Olympo en Penumbra

By BGSebastian

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✨Novela ganadora del Watty Misterio/Suspenso✨ La psiquiatra Claire Jillian Davenport vacaciona con su esposo... More

Aviso
Preludio
Capítulo 1: El Hotel Olympo
Capítulo 2: Señor Mundo
Capítulo 3: Henry Preston Blackwood, el multimillonario
Capítulo 4: Dahlia Blackwood, la viuda
Capítulo 5: Tadashi Kurida, el director ejecutivo
Capítulo 6: El sello y la carta
Capítulo 7: Selin Akkuş, la heredera
Capítulo 8: Emilio Jacobo Santodomingo Borrás, el coronel
Capítulo 9: El discernimiento
Capítulo 10: Bruna Palmeiro Arantes, la estudiante
Capítulo 11: La segunda carta
Capítulo 12: Quon Ming, el empresario
Capítulo 13: María Paz Anaya Villareal, la monja
Capítulo 14: La confrontación
Capítulo 15: Los dioses olímpicos
Capítulo 16: Lars Schlüter, el profesor
Capítulo 17: Olenka Vadimovna Komarova, la diplomática
Capítulo 18: El sello del sobre
Capítulo 19: Amelia Elizabeth Wilde, la actriz
Capítulo 20: Claire Jillian Davenport, la psiquiatra
Capítulo 21: Pietro di Marco Bartolini, el abogado
Capítulo 22: Hasin Bharat Mhaiskar, el gerente
Capítulo 24: Privados de la luz
Capítulo 25: La cima del Olympo
Capítulo 26: El sacro pacto de silencio
Epílogo

Capítulo 23: El veredicto

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By BGSebastian

Claire había ordenado que el personal se retirara lejos, donde no pudieran escuchar nada, mientras a todos los huéspedes y al gerente les había ordenado dirigirse al vestíbulo para disponerse frente a la estatua de todos los dioses griegos que adornaba el centro del lugar. Ella, por su parte, se posó un poco más hacia la puerta principal del hotel Olympo para ver con claridad a todos y cada uno bajo el candelabro inmaculado con esmeraldas y diamantes que caía del techo.

El primero en llegar fue Pietro di Marco Bartolini quien le sonrió tímidamente a Claire y se ubicó donde ella lo ordenó. Luego vinieron Selin Akkuş y Tadashi Kurida quienes hablaban con voz muy baja, seguidos de sor María Paz Anaya Villareal que sostenía con delicadeza y firmeza la mano de la viuda Dahlia Blackwood que permanecía en silencio sepulcral. Segundos después arribaron el coronel Emilio Jacobo Santodomingo Borrás, quien guiñó un ojo a Claire en seña de complicidad, y Dame Amelia Elizabeth Wilde que estaba inmensamente consternada porque ninguna de las capas de su vestido estuviese fuera de lugar. Más tarde apareció de entre la penumbra Olenka Vadimovna Komarova con su usual mirada sobre el hombro y su superioridad exaltante tras de la cual se ocultaba Hasin Bharat Mhaiskar con su timidez y su tartamudeo incesante que jamás paraba. Quon Ming hizo acto de presencia mientras observaba a todos con enemistad cabalgante, como si hubiese llegado a un campo de batalla mordaz, pero antes de que ocupara su lugar, Bruna Palmeiro Arantes lo rebasó con su cuerpo despampanate y sus rizos indomables y tomó el lugar que le pertenecía. El último en llegar, como Claire lo había presupuestado, fue el profesor Lars Schlüter, quien caminaba con un paso tan parsimonioso y relajado que terminó desafiando la paciencia de algunos otros huéspedes.

Claire tenía a todos los posibles culpables frente a ella y podía ver cara a cara a cada uno, sabiendo lo que escondían, sabiendo sus verdades más devastadoras y sus secretos más íntimos. Había conocido a aquellas personas sin piedad y abruptamente, y como un tifón que golpea la costa sin previo aviso había irrumpido en sus almas y corazones para conseguir un bien mayor, un bien que esperaba alivianara la carga de todos aquellos que no eran víctimas de nada más que de la vida.

Aquellas doce personas, que más ella y el difunto daban catorce, formaban la combinación perfecta para igualar la estatua de mármol blanco y puro que estaba tras de todos, al representar a cada uno de los dioses que se erigían tras ellos, intentado alcanzar algo que jamás se esculpió.

Claire pasó algunos mechones de cabello que molestaban su cara tras sus orejas y humedeció su boca para después hablar.

—Tengo una idea de quién puede ser el Señor Mundo y espero no equivocarme.

—Necesitamos que esté segura —gruñó Olenka Komarova —. Si se equivoca, estamos condenados.

—Jamás podré estar totalmente segura. A menos de que el Señor Mundo decida decirnos su nombre, siempre habrá cabida para el error.

—Es comprensible —dijo Lars Schlüter, intentando proteger a Claire de palabras mordaces.

—El que estemos hoy aquí, juntos y en este hotel en la mitad de la nada, no es coincidencia, y lamento decirles que sea lo que sea que piensan vinieron hacer a acá, fueron engañados. No está aquí para discutir una participación en el próximo bombazo de la pantalla grande, Dame Amelia Wilde. Y tampoco se harán aquí negocios para recuperar viejas glorias, señor Ming. El vaticano no espera a ninguna monja de apellido Anaya Villareal y ningún gobierno planea tener conversaciones con una diplomática rusa de nombre Olenka. Solo estamos aquí porque el Señor Mundo así lo quería. Ni siquiera Pietro y yo estamos aquí porque queremos. Él lo planeó todo y lo planeó tan bien que hasta logró engañar al señor Blackwood para que saliera de su zona de confort y viniera a un lejano hotel en Suiza con poca seguridad bajo una promesa, imagino, de un jugoso negocio que no pudo resistir.

>>Dar con un asesino concreto fue como buscar una aguja en un pajar, porque el Señor Mundo supo exactamente a qué gallinas encerrar en este galpón. Todos aquí son potenciales culpables, a excepción mía. Todos estábamos donde debíamos estar mientras asesinaban al señor Blackwood. Todo salió a la perfección. Lo que aún me pregunto es por qué, si todo había salido de las mil maravillas, el Señor Mundo decidió jugar este juego para que lo descubriera.

—Es porque el tal Señor Mundo está igual de desquiciado    a Blackwood —alegó el señor Quon Ming —. Ambos están cortados con la misma tijera, no tengo duda de ello.

—Para desentrañar el nombre del Señor mundo tuve que valerme de todo —sostuvo Claire —, no solo de lo que ustedes me contaron, y eso me permitió descifrar que tenía una obsesión con los dioses griegos.

>>Zeus, señor del rayo, rey del Olimpo y dios de dioses no podía representar a ningún otro que no fuese el señor Blackwood, un multimillonario todopoderoso que parecía no tener rival ni temer a nada ni nadie, pero que terminó asesinado, y esto tiene una explicación. El Señor Mundo tiene un complejo de superioridad, un egocentrismo tan grande que no soportaba que nadie fuese mejor que él, pero que a su vez lo hacía sentirse como un ser único, alguien destinado a algo mucho más grande, alguien destinado a hacer justicia, un auténtico dios. Sin embargo, como cualquier dios se debía a la justicia divina encargada de balancear las inequidades de la vida, en este caso impuestas por Henry Preston Blackwood. Por eso el Señor Mundo tenía que ser alguien ajeno al mundo del asesinado, alguien que estuviese sobre él, sus acciones y las víctimas de esta, pero que a la vez pudiese saberlo todo y entenderlo. Lo anterior me llevó a deducir que el señor Blackwood nunca supo siquiera el nombre de su asesino, incluso no sabía de quien se trataba cuando vio su cara al momento en que le propinó el golpe que le arrebató la vida.

>>Más tarde aparecen en escena todos los demás dioses, que son víctimas del despiadado Zeus que hace y deshace a su voluntad y que necesitan a alguien que los auxilie. Primero está Hera, la esposa de Zeus, diosa de la familia y el matrimonio, que representa a Dahlia Blackwood, víctima de la violencia y el maltrato tanto físico como verbal de su esposo, que no tuvo otra opción que encontrar el refugio en los brazos de Hasin Bharat Mhaiskar, quien representa a Hermes, el mensajero de los dioses, encargado de cumplir los deseos de otros a cualquier costo, y también dios de la retórica con la cual calma a cualquiera. Por otro lado, está Hestia, la diosa que evita disputas, jamás va a la guerra y promulga el correcto orden de las cosas y que a su vez coincide con María Paz Anaya Villareal, la monja de compasión infinita, destrozada por un traumático momento en su vida causado, en parte, por el señor Blackwood. En el tablero entran después Deméter o en nuestro caso Amelia Elizabeth Wilde, quien da a luz en situaciones adversas, pero que repentinamente termina amando a su hija Perséfone más que a cualquier cosa en el mundo, dispuesta a hacer lo que sea por ella. Perséfone en este caso sería Harmony, la hija. Deméter o Amelia tuvieron varios consortes, entre ellos Poseidón, quien es una alegoría de Quon Ming, hermano en los negocios del señor Blackwood, pero siempre escondido bajo su sombra, que además termina abandonado por Deméter. Sin embargo, Perséfone o Harmony no está aquí en el Olimpo porque pasa el invierno en el inframundo, alejada de su madre. Después está Artemisa, diosa de la caza y el tiro con arco, representada por Olenka Vadimovna Komarova, la diputada que lucha a muerte por lo que cree le pertenece, siempre da en el blanco, pero que termina bajo el yugo del poderoso Zeus. Bruna Palmeiro Arantes es Afrodita, bella como ella sola, pero incomprendida en el romance y apartada de sus amores muchas veces debido a la adversidad. Ares es el coronel Emilio Jacobo Santodomingo Borrás, experto en la guerra y enfocado en matar, en derramar sangre y también un retrato de la masculinidad y la virilidad. Selin Akkuş es Dionisio, dios del vino y la diversión, ambos enfocados en el derroche y el éxtasis, y ajenos al resto del mundo, incluso ante la despiadada muerte de su padre, ocasionada por el señor Blackwood. Pietro di Marco Bartolini es Apolo, el dios de la luz, el sol y el conocimiento, muchas veces asesor de Zeus. También está Hefesto o Lars Schlüter, quien usa el martillo, cava y ama el fuego, una alegoría a su profesión de arqueólogo e historiador. Yo vendría siendo Atenea, siempre sabia y controlada, y, por último... Tadashi Kurida —dijo Claire al tiempo que le dirigía la mirada, igual que el resto de personas —quien representa a Hades, dios del inframundo y el mayor enemigo de Zeus, envidioso de su éxito y su poder, o a quien también podemos conocer por otro nombre... —Claire tragó saliva —el Señor Mundo.

Cuatro aplausos pausados y seguros se escucharon en el eco del vestíbulo producto del choque de las manos de Tadashi Kurida que observaba con una mirada de satisfacción a Claire, acompañada de una sonrisa leve donde solo elevaba la comisura derecha de sus labios.

En aquel momento, Claire Jillian Davenport supo que no se había equivocado. Vio como la cara del señor Kurida se ensombrecía para tornarse maquiavélica y horripilante. Los videojuegos que desarrollaba estaban plagados de referencias a los dioses e incluso él le había confesado su fascinación por ellos, había dicho incluso que por eso mismo había escogido el hotel.

Todo encajaba. Era ajeno a la realidad de todos ahí, casi tanto como ella. No conocía al señor Blackwood, jamás habían compartido palabra y por ende no había sido víctima de él, pero al mismo tiempo tenía conocimiento de sus acciones, de sus relaciones y de sus pecados, porque en un mundo hiperconectado nada se escapa a aquellas pantallas conectadas a la red que Tadashi era tan experto en controlar.

Tadashi Kurida era simplemente un vengador de causas ajenas, un Robin Hood egocéntrico que se creía Dios al tratar de llevar justicia a un mundo donde los poderosos siempre empujan a todos al vacío para obtener lo que quieren.

—Debo felicitarla, Claire. Desde el principio sabía que descubriría mi identidad —dijo Tadashi y todos los huéspedes que estaban a su alrededor dieron algunos pasos para alejarse de él, que permaneció inmóvil mientras veía a los ojos de todos los presentes por turnos —. Y ustedes en lugar de estar alejándose de mí como si fuera una paria deberían estar agasajándome, porque eso es lo que merezco. Asesiné a Henry Preston Blackwood cuando ninguno de ustedes se atrevió. Hice lo que todos querían y necesitaban, pero no fueron capaces de llevar a cabo. Libré a Dahlia de la violencia y ahora va a poder ser feliz con Hasin, su verdadero amor de la vida. Saqué del camino de Bruna y Harmony a un perverso hombre para que su romance no sea impedido por la homofobia injustificada, y ahora Amelia podrá descansar sin pensar que su hija va a sufrir por la intolerancia. Vengué la muerte del padre de Selin y el desplazamiento injustificado que cometieron Jacobo y Lars con los indígenas instigados por amenazas, para que de ahora en adelante puedan dormir en paz. Le devolví a Quon el honor que salió de su vida cuando su matrimonio se arruinó y su imperio se vino abajo. Salvé al país de Olenka de caer en una crisis ambiental que solo se acrecentaría con el tiempo y las manipulaciones. Y a ustedes, Pietro y Claire, les evité un final como el de Romeo y Julieta, porque, eventualmente, Pietro di Marco Bartolini se equivocaría y Henry Preston Blackwood no dudaría en desquitarse con Claire...

—¿Y a mí? —preguntó cabizbaja sor María Paz —. ¿Qué hiciste por mí? —Nadie habló por unos segundos —. Nada. ¡No hiciste nada por mí! —exclamó la monja —. ¡Al igual que no hiciste nada por los demás!

—¡Lo hice todo! —gritó Tadashi como un rabioso león —. ¡Y solo una bruta cegada por la mentira de la religión podría decir que no hice nada!

—¿Crees que siento más tranquilidad ahora? ¿O que podré dormir mejor?... No —se respondió así misma María Paz, tajante como el filo de un cuchillo —. No debes ocultar tus pecados bajo la misericordia. Lo que hiciste y lo que hemos hecho muchos acá no tiene perdón. Al final del día todos merecemos lo mismo que Henry Preston Blackwood, porque todos caímos en su juego de muerte, repulsión y venganza. Todos fuimos fichas de aquel tablero infernal que nos condujo a un final sin salida aparente.

—¡Te equivocas! —vociferó Tadashi Kurida en un tono más agonizante que el anterior —. Dios claramente no existe, porque si estuviera en algún lugar, ninguno de nosotros habría sido forzado por Henry Blackwood a ser lo que somos hoy en día. Y si tu dios o alguno de los dioses existieran, quizá se olvidaron de nosotros, se equivocaron al combinar tanto la maldad como la bondad dentro nuestro y cuando fue muy tarde para deshacerlo se largaron millones de años luz lejos de este mundo, para no tener que ver como los humanos destruíamos toda su creación e incluso a nosotros mismos. Por eso tu fe es vacía y nada más que una ilusión, porque si Dios no existe, de nada le sirvió creer en él, y si existe, usted le importa tanto como lo que nos importan los mosquitos en el verano o las lombrices en nuestros jardines.

—¡Ya tengo tu nombre! —dijo Claire, antes de que la monja refutara las acusaciones de Tadashi —. Gané —sentenció. —Tadashi sonrió, mientras gotas finas aparecían en su frente y su nariz, debido a la excitación con la que había estado hablando.

—No, Claire, ¿o prefieres que te diga "Jill"? Como aun lo sigue haciendo tu esposo incluso después de todo lo que le hiciste...

—¡Cállate! —ordenó Claire, furibunda, apretando los puños de sus manos.

—Si se acerca un paso más, coronel Santodomingo, enviaré todos los secretos de los presentes a los periódicos y noticieros más importantes de cada país. —Claire giró para ver al coronel y vio como estaba a punto de agarrar a Tadashi por el cuello —. Solo me basta con oprimir este botón —agregó el Señor Mundo, alzando la mano para mostrar un pequeño dispositivo —. Y no, Jill —dijo burlonamente —, no ganaste. Debías poner mi nombre en el sobre, más no divulgarlo a esta turba desagradecida.

Antes de que Claire pudiese abrir la boca para responder, las luces de todo el lugar se apagaron y la penumbra inundó despiadadamente hasta el último rincón del Hotel Olympo.

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