Entre Orquídeas y Secretos ✓

By Gimenabazante

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La vida para Mikhail Gurevich había perdido el encanto hacía muchos años, cuando había sido desprovisto de al... More

Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Epílogo

Capitulo 8

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By Gimenabazante

Víctoria supo desde el inicio que su hermano haría algo para evitar que ella vaya a la casa Gurevich. Y le enojaba saber que estaba consiguiéndolo. Ya había pasado la segunda semana del inicio de primavera  y ella continuaba en Londres. Le había agendado una cita con uno de los integrantes de El Comité de Orquídeas y varias más de interés. Pero al contrario de lo que creía su hermano ella Levantó sus cosas y se marchó después de la cita con el esnob hombre que solo se sentó a hablar sobre sus horquideas sin siquiera preguntarle a ella si sabia algo. Pedazo de imbécil pensó durante toda la interminable hora que estuvo sentada a su lado oyéndolo describir las hojas de la Cymbidium. Completo arrogante confirmo en la segunda hora cuando fardo sobre la Vanda. Como si ella no supiera que crecen suspendidas en el aire. Tres de esas tenía ella y no había fardado ¿O si? Se preguntó furiosa. Sólo porque tenía una y se hacia el importante. 

 Y encima se había tomado el atrevimiento de comentar que su boticario hacía su perfume con la Cymbidium, le habría gustado refregarle en la cara que no necesitaba un boticario para hacer su perfume. Se lo preparaba ella sola. Con sus propias orquídeas arrogante snob le habría dicho. Sin embargo se levantó con una sonrisa amable y le agradeció la amena charla. 

— ¡Adiós señorita! — La saludo cordial. — Le enviaré una flor de Zygopetalum. 

— Gracias. Me encantará cuidarla con sus consejos. — ¡Púdrete! Pensó mientras levantaba la mano y saludaba. — No se olvide por favor de enviarme la flor. Me encantaría conocerla. — ¡Ya la conozco viejo estúpido! Pero no he conseguido un bulbo. 

 Cuando la puerta del carruaje se cerró la sonrisa desapareció. 

Al llegar a casa su padre la miró sorprendido. 

— ¿Que haces aquí Víctoria? — Preguntó alarmado al verla bajar rápidamente del carruaje. 

 Levantó los brazos por precaución por si se tambaleaba, aunque sabía que se llevaría una reprimenda de su hija. 

— Tengo un compromiso con los Gurevich. — Le contesto simplemente. 

 La expresión desapareció del amable rostro de su padre. 

— No quiero que hagas eso. 

— Ya di mi palabra padre. — Le contesto y como no quería pelear subió las escaleras para cambiarse. 

 Él la espero a los pies de las escaleras, dando vueltas una y otra vez. Había hecho averiguaciones sobre lo que había dicho Ethan sobre ese hombre y se había alarmado al enterarse de que todo era cierto. Lo embargo la preocupación y el remordimiento cuando la vio bajar las escaleras con el bastón. Su hija estaba así debido a su imprudencia y confianza en los demás. 

 Si el hubiese averiguado a sus socios en vez de firmar rápidamente esos hombres no se habrían tomado la libertad de llegar a su casa, golpearlos y llevarse a su hija de casa durante tres meses mientras ellos eran obligados a cuidar de una joven secuestrada. Un intercambio necesario había comentado uno de los hombres con amabilidad. Cuando su hija había vuelto a casa era otra persona, golpeada, temerosa y triste. 

  Había llamado a los mejores médicos de Inglaterra; pero ya no había nada que hacer, la rodilla de su hija jamás se doblaria nuevamente. Esa no había sido la única herida que había traído consigo. El temor a salir incluso de su propia habitación fue la que la recluyó durante mucho tiempo en casa. Le había costado años volver a verla como antaño. Y le daba terror perderla nuevamente.

 Su error le había costado Demasiado caro. Y no iba a repetir el error. 

— No quiero que hagas esto. — Dijo con firmeza. 

 Los azules ojos lo miraron furiosos. 

— Ya he dado mi palabra. 

— Todo lo que ha dicho tu hermano es verdad. ¿Entiendes el peligro al que te expones y nos expones a nosotros, tu familia? 

— No pasará nada por hacer un arreglo en el jardín padre. — Ella puso los ojos en blanco. 

— Estás dispuesta a hacerlo a pesar de la negativa familiar. — Dijo casual su padre. Ella asintió. — De acuerdo. A cambio, cuando termines te casaras con el señor Mowsac. 

 Ella contuvo el aliento sorprendida. 

— ¡No me casare con ese hombre! 

— Si lo harás Víctoria y es mi última palabra. 

— No puedes obligarme… 

— Se hará tarde para tu reunión. — Su padre la dejo sola. 

 Los ojos se llenaron de lágrimas, conocia muy bien a su padre como para no sentirse preocupada por lo que acababa de decir. No iba a casarse con nadie, se dijo limpiándose las lágrimas que salían sin cesar. 


Mikhail tomo la llave que Ilya le dio del invernadero y se dirigió allí con paso lento y pensativo. Que no conociera la existencia de esa edificacion a pesar de haber vivido hacía diez años ahí le demostraba que jamás había mirado más allá de la fachada de la casa. Claro que jamás había mirado el jardín con detenimiento y debía admitir que haber arreglado ese estúpido invernadero con ella le había avivado la curiosidad. Cuando la llave vieja y oxidada giro su curiosidad se intensificó. 

  Él lugar era realmente grande. Al final del invernadero había un gran estanque con una fuente, claramente seca y tan llena de enredaderas que era difícil saber qué es lo que había debajo. A los costados había unos perterres en hileras, incluso había macetas colgadas. Todo estaba seco y muerto, un suave camino con pedazos de mármol llevaban a la fuente donde había un banco. En la esquina más alejada habia una mesa de mármol junto a una silla vieja y oxidada, en el cajón debajo de la mesa había tijeras y algunas cosas que él no identificaba. Sólo había vegetación seca y polvo. Cuando salió cerro la puerta a su espalda y miro el camino donde entraba un carruaje. Cerró con llave para que Svetlana no vaya a husmear y se fue con las manos en los bolsillos a recibirla. Moría de ganas de oír sus tonterías y quejas sobre la señora Lidia. Pero al contrario de lo que pensaba no bajo su hermana del carruaje si no Víctoria. 

  Él vestido celeste era tan simple como se podría esperar de una tela inmaculada. El único adorno que tenía era el volado en el pecho. La vio ruborizarse cuando se apoyó en un bastón para bajar del carruaje. Cuando ambos pies estuvieron en tierra se volteó para dejar el bastón dentro. Le habria gustado decirle que estaba bien, que si lo necesitaba que lo usé, pero no iba a incomodarla evidenciando que la había visto guardar su vergüenza rápidamente. Ella no lo había visto, estaba mirando los caminos del jardín cuando el apareció al costado de la casa. Cuando ella se ladeo para verlo él pudo ver sus azules ojos. La tristeza que había en ellos le preocupó, sus brazos cosquillearon por abrazarla y consolarla. Le habría gustado decirle que no le pasaría nada, que el solucionaría todo lo que enturbiaba sus ojos Océano. Hizo una suave reverencia y ella le sonrió tímida. 

— Buenos días. — Ella camino suavemente hacía la casa, el acoplo sus pasos. — Discúlpeme por no venir hace una semana, tenía unos compromisos en Londres, debía estar presente para el inicio de la temporada de primavera. Estuve pensando en esta isla de aquí. — Ella lo miró. La escuchaba atentamente con sus manos en su espalda caminando a su lado. — He pensado en respetar el redondel. — Ella hizo unas vueltas con la mano mirándolo. — Hacer un punto de color y varios rodeándolo. Empezaré por eso y después veremos cómo continuar. 

 Él asintió. 

— Vamos a arar la tierra primero. 

 Espero mientras él hablaba con sus empleados. Mikhail se acercó despacio y la miró de frente, ella sintió que se ruborizaba al ver su penetrante mirada. 

— He notado que está triste. — Bajo la cabeza para verla, con las manos apretadas a su espalda para no tocarla. — Triste y enojada. ¿Esta bien? 

— Me gustaría volver a hablar sobre el acuerdo para arreglar su jardín. 

— ¿Quiere el invernadero? — Preguntó amablemente. 

 Ella sonrió y le dio la espalda, se limpio una lágrima disimuladamente. 

— No puedo llevármelo. Pero creo que podríamos llegar a un acuerdo satisfactorio para ambos. 

— Por supuesto. — Contesto el rápidamente. — Dígame la cifra y le mandaré con Ilya el contrato. 

— No se… — Ella lo miró consternada. 

— Entiendo. Pondré una cifra aproximada y si le parece bien puede firmar el contrato que Ilya le llevará. ¿Ahora va a decirme por qué está triste? — Preguntó impaciente. 

 Ella sonrió pero la alegría no llegó a sus ojos. 

— Usted tiene sus secretos y yo los mios señor Gurevich. 

 Él asintió y se alejó quitándose el saco para comenzar a trabajar. 

Cuando el carruaje de su hermana llegó está bajo y se acercó corriendo a abrazar a Víctoria, luego lo miro dedicándole una sonrisa. 

— Crei que no vendrías. — Le dijo Sveta pisando la tierra. 

— Señorita Svetlana el vestido. — Dijo la mujer que acababa de llegar. Víctoria miró a la mujer de vestido negro con el moño alto y el rictus severo. — Buenos días. 

— Señora Lidia es un placer volver a verla. — Dijo Víctoria. 

 La mujer asintió y obligó a Svetlana a entrar a la casa.

— ¿La has contratado por algo en especial? — Le preguntó mirándolo concentrado en levantar la tierra. 

— Sus referencias son muy buenas. 

— Esa mujer es implacable. — Ella Levantó las cejas sorprendida. — ¿Quieres que tu hermana se case? 

— Quiero que se case no que se bese con cualquiera en las fiestas. 

 Ella apretó los labios para no reir. 

— No haré comentarios sobre ello debido a un episodio en común. — Dijo suavemente.

— Es diferente. — El la miró consternado cuando ella remarcó esa noche. — Tu no andas abrazando a todo el que se acerca. 

 Víctoria gimió por dentro debido al dolor de pierna. Necesitaba sentarse y dejar descansar la pierna. 

— Creo que por hoy hemos terminado. — Ella le tendió la asadera y trato de caminar por el irregular suelo. 

— Déjame ayudarte. — Susurró él mirándola fijamente. 

 Víctoria asintió sin mirarlo. 

— Mañana vendré con algunas macetas para comenzar a plantar. 

— ¿Quieres tomar el té? — Preguntó mirándola inexpresivo.

— Te lo agradezco pero debo volver a casa. 

 Él la vio partir y suspiro. 

— Ilya. — Dijo mirando el carruaje por el sendero. — Ilya. 

 Espero unos minutos hasta que se volteó ligeramente y lo llamo más fuerte. 

Ilya escucho que lo llamaba impaciente, seguramente era la segunda vez que lo llamaba o la tercera y se apresuró. No podía dividirse en dos, Ilya no podía dividirse para cada Gurevich, pensó cansado. 

— Quiero que hagas un contrato para la señorita Jackson. 

 Ilya asintió con los ojos abiertos cuando escucho la cifra. 

— No hay ningún problema señor. 

 Mikhail entró a la casa y se encontró con la señora Lidia que salía de la casa. 

— Buenas tardes. — Lo saludo la mujer

 Él movió la cabeza en señal de saludo y siguió caminando. 

— Si me disculpa... — Él se volteó a ver a la mujer. — No es apropiado permitir que la señorita Victoria haga ese trabajo ella misma. — Lidia apretó los labios al verlo poner las manos en su espalda prestandole atención. — Ella debe dar las órdenes y los criados hacer el trabajo y usted tampoco debería hacerlo. Además debe tener en cuenta la delicada salud de la joven. 

— La veo muy saludable. — Murmuró él tranquilamente. 

— La señorita Victoria es una mujer delicada y con discapacidades… 

 Él Levantó la mano para acallar esa  nasal voz. 

— La contraté para que se ocupe de mi hermana no para que me dé lecciones a mi. — Dijo sin emoción en la voz, como si hablara del tiempo por cortesía. —  Ocupese de sus asuntos que para eso le pago una alta cifra. 

Se dio vuelta y camino lentamente hasta su despacho.

—  Discapacitada. — Repitió molestó. — Tu mente estrecha, vieja imbécil. — Dijo entredientes. 

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