Tardes de otoño

By JoanaMarcus

29.2M 2.2M 11.4M

¿Qué es lo peor que podía pasarle a la pobre Mara después de reencontrarse con el que fue el amor de su infan... More

Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
EXTRA DE AIDEN

Capítulo 12

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By JoanaMarcus


12 - EL PLAN MAESTRO


(Dreams - The Cranberries)


Durante unos segundos, nadie dijo nada. Hasta que Gus Gus, claro, hizo su intervención maestra:

—Pero... ¿qué coño acaba de pasar?

Su padre le dio una palmada en la nuca casi al instante.

—No digas palabrotas —advirtió.

—¡Era una palabrota de sorpresa! Y a Aiden le dejas decirlas.

—Aiden ahora mismo está en un coche de policía, no me lo pongas de ejemplo.

Yo seguía mirando fijamente la carretera, con los puños apretados. Menos mal que la ambulancia se había llevado al imbécil de James porque, si no lo hubiera hecho, juro que yo misma le habría dado otra patada.

—Tenemos que ir a la comisaría —intervino Claire de repente, como si hubiera vuelto a la realidad—. Vamos. Gus, Lisa, volved a casa.

—¡Yo quiero ir! —protestó Gus.

Pero, cuando vio que la situación era tensa, Lisa se apresuró a agarrarlo del brazo y arrastrarlo de vuelta a casa, dejándome ahí plantada con Grace, papá, los Welch —mis vecinos— y los padres de Aiden. Bueno, y mi abuelo, que estaba asomado a la ventana porque iba en silla de ruedas y no podía salir al jardín, pero quería controlarlo todo.

—Si necesitáis algo, lo que sea —le dijo papá al señor Walker—, sabéis dónde encontrarnos.

—Siento lo que ha pasado —le dijo él.

—No te preocupes.

Pero conocía a mi padre. Seguía creyendo que el culpable era Aiden. Lo veía solo en la forma en que me había apartado de él, como si fuera a hacerme daño.

Me giré hacia Claire y el señor Walker.

—¿Puedo ir yo también a la comisaría?

Claire estuvo a punto de responder, pero papá la interrumpió.

—Eso no es problema tuyo, Mara.

—¡Yo soy la única que estaba aquí con ellos!

—Si necesitan tu declaración, te llamarán.

—¡Quiero ir, papá!

—Oye —Grace le puso una mano en el hombro, intentando calmar la situación—, quizá deberíamos dejar que vaya.

—No —espetó papá, y la sentencia fue firme.

Así que tuve que ver cómo Claire y el señor Walker se marchaban en coche sin poder hacer nada, de pie en medio de nuestro jardín con los hombros tensos y los brazos cruzados con fuerza.

No estoy muy segura de si prefería golpear algo, gritar, llorar o hacerlo todo a la vez. Pero necesitaba hacer algo. No podía quedarme ahí, de brazos cruzados, o me terminaría consumiendo y volviendo más loca de lo que ya estaba.

—Quiero ir —le dije a papá cuando él empezó a entrar en casa.

Mi abuelo seguía asomado a la ventana, pero los Welch ya habían vuelto a su casa. Papá, Grace y yo éramos los restantes del jardín. Y esperaba que dentro de poco solo lo fueran ellos dos.

—Me da igual lo que quieras —masculló papá.

—Soy una adulta, no puedes decirme lo que puedo hacer o no.

—Eres mi hija, puedo decirte lo que puedes hacer o no.

—¡Pero puedo ir donde quiera! Papá, solo necesito que me lleves en coche. Si voy andando tardaré una eternidad en...

—He dicho que no.

—¡No es...!

—Pero ¿qué demonios te pasa con ese chico? —preguntó, enfadado, girándose hacia mí—. ¿Es que es tu novio o algo así? ¿Te crees que no he visto las miraditas durante la cena? ¿En serio quieres acabar con alguien como él?

—¿Como él? ¿Y eso qué demonios se supone que significa?

—Alguien problemático.

—¿Qué...? ¡Me estaba defendiendo!

—Sí, claro.

—¡Pues sí, me estaba defendiendo porque tú mismo habías invitado al gilipollas del policía!

—Mara... —cuando vi que iba a reñirme por usar una palabrota, exploté y le dije algo que no solía decirle a mi padre (si es que alguna vez lo había hecho).

—¡Vete a la mierda!

Él abrió mucho los ojos, pasmado, y vi que Grace lo detenía del hombro cuando hizo un ademán de seguirme. A la mierda. Iría andando si hacía falta. Estaba harta de depender de todo el mundo.

Empecé a recorrer la calle con las manos bajo las axilas, buscando algo de calor. No me podía creer que no me hubiera molestado en agarrar un abrigo. Me estaba helando. Y el frío de mi cuerpo contrastaba dramáticamente con el calor de mi cara, que estaba roja por la rabia.

Si no hubiera ido a esa cena... si me hubiera llevado a Aiden a tiempo... ahora mismo estaríamos besuqueándonos por algún rincón, no en esta situación.

Justo cuando iba a cruzar la calle, un coche redujo la velocidad para situarse a mi altura y lo miré con desconfianza, malhumorada, que fue sustituida por la sorpresa cuando vi que se trataba de mis vecinos, el señor y la señora Welch.

—¿Quieres que te llevemos a la comisaría? —se ofreció el señor Welch amablemente.

Dudé visiblemente, todavía pasmada, antes de asentir fervientemente y subirme al asiento trasero.

—Que conste —me dijo la señora Welch, señalándome—, que esto es para compensar todas las veces que me regaste las petunias de pequeña cuando nosotros nos íbamos de viaje.

Los señores Welch me dejaron justo delante de la comisaría y yo se lo agradecí mil y una veces antes de apresurarme a subir los escalones de piedra de la entrada. Había una sala de espera pequeña que olía al plástico barato de las sillas, que no dejaban de crujir cada vez que alguien se movía un poco. Fui directamente a la mujer del mostrador, que me dedicó una breve mirada aburrida.

—¿Qué quieres? —preguntó, la amabilidad personificada.

—Hace poco han traído a un chico que se había metido en una pelea. Aiden Walker, yo...

—No puedes verlo, si es lo que quieres.

—Necesito hablar con él.

—Pues va a ser que no, bonita. Solo familia —enarcó una ceja—. Ahora, vete de aquí. Hay mucha cola.

—No lo entiende. Tengo que hablar con él.

—Tú eres quien no lo entiende, tienes que irt...

—¿Mara?

Las dos nos giramos hacia Claire, que estaba de pie al otro lado del mostrador. Me miraba con cierta sorpresa, aunque todavía tenía la cara de espanto que había tenido al salir de nuestra casa.

—¿La conoce? —le preguntó la policía con desconfianza.

—Pues claro que sí —le dijo Claire, muy enfadada, cosa inaudita en ella, que siempre estaba contenta—. ¿Se puede saber por qué no la dejaba pasar?

—Porque solo puede entrar familia, señora.

—Está casada con mi hijo, ¿no te parece que eso le da derecho a pasar?

La policía enrojeció un poco y yo me apresuré a cruzar al otro lado del mostrador hacia Claire, que le dedicó una última mirada de ojos entrecerrados antes de hacerme un gesto para que la siguiera.

—Menos mal que se lo ha creído —me dijo en voz baja.

Pero no empezó a hablar de nuevo hasta que cruzamos el pasillo.

—Me alegra que estés aquí, sentía que yo sola iba a terminar volviéndome loca —me dedicó una pequeña sonrisa—. Mi marido está hablando con uno de los policías que se ha llevado a Aiden. Tú estabas ahí, ¿verdad?

Asentí cuando las dos nos sentamos en las sillas que había en uno de los múltiples pasillos, junto a unas pocas celdas vacías.

—Lo ha provocado James —le aseguré en voz baja.

—Lo sé, Mara —Claire suspiró, agotada—. Conozco a mi hijo. Solo se ha metido en este tipo de problemas una vez y casualmente fue con el mismo chico. Lo único que no sé es qué le habrá hecho esta vez.

Me aclaré la garganta, incómoda, y por un momento tuve la tentación de contárselo todo a Claire, pero me contuve sin saber muy bien por qué. Quizá porque no quería que me mirara con lástima o algo así. O por vergüenza. No lo sé.

—James... me hizo algo muy malo hace unos años —dije finalmente, bajo la atenta mirada de Claire—. Aiden se ha enterado y... bueno, ya sabes.

—¿Algo muy malo? —lo dijo como si no estuviera muy segura de si quería saber los detalles o no—. Lo siento mucho, cielo. No sé qué te hizo, pero para hacer reaccionar a mi hijo de esa forma... al menos, tú estás bien, ¿no?

—Estoy bien. En realidad, yo...

Bajé la voz y me arrastré un poco más cerca de ella, como si fuera a contarle el secreto de mi vida. Claire me observaba, desconcertada.

—...tengo un plan —finalicé.

—¿Un plan? —repitió Claire, también entre cuchicheos—. ¿Qué plan?

—Es... bueno, solo necesito que me sigas la corriente, ¿vale?

—Pero... ¿no vas a explicarme de qué va?

—No hay tiempo, y necesito que estés sorprendida.

—¿Sorprendida? ¿De qué?

Me puse de pie y me quedé mirando la pared, respirando hondo. Claire se asomó para dedicarme una mirada confusa.

—¿Qué...? ¡Mara!

Soltó el chillido cuando di un puñetazo con fuerza a la pared, aunque por suerte no apareció nadie.

Dios, dolía. Me miré los nudillos. Los tenía rojos y uno algo ensangrentado. Me ardía y temblaba toda la mano.

—¿Por qué has hecho eso? —casi me chilló Claire, alarmada.

Pero yo solo respiré hondo, agitando la mano para alejar al dolor.

—Sígueme.

La madre de Aiden, desconcertada, se apresuró a ponerse de pie y a seguirme. Andaba detrás de mí como si estuviera en una película de espías.

Fui directa a la puerta tras la que me había dicho que estaba su marido hablando con el policía. Llamé sin siquiera pensarlo y las voces del otro lado se callaron de golpe.

Me giré hacia Claire en el último momento.

—Diles que yo vi lo que pasó —murmuré.

—¿Eh...?

Pero se calló de golpe cuando uno de los policías abrió la puerta del despacho y nos miró con una ceja enarcada.

—Ya llegará su turno, esperen en...

—En realidad —lo cortó Claire—, Mara vio lo que pasó.

El policía me miró de arriba a abajo, como si me analizara detenidamente en función de su creerlo o no, hasta que finalmente se apartó.

—Bien —murmuró—. Pasad. Espero que vayas al grano, al menos.

El señor Walker estaba sentado en una de las sillas del escritorio. Al otro lado, estaba el policía que había esposado a Aiden, también sentado. El otro se quedó de pie a su lado, con los brazos cruzados. Claire y yo también nos quedamos de pie. Sinceramente, no sé quién era el más tenso de esa habitación.

El señor Walker nos dedicó una mirada perpleja, como si no entendiera lo que pasaba ahí, pero ahora no podía explicárselo.

—Esta chica dice que estaba presente cuando todo ocurrió —le informó el policía que seguía de pie al otro.

Al menos, el otro parecía mucho menos prepotente y mucho más propenso a escuchar. En su pecho tenía bordado el nombre de Castro.

—Bien —me dijo, mirándome—. ¿Y qué tienes que decir, chica?

Dudé visiblemente un momento antes de dar un paso hacia él, fingiendo algo de vergüenza.

—Yo... en realidad, yo le he dado esa paliza a James.

Hubo un momento de silencio absoluto en la habitación. Los dos policías intercambiaron una mirada casi al mismo tiempo que lo hacían los padres de Aiden.

—¿Tú? —me preguntó el otro policía, mirándome con un gesto de desdén—. Lo dudo mucho.

—He sido yo —repetí, enfurruñada, enseñándole la mano ensangrentada.

Menos mal que había dado ese golpe. Los dos policías empezaron a dudar al instante en que vieron las marcas en los nudillos.

—Eso no tiene sentido —insistió el agente pesado—. Alguien de tu tamaño no puede dar una paliza así.

—Sí que puedo. Lo he hecho.

—Chica —me dijo Castro lentamente, como si quisiera darme una oportunidad de echarme atrás—, estamos hablando de cargos muy graves. El chico tiene la mandíbula rota y una lesión grave en los testículos, podría quedarse estéril.

—Pues el mundo me debe una —murmuré.

—Esto no es una broma —espetó el agente pesado—. ¿Te das cuenta de que pueden denunciarte? Y ni siquiera estamos seguros de que hayas sido tú.

—¿Qué pasa? ¿Que una chica no puede golpear?

—¿Como para romper una mandíbula? Pues no, no puede.

Enfadada y sin pensar lo que hacía, me coloqué en posición defensiva en tiempo récord, recordando lo que me había enseñado Aiden. No le di tiempo de reacción, le clavé el upper-cut, haciendo que su cabeza se impulsara hacia atrás, y un segundo más tarde le lancé el golpe definitivo en la mejilla, girando la cadera y usando toda mi fuerza.

Se oyó un sonoro plof cuando cayó al suelo.

Me crucé de brazos, enfurruñada, y me giré hacia Castro, que tenía la boca casi tan abierta como los padres de Aiden.

—Bueno —le dije, enfadada—, ¿me creen ya o no?

Castro dudó durante lo que pareció una eternidad, mirando a su compañero inconsciente en el suelo, antes de por fin reaccionar y alcanzar su walkie-talkie.

—Soltad al chico, no ha sido él.

Diez minutos más tarde, después de haber dado mi versión de la historia a tres agentes distintos, yo era la que estaba sentada en una celda con una bolsa de hielo en la mano.

La verdad es que no era del todo incómodo. No había nadie más, así que estaba completamente sola, jugueteando con un hilo suelto de mi jersey mientras esperaba a que alguien me dijera lo que harían conmigo. Por algún motivo, no me preocupaba en lo más mínimo. Después de todo, en parte yo había sido responsable de esa pelea. Además, a mí no me echarían de ninguna liga si daba una paliza a alguien.

Llegó a pasar tanto tiempo ahí que me quedé dormida sin darme cuenta, acurrucada en el banco de la celda. Cuando abrí los ojos, no me di cuenta de que era porque alguien me sacudía el hombro hasta unos segundos después. Era un policía.

Me aparté bruscamente su toque, frotándome los ojos.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Puedes irte

Lo miré, confusa.

—¿Eh?

—Que puedes irte. El chico ha pagado tu fianza y te está esperando fuera.

Me levanté, confusa, y me aparté de nuevo cuando hizo un ademán de agarrarme del brazo para sacarme de la celda.

—Puedo caminar yo solita —le aseguré, irritada.

El policía me guió hacia una mujer que me hizo firmar unos papeles mientras me miraba con una ceja enarcada, después me hicieron esperar casi media hora... y finalmente me dejaron salir por la puerta principal. Debían ser las cuatro de la mañana. Y hacía un frío que me helaba los huesos.

Pero más congelada me dejó ver que Aiden y su padre me estaban esperando junto al coche de Aiden con los brazos cruzados, mirándome fijamente.

Vale, ¿por qué de repente me sentía como si fuera una niña pequeña pillada haciendo una travesura?

Bajé los escalones, tragando saliva, y vi que el señor Walker me dedicaba una pequeña mirada de compasión que entendí al instante en que vi la expresión cabreada de la cara de su hijo.

Y el capullo ni siquiera me saludó. Solo se acercó a mí con la misma expresión furiosa y los labios apretados.

—Pero ¿en qué maldito momento se te ha ocurrido decir que habías sido tú?

Me detuve, confusa y ofendida por partes iguales, y me puse las manos en las caderas.

—Oye, un gracias no estaría mal.

—No quiero darte las gracias, Amara. Estoy muy cabreado.

—¿Por qué? ¡Te he ayudado!

—¡Y tú vas a tener una agresión en tu expediente para siempre! ¿Es que no lo entiendes?

—¡Pero a mí no van a echarme de ninguna liga por ello! ¿Es que no lo entiendes tú?

Hubo un momento de silencio en que ambos nos miramos fijamente, cada uno más molesto que el otro, y que fue roto por el suspiro cansado del señor Walker.

—Por Dios, alquilad una habitación y acabad con esto.

Noté que mi cara entera se volvía del color de mi pelo cuando di un salto hacia atrás, avergonzada, mientras el señor Walker se reía y Aiden lo miraba con mala cara.

—¿No podrías ser un poco más sutil?

—Vosotros dos no habéis sido muy sutiles hasta ahora, creo yo —nos dijo, enarcando una ceja—. Tenéis suerte de que los demás estén ciegos y no lo vean, porque no creo que a tu padre le hiciera ninguna gracia, Mara.

Me pasé una mano por la cara, avergonzada. Seguro que seguía de color escarlata.

—Él... ejem... si no se entera de...

—No se enterará por mí —me aseguró con una sonrisa divertida—. ¿Sabe que estás aquí, al menos?

—Eh... sí. Más o menos. No quería que viniera.

—Igual deberías haberlo escuchado —masculló Aiden.

—Tú cállate, desagradecido —le dijo su padre sin siquiera inmutarse.

Aiden lo miró, sorprendido.

—¿Por qué te pones de su parte? ¡Tu hijo soy yo!

—Y por eso puedo aprovechar esta maravillosa confianza que tenemos para decirte que no tienes razón, hijo mío.

Sonreí maliciosamente a Aiden, que pareció sumamente indignado, pero volví a centrarme en su padre cuando se giró hacia mí.

—¿Quieres quedarte en nuestra casa por hoy, Mara?

Sí a todo.

—Eh... bueno... —murmuré.

—Puedes dormir con Lisa —añadió él—. Estoy seguro de que no le importará.

—Ah, entonces, sí.

Eso pareció indignar aún más a Aiden, aunque esa vez se limitó a cruzar los brazos, molesto.

Un rato más tarde, aparcamos el coche en el garaje de casa de los padres de Aiden y no pude evitar echar una ojeada incómoda a casa de mis padres. Al final, mientras los seguía al interior, decidí mandarle un mensaje a Grace informándole de que esa noche me quedaría con Lisa. No tardó en pedirme que hablara con papá al día siguiente, cuando las cosas se calmaran un poco.

La casa de los Walker era casi un calco de la de mi padre; simple, pero acogedora. Era obvio que ahí había vivido una familia, había mil fotos de Aiden, Lisa y Gus de pequeños, de sus premios en las diferentes actividades que hacían y, además, en la nevera tenían todavía algunos de los dibujos que les habían hecho a sus padres de pequeños. Me quedé mirando uno de ellos con una pequeña sonrisa mientras el señor Walker iba a buscar a Lisa.

Aiden y él se quedaron hablando en el salón cuando ella bajó las escaleras y me miró, medio adormilada.

—Dime que tú no te has metido en una pelea tú también —suplicó, acercándose.

—Solo contra una pared.

—¿Eh?

—Es una larga historia.

—Bueno, mejor no me la cuentes. Me he dado cuenta de que, cuanto menos sé, más feliz soy.

Sonreí y la seguí escaleras arriba. La habitación de Lisa era la del fondo a la derecha. La de Aiden era la que tenía justo delante y la de Gus Gus era la que estaba al otro lado del pasillo, junto a la de sus padres. No me extrañaba que lo hubieran escuchado en su triste intento de escape.

La habitación de Lisa, por supuesto, era rosa y tenía mil peluches, libros y pósters bonitos. Por algún extraño motivo, siempre olía a caramelos. Me pregunté si tendría alguna bolsa llena por algún lado, escondida.

—Espero que esto te sirva —murmuró ella, sacando el colchón que guardaba bajo su cama y dejándome las sábanas pertinentes—. A no ser que prefieras mi cama, claro. Podemos cambiar.

—No te preocupes. ¿Cómo estás?

Ambas sabíamos por qué lo preguntaba. Lisa sorbió la nariz mientras me ayudaba a hacer la cama, pero no dijo nada hasta que me prestó un pijama y ambas nos metimos en nuestras respectivas camas.

—Holt me ha llamado hace un rato —dijo finalmente.

—¿Sí? —no sabía si entusiasmarme o preocuparme, su cara no desvelaba mucho—. ¿Y... qué ha dicho?

Lisa apoyó la cabeza en la almohada y soltó un suspiro lastimero.

—Seguía insistiendo en que nos casáramos. Ya... ya no sabía cómo decirle que no. Le he colgado. No ha vuelto a decir nada. Casi lo agradezco.

Suspiré cuando ella apagó la luz y me quedé mirando el techo durante unos segundos —o lo poco que podía ver con esa iluminación—. Lisa hizo un verdadero esfuerzo porque no lo escuchara, pero era obvio que estaba llorando.

Durante unos segundos, no pude hacer nada más que sentirme completamente inútil. Pero, finalmente, haciendo de tripas corazón, cerré los ojos con fuerza y tragué saliva antes de quitarme la sábana de encima y ponerme de pie.

Lisa seguía llorando cuando me metí en la cama con ella y, sintiendo una oleada de pánico inundarme el cuerpo, rodearla con los brazos y darle un fuerte abrazo.

La pobre Lisa se quedó tan paralizada por la impresión que incluso dejó de llorar.

—¿M-me... me estás abrazando? —preguntó con un hilo de voz, pasmada.

—Estoy intentando ser una buena amiga y darte un abrazo reconfortante, ¿vale? —le solté, un poco más a la defensiva de lo que pretendía.

—Es la primera vez que me abrazas en cinco años —ella empezó a llorar otra vez.

—¡Pero no llores más! ¡Se supone que esto es para que pares!

—¡Es que ahora lloro de emoción!

—¿A que dejo de abrazarte?

—¡Noooo! Vale, dejo de llorar.

Me devolvió el abrazo, supongo que encontrando en mí un poco de consuelo, y después de eso nos quedamos unos segundos en silencio. Lisa fue la primera que se quedó dormida, pero yo no podía. Tenía demasiadas cosas en la cabeza.

Ya casi había pasado una hora cuando empecé a adormilarme, pero me desperté de golpe cuando recordé que todo el mundo dormía y tenía vía libre. Escuché atentamente a Lisa, que seguía durmiendo profundamente, y finalmente me puse de pie otra vez.

El pasillo estaba oscuro y vacío cuando cerré la puerta de la habitación de Lisa y me acerqué de puntillas a la que tenía delante. La abrí sin hacer un solo ruido y me asomé, intrigada. Aiden estaba en su cama, durmiendo tranquilamente.

La víctima perfecta.

Me acerqué con una sonrisa maliciosa a él y, pese a que mi primera intención fue darle un susto de muerte, al final opté por clavarle un dedo en la mejilla.

—Oye —susurré—, despierta.

Aiden puso una mueca y me quitó la mano de un manotazo. Sin siquiera abrir los ojos, rodó sobre sí mismo para darse la vuelta y seguir durmiendo.

Será marmota.

Subí a su cama de rodillas y volví a repetir el proceso, esa vez apretando el dedo en su mejilla con más ahínco.

—Oye, capullo, no me ignores.

—Déjame dormir en paz —masculló Aiden, medio dormido.

—¡Me he colado en tu habitación! ¿No merezco, al menos, que abras los ojos?

—No. Quiero dormir.

—Si abres los ojos ahora mismo, te dejo verme las tetas.

Me miró al instante.

—Trato hecho.

—Era una broma, idiota —puse los ojos en blanco—. ¿Cómo puedes dormir tan tranquilo? ¡Hace unas horas estabas dándole una paliza a alguien!

—Bueno, la verdad es que se la merecía. Me he quedado a gusto.

—Tenemos que hablar, Aiden.

—Y yo que tenía la esperanza de que hubieras venido a dormir conmigo...

—Ya te gustaría —enarqué una ceja, divertida, pero le puse mala cara cuando vi que volvía a cerrar los ojos—. ¡Quiero hablar contigo, no te duermas!

—¿Tiene que ser ahora, en serio?

—Ahora estamos solos, ¿no?

—¿Y tú qué sabes? A lo mejor hay un demonio en ese rincón de la habitación.

—Bueno, pues el demonio se pude ir a la mierda. Ignoraré su presencia.

—Madre mía, eres peor que el infierno.

—¿Vas a centrarte de una vez? —protesté.

Aiden suspiró y rodó para quedar tumbado boca arriba, entrelazando los dedos en su nuca. Me miró, todavía medio dormido, pero al menos ahora tenía su atención.

Creo que la tuve aún más cuando me repasó con los ojos y vio el pijamita rosa con unicornios que llevaba. Empezó a reírse y yo entrecerré los ojos, molesta.

—¿Qué te parece tan gracioso?

—Bueno, eso de las nubes y los unicornios rositas no va mucho contigo, ¿no?

—¿Y qué va conmigo?

—No sé. ¿Instrumentos de tortura, quizá?

—¿Quieres que empiece a torturarte a ti, capullo?

—¿Lo ves? Qué violenta eres, Amara. Me estás llevando por el camino del mal.

—¿Siempre estás así de insoportable por la noche?

—Se me ocurren unas cuantas formas de mejorar mi ánimo —subió y bajó las cejas.

—Te recuerdo que hace dos horas estabas furioso conmigo.

Él suspiró y pareció que su lado juguetón se escondía un poco para dejar salir al que todavía estaba molesto conmigo.

—Bueno, es que has hecho una tontería —murmuró.

—Solo porque tú habías hecho otra antes que yo.

—Él se merecía esa paliza.

—Pero tú no te merecías una sanción. Los dos sabemos que, si no hubiera hecho nada para ayudarte, habrías salido más perjudicado tú que él.

Aiden suspiró, observándome detenidamente por unos instantes.

—Supongo —admitió finalmente.

—Yo... —Dios, ¿por qué era tan difícil decirlo?—. Bueno... todavía no te he podido dar las gracias.

—¿Gracias? ¿Por qué?

—Es la primera vez en mucho tiempo que alguien... —medio bromeé, nerviosa por eso de dar las gracias, cosa a la que no estaba en absoluto acostumbrada.

—¿Alguien...? —me instó a seguir.

Nerviosa, lo solté todo del tirón.

—Es la primera vez en mucho tiempo que siento que alguien quiere protegerme.

Aiden pareció sorprendido durante el primer instante, pero después esbozó una sonrisa mucho más suave que las demás y se incorporó hasta quedarse sentado, con nuestros rostros alineados. Por un momento, pensé que iba a besarme, pero no lo hizo.

—Lo haría mil veces más —me aseguró.

—Sí, claro —solté una risita medio burlona, medio nerviosa.

—Lo digo en serio. De lo único que me arrepiento es de haberme enterado de lo que te pasó... así.

No supe muy bien si me lo estaba echando en cara o simplemente se lamentaba, pero sentí que una oleada de nervios muy incómodos me invadían.

—Debí decírtelo antes —empecé con voz atropellada—. Yo...

—¡No lo digo por eso! —me dijo, alarmado—. Me refiero a que hubiera preferido que me lo dijeras tú cuando quisieras, no él. Y no de esa forma.

Aparté la mirada, incómoda.

—Él... es así. Creo que simplemente disfruta haciendo sufrir a la gente.

—Pues esta vez soy yo quien ha disfrutado haciendo que sufriera.

—Mírate, y parecías un buen chico...

—Soy un badboy —me guiñó un ojo.

—Por favor, no —puse una mueca de horror—. Cualquier cosa menos eso.

Empezó a reírse, divertido.

Qué buenas vistas, ¿eh?

—Vaya, y yo pensando que los chicos malos te gustaban.

—Ya estuve con un chico malo y he terminado traumatizada de por vida, créeme, no los quiero ni a cien metros de distancia.

Los dos nos quedamos muy quietos por un instante por el mismo motivo: mi sonrisa.

Espera, ¿acababa de bromear sobre eso? ¿Sobre James? ¿Sobre lo que me había pasado?

La doctora Jenkins pondrá su cara de profesional concentrada cuando se lo cuentes.

Aparté la mirada, pasmada conmigo misma, y fue en ese momento de silencio cuando sentí que ya había llegado el momento de hablarle de lo que me había pasado. Pero hablarle de ello de verdad. Contarle mi versión, mi verdad.

—Aiden... —empecé.

—No necesito oírlo si no quieres decírmelo —me aseguró en cuanto vio mis intenciones.

—No. Quiero decírtelo. Yo... nunca le he contado la historia completa a nadie.

Ni siquiera a la doctora Jenkins, a quien le había contado solo los detalles importantes.

Aiden no dijo nada, solo me miró, esperando, y yo respiré hondo, sin saber muy bien por dónde empezar.

—Cuando tenía quince años, mis padres ya estaban separados. Papá se había quedado la casa que hay aquí al lado y mamá se mudó con su nuevo novio a un parque de caravanas que hay a un poco más de una hora de aquí. No sé por qué, pero mi madre se empeñó a que fuera a pasar con ella una temporada. Un verano, en concreto. Y, tampoco sé por qué, yo acepté. Mi padre insistía en que no lo hiciera, no se fiaba de mamá, pero yo seguí insistiendo igual.

»Al final, fui a pasar el verano con mi madre. Y ella siempre ha sido muy... ejem... distinta al resto de madres que conozco, ¿sabes? Fuma, se emborracha muy a menudo, le gusta experimentar con ciertas... eh... drogas no muy fuertes... y no tiene impedimentos a la hora de hablar de sexo, de amor y demás.

»Bueno, la cosa es que durante ese verano empezó a preguntarme por qué me tapaba tanto para ir a la playa, empezó a convencerme para que me pusiera bikinis en lugar de bañadores, que hablara con algunos chicos que veíamos por la playa, que probara el alcohol y el tabaco... No pienses que es una mala madre. No lo es. Solo... tiene un concepto a la educación muy distinto al de la mayoría de la gente. Pero yo sé que me quiere, a su manera.

»La cosa es que terminó el verano y yo no quise volver con papá. Sentía que él me reprimiría y no me dejaría ser esa nueva versión de mí misma, ¿sabes? Así que decidí quedarme un año de instituto con mamá. Ella estuvo encantada. Su novio no tanto, pero como comía poco y no molestaba mucho, no se quejó demasiado.

»Nada más llegar a mi primer día de instituto, conocí a Abigail. Iba a casi todas mis clases y era una de esas chicas a las que miras por la calle sin saber muy bien por qué, que tiene mil amigos, que siempre está preparada para cualquier evento... bueno, evidentemente estuve encantada cuando se interesó en ser mi amiga. Más que nada porque era nueva y ella me presentó a todos sus amigos, incluido Drew, mi ahora exnovio, ¿lo recuerdas?

—Sí —Aiden no parece muy complacido por hacerlo—. Menudo idiota.

—No era así en aquel entonces —le aseguré. Ni siquiera en ese momento podía pensar mal de Drew—. De hecho... era un encanto, Aiden. Me trató como a una verdadera reina y eso que yo me pasaba el día ignorándolo o provocándolo. Es... bueno, me gustaba eso de que me insistiera y no se rindiera, ¿sabes? Me gustaba la perspectiva de que le gustara lo suficiente como para no desistir aunque yo fuera la mayor idiota del mundo con él.

»Yo nunca había estado con un chico, así que no me atreví a besarme con él hasta que, en una fiesta, Abigail me animó a hacerlo. Fue mi primer beso, y estuvo muy bien. Me dejó con ganas de más. Drew era tan dulce...

Aiden fue poniendo una mueca cada vez más grande a medida que seguía diciendo eso último.

—No te pongas celoso, tus besos son mejores.

—Genial —recuperó su sonrisita—. Ya puedes seguir.

Sonreí ligeramente antes de proseguir con la historia.

—Drew fue también... mi primera experiencia sexual. Tuvo mucha paciencia conmigo, porque yo no me atrevía a hacer gran cosa al principio. Me daba algo de vergüenza. Pero poco a poco fui soltándome cada vez más hasta que empezó a gustarme de verdad. Pasaron unos meses de relación, claro, pero las cosas buenas llevan su tiempo. Y Drew siempre tuvo mucha paciencia conmigo.

»El problema llegó... cuando empezó a hablar con el novio de Abigail, que casualmente también era el mejor amigo de Drew.

—James, supongo —murmuró Aiden.

—Supones bien —suspiré—. Es... difícil de explicar, pero James era algo así como el chico misterioso de nuestra clase. Era tan complicado saber lo que pensaba... y además era el único chico que se me resistía y no me prestaba atención. Creo que fue eso lo que me hizo fijarme en él desde el principio, incluso aunque fuera el novio de Abigail.

Hice una pausa, incómoda.

—Yo... no soy la buena de la historia —murmuré—. Solo quería dejarlo claro antes de seguir.

—Eso lo dudo mucho, pero sigue.

—Bueno... pues eso, que empecé a hablar con James muy a menudo. Al principio, eran conversaciones triviales sobre cualquier cosa. Pero poco a poco fueron... subiendo de tono. Cada vez que había una fiesta y nos veíamos a solas, nos acercábamos el uno al otro como si quisiéramos hacer algo pero no lo hiciéramos, ¿sabes? Era casi como jugar con la espera hasta que llegara el momento.

—¿Y Drew y Abigail?

—Ojalá pudiera decirte lo contrario, pero la verdad es que me daban igual sus sentimientos. Fui una idiota egoísta. Solo pensaba en mi propia satisfacción, que era hacerme con el único chico que no caía por mis encantos.

Aiden asintió, casi como si apreciara que fuera completamente honesta, y yo respiré hondo antes de seguir. Ahora venía la peor parte.

—La noche de final de curso, hicimos una fiesta en casa de Abigail —murmuré en voz baja, notando que se me tensaba el cuerpo entero al recordarlo.

Dios, era mucho más difícil de lo que esperaba. Se me formaba un nudo en la garganta. Nunca lo había contado de esa forma. Y era casi como si algo dentro de mí quisiera bloquearme para que no lo dijera, para que no pareciera tan real.

Pero no. Estaba harta de contenerme y de ahogarme yo sola en mis propios problemas. Necesitaba compartirlo con Aiden. Aunque fuera algo tan horrible.

—Me emborraché. Mucho. Como siempre —no me atreví a mirarlo cuando seguí—. Y también... no lo sé. Creo que hubo marihuana envuelta. Mezclé las dos cosas en grandes cantidades. Fue... un resultado horrible. Apenas podía sostenerme de pie. Iba tambaleándome de un lado a otro y de alguna forma me las apañé para llegar al pasillo de arriba. Quería tumbarme un rato en la cama de Abigail y descansar hasta que se me pasara el mareo.

Cerré los ojos. ¿Por qué era tan complicado hablar de ello?

Me pasé las manos por la cara, aunque fuera solo para despejarme la cabeza. Cuando pensaba en esa noche, no pensaba en lo que había pasado antes de entrar en la habitación, sino en lo que había pasado en la cama. Y, de alguna forma, todavía podía sentirlo como si acabara de ocurrirme. Quizá por eso era tan complicado hablar de ello, era como si me obligara a mí misma a recordarlo.

—Cuando crucé el pasillo... yo... él...

—Amara... —empezó Aiden.

—No. Déjame hablar, por favor. Lo necesito.

Él volvió a callarse, pero estaba claro que se había tensado por completo. Volví a cerrar los ojos un momento antes de ser capaz de continuar.

—James apareció en el pasillo —dije en voz baja—. Él... bueno, al principio me pareció que iba guapísimo. Y cuando se acercó a mí y empezó a reírse de lo borracha que estaba, pensé que era incluso más guapo —solté una risa amarga—. Le dije que debería emborracharse más para estar a mi altura y él me dijo que no pensaba moverse de mi lado. Yo... pensé que se refería a que quería quedarse conmigo para cuidarme, así que me lancé y yo... lo besé. Yo lo empecé.

»El beso fue... algo peor de lo que esperaba, aunque iba tan borracha que apenas pude sentirlo. Aún así, James empezó a ponerse... un poco más brusco de lo necesario. Como yo solo había estado con Drew, pensé que simplemente era lo normal y yo no lo sabía por falta de experiencia... pero cuando me empezó a pegar contra la pared y a apretarme con fuerza, me di cuenta de que algo iba mal e intenté apartarme.

»Al principio... bueno... no quería separarse y me lo tomé con humor, como si fuera un juego. Pero cuando me agarró el cuello y me estampó la cabeza contra la pared empecé a asustarme. Intenté apartarme, pero él empezó a decirme que dejara de protestar y... y no dejaba de mirar a su alrededor, como si quisiera asegurarse de que nadie nos veía. Creo que ese detalle... ese detalle estúpido... fue lo que más me asustó. ¿Qué iba a hacerme que le diera miedo que alguien más viera?

»Yo... intenté apartarme otra vez cuando abrió la puerta de la habitación de Abigail, pero esa vez se enfadó conmigo y me agarró del pelo, arrastrándome con él. Cuando quise darme cuenta, estaba en la cama. James se tiró sobre mí y empezó a decirme... cosas tan... tan asquerosas... me entraron ganas de llorar e intenté apartarlo, pero él no dejaba de hablarme y de quitarme ropa. Y yo solo quería irme a casa.

»Cuando intentó quitarme el sujetador, entré en pánico e intenté golpearlo, pero solo conseguí cabrearlo. Me sujetó la cabeza, me dio un puñetazo que me dejó inconsciente por unos segundos y, cuando volví a ser consciente de lo que pasaba, me tenía boca abajo sobre el colchón y me apretaba la cabeza contra él con una mano en la nuca.

»Lo peor de todo es que... yo no... ni siquiera me asustó que me bajara las bragas y escuchara cómo se bajaba los pantalones, o cómo se tiraba sobre mí. Lo que me asustó de verdad es que no podía respirar. Me tenía agarrada con tanta fuerza que ni siquiera podía sentir la cara. Sentí que me moría. Y él solo repetía ¿ahora quién te escuchará gritar? ¿Ahora de qué te servirá llorar?

»Creo que llegó un momento en que dejé de intentar pararlo. Solo supliqué que fuera rápido. Y ni siquiera recuerdo si lo fue. Solo recuerdo que por fin me soltó la cabeza, se separó de mí y se subió la bragueta otra vez. Antes de irse, me dio un beso en el hombro y me dio que si me portaba bien alguna vez volveríamos a hacerlo.

Dejé que el silencio fluyera entre nosotros durante unos instantes, sin ser capaz de encontrar mi propia voz. Contarlo en voz alta era... extraño. Era como compartir algo que has llevado dentro durante años, aguantando en silencio.

Aiden no se movió. Sabía que me miraba fijamente, pero no me atreví a devolverle la mirada.

—Ni siquiera lloré durante las siguientes semanas, ¿sabes? —murmuré—. Yo... ni siquiera sentí nada. Era como si me hubiera apagado. Apenas dormía, apenas comía y nunca salía de casa. Pero no por miedo. Simplemente porque me sentía apática, vacía... es difícil de explicar. Me sentía como si estuviera viendo mi propia vida como alguien externo. O como si me limitara a existir, sin querer hacer absolutamente nada más que meterme en la cama.

—¿Y qué hay de tu madre? —la voz de Aiden fue mucho más suave de lo que esperaba—. ¿No se dio cuenta?

—Su novio le insinuó que le deprimía verme de esa forma, así que me mandó de vuelta con mi padre con la excusa de que era para que me encontrara mejor.

Por fin miré a Aiden y vi, en su expresión, todo lo que pensaba de mi madre pero se obligaba a sí mismo a no decir para no herir mis sentimientos.

—¿Qué pasó después? —preguntó finalmente.

—Conocí a Grace —sonreí un poco al recordarlo—. La novia de mi padre. Al principio, intenté llevarme mal con ella, ¿sabes? Como si intentara pagar con alguien lo que me había pasado. Y ella aguantó mucho. Tuvo muchísima paciencia... pero un día, lógicamente, explotó y me dijo que dejara de hablarle de esa forma tan despectiva. Y yo... me derrumbé.

Puse una mueca, sacudiendo la cabeza.

—Yo solo... exploté. Me puse a llorar, histérica, y fue como si todos los recuerdos de esa noche vinieran a mí de golpe para recordarme lo que me había pasado. Grace intentó abrazarme para tranquilizarme, pero cuando me tocó me sentí como si fuera James el que lo hacía y las cosas fueron todavía peores. Tuve mi primer ataque de pánico y tuvieron que llamar a una ambulancia. Desde ese día, no tolero que me toquen. Cada vez que alguien lo hace, siento que vuelvo a esa noche.

Aiden cerró los ojos un momento antes de volver a mirarme para que siguiera hablando.

—No sé por qué, pero decidirle contarle todo a Grace —me encogí de hombros—. No tenía tanta confianza con ella, pero se lo conté todo. Quizá es porque sabía que, si se lo contaba a mi padre, iría a matar a ese chico. Y mi madre... probablemente me diría que no exagerara o algo así. Pero Grace no. Me acompañó a poner la denuncia, aunque no sirvió de nada, contrató a un psicólogo y después a un psiquiatra, estuvo a mi lado siempre la necesité, me cambió de instituto, me ayudó a recuperar algo de confianza en mí misma... Grace se olvidó de venganzas estúpidas, de ir a hacer que él se sintiera mal... y prefirió centrarse en que yo me sintiera bien.

—Quieres mucho a Grace —observó Aiden con una pequeña sonrisa.

—Sé que suena horrible y yo... bueno... nunca se lo he dicho... pero para mí es mi madre. Siempre lo será.

Aiden asintió, observándome en silencio.

—Ayer fue la primera vez que veía a James desde esa noche —finalicé, ahora un poco más tranquila, me sentía como si me hubiera quitado un peso enorme de encima—. Pensé que sería fuerte y podría enfrentarlo, pero... no.

—No digas eso, Amara.

Lo miré, confusa.

—¿El qué?

—No digas que no eres fuerte, porque sí lo eres. Eres muy fuerte.

Por algún motivo, el halago hizo que me ruborizara, tensa.

—No digas eso. No me gusta.

—¿Por qué no?

—Porque yo no elegí esto. Y me da igual lo fuerte que me haga. Preferiría mil veces ser débil y no haberlo vivido que... ser fuerte bajo estas circunstancias.

Sí, por eso me jodía tanto que la gente insinuara lo fuerte que era. No lo era. En absoluto. Si pudiera volver atrás y cambiarlo todo, lo haría. Y, además, ¿cuántos años había estado rehuyendo de esa noche? No. No era fuerte. Era débil. Solo que fingía no serlo para que la gente no se diera cuenta y no se sintiera decepcionada de mí.

Aiden me observó unos instantes antes de acercarse un poco a mí.

—Nadie puede elegir sus circunstancias, Amara. Lo mejor que podemos hacer es aprender de ellas.

—¿Y qué he aprendido yo? ¿A no emborracharme? ¿A no drogarme?

—No. Has aprendido que incluso en una situación así de traumática eres capaz de levantarte y seguir adelante.

Agaché la cabeza, de repente algo emocionada por lo que había dicho, y sentí que Aiden me ponía una mano en la mejilla. Curiosamente, ni siquiera reaccioné al contacto. Estaba demasiado ocupada intentando que no viera que se me habían llenado los ojos de lágrimas.

—Gracias por contármelo —añadió, inclinándose hacia mí—. No se lo diré a nadie.

—Más te vale. O te mato.

—Ah... ya echaba de menos tus amenazas de muerte. Por un momento he creído que te habías vuelto una cursi.

Sonreí y sacudí la cabeza.

—No hablemos más de esto —añadí, mirándolo—. Cuéntame algo que no tenga nada que ver con cosas tristes, por favor.

Se quedó quieto un momento, pensando, hasta que pareció que se le ocurría algo.

—Rob se metió en una pelea con otro entrenador la otra noche —me dijo, divertido.

—¿Eh?

—Estamos todos los boxeadores en el mismo hotel y tiene un bar bastante grande, así que es bastante normal ver a otros por ahí. Y a su equipo, claro. Un entrenador estaba tomando algo y comentando que los boxeadores de este año no tenían nada que hacer contra su pupilo. No sé exactamente qué pasó o qué se dijeron, pero empezó a discutir con Rob y, antes de que Mark, Samuel o yo pudiéramos detenerlo empezaron a golpearse el uno al otro. Rompieron dos mesas.

—¿Y qué pasó? —pregunté, intentando imaginarme al bueno de Rob golpeando como un histérico a alguien.

—Tuve que separarlos con la ayuda del pupilo del otro tipo —se encogió de hombros—. Tampoco es que fuera muy difícil. Los dos iban medio borrachos. Pero bueno... la cosa es que ahora Rob tiene un ojo morado y lo tendrá por una pequeña temporada. Está un poco sensible con las bromas, así que se las hacemos todo el día. Está de un humor insoportable.

—¿Por qué te dejó venir? —pregunté sin poder contenerme—. Pensé que... no sé... que sería más estricto contigo.

Aiden sonrió como un angelito, cosa que ya me hizo pensar que no había hecho nada bueno.

—Puede que le amenazara con hincharme a comer pizzas y hamburguesas si no me dejaba irme.

—¡Aiden!

—¿Qué? Las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.

—¡Venir a cenar aquí no era una situación desesperada!

—Pero verte sí —subió y bajó las cejas—. Especialmente con ese pijamita rosita tan ajustado.

—Es ajustado porque no estoy ni la mitad de delgada que tu hermana y porque tengo las tetas demasiado grandes —mascullé, molesta.

—¿Demasiado grandes? A mí me parece que tienen la densidad perfecta.

—¿Qué...? —empecé a reírme, perpleja—. ¿Acabas de decir que tengo las tetas de densidad perfecta?

—Sí. Y es un halago, no pongas esa cara.

—Madre mía... menudos halagos...

—Oye, son mejores que los que me das tú.

—¡Yo no te doy ninguno!

—Buena observación, querida Amara. Yo te doy mil halagos y tú no me das ni uno. Reflexiona y arrepiéntete.

Solté una risita, divertida, pero la detuve, sorprendida, cuando hice un ademán de acercarme y Aiden me detuvo, muy digno.

—¿Qué te pasa ahora?

—No tienes permiso para dormir en mi cama.

—¿Eh?

—Me has ofendido. Estás desterrada.

Parpadeé dos veces, confusa, intentando entender la situación.

—¿Desterrada, yo? ¿Por qué? ¿Qué he hecho?

—Ofenderme, ¿te parece poco?

—¿Y cuándo demonios te he ofendido?

—¡Continuamente! Nunca me dices nada bonito.

—¡Porque no me gusta!

—Bueno, pues a mí no me gusta que duermas aquí.

Intenté acercarme otra vez y di un respingo, ofendida, cuando me detuvo con los ojos entrecerrados.

—De eso nada —me advirtió.

—¡Eso es chantaje emocional!

—¡Es un soborno a cambio de cumplidos!

—¡No se me da bien decir cumplidos!

—Bueno, pues haz un esfuerzo o ahí está la puerta, tú misma.

Le puse mala cara e hice un ademán de ponerme de pie. Al ver que no me detenía, me giré para mirarlo, enfadada.

—¿De verdad vas a dejar que me vaya? ¡He venido a estar contigo!

Él fingió que dormía otra vez.

Capullo.

Me puse de pie, suspirando ruidosamente, y fui a la puerta. Eché unas cuantas miradas por encima del hombro para asegurarme de que no me detenía... y no lo hacía, el capullo.

Cuando finalmente llegué a la puerta, me detuve en seco al escuchar que se aclaraba la garganta.

—Oye, Amara...

—¿Sí? —me giré más rápido de lo que me gustaría admitir.

Él sonrió maliciosamente.

—Cierra la puerta al salir.

Oh, capullo.

Le saqué el dedo corazón y él volvió a esbozar esa sonrisita, pero no me detuvo cuando abrí la puerta.

Justo cuando iba a pisar ya el pasillo, puse una mueca y respiré hondo. Volví a cerrar y me giré hacia él, muy indignada.

—Muy bien, ¿quieres algo bonito? Pues voy a improvisar.

Enarcó una ceja, expectante y sonriente a partes iguales, mientras yo pensaba.

Y, para mi sorpresa, ya sabía lo que diría.

—Hace cinco años que siento que no le puedo gustar a nadie y que nadie me puede gustar a mí. Que siento que no volveré a tener deseo por nadie. Que no voy a ser capaz de dejar que alguien me toque sin que tenga un ataque de pánico. Era extrañamente feliz así, ¿sabes? No pensar en esas cosas te quita muchas preocupaciones, pero noooo... tuviste que llegar tú con esas pintas de boxeador sexy a arruinarlo todo y hacer que vuelva a sentir todas esas cosas. ¿Te parece bonito? Porque a mí no. Eres un capullo, que lo sepas.

Hubo unos instantes de silencio en que Aiden me miró como si intentara decidir si lo que había oído le hacía gracia o le dejaba perplejo.

—¿Eso ha sido algo bonito? —arrugó la nariz.

—Es lo más bonito que he dicho en mi vida, así que confórmate.

—Mhm... creo que por hoy será suficiente.

—Y para siempre, no te confundas.

—Eso ya lo veremos.

Se apartó para dejarme sitio en la cama y yo me metí en ella, fingiendo que seguía indignada. Le di la espalda al instante y sentí que él me pasaba un brazo por encima, pero tenía cuidado de no tocarme con ninguna otra parte de su cuerpo. La almohada olía tanto a él que me dejó medio embobada durante unos instantes.

Hasta que él tuvo que arruinarlo, claro.

—Así que boxeador sexy, ¿eh? ¿Puedes llamarme así otra vez?

—No. Muérete.

Empezó a reírse y se pegó un poco más a mí, aunque yo no protesté.

—Incluso cuando me dices que me muera noto lo mucho que me quieres.

—Veo que tienes mucha imaginación.

—También tengo muchas ganas de besarte.

Giré la cabeza y vi que se había acercado para tener nuestras caras a apenas unos centímetros de distancia. Tragué saliva ruidosamente cuando mi corazón empezó a bombear sangre a toda velocidad, aunque ni de lejos por incomodidad o malestar.

—Aiden, no necesitas pedirme permiso cada vez que quieras besarme.

—Prefiero hacerlo —esa vez perdió un poco la sonrisa—. En realidad, quería pedirte disculpas por haberte besado sin avisar esas dos vec...

—No, no te disculpes —le dije enseguida, y noté que se me calentaba la cara—. Yo... me gusta que lo hagas. No me dejas pensar y lo disfruto más.

Eso pareció dejarlo sorprendido durante unos instantes, pero entonces sonrió ampliamente y se inclinó para besarme en la boca.

Pero, para mi decepción, el beso apenas duró unos pocos segundos antes de que volviera a tumbarse a mi espalda felizmente.

—¿Y ya está? —protesté—. ¿Eso es todo?

—Pasito a pasito, Amara. No seas impaciente.

—¿No debería ser yo la que dijera eso?

—Es suficiente.

—¿Por qué? —protesté.

—¿En serio quieres que sea sincero?

—¡Sí!

—Estamos los dos en una cama, solos, tú llevas ese pijama ajustado y no dejas de relamerte los labios. No me pidas que empecemos a besarnos de verdad si luego no va a pasar nada más, porque voy a necesitar bañarme en hielo para bajarme la erección y aún así voy a tener el peor dolor de huevos de la historia. ¿Suficiente sinceridad para ti?

Me quedé en silencio un momento, avergonzada.

—Sí, suficiente.

—Bien. Pues a dormir, que mañana nos espera un maravilloso y largo día.


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