Tardes de otoño

By JoanaMarcus

29.2M 2.2M 11.4M

¿Qué es lo peor que podía pasarle a la pobre Mara después de reencontrarse con el que fue el amor de su infan... More

Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
EXTRA DE AIDEN

Capítulo 6

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By JoanaMarcus


6 - LA CHICA QUE APRENDIÓ A NOQUEAR


(Another love - Tom Odell)


Ir a trabajar al día siguiente era lo último que me apetecía hacer, pero me obligué a ir de todas formas.

Alan, el empleado nuevo, seguía teniendo que pelearse con las máquinas de café a cada pedido, a lo que Johnny o yo teníamos que ir a ayudarlo constantemente, aunque él apreciaba mucho más la ayuda de Johnny que la mía.

Esa noche, había tenido unas pesadillas horribles. Y todas de lo mismo. Si cerraba los ojos, todavía podía sentir la mano presionándome la parte posterior de la cabeza, ahogándome contra el colchón. Y el olor. El maldito olor.

Puse una mueca y me obligué a mí misma a dejar la bandeja en la barra, aprovechando un momento de tranquilidad, y pasar por la cocina para ir a la salida trasera.

—Ahora vuelvo —le dije a Johnny—. Voy a tomar un poco el aire.

Él no respondió. Quizá ni se enteró. Estaba demasiado ocupado intentando no chillarle a Alan, que había vuelto a equivocarse de máquina.

Cerré la puerta detrás de mí y apoyé la espalda en la pared del callejón vacío, sentándome en el suelo. Había estado lloviendo todo el día y seguía haciéndolo, pero al menos ahí, bajo el pequeño tejado de la cafetería, no me estaba mojando. Suspiré y me pasé las manos por la cara, intentando serenarme a mí misma.

Aparté las manos, confusa, cuando escuché una voz femenina en la cocina. Alguien hablando con Johnny. Oh, no, ¿mi jefa?

Di un respingo cuando la puerta se abrió, pero la cara que se asomó no fue la suya, sino la de Lisa.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, confusa.

—Johnny me ha dicho que habías salido a tomar el aire —me explicó, encogiéndose de hombros.

Se sentó en el suelo, a mi lado, a pesar de que estaba helado y húmedo por la lluvia. No pareció importarle demasiado cuando ladeó la cabeza hacia mí.

—Tienes mala cara.

—Pues como siempre —murmuré.

—Peor que de costumbre —sonrió—. Y mira que es difícil, ¿eh?

Consiguió sacarme una pequeña sonrisa.

Sin embargo, se borró cuando me di cuenta de que Lisa nunca habría venido a buscarme a la parte trasera de la cafetería... a no ser que supiera que algo andaba mal.

—¿Qué te ha contado Aiden? —pregunté directamente, mirándola.

Ella no se molestó en intentar disimular, solo puso una pequeña mueca.

—Que seguramente necesitarías compañía, y preferirías la mía que la suya.

Cerré los ojos con una mezcla de vergüenza y culpabilidad. Y agradecimiento. No le había dicho nada a Lisa de mi ataque de pánico. Estaba segura. Si lo hubiera hecho, ella no habría podido callarse las ganas de preguntarme sobre ello.

Me había guardado el secreto sin que se lo pidiera y, además, había mandado a Lisa para que no estuviera sola.

Capullo engreído y perfecto.

—¿Pasó algo? —preguntó, confusa.

—No —negué con la cabeza—. Es decir... no lo sé. Es difícil de explicar.

Por la forma en que me miró, era obvio que no sabía si seguir preguntándome.

—Yo... bueno, Aiden se porta muy bien conmigo —empecé, dudando.

Lisa asintió, dejándome seguir.

—Pero... hay algo que no me deja estar con él.

—Algo —repitió, confusa.

—Sí —la miré significativamente—. Algo.

Nunca había hablado a Lisa de ello, pero suponía que podía imaginarse que algo malo me había pasado. Después de todo, me conocía muy bien.

Solo quería que no indagara mucho en el tema.

Después de unos segundos de dudar, ella levantó un poco las cejas y luego apartó la mirada, poniendo una mueca.

—Vale, creo que me hago una idea.

—Pues... digamos que me asusté por eso.

—Claro —murmuró, y volvió a poner esa mueca—. Es normal.

Me puse las manos en las rodillas y suspiré. Nos quedamos las dos en silencio unos instantes en los que supuse que ella estaba pensando en lo que le había dicho.

Y lo confirmé cuando volvió a girarse hacia mí.

—Mara... —empezó, dudando—, se que no te gusta que te diga estas cosas, pero... bueno... sabes que si alguna vez necesitas hablar con alguien, me tienes a tu disposición, ¿verdad?

No la miré, algo incómoda. También tenía a la doctora Jenkins, pero no quería admitir que estaba yendo a verla delante de Lisa.

—No necesito hablar de nada —mentí.

—Bueno, pero si lo necesitaras... de lo que sea, Mara. Sabes que no se lo voy a contar a nadie. Ni siquiera a Holt. Aunque me capturen unos torturadores sádicos, no me sacarán una palabra.

Sonreí ligeramente, sacudiendo la cabeza.

—Vale —murmuré—, pero sigo prefiriendo que hablemos de ti.

—Bueno, lo he intentado —ella suspiró.

Al menos, fingió que no le importaba y empezó a hablarme de que esa profesora horrible que tenía le había puesto menos nota de la que merecía en un trabajo. Y que el compañero de habitación de Holt y ella se habían peleado, por lo que no podía ir a dormir con él ahí o las cosas se pondrían muy incómodas.

Y también que su hermano pequeño, nuestro querido Gus Gus, estaba castigado otra vez porque su padre lo había pillado intentando escaparse de casa por la ventana, había caído, y se había roto una muñeca. Ahora, le esperaba casi medio año entero de yeso en la muñeca.

Pobre Gus Gus.

Tuvimos que interrumpir la conversación cuando Alan se asomó, muy indignado, exigiéndome que me ocupara de mis mesas. No me quedó más remedio que ponerme de pie e ir a atenderlos. Lisa no pudo quedarse mucho más en la cafetería, pero le di las gracias por aparecer. Me había distraído tanto que ya me encontraba mejor.

Cuando volví a la barra media hora más tarde, estaba bastante más animada y Johnny debió notarlo, porque se puso a hablarme de la cita que había tenido la noche anterior.

—No sé si salió bien —fue su conclusión.

Alan nos escuchaba disimuladamente, fingiendo que limpiaba una mancha inexistente de la barra.

Nunca admitiría que lo hacía, pero escuchaba todos los chismorreos que nos contábamos.

—¿Por qué no? —le pregunté a Johnny, extrañada.

—Porque al principio todo iba genial, pero luego empezamos a discutir, no me acuerdo de por qué... por una tontería seguro. Y ella era chilena.

Enarqué una ceja.

—¿Y qué?

—Que me llamó algo que no entendí. Creo que es bueno, pero no sé.

—¿El qué?

—Me gritó aweonao culiao y se fue.

Abrí mucho los ojos y contuve una sonrisa.

—¿Que te llamó... qué?

—Aweonao culiao. ¿Crees que es malo?

—¿Qué? Claro que no. Es como decirte "llámame pronto, me encantas".

Johnny sonrió, pero dejó de hacerlo cuando se dio cuenta de que me estaba burlando de él. Me puso mala cara y volvió a la cocina, mascullando algo sobre aweonaos y culiaos.

Me pasé el resto del turno prácticamente sola, a parte de los momentos en que ayudaba a Alan con la misma máquina y los que hablaba con los clientes, y cada vez que podía distraerme un poco... me venía la imagen de Aiden a la cabeza.

Concretamente, la imagen de él al otro lado de mi puerta, con cara de confusión, cuando lo eché de mi casa.

Apreté los labios al pensar en ello. No se merecía que lo tratara así, pero en el fondo había sido lo mejor. Si se hubiera quedado, habría sido mucho peor. Y no quería ni pensar en cómo reaccionaría si me viera teniendo un ataque de pánico como los que tenía tres años atrás. Incluso mi padre empezó a mirarme de una forma distinta al verlos, ¿qué iba a pensar Aiden?

Para cuando terminó el turno, ya había llegado a una decisión.

Me acerqué a Johnny, que estaba colgando el delantal.

—¿Has venido en coche?

—Sí —me miró con curiosidad—, ¿necesitas que te lleve a algún lado?

—Pues... si puedes llevarme al gimnasio de tu hermano...

Esperaba que se negara, pero se limitó a acceder animadamente. Al parecer, le gustaba tener excusas para ir a ver a su hermano. Me pregunté por qué no iba a verlo simplemente porque quería.

El gimnasio de Aiden seguía en la misma calle sombría —ahora mojada, también— que la última vez. Aunque esa noche tenía un aspecto un poco más tenebroso porque se había fundido la bombilla de una de las farolas que iluminaban la puerta de la entrada. Agradecí que Johnny hubiera ido conmigo al instante.

El chico del mostrador me miró con aburrimiento cuando entré. Volvía a masticar chicle de forma insoportablemente ruidosa.

—Aiden está en el ring —me dijo directamente, volviendo a sus cosas y apuntando algo.

Bueno, daba gusto que ya me conocieran.

—¿Qué apuntas siempre que vengo? —pregunté, curiosa.

Él suspiró, como si hablar conmigo fuera un tormento.

—Tengo que apuntar quién entra y sale —me dijo, girando la lista para que pudiera verla—. Cada boxeador tiene unas cuantas personas que van a verlo a la semana.

La leí, curiosa, y noté que mis mejillas se encendían cuando leí las personas que había añadido.

Visitas de Aiden W. Novia y amigo grandullón de su novia.

¿En serio? ¿Ése también asumía que era su novia?

Estuve a punto de corregirlo, pero me pareció que no podía importarle menos, así que me limité a entrar con Johnny en el gimnasio.

—Ahora soy tu amigo grandullón —me dijo él, divertido.

—Y yo su novia —mascullé.

Empezó a reírse, sacudiendo la cabeza.

—Yo diría que eso no te ha molestado tanto como quieres hacerte creer a ti misma, encanto.

Iba a responder, pero me detuve cuando vi que un chico estaba dirigiéndose a la puerta que acabábamos de cruzar. Me resultaba familiar, y lo identifiqué casi al instante. Era uno de los chicos que habían estado con Rob en el combate, uno de sus dos ayudantes.

¿Mark? ¿Se llamaba así? ¿O Mark era el otro?

Él levantó la cabeza y sonrió al verme.

—Oh, Mara —otro que se acordaba de mí—. ¿Has venido a ver a Aiden?

—Sí —señalé a mi acompañante—. Él es Johnny, un amigo.

—Su amigo grandullón —especificó él.

—El hermano del entrenador, ¿no?

—Sí, el hermano de ese pesado. ¿Está por aquí? Podría retarlo a una pelea amistosa.

Mark sonrió, divertido.

—Me parece que se te han adelantado.

Johnny y yo intercambiamos una mirada confusa antes de seguirlo hacia el centro del gimnasio, esquivando a otras personas que estaban entrenando. Ahora, ya no me prestaban mucha atención. Se ve que ya se acordaban de mi cara. A Johnny, en cambio, sí le echaron unas cuantas miradas de curiosidad.

Mark se aclaró la garganta, incómodo, cuando nos acercamos al ring.

—Aiden lleva desde ayer un poco... tenso —me explicó—. Seguro que se pone de buen humor al verte.

Sí, podía adivinar por qué estaba tenso.

Levanté la mirada cuando llegamos junto al ring y di un respingo cuando vi el momento exacto en que el guante negro de Aiden chocaba de lleno —y con una fuerza brutal— contra una especie de manopla gruesa y roja que sostenía Rob.

El pobre Rob dio un paso torpe hacia atrás, intentando recuperar el equilibrio después del impacto.

Le dijo algo a Aiden que no terminé de entender y él golpeó en el que tenía en la otra mano. Rob indicaba y él golpeaba. Uno, dos, uno, dos. A toda velocidad. Casi me mareé solo de verlos.

Lo peor es que Aiden solo parecía tener una capa de sudor sobre los hombros desnudos —por la camiseta sin mangas que llevaba—, y eso que él daba los golpes. Sin embargo, Rob, que solo los recibía, estaba rojo y completamente sudado, con mechones de pelo húmedos pegados en la frente.

—La pelea está un poco descompensada —comentó Johnny.

No pude evitar sonreír un poco.

Mark, que se había acercado al ring mientras lo decía, apoyó los codos en la cuerda más baja y los llamó, pero no parecieron darse cuenta. Tuvo que golpear el suelo del ring para que los dos reaccionaran y lo miraran.

—Han venido a verte, Aiden.

Aiden nos estaba dando la espalda, y vi cómo la tensaba al echar la cabeza hacia atrás, casi como si estuviera harto de todo.

Sin embargo, cuando se dio la vuelta y nos vio a Johnny y a mí... pareció tan genuinamente pasmado que estuve a punto de empezar a reírme.

Lo que no esperaba era que Rob me sonriera como si fuera un rayo de sol en medio de una tormenta.

—¡Mara! —exclamó, casi aliviado—. ¡Menos mal! Sube aquí y dale una patada en el culo a este idiota de mi parte, que a ti no te la va a devolver.

Sonreí a Rob, divertida, cuando él se quitó las manoplas rojas y las tiró al suelo. Se pasó una mano por la frente sudada y se acercó a las cuerdas. Aiden se mantenía en el centro del ring, mirándonos con una expresión que no supe descifrar.

—Hola, Robbie —sonrió Johnny al ayudar a bajar a su hermano del ring—. Te noto cansado.

—Estoy viejo para estas cosas —masculló—. Me voy a beber una cerveza. Hay que reponer minerales. Vente, te invito a una. Y a ti también, Mark.

Los seguí con la mirada durante unos segundos antes de darme cuenta de que era muy obvio que la intención había sido dejarnos solos.

Me giré, algo nerviosa, hacia Aiden. Él se había acercado a las cuerdas y estaba apoyado en ellas con los codos, mirándome.

Por un momento, no supe muy bien qué decirle. Después de todo, quizá estaba enfadado.

Es decir... lo había echado de mi casa.

No quería que Aiden estuviera enfadado conmigo, pero no podría culparlo si lo estuviera.

Y, sin embargo, solo apretó un poco los labios y su expresión se suavizó.

—¿Estás mejor?

Dudé un momento, sorprendida, antes de asentir con la cabeza.

—Gracias por decirle a Lisa que hablara conmigo —murmuré torpemente.

No, no estaba acostumbrada a dar las gracias.

—Supuse que ella sabría qué hacer —me dijo, encogiéndose de hombros.

Pareció que los dos dudábamos a la vez sobre cuál sería el próximo movimiento, pero entonces él se puso en cuclillas, de forma que prácticamente teníamos la cabeza a la misma altura. Estaba algo sudado. Y guapísimo. Siempre estaba guapísimo, el capullo.

—Creo... —empecé, jugueteando con la cuerda más baja, nerviosa—. Ejem... creo que te debo una explicación de...

—No me debes nada, Amara.

Lo miré, confusa.

—¿No?

—No necesito saberlo si no quieres decírmelo.

Me quedé mirándolo, pasmada, y él bajó la mirada a mi abrigo antes de esbozar una pequeña sonrisa.

—¿Quieres una excusa para empezar a golpearme?

—Pues... por mucho que te sorprenda, no quiero golpearte.

Sonrió, esta vez de forma mucho más abierta, y me ofreció una mano para ayudarme a subir al ring. Dudé visiblemente, pero al ver que solo tendría que tocar el guante, me animé y acepté la ayuda. Noté el otro guante rozándome la espalda cuando me ayudó a pasar por encima de la segunda cuerda.

En cuanto estuve de pie ahí, miré a mi alrededor con curiosidad. Nadie nos prestaba atención, y eso que esa plataforma era más alta de lo que parecía desde abajo. Además, con cada paso que daba Aiden, podía notar el movimiento bajo mis propios pies. Era una sensación curiosa.

—Así que esta es tu perspectiva, ¿eh? —murmuré.

Él sonrió y empezó a quitarse los guantes.

—Quítate el abrigo —me dijo, señalándolo con la cabeza.

—Vaya, sí que vas al grano.

—Si lo dijera en ese sentido, te lo quitaría yo mismo.

Sacudí la cabeza, divertida, y me lo quité. Al dárselo, Aiden lo colgó de una de las cuerdas del ring y se giró hacia mí, lanzándome los dos guantes que él había llevado hasta ahora.

—¿Vas a dejarme golpear cosas? —pregunté, extrañamente entusiasmada con la perspectiva.

—A lo mejor incluso dejo que me golpees a mí.

Sonreí, divertida, y él se acercó para abrocharme los guantes. Todavía estaban cálidos, y traté de ignorar que su pecho estaba a apenas unos centímetros de mi cabeza.

Era curioso cómo mi cuerpo, el mismo que reaccionaría de una forma horrible si me tocaba, era el que me impulsaba a tocarlo continuamente.

—Te van gigantes —murmuró él, centrado en su tarea de ajustarme los guantes—, pero tendrán que valer. Las otras están en mi casa.

—Bueno, ¿qué tengo que golpear?

Aiden se agachó y se puso rápidamente las manoplas rojas que había llevado Rob unos minutos atrás.

—Esto —dijo, levantándolos a la altura de su pecho, un poco separados—. Bueno, es sencillo. Se trata de golpear esto en lugar de golpearme a mí. Seguro que incluso tú lo consigues.

Le puse mala cara y empezó a reírse.

—¿Estás seguro de que es el mejor momento para provocarme? —amenacé, agitando los puños con los guantes.

—Sí, mejor me lo reservo para cuando no estemos en un ring.

—¿Y qué tengo que hacer?

—Primero, colocarte bien —me señaló las piernas—. Pies separados a la altura de los hombros, adelanta un poco la pierna izquierda, la derecha más atrás, dobla un poco las rodillas...

Lo estaba diciendo tan rápido que tuve que hacerlo a toda velocidad, pero pareció quedar satisfecho con el resultado.

—Acerca las manos —me dijo, colocándomelas delante de la cara—. Encoge un poco más los hombros.

—¿Todo esto es necesario?

—La postura lo es todo —me aseguró con una sonrisita.

—¿Por qué todo lo que dices suena tan sexual?

—Porque es mi intención. Coloca las manos y deja de parlotear.

Hice lo que me decía, suspirando.

—Bueno —siguió, dando un paso atrás—, si quieres golpear con la izquierda, estira el brazo mientras giras ligeramente el cuerpo. Si quieres golpear con la derecha, tienes que girar completamente la cintura.

—¿Toooodo eso solo para un golpecito?

—Eso es la postura básica —sonrió—. Si quieres lanzar el golpe más básico, el jab, inclínate un poco hacia delante y mantén los codos apuntando al suelo.

Hice lo que me decía, muy centrada.

—Ahora estás apoyada en el pie derecho. Cuando quieras lanzar el golpe, tienes que cambiar el peso al izquierdo y mover el brazo izquierdo hacia el objetivo. Cuando des el golpe, rota el brazo para que tus dedos apunten al suelo.

Hice lo que me decía y me impulsé hacia el pie izquierdo, lanzando un golpe a una de sus manoplas con el brazo izquierdo. Lo devolví a su posición rápidamente y lo miré, expectante.

—No está mal —me sonrió—. A lo mejor todavía podemos convertirte en una boxeadora profesional, pequeña Amara.

—¿Este golpe sirve para noquear a alguien?

—No —empezó a reírse—. Es un golpe muy suave y se bloquea muy fácilmente. Se usa para mantener la distancia con tu oponente.

—¿Y si quisiera dar el mismo golpe que tú le diste al chico del otro día?

Él levantó las cejas al instante.

—¿Un uppercut? —sonrió, sorprendido—. Eres una caja de sorpresas, ¿eh?

—¿Te da miedo enseñármelo por si lo uso contra ti?

—Si lo hicieras bien, no me quejaría mucho.

Volvió a colocar las manoplas, pero esta vez subió un poco la derecha, casi a la altura de su barbilla.

—Bueno, este es más complicado —explicó—. No se lo lances a nadie a no ser que realmente te dé motivos para hacerlo, puedes hacerle mucho daño.

—¿Y por qué lo lanzaste tú?

Apretó un poco los labios.

—Porque me cabreé y no pensé en las consecuencias.

Decidí no indagar más y me coloqué otra vez en la posición básica que me había enseñado antes.

—No se trata de saltar, así que no eleves las caderas ni levantes los pies del suelo —me advirtió—. Toda la fuerza que uses viene directamente de la rotación de la cadera. Mueve la pierna derecha hacia delante y usa la fuerza de la pantorrilla para lanzar un puñetazo desde abajo hacia arriba, como si quisieras darme en la mandíbula. Gira los hombros y las caderas a la vez.

Hice lo que me decía y lancé el golpe a su manopla con mucha más fuerza de la que esperaba. Lo miré, sorprendida, y él sonrió.

—Ahora, si ese golpe te hubiera salido bien y yo no hubiera caído, podrías lanzarme un hook izquierdo, lo mismo con el otro brazo, pero dándome en la mejilla, y probablemente habrías ganado.

—¿Usas mucho esa combinación?

—Si quiero que el combate termine rápido, sí.

Sonreí un poco.

—Nunca creí que lanzar golpes pudiera ser tan complicado.

—Bueno, también podrías ponerte a patalear y lanzar golpes al aire, pero no sería muy profesional.

Empecé a reírme y él se quedó mirándome un momento.

—Solo te falta aprender a bloquear.

Solo tenía que ponerme las manos delante de la cama, tensando los codos, así que lo aprendí con facilidad, cosa que pareció satisfacerlo cuando volvió a levantar las manoplas.

—Venga, lánzame un jab —lo hice—. Otro —lo hice—. Derecha. Jab. Abajo. Bloquea. Izquierda...

Y empezó a darme instrucciones a una velocidad que, en principio, pensé que no iba a ser capaz de seguir, pero de alguna forma lo conseguí. Y cuando me pidió un uppercut y un hook izquierdo —o como demonios se llamara eso—, lo hice mejor de lo que habría creído posible.

Sonreí ampliamente, ilusionada.

—¡No se me da tan mal como esperaba!

—Si tú lo dices...

Entrecerré los ojos.

—Ten cuidado o podría desviarme y lanzarte un golpe al estómago.

—Me darías más miedo si ahora mismo no te vieras tan sexy.

—Oh, no intentes distraerme. Ahora podría noquearte si quisiera. Me has dado las herramientas que necesitaba.

Casi al instante en que lo dije, al ver su expresión dejé la postura de boxeo y simplemente me quedé mirándolo, confusa.

—Espera, ¿me lo has enseñado por eso? ¿Para que sepa noquear a alguien?

Puso una mueca, encogiéndose de hombros.

—Digamos... que estaré más tranquilo si sé que sabes defenderte.

—¡Ya sabía defenderme!

—Pero ahora sabes unos trucos más, ¿no?

Me quité un mechón de pelo de delante de la cara con el guante y negué con la cabeza.

—¿Y esto es lo que haces varias horas al día?

—No —casi se echó a reír, dándome a entender lo alejada que estaba de la realidad—. Corro una hora cada mañana. Por la tarde, vengo aquí y me toca una hora más de ejercicios de fuerza y resistencia, especialmente de abdominales y flexiones. Después, un rato de comba. Después, boxeo de sombra, punching, y manoplas —levantó las que llevaba con una sonrisa— o sparring, depende del día. Y lo último del día suele ser el saco durante otra hora y estirar antes de ir a ducharme.

Hizo una pausa, tan tranquilo como si nada mientras yo lo miraba con la boca abierta, pasmada.

—Ah, y tengo que seguir una dieta bastante estricta —añadió—. No puedo comer comida rápida o ultraprocesada. Ni bebo alcohol. A no ser que sea muy de vez en cuando, claro. Y tengo que dormir ocho horas diarias.

—Cuando vienes a mi casa comes cualquier cosa —murmuré, perpleja.

—Bueno, pero eso mi entrenador no lo sabe —sonrió—. Ah, casi se me olvida lo más importante. Tampoco puedo tener sexo una semana antes de un combate.

Me removí, incómoda, planteándome a mí misma si realmente quería hacer la pregunta que tenía en la punta de la lengua.

—¿Por qué no? —no pude resistirme.

—¿Por qué no? —repitió, haciéndose el inocente.

—¿Por qué no puedes... tener sexo una semana antes de un combate?

Sonrió, divertido, mientras empezaba a ayudarme a quitarme los guantes.

—Si quieres te lo explico, pero voy a ser un poco gráfico.

—Lo soportaré —le aseguré, intentando centrarme a pesar de tenerlo tan cerca. Casi podía sentir la calidez de su piel, y eso que nos separaban unos centímetros.

—Bueno, se supone que al eyacular liberas testosterona, que es la hormona del deseo sexual... y también de la agresividad. Muchos entrenadores creen que si la acumulas durante esa última semana, luego estás mucho más agresivo en el combate.

—¿Y los otros?

—Los otros, creen que es una tontería —Aiden se encogió de hombros—. Pero, en mi experiencia... peleo mejor cuando no tengo sexo una semana antes de los combates.

Me quitó los guantes por fin y los lanzó al rincón del ring donde estaban sus cosas, sonriéndome.

—Te he dicho muchas cosas y solo te has interesado por la del sexo, ¿debería preocuparme?

—¿E-eh...? No, también me interesa lo otro. Eh... yo... no sabía que ejercitaras tanto. Y cada día.

—Hay entrenamientos peores, créeme.

Y yo cansándome al correr veinte minutos seguidos...

—¿Cómo sobrevives? —pregunté sin poder evitarlo.

—La costumbre, supongo —sonrió—. Además, los sábados y domingos solo salgo a correr, nada más. A no ser que quiera hacer algo en casa.

—¿Tienes un gimnasio en tu casa?

—Pues claro —me dijo, como si fuera obvio.

Bajó del ring con agilidad y me ofreció una mano para ayudarme a hacer lo mismo. No entendía cómo demonios pasaba por las cuerdas con tanta rapidez, yo tenía que hacerlo a dos por hora.

Acepté su mano, intentando no pensar demasiado en ello, pero no pude ignorar la sacudida que dio la parte baja de mi estómago. Lo solté al instante en que pude, como si me quemara. Él se limitó a pasarlo por alto, meter las cosas en su bolsa y colgársela del hombro.

—Voy a ducharme —señaló los vestuarios con la cabeza—, pero hay una cafetería en esa sala de ahí. Pídete lo que quieras y diles que lo pongan en mi cuenta.

—Puedo pagarme mis cosas yo solita, Aiden.

—Para una vez que soy un caballero... —suspiró.

Sonreí y me dirigí a la puerta que me había dicho mientras él iba a los vestuarios. Efectivamente, me encontré una sala pequeña con unas cuantas mesas ocupadas y una barra de desayuno bastante grande. En una de las mesas estaban Johnny y Mark, y parecían sumamente divertidos.

No lo entendí hasta que vi a Rob en la barra, gesticulando como un loco al pobre camarero. Estaba completamente rojo de la frustración, mientras el pobre chico lo miraba con los ojos muy abiertos, aterrado.

—¡Esto! —Rob estaba haciéndole señas de beber cuando me acerqué, y él solo lo miraba como si estuviera loco—. ¡Beber! ¿Entiendes? ¡BEBEEEEEER! ¡Cerveza! ¡Alcohol! ¡El líquido de la felicidad! ¡CERVEZA, NIÑO!

Ahogué una sonrisa cuando el camarero se giró, dudando, y señaló una botella de agua.

Casi pareció que a Rob le salía fuego de las orejas.

—¡No! ¡Agua, no! ¡ALCOHOL!

Si no intervienes, Rob terminará explotando.

Sí, mejor hacer algo.

—¿Qué pasa? —pregunté, acercándome a su lado.

—¿Por qué ponen a un camarero francés? —protestó, señalándolo como si fuera el culpable de todos sus problemas—. ¡No entiende nada!

—¿Quieres que le pida la cerveza por ti?

—No va a entenderte, Mara, ya lo he int...

Me giré hacia el camarero.

Tu peux mettre una bière a mòn ami? Il est un peu nerveux.

La mirada del camarero se iluminó cuando escuchó que alguien hablaba en su idioma.

Il me crie dessus depuis une demi-heure!

Désolé, il a eu une mauvaise journée. Je peux avoir un café?

Rob nos miraba con una mueca de estupefacción cuando el camarero suspiró y asintió con la cabeza. La mirada del pobre Rob se iluminó cuando vio que nos dejaba mi café y su cerveza delante.

—¿Cómo sabes hablar francés tan bien? —preguntó, sorprendido.

—Mi madre es francesa.

—Ooooh —miró al camarero con una sonrisa—. ¡Grazie, grazie!

—Ejem... eso es italiano.

—Bueno, pero me ha entendido, ¿no? ¡GRAZIE!

Fuimos a la mesa de Jonny y Mark, que seguían riéndose a carcajadas del pobre Rob, que enrojeció de vergüenza y rabia. Yo le di un sorbito a mi café, esperando que terminaran de pelearse.

Al final, pareció que a Rob se le pasaba un poco el enfado momentáneo al girarse hacia mí.

—Bueno, ¿qué tal con Aiden? ¿Estaba de mal humor?

—¿De mal humor? —repetí, incrédula—. La verdad es que no. Nunca lo he visto de mal humor.

La única vez que había conseguido irritarlo había sido el día del callejón, y ni siquiera entonces le había durado más de dos minutos.

Mark y Rob intercambiaron una mirada.

—Pues debes ser la única —comentó Mark al final, divertido.

Lo miré, confusa.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, es lógico que a ella no le hable como a nosotros —le dijo Rob a Mark—. Nosotros le importamos una mierda.

Mark empezó a reírse como si le diera la razón. Yo seguía sin entender nada.

Miré a Johnny en busca de ayuda, pero él solo parecía divertido.

—¿De qué estáis hablando? —pregunté al final.

—Ayer tuvisteis una pelea —Mark me miró—, ¿no?

Mas bien discutí yo sola y lo eché de mi casa, pero sí.

—Más o menos... ¿por qué?

—Porque era obvio.

—¿Era... obvio?

—Aiden pelea mejor cuando está enfadado —aclaró Rob, divertido—. Se nota incluso en el entrenamiento. Podríais pelearos antes de todos los combates. Llegaríamos a la final en dos días.

—Sí —sonrió Mark—. ¿Te acuerdas de cómo estaba cuando pasó lo de April?

—Y justo coincidió con lo de las semifinales —Rob asintió—. Casi nos descalificaron cuando noqueó a ese pobre chico a los diez segundos.

—Pero valió la pena. Fuimos directamente a la final.

Ellos seguían hablando y yo solo podía mirarles, confusa. Johnny se debió dar cuenta de que yo no haría la pregunta, así que la hizo él.

—¿Quién es April?

Mark nos miró a los dos, especialmente a mí, como si le sorprendiera que no lo supiera.

—Era su pareja —dijo, encogiéndose de hombros—. Estuvieron juntos varios años. Unos... cuatro, creo. Aiden lo pasó bastante mal cuando se pelearon.

—¿Qué pasó? —preguntó Johnny, muy interesado en el cotilleo.

Yo, por mi parte, no sabía cómo sentirme. No me gustaba mucho que habláramos de eso sin Aiden delante.

—Ni idea —Mark se encogió de hombros—. Solo sé que un día estaban bien y, al siguiente, no se dirigían la palabra.

—Fue mejor así —intervino Rob—. No me gustaba esa chica. Siempre lo estaba distrayendo por cualquier tontería. ¿A cuántos combates no asistió Aiden por su culpa?

Mark asintió, dándole la razón. Yo fruncí un poco el ceño, mirando mi taza de café con incomodidad.

—Se ha centrado más este año —añadió Rob—. Por fin me hace un poco de caso con lo de las horas de entrenamiento. Y las dietas. Y la abstinencia sexual.

Sentí que con eso último me miraba con un poquito más de hincapié a mí, como si fuera una advertencia, y noté que se me encendían las mejillas.

—Bueno —intervine—, igual no deberíamos hablar de todo esto sin él, ¿no?

—Ni con él —intervino Johnny, divertido—. No creo que el tema de conversación favorito del pobre chico sea su exnovia, la verdad.

—¿De qué habláis?

Di un respingo cuando noté que la silla que tenía al lado se deslizaba y Aiden se dejaba caer en ella, mirándonos con curiosidad. Mark le puso mala cara cuando le robó comida del plato, pero no le dijo nada.

—¿Y bien? —preguntó Aiden al ver que nadie decía nada.

—De que hay un nuevo camarero —improvisé—. Rob casi lo ha asesinado.

—¡Porque no me entendía! —protestó Rob, poniéndose rojo de nuevo.

—Es que es francés —aclaró Mark.

—Bueno, aunque le hablara en su idioma tampoco lo entendería —intervino Johnny.

Menos mal que colaboraron todos, porque dudo que Aiden se hubiera creído la mentira si hubiera venido solo de mí.

Mientras discutían entre ellos sobre si Rob era más capaz de hablar un idioma o no, bajé la mirada hacia mi móvil, que estaba vibrando. Era Lisa. Me había estado mandando mensajes durante media hora y los había ignorado todos. Ups.

Lisa: Oye, Holt y yo vamos a tomar algo, ¿te vienes y así te animamos? :D

Diez minutos más tarde, me envió otro.

Lisa: No finjas que no ves el mensaje para no tener que venir, que te conozco.

No leí los otros, solo puse una mueca.

—¿Qué? —preguntó Aiden al verme la cara.

—Tu hermana quiere que vaya a alcoholizarme con ella y su novio.

—Suenas entusiasmada.

—No lo estoy. Cuando estoy sola con ellos dos y beben alcohol, se ponen muy cariñosos —puse mala cara—. Y se olvidan de que el resto de la humanidad existe, yo incluída.

—Podría ir contigo —sugirió con media sonrisita.

Por algún extraño e inexplicable motivo, me pareció una buena idea.

Así que dejamos a Rob, Mark y Johnny en la cafetería discutiendo entre ellos mientras yo salía del gimnasio con Aiden. El bar no estaba muy lejos, así que en menos de diez minutos crucé el umbral de la puerta y vi a Lisa y Holt sentados en una de las mesas más cercanas, hablando entre ellos.

Lisa abrió mucho los ojos cuando vio que Aiden iba conmigo, y trató de ocultar una gran sonrisa alegre, pero no lo consiguió.

El pobre Holt, en cambio, pareció encogerse un poco.

—¡Aiden! —chilló Lisa—. No sabía que tú también venías.

—Es que ya estábamos juntos —fue toda su explicación.

Por el tono que usó para decirlo, Lisa me dedicó una sonrisita entusiasmada que hizo que pusiera una mueca.

Como de costumbre, Aiden y yo pedimos agua y ellos dos cervezas. Holt tomaba la suya con precaución, dudando entre si participar en la conversación o no.

Y Aiden no mejoró mucho sus nervios cuando lo miró con una ceja enarcada.

—¿Y tú qué haces con tu vida? Si es que haces algo.

Le di con la rodilla por debajo de la mesa, pero fingió que no se daba cuenta.

—Está estudiando Tecnología de sistemas —le dijo Lisa, muy orgullosa, poniendo una mano encima del brazo de Holt.

—¿Y no sabe decírmelo él?

Holt enrojeció. Pobrecito.

—Oye, Holt —intervine, intentando hacer la situación menos incómoda—, ¿podrías venir algún día a arreglarme el portátil? Se me ha estropeado otra vez.

—Oh, claro —me dijo, más relajado por hablar conmigo y no con don sonrisitas—. Mañana me paso.

Aiden nos miraba con los ojos entrecerrados.

—Me dijiste que no tienes portátil —me dijo en tono acusatorio.

—Sí tengo, pero casi nunca lo uso. Y lo echo de menos.

—Patty se pondrá celosa.

—Tú ya estás celoso por ella.

Holt empezó a reírse, pero se cortó en seco cuando Aiden lo miró con mala cara y dio un rápido sorbo a su cerveza, enrojeciendo.

—¡Deja de mirarlo así! —protestó Lisa, lanzándole una servilleta a la cabeza.

—¡No lo miro de ninguna forma!

Oh, no, ya iban a empezar a discutir.

Mientras Holt se evadía de la realidad fingiendo que no existía, yo miré a mi alrededor con curiosidad. Mi mirada fue irremediablemente a la barra, donde vi enseguida a Drew, mi exnovio, charlando con unos amigos.

Uf... por favor, que no me viera.

No había hablado con él desde el incidente del gimnasio, y no quería que eso se repitiera, especialmente delante de mis amigos. Agaché la cabeza enseguida, con la esperanza de que no se girara hacia aquí.

Y me acordé de que Aiden estaba sentado a mi lado cuando chocó su rodilla con la mía, divertido.

—¿Qué pasa? Parece que has visto un fantasma.

—Eh... no me encuentro bien, ¿podemos irnos?

Él dejó de sonreír al instante, sorprendido, y asintió con la cabeza.

Pero no sirvió de nada, porque incluso sin levantar la cabeza, ya supe que Drew me había visto y se había acercado a nosotros.

—¡Mara! —exclamó con una alegría que me pilló desprevenida.

Aiden miró por encima de mi cabeza, enarcando una ceja, y yo me obligué a girarme también.

—Hola, Drew —murmuré, tratando de parecer lo más serena posible.

Lisa y Holt parecían tan confusos como Aiden. Supongo que los tres podían notar la incomodidad del momento. O, al menos, la mía. Porque Drew estaba extrañamente simpático.

—¿No vas a presentarme? —preguntó Drew directamente.

Estuve a punto de negarme, pero supuse que eso solo incrementaría las ganas de preguntar de Lisa, así que señalé a mi alrededor.

—Lisa, Holt y Aiden. Él es Drew, mi... eh... un antiguo compañero de instituto.

—Y su exnovio —añadió él.

Hubo un momento de silencio incómodo en el que intenté pensar en algo que decir que pudiera librarme de seguir con esa estúpida conversación. No se me ocurrió nada. Y Drew se adelantó.

—No has vuelto por el gimnasio.

—Prefiero salir a correr —le dije, esta vez un poco menos simpática. Quería que se fuera ya.

—Un gimnasio es mucho mejor.

—Tranquilo —intervino Aiden, mirándolo—, puede venir al mío siempre que quiera.

Lisa parecía entusiasmada con la situación, mientras que Holt solo nos miraba como si intentara adivinar quién estaba enfadado con quién.

—Bueno —intervine, poniéndome de pie y notando que Aiden hacía lo mismo a mi lado—, nosotros ya nos íbamos, Drew. Un placer volver a verte... y todo eso. Ad...

—Oye, ¿te han invitado a la reunión? —me interrumpió.

Me quedé mirándolo un momento.

—¿Qué reunión?

—Quieren hacer una reunión de antiguos alumnos de nuestro instituto. Creo que la organiza Abigail, ¿te acuerdas de ella?

—No creo que vaya —le aseguré.

—Pero si se hace en la ciudad. Casi todos han venido para asistir.

—No iré, Drew.

—¿En serio? Creo que James estará ahí.

Iba a apartarme de él, pero mi mano se quedó congelada a punto de agarrar mi abrigo.

No sé de dónde saqué fuerzas para hablar, porque mi cuerpo entero se había quedado pausado por un momento.

—¿Él... está por aquí? —pregunté sin poder evitarlo.

—Sí —Drew enarcó una ceja, ya no parecía tan simpático—. Supuse que te gustaría saberlo. Nos vemos, Mara.

Ni siquiera esperó una respuesta, solo se alejó con las manos en los bolsillos y me dejó ahí, congelada en mi lugar, tratando de recuperar la respiración.

Durante un instante, tuve la sensación de que el zumbido de mis oídos iba a empezar, pero tome una bocanada de aire, intentando calmarme, y me giré hacia Aiden como si nada.

—¿Nos vamos?

Estoy segura de que él notó que algo iba mal durante el camino de vuelta, pero no dijo nada al respecto. Yo, por mi parte, traté de tranquilizarme de todas las formas posibles, pero de alguna forma era como si mi cerebro no hubiera terminado de asumir lo que el idiota de Drew me había dicho.

¿Estaba aquí? ¿En la misma ciudad que yo? ¿Tan... cerca? Me froté las manos de forma casi compulsiva, intentando hacer que dejaran de temblar.

Para cuando Aiden aparcó el coche delante de mi casa, yo era un manojo de nervios estúpidos.

Y, cuando me ponía nerviosa, muchas veces soltaba cosas sin pensar. Esperaba que no me pasara con Aiden.

Por suerte, fue él quien rompió el silencio.

—Así que ese era tu exnovio...

—Sí —murmuré.

—¿Puedo preguntar qué viste exactamente en él?

Sonreí ligeramente.

—Ha cambiado mucho. Antes era bastante más dulce.

—¿Dulce? Nunca te habría tomado por alguien a quien le gustan los chicos dulces.

—Y no me gustan, últimamente prefiero a los capullos engreídos.

Él me dedicó una sonrisita radiante, casi como si acabara de ganar un premio.

—Eso me alegra más de lo que debería.

—Aiden... —me puse seria antes de que la conversación siguiera—. Tenemos que hablar

Él se echó ligeramente hacia atrás.

—Oh, no. ¿Qué he hecho?

—¡Nada! —le aseguré enseguida—. Es que... lo que pasó ayer, en mi habitación...

Esa vez, cualquier signo de diversión desapareció de sus ojos.

—No necesito que me lo digas.

—Pero quiero decírtelo —insistí—. Yo... bueno... no sé qué clase de extraña relación hay entre nosotros, pero está claro que no es precisamente una amistad... así que... yo...

Mierda, ¿por qué era tan complicado?

—No soy capaz de ir más lejos de lo que fuimos ese día en el callejón —solté de golpe—. No puedo hacerlo. Me da... pánico solo pensarlo. Y... bueno, creo que deberías saberlo... por si... ya sabes... por si quieres buscar a alguien que te convenga más que yo.

Eso último hizo que cambiara su expresión centrada a una casi divertida.

—¿Alguien que me convenga más que tú? —repitió, perplejo y divertido a la vez.

—Alguien que sí pueda hacerlo.

—Amara... no todo en la vida es el sexo.

—Pues tú te pasas el día bromeando con eso.

—Sí, y son eso, bromas. Y pienso seguir haciéndolas —enarcó una ceja—. Pero eso no quiere decir que vaya a intentar lanzarme sobre ti cada vez que estemos a solas.

—No estaba insinuando que fueras a hacerlo, yo... busca a alguien que te convenga más que yo, Aiden, es lo mejor.

—¿Y si dejas que sea yo quien decide qué me conviene y qué no?

Hizo una pausa, suspirando.

—Mira, no voy a negar que tengo ganas de tocarte, y de besarte, y de otras mil guarradas que prefiero no decir en voz alta para seguir siendo un caballero —hizo una pausa, tan tranquilo—, pero eso no quiere decir que no sea capaz de esperar. Y de ir despacio. Me gusta estar contigo. De hecho, me encanta. Y ni siquiera sé por qué. Pero sí sé que da igual a la velocidad que sea, Amara. Si quieres ir despacio, lo haré encantado.

Me quedé mirándolo, pasmada, incapaz de decir nada. Él sonrió.

—¿Qué? ¿Te creías que iba a decirte que me alejaría de ti?

—Honestamente... sí.

—Ya. Pues eso no va a pasar. A no ser que me mandes a la mierda, claro. ¿Tienes pensado mandarme a la mierda?

Sonreí ligeramente.

—No.

—Genial, pues ya lo hemos aclarado todo. Ahora, baja de mi coche antes de que empiece a querer practicar esas guarradas contigo.

—Eres un pervertido —lo acusé, sonriendo.

—Es culpa tuya, antes de conocerte no lo era.

—No me lo creo.

Sonrió y señaló la puerta.

—Me están entrando ganas de besarte. Vete ya o quédate y afronta las consecuencias.

—Vale —sonreí, abriendo la puerta—. Buenas noches, capullo.

—Buenas noches, antipática.


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