Tardes de otoño

By JoanaMarcus

29.2M 2.2M 11.4M

¿Qué es lo peor que podía pasarle a la pobre Mara después de reencontrarse con el que fue el amor de su infan... More

Introducción
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
EXTRA DE AIDEN

Capítulo 2

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By JoanaMarcus

Mini-maratón 2/2 ;)


2 - LENGUAS VIPERINAS

(Wonderin - Nicole Reynolds)


—Mara... —la cara de mi jefa empezaba a ser una advertencia muy clara y muy visual.

—¡Perdón! —musité apresuradamente.

Ya se me habían caído dos bandejas en un turno. ¿Qué demonios me pasaba? ¿Por qué era tan complicado concentrarse?

Ah, sí, porque cada vez que lo intentaba me venía a la cabeza cierto capullo engreído atravesándome con...

Dios, eso había sonado fatal.

Je, je.

Y, claro, con la distracción de que eso hubiera sonado tan mal... se me cayó otra bandeja.

—¡Mara! —espetó la señora Myers.

—¡Pero si esta estaba vacía! —protesté, recogiéndola rápidamente.

—Ya vale. Ven aquí.

Oh, oh. Bronca.

Suspiré y me acerqué a ella casi como si fuera a firmar la sentencia de mi muerte. La señora Myers se cruzó de brazos y me miró como si intentara descifrar el lío que tenía en la cabeza.

—¿Qué te pasa hoy? —preguntó.

Cerré los ojos un momento y dejé la bandeja en la barra, pasándome las manos por la cara.

—No lo sé —confesé.

La expresión estricta de mi jefa se volvió más suave al instante.

—¿No te encuentras bien? ¿Necesitas un descanso?

Dudé unos instantes.

—No lo sé —repetí al final.

—A lo mejor deberías comer algo. Ve a la cocina y que Johnny te prepare una hamburguesa.

—He comido antes de venir —le aseguré en voz baja—. No es eso. Pero gracias.

—Y, sea lo que sea... ¿quieres hablarlo?

Eché un vistazo a mis mesas. Estaban todas atendidas. Tenía unos minutos, pero... ¿realmente quería hablarlo con ella?

Es decir, la señora Myers era simpática y la verdad es que creo que una de las principales cosas por las que me gustaba era porque me recordaba a Grace, la novia de mi padre. Las dos eran bastante estrictas y testarudas, pero en cuanto conseguías rascar un poco la superficie descubrías a alguien mucho más sensible de lo que parecía.

Quizá por eso sentí que podía contárselo a ella.

—Es que... he conocido a un chico —le dije al final.

Una de sus cejas se disparó hacia arriba cuando también se apoyó en la barra, mirándome con interés.

—Es la primera vez que me hablas de un chico en el año que llevas trabajando aquí —me dijo, casi perpleja.

—Lo sé —musité.

—¿Y qué pasa con ese chico?

Suspiré, intentando expresar el lío que tenía en la cabeza de alguna forma que tuviera sentido.

—Técnicamente, no pasa nada con él —aclaré, incómoda—. Es más bien lo que no pasa.

—Oh —ella sonrió, y fue de las primeras veces que la vi sonreír en mi vida—. Ajá. Creo que lo entiendo.

—¿Sí?

—Me pasó con mi marido cuando lo conocí. Él iba detrás de mí y yo, sin saber muy bien por qué, lo rehuía. Y eso que me encantaba estar con él. No sé qué demonios me pasaba. Menos mal que él tuvo paciencia conmigo.

Sonreí, divertida, pero la sonrisa se apagó un poco cuando recordé de qué iba la conversación.

—El problema es que yo sí sé por qué lo rehúyo —murmuré.

La expresión de la señora Myers se volvió casi compasiva cuando me analizó durante unos instantes antes de asentir lentamente con la cabeza, como si me entendiera a la perfección.

—¿Quieres un consejo, Mara? —murmuró—. No dejes que una mala experiencia marque cómo vives tu vida.

Aparté la mirada y la clavé en mis manos. Ni siquiera me había dado cuenta de haber estado jugueteando con la bandeja todo este tiempo por los nervios.

—Ojalá fuera tan fácil —le dije en voz baja.

—Lo sé —me aseguró, separándose de la barra—, pero pocas cosas que valgan la pena lo son. Y ahora, déjate de tanta cháchara y ponte a trabajar. A ser posible, sin tirar más bandejas.

Sonreí y asentí con la cabeza.

Era extraño, pero Lisa no había aparecido ese día. Solo me quedaban diez minutos de turno y no sabía nada de ella. Seguramente tenía un examen. O se había quedado en casa con Holt. Fuera lo que fuera, seguro que después me encontraba un mensaje-disculpa suyo.

Y, como si hubiera sido invocada, unos pocos segundos más tarde escuché la campanita de la puerta y levanté la cabeza. Lisa entró a toda velocidad y vino prácticamente corriendo hacía mí, que la miraba con una mueca de sorpresa.

—¡Necesito tu ayuda! —exclamó nada más llegar a mi altura, al otro lado de la barra.

—¿Qué pasa? —pregunté, algo asustada.

—¡Tengo un examen en diez minutos!

—¿Y quieres que te ayude a copiar? —sugerí, confusa.

Me dedicó una mirada punzante. Ella nunca copiaría en un examen.

Rebuscó en su bolso rápidamente y sacó unas llaves que no había visto en mi vida. Cuando las plantó en la barra delante de mí, enarqué una ceja.

—¿Qué es esto?

—Unas llaves.

—Gracias, Lis.

—No hay de qué.

—Ahora solo necesito que especifiques un poco más a qué viene que las pongas ahí.

—Yo... necesito que me hagas un favor que no te va a gustar pero es un poco urgente y no sé a quién más pedírselo.

—Sí, claro —dije enseguida, sin pensar—. ¿Qué tengo que hacer?

—Llevarle estas llaves a mi hermano.

Mierda.

¿En serio? ¿Tenía que ser a él? ¿No podía llevárselas mejor al grinch? Seguro que me lo pasaba mejor.

Mi cara debió cambiar completamente, porque Lisa puso su cara de cachorrito más efectiva y entrelazó los dedos bajo su barbilla, como si me suplicara.

—Por favor, Mara, es urgente.

—¿No puedes dárselas tú cuando termine?

—Yo no voy a volver a casa hasta mañana. Y supongo que Aiden agradecerá poder entrar en la suya esta noche.

—¿Por qué tienes tú las llaves de su casa?

—¡Porque cuando trajeron sus cosas él todavía estaba fuera de la ciudad y alguien tenía que recibir a los de la mudanza! —su mohín se intensificó—. ¡Mara, por favor!

Suspiré, empezando a ceder, y ella procedió a cargar con la artillería pesada, aumentando su puchero.

—¿A quién quieres que se lo pida si no es a ti? —preguntó—. ¿A Holt? ¡Aiden ni siquiera sabe que tengo novio!

—Pero...

—¡Yo te ayudé con tu trabajo en nuestro último año de instituto! ¡Me debes una!

—¡Eso fue hace mucho!

—Por eso. Te estoy cobrando los intereses de demora.

—Lisa, no sé si...

—¡Ooooh, genial! ¡Gracias por hacerme este maravilloso favor!

Sonrió ampliamente y yo parpadeé, sorprendida, cuando se inclinó sobre la barra para quitarme la libreta y escribir a toda velocidad una dirección.

¿En qué momento había dicho que sí?

—Este es su gimnasio. Se pasa media vida ahí, seguro que te lo encuentras cuando termines —me dijo, dejándome el papel junto a las llaves—. ¡Te quiero, eres la mejor amiga del mundo, pásatelo en grande y mañana infórmame de tooodo!

—¡Espera, yo no...!

Me lanzó un beso con la mano y se marchó corriendo para que no pudiera negarme.

Bueno, lo que me faltaba para terminar de descentrarme.

Miré la dirección con una mueca y noté que mi jefa se acercaba y se apoyaba en la barra para dedicarme una sonrisita divertida.

—Así que vas a ir a ver a tu distracción particular, ¿eh?

—No me distrae, me molesta —mascullé.

Ella se echó a reír.

—Sí, mi marido también me molestaba cuando nos conocimos. Por eso ahora es mi marido.

Le puse mala cara, cosa que pareció divertirla todavía más.

Vale, estaba nerviosa.

Muy nerviosa.

De hecho, me sentía como si cada minuto que pasaba fuera una tortura. Era como si el tiempo fuera eterno y a la vez se consumiera demasiado rápido. Simplemente, era extraño. No quería ir y, a la vez, tenía demasiada curiosidad como para no hacerlo.

¿Por qué estaba tan alterada solo con la perspectiva de volver a verlo? Por Dios, solo era un chico.

Al final, incluso Johnny se dio cuenta de que algo andaba mal, porque cuando los dos colgamos los delantales para marcharnos, me echó una ojeada curiosa.

—¿Algo va mal, encanto?

—No, es solo... mhm... —vale, ¿a quién quería engañar?—. Sí. Tengo que ir a ver a un capullo engreído.

Sonrió, muy divertido.

—Creo que voy a necesitar un poco de contexto.

—Tengo que ir a dejarle estas llaves al hermano de mi mejor amiga. Y para ello tengo que ir a su gimnasio.

—¿Qué gimnasio es? A lo mejor puedo acompañarte.

Saqué el papelito de mi bolsillo trasero y se lo enseñé. Él sonrió al verlo.

—¿Bromeas? —me miró—. ¡Ahí trabaja mi hermano!

—¿Eh? ¿En serio?

—Sí, en serio. Conozco el camino a la perfección. Vamos, yo te llevo.

—¿Alguna vez te he dicho que te adoro, Johnny?

—Seguramente, pero nunca viene mal que me lo recuerdes.

Sonreí y me hizo un gesto para que lo esperara junto a su coche, que era un modelo de esos gigantes que yo nunca habría querido conducir porque, básicamente, sería incapaz de pasar por ningún lado por el miedo a chocarme con cualquier cosa.

Pero Johnny condujo de maravilla por las calles y callejones de la ciudad hasta llegar a una calle bastante larga y poco iluminada que estaba formada básicamente por locales abandonados.

No me esperaba que el gimnasio de Aiden estuviera en una zona que gritaba no te acerques a mí de noche sola en veinte idiomas distintos nada más verla.

—¿Seguro que es aquí? —puse una mueca.

—Sí. El barrio es malo, pero también es perfecto para mantener la privacidad de los boxeadores —él también puso una mueca—. Me alegro de haberte acompañado, encanto. No me gusta esta zona.

—Bueno, yo sé defensa personal —sonreí.

Él negó con la cabeza y aparcó el coche.

—Entraré contigo, así saludaré a mi hermanito. Hace mucho que no sé nada de él —puso una mueca—. Conociéndolo, seguro que ha engordado.

El coche se quedó aparcado delante de un gimnasio cuyo cartel parecía bastante viejo y cuyas puertas eran de hierro grueso, haciendo que fuera bastante dificultoso abrirlas. Tuve que darles un buen empujón para que cedieran.

Para mi sorpresa, el interior era bastante más... acogedor. Había un recibidor con un mostrador y un chico joven detrás que tecleaba algo en un ordenador mientras masticaba chicle ruidosamente. Un hombre bajo, con perilla gris y los brazos repletos de tatuajes, le estaba diciendo algo cuando nos acercamos.

Sin embargo, la conversación se cortó en seco cuando Johnny, a mi lado, ahogó un grito dramáticamente.

—¡Robbie! ¡Hermanito, ven aquí!

Espera, ¿ese era... su hermano?

¡Si no se parecían en nada!

Johnny era un grandullón musculoso y Robbie era bajito y un poco regordete. Y los rasgos faciales... tampoco se parecían mucho en ese aspecto.

—¿Qué haces tú aquí? —Robbie nos miró, sorprendido—. ¿Vas a empezar a entrenar a tus años? ¿No eres un poco viejo?

—¿Y tú no eres un poco gordo para trabajar en un gimnasio?

—Yo no estoy gordo, tengo los huesos anchos —se enfurruñó.

—Bueno, déjate de tonterías. Solo quería acompañar a mi hija adoptiva.

Negué con la cabeza, divertida.

—Oh, hola —Robbie me ofreció una mano con una sonrisa educada—. ¿Cómo estás, encanto?

Vale, lo de encanto era algo de familia.

—Bien. Un placer, Robbie.

—Ejem... es Rob —sus mejillas se tiñeron de rojo cuando Johnny empezó a reírse—. Lo de Robbie solo me lo dice tu querido amigo.

—Mara tiene que ver a uno de tus chicos —aclaró Johnny.

Eso definitivamente captó la atención de Rob, y ahí fue cuando caí en la cuenta de que debía ser el entrenador de Aiden.

No parecía un entrenador de boxeo, aunque... bueno, yo tampoco había visto a un entrenador de boxeo en mi vida, así que tampoco tenía muy claro cómo deberían verse.

—¿Sí? —me miró bien, como si intentara descifrar quién era—. ¿A cuál?

—A Aiden —aclaré.

Eso terminó de despertar su asombro, porque sus cejas casi llegaron a las raíces canas de su pelo.

—¿A Aiden? —repitió, pasmado.

—¿Hay... algún problema? —murmuré, confusa.

Él se limitó a poner los ojos en blanco.

—Para uno que nunca había traído chicas por aquí...

Vale, no sé por qué eso me emocionó. No debería hacerlo.

Me daba igual ser la primera chica que iba por ahí a buscar a Aiden. Absolutamente igual. Completamente igual.

—Le quedan diez minutos de entrenamiento —me dijo Rob—. Seguramente estará en el saco. Venid conmigo, os acompañaré.

Tenía un nudo de nervios en el estómago cuando Rob empujó otras puertas de hierro, solo que estas conducían a una amplia sala de gimnasio con un ring en medio en el que dos chicos estaban peleándose mientras un hombre les daba instrucciones. A su alrededor, había varias máquinas, sacos de boxeo de todo tipo y color, y varios bancos. Olía a cuero y sudor, y el ruido de las zapatillas resbalando por el suelo resonaba en toda la sala.

—Sí, mira —interrumpió Rob mi observación—. Ahí está Aiden.

Y... ahí estaba.

Mierda.

Se me secó la boca cuando vi a alguien dándome la espalda. Una espalda gloriosamente desnuda. Solo llevaba unos pantalones cortos y unas zapatillas. Ah, y unos guantes rojos.

Tragué saliva con fuerza cuando vi cómo los músculos de su espalda se tensaban y destensaban al darle al saco negro que tenía delante.

—¿Y bien? —preguntó Rob al ver que prácticamente me había quedado desmayada en mi lugar—. ¿No vas a decirle nada?

—Ah, sí, sí... eh... sí...

—Hoy está de mal humor, te aviso.

—Mara puede manejar a un tipo de mal humor —le aseguró Johnny detrás de mí, riendo.

Respiré hondo y crucé el gimnasio con un nudo ardiente en la parte baja del estómago que se contraía por la tensión y otras cosas peores que prefería no saber qué eran. Mantuve mi mirada clavada en su espalda, pero noté que algunos de los que entrenaban me observaban con curiosidad al pasar.

Dios, odiaba que la gente me mirara, pero ahora prácticamente no podía darme cuenta de su existencia. Solo podía centrarme en él.

¿No podía usar una camiseta, al menos? ¿Aunque fuera solo para salvar a mis pobres nervios?

Finalmente, me detuve justo detrás de él y vi que llevaba puestos unos auriculares. Estaba completamente absorto en lo que hacía, así que ni siquiera se dio cuenta de que estaba ahí.

Por un momento, la tentación de quedarme mirándolo sin decirle nada fue muy grande. Grandísima. Colosal.

Es decir... el espectáculo era digno de ver, te lo aseguro.

No me había fijado hasta ahora, pero tenía una hilera de tatuajes cubriéndole el brazo izquierdo, desde la muñeca hasta el hombro y el pectoral, mientras que el otro solo le cubría desde el hombro hasta el codo.

Pero... ¡¿desde cuándo me gustaban tanto a mí los tatuajes?!

¡Si ni siquiera llevaba ninguno, me daba mal rollo pensar en ponerme algo permanente en la piel!

Vale, hora de dejar de babear y centrarme de nuevo.

Extendí la mano, dubitativa, y le rocé el antebrazo. Solo con eso se detuvo en seco y se giró hacia mí con una expresión que casi hizo que diera un paso atrás.

—¿Qué? —espetó, molesto.

Entreabrí los labios, sorprendida, pero entonces enfocó mi cara y parpadeó, pasmado, recorriéndome con los ojos. Cuando volvió a mirarme a la cara, ya no parecía molesto en absoluto. Solo extrañamente sorprendido y encantado a partes iguales.

—¿Amara? —preguntó, quitándose los auriculares y dejando que colgaran de sus hombros.

Sus hombros sudados. Se me secó la boca cuando vi una inocente gotita de sudor resbalándole por el cuello y, de pronto, me encontré a mí misma con la imperiosa necesidad de abanicarme el cuello.

—Eh... hola —dije, al final, con una voz (menos mal) bastante segura—. No quería molestarte.

—No me molestas —me aseguró, alejándose del saco para centrarse totalmente en mí—. Pensé que eras el pesado de mi entrenador.

Y se quedó mirándome con la curiosidad en los ojos, todavía con el pecho subiéndole y bajando irregularmente por el ejercicio.

Vale, quería saber qué demonios hacía ahí. Era lógico.

Solo había un pequeño problema.

Y es que a mí ya se me había olvidado porque estaba muy ocupada intentando no bajar la mirada por su piel desnuda.

Pero... ¿cómo demonios podría yo concentrarme en esas condiciones tan duras?

—¿Has venido a verme? —sugirió con una sonrisita.

Eso me hizo reaccionar y negué con la cabeza, como si fuera una bobada, antes de sacar las llaves de mi bolsillo.

—Lisa me dijo que te diera esto —aclaré.

Él las miró un momento antes de esbozar media sonrisa.

—¿Y no la has mandado a la mierda? Vaya, estás evolucionando.

—Bueno, soy una persona muy educada —me defendí, muy digna—. Y puede... ejem... puede que no me dejara otra opción.

Sonrió ampliamente, encantado, y casi me dio un infarto cuando bajó la mirada sin ninguna vergüenza para recorrerme el cuerpo con ella. En serio, con cualquier otra persona me habría producido rechazo, lo sabía. ¿Por qué demonios él no?

—Estaba teniendo una mala noche, pero acabas de alegrármela —me aseguró.

—Solo he venido, Aiden.

—Y eso ya es suficiente —sonrió como un crío.

Vale, no me había dado cuenta, pero me había acercado a él. O él a mí. No estaba muy segura. El caso es que pensaba con más claridad cuando nos alejábamos, así que di un paso atrás, cosa que hizo que sus ojos brillaran con diversión.

—Bueno —murmuré, acalorada—, yo debería irme y...

—Todavía podemos ir a ese concierto juntos.

No sé por qué, pero la idea me emocionó. Muchísimo.

Y no era precisamente por el concierto en sí.

—¿No has encontrado a nadie más con quien ir? —bromeé.

—No se lo he preguntado a nadie más.

Lo miré como si fuera a echarme a reír, pero la verdad es que era obvio que no bromeaba. Empecé a juguetear nerviosamente con mis dedos.

—Voy con el uniforme —musité, señalándome a mí misma.

Sí, ese día estaba tan distraída que ni siquiera llevaba el abrigo. Y todo por su culpa.

—¿No tienes chaqueta? —preguntó.

—Se me ha olvidado y...

—Eres un desastre —concluyó con aire divertido.

—Vaya, muchas gracias.

—Tengo una sudadera de sobra que está a tu entera disposición.

—Aiden, tienes que dejar de prestarme ropa.

—Sí, debería empezar a quitártela y dejarme de tonterías.

Noté que mi corazón daba un vuelco cuando él me dedicó una sonrisa absolutamente arrebatadora y empezó a quitarse los guantes raros que llevaba.

Ver eso no debería haberme hecho sentir tan cohibida como lo hizo.

—Me lo tomaré como un quiero ir al concierto contigo, Aiden —murmuró.

—Tu entrenador me ha dicho que todavía te quedaban diez minutos de entrenamiento.

—Bueno, que le den —concluyó sin inmutarse—. Voy a ducharme. Espérame por aquí.

—También puedo ir contigo.

Vale, había sido una broma.

Una broma muy poco apropiada teniendo en cuenta la tensión sexual que circulaba entre nosotros, pero sí, una broma.

Él se detuvo a punto de recoger su bolsa y levantó la cabeza hacia mí, sorprendido.

—No bromees con eso o te arrastraré conmigo a la ducha.

—Me encantaría verte intentándolo.

Vale, tenía que dejar de provocarlo, porque estaba empezando a alterar mi cuerpo entero.

Menos mal que no dijo nada, porque estoy casi segura de que habría terminado yendo con él si hubiera insistido solo un poquito más.

Solo me observó unos instantes, sonrió y sacudió la cabeza antes de desaparecer por la puerta de lo que supuse que serían los vestuarios.

Respiré hondo antes de ser capaz de coordinarme y arrastrarme a mí misma hacia la zona donde Rob y Johnny me miraban con expresiones bastante distintas. Rob parecía cabreado, Jonny solo curioso.

—Pero ¿qué hace ese testarudo? —protestó Rob—. ¿No le has dicho que le quedaban diez minutos?

—Eh... la verdad es que sí.

—¿Y se ha ido igual? —preguntó, irritado.

—Déjalos, Robbie —sonrió Johnny—, ¿no ves que quieren hacer cosas más interesantes que entrenar?

—Debería entrenar todas las horas que le dije —insistió Robbie, enfurruñado.

Y así siguió refunfuñando mientras yo miraba el gimnasio con expresión tensa. Estaba nerviosa. Y sentía que no iba lo suficientemente arreglada como para quedar con nadie. Y menos con el capullo del adonis.

Estaba tan ensimismada que ni siquiera me di cuenta de que Aiden había vuelto hasta que se plantó justo a mi lado, rozando su brazo con el mío.

Seguro que ni siquiera fue intencional, pero yo di un respingo igual, sintiendo ese breve contacto por todo mi cuerpo.

—¿Nos vamos? —preguntó él, ajeno a lo que me estaba provocando.

Yo asentí con toda la dignidad que pude reunir.

—¿Cómo que nos vamos? —Rob seguía cabreado—. Llegamos a un acuerdo con las horas, Aiden.

—Solo son diez minutos —él puso los ojos en blanco.

—¡Diez minutos pueden marcar una gran diferencia!

—Déjalos tranquilos —Johnny se puso de nuestra parte, sonriéndome—. Nos vemos mañana, encanto. Y tú... más te vale cuidar de Mara o tendré que ir a darte con la espátula en la cabeza.

—Seré un caballero —le aseguró Aiden con una sonrisa.

Seguí a Aiden fuera del gimnasio sintiéndome muy extraña, nerviosa y ansiosa a la vez. Ninguno de los dos dijo absolutamente nada hasta que estuvimos fuera y él se detuvo delante de las puertas del gimnasio, frunciéndome el ceño.

—No has venido sola, ¿no?

—Johnny me ha traído —le dije, extrañada por la pregunta.

—Ah —y eso pareció calmarlo un poco.

—¿Por qué? —pregunté al final.

—No vengas por aquí sola —murmuró—. Y menos de noche.

—Sé defenderme perfectamente, Aiden.

—¿No me dijiste que nunca habías golpeado a nadie?

—Pero sé defensa personal. A lo mejor llego a practicar contigo.

—Al masoquista que llevo dentro le encanta esa idea.

Iba a sonreír, pero me contuve a mí misma, riñéndome en silencio. ¡No tenía que sonreír al enemigo!

—Además —me crucé de brazos—, ¿qué te hace pensar que volveré?

—Soy optimista.

—Y poco realista.

—Eso ya lo veremos.

Empezó a andar y yo sonreí disimuladamente, siguiéndolo calle abajo. Él se había cambiado de ropa y ahora llevaba una sudadera negra con unos vaqueros. Solo eso y ya parecía un modelo de Calvin Klein. Yo, en cambio, seguía con mi estúpido uniforme. Puse una mueca.

Justo cuando estaba empezando a relajarme llegamos al coche. Me abrió la puerta del copiloto con una sonrisa de angelito y yo me subí después de entrecerrarle los ojos.

En cuanto se subió a mí lado, se giró para buscar algo y me tendió la sudadera que me había prometido.

—¿Cuánta ropa guardas aquí? —pregunté, confusa, mientras me la ponía.

—No mucha. Algunas cosas por si alguna vez me olvido la bolsa del gimnasio —se encogió de hombros y me miró mejor—. ¿Ves? Ya vas vestida para una alfombra roja. No hay problema.

Puse los ojos en blanco cuando arrancó el coche y empezó a conducir tranquilamente. Intenté no pensar en la mano que tenía apoyada otra vez en el cambio de marchas, peligrosamente cerca de mi rodilla.

Y la pregunta me salió sin pensar:

—¿No tienes moto?

Pareció un poco confuso durante unos segundos, antes de echarme una ojeada rápida.

—La verdad es que no, ¿por qué?

—Tenía la esperanza de que la tuvieras y pudiera robártela.

—¿Te gustan las motos? —sonrió.

—Mucho. Mi padre tenía una y una vez me dejó conducirla.

—¿Y qué tal fue?

—Ejem... puede que chocara contra la valla del vecino. Y puede que fuera la última vez que me la dejó.

Él empezó a reírse y yo sentí que me relajaba un poco.

—Bueno, ya compraré una —bromeó.

—Avísame para poder venir a robártela.

—Solo nos faltará encontrar una valla con la que puedas chocarte.

—La pared de tu casa no parece una mala opción.

—Si te implica a ti estando en mi casa, estoy de acuerdo.

Negué con la cabeza y él subió el volumen de la radio al notar que nos quedábamos en silencio.

Tuve la tentación de girarme y mirarlo en varias ocasiones, pero me contuve. No me entendía a mí misma. ¿Qué me pasaba con ese chico? ¿Por qué dejaba que me afectara tanto?

Al final, llegamos por fin al establecimiento donde se hacía el concierto y yo pude notar, aliviada el aire frío en mi cara cuando entramos en él. Al parecer, era de un grupo de rock. O eso me parecía por la gente que me rodeaba.

Johnny se llevaría bien con ellos, seguro.

Cuando vi que íbamos a meternos entre la gente, automáticamente rodeé la muñeca de Aiden con una mano y vi que él sonreía, pero no hizo ningún comentario al respecto.

Él se abrió paso fácilmente entre la gente, asegurándose varias veces de que seguía detrás de él, pegada a su brazo. Cuando llegamos a la zona más cercana del escenario, le dijo algo a uno de los de seguridad, que asintió con la cabeza y nos dejó pasar.

Justo cuando íbamos a llegar a la valla que había justo delante del escenario, choqué de frente con una chica rubia que llevaba tacones —sí, tacones en un concierto— y tuve que sujetarme completamente a Aiden para no caerme de culo al suelo.

Ella me dedicó una sonrisita de disculpa.

—¡Perdón! —pero tenía prisa, así que tiró igualmente de la mano de su amiga, que tenía cara de no querer estar ahí—. ¡Vamos, Brooke!

—Que ya voy —suspiró su amiga.

Las seguí con la mirada antes de volver a centrarme en Aiden, que había conseguido hacerse un hueco en la zona de las vallas. Me hizo un gesto para que me pusiera delante de él y yo lo hice, apoyando ambas manos en la barra de hierro. Sentí que se me secaba la garganta cuando apoyó las manos junto a las mías, quedando pegado a mi espalda y haciéndome de escudo humano.

Bueno, no era una posición desagradable, te lo aseguro.

—¿Estás bien? —me preguntó con una sonrisita.

—Tan bien como siempre —me hice la interesante.

Él empezó a reírse, cosa que me distrajo por unos instantes.

—¿Qué le has dicho al de seguridad? —pregunté, curiosa.

—Mi entrenador conoce a la manager del grupo —se encogió de hombros—. Casi siempre nos deja entrar en sus conciertos.

—Es decir, que no tenías entradas, has improvisado porque te he dicho que sí.

—Básicamente, sí —sonrió.

Negué con la cabeza, divertida.

—Y no me arrepiento —me aseguró.

Iba a decir algo, pero me callé cuando vi que las luces del escenario empezaban a brillar. La gente se volvió loca y Aiden me apretó un poco contra la barra de metal, manteniéndome en mi lugar y soportando los empujones por mí.

Vaya, vaya. Había encontrado un caballero.

Admito que se me secó la garganta al instante, y seguí así porque cada vez que alguien nos empujaba —que pasaba a menudo—, él me ponía una mano en la cintura para mantenerme en mi lugar y asesinaba con la mirada a quien fuera que lo había hecho.

Así que sí, el concierto empezó... pero yo no le presté atención. Ni un poquito.

Pudimos estar ahí horas, pero para mí solo fueron minutos. Demasiado cortos.

¡Incluso llegué a desear que alguien más nos empujara para que volviera apretujarse a mí!

Pero ¿qué me pasaba?

Que estás salida.

Gracias, conciencia. Tan fina como siempre.

Para eso estoy aquí.

No reaccioné hasta que escuché el ensordecedor sonido del aplauso que surgió a mi alrededor cuando el cantante dijo algo. Supuse que se había despedido, porque Aiden se separó de mi espalda y la gente de nuestro alrededor empezó a dirigirse a la salida.

—¿Te ha gustado? —me preguntó él, mirándome.

—Yo... ejem... no ha estado mal.

Igual podría ser más específica si hubiera escuchado, aunque fuera, durante cinco minutos seguidos.

Lo seguí hacia la salida —abanicándome cuando no me miró—. En cuanto estuvimos fuera, agradecí de nuevo la oleada de aire frío. Mi sistema nervioso la necesitaba.

Para mi sorpresa, Aiden pasó de largo junto al coche y cruzó la calle para ir a un bar que había al otro lado. No me quejé en absoluto cuando buscó con la mirada y fue a sentarse en una de las mesas del fondo, una de las apartadas, de las íntimas.

Bueno, ahora sí que estaba nerviosa.

Me dejé caer en la silla que tenía al lado de él y el camarero se acercó rápidamente para traernos las bebidas que había pedido un momento antes Aiden en la barra. Fue un poco triste ver que nos traía dos aguas. Seguro que éramos los dos únicos de ese local que no bebían alcohol.

Nos quedamos un momento en silencio, cada uno mirando un lado del bar, hasta que él se giró hacia mí y enarcó una ceja con curiosidad.

—¿Por qué dejaste de venir a nuestra casa?

Eso me pilló totalmente desprevenida.

—¿Eh?

—Hace unos años venías cada día a ver a Lisa y, de pronto, dejaste de hacerlo. ¿Por qué?

¿Se había dado cuenta?

Bueno, no era la conversación que esperaba tener con él esa noche, pero no estaba mal.

—Fue... ejem... por nada en concreto —le dije, al final—. Mi madre me cambió de instituto y dejé de ver a Lisa tan a menudo.

—Mi madre te echó de menos.

No pude evitar una pequeña sonrisa. La madre de Lisa y Aiden, Claire, era un verdadero encanto con todo el mundo, y conmigo especialmente porque era la mejor amiga de su hija. La echaba de menos. Hacia años que no la veía.

—¿De verdad? —pregunté.

—Claro que sí. Te adora. Decía que conseguías sacar a Lisa de su caparazón para que consiguiera relacionarse con los demás.

Oh, Claire... en cuanto fuera a ver a mi padre, tenía que visitarla.

—Me quería más de lo que me merecía —le aseguré con una pequeña sonrisa, pasando un dedo por el borde de mi vaso.

—No digas eso.

—Arrastraba a Lisa conmigo a escondidas a fiestas adolescentes desenfrenadas. ¿Te parece que era una gran influencia para ella?

—¿A escondidas? —repitió, burlón—. Todos lo sabíamos, solo fingíamos no hacerlo para que mi hermana saliera un poco de casa.

Puso los ojos en blanco.

—Incluso mi hermano pequeño lo sabía.

Sonreí al pensar en él.

—¿Cómo está Gus Gus? —bromeé.

—Si te oye llamarlo así, probablemente cabreado.

Lisa y yo solíamos llamar Gus Gus a su pobre hermano pequeño, Gus, diciéndole que se parecía al ratón regordete de Cenicienta. Él siempre se enfadaba con nosotras, claro.

—Está en su último año de instituto —me dijo Aiden, acomodándose en el respaldo de su silla—. No está sacando muy buenas notas. Creo que mi padre lo castigó hace poco.

—Pobre Gus Gus —sonreí—. ¿Y tus padres?

—Bien. Mi madre sigue siendo extrañamente feliz cuidando a críos en una guardería y mi padre arreglando coches.

—Veo que siguen igual.

—¿Y tus padres?

—De mi madre no sé mucho —dije, poco afectada—. De vez en cuando me envía regalos de los lugares a los que va, aunque nunca especifica de dónde son, así que tengo un montón de artilugios de lugares desconocidos.

Él empezó a reírse y yo seguí hablando.

—Y mi padre está muy bien. Más que bien. Hace unos años encontró novia. Se llama Grace. Es muy simpática.

Vale, ¿qué hacía hablando con Aiden de mis no-dramas familiares?

—Sabes que acabas de destrozar el estereotipo de la madrastra malvada, ¿no?

—Si te soy sincera... intenté odiarla al principio, pero no fui capaz.

—¿Así como intentas odiarme a mí? —sugirió con una sonrisita.

—Yo no intento odiarte —mentí.

—Sí lo haces. Pero no entiendo el por qué.

Yo tampoco, la verdad.

Bueno, ni yo.

Así que decidí hacer lo mejor para mí y para él: ser yo misma.

Y, con ser yo misma... me refiero a dejar las cosas claras antes de que alguien se confundiera.

—Mira, no he salido con nadie en unos cuantos años —le dije directamente, mirándolo—. Concretamente, desde los quince años.

Él enarcó un poco las cejas, sorprendido.

—¿No te ha gustado nadie desde entonces?

—No —le aseguré, medio divertida—. Te aseguro que no.

Aiden cambió su expresión a una más curiosa, como si intentara adivinar qué estaba pensando.

—La cosa es... —seguí, sosteniendo su mirada—, que no tenía pensado empezar a hacerlo otra vez. Especialmente con el hermano de mi mejor amiga.

—¿Y por qué no? —sonrió de lado, divertido.

—Porque no voy a hacerlo. Y menos para echar un polvo.

—¿Echar un polvo? —dejó de sonreír y frunció el ceño—. ¿Por qué asumes que solo quiero hacer eso?

—Bueno, sé leer las señales.

—Pues debes tener miopía.

Intenté no reírme. ¡La situación era seria!

—Mhm... —murmuré, poco convencida.

Él puso los ojos en blanco y se inclinó sobre la mesa con los codos, acercando peligrosamente su cara a la mía.

—Si solo quisiera echarte un polvo, Amara, te aseguro que no estaría siendo tan sutil.

Espera, ¿sutil? ¡¿Esa era su faceta sutil?!

Madre mía, no quería verlo en acción. Iba a darme un ataque.

—¿Y qué quieres, entonces? —pregunté, a la defensiva.

—Solo... quiero conocerte. ¿Tan difícil es de creer?

Sí, un poco. Lo miré con cierta desconfianza antes de clavar la mirada en mi vaso otra vez, dándole vueltas al asunto.

—Lo único que tengo atractivo es la lengua viperina —le aseguré—. Y la mayoría de los chicos no lo encuentran atractivo. Prefieren a una chica dulce y todo ese rollo.

—Yo prefiero quedarme con la lengua viperina.

—Eso no lo vas a pensar cuando termine esta reunión de amigos.

—¿Reunión de amigos? —puso los ojos en blanco.

—Ajá.

—Amara —suspiró—, ¿no te parece que estás un poco a la defensiva otra vez?

—No estoy a la defensiva, solo soy sincera.

Pude notar su mirada repasándome el perfil como si me quemara, pero me mantuve firme con la mirada en mi vaso.

Entonces, no pude evitar dar un respingo cuando noté que su rodilla se pegaba a la mía por debajo de la mesa. Solo ese simple contacto hizo que levantara la cabeza de golpe para mirarlo.

Se había inclinado más sobre mí, y ahora tenía un brazo por encima del respaldo de mi silla.

—¿Puedo ser yo también sincero? —preguntó directamente.

Oh, no estaba segura de estar preparada para eso.

Pero a mi cuerpo le dio igual, porque asentí automáticamente con la cabeza, incapaz de articular una sola palabra.

—Bien —sonrió—. Pues espero que puedas mantener esa lengua viperina quieta por un minuto y dejarme hablar.

Entrecerré los ojos, pero me centré de nuevo cuando vi que empezaba a hablar.

—Cuando te vi hace unos días en esa fiesta, no me podía creer que la cría insoportable que recordaba se hubiera convertido en... esto. Es decir, sigues siendo insoportable, no me malinterpretes, pero no puedo decir que no me guste. Y no solo físicamente, aunque admito que podría mirar esas tetas perfectas, o esa boca (aunque cuando la abras seas tan sarcástica), o ese pelo pelirrojo, o esos ojos castaños, o esas pecas... pero no solo es eso. También me gusta tu mala leche. Y tengo que admitir que no sabía que tenía esta parte masoquista dentro, pero también me gusta que me mandes a la mierda de vez en cuando, especialmente cuando me hago el gracioso. Solo hace que quiera acercarme más a ti.

Y, tras decir todo eso, se limitó a enarcar una ceja como si nada.

Yo, por mi parte, creo que estaba incluso hiperventilando.

—Ahora que los dos hemos sido sinceros... —concluyó—, ¿podemos asumir ya que esto es una cita y dejarnos de tonterías?

Me quedé mirándolo con la boca entreabierta por lo que pareció una eternidad hasta que él bajó la mirada hacia ella y me obligué a reaccionar, tragando saliva.

—Sí, supongo —dije con voz aguda.

—Genial.

Seguía medio alterada cuando él agarró su vaso de agua y le dio un trago como si nada. ¡Estaba tan tranquilo! ¡Yo estaba muriendo sofocada por mi propia temperatura corporal!

Cuando volvió a centrarse en mí, tenía una pequeña sonrisa en los labios.

—Así que no has estado con nadie desde los quince, ¿eh?

Por supuesto, esa había sido la parte que más le había llamado la atención de toooda la conversación.

—No —murmuré, intentando recomponerme.

—¿No has echado ningún polvo esporádico desde entonces?

—No es mi estilo.

—¿Y a los quince?

Puse una mueca.

—Solo estuve con dos.

—Almas afortunadas.

—¿Y tú qué? —enarqué una ceja, intentando provocarlo—. ¿Llevas la cuenta?

—No, es tan larga que dejé de contar hace tiempo —ironizó, poniendo los ojos en blanco—. Pues claro que llevo la cuenta.

—¿Con cuántas has estado?

—Tres chicas. En toda mi vida.

Vale, me esperaba que no respondiera a eso, no sé por qué.

—¿Te he decepcionado? —preguntó, divertido.

—Pensé que no responderías.

—Claro que lo haré. Pregúntame lo que quieras.

Oh, eso era darme mucho poder.

Y podía ir en su contra.

—¿Fueron novias tuyas? —pregunté, entrecerrando los ojos.

—Solo una de ellas. La última. Las dos primeras fueron... amigas, supongo. Nada serio.

—¿Y con la última?

—Con ella sí fue serio.

—¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?

Suspiró, pensándolo.

—Unos... cuatro años.

Whoa.

—¿Tanto? —levanté las cejas.

—Solo parece mucho tiempo cuando estás con la persona equivocada —me aseguró.

—¿Y cuánto hace que... ejem... ya no estás con ella?

—Un año, más o menos —ladeó la cabeza—. No te preocupes, Amara. Me tienes completa y absolutamente disponible.

—Qué alegría —ironicé, pero sí me había alegrado.

—Sé que en el fondo te alegra.

Lo miré durante unos segundos, analizándolo.

—No sé por qué, pero pensé que tu tipo de chica sería algo más... dulce —murmuré.

Él sonrió, sacudiendo la cabeza.

—Admito que las otras chicas eran de ese estilo.

—Qué bien —puse mala cara.

—Pero he cambiado de gusto. Ahora me gustan las pelirrojas de lengua viperina que me mandan a la mierda cada cinco minutos.

Vale, esa vez no pude resistirme. Empecé a reírme. Él se quedó mirándome al hacerlo.

—¿Cuál es tu tipo? —preguntó al final, tras mirarme unos segundos más.

—Cualquier cosa menos un capullo.

—¿No podrías ampliar un poco esa lista para aceptar capullos como yo?

—Podría plantearme una excepción.

Él sonrió y pareció que iba a decir algo, pero se calló cuando el camarero se acercó y nos quitó los vasos vacíos de delante. Debió darse cuenta de que interrumpía algo por el silencio que dejó, porque se puso colorado y se apresuró a marcharse.

—Bueno —eso me había sacado de mi ensoñación—, la verdad es que yo mañana tengo que trabajar. Y escribir. Y debería... ejem... irme a casa.

Y también quería aclararme un poco las ideas, cosa que no podía conseguir con él tan cerca.

Para mi sorpresa, no se opuso. Solo sacó un billete del bolsillo y lo dejó sobre la mesa antes de hacerme un gesto para que pasara por delante de él.

El trayecto en coche fue silencioso, pero extrañamente agradable. Jugué con las mangas de su sudadera, que me sobraban bastante al ser él tan alto, y también me permití a mí misma echarle unas cuantas ojeadas.

Aiden detuvo el coche delante de mi edificio y yo me aclaré la garganta, algo tensa. ¿Cómo se suponía que tenía que despedirme de él?

—Supongo que no me dejarás devolverte la sudadera —dije al final.

—Supones bien —sonrió como un angelito.

—Vas a terminar quedándote sin ropa.

—Mejor. Tendré una excusa para venir a buscarla a tu casa y quitártela de encima.

Puse los ojos en blanco, divertida, pero apenas había puesto una mano en la manija de la puerta para salir del coche cuando él me interrumpió.

—Dame tu móvil.

Le fruncí el ceño.

—De eso nada.

—Es para guardar mi número, testaruda.

—¿Y si no lo quiero?

—Entonces, no lo uses.

Le di móvil a regañadientes y él sonrió al empezar a escribir.

—Deberías bloquear tu móvil —murmuró maliciosamente—. Hay gente muy loca que podría quitártelo para meter su número.

Escuché su móvil vibrar, por lo que supuse que se había llamado a sí mismo para poder guardar mi número. Capullo inteligente.

—Sí, que suerte que no me haya cruzado con alguien así, porque probablemente me apetecería darle mi primer golpe.

Él empezó a reírse y se acomodó en el asiento.

—Buenas noches, antipática.

—Buenas noches, capullo.

No escuché el motor alejándose hasta que entré en mi edificio, y ahí fue cuando noté que mi cuerpo se iba relajando lentamente, como si hubiera estado tenso durante todo el tiempo que había pasado con él. Cerré los ojos y me calmé a mí misma antes de subir a mi piso.

Quizá mi noche hubiera sido más perfecta de no haber sido porque, nada más abrir la puerta, escuché los ruidos característicamente sexuales de la habitación de Zaida.

Genial, otra noche en vela.

Suspiré y entré en mi habitación, cerrando la puerta con fuerza para que se enteraran de que había llegado, aunque no bajaron el volumen. De hecho, me dio la impresión de que lo subieron. Suspiré.

Me quité la ropa —oliendo la sudadera por el camino— y me puse mi pijama con unos pantalones incluidos. No quería cruzarme en bragas con el amigo de Zaida por la mañana.

Y, aunque nunca lo admitiría ante nadie, también me puse la dichosa sudadera para dormir.

Cuando me metí en la cama, me quedé mirando un momento el techo sin saber muy bien cómo sentirme, pero me distraje completamente cuando escuché que mi móvil vibraba junto a mi cabeza.

Cuando leí el mensaje, no pude evitar una sonrisa estúpida muy poco común en mí.

Aiden: Sigo prefiriendo las lenguas viperinas.

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