Tardes de otoño

By JoanaMarcus

29.2M 2.2M 11.4M

¿Qué es lo peor que podía pasarle a la pobre Mara después de reencontrarse con el que fue el amor de su infan... More

Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
EXTRA DE AIDEN

Capítulo 13

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By JoanaMarcus




13 - LA GRAN HUÍDA


(Wait for you - Tom Walker)



Tardé unos segundos en abrir los ojos. Estaba tan cómoda que prefería seguir durmiendo aunque ya me hubiera despertado. Suspiré felizmente y me aferré mejor a lo que fuera que hubiera en mi cama. Era cómodo.

Espera.

Eso no era mi cama.

Abrí los ojos, confusa, y más confusa me quedé cuando me encontré a Aiden durmiendo tranquilamente con brazo a mi alrededor.

Es decir... él había cumplido con su parte; estaba durmiendo boca arriba, tocándome solo con un brazo. Era yo la que... ejem... había sobrepasado los límites.

Básicamente, mientras dormía, me había tirado sobre él y estaba abrazada con una pierna a su cintura, tenía la cabeza en el hueco de su cuello y un brazo estirado por encima de su pecho torpemente.

Amaneceres gloriosos: parte uno.

Estuve a punto de reírme por la perspectiva del pobre Aiden siendo torturado por mi presencia en plena noche, pero decidí que lo mejor era separarse poco a poco para que él jamás se diera cuenta de que habíamos dormido así.

Me ahorraría muchas bromas burlonas, sí.

Pero, claro, la suerte no estaba de mi parte. Casi nunca lo estaba.

No había conseguido moverme un centímetro cuando la puerta se abrió de golpe y... horror.

Claire, su madre.

—Aiden —canturreó, entrando con una sonrisa—, oye, ¿qué quieres para desayunar? Tu padre quería hacer...

Su tono de voz fue apagándose a medida que se dio cuenta de lo que pasaba delante de ella y vi que se quedaba callada, abriendo mucho los ojos.

Yo, por mi parte, sentí que mi cuerpo entero se volvía del color de mi pelo.

Aiden se despertó en ese momento por el ruido y se pasó la mano libre por la cara, dormilado.

—Uf... ¿qué hora es?

—Hora de despertarse —le dije bruscamente, apartándome.

Aiden se descubrió los ojos, confuso, y vi que esbozaba una pequeña sonrisita malvada para decirme algo, pero se le borró de golpe en cuanto vio que su madre seguía ahí plantada con los ojos muy abiertos.

—¡Mamá! —protestó, frunciendo el ceño.

—¿Eh? —ella por fin pareció reaccionar, dando un respingo—. ¡Ohhhh! Um... eh... yo... no sabía... ejem... ¡mejor vuelvo en otro momento!

Se apresuró a salir de la habitación, todavía más roja que yo, y en cuanto cerró la puerta yo me pasé las manos por la cara.

—Menudos buenos días —murmuró Aiden, poniéndose de pie y estirándose perezosamente.

—¿Cómo demonios puedes estar tan tranquilo? ¡Tu madre acaba de pillarnos durmiendo juntos!

—No te preocupes, Amara, creo que mi madre tiene bastante asumido que alguna vez he tenido sexo en esta cama.

—¡Pero nosotros no lo hemos hecho!

—Sí, lo sé. Una lástima, pero sobreviviremos. En fin, ¿vamos a desayunar?

¿A desayunar? Yo no podría mirar a su madre a la cara sin ponerme roja otra vez. ¿Cómo podía seguir tan tranquilo? ¿Es que no tenía sangre en la venas? ¿Tenía agua fría?

—Bueno... —él suspiró, pasándose una mano por el pelo—. La verdad es que prefiero ir a ducharme, ¿te vienes?

—Por supuesto... que no.

—Por un momento has hecho que me ilusionara.

—Aiden, ni se te ocurra ir a ducharte —me puse de pie, señalándolo con un dedo acusador—. No me dejes sola con esto.

—¿Con qué?

—¡Con tu madre!

—¿Desde cuándo tienes problemas con mi madre? —frunció el ceño, confuso.

—¡Desde que nos ha pillado durmiendo abrazados!

Hubo un momento de silencio antes de que él enarcara una ceja, bastante más interesado de lo que lo había estado hasta ahora.

—Espera, ¿abrazados? —se acercó a mí, empezando a esbozar una pequeña sonrisita malévola—. No recuerdo haberme dormido abrazado a ti, Amara.

—¿He dicho abrazados? Quería decir... en la misma cama.

Aiden se detuvo justo delante de mí y su sonrisita aumentó al ver lo incómoda que estaba.

—¿Te has abrazado a mí en sueños? —preguntó, levantando y bajando las cejas.

Capullo.

—No. Claro que no.

—Yo creo que sí.

Capullo engreído.

—Tú estabas tan dormido que parecía que estabas muerto, ¿qué demonios sabrás?

—Así que es verdad, ¿no? —inclinó la cabeza en mi dirección, ahora divertido, y la dejó a la misma altura que la mía—. Vaya, vaya. Parece que eres más sincera contigo misma cuando estás dormida que cuando estás despierta, te resistes menos a mis maravillosos encantos.

Capullo engreído pesado.

—¿Maravillosos encantos? —puse los ojos en blanco y lo aparté de un manotazo en el pecho—. Vamos a desayunar antes de que me tire por la ventana.

—Intentaría salvarte antes de que cayeras.

—¿Y si soy más rápida que tú?

—Entonces, me tiraría contigo. Somos un equipo.

Lo admito. Me reí. Pero dejé de hacerlo cuando vi su sonrisita orgullosa.

Pero lo peor no había llegado.

Lo peor llegó cuando bajamos las escaleras para llegar a la cocina y nos encontramos a Gus, Lisa y los padres de Aiden sentados en la mesa, mirándonos fijamente con el desayuno delante de ellos y una sonrisa tenebrosa que hacía que parecieran sacados de una película de terror.

Me detuve en seco y Aiden, que iba distraído detrás de mí, se chocó con mi espalda. Cuando vio a su familia, dio un respingo.

—Pero ¿qué demonios hacéis? Parece que queréis matarnos.

—¡Os estábamos esperando para desayunar! —exclamó Claire, señalando las dos sillas vacías y estratégicamente juntas—. ¿Qué te apetece, Mara? ¿Te gustan los huevos revueltos?

Asentí y me senté junto a Gus Gus, incómoda. Aiden parecía completamente tranquilo cuando se sentó a mi lado. El señor Walker miraba el periódico con el ceño fruncido y sospechaba que le daba absolutamente igual lo que hiciéramos o no. Y Lisa, con la que estuve a punto de disculparme por haberme marchado de su habitación, simplemente apuñalaba sus huevos revueltos como si tuvieran toda la culpa de sus problemas.

Sí, seguramente ni se había dado cuenta de mi ausencia. Estaba bastante distraída, la pobre.

—Bueno —dije, incómoda, cuando vi que Claire estaría un rato ausente en la cocina, y me giré hacia Gus—. Espero que no te despertáramos anoche al llegar.

—No estaba durmiendo, estaba jugando a videojuegos —se encogió de hombros mientras removía su desayuno con el tenedor—. Me mataron un montón de veces en el mismo nivel, casi estampé el mando contra una pared.

—La frustración gamer —murmuró Aiden cuando terminó de bostezar perezosamente.

—Él siempre me gana cuando jugamos juntos —protestó Gus, lanzándole una mirada de rencor puro y absoluto.

Aiden sonrió, orgulloso de sí mismo.

—No es culpa mía que seas horrible jugando, hermanito.

—¡No soy horrible! —Gus se puso rojo, avergonzado—. El problema es que tú haces trampas.

—¿Yo? Siento decírtelo, pero no necesito trampas para patearte el trasero.

—¡Sí que hace trampas! —me dijo Gus, indignado, como si yo fuera la máxima autoridad en el tema.

—Te creo —le aseguré.

Aiden dejó de parecer adormilado para parecer, simplemente, ofendido.

—¿Cómo que lo crees? ¿No deberías ponerte de mi parte?

—Pues no. Estoy de parte de Gus.

Le pasé un brazo por el respaldo de la silla a su hermano pequeño, con cuidado de no tocarlo, y Aiden me puso mala cara.

—¿Por qué nunca nadie se pone de mi parte? —protestó.

—Porque no tienes razón —enarqué una ceja.

—Sí que la... —Aiden se detuvo en seco.

No entendí muy bien su expresión de asesino en serie hasta que seguí la dirección de su mirada y vi a su hermano pequeño, a quien seguía rodeando con un brazo... mirándome fijamente las tetas.

Antes de que pudiera reaccionar, Aiden se estiró y le dio con la mano en la nuca con suficiente fuerza como para sacarle el cerebro por la nariz, haciendo que Gus reaccionara, levantara la cabeza y se pusiera todavía más rojo, apártandose.

—¡Perdón! Estaba... eh... tienes una mancha... mhm... ahí.

—No tiene ninguna mancha, enano —Aiden le lanzó la servilleta a la cara, a lo que a Gus se le enrojecieron también las orejas.

—Pues me ha parecido ver una mancha —corrigió Gus, muy digno.

Yo, por mi parte, suspiré y me puse de pie.

—Voy a echarle una mano a tu madre —le dije a Aiden, aunque él estaba ocupado lanzándole cosas a su hermano y esquivando las que le lanzaba Gus.

Claire ya había terminado cuando llegué. Me sonrió al verme aparecer y me dio el plato. Por un momento, tuve la tentación de ir a comerlo con los demás, pero la perspectiva de quedarme ahí, tranquilita, con Claire, era bastante mejor.

—¿Cómo estás? —me preguntó cuando empecé a comer de pie, apoyada con la cadera en la encimera.

—Bien —le enseñé la mano, ya solo estaba un poco roja—. Me dieron una bolsa de hielo.

—Mara... lo que hiciste anoche...

—Sí, fue un poco impulsivo, lo sé.

—¿Impulsivo? Cuando te vi dando golpes por las paredes casi me dio un infarto. Pensé que habías perdido la cabeza.

—La perdí un poco —murmuré con una mueca.

—Bueno, no me refería a eso —me dijo, divertida, pero la diversión pronto se fue de sus ojos—. Me refiero a... ¿cómo estás tú? No voy a preguntarte al respecto, pero es obvio que ver a ese chico te afectó mucho. Y después de lo de Aiden, y lo de tu padre... ¿estás bien?

Ahí sí que dudé un poco, sintiéndome algo nerviosa. No se me daba nada bien hablar de mí misma.

—Sí, estoy bien —dije, finalmente, sin estar muy segura.

Pareció que Claire iba a decir algo, pero se quedó callada cuando llamaron al timbre. Suspiró.

—Espero que alguien tenga la decencia de ir a abrir.

El que tuvo la decencia de ir a abrir fue Gus, pero ojalá no lo hubiera hecho.

—¡Es la policía! —chilló a todo pulmón—. ¡Buscan a Mara!

Mierda.

Huye, perra, no mires atrás.

—¿No podrías disimular y fingir que no está aquí? —escuché que preguntaba el señor Walker.

—¿Eh? —masculló Gus.

Enrojecí un poco cuando salí de la cocina con Claire y nos encontramos con los dos policías de anoche de pie junto a los demás: Castro y el pesado. El primero parecía aburrido, el segundo tenía un enorme parche para cubrirle el moretón de la nariz.

Aiden, Lisa y Gus me miraban como si se preguntaran qué clase de crimen había cometido. Aiden especialmente.

—Señorita Dawson —Castro asintió una vez con la cabeza a modo de saludo—. ¿Cómo está su mano?

—¿Su mano? —repitió el pesado con voz nasal por la herida—. ¡Deberías preocuparte más por mi nariz!

—¿Y qué le pasa a tu nariz?

—¡Que la loca esta casi me la rompió!

Lisa, Aiden y Gus se giraron hacia mí automáticamente con la boca abierta de par en par. Yo enrojecí un poco.

—Eh... ¿han venido a detenerme? —pregunté, dubitativa.

¿Al final sí que iba a la cárcel? Bueno, al menos habría comida. Algo era algo.

—No —me dijo Castro, quitándose el sombrero de policía—. A hablar contigo.

—¡Sí que hemos venido a detenerla! —chilló el otro.

Castro puso los ojos en blanco, como si estuviera agotado de escucharlo.

—¿Por qué? ¿Tienes pensado denunciarla?

—¡Casi me rompió la nariz!

—¿Quieres denunciarla o no?

—Si hago eso, todos los de comisaría se reirán de mí.

—Bien. Entonces, cállate —volvió a girarse hacia mí—. ¿Podemos hablar un momento a solas?

Claire tuvo la amabilidad de dejarnos el salón para hablar mientras el resto de su familia —menos el señor Walker, que nos ignoraba a todos— me seguía observando con la boca abierta. Casi sentí alivio cuando Claire me deseó suerte en voz baja y cerró la puerta, dejándome sola con los dos policías.

Me senté, muy tensa, en uno de los sillones. Ellos ocuparon el sofá que tenía justo delante. El pesado me miraba con los brazos cruzados, resentido, pero Castro simplemente parecía agotado.

—Bueno, iré al grano —me dijo Castro, mirándome—. El chico no te ha denunciado.

—¿Qué chico?

—El chico al que le diste una paliza, ¿quién si no?

—Ah, ese... sí, sí... claro... ¿no me ha denunciado? ¿Por qué?

Eso no sonaba muy James, la verdad.

—Eso es algo que no me concierne —me aseguró, enarcando una ceja—. Lo que sí me concierne es comunicártelo. La única penalización que podemos ponerte sin denuncia es una noche en el calabozo, pero tu novio... o lo que sea ese chico... pagó la fianza, así que no hay mucho más que hablar.

—Espere, ¿y ya está? ¿No pasará nada?

—Si el chico decide denunciarte, puedes tener consecuencias bastante graves —él ladeó un poco la cabeza, mirándome con cierta expresión de reprimenda—. El parte médico del chico es bastante grave. Tiene una lesión testicular que ha hecho que le extirpen un testículo...

—Ahora solo tiene un huevo —me tradujo el pesado.

—...fractura en el maxilar inferior...

—Le jodiste la mandíbula.

—...y una luxación subcoracoidea.

—Y también le jodiste el hombro.

Parpadeé dos veces, tratando de asimilarlo.

¿Debería sentirme mal?

Nah.

Bien, porque no me sentía mal.

—Vaya —dije como una idiota.

—Tienes mucha suerte de que no te haya denunciado —me aseguró Castro, mirándome—. Los cargos son muy graves, y siendo el hijo del jefe...

—Es intocable —solté sin pensar—. Sí, lo comprobé hace unos años.

Ellos me miraron con extrañeza unos instantes antes de que Castro sacudiera la cabeza, como dando el tema por zanjado, y se pusiera de pie. Yo también me levanté cuando él se estaba poniendo el sombrero otra vez.

—Entonces, no te molestaremos más —me dijo con educación e hizo un gesto a su compañero el pesado—. Venga, vámonos.

Sin embargo, su compañero le dedicó una mirada significativa que no entendí —y pareció que Castro tampoco—. Nos quedamos en silencio unos segundos antes de que él por fin reaccionara, como si hubiera recordado algo.

—Ah, sí —me miró—. Mi compañero quiere que te disculpes con él.

Miré al pesado, pasmada, y vi que se cruzaba de brazos y me enarcaba una ceja, muy digno.

—¿Disculparme? —repetí—. ¿Por qué?

—¡Porque me rompiste la nariz! —me chilló.

—¡Casi te la rompí, no lo hice del todo!

—¡Podrías haberme...!

—¡Basta! —Castro levantó ambas manos, agotado, y me miró—. Discúlpate con él y acabemos con esto.

—Será una broma.

—¿Tengo cara de estar bromeando?

—Tiene cara de estar harto de vivir.

—Perfecto, porque así me siento. Ahora, ¿puedes disculparte con mi afectado compañero para que podamos seguir todos con nuestras respectivas vidas?

Me giré hacia su compañero, frustrada, y también me crucé de brazos. Hubo unos instantes de silencio hasta que yo, por fin, me aclaré la garganta.

—Lo siento —marqué cada palabra.

Él me dedicó una sonrisita desdeñosa.

—¿Qué sientes?

—Siento no haberte roto la nariz del todo.

Él ahogó un grito y miró a Castro, indignado, que ya iba hacia la puerta.

—Ya se ha disculpado, vámonos.

—¡No se ha disculpado, se ha burlado de mi nariz!

—Querías una disculpa, ¿no? Pues ya la tienes. Ahora, vámonos. Necesito un café urgentemente.

Por suerte, el pesado se marchó tras él después de dedicarme una mirada de ojos entrecerrados, pero no me permití a mí misma respirar hasta que hubieron cerrado la puerta.

Creo que el suspiro de alivio se escuchó incluso en la Antártida.

Confirmo.

Me giré sin saber muy bien por qué a mi izquierda, frunciendo el ceño, y casi me dio un infarto cuando vi tres cabezas asomadas por la puerta mirándome fijamente.

Las de los tres mosqueteros, concretamente. Aiden, Lisa y Gus.

—Podéis dejar de espiar, ya se han ido —les dije, sacudiendo la cabeza.

Gus fue el primero en entrar, mirándome como si fuera algún tipo de diosa desconocida.

—¿Golpeaste a un policía? ¡Eso es lo más guay que he oído en mi vida!

—No es guay —intervino Aiden, y me puso mala cara—. No lo es en absoluto.

—No sé si a alguien le importa mi opinión —el señor Walker y Claire también estaban asomados por la puerta, y fue él quien miró a su hijo—, pero sí que fue bastante guay, la verdad.

—Madre mía —Lisa se acercó a mí con los ojos muy abiertos—, te dejo sola unas horas y empiezas a pelearte con la ley.

—Técnicamente no fue una pelea —aclaré, algo avergonzada.

—¿Y qué fue? —Aiden me frunció el ceño—. ¿Una batalla de danza?

—Fueron dos golpes de Mara y el tipo ya estaba en el suelo —Claire puso una mueca—. Usó uno de esos golpes que te gustan, Aiden.

Aiden se giró hacia mí lentamente, esta vez menos cabreado, y vi que la sombra de sorpresa le cruzaba el rostro. Tuve que contener una mueca cuando vi que ponía cara de estupefacción.

—¿Tú... le diste los golpes que te enseñé?

—Pues sí. Y no es para presumir, pero lo hice a la perfección.

Aiden miró a sus padres, que asintieron solemnemente, dándome la razón, antes de volver a mirarme a mí.

El pobre parecía tan perdido —entre enfadarse o sentirse orgulloso, básicamente— que ni siquiera reaccionó, solo se quedó mirándome con la boca entreabierta, casi boqueando como un pececillo sacado del agua. Tuve que aguantarme para no reírme.

Y fue entonces que a Gus, tan oportuno como siempre, se le ocurrió una idea genial y se giró hacia su hermano.

—Oye, ¿tú no deberías estar haciendo ejercicio?

Aiden parpadeó, volviendo a la realidad, y se giró hacia él.

—¿Eh?

—¿No deberías estar haciendo ejercicio? —repitió Gus—. ¿No tienes que hacer no sé cuántas horas de ejercicio horroroso al día?

—Bueno, sí...

—¡Es que he tenido una idea genial!

—¿Qué id...?

—Mara, Lis, ¿queréis jugar con nosotros a baloncesto?

—¿Baloncesto? —repitió Lisa con una mueca—. ¿Desde cuándo juegas a eso?

—¡Ahora me gusta! ¿Queréis o no?

Y, de alguna forma, media hora más tarde bajamos del coche del padre de Aiden —él seguía sin tener el suyo— y los cuatro nos quedamos plantados en medio de una cancha de baloncesto como cuatro idiotas. Lisa intentó rebotar la pelota y casi se le fue rodando.

El campo estaba en medio de la nada, aunque tenía un caminito para ir a esas casas pijas que había junto al lago. No me extrañaba que no hubiera nadie por aquí.

—Bueno —empezó Gus—. ¿No deberíamos hacer dos equipos?

Hubo un momento de silencio en que todos miramos a Lisa, que intentaba rebotar torpemente la pelota. Bueno, estaba claro que nadie quería ir con ella. Pobrecita. Aunque tampoco creía que Gus fuera a ser un verdadero experto, así que... hora de equilibrar la balanza.

—Yo voy con mi hermano Walker favorito —sonreí ampliamente.

—Genial —Aiden sonrió ampliamente e hizo un ademán de pasarme un brazo por encima de los hombros.

Está claro que me aparté de un salto y me planté junto a su hermano pequeño, que entrecerró los ojos maliciosamente.

—Me refería a él —le dije a Aiden—, capullo engreído.

Aiden abrió la boca, ofendido, pero al final solo pudo poner una mueca de horror cuando vio que su nueva compañera de equipo, Lisa, soltaba un chillido porque la pelota había salido rebotando del campo y ella había tenido que ir corriendo tras ella.

—Bueno —me dijo Gus cuando Aiden fue a rescatar a Lisa, que se había caído de culo al intentar lanzarse a por la pelota—, ¿hacemos alguna estrategia o lo que queramos?

—Yo me encargo de bloquear a Aiden, tú encárgate de encestar.

—Me parece bien —me ofreció la mano para sellar el pacto.

Me quedé mirando su mano un momento y noté un escalofrío bajándome por la espalda. Una cosa era abrazar a Aiden, que ya conocía demasiado bien, a Lisa, que era mi mejor amiga y además una chica... pero a un chico... quería mucho a Gus, pero noté que empezaban a zumbarme los oídos y disimulé fingiendo que no me había dado cuenta, yendo a ayudar a Aiden y Lisa.

Mierda, debería tomarme la pastilla esa.

Cuando llegué, Lisa estaba sentada en el suelo rodeada de unos matorrales mientras Aiden intentaba pasar por encima para rescatarla.

—¡Voy a morir aquí, sola! —lloriqueó Lisa, abrazando la pelota—. Pero oye, al menos la he rescatado.

—Un gran trabajo, agente 007 —enarqué una ceja, divertida.

Lisa aceptó la mano de Aiden, que se las apañó para levantarla y pasarla por encima de los matorrales. Menos mal que Lisa era pequeñita y no pesaba demasiado. En cuanto estuvo libre, sonrió felizmente —cosa que no había hecho en semanas— y volvió corriendo con Gus, con quien empezó a practicar.

Yo me quedé mirándolos un momento, pensativa, todavía notando la capa de sudor frío en la espalda, cuando me di cuenta de que don sonrisitas me miraba. Y no tenía ninguna sonrisita.

—¿Qué miras? —pregunté, entrecerrando los ojos.

Pero Aiden no me sonrió. De hecho, frunció un poco el ceño.

—¿Te pasa algo? ¿Estás bien?

Mierda, ¿tan obvio era?

De todas formas, asentí y le di una palmada en el pecho que casi le sacó el alma del cuerpo.

—No intentes distraerme, voy a patearte el trasero.

—Eso me calienta más de lo que debería.

Sonreí y volví con los demás con él detrás de mí. Teniendo en cuenta que yo llevaba la misma ropa que la noche anterior, no podía moverme muy fácilmente, pero algo era algo. Me coloqué junto a Gus en nuestra mitad del campo y vi que Aiden se paraba delante de él en su mitad con Lisa al lado.

Ella estaba muy ocupada intentando quitarse los pinchos que el matorral le había clavado en el culo.

El partido empezó y yo cumplí mi misión de no despegarme de Aiden.

Misión garrapata humana: en marcha.

De hecho, llegué a estar tan pegada a él que prácticamente solo jugaban Gus y Lisa, por lo que el partido estaba bastante a nuestro favor. Lisa no corría, decía que le daba pereza, así que Gus no tenía que preocuparse de perder la pelota.

Y Aiden, por otra parte, intentaba rodearme y pasar por mi lado, pero yo no dejaba de bloquearlo y empujarlo —eso puede que no estuviera en las reglas, pero no se lo contéis a nadie—. Llegué a ponerme tan pesada que creí que iba a enfadarse, pero se limitaba a reírse, divertido, y volver a intentarlo.

Sabes que si quisiera te esquivaría sin problemas, ¿no?

¿Y entonces por qué no lo hace?

Para tenerte pegada a él, idiota.

¿Qué...?

¿Cómo...?

¡Capullo! ¡Y yo creyéndome que era buena en algún deporte por fin!

Hice la prueba, dejando una buena parte libre para que me pasara por el lado, y comprobé que él lo ignoraba felizmente y daba un paso atrás, volviendo a pegarse a mí.

Me detuve en seco y puse los brazos en jarras.

—¡Estás jugando mal! —lo acusé.

—¿Yo? —se llevó una mano al corazón, fingiendo estar ofendido.

—¡Sí! ¡Tú! ¡No te estás intentando desmarcar!

—¿Te estás enfadando porque dejo que me bloquees?

—¿Eh? —tuve que tomarme unos segundos para pensarlo—. Sí, bueno... ¡no!

—¡Realmente me estás bloqueando muy bien! —se burló de mí maliciosamente—. Mírate, toda una profes...

Se calló de golpe cuando la pelota le dio en la nuca.

Me giré hacia Gus, que abrió mucho los ojos y se quedó pálido cuando Aiden lo miró.

—¡Perdón, quería pasársela a Mara! —chilló Gus con voz aguda.

Pero Aiden no conocía el perdón.

Es un buen momento para poner música dramática de fondo.

Agarró la pelota y empezó a avanzar hacia Gus, que dio un respingo.

—¡Ven aquí, enano! —le gritó Aiden cuando Gus Gus empezó a correr.

Y, bueno, como ellos empezaron a perseguirse mutuamente y a intentar asesinarse para demostrarse su amor de hermanos, Lisa y yo nos quedamos solas en el campo de fútbol.

Ella se acercó a mí suspirando y pasándose una mano por la frente.

—Ufff, hoy he corrido demasiado —me aseguró.

—Lisa, solo has corrido cuando has ido a por la pelota.

—¿Y no te parece ya demasiado?

—¡En casa corríamos diez veces más por el parque!

—Esa era otra Lisa. La Lisa de ahora odia correr.

Sacudí la cabeza, sonriendo, y la miré de nuevo. Parecía ligeramente más animada, menos apagada, si es que eso tenía sentido. Me alegró mucho verlo.

—¿Estás mejor? —le pregunté de todas formas.

—Sí —me aseguró con una pequeña sonrisa—. Yo... creo que necesitaba estar un tiempo lejos de Holt, ¿sabes? Para aclararme.

—¿Y te has aclarado?

Lisa asintió muy solemnemente y, solo con su mirada, supe cuál sería la respuesta. Aún así esperé a que me la diera.

—Voy a dejarlo —me dijo—. Definitivamente.

Asentí con la cabeza y, tras dudar unos segundos, le puse una mano en el hombro para darle un ligero apretón.

—¿Lo has pensado bien?

—Sí, Mara, yo... esto ya no iba a ninguna parte, ¿sabes? Siento que solo estábamos juntos por rutina y... bueno, para no estar solos, básicamente. Yo no quiero una relación basada en eso.

—Entonces... solo te falta decírselo a Holt.

—Sí —puso una mueca—. La parte fea del cuento, supongo.

—Vamos, es Holt. Llorará, ya lo sabes, pero... yo creo que lo entenderá.

Lisa me dedicó una mirada extraña, cosa que hizo que yo ladeara un poco la cabeza, confusa.

—¿Qué no me has contado?

—¿Cómo puedes saber que no te he contado algo?

—Te conozco demasiado bien. ¿Qué es?

—Bueno... —Lisa suspiró, cruzándose de brazos casi como se quisiera abrazar a sí misma—. Hace ya unas semanas que Holt y yo no... bueno... no estamos bien.

Di un paso en su dirección, extrañada.

—¿A qué te refieres?

—No lo sé. Lo noto tan... ansioso. Como si tuviera la necesidad de formalizar más lo nuestro. Y no deja de hablarme de futuro, de casas, de hijos, de trabajos... y yo siempre le digo que no se precipite, que yo todavía no quiero, pero no me hace caso. Siempre insiste. Es... agotador.

Cerró los ojos un momento, sacudió la cabeza como si intentara alejar esa clase de pensamientos, y volvió a sonreírme.

—Bueno, cambiando de tema... anoche tuvimos una cena interesante, ¿eh? Suerte que mañana ya volvemos a casa.

—Sí —puse una mueca—. Debería hablar con mi padre, creo que sigue enfadado.

—¿Por lo de la pelea o por eso indeterminado que hay entre tú y Aiden? —Lisa me sonrió maliciosamente.

—Sospecho que un diez por ciento por la pelea y un noventa por ciento por eso indeterminado que hay entre Aiden y yo.

—Pero... no lo entiendo, ¿por qué le cae tan mal?

—Cree que es conflictivo —negué con la cabeza cuando vi que Aiden había conseguido alcanzar a su hermano y lo había levantado del suelo, agitándolo como si fuera a lanzarlo por los aires, mientras el pobre Gus Gus chillaba como un poseso.

—Bueno, Aiden es un poco impulsivo cuando quiere, pero nunca lo he considerado muy conflictivo.

—Es que no lo es —suspiré—. Pero no creo que mi padre me escuche.

Media hora más tarde, Aiden detuvo el coche en el garaje de sus padres y tanto Gus como Lisa se aliaron para irse rápidamente y dejarnos solos.

—Bueeeno —repiqueteé los dedos sobre mis rodillas—, han sido unas horas muy... interesantes, la verdad. No te ofendas, pero espero que solo repitamos las últimas.

Aiden me miró un momento como si quisiera decirme algo, pero al final pareció cambiar de idea.

—Mañana por la mañana me traerán mi coche —me informó—. Si quieres volver a casa con Lisa y conmigo, eres bienvenida.

—No estaría mal ahorrarme el taxi —admití.

—Bien —me sonrió—. Pues nos vemos a las diez delante de casa de tu padre.

—Vale.

—Bien.

—Mhm.

Silencio incómodo.

Bueno, la verdad es que era incómodo por mi culpa, porque él había hecho un ademán de acercarse a darme un beso y yo había dado un respingo, por lo que se había detenido en seco. Y ahora nos mirábamos el uno al otro sin saber qué hacer.

—Bueno, adiós —concluí.

—Hasta mañana.

—Pásatelo bien.

—Lo mismo digo.

Silencio incómodo.

¿Y si le das el maldito beso tú?

Me incliné hacia delante y él se colocó automáticamente en la posición perfecta para que me fuera fácil besarlo en la boca, pero...

...puede que me arrepintiera en el último momento y le diera un beso en la frente...

Cuando me separé, Aiden me miró con una mueca casi de horror y yo me aclaré la garganta, avergonzada.

—Hasta mañana —repetí, y bajé por fin del coche.

Llegué a casa de mi padre en tiempo récord y llamé al timbre sin saber si debería sentirme nerviosa o tensa. Al menos, fue Grace quien me abrió.

—Ah, Mara —sonrió—. Pasa. Estábamos a punto de comer.

—¿Está enfadado? —señalé el interior de la casa con la cabeza.

—Tú solo... no le hables de ese chico, ¿vale?

—Grace, vamos a terminar hablando de él. Solo es prolongar lo inevitable.

—Bueno, pues espérate a hablarlo en un momento en que no estemos comiendo, al menos.

Efectivamente, papá no pareció muy tenso cuando me senté con él y Grace en la mesa. De hecho, pareció que habíamos hecho un pacto silencioso por el que nadie hablaría de lo que pasó anoche. Casi que lo prefería, la verdad, porque habría sido una conversación muy incómoda.

Subí a mi habitación después de comer y me dejé caer en mi cama, agotada, por un rato, antes de ir a darme una ducha. Necesitaba cambiarme ya de ropa. Justo acababa de salir, envuelta en una toalla, cuando escuché que mi móvil empezaba a sonar. No necesité mirar quién era para saberlo porque cada año recibía la misma llamada.

—Hola, mamá —la saludé sin muchas ganas.

—¿Qué te pasa ahora? ¿Has discutido con tu padre?

Sí, nuestras conversaciones tenían inicios magníficos e inspiradores.

—No —murmuré, abriendo el armario para elegir qué ponerme.

—¿Entonces?

—¿Quieres la versión larga o corta?

—La corta.

—Pues que anoche terminé en comisaría y hoy he dormido en casa de los vecinos.

Cualquier madre normal se habría escandalizado o se sorprendido, o ambas, pero mi madre nunca había sido una madre muy normal.

—Pues vaya cosa —soltó un sonidito de diversión—. La primera noche que pasé yo en una comisaría fue cuando tenía dieciséis años. Me pillaron haciéndolo en un coche con un chico de mi clase y me acusaron de conducta lasciva. ¡Pero si nadie me estaba viendo, solo el chico! Y tampoco es que me viera mucho, porque era de noche y su coche no tenía luz, así que...

—Mamá...

—Ah, sí, perdón. ¿Qué tal tu cena?

—¡Acabo de decirte que...!

—La mía fue perfecta, hija. Fui con mi novio a un restaurante pijo en los que el camarero te aparta la silla para que puedas sentarte, ¿has ido alguna vez? Bueno, fue espectacular. Comí un plato de fetuccini al pesto que...

—¿No ibas a venir a cenar con nosotros? —no pude evitar el tono acusatorio—. ¿O se te olvidó?

—¡Claro que no se me olvidó!

—¿Entonces?

—¿No te estoy diciendo que fui a un restaurante? ¿No me escuchabas?

—¡Pero habías quedado con nosotros!

—¿Y qué querías? ¿Que cancelara mi cita con mi novio? ¿Que dejara la mesa reservada vacía?

—Si ya tenías planes antes, no deberías haber hecho otros.

—Mara, hija, la gente cambia de planes constantemente, no hace falta intentar que se sientan culpables por ello.

—No estoy intentando hacerte sentir culpable, es solo que...

Me callé de golpe y me di la vuelta cuando escuché un ruido en la ventana de mi habitación. Juro que tuve un mini-infarto cuando vi a Aiden sonriéndome felizmente mientras la cerraba otra vez.

Le señalé la cama, furiosa, y él se sentó en ella repasándome la toalla —y el resto de mi cuerpo, la verdad— con la mirada.

Mi madre, por cierto, había estado hablando sin parar todo el tiempo sin darse cuenta de mi pequeña ausencia.

—...y el postre era un no se qué de chocolate, de esos que les das con la cuchara y la superficie se rompe, el chocolate fundido de dentro cubre el plato... ¿sabes lo que te digo? Y estuvo delicioso, mi novio se pidió un postre de...

—Mamá, ahora no tengo tiempo —aclaré, sacando un pijama cualquiera y lanzándolo a la cara de Aiden para que dejara de mirarme de una vez.

El pobre casi se cayó de culo de la cama por el impacto. Quizá si no hubiera estado tan distraído lo habría esquivado.

—¿Qué haces que sea tan importante? —me acusó mamá.

—Mirar a un capullo —le dije entre dientes.

—¿Eh?

—Que papá me está llamado, ya hablaremos.

—Ah, claro, si papá te llama, te olvidas de tu madre.

—No es eso, es...

—¿Y si tuviera que decirte algo importante? ¿También me ignorarías?

—¿Tienes que decirme algo importante?

—Mhm... no.

—Entonces, tengo que...

—Pero ¿y si tuviera que hacerlo? Ya eres mayorcita para saber que no deberías colgar así a tu madre.

—Y tú ya eres mayorcita para saber que no deberías abandonar a tu familia en Navidad para irte a cenar con un tipo con veinte años menos que tú que sabes que solo te durará unos meses más, mamá. Adiós.

Colgué, enfadada, y lancé el móvil junto a Aiden, que me miraba con cierta precaución.

—Detecto problemas paternofiliales en el ambiente.

—¿Y tú qué haces aquí? —puse los brazos en jarras.

—Bueno, digamos que no he podido dejar de pensar en el horrible beso que me has dado en el coche y he venido a reclamar uno de verdad.

—¡Si hubieras llegado dos minutos más tarde, me habrías encontrado desnuda!

—Sí, lástima que me haya adelantado.

—Dame eso —le quité el pijama del regazo—. Voy a cambiarme al baño.

—A mí no me importa que te cambies aquí —me aseguró.

Le saqué el dedo corazón y él me sonrió ampliamente.

Qué relación tan extraña tenéis.

Mientras me estaba cambiando a toda velocidad en mi pequeño cuarto de baño, escuché que mi móvil volvía a sonar y me entraron ganas de lanzar algo contra una pared.

—Si es mi madre, responde y dile que se vaya a la mierda —le pedí a Aiden, que estaba al otro lado de la puerta, probablemente cotilleando mis cosas.

—No sé si quiero ponerme a mi posible suegra en contra tan temprano.

—¡Aiden!

—Bueno, le diré que no estás disponible.

Muy poco agresivo para mi gusto, pero lo aceptaba.

Sin embargo, Aiden no tardó en volver a hablarme.

—No es tu madre, es tu casera. ¿La mando también a la mierda?

—Si quieres —suspiré.

Pero escuché que empezaba a hablar con ella sin mandarla a la mierda.

—Sí, está aquí al lado —le dijo a mi casera—. Ajá. No. Soy su posible novio. No, no está muy claro. Es ella que...

—¡Aiden! —asomé la cabeza, enfadada.

Pero él me ignoró, hablando con mi casera con una sonrisita.

—Sí, creo —murmuró con expresión confusa—. Eh... no. ¿Por qué?

Me acerqué a él terminando de secarme el pelo con una toalla, pero me detuve cuando vi que su expresión dejaba de ser divertida.

De hecho, casi pareció quedarse pálido.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Aiden me miró, pero no dijo nada.

—¿Vas a decírmelo? —me acerqué a él, confusa.

—Sí, gracias por avisar —le murmuró Aiden al móvil antes de colgar.

Nos quedamos los dos en silencio unos instantes en los que yo sentí que mi mal humor aumentaba considerablemente.

—¿Tienes pensado decirme lo que ha pasado o no?

—Yo... —Aiden se puso de pie y me dedicó una mirada casi de frustración—. La chica que vivía contigo se ha ido de casa.

Parpadeé, confusa.

—¿Y qué? ¿Debería estar triste?

—No es eso, Amara.

—¿Y qué es, entonces?

—Es... Zaida se ha marchado con todas tus cosas.


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