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Dhejah no estaba muy segura de por qué Obi-Wan Kenobi la había citado en el Senado Intergaláctico. Desde que ella había vuelto de Ilum se habían visto un par de veces en el Templo, pero ambos estaban ocupados en medio de tanta guerra. El mismo Brandar había declarado estar listo para volver al frente, y él y Axton se habían llevado algunos hombres al Borde Exterior, donde el conflicto ganaba más y más importancia, para ayudar a las tropas de Kit Fisto.
El Padawan de Dhejah estaba volviendo en ese mismo momento a Coruscant, pero ella le había prometido a Kenobi que se verían en aquella terraza del Senado.
No le había dado ninguna pista respecto a la razón tras el encuentro, pero Dhejah hubiera estado mintiendo si dijera que no quería verle ya. Tenía claro que, aunque había aceptado su atracción hacia Obi-Wan, no iba a hacer nada al respecto. Estaban en medio de una guerra, y, aunque el conflicto no existiera, estaba claro que Dhejah no se hubiera confesado de todas maneras. Kenobi era un hombre respetado en la Orden, un miembro del Consejo. A diferencia de ella, era un Jedi con principios férreos, fiel a los del Consejo, y, por supuesto, no sentía nada por ella.
Era mejor vivir así, sin que él lo supiera. Al fin y al cabo, le apreciaba demasiado como amigo. No quería perderlo, ni arriesgarse a que el Consejo viese claramente el cambio en Dhejah, el cual la había llevado tan lejos como para romper el Código.
—¿No me vas a enseñar esa espada nueva?
Dhejah se levantó del banco donde estaba sentada al oír la voz de Obi-Wan a sus espaldas. Le había sentido acercarse, claro, ¿cómo no iba a hacerlo?
Se dieron un corto abrazo, intentando que el contacto no durara demasiado. Era la única manera de aparentar que no era más que un simple saludo entre amigos... Bueno, claro que lo era. ¿Qué iba a ser si no? Dhejah tenía que dejar de imaginarse aquellas cosas.
Agarró su nueva espada del cinturón. La había forjado de vuelta en el Templo, con durita y un nuevo núcleo, y el resultado había sido una segunda espada, discreta pero útil. Le había costado acostumbrarse a luchar con dos sables, pero tras horas de práctica había conseguido adaptar el cambio a su nuevo estilo. Ahora sólo le faltaba utilizarla en el campo de batalla.
Kenobi agarró el sable y lo encendió. La luz azul rompió el manto negro de la noche, iluminando sus rostros de un tono casi blanco. El color de su nuevo cristal era mucho más claro que el del otro, y cuando la hoja se movía (justo como en ese momento, que Obi-Wan estaba probando el peso del arma), parecía casi completamente blanco.
El contraste entre los dos era bonito, casi tanto como el contraste entre la luz y la oscuridad que residían en Dhejah.
Kenobi le devolvió el arma tras apagarla, y Dhejah la puso en su cinturón con una sonrisa.
—Bonita, ¿verdad?
Obi-Wan asintió y los dos se sentaron en el banco de la terraza. Dhejah agradecía que no le hubiera preguntado nada respecto a su prueba, la que había pasado para obtener el cristal. ¿Habría sido capaz de mentirle?
El tráfico de Coruscant iluminaba la noche cerrada frente a ellos. El aire estaba caliente, como era usual en los niveles superiores del planeta, y el silencio entre los dos amigos era cómodo.
—¿Qué tal tu viaje? —le preguntó él con voz afable.
Dhejah sabía que no estaba indagando. Más bien le estaba preguntando si había sido fructífero, estuviera buscando lo que estuviera buscando. No la estaba juzgando, porque ni siquiera sabía con quién se había reunido, solamente se preocupaba por ella.
—Encontré algunas respuestas —le dijo despacio—. Pero no todas.
Kenobi asintió cortamente.
—Es difícil encontrar todas las respuestas de golpe, querida.
Dhejah alzó una ceja en su dirección, por fin girándose para mirarle. Estuvo a punto de reírse por aquel mote, uno que Obi-Wan reservaba para lanzar comentarios sarcásticos en dirección de senadoras y políticos, pero algo en su expresión le dijo que no había ninguna segunda intención tras sus palabras. Cualquiera que no le conociera bien hubiera pensado que no le pasaba nada. Sin embargo, Dhejah reconocía las sombras bajo sus ojos, más marcadas que de costumbre, y que no se había arreglado la barba esa mañana, y que el flequillo comenzaba a caerle bastante más largo que de costumbre sobre la frente.
—Percibo tu inquietud —le dijo en voz baja, aunque no había nadie más allí con ellos.
Obi-Wan alzó las cejas en casi un gesto cómico.
—Nada me inquieta —mintió él—. He estado muy ocupado, eso es todo.
Dhejah se tragó un suspiro, pero supuso que, fuera lo que fuera, si no lo quería compartir con ella, no tenía derecho para insistir. Respetaría sus límites como él respetaba los suyos.
Hablaron sobre Skywalker, sobre Ahsoka y Brandar, sobre la guerra que los consumía. En ningún momento Obi-Wan Kenobi le dijo por qué se habían reunido allí, tan lejos del Templo, a solas en una terraza desierta. Dhejah no preguntó, pero fue al final de la velada, cuando ambos estaban a puntos de volver al Templo, que Kenobi dijo algo que la sorprendió.
—Dhejah —le dijo, con seriedad en los rasgos—, confías en mí, ¿verdad?
Por un momento, ella no supo que decir. Después le puso una mano en el hombro, y asintió con decisión.
—Siempre, Obi —le prometió, el ceño fruncido—. Y lo sabes.
Él asintió de nuevo, como si estuviera más tranquilo, y los dos se subieron al speeder.
—Cierto.
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Ahsoka y Brandar habían conseguido arrastrar a sus Maestros a una de las proyecciones culturales del bajo fondo de Coruscant, y Obi-Wan Kenobi se había unido al grupo. Sin embargo, mientras caminaban de vuelta al Templo, Obi-Wan recibió una transmisión urgente.
—Lo siento, Brandar —le dijo su Maestra al niño—. No vamos a poder parar a comer.
Él y Ahsoka se quejaron al unísono.
—¿A qué viene tanta prisa? —preguntó Skywalker.
—El Consejo ha convocado una reunión de emergencia —explicó Obi-Wan.
Su antiguo aprendiz soltó un suspiro largo y sonoro. Quizás él también tenía hambre.
—Ya me lo imagino —soltó—. Otro debate largo y aburrido.
Dhejah le puso una mano en el hombro al joven Jedi.
—No te preocupes, Anakin —rio ella—. Por lo menos tú y yo no tendremos que estar presentes.
Siguieron caminando hacia la lanzadera frente a ellos. Dhejah se giró para mirar a Ahsoka cuando la chica habló.
—¿Preferirías que te asignaran a entrenar a aprendices? —le preguntó a su Maestro.
Él levantó una ceja en su dirección.
—¿Estás loca? —dijo con una carcajada—. Probablemente los mataría.
Brandar soltó una risotada ante el comentario de Skywalker, y justo cuando Dhejah iba a decirle que no tenía gracia, unos disparos se precipitaron sobre sus cabezas. Los cinco Jedi rodaron en diferentes direcciones para resguardarse del ataque. ¿Qué estaba pasando? ¿En medio de la ciudad...?
—¿Habéis visto desde dónde han disparado? —dijo Kenobi desde su sitio junto a Dhejah.
Ahsoka levantó un brazo para apuntar. Brandar movía la cabeza de un lado hacia el otro junto a ella y Anakin.
—¡Un francotirador, lo veo allí arriba!
Dhejah se apartó justo para esquivar un disparo. Quien fuera que estuviera disparando no parecía querer rendirse.
—¡Bien, tengo un plan! —declaró Obi-Wan, siempre preparado para la lucha y con la cabeza fría—: Anakin y Ahsoka, atacad por la derecha. Brandar y Dhejah, cubrid las calles de abajo. Yo voy a por él.
La mujer se mordió el labio, pero siguió las instrucciones de su amigo.
Desplegaron su formación, y Dhejah y su aprendiz corrieron por las calles cubiertas de gente para intentar seguirle el paso al francotirador, que debía de estar en algún tejado sobre ellos.
Dhejah podía oír los disparos sobre sus cabezas: tenía un mal presentimiento. Le hizo una seña a Brandar para que se dividieran y rodearan el bloque por los dos lados.
Siguió corriendo sola, con el corazón más acelerado de lo normal.
—Lo hemos perdido —dijo Skywalker por el comunicador después de un rato—. Obi-Wan, ¿sabes dónde está?
Dhejah dejó de correr, esperando más información.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
Miró hacia arriba, hacia la azotea más cercana.
Kenobi no respondió.
Entonces oyó un disparo sobre su cabeza, seguido por un quejido de dolor.
El cuerpo del Maestro Obi-Wan Kenobi se precipitó sobre unas cajas, justo a sus pies.
El pánico la inundó.
—¡Obi-Wan! —gritó Anakin desde arriba.
—¡Maestro! —le dijo Ahsoka—. ¡Tenemos que atraparle!
Skywalker siguió a su Padawan por la azotea, y, sin poder hacer más, Dhejah se agachó para agarrar el cuerpo de Obi-Wan.
No era capaz de concentrarse para sentirle a través de la Fuerza, así que le palpó la cara, el pelo, el disparo que tenía en el pecho. Sus túnicas estaban teñidas de rojo, y sus propias manos se llenaron de sangre.
No respiraba.
Comenzó a llorar mientras colocaba la cabeza del hombre en su regazo.
—Maestra...
Era la voz de Brandar, pero no podía levantar la cabeza para mirar.
Aquello no podía estar pasando.
Sentía que la angustia la comía viva, como si un frío la estuviera helando hasta la muerte.
Volvió a sacudir el cuerpo de Kenobi, pero no respondía.
Anakin y Ahsoka llegaron corriendo.
—Se ha escapado... —empezó la niña.
—¿Cómo está? —dijo de inmediato Anakin.
La única respuesta de Dhejah fue un sollozo de dolor puro.
Angustiado, Anakin se arrodilló a su lado, sacudiendo al hombre que descansaba sobre el regazo de Ernark.
—Obi-Wan —intentó—. ¡Obi-Wan!
Pero Obi-Wan Kenobi estaba muerto.