UNHOLY ✞ Thomas Shelby [Peaky...

By brooklynbxbe

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❝Nunca hubo un cuento de hadas en el que un hombre peleara por su amada con más fuerza o desesperación de lo... More

✞ Sinopsis.
✞ Prólogo.
✞ Capítulo 1.
✞ Capítulo 2.
✞ Capítulo 3.
✞ Capítulo 4.
✞ Capítulo 5.
✞ Capítulo 6.
✞ Capítulo 7.
✞ Capítulo 8.
✞ Capítulo 9.
✞ Capítulo 10.
✞ Capítulo 11.
✞ Capítulo 12.
✞ Capítulo 13.
✞ Capítulo 14.
✞ Capítulo 15.
✞ Capítulo 16.
✞ Capítulo 17.
✞ Capítulo 19.
✞ Capítulo 20.
✞ Capítulo 21.
✞ Capítulo 22.
✞ Capítulo 23.
✞ Capítulo 24.
✞ Capítulo 25.
✞ Capítulo 26.
✞ Capítulo 27.
✞ Capítulo 28.
✞ Capítulo 29.
✞ Capítulo 30.
✞ Capítulo 31.
✞ Capítulo 32.
✞ Capítulo 33.
✞ Capítulo 34.
✞ Capítulo 35.
✞ Capítulo 36.
✞ Capítulo 37.
✞ Capítulo 38.
✞ Capítulo 39.
✞ Capítulo 40.
✞ Capítulo 41.
✞ Capítulo 42.
✞ Capítulo 43.
✞ Capítulo 44.
✞ Capítulo 45.
✞ Capítulo 46.
✞ Capítulo 47.
✞ Capítulo 48.
✞ Capítulo 49.
✞ Capítulo 50.

✞ Capítulo 18.

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By brooklynbxbe

A la mañana siguiente, Daisy tardó más en arreglarse de lo que le hubiera parecido adecuado en cualquier otro momento, pero era su primer día como contadora de la Compañía Shelby, y quería lucir impecable.

Después de probarse un millón de atuendos distintos, se decidió por una camisa y una falda de seda en color rosa, unos tacones blancos y un collar de perlas.

Beatrice le hacía compañía en el vestidor conforme guardaba en su lugar el montón de prendas que se apilaban en el suelo.

—Luce muy bonita el día de hoy, señora Shelby.

Daisy, maquillándose frente al tocador, le observó a través del espejo, y le sonrió—. Muchas gracias. ¿Qué opinas de mi atuendo? Es profesional, ¿verdad?

—Eso creo —dijo Beatrice, quien no pudo evitar notar cuán alegre lucía la joven ahora en comparación a la última vez que la había visto, antes de Año Nuevo—. Se la ve muy feliz, señora.

—¡Lo estoy, Beatrice, lo estoy! —asintió Daisy, sin dudarlo—. ¿Por qué no lo estaría? Absolutamente todo en mi vida es perfecto en este momento. Mi hogar, mi trabajo, ¡mi esposo! Oh, mi esposo... ¿Puedes creer que me haya contratado para ser la contadora de su compañía?

—Felicitaciones.

—Cuando recién nos casamos, estaba segura de que Thomas me consideraba una estúpida —rio, pues aquello ya no era más que un sinsentido del pasado—. ¡Qué tontería más grande! Claramente, Tommy cree que soy muy inteligente; tiene que hacerlo, ¿no? No me hubiera contratado si no creyera que lo soy. Incluso me defendió frente a su hermano, John, quien ni siquiera es capaz de realizar una simple suma, pero aun así se cree en todo su derecho de poner en duda mi intelecto.

Ruth, una de las mucamas, interrumpió la conversación antes de que Beatrice alcanzara a responder—. ¿Bajará al comedor a desayunar, señora, o prefiere que le traiga el desayuno a su habitación?

—Prefiero desayunar aquí, si no es molestia.

—¿La estará acompañando el señor Shelby?

—No, no, Thomas no está en casa; se fue antes de que despertara. —Se encogió de hombros sin darle importancia porque, a decir verdad, ya estaba acostumbrada a que su esposo pasara más tiempo fuera de la casa que en ella.

Daisy se topó con varios rostros conocidos al llegar a la tienda de las apuestas, pero pocos de ellos le devolvieron el saludo, o se molestaron en levantar la vista de sus tareas al oírla llegar. No era difícil darse cuenta de que no les agradaba, a pesar de que la mayoría de los presentes no la conocía en lo absoluto.

Abrió la puerta del lugar que Isaiah le había indicado como su oficina, y no se dio cuenta de que debería haber golpeado antes de entrar hasta que vio a Michael recostado en uno de los dos escritorios.

—Buenos días —lo saludó, cerrando la puerta detrás de ella.

—Buenos días.

—Lamento no haber golpeado, pero no sabía que estabas aquí.

Michael se encogió de hombros—. También es tu despacho.

Daisy colgó su abrigo y su bolso en el perchero junto a la entrada, y tomó asiento en la silla que había frente al escritorio del contrario—. ¿Cómo va a funcionar esto? ¿Se supone que debemos trabajar juntos en todo, o simplemente dividirnos en partes iguales lo que hay que hacer?

—Podemos dividirnos ciertas tareas, pero trabajar juntos en asuntos de mayor importancia.

—Suena bien. Tú trabajas en este lugar hace ya un tiempo, ¿verdad?

—No mucho, no. Apenas poco más de un mes.

—Pues tienes treinta días de experiencia más que yo, así que tendrás que enseñarme cómo funcionan las cosas por aquí —comentó Daisy, con simpatía—. Si no es molestia, claro.

—No es molestia —negó Michael enseguida, y procedió a hacer exactamente eso.

La jornada laboral estaba llegando a su fin cuando Daisy finalmente alzó la vista del montón de papeles frente a ella y la dirigió hacia Michael, sentado detrás del escritorio a su derecha.

—Siento mucho haberte arrebatado el puesto como contador de la compañía —se disculpó, dándose cuenta de que aún no lo había hecho—. Espero que sepas que no fue mi intención en lo absoluto. No tenía idea de que Tommy iba a ofrecerme el empleo, no me lo hubiera ni imaginado, pero no podía no aceptarlo. La verdad es que no tengo mucho que hacer en mi casa, y las horas pasan rápido aquí dentro cuando estás trabajando.

—Está bien, no es tu culpa.

—Lo es.

—Yo ni siquiera sabía que iban a contratarme hasta que mi madre lo dijo. No importa, ya no te preocupes al respecto. Al menos ahora tengo a alguien con quien compartir la carga.

Daisy le concedió una sonrisa en respuesta, y no pudo evitar preguntarse cómo era posible que Polly hubiera tenido un hijo tan amable como Michael.

Un rato más tarde, después de organizar pulcramente el papeleo en las gavetas de su escritorio, dejó escapar un suspiro—. Suficiente trabajo por un día. Terminé lo que tenía que hacer, así que, a menos que me necesites para algo, probablemente debería marcharme.

—Sí, claro —asintió Michael, observando la hora—. Creo que yo también debería volver a casa.

Ambos se pusieron de pie, acercándose al perchero para coger sus abrigos y el resto de sus pertenencias.

—¿En qué viniste hasta aquí? —preguntó Michael, sosteniendo el saco de Daisy y ayudándola a ponérselo.

—En taxi. Tommy suele llevarse el auto, y yo no sé manejar de todas formas.

—¿Quieres que te alcance hasta tu casa?

La joven no dudó en negar—. Gracias, pero no. Ya has hecho suficiente por mí en un día; no quisiera aprovecharme de tu amabilidad.

—No es nada, en serio. Yo insisto.

—¿Estás seguro?

—Por supuesto. Además, vivimos en el mismo vecindario. Tu casa está a pocos minutos de la mía.

Daisy sonrió, y Michael se dio cuenta de que era algo que hacía seguido—. Está bien. En ese caso, acepto.

• • •

Tal como cualquier otra noche en el transcurso de las últimas semanas, Thomas encontró a su esposa dormitando en el sofá de la habitación. Intentó acercarse a ella sigilosamente, tan silencioso como le fue posible con la intención de no despertarla. Se arrodilló a su lado para recogerla y llevarla a la cama, pero ella despertó tan pronto le puso una mano encima.

—Tommy —lo saludó, con una sonrisa, mientras se fregaba los ojos con somnolencia.

—Tienes que dejar de quedarte dormida en el sillón. Sabes que tenemos camas, ¿verdad?

—No me gusta estar en la cama sin ti —respondió ella, con simpleza.

Thomas se dejó caer al suelo, sentándose sobre la alfombra—. No tienes que esperar despierta por mí.

—Lo sé, pero quiero hacerlo. Duermo mejor cuando estoy contigo.

—¿En serio?

—Por supuesto.

—Creí que apenas te dejaba descansar.

—Eso era antes. Supongo que ya me acostumbré a estar contigo.

La mesa ratona frente al sofá estaba cubierta por un montón de documentos y libros contables. Encima del papeleo había dos diplomas que Thomas no dudó en coger.

Ambos eran de Daisy. Uno certificaba que había terminado la escuela secundaria en el Instituto St. Mary, y el otro, el que más llamó su atención, que había terminado su educación superior en la Universidad de Liverpool en el área de gestión empresarial.

—Le pedí a mi madre que me los enviara. Quizás los cuelgue en algún lado.

—No sabía que fuiste a la universidad —comentó Thomas, con los títulos aún en mano.

—Solo por dos años. Todo el asunto creó una gran disputa en mi familia.

—¿Por qué?

—Mamá no creía que la universidad fuera el lugar adecuado para una señorita, pero papá insistía en que, si algo como la Gran Guerra volviera a ocurrir, tanto él como mis hermanos serían reclutados a servir, y yo tendría que encargarme de los negocios familiares hasta que regresaran, o para siempre, si no lo hacían. En fin, él sabía que era algo muy poco probable, pero no imposible, y prefirió prevenir que lamentar.

—Tienes un diploma en gestión empresarial, ¿y ni siquiera se te ocurrió mencionarlo?

Daisy no estuvo segura de cómo responder, pero al final optó por decir la verdad—. Mamá me dijo que no era algo de lo que debería hablar. ¡No te imaginas cuán enfadada estuvo esos años! Tendrías que haber oído el montón de sinsentidos que repetía una y otra vez. "Es imperdonable que tu padre te obligue a perder el tiempo en pequeñeces en vez de permitirte concentrarte en lo que verdaderamente importa: conseguir un buen marido. ¿Cómo puede ser tan egoísta? Hacerte desperdiciar así tus años de juventud... Tú no debes contarle a nadie al respecto, Daisy, ya lo sabes. Ningún hombre quiere casarse con una mujer más lista que él."

—Tu madre no tiene idea de lo que habla —dijo Thomas, dándose cuenta, por milésima vez, cuán poco le agradaba su suegra—. Deberías transformar la biblioteca en tu despacho, y puedes colgar los diplomas ahí.

—Es una buena idea. —Daisy se puso de pie para ordenar el papeleo antes de que se hiciera más tarde—. ¿Tienes hambre? Theodore ha de estar durmiendo, pero yo puedo cocinarte algo si quieres.

—No, no te preocupes. Es tarde.

—Lo es —asintió, con un suspiro—. Estoy cansada de cenar sola. —Sus palabras, libres de cualquier malicia, no sonaron como un reproche, solo como un simple comentario, algo para tener en cuenta.

—¿Preferirías que cenáramos juntos todas las noches? —preguntó Thomas, a quien últimamente le resultaba imposible negarle algo a su esposa, fuese lo que fuese, y por razones que iban más allá de su propio razonamiento.

—Por supuesto.

—Haré lo posible, entonces. 

Daisy se acostó en la cama, hundiéndose entre los edredones y cojines, y observó a su marido mientras se quitaba el traje y se ponía la ropa de cama. La somnolencia ya la había abandonado por completo, y recordó en ese instante algo tan importante que no podía creer que se le hubiese olvidado en un primer lugar.

—¡Tommy, casi olvido decírtelo! —exclamó, atrayendo su atención—. Hoy en la tarde hablé por teléfono con un conocido de mi padre, el señor Cumberbatch. Él es CEO de una empresa automotriz que, hasta el momento, despacha sus coches exclusivamente dentro del Reino Unido, pero tiene intenciones de exportar sus vehículos al resto del mundo.

—Creo que sé a dónde vas con esto.

—Déjame terminar —le chistó Daisy, tan emocionada como unos segundos atrás—. Le dije que tú tienes una Licencia de Exportación con el sello real válida para todo el Imperio británico entregada por el mismísimo Winston Churchill, y conseguí redondear el asunto por tres millones de libras.

—¿Tres millones de libras? —Thomas apenas daba crédito a lo que oía.

—Tres millones de libras —asintió la joven—. Aún hay que coordinar una reunión con el señor Cumberbatch para acordar ciertos detalles y cerrar el trato, pero...

—Tres jodidos millones de libras —repitió Thomas, y una carcajada escapó de sus labios, un sonido que Daisy nunca había oído, pero le pareció hermoso, y le hizo desear nunca oír otra cosa más que la risa de su esposo—. ¿Cómo lo lograste?

—Simplemente charlando.

—Eres increíble —dijo Thomas, y Daisy no supo si fueron las palabras de su esposo o la preciosa sonrisa en su rostro lo que le causó cosquillas en la barriga.

Las palabras de su madre resonaron en su cabeza. Haz que te quiera. Haz que quiera ser bueno contigo. Sin embargo, cada vez que Thomas era bueno con ella, era ella quien lo quería a él un poco más. La triste realidad era que no tenía idea cómo hacer que Thomas la quisiera, o si tal cosa era siquiera posible.

Thomas se dejó caer en la cama, y Daisy se giró en su dirección para observarlo, a pesar de que él tenía la vista clavada en el techo.

—¿A quién amas más que a nadie? —le preguntó, no porque tuviera la absurda esperanza de que él dijera su nombre, si no por mera curiosidad.

—No lo sé —respondió el contrario, quien no estaba dispuesto a sufrir una jaqueca por pensar en ello siquiera un instante.

—¿Alguna vez estuviste enamorado?

Thomas dejó escapar un suspiro—. ¿Qué tipo de pregunta es esa?

—Una que me gustaría que respondieras.

—Sí, ¿y tú? —inquirió, a pesar de que ya conocía la respuesta.

Un millón de recuerdos de Daniel inundaron los pensamientos de Daisy antes de que pudiera detenerlos—. Sí, eso creo.

Thomas pensó en Grace, y en Greta, y se sintió como si densas nubes negras hubieran cubierto el sol que era Daisy—. Duele, ¿no crees?

—Sí.

—Suele ser mejor no sentir nada en lo absoluto.

Daisy negó sin dudarlo—. El amor se siente mejor que cualquier otra cosa en el mundo entero cuando es correspondido.

Thomas volteó el rostro hacia su mujer, cuyos ojos brillaban con la dulce inocencia de quien jamás había experimentado verdadero sufrimiento—. El amor jamás es completamente correspondido, jamás es idéntico, y jamás es justo. Siempre hay una persona que ama más que la otra... Espero que nunca seas esa persona, porque esa persona es también quien sufre más que la otra.

—Eso no es cierto —murmuró Daisy, no porque estuviera segura de tal cosa, pero porque no le gustaba creer que era verdad—. Es tarde, Tommy. Vamos a dormir.

—¿Vendrás a las carreras de caballos conmigo este domingo?

—Por supuesto que iré, si eso es lo que quieres.

Una pequeña sonrisa pendió de los labios de Thomas por un segundo antes de responder—. Es lo que quiero.

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