Me estás diciendo que te ha abierto en bragas?

—Eh... sí.

Solté una palabrota y me quité las sábanas de encima. Aiden pareció encantado cuando me senté a horcajadas encima de él, pero decepcionado cuando vio que solo había sido para salir de la cama.

Abrí la puerta de mi habitación, furiosa, y fui directamente a la cocina. Efectivamente, me encontré a mi querida madre con unas bragas diminutas mientras ponía platos encima de la mesa. Me dedicó una gran sonrisa al verme, como si nada.

—Sí que ha sido un polvo rápido —comentó.

—¿Se puede saber qué haces desnuda? —espeté.

—No estoy desnuda, Marita, estoy en bragas.

—¡No puedes abrirle la puerta a mi... a Aiden... en bragas!

Él, mientras tanto, se había vuelto a poner los zapatos y se había acercado a mí. Se detuvo a mi lado, sin decir nada para que el enfado no lo salpicara.

—¿Por qué no? —preguntó mi madre, confusa, tomando un sorbito de café.

—¡Porque...! Dios, mamá, ponte ropa. En serio.

—Marita, la ropa es una imposición social. Un instrumento creado para tapar los complejos de nuestro cuerpo... ¡y no hay nada más natural que un cuerpo desnudo! Deberíais desnudaros vosotros también.

—No —aclaré, furiosa—. Vístete. Ahora.

—Yo me siento a gusto así —protestó.

—¡Pero yo no me siento a gusto, y estás en mi casa! ¡Haz el favor de vestirte de una vez!

—¡Pero si tu novio ni siquiera me ha mirado!

Me giré hacia Aiden. Él fingía que ver el techo era lo más interesante que había hecho en su vida.

Punto positivo para él.

VA T'HABILLER! —grité, furiosa.

Mi madre dio un respingo y puso mala cara.

—Eres tan aburrida, Marita.

Pero, al menos, se metió en la antigua habitación de Zaida para vestirse. Miré a Aiden, que parecía contenerse para no sonreír con aire divertido.

—Como te rías —advertí—, te lanzo un cuchillo.

—No me estoy riendo.

—Bien. Sabia decisión.

—Tu madre es... curiosa.

—Deberías haberla conocido hace unos años, era todavía peor.

Hice un gesto hacia el desayuno francés que mi querida madre nos había preparado, pero Aiden sacudió la cabeza.

—Dieta estricta —me recordó—. Además, tengo que irme.

—¿Tan pronto?

Lo pregunté tan rápido que no me di cuenta de que lo había hecho hasta que fue muy tarde.

Y, por supuesto, a Aiden ya le brillaban los ojos como si acabara de ver una joya valiosa.

—¿Quieres que me quede un poco más?

—¿Eh? Claro que no.

—Si quieres, solo tienes que decirlo —dio un paso hacia mí, levantando y bajando las cejas.

—¡Que no quiero!

—Lástima. Podría haberte devolvido el favor del otro día.

Hizo una pausa y, para mi suerte o desgracia, retrocedió de nuevo.

—Pero tengo que irme de verdad —añadió, encogiéndose de hombros—. Mis padres llegarán en un rato.

—¿Tus padres? —repetí, completamente perdida—. ¿Qué hacen aquí?

—Bueno, es fin de año. Quieren pasarlo conmigo. Y con Lisa. Y con Gus.

—Espera... ¿es fin de año?

—Pues sí, querida Amara. Buenos días. Veo que estás un poco despistada.

—Mierda, entonces mi padre también vendrá —miré la puerta de la habitación de Zaida y puse una mueca de horror—. ¡Y se encontrará a mi madre!

—Oh, no quiero perderme eso —me aseguró Aiden—. A lo mejor convenzo a mi familia de venir a invadir tu casa.

Se acercó y me dio un beso en la mejilla mientras yo seguía mirando fijamente la puerta por la que había desaparecido mi madre con cierto horror.

Pero añadió algo que hizo que centrara toda mi atención en él otra vez.

—Ah —Aiden me señaló— y no te creas que me he olvidado de lo de que soy tu novio.

—¿De qué hablas? Se me ha olvidado.

—Ya.

—No empieces con el ya.

—Adiós, querida novia.

—¡Que te calles!

—Eso diría mi novia.

—¡NO SOY...!

No me dejó terminar. Ya se había ido. Capullo.

Mi madre reapareció unos segundos más tarde completamente vestida y maquillada. Siempre hacía esas cosas en tiempo récord. Me dedicó una amplia sonrisa.

—¿Dónde está tu bomboncito? ¿Habéis discutido?

—Tiene que ir con sus padres. Vienen a verlo por el fin de año.

—Ah... ¿y tu padre vendrá esta noche?

—Sí. Con Grace.

—Con la tipa esa, sí.

—Se llama Grace, mamá, y espero que te comportes bien.

Ella me dedicó una sonrisa angelical.

—¿Cuándo no me he comportado bien, cariñito?

***

Admito que estaba nerviosa cuando llamaron a la puerta. Mamá se había puesto sus mejores galas —un vestido dorado bastante provocativo y el pelo recogido en un moño un poco torcido— y estaba moviéndose por el salón en busca de una postura casual pero elegante para cuando entraran mi padre y Grace.

—¿Ya puedo ir a abrir? —pregunté, enarcando una ceja.

—Sí —confirmó, casualmente apoyada en el respaldo del sillón—. ¿Estoy guapa?

—Preciosa.

—¿Seguro? Creo que el vestido no...

—¡Mamá!

—Vale, vale, perdón. Abre.

Yo no me había arreglado mucho. No me apetecía. Llevaba una blusa de manga larga de color verde esmeralda —mi favorita—, una falda negra —la única que tenía— y me había dejado el pelo suelto. Solo había añadido un poco de maquillaje.

No pude evitar una sonrisa cuando vi que papá y Grace esperaban al otro lado de la puerta. Papá iba con una camisa y unos pantalones sencillos, pero elegantes, y Grace con una blusa rosa y unos pantalones azules.

—Hola —sonrió ella, tendiéndome una bandeja de comida—. Mara, estás preciosa. Toma, hemos traído algo para cenar. Es redondo de ternera con verduras, tu favorito.

No, ellos tampoco se fiaban de mis habilidades culinarias. No podía culparlos.

—Qué bien huele —murmuré, casi salivando cuando recogí la bandeja.

—Nosotros también nos alegramos de verte —comentó mi padre, divertido.

—Hola, papá —ironicé—. Estás muy guapo. Casi pareces mi hermano mayor. Mírate. Tiembla, George Clooney. Aquí viene tu rival y...

—Vale —me detuvo—, suficiente ironía por ahora. ¿Podemos pasar?

—Eh... —carraspeé, incómoda—. Hay algo que deberíais saber, yo...

—Hooooolaaaaaa.

Cerré los ojos un momento cuando mamá se asomó por encima de mi hombro y empezó a agitar el brazo para saludarlos. Al parecer, la postura casual no había servido de nada.

Papá pareció sorprendido, pero Grace solo sonrió sin importarle demasiado que mamá estuviera aquí.

—Camille —murmuró mi padre, pasmado—, ¿qué haces aquí?

—Oh, ya me conoces. Quería estar con mi familia. Es un día especial.

La parte de que no tenía otro lugar al que ir era un detalle sin importancia, al parecer.

Los dejé pasar y cerré la puerta con la espalda, todavía sujetando la bandeja. Mi madre le estaba dando tres besos a mi padre en las mejillas. Cuando lo soltó, se giró hacia Grace y la inspeccionó de arriba a abajo con la mejor de las sonrisas.

—Oh, ¿y tú eres...?

—Grace —aclaré, algo molesta.

—Ah, sí. La nueva.

—Hemos estado juntos desde hace varios años, Camille, no es la nueva.

—No pasa nada —aseguró Grace al notar que las cosas se tensaban—. Es un placer volver a verte, Camille. Hacía mucho que no sabía nada de ti.

—Ah, es que ya sabéis como soy... un espíritu libre.

—Claro, claro... —murmuré.

—Marita —mamá me hizo un gesto—, ¿por qué no metes la comida en el horno? Los adultos estamos hablando de algo.

Suspiré.

¿Sabes lo que significa incomodidad? Bueno, pues esa palabra se quedó muy corta para definir cómo fueron los primeros diez minutos de cena.

Básicamente, yo era la única que hablaba —y lo hacía con Grace, porque era la única que respondía— y los temas de conversación eran bastante estúpidos. Hablaba de cosas cualquiera... cosas para rellenar el silencio incómodo que se había formado a nuestro alrededor.

Al menos, la comida está bien.

No sé si me alivió que mi madre empezara a hablar de repente de lo maravilloso que había sido salir con como se llamara el último novio que había tenido, de todo lo que habían hecho... y yo procuraba llenarme la boca de comida para no tener que comentar nada cada vez que me miraba. Me limitaba a asentir la cabeza con solemnidad y ella seguía.

Ya casi había terminado mi plato cuando noté que mi padre, que había estado bastante silencioso hasta ese momento, me miró con una ceja enarcada.

—¿Y tú qué? —preguntó—. ¿Has vendido toda la decoración para comprarte algo?

Oh, mierda.

Bueno, tenía dos opciones; mentir a mi padre y decirle que era eso... o decirle la verdad. Lo de Zaida.

Sinceramente, no me gustaba mentir. Y menos a mi padre. Así que elegir no fue tan complicado.

—Tuve un problema con mi compañera de piso —aclaré entre dientes.

Tenía la esperanza de que no preguntara detalles, pero no funcionó.

—¿Qué problema?

—Básicamente... se fue con todas mis cosas.

Grace abrió la boca, pasmada, y mi padre se quedó muy quieto. Mamá, que hasta ese momento había seguido comiendo tranquilamente, se apresuró a fingir que ella también estaba en shock para no sentirse apartada.

—¿Que se las llevó? —repitió Grace, incrédula—. No puede... simplemente hacer eso.

—Es lo que hizo —me encojo de hombros.

—¿Y nadie la vio? ¿No has hablado con ella? ¿No...?

—¿No la has denunciado? —preguntó directamente mi padre.

Asentí con la cabeza.

—Aiden me convenció para que lo hiciera.

Ese nombre hizo que mi padre torciera un poco el gesto, pero incluso él tenía que admitir que Aiden había hecho algo bueno por mí.

—Bien —se limitó a mascullar—. ¿Y el seguro?

—Ya me dieron el dinero. Tengo ropa de sobra. Y comida. Y de todo.

—Mara... —Grace puso una mueca, como si supiera que lo que iba a decirme no me gustaría—, si necesitas dinero, puedes pedirlo y...

—Si necesitas dinero, me lo pides a mí —la cortó mamá—. Que soy tu madre.

Honestamente, no sé ni cómo se había pagado el viaje hasta mi casa. Mi madre nunca ha tenido dinero. No sabe ahorrar. En cuanto tiene un billete, tiene que gastarlo.

—No necesito dinero —aclaré—. Tengo trabajo. Dos trabajos, de hecho.

—¿Dos? —repitió papá.

—Sí. La cafetería y como manager de Aiden. Me contrató el otro día.

Hubo un momento de silencio. Mi madre volvía a comer como si nada, mientras que Grace parecía sorprendida y la mueca de mi padre era cada vez mayor.

—¿Su manager? —repitió—. ¿Qué experiencia tienes en eso?

—Papá, tenía un contrato que revisar. Le mejoré las condiciones. Se me da bien.

—¿Y lo de los libros? ¿Ya no escribes?

—¡Sí! Bueno... es decir... ahora mismo no tengo muchas ideas.

—O no tienes tiempo.

—Sí lo tengo. Eso no ocupa mucho tiempo.

—Pero también eres camarera. ¿Cómo vas a tener tiempo para tantas cosas, Mara?

Tardé unos segundos en responder, poniéndole mala cara.

—¿Esto es por escribir o por Aiden?

—Por ambas.

—No sé qué imagen tienes de él —lo señalé con el tenedor—, pero es un encanto.

Por favor, que nunca se enterara de que había dicho algo bueno de él.

—Es verdad —confirmó mamá tranquilamente, rellenándose la copa de vino.

—Camille, no te ofendas —mi padre le puso mala cara—, pero no eres la persona más fiable del mundo para hablar de gustos en hombres. Son bastante cuestionables.

—Te recuerdo que estuvimos casados.

—Por eso te lo digo.

Grace se giró hacia mí, intentando desviar la atención de nuevo para que no discutieran.

—¿A ti te apetece ser su manager?

—Supongo que sí.

—¿Lo supones o lo sabes? —papá enarcó una ceja.

—¿Se puede saber qué problema tienes, papá?

—Cuando dejaste la universidad, me dijiste que tu sueño era escribir. Lo acepté. Y solo te pedí que, al menos, escribieras un libro. Solo eso. Y no lo has hecho. Es como si se te hubiera olvidado completamente.

—Soy una adulta, lo que haga o no con mi vida, es asunto mío.

—No quiero que te olvides de tus sueños por ayudar a que ese chico persiga los suyos, Mara.

Eso me dejó quieta unos segundos. Mi padre no era muy emocional. De hecho, en general, nunca expresaba muy bien sus emociones. Pero eso había sonado distinto. Preocupado. No era muy común en papá estar preocupado. Creo que por eso me dejó tan pasmada.

—No me estoy olvidando de nada —murmuré.

—Bien —murmuró él.

Papá no dijo nada más en toda la cena. Vi que Grace se giraba hacia él unas cuantas veces y le daba pequeños apretones en la rodilla que supuse que serían reconfortantes. Él no me miró mucho más. Parecía pensativo. Casi lo preferí así.

Ya estábamos llevando los platos a la cocina cuando noté que mi móvil empezaba a vibrar. Me lo llevé a la oreja sin siquiera mirar quién era mientras papá, a mi lado, dejaba los platos en la encimera.

—¿Sí? —murmuré, distraída.

—¿Qué camisas te ponen más caliente? ¿Las ajustadas o las sueltas?

Casi me atraganté con mi propia saliva. Maldito Aiden.

Tardé unos segundos en responder, a lo que mi padre me dedicó una mirada extrañada. Enseguida reaccioné.

—Ah, Lisa —dije con voz un poco aguda—. No sé si es un buen momento para...

—Pero respóndeme —protestó Aiden al otro lado de la línea—. Es por si tengo que cambiarme o no.

—Es que... ahora mismo no puedo hablar, ¿sabes? Estoy cenando con mis padres.

Eso último lo dije de forma muy significativa. Escuché la risita de Aiden.

—¿Tienes a tu señor padre delante?

—Exacto —sonreí con inocencia bajo la mirada escrutadora de mi padre.

—Así que si te digo guarradas... ¿tendrás que mantener la compostura? Tentador.

—Lisa, de verdad que no es un buen momento —eso ya sonó un poco más agresivo.

—Vale, vale. Me callo. Pero responde a lo de las camisas. ¿Ajustadas o sueltas?

—Ajustadas.

—Mhm... he acertado. ¿Lo ves? Ya te conozco bien. Podemos casarnos.

—¿Por qué estás tan contenta, Lisa?

—Es fin de año, ¿por qué no iba a estar contento? ¿Tú te estás aburriendo?

—Un poco —admití.

—¿Quieres que vaya a animar la fiesta con mis padres?

—Eh... no sé si será una gran idea...

—Oh, vamos, tu padre y el mío se llevan de maravilla. Puede que incluso empiece a caerle bien.

Lo consideré un momento y, para mi propia sorpresa, me encontré a mí misma asintiendo.

—Está bien.

—¿En serio? —Aiden sonaba sorprendido.

—Sí, en serio. Nos vemos en un rato.

—Genial. Estoy deseando que veas la camisa y me digas si te calienta o no.

Tan romántico.

Colgué el móvil aguantándome las ganas de poner los ojos en blanco y sonreí a mi padre, que me había estado observando todo el rato con aire curioso.

—Lisa me ha dicho que sus padres quieren pasarse un rato por aquí —señalé el móvil—. Le he dicho que sí. Espero que no te importe.

—Oh, claro que no.

Volví al salón. Mamá y Grace estaban hablando entre ellas echándose esas miraditas que le echas a alguien con quien te obligan a llevarte bien aunque en el fondo os llevéis fatal. Una de esas, sí.

Me llené una copa de vino y me senté, esperando. Ni siquiera me gustaba el vino, pero era mejor opción que seguir viendo el espectáculo.

Para cuando llamaron al timbre yo ya me había tomado dos copas y estaba un poco contenta, así que no reaccioné a tiempo para detener a mi padre antes de que fuera a abrir la puerta. Me puse de pie, algo nerviosa, cuando escuché las voces en la entrada. Dos segundos más tarde, Lisa era la primera en llegar al salón. Me dedicó una amplia sonrisa al verme e hizo un ademán de acercarse, pero mi madre la interceptó por el camino.

—¡Lisa! —exclamó con una felicidad demasiado exagerada—. Mírate, cómo has crecido. Estás preciosa.

—Eh... gracias, Camille.

Cuando vio que Grace también estaba, Lisa no pudo evitar sonreír ampliamente.

—¿Huele a tu redondo de ternera? —preguntó con los ojos muy abiertos. Grace asintió y Lisa se llevó una mano al corazón—. No me puedo creer que nadie me haya invitado a comerlo.

—Te invitaremos todas las veces que quieras, Lisa.

Mi madre, mientras veía la confianza que tenían entre ellas, se cruzó de brazos y puso una mueca de irritación.

Claire y el señor Walker fueron los siguientes junto a Gus Gus. Los tres me saludaron, me dijeron que estaba muy guapa —Gus no lo hizo pero enrojeció al verme—, blablabla... lo típico. El único que no se acercó fue Aiden. Y me di cuenta del por qué al cabo de cinco minutos de buscarlo con la mirada.

Mi padre lo tenía retenido en el pasillo.

Oh, no.

Operación rescate, Marita.

Crucé el salón a toda velocidad y me acerqué a ellos dos. Desgraciadamente, mi padre cortó la conversación antes de que pudiera escuchar nada. Ambos se giraron hacia mí. Aiden con cara de sufrimiento interno y mi padre con cara de angelito.

—¿De qué habláis? —me crucé de brazos.

—Cosas sin importancia —me aseguró papá, poniéndole una mano en el hombro a Aiden—. ¿A que sí?

Me dio la sensación de que esa mano le apretaba el hombro un poco de más cuando Aiden se apresuró a asentir.

Será un boxeador temerario, pero ante un suegro todo el mundo se vuelve un corderito.

Iba a decir algo más, pero mi madre apareció en ese momento.

—¡Hemos decidido que vamos a un bar todos juntos!

Los tres la miramos al instante con una mueca de horror.

—¿Ahora? —pregunté.

—¡Sí, ahora, vamos!

Diez minutos más tarde, estábamos en un bar a rebosar de gente con copas de alcohol volando por todos lados, gente gritando y camareros muy ocupados. Ni siquiera pudimos elegir una mesa para sentarnos, nos tocó una de esas que no tienen ni sillas. Y yo me quedé con el codo apoyado en ella mientras veía que los adultos se emborrachaban y bailaban y yo me tomaba mi quinta copa.

Bueno, no estaba yo sola. Aiden, Gus y Lisa se habían quedado conmigo. Estábamos los cuatro juzgando muy duramente con la mirada a nuestros padres.

—Dios mío —murmuró Gus—, esto es horrible. Los padres deberían tener prohibido bailar.

—Te he visto bailando —Aiden le enarcó una ceja—, tú también deberías tenerlo prohibido.

Gus enrojeció un poco, y lo hizo todavía más cuando intentó beber con su brazo vendado —ya le habían quitado el yeso— y no consiguió alcanzarse la boca con el vaso. Cuando intentó quitarlo, se le quedó enganchado un hilito de la venda a uno de los botones de la camisa. Aiden y Lisa empezaron a reírse a carcajadas al instante.

—Espera —murmuré, rodeando la mesa para acercarme a él—, yo te ayudo.

Gus pareció todavía más avergonzado cuando me puse de puntillas —sí, también era alto— y me acerqué para desenredarle el pequeño hilito.

—Oye —escuché que protestaba Aiden, que ya no se reía—, vista al frente si no quieres tragarte el vaso, enano.

—No amenaces a Gus Gus —protestó Lisa, dándole un manotazo.

—¡Le está mirando las tetas a mi novia!

Puse los ojos en blanco y me separé. Gus estaba tan rojo como mi pelo y evitaba mirarme a toda costa.

—No soy tu novia —aclaré, mirando a Aiden.

—Pues yo soy tu novio.

—No, eres mi pesadilla.

Esa vez fue el turno de Gus y Lisa para reírse de él, pero Aiden no pareció muy ofendido. Solo me enarcó una ceja.

—Sí que lo eres.

—No lo soy.

—¡Lo dijiste tú misma!

—¡Fue para que te dejaran en paz!

—Pero lo dijiste. Has firmado un contrato celestial y estás oficialmente con un Walker. Ya no puedes echarte atrás.

—Bueno, ese Walker podría ser Gus Gus.

Los tres lo miramos a la vez. Él abrió mucho los ojos hacia Aiden y empezó a negar con la cabeza.

—¡Yo no he dicho nada! —chilló.

Suspiré y me alejé de ellos —que empezaron a discutir— para ir a por otra copa. La verdad es que la necesitaba. Aunque fuera de algo suave.

La barra estaba abarrotada y, teniendo en cuenta mi estatura, no era muy sencillo hacerme notar. El único atributo que podía hacerme destacar era mi pelo rojo, y entre la marea de gente dudaba que fuera a ser algo en lo que se fijara nadie.

Por suerte, el señor Walker apareció en ese momento para salvarme el día. Se apoyó en la barra a mi lado y le hizo un gesto al camarero. El asqueroso lo atendió enseguida y nos trajo las bebidas en tiempo récord.

—No me lo puedo creer —mascullé, ya con mi bebida en la mano—. ¡Hace diez minutos que intento que me haga caso!

—Ser alto tiene sus ventajas —bromeó él.

—Bueno, yo no soy baja —aclaré.

Él tuvo la compasión de no hacer ningún comentario al respecto.

Aproveché el momento de silencio para ver que Claire había ido a por el pobre Gus Gus y ahora lo estaban obligando a bailar con mi padre, mi madre, Grace y ella. Él se limitaba a moverse como un muñeco de goma empujado de un lado a otro mientras Lisa y Aiden se reían de él desde la mesa de antes.

—Oye, Mara —me dijo el señor Walker, distrayéndome—, ¿podemos hablar un momento?

—Oh, oh, ¿qué he hecho ahora?

Probablemente, si no estuviera un poco borracha, eso lo habría pensado y no lo habría dicho.

Por suerte, él se lo tomó con humor.

—Nada —me aseguró—. No es sobre eso.

—¿Y sobre qué es?

—Sobre Aiden.

Uf... casi prefería hablar de que había hecho algo malo.

—No sé qué le habrá dicho —aclaré, ahora un poco nerviosa—, pero no somos...

—Mira —me cortó, también algo incómodo por la conversación—, no me gusta tener que decirte esto porque te conozco desde hace muchos años, pero... siento que tengo que hacerlo.

—¿El qué? —levanté las cejas, sorprendida.

El padre de Aiden suspiró y lo consideró un momento antes de mirarme.

—Aiden es muy impulsivo —aclaró—. Muchísimo. Creo que precisamente por eso le va tan bien en boxeo, porque se lanza a por lo que quiere sin pensarlo. Lo hace en muchos aspectos de su vida.

Eso último me lo dijo con una mirada significativa. Sí. La verdad es que conmigo también se había lanzado sin pensarlo.

—Como cuando se casó con esa chica, por ejemplo —añadió él—. ¿Cómo se llama? ¿April? En fin, la rubia. Supongo que sabes quién es.

—Sí —mascullé—, nos conocemos un poco.

—Pues eso. Que Aiden es impulsivo. Se lanza a por las cosas y no se detiene a pensar en las consecuencias de hacerlo. Cuando le dio esa paliza al hijo del jefe de policía... creo que todos pensamos que terminaría en la cárcel. Fue un milagro que no lo hiciera. Pero no creo que eso mismo suceda dos veces.

Eso también me lo dijo de forma significativa, pero el alcohol me hacía un poco más lenta, así que fruncí el ceño sin entenderlo del todo.

—¿Qué quiere decir? ¿Que no le deje pelearse fuera un ring? Eso ya lo...

—No, no me refiero exactamente a eso. Mira... sé que la pelea fue por ti. No digo que fuera culpa tuya, pero creo que fue por ti. Aiden... se siente muy implicado contigo. Incluso Claire lo ha notado, y eso que ella no notaría ni a un elefante en medio de una cocina. Eso último no se lo digas o esta noche dormiré en el sofá.

Sonreí un poco, pero la sonrisa se borró cuando vi que me dedicaba una mirada bastante seria.

—Mara, te conozco desde hace muchos años. Creo que puedo llegar a saber cómo te comportas en distintos aspectos de tu vida.

—¿Qué quiere decir con todo esto, exactamente?

—No me gustaría ver a Aiden salir de esta relación... herido.

Oh, así que era eso.

Estuve a punto de soltar un no somos novios bastante brusco, pero entonces me di cuenta de que quizá se refería precisamente a eso.

—Sé que no lo harías a propósito —aclaró al verme la cara—. No estoy diciendo que crea que juegas con él o algo así. Sé que no eres de esa clase de personas. Pero... honestamente, Mara, no debería meterme en esto, pero estoy preocupado por mi hijo. Lo veo mucho más implicado en esta relación que a ti.

Miré de reojo a Aiden. Él seguía riéndose a carcajadas del pobre Gus. Volví a girarme hacia su padre sin saber qué cara poner.

—No creo que seas mala persona, Mara —murmuró él—. Nunca lo creería. Pero... no le hagas daño a mi hijo. O hazle el menor daño posible. Solo te pido eso.

Sé que iba a responder, no sé cómo porque no se me ocurría nada que decir, pero sé que iba a responder... hasta que Gus apareció intentando huir de su madre y los demás. Casi se escondió detrás de mí con la excusa de hablar con nosotros para no tener que volver con ellos.

—¿Qué hacéis? ¿Habláis de algo interesante? ¿Puedo unirme? Por favor, decidme que sí.

—Sí, Gus —su padre puso los ojos en blanco—. Otra opción era decirles que no querías bailar con ellos.

—¡Es que me daba lástima romperles la ilusión!

Me quedé un rato más con ellos dos, aunque admito que no les presté mucha atención. La mayor parte del tiempo me lo pasé sentada en la barra bebiendo más vasos de los que podía contar mientras periódicamente venía alguien a pedir algo más y se detenía para hablar un rato conmigo. Mi madre hablaba de un tipo muy guapo con el que había ligado, mi padre de lo animada que estaba Grace, Grace de lo animada que estaba, el señor Walker de que era gracioso ver a Gus sufriendo en la pista de baile, Claire de que quería volver a bailar con Gus, Gus de que quería huir de ahí y Lisa de que le daba vergüenza ver a sus padres bailando.

El único que no se acercó en todo el rato fue Aiden. Le eché unas cuantas ojeadas, pero él no me las devolvió. Parecía bastante pensativo. Como yo.

Casi se me había olvidado dónde estaba cuando noté que alguien se apoyaba con el codo en la barra, justo a mi lado. Aiden no parecía nada contento cuando me miró.

—¿No has bebido demasiado?

—No, todavía me sostengo de pie.

Sonrió, pero solo un poco. Quería seguir demostrándome su descontento.

—¿De verdad quieres vomitar delante de nuestros padres?

—Eh... no.

—Entonces, yo creo que va siendo hora de dejar el alcohol.

—Todavía no —levanté mi vasito con una sonrisa—. Me queda medio vaso.

—Eso suena a excusa.

—Lo es.

Aiden puso una mueca cuando seguí bebiendo, pero no dijo nada. Creo que optó por ir por un terreno menos incómodo. Que resultó ser mi falda.

—Preciosa elección de ropa.

—En mi defensa diré que no sabía que te vería.

—Esa falda me trae muy buenos recuerdos.

—Ahora quiero quemarla.

—¿No vas a decirme nada de mi camisa?

Lo miré mejor. Aiden llevaba una camisa blanca que le quedaba como un guante. El problema era que se notaba que no estaba cómodo con ella. No dejaba de subirse las mangas hasta los codos y se intentar ajustarse mejor el cuello. Sonreí disimuladamente.

—Muy sexy —le aseguré.

—Me alegro. Todo este sufrimiento ha valido la pena.

—¿Estás incómodo?

—Bastante.

—¿Quieres que te ayude a quitártela?

Aiden entrecerró los ojos, algo divertido.

—No delante de mis padres y los tuyos.

—Bueno, puedes llevarme a casa más tarde.

—¿Puedes firmarme un papel diciendo que luego no fingirás no acordarte de que has dicho eso?

No dije nada. Estaba bebiendo otra vez. Aiden señaló el vaso con la cabeza.

—¿Si estuviera vacío dejarías de beber por hoy?

—Bueno, supongo que... ¡OYE!

Antes de que pudiera reaccionar, ya me lo había quitado y se lo había terminado de un trago. Aiden puso una mueca y volvió a dejarlo en la barra, ahora vacío.

—Joder, hacía demasiado tiempo que no probaba alcohol. Qué asco.

—¡Me has robado la bebida!

—Pues sí.

—¡Deberías disculparte!

—Pues no.

—¿Quieres que le cuente a tu entrenador que te has saltado la dieta?

—Ha sido por una buena causa, lo entenderá. Sapo.

—No soy una sapo.

—Sí que lo eres. Sapo.

Estuve a punto de sacarle el dedo corazón, pero me detuve cuando me di cuenta de que la gente se estaba reuniendo junto a la televisión que estaba en el rincón del local. Grace y papá, Claire y el señor Walker, mamá y un desconocido y Lisa y Gus estaban todos mirando la televisión en parejitas. Solo faltábamos nosotros.

—¡Casi es año nuevo! —grité a Aiden, y me bajé del taburete a tanta velocidad que casi me caí al suelo. Menos mal que me sujetó por instinto. Me recompuse como si no hubiera pasado nada—. ¡Vamos, no me lo quiero perder!

Aiden me siguió de cerca —más que nada porque yo daba tumbos— y dejó que lo guiara al extremo opuesto del bar, perdidos entre los desconocidos, para que nuestros padres no nos vieran. No creo que a mi padre le hiciera ninguna gracia verme de la mano con él, la verdad.

Llegamos justo a tiempo para la cuenta atrás. Todo el mundo empezó a contar desde diez y yo me perdí tres veces intentando llegar al cero. De hecho, me perdí tanto que llegaron cuando yo todavía iba por el siete, pero me puse a chillar de felicidad igual porque era lo que hacía todo el mundo.

—¡Feliz año nuevo! —le grité a Aiden por encima del ruido de la gente.

Él sonrió y se inclinó para decirme lo mismo y que pudiera oírlo, pero lo sujeté del cuello de la camisa y lo besé antes de que pudiera hacerlo.

Ni siquiera yo misma sabía que tuviera tantas ganas de besarlo. Nunca había besado a nadie así, con esa necesidad. Pero me encontré a mí misma haciéndolo con él, que se quedó un poco sorprendido pero no se apartó.

Tampoco sé en qué momento empecé a sentir el acelerón que daba mi cuerpo cada vez que me besaba Aiden, pero de pronto sentí que el calor era insoportable y, antes de pensar en lo que hacía, lo sujeté de la mano y fui directa al pasillo del fondo.

—¿Qué haces? —preguntó él. Tenía la boca manchada de pintalabios y expresión perdida. Le daba un toque bastante tierno.

—¿Tú qué crees?

No lo entendió hasta que vio que abría la puerta del cuarto de baño y me asomaba para comprobar que no había nadie.

Me metí en el de chicas con él. Aiden abrió la boca para protestar, pero se calló cuando lo empujé dentro de uno de los cubículos individuales, me metí con él, cerré a mi espalda y me acerqué para besarlo de nuevo.

La cabeza me daba vueltas cuando me correspondió al beso. Ya no actuaba yo. Era una versión mía que no había surgido de mi interior desde los quince años, cuando me emborrachaba casi todas las noches y me entraban ganas de ligar con cualquiera. De cuando todavía no me había pasado eso.

Y, pese a que yo notaba que quería ir hasta el final, Aiden se separó de repente con el ceño fruncido.

—Estás borracha —me recordó.

—¿Y qué?

Tiré de sus hombros hacia atrás hasta que se quedó sentado en la tapa cerrada del retrete. Me senté a horcajadas sobre él antes de que pudiera moverse y me subí la falda hasta la cintura. No llevaba unas bragas muy sofisticadas, pero eran azules y algo sexys. Cuando apreté los muslos entorno a su cintura, noté que Aiden empezaba a excitarse pese a que apartó la cara cuando intenté besarlo.

Fruncí el ceño, confusa.

—¿Acabas de apartar la cara?

—Sí —sonaba algo irritado.

—Quiero besarte, Aiden.

Él abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Creo que estaba teniendo una lucha interna, especialmente cuando pegué mi pecho al suyo y froté un poco las caderas contra su regazo. El punto exacto donde sabía que tenía que frotar.

—No quiero aprovecharme... —empezó, pero lo detuve enseguida.

—Te lo estoy pidiendo. ¿No te apetece?

—No me apetece que nuestra primera vez sea borrachos, en fin de año, sobre un retrete de un bar cualquiera, Amara.

—Vale, pues sin hacerlo —le rodeé el cuello con los brazos y acerqué mi boca a la suya. Noté que se excitaba aún más cuando seguí moviendo las caderas contra él—. Pero podrías ayudarme con la mano.

Aiden pareció algo sorprendido, pero al menos esta vez no se apartó cuando lo besé en la boca con ganas, casi como si lo necesitara para seguir viviendo. Le agarré el pelo con una mano y la muñeca con otra, metiendo su mano entre nosotros. En cuanto noté que pasaba un dedo por mis bragas, solté un jadeo bastante fuerte contra su boca y me incliné para facilitarle el acceso. Aiden volvió a besarme enseguida para que no hiciera ruido. Alguien se estaba lavando las manos. Menos mal que se fue enseguida.

Él ladeó la cabeza y empezó a besarme el cuello, la mandíbula... cuando tiró ligeramente del lóbulo de mi oreja con los dientes, sentí que me recorría un pequeño espasmo que se concentraba en el punto donde sus dos dedos estaban frotando mis bragas, cada vez con más fuerza.

Pero no era suficiente. Sentí que faltaba algo. No en él, sino en mí. Era casi como un vacío, como si estuviera haciendo algo mal. Como si eso me hiciera sentir todavía peor.

Le obligué a sujetarme el cuello con fuerza con la mano, pero él la apartó enseguida. Al final, opté por algo más práctico:

—Agárrame del pelo.

Él se detuvo un momento, confuso, pero lo hizo y volvió a besarme en la boca.

—No —me separé un poco y le coloqué mejor la mano, de forma que si tiraba muy fuerte podía llegar a hacerme daño—. Más fuerte.

—¿Qué...?

—Solo hazlo.

Él tiró un poco, confuso, pero no tan fuerte como yo quería. Intenté besarlo y mover las caderas contra su mano, pero de pronto sentía una ansiedad creciente en mi interior que no conseguía calmar. Como una voz dentro de mí que me decía que eso no era suficiente. Que no me merecía caricias suaves. Me merecía...

—Dame una bofetada.

Aiden se detuvo en seco y me miró con el ceño fruncido.

—No pienso hacer eso.

—Por favor, solo hazlo.

—No —y, esa vez, sonó realmente enfadado—. ¿Se puede saber qué te pasa?

—¿Qué más te da? Solo hazlo.

Se quedó mirándome unos segundos y vi el momento exacto en que su expresión cambiaba en seco. Por primera vez, Aiden me miró como si no me conociera.

La palabras de James vinieron a mi cabeza sin que yo pudiera evitarlo. Que estás jodida, Mara. Estás rota. Y eso es algo que se nota, quieras o no. Y él lo va a notar. Y, en cuanto lo note, se irá corriendo.

No. Sacudí la cabeza, como si lo tuviera delante, pero a quien tenía delante era a Aiden, que seguía mirándome de esa forma que me hacía sentir como si acabara de verme por primera vez tal y como era.

Se me llenaron los ojos de lágrimas inconscientemente.

—Por favor —murmuré, no sé si para mí misma o para él—. Solo hazlo.

Aiden estaba demasiado enfadado como para consolarme. De hecho, eso pareció cabrearlo todavía más.

—¿El qué? ¿Golpearte?

—Solo... hazlo.

Pareció que iba a decir algo muy malo, pero se contuvo a sí mismo, cerró un momento los ojos y, al abrirlos, pareció igualmente cabreado pero más bajo control.

—No. Voy a llevarte a casa. O tus padres van a hacerlo. Pero no vas a quedarte aquí.

Probablemente habría protestado en otra ocasión, pero en ese momento tenía la cabeza agachada y las ganas de llorar aumentaban a cada segundo que pasaba. Aiden me sujetó de la cintura para ponerme de pie y volvió a bajarme la falda. Nos quedamos los dos en silencio unos segundos en los que él me miró fijamente, pero yo seguí con la cabeza agachada.

—No te muevas de aquí —me dijo al final.

Se marchó antes de que pudiera decir nada y yo me agaché junto al retrete. Tenía ganas de vomitar, pero no precisamente por el alcohol. Y eso hice. Me sujeté a la taza ahora abierta con ambas manos y no pude evitarlo. No sé cuánto tiempo pasó cuando noté que alguien me sujetaba el pelo.

—Vamos, Mara —era la voz de Lisa—, te he traído un vaso de agua.

Resoplé y la acepté, tomando un sorbito tras limpiarme la boca con el papel higiénico. Me quedé sentada en el suelo del baño mientras ella tiraba de la cadena. Por su expresión, deduje que seguro que tenía un aspecto lamentable.

—¿Mejor? —me preguntó ella, agachándose delante de mí.

Asentí con la cabeza, aunque no era cierto. No estaba mejor en absoluto. Lisa sonrió un poco.

—Mis padres y los tuyos han querido irse a una discoteca a bailar —me dijo, intentando animarme para que sonriera un poco—. Aiden los ha acompañado. Creo que luego se quedarán en un hotel todos juntos.

—¿Te imaginas que hacen una orgía? —intenté bromear.

—La verdad es que prefiero no imaginarlo, qué asc... —se detuvo y miró su móvil—. Oh, ya ha vuelto. Venga, vamos a llevarte a casa.

No recuerdo mucho del trayecto. Sé que Lisa me ayudó a meterme en el coche junto a ella. El coche de Aiden. Estábamos en la parte trasera. Aiden conducía y Gus estaba en el asiento del copiloto. Me preguntó si estaba bien. Eso fue todo lo que hablamos en ese coche, porque era obvio que Aiden seguía enfadado conmigo.

No me miró ni una sola vez. Ni siquiera cuando aparcó el coche delante de mi casa. Fue Lisa quien me ayudó a subir, a limpiarme la cara del maquillaje y a ponerme el pijama.

Ya me estaba metiendo en la cama cuando no pude evitarlo y solté lo que estaba pensando:

—Aiden me odia, ¿verdad?

Lisa puso los ojos en blanco, como si eso fuera absurdo.

—Claro que no te odia.

—Pero está enfadado.

—Eso sí —se detuvo un momento para taparme con las sábanas y me sonrió—. Oh, vamos, ya lo conoces. Si mañana le dices que quieres disculparte vendrá corriendo solo para aceptar tus disculpas.

Asentí pese a que no estaba del todo de acuerdo. No quería marearla con el tema.

—Siento haberos arruinado el fin de año —murmuré.

—No nos has arruinado nada. Todos necesitamos que nos cuiden de vez en cuando. Incluso tú.

—¿Incluso yo?

—Sí, tú, querida amiga que siempre se hace la fuerte. No pasa nada si necesitas que te cuiden alguna vez. A mí me encanta cuidarte —me guiñó un ojo alegremente—. No está mal que intercambiemos los roles de vez en cuando.

Sonreí débilmente. Estaba agotada. Lisa suspiró y se apartó al notarlo.

—Buenas noches, ya hablaremos mañana.

Creo que me despedí de ella dándole las gracias. No lo recuerdo muy bien. Apenas cinco minutos más tarde, ya estaba dormida.


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