Mi compañero de celda ©

By LeaahJones

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Algo muy tormentoso hizo que Annie Hope, a pesar de haber perdido a la persona que amaba, lograra encontrar... More

Prólogo
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12.
Capítulo 13
Capítulo 14.
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21 maratón 1/2
Capítulo 22 maratón 2/2
Capítulo 23.
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Epílogo.
Amándote
wattys 2015
Nota importante
¡Por aquí de nuevo!

Capítulo 1

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By LeaahJones

Las luces se encienden y se escucha como los guardias nos gritan a la vez que suena la alarma, para despertarnos a todas. Bostezo y me siento en la cama apoyando los antebrazos en las piernas mientras mis pies cuelgan. Cansada de estar aquí. Y pensar que me quedan diez años más por estar encerrada, me vuelve completamente loca.

El odioso de mi compañero de celda: alto, musculoso, semblante serio, pelo moreno un poco desordenado, tez clara, con varios tatuajes en su cuello y mirada siniestra y misteriosa, se levanta maldiciendo como todos los días. Clava la mirada en mí. Lucho contra las ganas de escupirle una serie de malas palabras y me impulso para caer al suelo, ya que duermo en la parte de arriba de la litera.

El primer día que lo trajeron a mi celda me trató fatal, me echó de la cama de abajo y me insultó varias veces y lo más bueno era, que yo no había abierto la boca para nada, pese a mi sorpresa por verlo aquí. Y Aún sigo preguntándome qué hace en esta zona si es la de mujeres.

Voy hacia la puerta y me quedo en una esquina, con las manos metidas en los enormes bolsillos, a esperar que abran e ir directa a la ducha y después a comer, pues tengo un hambre atroz.

Mi compañero se sienta en su cama y empieza a mirarme de arriba abajo poniéndome muy nerviosa. ¡Que se cuente los lunares si se aburre! , pienso.

Por fin suena el sonido de todas las cerraduras indicando que las puertas se abrirán en cuestión de breves segundos. Dos guardias se plantan frente a la puerta y, ésta una vez que se abre, se llevan al chico esposado. Todas las mañanas lo hacen.

¿Dónde lo llevarán?, me pregunto y, dándome cuenta de que no me importa en absoluto, salgo disparada hacia el pasillo dónde un guardias nos da una toalla y una pastilla de jabón, a medida que vamos pasando en fila india.

Camino cabizbaja hasta llegar al baño muy intimidada por algunas chicas que murmuran varias cosas obscenas hacia mi persona, como si de hombres desesperados se tratase. Hago cola y cuando llega mi turno entro con otras cuatro, ya que las duchas son de cinco en cinco, mientras un guardia nos vigila. Es muy vergonzoso como un hombre que no conozco me tiene que ver completamente desnuda.

Me pongo el feo uniforme naranja cuando ya he terminado y salgo, caminando por el pasillo de celdas yendo hacia el comedor. Miro de vez en cuando a mis lados y veo que por aquí todas se llevan muy bien, obviamente, como soy la nueva nadie quiere acercarse a mí, por alguna razón que desconozco. Aunque también he de decir, que yo tampoco me he acercado a ellas. Más que nada por temor. Sus miradas sobre mí son tan espeluznantes, que me ponen los vellos de la nuca de punta.

Llego al comedor y me estremezco al instante. Odio que me miren así. Me hacen sentir más vulnerable de lo que soy. Voy hacia un costado de la sala y de un estante de madera, cojo unos cubiertos de plástico y una bandeja. Con eso en mano, voy a que me den el desayuno. Me ponen una magdalena y un vaso de plástico con zumo de naranja y busco con la mirada un sitio libre para poder sentarme, sin embargo veo que todas las mujeres que ven mis intenciones, de inmediato hacen algo para que no me siente junto a ellas. De modo que suspiro y sigo con mi búsqueda hasta que, en medio de todo el comedor veo una mesa vacía.

Ahí mismo me siento.

Los murmullos hacen acto de presencia y, con la cabeza agachada, comienzo a comerme la magdalena que está bastante dura. Sin importarme lo que digan.

Un golpe me sobresalta, unas pequeñas gotas caen a mi rostro e inmediatamente, me llevo la mano a la cara a la vez que alzo la vista para ver a una mujer rubia, con rasgos duros, asesinándome con la mirada.

Tiemblo del miedo y me planteo si levantarme e irme a otro lado, pero no me da tiempo, es demasiado tarde:

-¿Eres tonta? -me dice y vienen tres mujeres más, que se ponen a un lado de ésta mujer, dejando en la mesa sus bandejas metálicas.

De repente, todas se quedan mudas. Seguramente atentas a lo que pueda pasar, porque esta mujer no tiene cara de tener, precisamente, buenas intenciones.

-¿Perdón? -tartamudeo. La mujer anterior se inclina para acercarse a mi cara. Demasiado diría yo.

Trago saliva duramente, recelosa.

-Te has atrevido a sentarte en mi mesa... ¿Chicas que creéis que debería ser su castigo? -añade, con una sonrisa burlona mirando a sus amigas.

Bien Annie , un mes aquí y ya te estás metiendo en problemas ,me reprendo.

Veo las sonrisas cómplices entre ellas y mi temor por lo que me puedan hacer, aumenta.

-Preciosa... Por ser la primera vez, no voy a ser tan cruel -me dice de una manera maléfica. Lleva su mano hasta mi bandeja y coge el vaso de zumo, el cual está lleno, no lo había tocado,

Abro los ojos como platos al sentir como el frío líquido cae por mi pelo y mi cara. Sigue así hasta que ha vaciado el vaso.

Hija de la gran...

-¡Fuera! -me grita y mi cuerpo tiembla por completo, a la vez que siento ese nudo en la garganta por aguantarme las ganas de llorar -. La próxima vez que te vea aquí te haré algún apaño, eres realmente hermosa y las jovencitas como tú, me encantan -acaricia mi cara. Después se inclina más y lame mi mejilla.

Muerta del asco, de rabia y de miedo, me levanto y ando a paso rápido hasta fuera.

Un guardia me frena, me levanta las manos y me pone las esposas, lo cual me hace fruncir el ceño. ¿Por qué demonios me esposan?

Con la cabeza, me insta a que me vaya de ahí, ya que me he quedado mirándolo como una completa idiota sin pronunciar palabra.

Voy de vuelta a la celda, pues es el único lugar dónde me siento más refugiada, aunque no sea de ese modo.

Como no puedo subir a mi cama con facilidad, porque llevo las esposas, me tumbo en la cama de mi compañero, mirando hacia la pared, observo lo deteriorada que está y me permito llorar, ya que parece que representa mi vida en estos momentos. No sé si voy a ser capaz de acostumbrarme a este sitio, aquí todo lo que hay es malo, sólo existe la crueldad y yo, no pertenezco a eso. De donde yo venía era feliz, siempre había altibajos en los que pensaba que se acababa el mundo, pero eso no es nada comparado con estar aquí encerrada entre cuatro paredes, donde los abusos tanto sexuales como verbales abundan.

Ese maldito accidente me jodió la vida, le dije a James que no lo hiciese y a él como la adrenalina y la velocidad lo tenían fascinado -lo volvían completamente loco-, me convenció de que no pasaba nada, que subiese al coche y que disfrutara con él. Como tonta lo hice, y acabó siendo todo un maldito desastre del que ninguno hemos salido bien parados.

-¿Qué mierdas haces ahí? -su voz me provoca escalofríos -. Largo. -escupe las palabras.

Me seco las lágrimas dispuesta a levantarme pero antes de que lo haga, me coge de la parte trasera del cuello de mi mono y me tira al suelo. Gimo por el dolor en la espalda que el golpe me ha provocado, e intento levantarme apoyando las dos manos unidas en el suelo.

-No me has respondido -dice con veneno en las palabras. Otra vez, me digo internamente.

-No podía subir con las esposas a mi cama -respondo con la maldita verdad. Su cara está muy tensa y en su cuello puedo ver una vena inflada, sus manos están hechas puños y me mira con odio y contención, como si quisiera golpearme.

-Me la suda -su semblante tan serio y aborrecido, me hace tragar saliva con dificultad-. No quiero ver otra vez que te has tumbado ahí -asiento lentamente mientras las lágrimas, silenciosas, vuelven a brotar de mis ojos.

Voy despacio hacia el otro lado de la celda y me siento en una esquina, al lado del váter, donde rodeo mis piernas con mis brazos y apoyo la cabeza en las rodillas.

Esto está siendo un maldito infierno. Vuelvo a sollozar.

-¡Cállate! -me grita con rabia y me lanza una de sus botas, la cual me golpea en la cabeza. Aprieto fuerte los ojos y la boca e intento hacer el menor ruido posible para no enfadarlo más. No quiero ningún tipo de problema.

-Hope -dicen mi apellido, sorbo mi nariz, me seco las lágrimas con disimulo y levanto la cabeza. Un guardia, bajo, de pelo negro como un tizón, está plantado en la puerta con los brazos a cada lado de su cuerpo -. Tienes visita -me hace un gesto con la cabeza para que vaya con él.

-¿Quién ha venido a verme? -le pregunto pero no me contesta. Hago de mis labios una fina línea y me levanto un tanto extrañada por la visita. Mis padres no pueden ser, desde días antes del juicio no me hablaban y ni si quiera vinieron a apoyarme, y mis amigos...Mis amigos no creo que sean, tienen bastante trabajo como para poder venir a verme.

-Eso. Largo de aquí -gruñe mi compañero. Frunzo el ceño. Lo miro con los ojos entrecerrados. Estoy harta de sus estupideces y su maldita actitud.

-Que te jodan -escupo las palabras. Advierto que abre los ojos en sorpresa, después cuando lo miro fijamente, veo como sus pupilas se contraen, mostrándome la ferocidad que emana por cada uno de sus poros. Trago saliva.

-Vamos -el guardia me coge por el brazo y tira de mí para salir, finalmente, de la celda -. No debiste decirle eso -murmura,como si me estuviese advirtiendo de algo, lo miro confusa y él sigue mirando hacia el frente llevándome hacia unos pasillos que no había visto hasta hoy.

Quiero preguntarle el por qué voy esposada cuando todas andas sin ellas alrededor de sus muñecas, pero prefiero permanecer callada y que hagan el trabajo que tengan que hacer.

Llegamos a una puerta blanca de madera, coge el pomo, lo inclina hacia abajo y, cuando entramos miro hacia las familias que están reunidas, hablando, abrazándose o llorando.

-Annie -vuelvo la cabeza y veo a mi mejor amiga Andrea, sentada en una pequeña silla, con la mano en la boca y bastante emocionada. Me quedo estática en el sitio, sintiendo como las lágrimas amenazan con salir de nuevo. Está guapísima. Llevaba un mes completo sin verla y he de decir, que la veo muy cambiada. Sus ojos azules ahora resaltan mucho más, se ha cortado el pelo a la altura de los hombros y viste unos pantalones vaqueros ajustados, junto con un jersey sencillo beige y unas botas altas a juego. Ese estilo le queda muchísimo mejor. Sencillo pero bonito. Ya era hora que se diese cuenta de que tiene un buen cuerpo y que es hermosa.

-Quince minutos -anuncia el guardia y se queda tras mío a una distancia bastante cercana a nosotras, con las manos detrás de la espalda.

-Pensaba que no vendrías -confieso en un susurro. Ella se levanta y en un movimiento ágil, me abraza con todas sus fuerzas. Lloro de felicidad.

-Soy tu amiga Annie, no sería capaz de dejarte tirada -dice cuando se separa.

Sonrió de oreja a oreja cuando me acaricia las mejillas para secarme las lágrimas y, sin pensarlo dos veces, alzo los brazos, paso éstos por su cabeza y la apretujo contra a mí, en otro abrazo lleno de emociones. No quiero soltarla. Deseo que, una vez que el tiempo de visita acabe, me lleve con ella y me diga que esto ha sido una broma. Y para mi desgracia, sé que no será así.

Después de unos minutos, decidimos sentarnos frente a la mesa en la que antes ella estaba sentada. Se coloca frente a mí,me coge ambas manos, les un pequeño apretón y deja nuestras manos unidas en el centro de la mesa.

-¿Qué tal estás? -me pregunta, preocupada.

Suspiro y miro hacia el metal que rodea mis muñecas. Levanto la cabeza, la miro con tristeza y niego: -Mal, estoy en la cárcel -hago una mueca de disgusto. -. ¿Y tú?, ¿y Max, qué tal está?

-Bien. Los dos estamos bien -me sonríe, débilmente. -. En menos de lo que te des cuenta, estás fuera de aquí .Tienes que ser fuerte Annie, siempre lo has sido y no te dejes caer ahora -resoplo. Si ella estuviese en mi pellejo no diría eso. Estaría igual, o peor que yo.

-Tú no sabes lo que es estar aquí encerrada todo el santo día, Andy, con personas que en cualquier momento te harán de las peores cosas. - espeto.

Ella agacha la cabeza y asiente para hacerme saber que en cierta parte me entiende, o trata entenderme.

-Hazlo por él -murmura, después de haber estado unos segundos en silencio mirando hacia nuestras manos.

Abro los ojos como platos. ¿Cómo se atreve...? Siento una rabia inmensa ante su mención. Retiro nuestras manos unidas y las pongo en mis piernas.

-He hecho demasiadas cosas por él -siseo, molesta. -. ¡Por eso mismo estoy aquí, maldita sea! -grito, explotando. El guardia aparece a mi lado, me levanta y tira de mí hacia atrás de una manera brusca. Mi amiga me mira con las lágrimas a punto de brotar de sus ojos y niega con la cabeza, posiblemente decepcionada por mi reacción.

-Vamos, se ha acabado la visita. -dice el guardia,con dureza y sigue arrastrándome hacia atrás.

-¡Lo siento! -suelta en un grito Andy, y la puerta se cierra en mi cara. Tropiezo con mis propios pies por los tirones que éste hombre me da.

Está claro que yo no quería que la conversación se fuese por ese terreno, pero ya tenía suficiente castigo como para que me dijese aquello. Me ha puesto de los nervios y los pelos de punta. ¿Por qué mierda tenía que haber dicho eso?, tenía en mente preguntarle por el paradero de Max: mi otro mejor amigo, y por mis padres, que aunque ellos estén enfadados conmigo y decepcionados, aún me preocupo por ellos y los quiero.

Llegamos a la celda y el guardia con un último tirón, me mete dentro. Gruño desaprobando esa acción y doy una patada a la pared, haciéndome daño en el dedo gordo. Pasa y me quita el frío metal de las muñecas.

Cuando se va, escucho un ruido a mis espaldas y, en una milésima de segundo, me encuentro oliendo el polvo de la pared, con la mejilla bien pegada a ésta.

-Escúchame bien, zorra, porque no te lo pienso volver a decir -mi compañero susurra en mi oído, amenazante. Los pelos de la nuca se me erizan, el corazón me late con fuerza y mi cuerpo tiembla al sentir su mano en mi nuca. Me da un leve empujón provocando que mi cabeza golpee el duro cemento y gimo de dolor -. Primera y última vez que me hablas así, si no, golpearé tu cara hasta que quedes sin respiración. ¿Te ha quedado claro, pequeña perra? -asiento recelosa y con otro empujón, que vuelve a provocar otro golpe en mi cabeza, se da media vuelta y se tumba en su cama.

Claramente, Dios está castigándome.

Voy hacia la litera haciendo una mueca de dolor, me agarro a la fina sábana, subo los pies a la cama de mi compañero para ayudarme a subir y, cuando me voy a impulsar para subir, el muy capullo me da una patada fuerte en las rodillas y me doy de boca con la madera para después caer de espaldas al suelo.

Gimo. Me retuerzo del dolor sintiendo el sabor a óxido en mi boca. Lo oigo reírse a carcajada limpia, lo que me pone más furiosa y los vellos de punta por la maldad que transmite su risa.

¿Por qué demonios me ha hecho eso?

-¿Qué está pasando aquí? -una dura voz grave, hace que me tense.

Mi compañero deja de reír y yo, miro al guardia regordete que está en la puerta, mirándonos inquisitivo, sin embargo, puedo percibir que él sabe exactamente lo que ha pasado.

Con dificultad me reclino en la pared, ahogando un chillido por el dolor que se me produce en la espalda.

-¿Qué te ha pasado? -me pregunta de nuevo, mirando al cabrón que tengo enfrente, afirmando mis sospechas de que lo sabe todo.

-Me he caído, eso es todo -respondo haciendo una mueca al saborear la sangre. El guardia se acerca, me levanta y llevando una mano a mi barbilla, observa mi labio con detenimiento.

-Tendré que llevarte a la enfermería, tienen que coserte -mira por encima de su hombro. Vuelve a mirarme y me coge del brazo, ayudando a levantarme, para llevarme con él.

Las mujeres que rondan por los pasillos memiran curiosas, murmuran entre ellas y no puedo evitar hacerme más pequeña porel sentimiento intimidante que me provocan, de modo que agacho la cabeza ycamino mirando las puntas de mis botas negras sin cordones. Sólo espero queesta pesadilla se acabe lo antes posible, si no, sé que me romperé defintivamente de una manera u otra.

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