Tardes de otoño

By JoanaMarcus

29.2M 2.2M 11.4M

¿Qué es lo peor que podía pasarle a la pobre Mara después de reencontrarse con el que fue el amor de su infan... More

Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
EXTRA DE AIDEN

Capítulo 4

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By JoanaMarcus


4 - EL COMBATE


(Do I wanna know? - Arctic Monkeys)


—Así que... —la doctora Jenkins me dedicó una sonrisita cómplice— tu relación con Aiden ha avanzado.

Mi mueca fue empeorando a medida que hablaba.

—No hay ninguna relación que pueda avanzar.

—Muy bien —me concedió—, pero vas a verlo esta noche, ¿no?

—Sí. Iré con Lisa y Holt a ver un combate de esos raros.

—¿Cómo te sientes al respecto?

Ni siquiera tuve que pensarlo.

—Extrañamente... nerviosa.

—¿Por ir a un combate o por verlo?

La miré enarcando una ceja, ella sonrió, y creo que nos entendimos bastante bien.

—Me tranquiliza saber que estará Lisa —añadí.

—Lisa parece una buena amiga —comentó, mirándome—. Por lo que me has contado.

—Lo es.

—El otro día me dijiste que no le cuentas a nadie de tu familia o amigos cómo te sientes.

Oh, ya sabía por dónde iría la cosa.

—No lo hago —murmuré.

—¿Y qué hay de Lisa? Parece que tienes mucha confianza con ella.

—Sí, pero...

Pero no quería que se pensara que estaba loca.

Puse una mueca, buscando palabras más suaves para explicarlo.

—No quiero cansarla con mis problemas —dije al final—. No quiero que se aburra de mí.

—Pero... ¿de verdad crees que ella se aburriría de ti si le contaras tus problemas?

Me encogí de hombros, mirando mis manos entrelazadas en mi regazo.

—¿Qué hay de Grace? —añadió—. Ella es la única que sabe que vienes a terapia, ¿no?

—Ajá.

—¿Y tu padre?

—Él solo sabe que estoy viendo a un psicólogo.

La doctora Jenkins dejó de escribir de golpe y levantó la cabeza, confusa.

—¿Psicólogo? —repitió—. Yo no soy psicóloga, Mara.

—Ya lo sé, pero psiquiatra suena horrible —mascullé.

—Pero es mi profesión. Mara, cambiarle el nombre no hará que la realidad cambie.

Cuando decía esas cosas, me recordaba a la novia de mi padre.

De hecho, me recordaba a ella en muchos aspectos. Quizá la doctora Jenkins era más suave, pero definitivamente tenía la misma mirada afilada que hacía que fueras incapaz de mentirle u ocultarle nada.

—¿Todavía tienes problemas para dormir? —cambió de tema al ver mi incomodidad.

—Sí. Pero estoy haciendo ejercicio, como me dijo.

—¿Y has vuelto a tener pesadillas?

—...sí.

—¿Están relacionadas entre sí?

—Son todas de lo mismo —me pasé una mano por la cara—. Es como... si pudiera ver recortes de esa noche. Y parecen tan... reales. Incluso puedo sentir... —me corté a mí misma.

—¿El qué? —me instó ella a seguir.

—Es... no lo sé. Es como si realmente estuviera con él otra vez —murmuré, incómoda—. Casi puedo sentir su olor.

—Es muy común en personas con TEPT tener pesadillas muy lúcidas sobre esos recuerdos específicos.

—¿TEPT? —repetí, mirándola con una mueca.

—¿Tu antiguo terapeuta nunca te habló de ese término?

—No —murmuré.

—Significa trastorno de estrés postraumático —me dijo suavemente—. Es muy común en personas que han tenido que vivir un evento traumático. Los casos más conocidos suelen ser los veteranos de guerra.

—¿Tengo... tengo lo mismo que un veterano de guerra?

—¿Nunca has visto a un soldado volver de la guerra y ser incapaz de adaptarse a vivir como lo hacía antes? Los ruidos fuertes, los estallidos, los gritos... les recuerdan a esa experiencia tan traumática que es una guerra. Y no dejan de volver a revivir recuerdos relacionados con ello en forma de ataques de pánico.

Hizo una pausa y se ajustó las gafas, mirándome.

—En tu caso es lo mismo, Mara. Sufriste un abuso sexual. Cuando sientes que vas a tener algún tipo de contacto con otra persona, incluso sin ser necesariamente sexual, te bloqueas a ti misma y los recuerdos de esa experiencia vienen a ti.

—Pero... no lo entiendo, eso fue hace tiempo. Cuando tenía quince años.

—Muchos recuerdos dolorosos no afloran hasta pasado un tiempo —me aseguró.

No dije nada, no sabía qué decir.

—Lo que quiero decir con todo esto es... que muchísimos de esos veteranos de guerra consiguen volver a tener una vida normal.

Dejó que la frase flotara entre nosotras hasta que yo le sonreí un poco.

—Si ellos pueden superar una guerra... supongo que yo podré superar a un imbécil.

Ella sonrió con aprobación.

***

Mis nervios aumentaron tras la consulta. Especialmente mientras esperaba delante de mi edificio, ajustándome el bolso sobre el hombro una y otra vez solo para tener las manos ocupadas.

Parecía que había pasado una eternidad cuando por fin apareció el coche de Holt. Suspiré, no sé si de alivio o de más nervios, y subí al asiento trasero.

—Hola, chicos —murmuré.

—¡Mara, estás genial! —me dijo Lisa, y sonó tan sorprendida (para bien) que casi puse una mueca.

¿Me había arreglado un poco más de la cuenta porque sabía que me encontraría con don sonrisitas?

Pues sí.

¿Lo admitiría alguna vez en voz alta?

Pues no.

—¿Qué tal, Holt? —le pregunté, poniéndome el cinturón.

—Nervioso —puso una mueca—. No cada día conoces al hermano mayor y potencialmente sobreprotector de tu novia. Y no podía ser estudiante de química, claro. Tenía que ser boxeador.

Lisa soltó una risita divertida que yo acompañé enseguida. Holt nos puso mala cara.

—¡Menos mal que cuento con vuestro apoyo! —ironizó.

—Yo te apoyo —le aseguré enseguida.

Holt era un chico que creo que solo podías clasificar como... bueno... guapo. Muy guapo. No sé si era por su piel bronceada, sus ojos castaños o su pelo oscuro, pero siempre que entraba en algún lado medio local se quedaba mirándolo.

Pero dejaban de mirarlo cuando empezaba a resbalarse, caerse o golpearse con cualquier cosa por culpa de su torpeza.

Creo que nos habíamos hecho amigos al conocernos porque un día entró en la cafetería donde Lisa y yo estábamos sentadas, se cayó al suelo, y fuimos las únicas que se acercaron a ayudarlo en lugar de reírnos de él. A partir de ahí empezó todo.

Y ahora... ahí estaba yo, haciendo de plantita a la parejita.

—Igual no es el mejor momento para decirlo... —Lisa soltó una risita nerviosa—, pero nunca le he presentado un novio a Aiden.

—Gracias, querida novia, me dejas mucho más tranquilo.

—Seguro que os lleváis genial —le dije yo para tranquilizarlo.

Sinceramente, no me imaginaba a Aiden tratando mal a nadie, no sé por qué.

Lisa le dijo algo en voz baja y él sonrió, sacudió la cabeza y se inclinó para besarla antes de arrancar el coche de nuevo. Yo fingí que miraba por la ventanilla algo muy interesante para dejarles intimidad.

Mi vida resumida en un párrafo.

Por el camino, no pude evitar ver que él alargaba la mano hacia Lisa y se la ponía sobre la rodilla. Fue un gesto que habían hecho tantas veces que pareció que ni siquiera se daban cuenta de ello.

No pude evitar sentir una pequeña presión en el pecho al preguntarme si alguna vez yo podría hacer eso sin tener miedo de mi propia reacción.

Decidí centrarme de nuevo cuando vi que llegábamos a nuestro destino. El combate era en un gimnasio cercano al centro de la ciudad, por lo que tenía mucha mejor pinta que el gimnasio en el que entrenaba Aiden normalmente. Y había mucha más gente de la que habría cabido en el otro, claro.

Sinceramente, no me esperaba ver a tantas personas interesadas en ver a dos tipos golpeándose.

Holt y Lisa lideraron el camino y Lisa me cogió de la mano para no perderme entre la gente tras dedicarme una pequeña sonrisa. Su mano era más pequeña que la mía, y aunque cuando me había tocado al principio mi corazón se había encogido un poco, me obligué a no reaccionar mal y a no apartar la mano.

Además, mirando a mi alrededor... me pregunté si me había vestido demasiado informal.

Es decir, yo siempre iba demasiado informal. Independientemente del evento. No sé cómo lo conseguía.

Pero la gente que había ahí dentro... casi parecía que había salido de un casino. O, al menos, la mayoría. Otros iban prácticamente con ropa de gimnasio. Por algún motivo, no había término medio. Quizá lo fuera yo.

Cuando por fin llegamos a la sala donde se celebraba el combate en sí, me di cuenta de que Aiden ya estaba en el ring. Mi pulso dio un respingo cuando vi que iba vestido solo con unos pantalones cortos negros, unas botas del mismo color y unos guantes rojos.

Su rival iba casi completamente de azul y ambos se miraban fijamente mientras el árbitro les decía no sé qué de las normas. Pero yo ignoraba al otro. Solo tenía ojos para Aiden, que estaba... muy serio. No parecía él.

Bueno, supongo que no podía entrar el ring con una sonrisita, claro.

—Justo a tiempo —me dijo Lisa.

Uno de seguridad nos hizo enseñarle las entradas para poder pasar a la primera fila. Las llevaba Lisa. Después de que las revisara concienzudamente, nos hizo un gesto y lo seguimos hasta los asientos que estaban en uno de los lados del ring, casi pegados a él. Los únicos vacíos.

Reconocí a Rob, su entrenador, y a dos chicos más en una de las esquinas, la de Aiden. Estaban mirándolo y hablando entre sí, muy centrados.

Di un pequeño respingo cuando escuché un ruido fuerte al otro lado del ring, pero solo era el contrincante de Aiden, a quien le habían puesto un taburete pequeño para que se sentara. Estaba hablando en voz baja con su entrenador.

Aiden hacía lo mismo, solo que él estaba apoyado con los antebrazos en la cuerda superior del ring y tenía cara de aburrimiento.

—¿No debería estar un poco tenso antes de un combate? —le pregunté a Holt, que estaba sentado entre Lisa y yo.

—El otro parece tenso —me aseguró.

Sí que lo parecía. De hecho, no dejaba de echar miraditas nerviosas a Aiden mientras escuchaba a su entrenador con mucha atención.

Pobre alma inocente, le iban a dar una paliza.

—¿Es un mal momento para confesar que nunca he visto un combate de boxeo? —pregunté en voz baja—. Creo que vomitaré en cuanto vea sangre.

Holt se echó a reír y yo le dediqué una pequeña sonrisa nerviosa.

Sin embargo, me distraje completamente cuando vi que Rob decía algo a Aiden y señalaba en nuestra dirección. Y ahí me di cuenta de que nos estaba mirando.

Corrijo: estaba mirando a Holt.

Y... uh, no parece que le gustara mucho lo que veía.

El pobre Holt, que no se había dado cuenta, dejó de reírse y se limitó a sonreírme.

—Yo tampoco he visto ninguno —me aseguró, acercándose a mí para hablar en voz baja—. Si tengo que vomitar, creo que Lisa me perderá un poquito de amor.

—Yo te cubro, no te preocupes.

Pero estaba un poco tensa. Aiden había vuelto a girarse hacia su entrenador, pero vi que tenía los labios ligeramente apretados.

Sin embargo, volvió a centrarse cuando Rob le dijo algo y le pasó algo parecido a una dentadura negra que se puso en la boca. Después, sonó un ligero toque de campana y el locutor de la mesa del fondo dijo algo, al igual que el árbitro. Una chica preciosa y semidesnuda se paseó con un cartelito con el número de ronda por el ring y vi que el contrincante de Aiden la seguía con la mirada, pero él estaba ocupado estirando el cuello tranquilamente.

Rob y los dos otros chicos se acercaron a los asientos vacíos que tenía a mi lado. El entrenador se quedó en la silla pegada a la mía y me sonrió.

—Me alegra que hayas venido, Mara —me dijo alegremente.

Sinceramente, no esperaba que me recordara, no sé por qué.

—Es mi primera vez en un combate —murmuré.

—¿Sí? Mi padre nos traía a Johnny y a mí a verlos continuamente cuando éramos pequeños.

—¿Dejan entrar a niños pequeños? —puse una mueca de horror.

Él empezó a reírse.

—Pues sí, suena raro, pero sí.

—Y... ejem... ¿cuánto dura esto?

—Cada asalto son tres minutos. Tienen un descanso de un minuto tras cada uno. Pero no creo que pasen de los ocho asaltos.

—¿Siempre llegan a tantos? Pensé que esto era más... eh... ¿rápido?

No, no quería ver cómo le partían la cara Aiden. Prefería que eso fuera rápido.

—En estos casos, suelen ser un poco largos —me explicó él—. Estos combates no son para ganar, sino para lucirse delante de los patrocinadores. Están sentados al fondo, ¿los ves? Hay otro grupo detrás de nosotros. Quieren ver cómo se mueven los boxeadores antes de patrocinarlos, y te aseguro que quieren verlo bien. Ninguno de los dos irá inmediatamente al noqueo. Tienen que lucirse un poco.

Volvió a sonar la campanita y esta vez el árbitro se apartó. Aiden y su contrincante se acercaron el uno al otro, el último más defensivo que el primero... y empezó el combate.

Vale, acababa de descubrir que odiaba ver violencia.

Puse una mueca incómoda cuando empecé a ver que el de azul lanzaba puñetazos y Aiden se limitaba a bloquearlos o esquivarlos. Ni siquiera parecía estar haciendo un gran esfuerzo, y estaba mortalmente serio, concentrado. El otro le estaba hablando en voz baja, pero él no dio señas de escucharlo en ningún momento.

—¿Qué le está diciendo? —le pregunté a Rob en voz baja.

Rob no parecía tan tranquilo como Aiden. De hecho, tenía el ceño fruncido.

—No lo sé, pero espero que cierre la boca pronto.

Y el combate siguió, pero Aiden no mostró signos de tensión mientras que yo, desde mi asiento, daba un pequeño respingo cada vez que le lanzaban un puñetazo.

Holt y Lisa lo miraban con mucha atención a mi lado y, de vez en cuando, hacían manitas. El entrenador y sus dos ayudantes, a mi otro lado, hablaban entre ellos. Algunos de los gestos que hacía Rob eran sacudir la cabeza o poner una mueca cuando decía que Aiden tenía que mover un poco más la pierna, o alinear mejor el hombro, u otras cosas que no entendía muy bien.

Eso sí, cada vez que terminaba el asalto, Rob y esos dos iban corriendo a la esquina de Aiden, donde se reunían con él y le decían algo en voz baja.

Y, cada vez que volvía a sonar la campana y le daban la dentadura protectora negra, Aiden me dedicaba una sonrisita fugaz antes de ponérsela y adoptar una expresión mortalmente seria para volver al combate.

Esas sonrisitas no deberían afectarme tanto como lo hicieron, ¿verdad?

Realmente, no estaba siendo tan violento como creí que sería en un principio. Era cierto que ninguno de los dos estaba intentando hacer verdadero daño al otro. Solo se habían acertado unas pocas veces. Eso me calmó.

Sin embargo, algo cambió en la sexta ronda.

Justo cuando sonó la campanita y Aiden estaba a punto de dedicarme la misma sonrisita que las demás veces... el de azul le dijo algo desde el otro lado del ring y se ganó una mirada gélida de Aiden.

Esa vez, no me volvió a mirar antes de ponerse la protección de los dientes y meterse en el combate otra vez.

—¿Qué le ha dicho? —pregunté a Rob cuando volvió a sentarse a mi lado.

Era obvio que Aiden no iba a atacarlo directamente, pero hasta ahora no había tenido los hombros tan tensos.

—¿Y bien? —insistí a Rob cuando él fingió no haberme oído.

Rob me miró un momento, incómodo, y me dio la sensación que se le teñían ligeramente las orejas de rojo.

—Está provocándolo —concluyó.

—¿Provocándolo? ¿Es suicida o qué?

Rob sonrió, divertido, y sacudió la cabeza.

—Supongo que su entrenador le ha dicho que no empiece a pelear de verdad hasta que Aiden lo haga, y quiere provocarlo para empezar cuanto antes.

—Pues menudo imbécil.

—En eso estamos de acuerdo —me aseguró.

Apreté un poco los labios cuando Aiden se colocó delante de él, como en cada ronda. Y el otro le dijo algo en voz baja con una sonrisita que no me gustó.

Solo que esta vez consiguió que Aiden tensara cada músculo de su espalda.

Oh, oh.

Que alguien prepare la ambulancia, gracias.

Aiden se colocó el posición defensiva y la ronda empezó, solo que esta vez me dio la sensación de que ambos estaban esperando que el otro estallara de repente y se lanzara a pelear de verdad. Incluso me dio la sensación de que la gente se daba cuenta, porque las voces que hasta ahora habían sido tan ruidosas habían bajado el volumen considerablemente.

El otro volvió a decir algo, y Aiden bloqueó con un brazo el puñetazo que le estaba a punto de dar. Miré el tiempo. Quedaban pocos segundos de asalto. Estaba muy tensa. De pronto, solo quería que se terminara y...

Me llevé una mano a la boca bruscamente cuando vi que el de azul encajaba un golpe perfecto en la boca de Aiden, haciéndolo retroceder varios pasos.

Oh, no.

Una capa de sudor frío me cubrió la frente y la espalda cuando vi que Aiden se pasaba el brazo por la boca y lo miraba. Tenía un pequeño corte en el labio que estaba sangrando un poco.

Se dio la vuelta hacia el otro, furioso, y me dio la sensación de que esta vez el de azul sí tendría motivos para correr... pero en ese momento sonó la campanita anunciando el final de esa ronda.

Rob y los demás se habían puesto de pie e iban corriendo hacia Aiden a la esquina, pero yo los vi como si formaran parte de un universo muy lejano. De hecho, las voces de la sala sonaban como de un universo muy lejano. Vi el corte del labio de Aiden y el recuerdo de un puño golpeándome de la misma forma exacta me vino a la mente. Incluso pude notar el sabor metálico de la sangre en la lengua. El labio medio dormido. Una parte de la cara latiéndome. El olor de...

—¿Estás bien?

Lisa se había asomado al lado de Holt para mirarme, preocupada.

—Estás pálida, Mara —frunció el ceño, asustada—, ¿quieres que vayamos fuera un momento?

Tenía la respiración agolpada en la garganta y me zumbaban los oídos, pero de alguna forma conseguí negar con la cabeza.

—Estoy bien —dije con una voz tan segura que me extrañó incluso a mí.

Pero no estaba bien. Me cosquilleaban las puntas de los dedos y el cuero cabelludo. Y sentía que me estaba ahogando. Pero desde fuera solo podían verme ahí sentada, tranquila, mirando el ring.

Cuando volví a mirar a Aiden y vi que le estaban poniendo algo sobre la herida para contener la sangre, sentí que no podía más.

—Voy al servicio —murmuré a Holt.

Él asintió, observándome con preocupación, pero yo me apresuré a largarme antes de que pudiera hacerme alguna pregunta.

Sí que fui al servicio. De hecho, agradecí inmensamente que no hubiera nadie, porque yo ya no podía controlar la respiración agitada. Me apresuré a mojarme las manos con agua helada. Apenas notaba los dedos. Cerré un momento los ojos, pero volví a abrirlos cuando, en la oscuridad, solo pude ver la habitación en que había pasado todo.

Me mojé la cara, intentando alejar ese recuerdo de mi mente, pero el olor a alcohol, a humo y a él vino a mí como un latigazo y empecé a notar que me mareaba.

De alguna forma, conseguí acordarme de los ejercicios de respiración que me había enseñado la doctora Jenkins. Apoyé una mano temblorosa en mi estómago y me miré en el espejó mientras respiraba agitadamente por la nariz y lo soltaba por la boca. Tuve que hacerlo dos veces antes de ser capaz de hacerlo de forma lenta y profunda, contener el aire tres segundos, y soltarlo lentamente.

Poco a poco, conseguí calmarme y el olor, el cosquilleo y el zumbido se alejaron de mí, dejándome sola en ese cuarto de baño desierto. Volví a mojarme la cara, intentando calmarme del todo, y conseguí fingir que me lavaba las manos cuando una mujer entró.

Cuando salí, vi que el combate había seguido y volvían a estar en un descanso de rondas. Habían pasado solo cuatro minutos. Bien. Menos mal.

Sin embargo, cuando iba a acercarme otra vez al escenario, algo me interrumpió.

—¿Mara?

Me di la vuelta, tragando saliva, y me quedé mirando a un chico que se había acercado a mí con una sonrisa.

Espera, ¿quién era ese y por qué me resultaba familiar?

Oh, mierda, ya me acordaba. El del parque.

—Russell —lo saludé con un tono de voz un poco agudo, todavía estaba alterada por lo que acababa de pasar—. ¿Qué haces aquí?

—A mis amigos les encantan los combates, y yo no tenía otro plan —se encogió de hombros—. ¿Y tú?

—Conozco a uno de los que pelean —señalé el rincón de Aiden, que estaba paseando la mirada por el público con el ceño fruncido.

—Parecen cabreados —bromeó.

Si él supiera que lo estaban de verdad...

—Oye, ¿estás bien? Estás un poco... pálida.

—Es que no me gustan las peleas —murmuré.

—Pues estás en el sitio ideal.

Forcé una sonrisa, aunque la verdad es que solo quería volver a mi asiento, así que me limité a asentir una vez con la cabeza.

—Bueno... debería volver con mis amigos.

—Ah, sí, claro —él levantó su vaso de cerveza, que repartían ahí detrás—. Un placer volver a verte, Mara.

—Lo mismo digo —murmuré.

Me alejé de él pasándome ambas manos por la cara y el de seguridad me dejó pasar sin preguntar para que pudiera volver a sentarme con mis amigos. Holt y Lisa me miraban con preocupación.

—¿Estás mejor? —preguntó Lisa—. Dos segundos más y habría venido a asaltar el cuarto de baño para rescatarte.

—Estoy bien —le aseguré—. ¿Te acuerdas de Russell? Acabo de verlo.

—Ah, sí, lo he visto antes. Me ha saludado.

—¿Y no me has dicho nada?

Ella puso una mueca de confusión.

—¡El otro día me dijiste que no te gustaba que te forzara a hablar con desconocidos! Intentaba ser una buena amiga.

Iba a decir algo, pero me interrumpí a mí misma cuando la campanita volvió a sonar. Aiden se giró hacia mi asiento automáticamente y me dedicó una mirada extraña que no entendí muy bien, pero que a su entrenador no pareció gustarle demasiado.

De hecho, Aiden se alejó para volver al combate mientras él le decía algo y Rob vino a sentarse a mi lado, muy enfadado.

—Como haga lo que creo que hará... —murmuró—, lo asesino.

—¿Qué crees que hará? —pregunté, confusa.

No tuvo tiempo para decírmelo, porque en cuanto el árbitro se alejó de ellos para que empezara el combate, pude hacerme una idea.

El del azul ya había asumido que podía hacer lo que quisiera, porque fue directo a por el noqueo. Y yo no pude hacer otra cosa que cubrirme la cara con las manos cuando vi que le lanzaba un golpe directo a la cabeza.

Mi suspiro de alivio se debió escuchar por todo el recinto cuando vi que Aiden lo esquivaba en el último momento.

Pero el alivio duró poco.

Porque casi al instante en que lo esquivó, Aiden echó el codo hacia atrás y le asestó un puñetazo en la nariz al de azul que hizo que gotas de sangre volaran y un horrible chasquido inundara la sala.

Todo el mundo se quedó en silencio. Yo misma me encogí cuando vi que el otro caía desplomado al suelo con la nariz sangrándole a chorros por el suelo del ring.

Rob soltó una maldición y un lo sabía antes de apresurarse a ir al ring. El árbitro apartó a Aiden del cuerpo del otro y se agachó a su lado a toda velocidad. Yo misma sentí que un escalofrío me recorría la espalda cuando vi que el de azul no se movía. ¿Y si estaba...?

No. Una sensación de inmenso alivio me inundó cuando vi que el otro levantaba la mano e intentaba quitarse el guante torpemente. El árbitro dijo algo y después se acercó a Aiden, que miraba al de azul con expresión impasible. El árbitro le levantó el brazo y la sala estalló en una mezcla de aplausos y maldiciones.

Bueno... había ganado, ¿no?

No parecía que el otro fuera a levantarse.

No supe muy bien si aplaudir cuando casi todo el mundo a mi alrededor lo hizo —menos algunos que soltaron maldiciones por haber perdido dinero, claro—, pero me obligué a mí misma a hacerlo cuando la mirada de Aiden paseó sobre su hermana y su cuñado hasta recaer sobre mí. No parecía muy afectado por lo que acababa de pasar.

—Vamos —me dijo Lisa cuando vi que él bajaba del ring y Rob lo esperaba, furioso—. Estarán en el vestuario.

—¿Y podemos ir? —preguntó Holt.

—Pues claro, es mi hermano.

Ambos dejamos que Lisa nos guiara entre la marea de gente hacia las puertas del fondo, donde Aiden había desaparecido con el entrenador y los dos ayudantes. Holt empujó las puertas para nosotras y el de seguridad nos dejó pasar nada más vernos.

En cuanto cruzamos el umbral del vestuario, empecé a escuchar los gritos de Rob.

—¡...el tabique nasal! —estaba gritando, furioso—. ¡Dos centímetros más y le perforas el cerebro! ¿Se puede saber qué te pasa? ¿Es que se te ha ido la cabeza o qué?

Si hubiera sido yo sola, probablemente me hubiera ido corriendo. Y Holt igual. Suerte que Lisa era valiente por los tres.

Empujó la puerta de todas formas y entramos en su vestuario. Yo entré la última, detrás de Holt, y me asomé por su lado para ver que Aiden estaba sentado en el banco de madera, dejando que uno de los ayudantes le quitara los guantes y las vendas mientras Rob le seguía gritando.

—¿Me has oído? —espetó Rob.

—He ganado —Aiden le frunció el ceño—. ¿Qué más quieres?

—¡Quiero que te comportes!

—No he matado a nadie, relájate.

—¡Por algo así podrían descalificarte!

Aiden suspiró y me dio la sensación de que se contenía para no poner los ojos en blanco. Me sorprendió lo tranquilo que parecía teniendo en cuenta que tenía a un Rob rojo y furioso a su lado riñéndole y haciéndole una lista de todas las cosas que había hecho mal. Especialmente la del golpe.

Sin embargo, todos se quedaron callados cuando yo, que había sido la última en entrar, cerré la puerta.

—¿Qué ha pasado ahí arriba? —preguntó Lisa, acercándose a su hermano.

—Buena pregunta —masculló Rob—. A ver si a ti te responde.

Pero Aiden se limitó a poner los ojos en blanco.

—Sois unos exagerados. El chico está bien y el combate ha terminado, no es para tanto.

—¿Que no es...? —Rob se puso todavía más rojo.

Como vi que estaba a punto de empezar a gritar otra vez, me adelanté un paso, mirando a Aiden. Y la herida cerrada de su labio.

—¿Estás bien? —me escuché preguntar a mí misma.

Aiden se giró hacia mí al instante y me pareció que su expresión se suavizaba, pero Rob lo interrumpió antes de que pudiera decir nada.

—Él está perfectamente bien —lo miró con rencor—. El que no está bien es el otro pobre idiota.

—Mírate —murmuró Aiden—, ya casi estás tan rojo como el suelo del ring.

Vi que los dos ayudantes intentaban no reírse, al igual que Holt y Lisa.

Sin embargo, la sonrisa de Holt desapareció por completo cuando Aiden se giró hacia él y le dedicó una mirada que fácilmente habría helado el infierno.

—¿Y tú quién demonios eres?

La suavidad en persona.

Lisa le puso mala cara y sujetó la mano de Holt, muy digna.

—Es mi novio, Aiden.

Vi que la expresión de su hermano cambiaba al instante a una confusa, me dedicaba una mirada todavía más confusa, y ya entonces le fruncía el ceño a su hermana.

—¿Tu novio? —repitió, mirando a Lisa.

—Pues... sí.

—¿Desde cuándo tienes novio?

—Desde hace... bueno... bastante —y sonrió como un angelito—. Quería presentártelo hoy porque pensé que sería un día tranquilito, pero veo que no.

Aiden la miró un momento más y frunció el ceño otra vez, pero Rob volvió a interrumpirle.

—¿Os importa esperar fuera? —nos preguntó—. Es mejor que éste se de una ducha fría antes de que parta la nariz a otra persona.

Aiden suspiró mientras nosotros salíamos del vestuario.

Lo esperamos todos en el bar de delante del gimnasio, y sus dos ayudantes resultaron ser muy simpáticos, aunque no tenía ni idea de cómo se llamaban. Rob, por otro lado, solo mascullaba para sí mismo, bebiendo cerveza.

Bueno, yo tampoco era una gran compañía. Solo era capaz de echar miraditas nerviosas a la puerta, esperando a que apareciera mi capullo pervertido favorito.

Cuando fui a la barra a pedir otro vaso de agua, el camarero prácticamente me ignoró. Estaba muy ocupado hablando con unas chicas a unos metros de mí. Puse los ojos en blanco y me apoyé con un codo en la barra, dedicándole una miradita asesina.

Sin embargo, mi cuerpo cambió a una tensión muy distinta cuando noté que alguien se acercaba a mí. Y no necesité levantar la cabeza para saber que era Aiden.

—Menos mal que he llegado a tiempo —murmuró, apoyándose en la barra a mi lado—. Creo que el camarero ha estado a punto de perder la vida.

—Solo quiero un maldito vaso de agua —protesté—, ¿no puede dejar de ligar un momento para dármelo?

—¿Quieres que me cuele al otro lado para dártelo yo?

—No, gracias, di no a las ilegalidades.

Aiden sonrió y me acercó un taburete para que pudiera sentarme. Ajá, así que quería que estuviéramos solos un rato antes de volver con los demás.

Acepté el asiento, aunque él no se sentó. Solo se giró hacia mí con un brazo en la barra.

—¿Qué te ha parecido el combate? —preguntó con media sonrisa.

Me obligué a mí misma a centrarme en algo que no fuera su boca y responder.

—Violento —le aseguré en voz baja.

Él esbozó una gran sonrisa divertida.

—¿Esperabas que un combate no lo fuera?

—Nunca había visto uno, no sabía muy bien qué esperar.

—Pues este no ha sido nada —me aseguró—. Deberías ver los de la liga.

—Bueno... la cosa se ha puesto interesante cuando le has dado ese puñetazo, lo admito.

Su sonrisa vaciló un poco y carraspeó.

—Sí, eso no ha estado bien —murmuró, y no supe muy bien si era para sí mismo o para mí.

Le di unos segundos de margen antes de ladear la cabeza, mirándolo.

—¿Por qué lo has hecho?

—Por nada.

Sonreí un poco.

—Ya.

Él suspiró, y se encogió de hombros.

—Yo... no lo sé. Llevaba un rato soltándome comentarios y ha llegado un momento en el que no he querido seguir escuchándolos.

—Y le has hundido la nariz.

—Bueno, el objetivo era que se callara. Y se ha callado.

Solté una risita muy impropia de mí y él sonrió, pero en ese momento el camarero se acercó y Aiden le pidió dos vasos de agua.

—En la vida aspiro a solucionar los problemas con tanta diplomacia como tú —bromeé después de darle un sorbo a mi vaso.

—Oye, normalmente soy muy diplomático.

—Sí, seguro que tienes mucha paz interior, Aiden.

—Cuando te pones esos jerséis ajustados, la pierdo toda.

Y al escuchar eso, claro, me atraganté con el agua.

De hecho, empecé a toser y el camarero y las chicas con la que hablaba me dedicaron unas cuantas miraditas mientras yo enrojecía y Aiden se reía, el muy capullo.

—No tiene gracia —murmuré cuando por fin recuperé la capacidad de hablar.

—Realmente no sabes cómo encajar un cumplido, ¿eh?

—Eso no es un cumplido, casi puede considerarse un ataque frontal.

—¿Y me dirás que no te gustan mis ataques frontales?

—Pues no. No me gustan.

—Ya.

—Es verdad.

—Ya.

—¡Aiden!

—¿Por qué has desaparecido en medio del combate?

La pregunta me pilló completamente desprevenida. Lo miré, sorprendida por el cambio de tema repentino.

—¿Eh?

—Has desaparecido por casi dos asaltos —insistió.

—Ah, eso...

Sí, había sido el momento en que me había encerrado en el cuarto de baño, pero no tenía ninguna intención de decírselo.

—He visto a un amigo —improvisé rápidamente—. He ido a saludarlo.

Aiden enarcó una ceja.

—¿Un amigo?

—Sí, un amigo.

—Es decir, que a mí me dan puñetazos y me juego la vida en tu honor... y tú, mientras tanto, te vas a hablar con amigos. Muy bonito, Amara.

Sabía que lo estaba diciendo en broma, pero no pude evitar una mueca.

—Yo... creo que no vendré a ningún otro combate, Aiden.

Su sonrisa se congeló y fue desapareciendo lentamente para transformarse en una mueca de sorpresa.

—¿Por qué no? —frunció el ceño—. ¿No te han tratado bien?

—No es eso, es que... eso de ver cómo te golpean... la verdad es que no me gusta. Prefiero no verlo.

Eso pareció dejarlo completamente descolocado, porque tardó unos segundos en responder.

—Espera —una sonrisita triunfal empezó a dibujarse en sus labios—, ¿estás diciendo que estás preocupada por mí?

—Claro que no —mascullé enseguida.

—Yo creo que sí.

—¡Que no!

—Soy boxeador, Amara, van a golpearme muy a menudo. No pasa nada.

—Sí pasa —me olvidé por un momento de fingir que no me importaba—. No me gusta ver cómo golpean a la gente, y mucho menos si esa gente es alguien que me gu...

Me detuve en seco a mí misma casi al instante en que él ladeó la cabeza, muy interesado en la conversación.

—E-es... alguien que me cae bien —finalicé.

—¿Eso es lo que ibas a decir? ¿En serio?

—Sí.

—Ya.

—¡Deja de decir ya!

—No me obligues a decirlo y no lo haré.

No me obligues a decirlo y no lo haré —imité su voz.

—Muy maduro, querida Amara.

—No soy madura, soy estúpida. Si no te gusta, no me hables.

Él sonrió ampliamente, al contrario de lo que esperaba que hiciera.

Como de costumbre.

—Me encanta que siempre me sonrías de esa forma tan dulce —ironizó.

—Si quieres sonrisas dulces, siento decirte que no soy tu chica ideal.

—Precisamente eres mi chica ideal porque no me las das.

Le puse mala cara y me bajé de mi asiento, transportando mi vasito de agua hacia la mesa de los demás con toda mi dignidad como bandera. Aiden me siguió de cerca, claro.

Eso sí, cuando nos sentamos en los dos lugares libres, vi que se giraba directamente con una mirada afilada hacia su hermana y Holt.

—Bueno —dijo, y su voz sonaba mucho más fría de lo que había sonado conmigo—, ¿desde cuándo estáis juntos y por qué demonios no lo he sabido hasta ahora?

Ahogué una risita cuando vi que Holt perdía el color de la cara y se encogía visiblemente en su lugar.

Vale, Aiden podía intimidar si se lo proponía.

Anotado para el futuro.

—Pues... ejem... un poco más de un año —dijo Lisa con una sonrisita nerviosa.

—Un año y dos meses —aclaró Holt, mirándola—. ¿No?

—Sí, sí.

—Un año y dos meses... y no me lo has contado hasta ahora —Aiden enarcó una ceja a su hermana.

Tanto ella como Holt enrojecieron y se encogieron casi a la vez, y yo decidí que era hora de intervenir.

—Lo importante es que te lo hayan dicho —le dije, enarcando yo también una ceja.

Aiden se giró hacia mí con los ojos entrecerrados.

—Oye, soy su hermano, tengo derecho a saberlo.

—Sinceramente, si reaccionas así, deberías dar gracias a que te lo digan, porque yo no lo haría.

Noté que Rob y sus dos ayudantes dejaban de hablar al instante en que se dieron cuenta de que Aiden se había quedado sin palabras.

Entonces, Rob se echó a reír a carcajadas y le dio una palmadita a Aiden en la espalda, a lo que él me puso mala cara.

—¡Me encanta esta chica! —exclamó su entrenador—. Ya era hora de que alguien te cerrara la boca por un rato.

Sonreí dulcemente a Aiden, que entrecerró los ojos otra vez.

—La primera vez que me dedicas una sonrisita dulce... y tiene que ser por esto —masculló cuando los demás volvieron a sus conversaciones.

—Creo que eres la primera persona a la que dedico una sonrisita dulce, así que no te quejes.

Él sonrió, orgulloso, olvidándose por completo de que estaba molesto.

—¿Eso es lo que tengo que hacer para ganarme sonrisitas de esas? ¿Dejar que me humilles un poco?

—Puede.

—Mhm... parece un trato justo. Lo compro.

Sonreí, negando con la cabeza.

Al final me lo pasé bien hablando con Lisa, Holt y los ayudantes de Rob. Seguía sin entender muy bien la función de esos dos, pero eran muy simpáticos. Y desde luego eran mucho mejor compañía que la que tenía el pobre Aiden, que estaba aguantando un nuevo sermón de Rob acerca de portarse bien en los combates.

Pero no podía quedarme ahí hasta muy tarde. Tenía trabajo al día siguiente. Puse una mueca al mirar la hora en mi móvil.

—Debería irme —comenté en voz alta, recogiendo mi bolso.

—¿Quieres que te llevemos a casa? —me preguntó Lisa.

Iba a responder, pero Aiden se puso de pie a mi lado.

—Ya me encargo yo.

Una parte de mí estuvo a punto de negarse rotundamente, pero la otra —creo que mi conciencia— la calló enseguida.

—Está bien —accedí.

Incluso Aiden pareció sorprendido de que no me quejara de alguna forma.

Sin embargo, cuando nos apartamos de la mesa, Rob nos señaló con un dedo acusador.

—Nada de sexo. Tienes otro combate en unos días.

Noté que mi cara se volvía completamente roja al instante.

Aiden, por su parte, le dedicó una mirada molesta.

—Gracias por ser siempre tan discreto, entrenador.

Salimos los dos juntos del local y yo agradecí que el aire frío calmara el rubor de mis mejillas. ¿Por qué demonios nadie había parecido sorprendido con que Rob nos dijera eso? No es como si Aiden y yo fuéramos pareja o algo así.

Me sorprendió un poco que él no fuera al aparcamiento a por el coche. Debió ver la duda en mis ojos, porque sacudió la cabeza.

—Vivo muy cerca, he venido andando.

—Pues para ir a mi casa nos esperan cuarenta maravillosos minutos andando.

—Siempre podemos ir a la mía.

Se echó a reír cuando vio que abría mucho los ojos.

—A por el coche, malpensada.

—A-ah... claro, claro...

Dejé que pasara delante de mí y lo seguí, tratando de calmarme.

Ojalá pudiera decir que no le miré el culo, pero habría mentido.

Para evitarlo, me adelanté un poco y seguí caminando a su lado. Mejor alejar las tentaciones. Aunque... bueno, él entero era una tentación andante y sonriente.

Sin embargo, me detuve de golpe cuando mi mano rozó la suya.

Un escalofrío de alerta me recorrió la columna vertebral, y mi primer impulso fue meterme la mano en el bolsillo, poniéndola a salvo. Pero mi corazón ya iba a toda velocidad.

Y, curiosamente... el sentimiento más fuerte no era el terror, sino... nervios.

Nervios... bastante distintos a los que solía sentir cuando me asustaba.

—¿Qué pasa? —preguntó Aiden, que se había detenido a mi lado.

—Nada —dije apresuradamente, y seguí caminando con la mano en el bolsillo—. Pensaba que me había dejado algo en el bar.

Dejó pasar la mentira como si se la hubiera creído, aunque estaba claro que no lo había hecho.

—¿Qué tal tu libro? —preguntó tras unos segundos de andar en silencio.

Como siempre, me sorprendió muy gratamente que se acordara de esos detalles.

—Mal —dije, sinceramente—. Sigo bloqueada.

—¿Qué es lo último que has escrito?

—La protagonista viaja sin querer a la Edad media —murmuré—. Se encuentra con el protagonista y tienen su primera conversación. Me he quedado en el momento en que se da cuenta de que ha viajado al pasado porque le ve la armadura, y la espada... todo eso.

—Podrías hacer que se desmayara —sugirió con media sonrisa.

—O que diera saltos de alegría.

—O que le quitara la espada y se la clavara.

—O que se pusiera a bailar un tango con él.

—Oh, yo compraría ese libro.

—¿Y si no bailaran en tango? ¿No lo comprarías?

—Compraría cualquier cosa que tú escribieras, asúmelo.

Me eché a reír, pero la risa se apagó cuando le dediqué una sonrisita maliciosa.

—Te creías que Holt era mi novio, ¿no?

Él no reaccionó inmediatamente, pero vi que apretaba un poco los dientes.

—Puede.

—¿Te has puesto celoso?

—Puede.

—Te dije que no tengo novio, Aiden.

—Pensé que era tu ligue, no tu novio.

—¿Y tanto te molestaría que tuviera un ligue?

Él dejó de andar y se giró hacia mí.

—Si tú me vieras con otra, ¿no te molestaría?

Vaya, la estrategia había girado en mi contra.

—No —mentí.

—¿Ni un poco? ¿En serio?

—Apenas te conozco.

Me miró unos segundos con la mandíbula algo tensa. Ambos éramos conscientes de que era una mentira... y también de que yo no iba a admitirlo.

—No me lo creo —me dijo, al final.

—Porque eres un capullo engreído.

—Como quieras, pero al menos yo soy sincero.

—¿Y qué demonios te hace pensar que no lo soy?

—Que mientes bien, pero no lo suficiente como para que me trague tus mentiras.

Molesta porque tenía razón, me di la vuelta y seguí andando por mi cuenta, cruzando los brazos. Él apenas tardó dos segundos en alcanzarme.

—¿Por qué demonios te pones tan a la defensiva por cualquier cosa? —preguntó, molesto.

—Porque eres insoportable.

—Pues ya tenemos otra cosa en común.

Debió darse cuenta de que algo en mí había cambiado a peor, porque me adelantó fácilmente y se detuvo delante de mí.

—¿Qué te pasa? —frunció el ceño.

—Nada.

—Eso no es cierto, Amara. ¿Puedes ser sincera por una maldita vez?

No, no quería ser sincera. Ni con él, ni conmigo misma. Así que me inventé cualquier excusa que justificara mi enfado.

—No me gusta que intentes controlar con quién estoy o con quién no.

Él me miró unos segundos antes de negar con la cabeza.

—Y una mierda. Eso no es lo que te ha molestado.

Aparté la mirada, incómoda. De pronto, sentía la imperiosa necesidad de irme yo sola a casa. Y de alejarme de él tanto como fuera posible.

Estoy segura de que vio mis intenciones, porque en cuanto hice un movimiento para apartarme, él dio un paso hacia mí, yo lo retrocedí, y mi espalda chocó contra la pared del callejón.

Oh, no.

Mi sistema nervioso volvió a la vida como nunca antes cuando él dio otro paso hacia mí, acortando las distancias entre nosotros, y apoyó una mano en la pared, junto a mi cabeza.

Oh, no, no, no.

¿Por qué no estaba entrando en pánico? ¿Por qué mi corazón latía a tanta velocidad pero no de la misma forma que lo había hecho al ver su herida?

Me pegué tanto como pude a la pared, y esta vez los cosquilleos no fueron de terror. Especialmente cuando se inclinó hacia mí.

—¿Puedes dejar de intentar escaparte de mí? —preguntó, claramente molesto.

—No intento... nada —Dios, incluso mi voz temblaba.

—Sí, sí que lo haces. Y creo que lo entiendo.

—Oh, no me digas.

—Lo haces cada vez que me acerco un poco a ti —enarcó una ceja—, no hace falta ser un genio para darse cuenta.

—Yo... yo no...

Pero mis palabras fueron apagándose cuando él se inclinó un poco más sobre mí, prácticamente hasta el punto en que nuestro cuerpo entero entró en contacto. Apenas había unos centímetros de diferencia entre sus rodillas y las mías, su cintura y la mía, su nariz y la mía...

Un nudo de nervios se instaló en la parte baja de mi estómago cuando él bajó un momento la mirada a mis labios antes de cerrar los ojos y volver a centrarse en mi cara.

—¿Es porque te gusto? —preguntó directamente—. ¿Ese es el problema?

—Engreído —mascullé.

—Entonces, sí que es eso.

Irritada y frustrada con mi propio cuerpo, lo miré directamente.

—No, no me gustas. Y no me gustarás por mucho que insistas en decírtelo a ti mismo, así que sácate la idea de la cabeza de una maldita vez.

Aiden se quedó mirándome por lo que pareció una eternidad, y vi que su expresión sorprendida cambiaba lentamente... a una enfadada.

Oh, finalmente había conseguído irritarlo.

Le mantuve la mirada en todo momento y, pese a que nuestras expresiones eran de cabreo, sentí que mi corazón empezaba a bombear sangre a toda velocidad y se me erizaba el vello de la nuca.

—¿No te gusto? —repitió.

Intenté decir algo, pero me había quedado sin cuerdas vocales. La cabeza me daba vueltas solo por la anticipación.

Y, justo cuando iba a sacudir la cabeza, dio otro paso hacia mí y pegó su cuerpo al mío.

Oh, no.

Esperé, tensa, a que ocurriera. A que mi cuerpo se tensara y empezara el zumbido de mis tímpanos.

Pero... no.

Mi cuerpo estaba demasiado ocupado funcionando a toda velocidad por su cercanía como para reaccionar de forma negativa.

—Pues apártate —me retó en voz baja—. Dices que no te gusto, pero todavía no has hecho nada para demostrarlo.

—Apártate, Aiden —le advertí en voz baja y temblorosa.

—Apártate tú, puedes hacerlo perfectamente —enarcó una ceja—, si es que quieres, claro.

Deseé con todas mis fuerzas borrar esa expresión satisfecha de su rostro cuando vio que no me apartaba. Pero no podía moverme.

Noté que mi pulso se aceleraba cuando me puso una mano en la cintura. Solo eso. Ningún chico había hecho eso en años. Ni siquiera recordaba al último.

—Todavía no te has apartado —me recordó, provocándome.

Aparté la mirada y la clavé en su pecho, que era lo que tenía justo delante de mí. Noté que se me secaba la garganta cuando subió la mano por mis costillas, haciendo que mi piel se fuera calentando con su tacto, incluso con ropa de por medio. Cerré los ojos cuando me recorrió la mandíbula con el dorso de un dedo hasta acabar en mi barbilla.

—Así que no te gusta, ¿eh? —murmuró en voz baja.

Ojalá hubiera podido responderle, pero era incapaz. Solo pude entreabrir los ojos y los labios. Parecía que habían pasado años desde que alguien me había acariciado de esa forma, desde que me había sentido así... si es que alguna vez había llegado a sentirme así.

Tragué saliva ruidosamente cuando bajó el dorso del dedo por mi cuello y por el centro de mi clavícula hasta detenerse al borde de mi jersey.

—¿Esto tampoco te gusta? —me provocó.

Debería haberme movido. O debería haber reaccionado. Pero no lo hice. Solo noté que mi piel ardía cuando descendió con ese dedo entre mis pechos hasta llegar a mi ombligo y detenerse, como si dudara entre seguir o no.

Esta vez no dijo nada.

Noté que su cuerpo se tensaba contra el mío y que su respiración también se agitaba, chocando contra mi frente. Tragué saliva de nuevo cuando apoyó la mano entera en mi estómago y empezó a ascender.

Y me olvidé de todo. De esa noche horrible de hace años. De la doctora Jenkins y sus consejos. De que estábamos en un lugar público. De pronto, me daba igual.

Solo pude apretar mi cuerpo contra el suyo para apoyar mi frente en su hombro, como si necesitara sujetarme a algún lado para no caerme. Noté que su otro brazo rodeaba mi cintura mientras su mano seguía ascendiendo por mi abdomen sin que yo lo detuviera. Inconscientemente, agarré su camiseta con dos puños cuando su mano alcanzó uno de mis pechos y noté que mi espalda se arqueaba automáticamente contra él. Especialmente cuando trazó lentamente con el pulgar la cima de éste. Noté que su aliento se agitaba contra mi pelo y su brazo se apretaba alrededor de mi cuerpo cuando su toque se volvió lo suficientemente duro como para mandarme un latigazo de placer entre las piernas.

Y, de pronto, noté que se tensaba de arriba abajo y retiraba la mano, pero mantenía el otro brazo a mi alrededor, girando la cabeza a un lado.

Lo miré, confusa y agitada, y seguí sujetándome a su camiseta para no caerme al suelo cuando vi que apretaba los labios mirando a dos adolescentes que silbaron al pasar por detrás de nosotros.

Estuvimos un momento en silencio después de que nos dejaran solos. Y yo, no sé cómo, logré que mi respiración se estabilizara un poco.

Al final, Aiden fue el primero en apartarse. Dio un paso hacia atrás. Tenía la camiseta arrugada por mis puños y el pecho le subía y bajaba rápidamente.

—¿Eso tampoco te ha gustado? —me preguntó en voz baja.

No dije nada. Era incapaz.

Tampoco lo hice cuando volvimos a emprender el camino hacia su coche en completo silencio, cada uno con la respiración más agitada que el otro.


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