Mel 5.10.2020
Llorándole a la soledad
que abunda la penumbra de mi habitación:
desbordando mi mente.
Otro estío en el que las estrellas se alinean
para velar todo vástago
que nace detrás del espesor de mis párpados.
Arrebatas mi flora.
Me tienes ahogándome.
En la yema de tus dedos.
Como cada domingo por la noche.
Tu perfume vaga por los jardines vacíos.
Todo marchitó.
Nosotros.
Lo nuestro.
Y yo me desmorono
en una avalancha de lágrimas
inducida por esta agonía lúgubre
que forjaste para desechar nuestra historia.
No pude deducir la magnitud del daño.
Las agujas del reloj cesaron tan rápido.
No pude clamarle tu presencia
a aquel cielo llameante.
El secreto detrás de tus pestañas
sellaron mi pecho tan profundo.
Dentro sólo resuena tu voz
recitando frutos de esa alevosía
que aún me sanciona en alma y carne.
Mis noches cargan lágrimas.
La luna susurra tus siete letras consigo.
Fuiste la luz de un nuevo amanecer.
Mi semblante de fuerte.
La única razón del palpar de mi corazón.
Hoy brinda en tu nombre.
Brilla
sólo
y únicamente
para ti.
Contigo.
Los dados caen a tu favor.
Ya puedes observar sosiega mi derrumbe:
recrudeciendo mi destino y corazón
para colocarte en la cima del alba.
Donde perteneces.
Luego de cuatro años
bañados en la crudeza
de nuestros lazos casi tangibles
que tal vez sólo se hacían presentes ante mis ojos.