Un Sorprendente Verano

By DHAraya

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Un Sorprendente Verano Sinopsis Que un chico deba pasar las vacaciones con sus padres no es raro. Que no le a... More

Un Sorprendente Verano
Prólogo
Capítulo 1: Comienzan mis dulces vacaciones.
Capítulo 2: El pueblo Estrella Azul.
Capítulo 3: La chica de la gorra negra.
Capítulo 4: Coincidencias.
Capítulo 5: Más que curiosidad.
Capítulo 6: Mi plan, llamar su atención.
Capítulo 7: La chica que no puede oír.
Capítulo 8: Avergonzado.
Capítulo 9: ¿Amigos?
Capítulo 10: El lugar secreto.
Capitulo 11: Solos en el agua.
Capítulo 12: Confesiones.
Capítulo 13: Una noche de baile
Capítulo 14: No solo el primer beso.
Capítulo 15: Clases.
Capítulo 16: El regreso al Cometa
Capítulo 17: Tentaciones
Capítulo 19: Mi pequeño hermano.
Capítulo 20: Mensajes.
Capítulo 21: Discusión
Capítulo 22 : Echándola de menos.
Capítulo 23 : Dulce reconciliación.
Capítulo 24 : Una primera vez.
Capítulo 25 : Deseo contenido.
Capítulo 26 : Entre mis brazos.
Capítulo 27: Decisiones.
Capítulo 28: Dudas ante un problema.
Capítulo 29: Se terminaron...las vacaciones.
Capítulo 30: El principio del fin.
Capitulo 31: Perdida en la oscuridad del río.
Capítulo 32: La espera.
Capítulo 33: Verdades.
Capítulo 34: El despertar.
Capítulo 35: Verdades II.
Capítulo 36: Todo se terminó.
Capítulo 37: Ya es tiempo de que regrese a casa.

Capítulo 18: Solos en mi casa.

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By DHAraya

Estábamos sentados en la sala de mi casa, yo mirando la televisión y ella ojeando un álbum fotográfico de mi escuela que había hallado. Ese día todo el mundo había salido de mi casa, por eso nos dimos el lujo de acomodarnos en la sala para ver la televisión. Laura estaba sentada en dirección a mí, apoyada en la esquina del sofá con sus piernas sobre las mías. Mis manos recorrían la piel de sus tobillos con delicadeza mientras observaba la acción en la pantalla.

Cuando la escuché reír la miré enseguida. Me miró cuando apreté su tobillo suavemente.

—¿Qué? —quise saber.

Ella siguió sonriendo y me mostró el álbum, apunto una imagen de mí cuando tenía 13 años. En

ella usaba el uniforme del equipo de remo de la escuela. Sonreí.

—Fue cuando comencé a entrenar—ella asintió y la miró un segundo.

—Te vez un poco molesto—. Voltee mis ojos.

—Y lo estaba, ese día descubrí que no estaba entre los principales del equipo, solo era un suplente —arrugó su frente enseguida—. Lo solucioné en poco tiempo, ya estaba entre los principales la temporada siguiente.

—Debió dolerte en verdad ser un suplente.

Abrí mi boca un segundo antes de alzar una ceja.

—Yo no soy un suplente —solté un bufido— el entrenador no me quería en el equipo, lo más probable es que haya pensado que si me mantenía en ese lugar terminaría abandonando, al año siguiente yo estaba donde debía y él buscando trabajo.

Ahora ella abrió la boca sorprendida.

—¿Lo despidieron por tu culpa? —preguntó enseguida.

—No lo creo —dije dudando un poco. A decir verdad jamás había pensado en eso, ni siquiera cuando me había enterado, y ahora que analizaba la situación, estaba más que claro que era así. Lo más probable era que mi padre haya intervenido de alguna manera si luego de contarle lo que había pasado el hombre había sido despedido.

Observé la televisión un segundo.

Me pregunté por qué eso antes no me había importado en lo más mínimo y ahora sí. Me hacía sentir levemente incómodo.

—¿Eres bueno? —me preguntó, la miré enseguida olvidándome de mi reciente descubrimiento.

—Bueno, lo soy en muchas cosas, pero en qué específicamente—. Volteó sus ojos.

—En remo.

Asentí.

—Sí, muy bueno, tanto que mi equipo ganó los últimos cuatro años —y era verdad. Por lo menos podía decir que no había sido un inútil en ese lugar.

Arrugué mi frente cuando volví a pensar en esa época. En verdad por mi culpa habían despedido a ese hombre y a mí ni siquiera me había importado.

Cuando un cojín impactó en mi rostro parpadeé confundido y observé a Laura reír.

—Hey —me quejé y tomé el cojín.

—Deja de pensar en lo que no puedes cambiar—alcé una ceja.

—¿Qué? Eres alguna clase de gurú y no me lo habías dicho —le arrojé el cojín y lo agarró en el aire. Me miró tensa.

—A decir verdad sí —dejé de reír al ver su seriedad—, en el futuro quiere ser una oradora motivacional además de profesora.

Incliné mi cabeza hacia un lado pensando. Sonreí. Claro que podía verla delante de cientos de personas, hablando, motivando, enseñando. Sonreí aún más.

—¿Qué? —me arrojó el cojín de regreso y esta vez lo atrapé —no me crees capaz. Piensas que una mujer sorda no podrá enseñarles a otros—. Alcé una ceja ante sus palabras, más aún ante la expresión desafiante en su rostro.

Nunca la había visto así, molesta. Siempre había sido dulce, tranquila, como si fuera la voz de mi conciencia, siempre correcta. Ni siquiera la vez que nos habíamos encontrado con los chicos en el pueblo ella se había molestado.

Me sorprendía al verla ahora.

Sonreí suavemente y dejé el cojín a un lado. Me incliné un poco hacia ella hasta que pude poner uno de mis brazos bajo sus rodillas y el otro en su espalda. Ella jadeó cuando la alcé fácilmente y posicioné sobre mis muslos.

—¿Qué...? —murmuró y me observó a los ojos. Sentí que estaba tensa contra mí, ella se acomodó un poco.

Tomé su rostro con mis manos y la besé suavemente. Cuando se relajó me alejé.

—Tú puedes hacer lo que desees —le aseguré —y sé que no hay nadie y nada que te lo impida—. Acaricié sus mejillas con mis pulgares. —Sé que lo harás, jamás he pensado que no— ella abrió la boca pero no dijo nada, cuando la cerró un suave sonrojo apareció en sus mejillas.

Ese simple acto causó estragos dentro de mí. La besé enseguida, con lentitud. Sin dejar de acariciar su rostro.

Fue ella la que se alejó de mí.

—No podemos...—tomó aire y me miró —si tus padres...si mi madre llega —me mordí el labio un segundo y asentí.

—Está bien —la empujé para que se levantara y lo hice un segundo después de ella —ve a la bodega —pedí. Arrugó su frente confundida. Afirmé su rostro y la besé.

—Ve, estaré allí en 5 minutos —siguió mirándome confundida cuando asintió y salió de la sala.

Sonreí un poco al ver que incluso sin saber que quería confiaba en mí lo suficiente como hacer lo que le pedía.

Me moví hacia mi habitación sin pensar mucho, solo me detuve para ver lo que hacía cuando observé el paquete pequeño de aluminio en mi mano. Maldije en seguida.

—¿Qué estoy haciendo? —murmuré y me dejé caer en la cama.

Simplemente había subido a mi habitación por un condón, como si no fuera nada. Que esperaba, ir a la bodega y tener relaciones con ella sobre el capo del viejo automóvil que había allí.

Me quejé y desordené mi cabello frustrado. No podía hacerle algo así, no de esa manera. Sabía muy bien de que si insistía Laura terminaría accediendo a tener relaciones conmigo, ella confiaba en mí para eso. Me quejé y arrojé el paquete dentro del cajón de mi cómoda.

Si lo llevaba conmigo incluso sin pretender usarlo sabía que iba terminar no siendo así. Si no lo tenía por lo menos eso iba a detenerme de intentar tener relaciones con ella.

Antes de salir de mi habitación tomé una caja de mi escritorio, el celular que había ocupado hacía unos meses atrás, y lo llevé conmigo.

Cuando llegué a la bodega y la vi agachada al lado de mi viejo bote de remo sonreí suavemente. Me quedé unos segundos allí, viendo como sus dedos recorrían el borde de este lentamente, solo que al notar los pensamientos que esto me provocaba negué y me acerqué a ella.

Puse mi mano en su hombro y la sentí tensarse enseguida. Me miró rápidamente, pero se relajó al saber que era yo.

—Me sorprendiste —alcé una ceja.

—¿Quién más podría ser? —pregunté sonriendo. Ella se levantó y se encogió de hombros.

—Tardaste más de 5 minutos.

—Lo siento, estaba buscando esto —le mostré la caja y arrugó su frente—, ven.

Tomé su mano y la llevé hasta unas cajas apiladas en un rincón. Tomé unas mantas y las puse sobre ellas para poder sentarnos.

—Un teléfono celular —arrugó su frente y observó la caja unos segundos, luego a mí.

—Es para ti —se la entregué y ella abrió los ojos sorprendida—, no es el último modelo a decir verdad, yo ocupaba este hasta hace dos meses, pero como tú no tienes ninguno quiero dártelo.

Ella lo observó varios segundos. Cuando sus hombros cayeron y no me miró, arrugué mi frente.

Toqué su rostro y la hice girar en mi dirección.

—¿No te gusta? —pregunté.

—Kay, aunque me gusta que a veces se te olvide que soy sorda —apuntó la caja y me la regresó—, yo no necesito un teléfono, primero porque no puedo pagar la factura, y segundo, porque no lograré hablar contigo a través de él.

Volteé mis ojos y negué un poco.

—Primero, no es que se me olvide que eres sorda Laura, te aseguro que es algo que siempre recuerdo —es algo que me mantuvo lejos de ti, pensé un segundo—, solo que te comunicas tan bien que ya me acostumbré a hablar contigo —observó la caja un segundo antes de mirarme —segundo, el teléfono no solo sirve para que hablamos, sino también para que nos mandemos mensajes y correos electrónicos —ahora ella volteó sus ojos pero pude ver el suave sonrojo que tiñó sus mejillas, lo había olvidado —y tercero —sonreí maliciosamente —lo hago en mi propio beneficio —me miró confundida —de esta manera podré mandarte mensajes a cualquier hora, incluso en la noche—. Alcé mis dos cejas como si le dijera algo, sonrió un poco y negó.

—Estás loco.

—Posiblemente —le mostré la caja —¿aceptas mi regalo?

—Sigue estando el problema de la factura, me gusta tu idea de los mensajes, pero...—negué y toqué su rostro.

—Como es en mi beneficio yo lo pagaré.

—Kay —murmuró ella—, me vas a dar un teléfono y pretendes pagar también por...

—Por favor —la interrumpí antes de que siguiera dudando —hazlo por mí, si lo aceptas me harás muy feliz.

Arrugó su frente.

—Eso no es justo— murmuró —no tengo nada que darte.

—Me das más de lo que crees —aseguré —y si lo tomas como una paga por las clases, ya que no quieres hacerme feliz.

Ella tomó la caja de mis manos enseguida y la miré un segundo.

—Claro que quiero que seas feliz, y que uses esa escusa tan baja es muy feo —sonreí como si nada. Al final ella también sonrió—, está bien, acepto el regalo.

Pasamos la siguiente media hora jugando con el teléfono. Le enseñé como usarlo y ponerlo en silencio. Luego de tomarnos fotografías con él, y de que me enviara algunas a mi teléfono, estábamos recostados sobre las cajas, besándonos.

Mis dedos levantaron su camiseta y tocaron la piel de su vientre. Este se contrajo levemente ante mis caricias pero continué. Llegué a su cintura y regresé a su ombligo. Ella también me tocó. Levantó mi camiseta un poco solo que yo me alejé unos centímetros para quitármela y arrojarla lejos.

Se mordió el labio al verme un segundo, pero al siguiente las puntas de sus dedos recorrieron mis brazos hasta mis hombros, mi cuello y pecho, y regresaron a mi cuello para atraerme a su boca.

Seguimos besándonos, esta vez con más desesperación y, esa misma desesperación de ella, hizo que mis dedos encontraran el broche de su pantalón para abrirlo, bajar el cierre y meter mis dedos hasta su sexo.

Laura jadeó y se alejó un poco de mí. Observé su rostro mientras la tocaba, mantenía sus ojos cerrados y sus labios levemente separados. Su pecho se movía rápidamente por su inestable respiración. Me acerqué a su cuello y acaricié con mis labios el punto donde sentía su pulso acelerado.

Segundos después de su orgasmo, nos estábamos besando de nuevo, solo que me congelé al sentir sus dedos agarrar el cordón de mis pantalones cortos. Tragué tenso cuando sus dedos acariciaron la piel justo sobre el pantalón.

—Laura —susurré luego de alejarme y mirarla a los ojos. Había cierta resolución allí.

Un ruido fuera de la bodega me hizo sentarme enseguida y mirar por la ventana.

Apreté la mandíbula al ver la figura de una persona alejarse rápidamente.

—¿Qué? —le oí preguntar.

—Creí haber oído algo —mentí. Como ella tocó mi rostro la miré, cerré los ojos un segundo ante mi torpeza —lo siento, creí oír algo afuera.

Abrió sus ojos sorprendida, y luego preocupada.

Se puso de pie enseguida y arregló su ropa.

—Es mejor que regresé a mi casa —suspiré y asentí.

Luego de arreglarme salí de la bodega primero para ver que no había nadie mirando, le indiqué que saliera.

—¿Nos vemos mañana? —pregunté, negó suavemente.

—No puedo, mi mamá me quiere en la casa todo el día así que no saldré para nada —me sentí decepcionado enseguida—, probablemente no podamos vernos hasta el fin de semana.

Hice una mueca, recién estábamos a martes.

Ella me empujó con su hombro y la miré, sonreía.

—Pero podemos enviarnos mensajes todas las noches sin que nos interrumpan—. Sonreí ante eso.

—Todas las noches —repetí y sonreí con malicia—, no lo olvides.

Volteó sus ojos y se alejó.

—Adiós, Kay —me dijo sonriendo.

—Adiós, Laura —me despedí.

Cinco segundos después estaba caminando rápidamente hacia mi casa, en específico hacia la habitación de mi hermano, teníamos que hablar seriamente.

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