En mi mente nunca hubo un avasallo tan fuerte como cuando sus luceros azules chocaron en mi presencia. Él pudo alborotar aquello que permanecía oculto en mi interior e intensificar aquellos sentidos que desconocía hasta el momento en que él, y sus comisuras bailantes que me convocaban al infierno, aparecieron.
Pero como aquella corriente demoledora que propiciaba su tacto, pudo traerme tantas emociones y sentidos fascinantes, también lo hizo con el resurgir del miedo y el dolor. Su tacto en mi piel causaba el erizar de mis vellos, y tan solo con sentirlo cerca, me di cuenta, que el camino sería abrupto y un infierno apoderado de algo sugestivo, vendría con él.
Ese sentido que estallaba cuando mi mente pronunciaba un "tócame" era el principio de una catástrofe catártica.