Tardes de otoño

By JoanaMarcus

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¿Qué es lo peor que podía pasarle a la pobre Mara después de reencontrarse con el que fue el amor de su infan... More

Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
EXTRA DE AIDEN

Capítulo 16

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By JoanaMarcus




16 - LA GUERRA DE LA DUCHA


(Blinding lights - The Weeknd)



—Así que ya tengo oficialmente una nueva manager.

Aiden había estado muy sonriente durante todo el camino. De hecho, incluso en ese momento, subiendo las escaleras de mi edificio —porque estaba en contra de que usara ascensores, teníamos que hacer ejercicio— no dejaba de sonreír como un idiota.

No estaba muy segura de si devolverle la sonrisa, poner los ojos en blanco o empujarlo.

—Deja de decirlo —protesté, al final—. Y deja de sonreír tanto.

—Es que estoy contento.

—Ya lo veo, Aiden.

—Pobres rusos. Se han ido con la misma cara con la que saldrías de un examen en el que han puesto todos los temas menos los que has estudiado.

Iba a responder, pero me quedé callada cuando vi que Aiden se detenía de golpe, sorprendido, en mi rellano, y se quedaba mirando mi puerta. O más bien a quien había en ella.

—¿Holt? —pregunté, sorprendida—. ¿Qué haces aquí?

Holt, que estaba sentado con la espalda en mi puerta, se puso de pie de golpe y nos miró a los dos. Tenía un aspecto horrible, como si no hubiera dormido o comido bien en semanas. Un pequeño sentimiento de culpa se instaló en mi pecho, pero se borró en cuanto vi que su expresión cambiaba al clavarse en mí... y se convertía en una de furia absoluta.

—Tú —me señaló, acercándose a toda velocidad—. ¡Tú tienes la culpa de todo!

—¿Y-yo...?

Di un paso atrás por impulso, pasmada, y justo antes de que Holt llegara a señalarme justo delante de la cara vi que Aiden metía un brazo de por medio, frunciéndole el ceño.

—Apártate —le advirtió.

—Tú tienes la culpa de todo —Holt apartó su brazo de un manotazo, pero al menos no hizo otro ademán de acercarse a mí. Solo me miraba, furioso—. ¡Le dijiste a Lisa que me dejara! ¡Lo has estado haciendo durante meses!

Oh, así que era eso...

—Holt —empecé, intentando mantener un tono conciliador—, yo no he...

—Cállate de una vez —espetó, cosa que me deja completamente en blanco—. ¿Ya estás contenta? ¿Ya puedes tener a Lisa solo para ti? Porque eso es lo que querías, ¿no?

—Lis te ha dejado porque se merece algo mejor —le soltó Aiden, tan sensible como de costumbre—. Supéralo.

Holt se giró hacia él con los ojos muy abiertos y, por un breve momento, llegué a pensar que le daría un empujón, pero me interpuse antes de que lo hiciera. No quería ver eso.

—Aiden —le tendí mis llaves—. ¿Puedes esperarme un momento en mi casa?

—No.

Él me miraba como si estuviera loca, pero me daba igual.

—No era una petición —aclaré.

—No voy a dejarte sola con este idiota. Apesta a alcohol.

Era cierto. Olía a alcohol todo el pasillo, y era obvio que el hedor pertenecía a Holt. Vete a saber cuánto había bebido.

—Voy a hablar a solas con mi amigo —aclaré en tono de no admito protestas, poniéndole las llaves en la mano—. Haz el favor de esperarme en mi casa, Aiden.

Aiden finalmente apretó los labios, dudó y metió la llave en la cerradura. Me dedicó una mirada algo molesta antes de, finalmente, dejarnos solos.

Holt no había dicho nada en toda esa pequeña disputa. Solo estaba con las manos en los bolsillos, mirando el suelo. Me giré hacia él, dudando, y nos quedamos los dos en silencio. Uno bastante incómodo.

—Sé que todo ha sido muy repentino —dije finalmente—. Pero... yo no le dije nada, Holt. Fue decisión suya.

Holt, de nuevo, no dijo nada. Y yo seguía sintiéndome como si tuviera que llenar el silencio.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste? ¿Quieres que te preparemos algo o...?

—No tengo hambre —aclaró. Y, sin decir nada más, se echó a llorar.

Me quedé mirándolo, completamente perdida, cuando escondió la cara entre las manos, pegó la espalda a la pared y se deslizó hasta quedar sentado en el suelo. De pronto, Holt me parecía mucho más joven. Más frágil. Nunca lo había visto llorando. Siempre me había parecido el típico chico torpe, pero simpático, que siempre se mantiene sereno para que no cunda el pánico. Pero en esa ocasión ya no pudo aguantarse más.

Al final, me senté a su lado y me abracé las rodillas, mirándolo de reojo. Los hombros se le sacudían ligeramente cada vez que sollozaba.

—Siento lo que ha pasado con Lisa —murmuré—. Lo siento de verdad. Os aprecio mucho a los dos. Y sé que ella te aprecia a ti, pero...

—¿Me aprecia? —repitió, quitándose por fin las manos de la cara. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas—. Hace unas semanas decía que me amaba.

—Holt...

—Yo la sigo amando —aclaró, mirándome como si yo pudiera darle alguna respuesta que necesitara oír—. No te imaginas cuánto. No... no puedo perderla.

—Holt —esta vez soné un poco más firme—, tienes que respetar su decisión. Sé que duele, pero no puedes obligarla a tener unos sentimientos que no tiene.

—¡Pero quizá se arrepienta! ¡Quizá dentro de unos días se dé cuenta de que sí quiere estar conmigo!

—Entonces, igual deberías dejarle un poco de espacio para que lo considerara.

No pude evitar el tono de reproche. Lisa ya me contó que no había dejado de llamarla desde que había vuelto de casa de sus padres. Y que, incluso, algunas veces se presentaba en su residencia sin avisar para ver si podía pillarla y hablar con ella.

—Me merezco que me diga las cosas a la cara —replicó él.

—Holt... ya conoces a Lisa, necesita su tiempo.

—¿Tiempo para qué? ¿Para buscar las palabras más bonitas posibles para dejarme?

—Tiempo para pensar. Odia dar malas noticias. Odia hacer daño a los demás. Es obvio que cortar contigo será difícil, pero si estás todo el día detrás de ella presionándola será todavía peor.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Quedarme de brazos cruzados?

—No, Holt —me pasé las manos por la cara, frustrada—. Solo... déjala tranquila por unos días. Te garantizo que si lo haces hablará contigo. Y aclararéis lo que sea que tengáis que aclarar.

Él pareció considerarlo, dejando por fin de llorar. Estuvo un rato en silencio, cavilando, hasta que finalmente tragó saliva.

—Hace semanas que sé que ya no quiere estar conmigo —murmuró.

La frase me dejó un poco sorprendida. ¿Semanas? ¿Y cómo iba a saberlo él? Lisa parecía un libro abierto, pero la verdad es que, en cuanto se trataba de sentimientos, se cerraba en banda. Era muy difícil leerla, aunque a simple vista no lo pareciera.

—¿Por qué dices eso? —pregunté.

—Las cosas ya no eran las mismas —Holt se encogió de hombros, sin mirarme. Casi parecía estar hablando consigo mismo—. Ella me seguía hablando de sus cosas, de cómo le había ido el día, me seguía preguntando cosas a mí y escuchándome... pero... ya no se acercaba a mí. Ya no me besaba con ganas. Ni siquiera hemos hecho nada en la cama desde hace un mes.

No voy a negar que hablar de eso me hacía sentir un poco incómoda, pero supuse que Holt necesitaba contárselo a alguien, así que dejé que siguiera hablando.

—Yo... empecé a asustarme y a pedirle que nos mudáramos juntos. No quería que me dejara. Pensé que... no sé... que si pasaba más tiempo conmigo, se daría cuenta de lo mucho que me ama. Pero no. Ella se negaba. De hecho, cada vez que le hablaba de nuestro futuro, era como si se encerrara en su propia cabeza y me dejara fuera de sus pensamientos. ¿Sabes lo frustrante que es eso? En fin... creo que empecé a agobiarla con tanto hablar de futuro, porque su actitud cambió bastante. Ahora ya no solo no me respondía cuando sacaba el tema, sino que me miraba con lástima. Con esa cara que pones cuando ves a alguien ilusionado por algo que sabes que saldrá mal.

Sabía perfectamente qué cara era. La había visto en ella miles de veces. Podía llegar a entender a Holt.

—Intentar retenerla no es la solución —murmuré, cautelosa—. Solo hace que la gente quiera alejarse más.

—¿Y qué se supone que debo hacer?

—Respetar su decisión, Holt. Simplemente... no lo sé. Espera un poco, habla con ella cuando Lisa te lo pida, aclarad las cosas... y sigue adelante.

—Eso es tan fácil de decir... —masculló—. ¿Podrías tú seguir adelante si Aiden te dejara?

—Aiden no es mi novio.

—Pues lo que sea el idiota ese.

Apreté un poco los labios.

—Aiden no tiene la culpa de esto, Holt.

—Él me ha odiado desde el principio.

—No te odia —no sabía por qué lo estaba defendiendo, pero no podía parar.

—Sí lo hace. ¿Y no crees que eso ha influido en la decisión de Lisa? ¿El hecho de que su hermano...?

—Holt, basta ya —me frustré, sorprendiéndolo—. Deja de buscar culpables. No los hay. Ni siquiera tú o Lisa. Es una cuestión de sentimientos, de emociones. Si alguien ha dejado de sentir lo mismo por ti, no es culpa de nadie, es parte de la vida. Lisa no te odia, te sigue queriendo mucho, pero no de la misma forma. Y creo que deberías empezar a mentalizarte sobre ello, antes de que sigas... abandonándote a ti mismo. No puedes basar tu felicidad en el hecho de estar con alguien. Es injusto para la otra persona. Y también para ti.

La doctora Jenkins estaría orgullosa.

Holt lo consideró durante unos instantes, mirándome como si, por primera vez desde que había empezado la conversación, me escuchara. Finalmente se aclaró la garganta. Cuando se puso de pie lo imité y hubo un instante de silencio incómodo antes de que él lo rompiera con un:

—Tienes razón.

Parpadeé, sorprendida.

—¿La tengo?

—Sí —admitió, cerrando los ojos por un momento—. Yo... siento haber venido aquí de esta forma. Pensé que tú... que... mhm... lo siento.

—No pasa nada —le aseguré—. Estás enfadado. Es comprensible.

—No tanto —esbozó una sonrisa un poco triste—. Yo... debería irme a casa.

—¿Quieres que te...?

—No —su tono era amable, pero inamovible—. Necesito estar solo. Al menos por un rato. Pero gracias por escucharme, Mara. Eres una buena amiga.

Vi como se marchaba, algo dubitativa, antes de darme cuenta de que parecía menos decaído que cuando había venido. Llamé al timbre de mi propia casa, más tranquila, y Aiden me abrió con una ceja enarcada.

—¿Quién eres y por qué quieres entrar en mi casa?

—Aiden, aparta.

—No dejo entrar a desconocidas.

—Esta desconocida dimitirá como manager como no te apartes, capullo.

Él se apartó, algo divertido, y yo entré directamente al salón. Me sentía agotada. Aiden se quedó de brazos cruzados delante de mí.

—¿Y bien? —preguntó—. ¿Holtito está mejor?

—¿No has escuchado detrás de la puerta?

—He tenido la tentación de hacerlo, lo admito, pero me he contenido.

—Está mejor —aclaré—. Tiene que hablar con tu hermana.

—No sé si me hace mucha gracia que un tipo que apesta a alcohol y está furioso hable con mi hermana pequeña, la verdad.

—Lisa no necesita a nadie para defenderse —le aseguré.

Él pareció algo contrariado, pero se distrajo completamente cuando me puse de pie y me acerqué.

—¿Qué pasa? —preguntó. Solo necesitaba ver mi expresión para saber que tenía algo en mente.

—Bueno... he pensado que... mhm... tu cama es más grande. En la mía dormiremos muy incómodos, ¿no?

Aiden se quedó mirándome un momento. Una sonrisa maliciosa ya estaba empezando a formarse en sus labios.

—Si quieres que vayamos a mi casa, solo tienes que decirlo.

—Pues... quiero que vayamos a tu casa.

***

La verdad es que la última vez que estuve en casa de Aiden no me fijé mucho en los detalles. Principalmente porque por la noche estaba borracha y por la mañana resacosa. En ninguna de las dos ocasiones estaba en condiciones de analizar su dulce hogar.

Pero ahora estaba serena. Podía ver que la casa estaba decorada en tonos algo fríos, todos combinados con la madera oscura de las dos columnas que separaban en salón del comedor y la cocina. Había muchos muebles de ese mismo material, de hecho el suelo también era de madera de ese color. Las paredes, en cambio, tenían tonos mucho más claros. Y no pude evitar fijarme en que no tenía ni un cuadro, ni una planta... ni siquiera muchos libros. Las estanterías estaban casi vacías.

—¿No te gusta decorar? —pregunté mientras él dejaba los cascos y las chaquetas en la entrada.

—Lo odio —me aseguró.

—Ya lo veo. ¡Al menos podrías comprarte un cuadro!

—Cómpramelo tú —me sonrió al pasar por mi lado.

Fue directamente a uno de los dos sofás, ambos encima de una alfombra clara y gruesa y enfocados a una televisión bastante grande. A mi padre le encantaría este salón. Tenía incluso la mesita para poner las cervezas que fuera bebiéndose mientras miraba algún deporte. Su actividad favorita en el mundo. Y la que más odiaba mi madre. Cada vez que los comparaba, me daba cuenta de que no tenían nada en común. Era un poco triste pensarlo.

—¿Piensas quedarte todo el día de pie? —preguntó, con los ojos asomándole por encima del respaldo.

Fui a sentarme a su lado, repentinamente nerviosa. Más que nada porque no sabía qué quería hacer conmigo. Recordaba lo que había pasado en mi sofá. Había estado bien, pero... porque yo no había tenido tiempo para pensarlo. Ahora sí lo tenía. Y, si me ponía a pensar, los nervios empezaban a traicionarme.

Aiden debió notar que estaba incómoda, porque se detuvo justo antes de hacer un ademán de acercarse a mí y se limitó a inclinarse para sacar una caja de debajo de la mesa.

—¿Quieres ver una película, una serie...? —preguntó—. Tengo unas cuantas.

—¿Tienes la colección completa de Harry Potter? —puse una mueca.

—No pongas esa cara, muggle. Son buenas películas.

—Para un niño.

—¿Las has visto, al menos?

—He visto esa en la que petrifican a gente.

—Pues viste la segunda. Tienes que ver la primera. Te encantará.

—Si tú lo dices...

Spoiler: no me encantó.

De hecho, no me gustó en absoluto.

Aiden no dejaba de echarme ojeadas, como si quisiera comprobar que seguía despierta, pero no vio muchas reacciones en mí. Principalmente porque me aburrí un poco.

—No es para tanto —fue mi conclusión tras una hora de película—. Es decir... está bien, pero tampoco es para tanto.

—Slytherin tenías que ser.

—Oye, no sé qué es eso, pero no me gusta como suena.

—Es la casa del rubio que todo el rato se mete con el de las gafas.

—Ah, entonces sí me gusta.

—¿Ves como eres Slytherin? —puso los ojos en blanco, apagando la televisión—. Bueno, hora de apagar esto.

—¡Todavía no ha terminado!

—¡Pero ni siquiera le estás prestando atención!

Vale, pues sí que se había dado cuenta de que había estado bostezando durante toda la película. Y yo creyendo que había disimulado bien...

Mientras Aiden volvía a colocar la película con las demás, no pude evitar estirarme en el sofá y mirar mejor a mi alrededor. Me encantaba su casa. Le faltaban algunos detalles —como la decoración, sin ella parecía muy fría—, pero me encantaba. Especialmente las ventanas. Eran de esas que iban desde el suelo hasta el techo.

—Me encantan las ventanas —murmuré.

—Las de mi habitación tienen mejores vistas.

Ni siquiera lo había dicho en tono sugerente, pero me puse nerviosa al instante. Se acercaba el momento de tener la charla. Y no me gustaba la perspectiva, pero era mejor no alargar el momento antes de decírselo.

—Oye... Aiden... —carraspeé, incómoda, cuando me miró por encima del hombro—. Lo de antes, en el sofá de mi casa, ha estado muy bien, más que muy bien, peeeero... ejem... no creo que... mhm... no creo que esté preparada para... ya sabes...

Se quedó mirándome un momento con aire perplejo antes de encogerse de hombros.

—Vale —fue toda la respuesta.

Media hora pensando en lo que iba a decir y solo me respondía un vale, el capullo.

Aunque casi lo prefería, la verdad.

Subí a su habitación con él y no pude evitar mirarlo de reojo cuando se metió en el vestidor y empezó a quitarse ropa. Cuando volvió a salir, llevaba puesta una camiseta y unos pantalones cómodos. Yo ya llevaba el pijama que me había traído. Dormir en casa de un chico y que cada uno usara su pijama... cualquiera habría pensado que era raro. Aunque a mí me gustaba. Era otro tipo de intimidad.

—Buenas noches —murmuró él, estirándose y apagando la luz.

Yo no respondí. Me quedé mirándolo unos segundos, incómoda por no saber cuál sería su próximo movimiento, pero se limitó a tumbarse boca arriba y cerrar los ojos. Mhm...

Disimuladamente, cuando pasó un rato y creí que estaba dormido, me acerqué a él y me acurruqué un poco. Solo un poco.

No se lo contéis a nadie, tengo una reputación que mantener.

***

Cuando abrí los ojos y no vi a Aiden por ninguna parte, supe enseguida que había salido a correr. Resoplé, cansándome solo con la idea de hacer ejercicio en plena madrugada, y me estiré tanto como pude por toda la cama. Oh, yo también quería una cama de ese tamaño. Podría acostumbrarme muy fácilmente.

Debí quedarme dormida, porque cuando abrí los ojos otra vez escuché pasos por la escalera y me giré hacia ella. Aiden estaba subiendo con la bolsa de deporte. Parecía que había sudado. Enarqué una ceja, interesada en las vistas, y él se quitó los auriculares cuando vio que estaba despierta.

—Buenos días, bella durmiente.

—Hola, capullo.

—Qué bonito es empezar la mañana con un cariñoso insulto.

—No era cariñoso.

—Ya.

Lanzó el móvil y los auriculares al sillón y señaló las escaleras con la cabeza.

—Hay comida abajo. Desayuna lo que quieras, yo bajaré en un rato.

Asentí con la cabeza y él desapareció dentro del cuarto de baño sin siquiera molestarse en cerrar la puerta. Apenas unos segundos más tarde, escuché el ruido del agua de la ducha.

Me puse de pie, estirándome, para ir al desayuno, pero mi conciencia me detuvo al instante con un tssss tssss muy sugerente.

¿En serio vas a bajar a desayunar?

Pues sí. Tengo hambre.

Pues cómete otra cosa.

¿Como qué?

Como lo que está en la ducha, por ejemplo.

¡Conciencia!

¡Oye, soy parte de tu cabeza, si yo lo pienso es porque tú también lo has pensado!

Negué con la cabeza a pesar de estar sola y me encaminé a las escaleras, decidida.

Sin embargo, no llegué a pisar ningún escalón, porque antes de llegar a ellos ya había dado media vueltas y me dirigía a la puerta del cuarto de baño de puntillas.

Así me gusta, a por él.

Asomé la cabeza, algo dubitativa. ¿Y si se enfadaba por pillarlo desnudo?

Lo dudo mucho, la verdad.

Mejor no arriesgarse.

—Ejem... ¿Aiden?

Pero el ruido del agua hizo que no me escuchara. Me asomé un poco más, enrojeciendo, y vi que estaba metido en la ducha, pero que la mampara hacía que apenas pudiera ver nada por debajo de sus hombros.

Lástima.

Oye, cálmate.

Perdón.

—¿Aiiideeeeeeen...?

Ni caso.

Me acerqué un poco más, dubitativa. Él me daba la espalda mientras el agua le caía resbalando por su espalda. Suspiré disimuladamente y me quedé al otro lado de la mampara.

—¡Aiden!

Justo lo grité junto a su cabeza cuando él apagó el agua.

Resultado: casi tuvimos que ingresar al pobre Aiden por un infarto.

Él dio un salto del susto y se giró con los ojos muy abiertos, casi cayéndose al suelo de un resbalón.

—¡Casi me matas del susto! —protestó.

—Bueno, sigues vivo, no exageres.

—¿Que no...?

—¿Puedo meterme en la ducha contigo?

Cualquier indicio de molestia se desvaneció al instante. De hecho, se quedó mirándome unos segundos como si no se lo creyera antes de reaccionar y empezar a asentir a toda velocidad.

—Bueno, si insistes, ¿quién soy yo para negarme?

—Vale.

Esperé unos segundos. Él me miraba con una sornisita. Le puse mala cara.

—¿Qué? —preguntó.

—¡Date la vuelta!

—¿Por qué?

—¡Porque quiero desnudarme!

—¡Pero si luego te veré desnuda igual!

—¡Pero no quiero que me veas desvistiéndome!

Puso cara de confusión absoluta, pero se dio la vuelta igual. Aproveché el momento para empezar a quitarme ropa mientras me replanteaba cada decisión que me había llevado a estar junto a esa ducha. No estaba muy segura de que fuera una buena idea y, aún así, estaba impaciente.

Bueno, hora de la verdad. Me quité el sujetador y las bragas y las dejé junto al resto de mi ropa.

Ni siquiera recordaba la última vez que había estado completamente desnuda con un chico. Seguramente fue una de mis primeras veces con Drew, mi exnovio, aunque apenas las recordaba. Parecía que habían pasado siglos desde entonces.

Miré de reojo a Aiden y abrí la mampara. Cuando pasé por su lado para meterme en la ducha y cerrarla de nuevo, vi que no se había dado la vuelta pero tenía una sonrisita en los labios.

—¿Puedo mirar ya? —preguntó.

—Si me miras a la cara...

—Acepto el reto.

Se giró hacia mí y efectivamente solo me miró a la cara. Yo, teniendo en cuenta que él estaba también desnudo, hice lo mismo. Y eso que la tentación de bajar la mirada era muy grande.

—Bueno —concluyó—, ya me tienes desnudito y desprotegido, tal y como querías desde el principio.

Di un respingo, todavía intentando no bajar la mirada con todas mis fuerzas.

—¿Cuándo he dicho yo que quisiera eso?

—Lo veo en tus ojos de pelirroja pervertida.

—¡Yo no soy pervertida!

—Ya lo creo que lo eres. Más que yo, incluso. Pervertida.

—¡No me llames...!

—Bueno, ¿qué hacemos? —me cortó, divertido—. ¿Nos seguimos mirando fijamente o quieres darte una ducha?

Dudé un momento al ver cómo había dicho eso último.

—¿Con eso de la ducha te refieres a que me la dé yo o a que me las des tú?

—Bueno... —dio un paso hacia mí, levantando y bajando las cejas—, para mí sería un honor.

Negué con la cabeza, divertida.

—Si tanta ilusión te hace...

—Oh, ni te lo imaginas.

Y, sin decir nada más, agarró el champú y me soltó un chorro gigante encima de la cabeza.

Ahogué un grito cuando el champú helado me cubrió los hombros y la cara, dando un paso atrás. Aiden se estaba riendo a carcajadas.

—¡No tiene gracia! —le grité, furiosa.

—Sí que la tiene, tienes que verte la cara —y siguió riéndose.

Una persona madura lo habría ignorado y habría seguido con la ducha.

Yo, en cambio, agarré todo el champú que pude de mi cabeza y se lo lancé a la cara.

Aiden dejó de reírse y me miró, sorprendido.

—¡Oye, eso no vale!

—¿Cómo que no? ¡Aquí vale todo!

Y, no sé cómo, ahí empezó una guerra.

Cinco minutos más tarde, tenía una mezcla extraña de champú, gel y acondicionador en el pelo que dudaba mucho que fuera a arreglar con una ducha, pero justo cuando iba a lanzarle el bote a Aiden a la cara, él abrió el grifo de agua fría y me dio de lleno sobre la cabeza. Solté un grito bastante ridículo y él empezó a reírse. Lo agarré del brazo y lo metí a él bajo el chorro, cosa que no le hizo tanta gracia. Empezamos a pelearnos por el control de la temperatura del agua. De alguna forma milagrosa, terminó a una temperatura cálida y agradable.

Yo ya estaba jadeando. Y no por lo que mi conciencia quería, sino por una guerra absurda de ducha.

—Tenemos que mejorar esa resistencia, Amara —comentó Aiden al verme jadeando.

Lo empujé del pecho casi sin fuerzas, pero él apoyó la espalda en la pared de la ducha igual, mirándome —esta vez no solo la cara, ya había incumplido esa norma varias veces—. Enarqué una ceja.

—¿Te gusta lo que ves o qué?

—¿Hace falta que responda?

—Mira cuanto quieras, pero no toques nada.

Él me entrecerró los ojos.

—Oye, ayer me dijiste que lo que hice te gustó.

—Vaya... ya no me acuerdo de lo que me hiciste.

—¿Quieres que te lo recuerde?

Le dediqué una sonrisita maliciosa y me coloqué bajo el chorro de agua para empezar a quitarme todo lo del pelo. Él no perdió de vista en ningún momento, pero tampoco hizo un ademán de tocarme.

Al final, fui yo misma quien cerró el agua y se acercó a él para besarlo. Aiden correspondió al beso al instante y me rodeó con los brazos. Sentir mi piel directamente tocando la suya cuando pegó mi cuerpo al suyo fue extraño al principio... y excitante después.

El beso no empezó inocente y te aseguro que no se volvió inocente en ningún momento. De hecho, casi podía sentir sus ganas de ir un poco más lejos solo por la forma en que se le tensaban los hombros cada vez que hacía un ademán de acercarse más, pero luego lo pensaba mejor y se echaba atrás.

Justo cuando noté que él se excitaba demasiado y yo seguía sintiéndome algo incómoda, entendí el por qué. Faltaba algo. Yo. Necesitaba hacer algo.

—Espera —dije de repente.

Él se separó, algo sorprendido. Tenía los labios hinchados por los besos.

—¿Algo va mal? —preguntó, revisándome la cara con la mirada.

—No —cerré los ojos un momento—. Es decir... sí. Quiero hacer algo.

Arrugó la nariz, confuso.

—¿Qué...?

Se calló de golpe cuando agarré el gel y me llené las manos, acercándome de forma sugerente. Tardó unos segundos en pillarlo, pero en cuanto lo hizo dio un paso hacia delante y sonrió como un crío.

—¿Quieres ayudarme a enjabonarme?

—Mhm...puede. ¿Alguna queja?

—En absoluto. Adelante.

Sujeté una de sus manos y empecé a masajear concienzudamente sus dedos, sus nudillos, sus muñecas, sus antebrazos, sus codos, sus bíceps... hice especial énfasis en los tatuajes, lo admito. Subí por los hombros, teniendo que acercarme más. La piel de Aiden era suave, pero dura. Se notaba que entrenaba. Y, además, se iba calentando a medida que mi masaje seguía.

Cuando llegué a su cuello y su pecho, sonreí un poco al ver que tenía los ojos cerrados.

—¿Te gusta?

—Más de lo que debería —me aseguró, y luego añadió— ...pervertida.

Sonreí y lo rodeé para llegar a su espalda. Oh, adoraba su espalda. Disfruté cada segundo de pasar las manos por los músculos flexionados. Lo que más me gustaba era cuando se relajaba bajo mis dedos. Lo hizo especialmente cuando me incliné y le di un beso entre los omóplatos. Él sonrió, mirándome por encima del hombro.

—¿Siempre estás así de cariñosa por las mañanas?

—Puede...

—Voy a ir a verte cada mañana, entonces.

Empecé a reírme y me acerqué para abrazarlo por detrás. Aiden pareció tensarse un poco cuando notó mis pechos contra su espalda. O igual fue cuando notó mi mano sobre su estómago.

Me asomé un poco. La erección había crecido bastante. Era extrañamente satisfactorio saber que podía ejercer eso en él. Rocé los labios contra su espalda y Aiden respiró hondo.

—Deberíamos hacer esto cada día —comenté.

Él empezó a reírse, pero no dijo nada. Y la risa murió cuando bajé la mano hasta alcanzar su erección.

Se dio la vuelta automáticamente y se acercó a mí, dejándome entre la pared y él. De hecho, apoyó una mano en ésta cuando se inclinó para besarme, dejando que yo siguiera recorriendo la erección de arriba a abajo. Noté que se estremecía y dejaba de besarme un momento cuando aumenté ligeramente el ritmo.

—Mierda —soltó entre dientes.

—¿Quieres que pare? —lo provoqué un poco.

—Joder, no. Sigue, con toda libertad.

Sonreí y, como tenía su hombro delante de la cara, empecé a dejarle pequeños besos en él hasta llegar a su cuello. Aiden soltó una palabrota entre dientes cuando empecé a agacharme, besándolo entre los pectorales, por encima del ombligo, por debajo de éste. Noté que me sujetaba el pelo con la mano libre cuando clavé una rodilla en el suelo.

Bueno, era un buen momento para aclarar que solo había hecho eso una vez en mi vida. Y había sido un desastre.

Casi vomitó.

Ese era un detalle que no hacía falta contar, conciencia.

Seguí acariciándolo de arriba a abajo y subí la mirada hacia él cuando me incliné para darle un beso en la punta. Se endureció bajo mis dedos.

—Esta mañana está siendo mejor de lo que esperaba —me aseguró en voz baja, medio entrecortada.

Seguí subiendo y bajando la mano sin perder de vista sus expresiones. Me encantaba estar al mando de la situación, pero más me encantaba ver cómo reaccionaba a cada cosa qué hacía. Cuando empezó a tensarse fue cuando empecé a acariciarlo con los labios. Aiden reaccionaba mejor a las caricias suaves que a los gestos duros. Y me encantaba. Nunca se me había dado bien ser dura en ese aspecto.

Finalmente decidí que ya lo había torturado bastante y noté que apretaba mi pelo en un puño cuando me metí la erección en la boca. Levanté la mirada. Él también me miraba y tenía el cuerpo entero tenso —en el mejor de los sentidos—, cosa que se multiplicó cuando empecé a mover la mano junto a mi boca. La mano que él tenía en mi pelo me sujetó con un poco más de fuerza cuando lo rodeé con la lengua. Él soltó mi nombre entre dientes.

¿Ves como valía la pena ducharte con él?

Volví a subir y a bajar. En otra ocasión, estar sobre mis rodillas haciéndole eso a un chico me habría parecido incluso humillante sin saber por qué, pero no en esa. Con Aiden no era así. Ver que yo también podía darle placer era extrañamente... excitante.

Justo cuando aumenté el ritmo, noté que intentaba apartarme, pero me resistí al instante y mantuve el ritmo de lo que estaba haciendo en el mismo lugar. Aiden lo intentó una vez más antes de rendirse, cerrar los ojos, soltar otra vez mi nombre entre dientes e inclinar las caderas involuntariamente hacia mi boca. Me mantuve en mi lugar.

Unos pocos segundos más tarde, volví a ponerme de pie relamiéndome los labios. Él sonrió al verlo. El pobre tenía la espalda apoyada en la pared, como si hubiera corrido una maratón.

—Si sigues haciendo eso —masculló—, vas a conseguir matarme.

—Tenemos que mejorar esa resistencia, Aidensito.

***

Sonreí ampliamente cuando vi que Aiden había comprado leche y cereales para mí al volver de correr. Me los empecé a comer con toda la felicidad del mundo mientras él se hacía uno de esos extraños batidos verdes.

—No me puedo creer que realmente te guste comer eso —masculló, negando con la cabeza.

—He comido cosas peores.

Aiden empezó a reírse, divertido, mientras seguía cortando fruta para su batido.

Habíamos salido de la ducha unos minutos antes. Yo solo me había molestado en ponerme unas bragas y mi camiseta, mientras que él iba ya con la ropa con la que iría al gimnasio.

—Admito que eso ha sido inesperado —murmuró.

—No te he notado muy incómodo.

—Será porque no lo estaba en absoluto.

Sonreí ampliamente, pero suspiré cuando llamaron a la puerta.

—Es Lisa —murmuró Aiden, metiendo la fruta en la batidora—. ¿Puedes ir a abrirle?

Me puse de pie y fui felizmente a la puerta. Pero, en cuanto la abrí, me di cuenta de que ahí no estaba precisamente la persona que quería encontrarme en ese contexto.

April, la —todavía— esposa de Aiden, abrió mucho los ojos al mirarme de arriba a abajo. Cuando llegó a mi cara de nuevo, pareció que iban a salirse de sus órbitas.

—¿Q-qué...? —empezó, tartamudeando.

Oh, no.

—¿Qué...? —dudó de nuevo—. ¿Se puede saber qué haces aquí?

Hace unos minutos, una mamada a tu marido.

¡CONCIENCIA!

Iba a responder. Pero no me dio tiempo. La cara se le volvió roja por la rabia, pareció querer decir algo, lo pensó mejor, puso una mueca... y todo en menos de dos segundos. Sinceramente, empezaba a preocuparme que fuera a explotar.

—¿Puedo hablar con mi marido? —preguntó finalmente, casi escupiendo las palabras.

—Eh...

—¿Qué pasa?

Oh, la voz de Aiden. Menos mal. Él se acercó con una sonrisa, pero se borró al instante en que vio a su preciosa esposa —ahora roja de rabia— delante de su puerta.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó, confuso.

—¡Pensé que estarías solo, no con... con...! —hizo una pausa, mirándome—. ¿Tú eres la misma que lo besó en el gimnasio? ¿O es que te estás follando a dos pelirrojas distintas, Aiden?

—Oye, no... —empezó él, frunciendo el ceño.

—Te recuerdo que sigues casado conmigo.

—Y yo te recuerdo que te ha pedido el divorcio mil veces —solté sin pensar.

No estoy muy segura de si me arrepentí o no cuando Aiden me miró, sorprendido, y April se giró hacia mí con cara de asesina reincidente.

—¿Alguien te ha pedido tu opinión?

—Bueno, estoy en medio de la conversación —me encogí de hombros—, solo era por aportar información.

—Pues ahórrate la información y sube a ponerte unos pantalones, ¿o es que estás acostumbrada a ir en bragas provocando a la gente?

—Ya está bien —intervino Aiden, tirando de mi brazo para volver a entrarme en su casa, ni siquiera me había dado cuenta de haber salido—. Lo que haga o no con mi vida es mi problema, April, no el tuyo.

—¡Seguimos casados!

—¿A eso has venido? ¿A darme el recordatorio de que seguimos casados?

—¡He venido a comprobar que... te estás follando a otra! —me dedicó una breve mirada casi rabiosa—. Nunca te creí capaz, Aiden.

—Hace más de un año que tú y yo no estamos juntos —le recordó él.

—¿Y qué? ¿Te crees que yo voy por el mundo liándome con el primer idiota que se me cruza?

—Bueno —intervine al notar que mi rabia podía resultar aún peor de lo esperado—, Aiden, voy a vestirme, bajaré en un rato para que puedas hablar con ella de lo que... sea que tienes que hablar con ella.

—Sí, vístete —masculló ella—. O desvístete, seguro que a eso estás más acostumbrada.

Creo que, si no hubiera dicho nada, me habría ido y los habría dejado solos. Pero justo ese comentario hizo que me girara en redondo hacia ella y Aiden cerrara un momento los ojos, casi como si esperara la tempestad que estaba por venir.

—Perdona —le dije a April, esta vez menos cordial—, pero yo no estoy haciendo nada malo.

—Estás follándote a un hombre casado.

—No estoy follándome a nadie, y si estuviera follándome a Aiden, sería sabiendo que hace meses que te pide un divorcio que por algún extraño motivo te niegas a darle. Para mí, ya no está casado.

Ella apretó los labios, como si se contuviera para no decirme algo. O para no lanzarse sobre mí. No estoy muy segura.

—Eres una mala influencia para él —finalizó.

—Eso es ridículo —murmuró Aiden, suspirando.

—¿Ella sabe qué cosas puedes comer y qué cosas no? ¿Tus horarios de gimnasio? ¿Cómo funcionan los combates y todo lo que hay detrás? Porque yo sí, y podría ayudarte. Pero a ella solo le preocupa que la folles.

—April —Aiden esta vez ya no parecía tranquilo, de hecho, parecía enfadado—, ya basta. Está conmigo, eres tú la que has venido de repente y sin avisar. Si quieres decirme algo, ten un poco de respeto.

—¿Respeto, yo? ¡Yo no me acuesto con otras personas!

—No —ironicé—, solo obligas a tu querido papi a echar de la liga a quienes te rechazan, ¿no?

April me miró un momento, enfadada, y de pronto su expresión se volvió confusa.

—¿Cómo?

—No te hagas la tonta —murmuré.

April levantó la mirada hacia Aiden, que estaba muy serio, y tardó unos segundos de más en reaccionar y empezar a buscar en su bolso.

—Tengo que irme —nos dijo, y eso fue todo antes de que se metiera otra vez en el ascensor.

Aiden y yo nos quedamos un momento en la puerta de su casa, en silencio, hasta que yo me crucé de brazos.

—Tu esposa es... interesante.

—Mi casi-ex-esposa —me corrigió.

—Claro —suspiré y volví a meterme en su casa—, en fin... ¿no tienes que ir al gimnasio? Yo debería irme a mi casa. Quiero intentar escribir algo.

Al final, me llevó en moto a casa para dejarme de camino. Dios, cómo me gustaba ir en moto. Especialmente en horas —como esa— en las que había poco tráfico y él aceleraba un poco más. Creo que a Aiden también le gustaba. De hecho, me daba la sensación de que le gustaba mucho más que su antiguo coche. Había sido una buena idea lo de comprarla.

Anotemos este día: Mara por fin tuvo una buena idea.

Gracias, conciencia.

Casi me habría creído que podría tener por fin un día tranquilo —obviando lo de April, claro—, pero entonces Aiden tomó la curva hacia mi calle y vi, con cara de horror en aumento, que la entrada de mi edificio no estaba vacía. Había alguien ahí sentado con dos maletas rosa chillón.

—Oh, no —solté sin pensar.

Aiden redujo un poco la velocidad y me miró por encima del hombro durante un breve momento.

—¿Te has dejado algo?

—No. Es mi madre. Está ahí sentada.

Efectivamente, mi señora madre, la mujer que me trajo al mundo... estaba sentada en las escaleras de mi edificio maldiciendo en voz baja porque, por mucho que lo intentaba, no lograba encenderse el cigarrillo. Su mechero se había quedado sin aceite.

Aiden detuvo la moto delante de ella y yo bajé de un salto, quitándome el casco. Mi madre se quedó mirándonos con la boca abierta.

Ella era... bueno, para que os hagáis una idea: todo el mundo decía que yo era su copia. Ambas teníamos el pelo rojizo, algo ondulado, los ojos castaños, pecas en la cara, éramos bajitas y algo rellenitas, teníamos los pechos grandes, la nariz respingona... en lo único que no me parecía a ella era que había heredado los labios gruesos de mi padre, mientras que ella los tenía bastante más finos.

Ah, y el sentido de la moda también era muy distinto. Ella llevaba puestos unos pantalones ajustados con estampado de leopardo, una blusa suelta de color amarillo chillón y un abrigo viejo de piel falsa de color marrón que tenía hilos sueltos por todas partes. Ah, y el pelo recogido en un moño desenfadado.

—Mamá —me acerqué a ella, confusa—, ¿qué haces aquí con... maletas?

Oh, ma petite chérie —se puso de pie de un salto y me dio un ligero abrazo—. ¿Te acuerdas de mi novio, ese de las postales? Bueno, pues me ha dejado. Était un enculé. Resulta que se ha enamorado de otra más joven, ¿te lo puedes creer?

—Eh...

Pero no pude decir nada, porque mi madre ya había centrado todos y cada uno de sus vértices de atención en el capullo engreído, que se había bajado de la moto y ahora se había quitado el casco.

Dedicó una sonrisa un poco incómoda a mi madre, que lo estaba devorando con la mirada.

—Hola —saludó, casi tímidamente.

Qui ça? —me preguntó dedicándole una sonrisita.

—Es mi... mi... eh... —dudé, mirando a Aiden—. Es un buen amigo, mamá.

La cara de Aiden fue un claro ¿en serio? pero no pudo decir nada, porque mi madre ya se había acercado a darle un beso en cada mejilla y otro extra en una de ellas. Aiden carraspeó, incómodo, con las mejillas manchadas de pintalabios.

—Mamá —me metí entre ambos, colocándome junto a Aiden y quitándole el pintalabios con un dedo—, no lo molestes.

—Qué imagen tienes de mí —ella suspiró dramáticamente, prestándome muy poca atención porque la tenía casi toda centrada en Aiden—. Toi, quel âge tu as?

—Su edad no te importa —le dije, algo más brusca de lo que pretendía.

Mi madre me dedicó una breve mirada antes de volver a mirarlo a él.

—Veintitrés —aclaró Aiden.

Mamá esbozó una sonrisita satisfecha y dio un paso hacia él.

—Oh, la edad perfecta para...

—Mamá, para.

—Mara, estoy hablando con él, cállate un poquito.

—¡No!

—¿Por qué no?

—¡Porque es mi novio!

Silencio.

Noté que Aiden se giraba en redondo hacia mí, pasmado, y que mi cara se volvía del mismo color que mi pelo.

Mi madre, en cambio, solo soltó un suspirito de lástima.

—Ah, entonces, nada —lo miró mejor—. ¿Y cómo te llamas?

Sí, solo usaba el francés para ligar. Hablaba perfectamente nuestro idioma.

—Aiden —él se recuperó un momento para ofrecerle una mano que mi madre estrechó—. Un placer conocerla, señora.

—Ah, no me llames señora —puso cara de horror—. Llámame Camille. Oye, deberíamos cenar algún día los tres. Si estás saliendo con mi niña, tengo que saber más cosas de ti. ¿Tu padre lo conoce?

—Eh... de pequeños éramos vecinos —le recordé—. Es el hijo mayor de los Walker.

Mi madre levantó las cejas, sorprendida.

—Oooohhhh, este es el chico del que hablabas todo el día, ¿no?

—¿Eh? —oh, no.

—¡Sí, el hermano mayor de tu amiga Lisa, ya me acuerdo!

Abrí mucho los ojos entrando en pánico, mientras que Aiden, a mi lado, parecía mucho más interesado en el tema de lo que me gustaría.

—¿Hablaba de mí?

—No —mentí.

—Sí —mi madre puso los ojos en blanco—. Toooodo el día. Pero bueno, supongo que son las hormonas. Es comprensible. Aún así estaba un poco obsesionada.

—¡YO NO ESTABA OBSESIONADA!

—Pues para estar tan obsesionada —Aiden me echó una ojeada divertida—, he tenido que intentarlo mucho para que no me mandaras a la mierda.

—Así me gusta, hija mía —mi madre asintió con aprobación—, que no se crea que aquí las cosas se consiguen de un día para otro. Que se arrastren un poco.

—Mamá, por favor...

—Bueno —intervino Aiden, mirándola—. Ha sido un placer conocerte, Camille, pero tengo que ir a entrenar.

—¿Qué eres? ¿Tenista?

—Boxeador.

Mi madre empezó a abanicarse dramáticamente, mirándome.

Il utilise tous ces muscles au lit?

—¡MAMÁ!

—Perdón —sonrió como un angelito hacia Aiden—, un placer conocerte, ya hablaremos otro día. Tengo que hacerte una buena inspección para aprobar vuestra relación.

—No tienes que aprobar nada —aclaré antes de girarme hacia Aiden—. Más tarde te llamaré, vete a entrenar antes de que Rob te asesine.

Él sonrió, divertido, y escuché el chillido de emoción de mi madre cuando se inclinó para darme un beso en los labios antes de volver a subirse a la moto. Lo fulminé con la mirada hasta que desapareció.

—Ay, Marita —mi madre también lo había seguido con la mirada, pero mordiéndose el labio—, no me extraña que no me respondieras a las llamadas, teniendo esa escultura al lado, yo tampoco lo haría.

—Mamá...

—Con todos eso músculos y esa fuerza. Seguro que te agarra en brazos y te hace ver las estrellas.

—¡Mamá!

—Y te miraba como si quisiera tirarte en el suelo y hacértelo como un conejo en celo, eso es buena señal, hazme caso. Yo tuve un novio así. Casi no salíamos de la cama.

—¡MAMÁ!

—Seguro que cuando baja ahí te lo come como si lo disfrutara más él que tú, ¿eh? También tuve un novio así. Qué placer, por Dios.

—Mamá, por favor... deja de hablar así, es horrible.

—Ah, tan santurrona como siempre —suspiró y agarró una de sus maletas—. Ayúdame a subir esto.

—Espera, ¿a mi casa?

—Pues claro, ¿dónde quieres que vaya?

—Eh... mamá, no sé si es buena idea que...

—Oye —me detuvo, señalándome con un dedo acusador—, yo te tuve en mi casa durante más de un año y no me quejé.

—¡Pero tú eres mi madre y yo tenía quince años!

—Bueno, pues ahora necesito quedarme. Ayúdame a subir esto de una vez.

En conclusión: mi madre iba a quedarse unos días en la antigua habitación de Zaida.

No sé en qué momento había logrado convencerme, solo sé que en ese instante estábamos las dos sentadas en la terraza de una cafetería no muy lejana de mi casa. Me estaba contando todos y cada uno de los detalles de su ruptura con el chico ese. Y yo me limitaba a escuchar —o fingir que lo hacía— porque sabía que, hasta que no terminara la historia, no podría participar en la conversación.

Casi me había quedado dormida cuando por fin cambió de tema.

—Bueno, ¿y qué tal la cena con tu padre por Navidad? ¿Bien? ¿Mal?

No lo preguntaba por mí, lo preguntaba porque le molestaba profundamente que papá disfrutara de algo sin ella. Especialmente si ese algo involucraba a Grace, que era su novia, pero mamá la veía como el enemigo.

Ni siquiera era porque siguiera enamorada o algo así, lo que le jodía era saber que papá había rehecho su vida sin ella. Mi madre siempre asumía que, si dejaba a alguien, ese alguien tenía que perseguirla y babear por ella hasta el final de sus días.

—Bien —mentí, intentando no pensar en la pelea—. Como siempre.

—¿Y la otra? ¿Estaba ahí?

—Sí, Grace estaba ahí. Y no la llames así.

—Es que no sé cómo se llama.

—Grace. Te lo acabo de decir.

—Oh, vaya, ya se me ha vuelto a olvidar. Me pasa mucho con la información irrelevante.

Ella me dedicó una sonrisa educada y se puso de pie.

—Voy un momento al baño. Que nadie me robe mi cruasán.

—Yo lo vigilo —suspiré.

Solo quería ir a mi sofá y descansar un poco. ¿Tan difícil era?

Me quedé de brazos cruzados mirando la gente pasar por la calle. Ese día, pese a ser invierno, hacía un poco de sol y daba gusto estar fuera. De hecho, dejé que unos pocos rayos me acariciaran la piel expuesta de la cara y las manos. Era un calor agradable.

Que se terminó cuando me moví por notar cierto movimiento por el rabillo del ojo.

Me di la vuelta sin saber muy bien por qué y me quedé mirando a un tipo alto, rubio, de esos que llevan escrita la palabra empresario tanto en la frente como en la ropa cara que llevan puesta —yo creo que hasta para dormir—. No sé por qué lo miré. No tenía nada de especial, a parte quizá de la ropa. Pero me resultaba familiar.

Entonces, otro hombre se acercó a su mesa y ambos estrecharon la mano. Me quedé mirando a ese segundo hombre. A ese sí lo conocía. Y no solo por el uniforme de jefe de policía. También porque su cara era una copia barata de la de su hijo, James.

Espera... ¿qué hacía ahí el padre de James? Nunca lo había visto por esa zona.

Justo cuando estaba preguntándomelo, el hombre rubio se giró un poco y pude verle el perfil. Casi me caí de culo de la silla.

El padre de April.

Esos dos reunidos... justo después de que echaran a Aiden de la liga... justo después de que le diera una paliza a James... justo después de que pidiera el divorcio a April... demasiada casualidad.

Antes de pensar en lo que estaba haciendo me puse de pie, furiosa, y me marché directa al hospital donde James seguía ingresado.

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