Tardes de otoño

By JoanaMarcus

29.2M 2.2M 11.4M

¿Qué es lo peor que podía pasarle a la pobre Mara después de reencontrarse con el que fue el amor de su infan... More

Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
EXTRA DE AIDEN

Capítulo 14

1M 85.2K 359K
By JoanaMarcus


14 - UNA NOCHE MEMORABLE


(Open - Rhye)


Durante unos instantes, simplemente miré a Aiden como si él fuera a decirme que era una broma. Pero por su cara de temor —probablemente a mi reacción— enseguida supe que no, que esa era la realidad.

Zaida me había robado todas mis cosas.

Aparté la mirada a cualquier otro sitio que no fuera él, con los oídos zumbándome, y empecé a asustarme por el ataque inminente que sabía que me estaba viniendo... aunque no venía. Quizá era por la pastilla que al final sí me había tomado. No lo sé. Pero me sentía como si estuviera a mitad de camino entre un ataque y la calma. Era algo muy extraño.

—Vamos a solucionar esto —me dijo Aiden de repente con toda la seguridad que me faltaba a mí—. No te preocupes, no va a irse con todas tus cosas como si nada. Vamos a encontrarla y te lo va a devolver todo, Amara, yo...

—Mierda —reaccioné de repente, llevándome las manos a la cara—. Mierda, tengo que volver a casa. Maldita sea, Zaida.

Pasé por el lado de Aiden y recogí la bolsa de viaje que había traído para esos días, llenándola torpemente a toda la velocidad que podía. Aiden se quedó detrás de mí, observándome.

—¿Cómo piensas irte? —me preguntó, frunciendo el ceño.

—En taxi.

—No, yo voy contigo.

—No, tú te quedas con tu familia. Tienes que cenar con ellos.

—He estado más de veinte años con mi familia en Navidad, creo que si este año los ignoro podrán superarlo, la verdad. Tienen dos hijos más con los que entretenerse.

Suspiré. No estaba de humor para discutir nada y, sinceramente, dudaba mucho que él fuera a cambiar de opinión. Además, la idea de no estar sola y tener a Aiden conmigo me animaba muchísimo más de lo que debería.

—Está bien —murmuré.

—Voy a por mi maleta y a llamar a un taxi, nos vemos fuera en cinco minutos.

Vi por el rabillo del ojo que volvía a salir por la ventana y yo seguí llenando la bolsa de viaje, como ausente. Una parte de mí deseaba estar ya en casa solo por la pequeña esperanza de que fuera una broma de mal gusto y mis cosas estuvieran ahí. La otra quería quedarse y fingir que no había pasado nada.

Me di cuenta de que debería haber pensado una excusa cuando bajé las escaleras y me encontré a Grace y a papá mirándome con la sorpresa en los ojos al ver la maleta en mi mano.

—¿Qué...? —empezó papá, confuso.

—Tengo que irme —sinceramente, no quería decirles la verdad, seguro que papá me convencería de irme a vivir con él otra vez porque el mundo no era de fiar—. Yo... es una larga historia. Han tenido una urgencia en mi trabajo y necesitan una sustitución urgente.

—¿En Navidad? —Grace puso una mueca.

—Por eso es urgente —les dediqué la sonrisa más forzada de mi vida—. Os llamaré cuando llegue a casa.

—Pero... ¿te vas sola? ¿Quieres que te acompañemos o...?

—Me voy con Aiden —obvié la mala cara que puso mi padre—. Os llamaré más tarde, ¿vale? El taxi me espera.

En realidad, no sabía si el taxi ya me esperaba, pero necesitaba salir de casa urgentemente. Casi solté un suspiro de alivio cuando vi que sí me esperaba y que, de hecho, Aiden ya estaba metiendo su maleta en el maletero. Le tendí la mía nada más acercarme y también la metió, fingiendo que no se daba cuenta de las dagas que mi padre le mandaba con la mirada desde la puerta de mi casa.

—¿Estás bien? —me preguntó en voz baja.

Asentí con la cabeza.

—Estaré mejor cuando mi padre no te mate con la mirada.

—Sí, creo que yo también. Vámonos.

Aiden les hizo un gesto de despedida a ambos, pero solo le respondió Grace. Tendría que hablar con papá sobre el tema, pero no en ese momento.

El taxista básicamente nos preguntó dónde íbamos y puso música extraña a un volumen lo suficientemente alto como para dejar claro que le daba igual nuestra existencia, cosa que agradecí. Me hundí en el asiento trasero, solté un suspiro y me giré hacia Aiden, que estaba escribiendo en el móvil.

—Le estoy diciendo a Rob que mande el coche a mi casa, no aquí —murmuró, dedicándome media sonrisa antes de esconder el móvil.

Y entonces caí en la cuenta de lo idiota que había sido con él esos días.

—Mierda —murmuré, negando con la cabeza—. Ni siquiera te he preguntado cómo estás desde que volviste. Y... te metiste en una pelea con esa herida en la frente... y esa en el brazo...

—No es nada —me dijo, y sonaba como si la idea fuera absurda—. Me he hecho cosas peores en combates.

—Por favor, no me lo recuerdes.

—¿Tanto te preocupa que me haga daño? —sonrió, encantado.

—Me molesta que otros te hagan daño. Esa es mi función, no la suya.

—Bueno, Amara, es lo más extrañamente romántico que me han dicho en la vida.

Sonreí un poco, pero la sonrisa desapareció cuando me acordé de su hermana.

—¿Cómo volverá Lisa a casa?

—Le he dado dinero de sobra para el taxi —me aseguró—. Quería quedarse a cenar con mis padres y volver a casa después.

—¿Y no le ha molestado que nos fuéramos así? ¿No ha preguntado qué pasa?

—Claro que lo ha preguntado. Le he dicho que nos íbamos a echar un polvo a mi casa porque aquí no teníamos intimidad. Y se lo ha creído.

—¡Aiden! —enrojecí.

—¿Qué? ¡He tenido que improvisar!

El taxista, mientras tanto, nos dedicaba miradas muy juzgadoras, pero no decía nada.

El trayecto se me hizo eterno y demasiado corto a la vez. No dejaba de mover la rodilla de arriba a abajo, pasarme las manos por la cara y mirar por la ventanilla. Necesitaba hacer algo que no fuera estar sentada siendo una inútil absoluta. Llegué a pensar que me volvería loca. Y también supe que Aiden había hecho unos cuantos ademanes de estirar la mano y sujetar la mía, pero se había contenido por mi posible reacción. La verdad, en esos momentos prefería que no me tocara nadie. Estaba muy nerviosa.

Pero mis nervios se triplificaron cuando llegamos a mi edificio. Subí las escaleras con el corazón acelerado y me temblaba la mano al meter la llave en la cerradura y ver que... sí.

Efectivamente, mis cosas no estaban. Ni Zaida tampoco.

Me detuve en medio del salón y me quedé mirando las estanterías ahora vacías, los sitios vacíos que habían dejado los pocos cuadritos que había puesto para que la casa se sintiera más hogareña, los de los utensilios de cocina... todo. Se lo había llevado todo. Me entraron ganas de llorar, pero me contuve. Aiden estaba detrás de mí sin saber qué hacer para ayudarme.

Me acerqué a la puerta de mi habitación y las ganas de llorar aumentaron —aunque las volví a contener— cuando vi que las únicas cosas que quedaban eran los muebles. Mi ropa, mis cosas, mis pósters... solo había dejado unas cuantas fotos, pero ni siquiera los marcos. Las había tirado sobre mi cama. Estaba todo vacío. Todo.

—Mierda —murmuré, acercándome al escritorio—. ¿Patty también?

—¿Y tu libro? ¿También se lo ha llevado?

Aiden se acercó para ayudarme a registrar todos los cajones, pero no tardamos en llegar a la conclusión de que no había absolutamente nada. Me dejé caer en la cama y hundí la cara en las manos, conteniendo las ganas de gritar.

La cama se hundió un poco cuando Aiden se sentó a mi lado. Pude notar la calidez de su piel incluso a través de la ropa cuando me rodeó con un brazo y me atrajo un poco hacia sí mismo. Ni siquiera me aparté. Curiosamente, incluso en un momento de tanta tensión, me pareció un gesto natural, bienvenido.

—Vamos a recuperar tus cosas —me aseguró.

—No, no las vamos a recuperar —murmuré, destapándome la cara para mirar el desastre que había a nuestro alrededor—. Ella... me acusó de haberle robado marihuana y me amenazó. Creo que es por eso.

—¿Por un poco de marihuana se ha llevado todas tus cosas?

—Nos llevábamos fatal, Aiden. Siempre nos hemos llevado mal —puse los ojos en blanco al recordarla—. Pero nunca pensé que sería capaz de hacerme algo así. Es... demasiado malo incluso para ella.

Aiden permaneció en silencio unos segundos antes de volver a mirarme.

—¿No tenías contratado ningún seguro?

—Mi casera tiene uno, pero es de esos baratos. Seguramente me darán una quinta parte de lo que me costaría recuperar todas mis cosas.

Hubo unos instantes de silencio antes de que, de repente, levantara la cabeza y mirara a Aiden, que dio un respingo.

—¿Qué pasa?

—Quiero ir a emborracharme.

Contuvo una sonrisa, divertido.

—¿En serio? ¿Esa es tu mejor conclusión?

—No, pero es la única que tengo —me puse de pie y le ofrecí una mano—. ¿Te vienes conmigo o vas a dejarme sola, desprotegida y desamparada a manos de cualquier capullo pervertido que quiera secuestrarme?

—Creo que la segunda opción me parece más tentadora.

—¡Aiden!

—Que sí, vamos a buscar un sitio donde puedas emborracharte, pero primero vamos a denunciar esto.

Suspiré y asentí con la cabeza.

***

Unas horas más tarde, estaba sentada en la mesa de un bar con la cara entre las manos mientras Johnny, Russell, Lisa —que ya había vuelto a casa— y Aiden, las únicas cuatro personas de esa estúpida ciudad que me apreciaban un poco, estaban sentados a mi alrededor.

—¿Todas tus cosas? —repitió Johnny, perplejo, cuando Aiden terminó de contarles lo que había pasado—. Joder, encanto... ¿no sabes dónde puede estar esa chica?

—Si lo supiera, ya le habría dado un botellazo —mascullé.

—Tan diplomática como de costumbre —me sonrió Russell.

—¿No la has denunciado? —me preguntó Lisa con voz chillona, todavía asimilando la noticia.

—He ido con tu hermano y mi casera a denunciarla antes de venir aquí —dejé mi tercera cerveza vacía en medio de la mesa y abrí otra para mí—. Me han dicho, muy amablemente, que lo más probable es que ya haya vendido mis cosas y no vuelva a verlas en mi vida. Muy útil.

—Bueno, al menos tienes la denuncia puesta —observó Russell.

Resoplé y me dejé caer sobre el respaldo de la silla. Curiosamente, lo que más me molestaba de todo era que se hubiera llevado mi libro. O lo poco que tenía escrito sobre él. ¡Ella sabía lo difícil que había sido para mí encontrar la inspiración! Era injusto. Muy injusto.

Estúpida Zaida.

Oye, no uses el mantra contra esa idiota, no está a la altura de su grandeza.

—Maldita Zaida —mascullé, rompiendo furiosamente una servilleta—. Ojalá se tropiece y se de contra el suelo con la frente y que le salga una cicatriz fea y... y que todo el mundo la llame Harria Potter. Por idiota.

Aiden, a mi lado, me miró conteniendo una risa que probablemente habría hecho que se ganara un empujón.

—La servilleta no tiene la culpa de nada, Amara.

—¿Prefieres que haga esto contigo?

—Eh... no.

—Entonces, ¡silencio! —rompí definitivamente la servilleta, furiosa.

—Si te sirve de consuelo —intervino Johnny, muy serio—, como esa chica venga a la cafetería... ¡le daré la peor hamburguesa que haga! ¡Y no le pondré salsa! ¡Solo lechuga!

Los cuatro nos quedamos mirándolo con una ceja enarcada.

—Gracias por tanto, Johnny —murmuré.

—¿Y qué harás ahora? —me preguntó Russell, apartando los trozos de servilleta rota que habían volado hacia él—. ¿No tienes ropa en casa de tu padre?

—Sí, de cuando tenía diez años. No puedo ponérmela.

—Yo puedo dejarte ropa —sugirió Lisa enseguida.

Pero las dos sabíamos que no serviría de nada. Era dos tallas más delgada que yo. Si me pusiera algo suyo, explotaría.

—Gracias, Lisa —murmuré de todas formas, agradecida.

—Pues yo creo que deberías pedirle un adelanto a nuestra querida jefa —intervino Johnny—. En cuanto le cuentes lo que ha pasado lo entenderá y te dará dinero para que puedas comprarte ropa y comida.

Asentí, pensativa, aunque no me gustaba mucho la perspectiva de pedirle nada a mi jefa. En general, no me gustaba la perspectiva de pedirle favores a nadie, fuera quien fuera.

Y solo llegué a una conclusión.

—¿Y si vamos a bailar a algún lado?

Está claro que Johnny no quiso venir, pero al menos Russell, Lisa y Aiden me acompañaron a la discoteca más cercana que encontramos, donde yo me gasté un dinero que realmente necesitaba en beber más alcohol y ponerme más borracha. Honestamente, en ese momento me parecía un gasto necesario.

Si te soy sincera, no recuerdo si bailé o no, pero me suena algo de bailar con Lisa en medio de toda la marea de gente. Y de marearme e ir a la barra. Y de Aiden diciéndome algo de ir a por agua. Lo que sí recuerdo mejor es la parte en que me quedé de pie junto a la barra vacía, sujetándome la cabeza, que no dejaba de darme vueltas, y que un tipo desconocido se me acercó.

—¿Necesitas compañía? —me preguntó, el idiota.

Dejé el mareo de lado un momento solo para poner los ojos en blanco y mirarlo.

—¿Tengo cara de necesitar a otro ser humano en mi vida?

Él se detuvo, confuso, antes de retomar la conversación.

—¿Te han dejado sola?

—No, me han dejado sin bragas. Y nunca pensé que lo diría. ¿Te lo puedes creer? ¡Mi maldita compañera de piso se las llevó todas! ¡Y me gustaban mucho mis bragas!

Él parpadeó, confuso, cuando di un paso hacia él, señalándolo.

—No sé qué demonios quieres, pero te recomiendo no ligar conmigo. Ahora mismo estoy de muy mal humor por la pérdida de mis bragas, así que déjame en paz.

Pero el idiota no se rindió tan fácilmente. De hecho, se apoyó con un brazo en la barra, sonriéndome, e hizo un ademán de pasarme la mano por la espalda. Está claro que me aparté de un respingo.

—¿Qué demonios haces? —le pregunté con el ceño fruncido.

Él pareció un poco sorprendido.

—Hablar... contigo.

—No, no estabas hablando conmigo. Te has acercado a mí sin conocerme de nada y has intentado tocarme, ¿se puede saber por qué te crees con derecho a tocarme? Apenas dejo que el chico que me gusta lo haga, ¿te crees que dejaré que tú lo hagas?

—Oye, tampoco hace falta ponerse así —me puso mala cara—. Solo intentaba ser simpático porque te he visto aquí sola, amargada.

—¿Sí? Pues métete tu simpatía por el culo, no me interesa.

—Zorra.

—Gilipollas.

—Ni siquiera estás tan buena.

—Pues bien que te has acercado. ¿Qué pasa? ¿Tan difícil es asumir que una chica no quiere que ligues con ella?

—Vete a la mierda, zorra.

Zorra —imité su tono antes de empezar a señalarlo con un dedo acusador—. ¡Siempre la misma palabrita! ¿Es que no tienes más? Esa palabra solo la usan los acomplejados y las acomplejadas que no tienen argumentos. Llamar así a una chica porque no quiere que la toques sin conocerte de nada no te hace mejor persona, te hace un idiota integral.

—Pero ¿tú quién coño te crees que eres, niña?

—¿Niña? ¡Tú eres el que se ha acercado a mí!

—¡Porque de lejos parecías normal, pero ya veo que no lo eres!

No sé en qué momento nos habíamos puesto a gritar, pero de pronto medio local se había girado hacia nosotros para mirar nuestra discusión. El chico enrojeció un poco cuando se dio cuenta, pero yo estaba demasiado ocupada gritándole como para darme cuenta.

—¡Debería darte vergüenza intentar ligar así! —seguí con mi discursito—. ¿Dónde ha quedado lo de coquetear? ¿Lo de compartir intereses? ¿Es que soy la única romántica que queda en el mundo? Madre mía, parece que lo único que tenéis en la cabeza es sexo. Sieeeeempre sexo. ¡Como si fuera la gran cosa! ¡Y en el fondo es una mierda! O eso creo, porque hace cinco años que no lo practico. ¿Cuánto hace que tú no lo practicas, idiota integral?

Él parpadeó, como intentando encontrar sus propias cuerdas vocales.

—Eh... no sé... ¿un mes?

—¿Me lo estás preguntando?

—Perdone —una voz desconocida se acercó por mi derecha—. Tiene que abandonar el local, señorita.

Me giré hacia el de seguridad con el ceño fruncido.

—Vete a la mierda, señorito. Estoy teniendo una conversación.

Justo en el momento en que él me puso la peor cara que he visto en mi vida desde sus dos metros de altura de gigante, Aiden apareció de la nada y se interpuso entre nosotros dos.

—Ya nos vamos —le aseguró, girándose hacia mí—. Venga, Amara, hora de ir a dormir.

—¡Yo no quiero irme a dormir! ¡Le estaba dando una lección a ese idiot...! Uuuuuuuhhhhhhhhh...

De pronto, el mundo estaba al revés. Y me di cuenta de que estaba boca abajo. Aiden me estaba cargando sobre su hombro como a un saco de patatas.

Levanté la cabeza, muy indignada, y le saqué el dedo corazón al de seguridad y al idiota, que me miraban con el ceño fruncido mientras el resto de la gente se reía o simplemente nos observaba con la boca abierta.

—¿Es que no puedo dejarte sola ni un minuto? —protestó Aiden.

—Oye, bájame —exigí, gesticulando como si lo tuviera delante—. Puedo andar yo sola.

—Si te dejo en el suelo, vas a ir a asesinar a esos dos idiotas.

—¡Eso no es verdad!

—Amara...

—Vale, sí es verdad. ¡Pero se lo merecen! ¡Me estaban molestando!

—Claro que sí.

—¡No me hables como si estuviera loca!

—Claro que no.

—¡Aiden!

Me sacudió un poco al reírse y yo deseé poder escaparme corriendo, pero tenía dos inconvenientes grandes:

1 - Dudaba que pudiera escaparme yo solita de un maldito boxeador profesional.

2 - Dudaba que, en el remotísimo caso de escaparme, pudiera sostenerme de pie.

—¿Dónde están Lisa y Russell? —pregunté, indignada.

—Acaban de irse a casa, ya es tarde.

Incluso mi mejor amiga me abandonaba, mi vida era un drama.

Al final, me resigné a que Aiden me sacara de la discoteca a rastras mientras miraba el mundo pasar a mi alrededor, alternando los bostezos y las palabrotas que iba soltando a gente aleatoria que me juzgaba con la mirada.

Incluso yo te juzgaría.

Ya casi me había quedado dormida sobre el hombro de Aiden cuando noté que me depositaban sobre una superficie un poco más cómoda. Abrí los ojos —por lo visto, sí que me había quedado dormida— y me di cuenta de que estaba tumbada sobre el asiento trasero de un taxi con la cabeza sobre el regazo de Aiden.

Él ni siquiera se había dado cuenta de que estaba despierta, así que aproveché para hacerme la tonta, cerré los ojos, y fingí que me pegaba más a él en sueños.

Aprovecha el bug.

Me había quedado dormida otra vez cuando, de pronto, noté que mi espalda estaba apoyada contra algo frío. Una pared. Abrí los ojos y vi que estaba de pie junto a la puerta de mi casa mientras Aiden rebuscaba en mi bolso con el ceño fruncido. Empecé a reírme entre dientes y él me miró.

—¿Qué te hace tanta gracia?

—Que me dejé las llaves dentro antes de salir —y empecé a reírme a carcajadas—. No solo he perdido mis cosas, ¡también he perdido mi casa!

Aiden enarcó una ceja, considerablemente menos divertido, y aprovechó los segundos en los que yo me estaba riendo a carcajadas para pasarse las manos por la cara y pensar en una alternativa.

—La primera vez que te oigo reírte de esa forma y tiene que ser en estas circunstancias —murmuró, poniendo los ojos en blanco—. Venga, vámonos.

—¿Dónde? ¿A dormir debajo de un puente?

—No. A mi casa. Vamos.

Sonreí ampliamente, no muy consciente de lo que estaba pasando, y esperé unos pocos minutos a que apareciera otro taxi. Esta vez no me dormí, pero tampoco fui muy consciente de lo que estaba pasando. Solo vi que Aiden pagaba al conductor, me ayudaba a andar y entrábamos en un edificio que olía bien. Recuerdo un ascensor. Y luego ya no recuerdo mucho más antes de llegar a... mhm... el colchón más cómodo que había probado en mi vida.

Me estiré mejor sobre él y solté lo que pareció un ronroneo de placer. La risa de Aiden no tardó en llegar.

—Me alegra ver que apruebas mi cama.

—Quiero dormir aquí —murmuré, abrazándome a una almohada con los ojos cerrados—. ¿Me dejas dormir aquí por esta noche?

—Si fuera por mí, dormirías aquí todas las noches.

Asentí, medio dormida, pero abrí los ojos cuando noté que él tiraba de mi tobillo. En esa habitación desconocida, vi que me estaba deshaciendo un zapato, de pie al final de la cama. Lo dejó caer en el suelo y empezó a quitarme el otro.

—¿Sabes qué? —murmuré.

Él no respondió, pero supuse que tenía su atención.

—Lo único bueno de todo esto es que no he vomitado.

Aiden sonrió de lado y sacudió la cabeza.

—Sí lo has hecho, pero no te acuerdas.

—¿Eh?

—Y te has lavado los dientes, también. Menos mal que tenía un cepillo de dientes nuevo —me miró, divertido—. ¿Cuánto has bebido?

—No sé. Tampoco tanto.

—Pues veo que el alcohol te afecta rápido.

—Mhm... yo creo que es por la pastilla.

Aiden, que estaba ayudándome a quitarme el abrigo, se detuvo en seco y me miró fijamente.

—¿Qué? —pregunté, confusa.

—¿Has mezclado medicamentos con alcohol, Amara? —preguntó, y me sorprendió el tono de enfado que había adquirido.

—No pasa nada, solo es una noche.

—Sí que pasa —cerró los ojos un momento—. Ya lo hablaremos por la mañana. Ahora estás demasiado borracha.

Suspiré y dejé que terminara de quitarme el abrigo. Vi que miraba mis pantalones un momento, pero al final optó por dejármelos puestos y me ayudó a colocarme mejor en la cama. Sé que murmuró algo y apagó la luz, pero yo ya estaba medio dormida bajo el edredón.

Cuando volví a abrir los ojos, todavía era de noche. Parpadeé a mi alrededor, confusa, intentando ubicarme. La cabeza me daba vueltas y empezaban a aparecer los primeros síntomas de la bonita resaca que me esperaba, pero yo solo pude fijarme en el pequeño detalle de que no estaba en mi habitación, sino en una cama desconocida. Y muy cómoda, por cierto.

Me incorporé un poco y miré a mi alrededor. Las cortinas estaban abiertas, así que la poca luz que se filtraba de la calle me permitía ver algo —poca cosa, pero algo—. Puse una mueca, incómoda, y me quité los pantalones antes de tirarlos al suelo. Mucho mejor. También me quité el jersey. Estuve tentada a quitarme la camiseta de tirantes y el sujetador, pero al final solo me quité el sujetador y me dejé la camiseta. Estaba demasiado borracha para pensar en lo que hacía.

No sé en qué momento recordé que estaba en casa de Aiden, pero sí sé que lo primero que me pareció mal fue que él no estuviera durmiendo conmigo.

¿Dónde demonios estaba?

Salí de la cama y me tambaleé un poco en medio de la oscuridad antes de recorrer la habitación desconocida hacia donde fuera que me llevara el destino. El resultado fue llegar a unas escaleras. No sé cómo no me mate bajándolas, pero la cuestión es que conseguí llegar abajo sin caerme. Eso parecía un salón, ¿no? Un salón muy grande. Empecé a andar, frotándome los ojos, y me detuve de golpe para no chocar con uno de los dos sofás que había ahí.

Y, efectivamente, ahí estaba mi boxeador capullo y pervertido.

Aiden se había quedado dormido en uno de los sofás. Tenía una manta no muy gruesa por encima y unos cuantos cojines pequeños bajo la cabeza. Seguía durmiendo.

Y yo, muy casual, le quité la manta de encima y me tumbé sobre él.

Sí, así de fácil.

Esa es mi Marita.

Aiden, obviamente, se removió debajo de mí y se despertó. Cuando bajó la mirada para observarme, yo fingí que estaba dormida para que no pudiera echarme.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con voz adormilada.

—Venir a buscarte —no me molesté en abrir los ojos—. ¿Qué haces tú aquí? ¿No querías dormir conmigo?

—Sabes que sí, Amara. Pero no quería hacerte sentir incómoda.

—Ya hemos dormido juntos.

—Sí, pero esta vez estabas borracha. Es distinto.

—No es distinto —abrí los ojos y me giré hacia él—. Ven a dormir conmigo.

Aiden me observó por unos segundos e, incluso en medio de la oscuridad, pude ver cómo una de las comisuras de su boca se elevaba un poco, conteniendo una sonrisa.

—Como por la mañana me des una patada del susto, no volveré a dormir contigo —advirtió.

—¿Te crees que te despertaría con una patada?

—Pues sí, la verdad.

—Preferiría despertarte con una mamada.

Aiden, que se estaba riendo, se atragantó con su propia risa y empezó a toser. Fue mi turno de empezar a reírme.

—Ya quisieras —le dije, divertida, poniéndome de pie como pude—. Venga, capullo, vámonos a dormir.

Él no dijo nada más hasta que llegamos a las escaleras. Tenía cara de amargura.

—Con esas cosas no se juega —masculló, resentido.

Sonreí, muy divertida, cuando por fin conseguí llegar a su habitación. Me dejé caer sobre su cama y esperé a que él se metiera en ella conmigo antes de decir nada.

—Perdóname —ironicé, burlona—. No quería jugar con tus frágiles sentimientos.

No lo miré, pero apostaría lo que fuera a que me puso mala cara.

Tanteé en la oscuridad hasta que encontré su brazo y me arrastré como una serpiente hacia él. Aiden suspiró cuando me acurruqué yo sola contra su cuerpo y coloqué su brazo a mi alrededor.

—¿Eso no debería hacerlo yo? —preguntó.

—Sí, pero como no lo haces, ya lo hago yo.

—Qué práctica.

—Lo sé.

El cuerpo de Aiden era cálido y agradable. Subí una pierna para abrazarme mejor a él y sonreí un poco cuando noté que se removía, incómodo.

—¿Quieres que me aparte? —sugerí.

—Ni se te ocurra.

Empecé a reírme y levanté la cabeza. Él estaba mirando al techo, mordiéndose el labio inferior.

Y, para mi sorpresa, me encontré a mí misma con ganas de mordérselo yo.

Complejo de señor Grey.

Lo peor es que ya apenas iba borracha. Es decir, que ese pensamiento no era producto del alcohol. Era, simplemente, que ese chico me estaba pervirtiendo.

—¿Aiden?

Él suspiró y se tomó unos segundos antes de mirarme. Cuando se giró hacia mí, su nariz prácticamente rozó la mía. Mhm... eso me gustaba más de lo que querría admitir.

—¿Qué pasa? —preguntó en voz baja.

La verdad es que no tenía nada que decirle, solo había querido que se girara hacia mí. Él esperó los pocos segundos que tardé en recorrerle la cara con los ojos, repasando cada detalle, pequeño o grande.

Justo cuando me dio la sensación de que iba a decir algo más, subí un poco más la cabeza y lo besé en la boca.

Aiden ni siquiera pareció sorprendido, cosa que me indicó que él también había estado esperando ese beso. Subí la mano que tenía en su pecho por su cuello hasta llegar a su nuca, donde tiré ligeramente de él hacia mí para que me facilitara el acceso a su boca. Y para mi sorpresa lo hizo de una forma bastante más práctica; moviéndome para dejarme sentada sobre él.

Mi cuerpo estaba completamente pegado al suyo cuando le sujeté la cabeza y empecé a besarlo de verdad. Nuestros tobillos, rodillas, caderas, estómagos, pechos... bocas. Todo. Hacía años que no besaba a alguien de esa forma, pero con Aiden se sentía tan natural que ni siquiera me sentí insegura al respecto. Solo seguí la corriente de la situación. E hice lo que mi cuerpo me pedía. Y lo que mi cuerpo me pidió fue aumentar la intensidad.

Ni siquiera sé en qué momento empecé a notar que cosquilleaban partes de mi cuerpo que no me habían cosquilleado en cinco años, pero de pronto parecía que la temperatura de la habitación se había disparado, tenía el vello erizado y el corazón me bombeaba en el pecho con tanta fuerza que dolía, empezaba a notar esa sensación de presión en la parte baja del estómago y me estaba besando con tanta intensidad con Aiden que notaba los labios hinchados, pero no me importaba.

Y menos me importó cuando él metió las manos bajo mi camiseta y las subió por mi espalda, frotándome la piel con las palmas y los dedos hasta llegar a mis omóplatos. Podía sentir lo excitado que estaba contra mi estómago. Yo estaba igual. No me pude contener más y atrapé su labio inferior entre los dientes, tirando ligeramente de él. Lo justo para que él soltara algo parecido a un gruñido y apretara los dedos en mi espalda, pegándome aún más a su cuerpo.

Y, justo cuando iba a besarlo otra vez, él echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

—No, para —negó con la cabeza—. Esto no está bien.

Teníamos los dos la respiración tan acelerada que se entremezclaba en la corta distancia que había entre nuestras bocas. Miré sus labios. Estaban hinchados por los besos. Y eso solo aumentaba mis ganas de besarlo.

—Para —repitió al verme la cara—. Amara, estás borracha.

—No lo estoy tanto —incluso mi voz sonaba acelerada.

—Me da igual. Si hacemos algo, será cuando no lo estés.

Iba a protestar, pero él quitó las manos de mi espalda, volvió a colocarme la camiseta y me dejo a su lado, sobre el colchón.

Adiós, diversión.

Lo miré con el ceño fruncido, indignada, pero él estaba ocupado pasándose las manos por la cara.

Justo cuando iba a estirar una mano hacia él, se puso de pie de golpe y empezó a alejarse de la cama. Abrí la boca, pasmada.

—¿Te has enfadado?

—¿Eh? —se detuvo y me miró—. No, claro que no. Voy a darme una ducha. Una muy fría.

—¿Por qué?

Me dedicó una mirada de ojos entrecerrados.

—¿En serio necesitas que te lo explique?

—Vaaale, pero luego vuelve.

—Que te duermas ya, antipática.

—Tan romántico como de costumbre.

Admito que no me permití a mí misma dormirme hasta que, unos diez minutos después, Aiden volvió a aparecer. Esta vez llevaba una camiseta puesta. Se metió en la cama a mi lado y yo volví a pegarme a él como una garrapata, aunque no hizo un solo ademán de tocarme, el aburrido.

Esa vez, sí que conseguí quedarme dormida.

***

—Oye.

Gruñí contra la almohada y le di la espalda al sonido molesto.

—Oye —esta vez sonó más divertido—. ¿No crees que ya va siendo hora de despertarse?

—No.

Escuché la risita de Aiden y el colchón se hundió un poco cuando se apoyó a mi lado. Estuve a punto de lanzarle un codazo a la cara cuando me quitó la almohada y la luz me dio directamente en la cara.

—¡Déjame en paz! —protesté—. Me duele la cabeza.

—Y a mí me duelen las costillas por la cantidad de codazos que me has dado durante toda la maldita noche, ¿quién demonios se mueve tanto en sueños?

Suspiré y abrí por fin los ojos. Me lo encontré sentado a mi lado, en la cama, aunque ya no llevaba puesta ropa para dormir. De hecho, llevaba puesta ropa de deporte. Y tenía los auriculares colgando de los hombros. No tardé en deducir que había salido a correr.

—Si no te gusta, no me invites a dormir a tu casa —mascullé.

—Podré soportarlo —enarcó una ceja—. Bueno, voy a ir a ducharme. Hay desayuno abajo, aunque... bueno, todo es bastante sano. Espero que te guste.

—No tengo hambre, tengo ganas de morirme.

—Lo superarás.

Le puse mala cara a su espalda cuando se metió en la puerta que había junto a las escaleras.

Y ahí fue cuando me di cuenta.

¡Tenía la casa de Aiden a mi disposición para curiosear!

Me levanté tan de golpe que la cabeza me dolió el triple, pero lo ignoré y me puse de pie. Estaba en una habitación considerablemente grande de paredes blancas y suelo de parquet oscuro. El mueble más grande era la cama doble en la que había estado hasta ahora, que supuse que ordenada tendría un mejor aspecto, pero ahora era un revoltijo de sábanas blancas, grises y de color naranja tostado. Por lo demás, había dos mesitas de noche con cosas que, sinceramente, ahora no me apetecía cotillear, una cómoda junto a la puerta del cuarto de baño y luego la habitación ya estaba abierta a las escaleras que llevaban abajo. Sin puerta. Muy práctico.

Asomé la cabeza a la otra puerta, curiosa, y me quedé mirando su vestidor. Casi todo era ropa de deporte. Puse los ojos en blanco.

Bajé las escaleras de madera oscura frotándome los ojos. Tenía el ruido de la ducha de fondo. Ahí abajo había un salón bastante grande que se separaba de una cocina de tamaño similar por dos columnas de madera. La puerta principal estaba en medio. Y había dos puertas más al otro lado, pero estaba sedienta y no quise mirarlas.

Obviamente, la nevera de Aiden estaba llena de bebidas energéticas. Las ignoré todas y fui a por la botellita de agua, que prácticamente me terminé yo sola. Maldita resaca.

Y maldito Aiden. Menuda casa. Y todo para él solito. Ya quisiera yo.

Me pasé apenas dos minutos sentada en la barra, esperando a que el señorito bajara, cuando vi que reaparecía con unos vaqueros y una camiseta. Todavía tenía el pelo húmedo. Me dedicó una sonrisa radiante que me imaginé que debía contrastar muy dramáticamente con mi cara de resaca espantosa.

—¿No has desayunado? —preguntó, pasando por mi lado para abri la nevera.

—No tengo hambre. Solo quiero dormir. Además, me da miedo incendiarte la cocina.

—¿Quieres que te haga yo el desayuno?

—Si insistes, no me negaré.

Crucé los brazos sobre la barra y apoyé la cabeza en ellos, viendo cómo se movía de un lado a otro como si nada. ¿Cómo demonios podía tener tanta energía por la mañana?

—¿Por qué estás tan contento? —mascullé.

—Porque tengo una sorpresa para ti.

Le entrecerré los ojos, desconfiada.

—¿Sorpresa? ¿Qué sorpresa?

—Si te lo digo, no será una sorpresa —puso los ojos en blanco y metió algo en la batidora.

—¡Pero yo quiero saber qué es!

—Pues te jodes.

Le fruncí el ceño, ofendida, y le lancé una servilleta a la espalda. Creo que ni se enteró. Qué triste.

Finalmente se dio la vuelta y vertió lo que fuera que había hecho en dos vasos grandes. Me dio uno de ellos y yo lo miré con una desconfianza que aumentó dramáticamente cuando me di cuenta de era verde.

—¿Qué es eso?

—Un batido.

—Gracias, Aiden, a esa conclusión ya había llegado yo sola. ¿De qué es?

—De frutas y verduras. Muy sano. Perfecto para empezar el día.

—¿Comida sana? Uf...

—Vamos, pruébalo.

—Es que la verdura no me gusta mucho...

—Pruébalo ya, testaruda —se impacientó, poniendo los ojos en blanco por enésima vez.

Me acerqué el vaso a los labios y le di un sorbito, poco confiada, que enseguida hizo que abriera mucho los ojos.

—Está... bien. Muy bien.

—Vale, a la próxima, intenta no sonar tan sorprendida.

Le sonreí maliciosamente cuando él rodeó la barra para sentarse a mi lado. En cuanto lo hizo, no pude contenerme.

—¿Cuál es el regalo?

—Tendrás que esperarte.

—¿Por qué?

—Porque estás desayunando.

—¿Y qué?

—No debería haberte despertado.

—¡Vamos, dime qué es!

—Primero, termínate eso y date una ducha.

—¿Me estás diciendo que apesto?

—¡Te estoy diciendo que me dejes solo cinco minutos para prepararla!

Me giré y me terminé el vaso entero prácticamente de un trago. Aiden tenía la boca abierta, pasmado, cuando me puse de pie.

—Tienes cinco minutos —lo señalé—. Y tu tiempo empieza ahora.

Su cuarto de baño era tan grande como el resto de su casa. Tuve la tentación de meterme en la bañera, que tenía pinta de ser muy cómoda, pero al final opté por la ducha. Era tan grande que tenía que dar dos pasos para ir a por el champú y otros dos para volver bajo el chorro de agua, que por cierto tardé en un rato en saber configurar. Malditos pijos y sus duchas raras. En mi casa solo había un lado para el agua caliente y otro para el agua fría, ¿qué más necesitaban?

Cuando por fin terminé de ducharme —quizá había tardado un poco más de lo previsto—, me envolví a mí misma en una toalla blanca bastante suave y me di cuenta de un pequeño detalle.

¿Qué demonios iba a ponerme?

Tenía mis bragas y una camiseta, pero no recordaba qué demonios había hecho con el resto. Y eso de salir de casa sin pantalones no parecía una gran perspectiva.

Por suerte, al abrir la puerta me encontré a Aiden colocando las sábanas. Levantó la cabeza y me dedicó media sonrisita traviesa al ver que solo llevaba una toalla.

—No tengo nada que ponerme —mascullé.

—Mejor.

—Hablo en serio.

—Y yo.

—¡Aiden!

—Mira en el vestidor, seguro que encontrarás algo.Ñ

Obviamente, en su vestidor no había bragas ni sujetadores, así que tuve que volver a ponerme mis tristes bragas de anoche y una sudadera suya junto con los pantalones de algodón más pequeños que encontré. No me darían un premio a la mejor vestida del día, pero bueno.

Aiden estaba en el salón, sentado en el sofá, cuando bajé las escaleras a toda prisa.

—¿Cuál es la sorpresa? —le pregunté directamente, intentando ocultar mi entusiasmo.

—¿Tantas ganas tienes de saberlo? —sonrió, divertido.

—¡Siiiií! ¿Qué es?

Aiden empezó a reírse y, para mi sorpresa, se puso de pie y me lanzó unas llaves. Las atrapé al aire y las miré, confusa.

—¿Unas... llaves?

—No unas llaves cualquiera —dio un paso hacia mí, sonriendo—. Las llaves de una moto.

Durante unos instantes, la frase flotó entre nosotros. Levanté la mirada hacia él, sin terminar de entenderlo.

—¿Una... moto? Tú no tienes moto.

—Ahora sí la tengo.

—¡¿Te has comprado una moto?!

—Bueno, van a tardar una temporada en arreglarme el coche, así que, mientras tanto... pensé que no sería mala idea comprarme una bonita moto. Iban a llevármela a casa de mis padres, pero al final la han traído aquí.

—P-pero...

—Te recuerdo que tú me diste la idea —sonrió.

—Lo sé, pero... —parpadeé, reaccionando—. ¡¿Dónde está?! ¡Tenemos que probarla!

—Está en el garaje, obviamen... whoooaaaaaa.

Empecé a arrastrarlo conmigo hacia la puerta sin esperar un solo segundo más y Aiden se echó a reír, divertido.

—Si hubiera sabido que te gustaría tanto, lo habría hecho antes.

—¿Eso va con segundas intenciones?

—Casi todo lo que te digo va con segundas intenciones, asúmelo.

Sonreí y estuve a punto de abrir la puerta, pero me detuve cuando su móvil empezó a sonar y los dos vimos en la pantalla que era Rob.

—Oh, oh —le sonreí maliciosamente—. Bronca del entrenador.

—Sí, qué bien —suspiró y se llevó el móvil a la oreja—. Oye, Rob, estoy ocupado.

Por el sonido del otro lado del móvil, deduje que no era la respuesta que quería Rob, porque se puso a gritar como un loco y Aiden tuvo que alejar un poco el pobre aparato para que no le reventara un tímpano.

—Rob, cálmate —protestó—. No, ya lo sé. Es Navidad. ¿Y qué? Tampoco es como si... ¿eh?

La expresión de Aiden cambió de golpe. Pasó de una mueca de dolor por su tímpano inocente a entreabrir los labios, pasmado.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Aiden me miró, pero no respondió inmediatamente. Rob seguía hablándole al otro lado de la línea cuando bajó un poco el móvil y por fin me lo dijo.

—Me han expulsado de la liga.


Continue Reading

You'll Also Like

83K 4.4K 41
Cuatro años y continentes separados, lo que mantiene viva la esperanza de Yi Jeong y Ga Eul son las cartas que se escriben de vez en cuando... los pe...
18.4K 2.6K 63
Chu Li entró en un mundo ABO sin entender qué significaba ABO, cuando un Alfa desconocido lo marcó por completo. Despertó de su desmayo sin rastro de...
228K 16.8K 27
Escucho pasos detrás de mí y corro como nunca. -¡Déjenme! -les grito desesperada mientras me siguen. -Tienes que quedarte aquí, Iris. ¡Perteneces a e...
46.2K 3.4K 20
Harry potter tiene un chico ideal y parece que a encontrado a alguien con mas de una caracteristica de su lista ,quien es ?