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By teguisedcg

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Marc, Yaiza y Lola son tres hermanos que se ven obligados a mudarse a una nueva ciudad, lo hicieron en busca... More

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5 (II)

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By teguisedcg


CAPÍTULO CINCO

YAIZA


Releí el mensaje varias veces. Y cuantas más veces lo leía, más me descuadraba.

«¿Y qué cree que hace con el guiño ese?».

¿No le había quedado claro que no quería nada con él?

«No, no le había quedado claro».

Pero lo más molesto de todo es que había despertado algo al leerlo.

«¡Yaiza, céntrate!».

Volví de mis pensamientos cuándo escuché como alguien abría y cerraba repetidamente los cajones y las puertas del armario. Me giré sobre la silla para encontrarme a Lola rebuscando un conjunto deportivo, marchándose después dirección al baño para vestirse con él.

Rápidamente, me levanté de mi sitio y me acerqué al lado de mi armario. La imité. Ella estaba saliendo del baño cuándo yo estaba terminando de atarme los cordones de las zapatillas.

—¿Puedo acompañarte? —pregunté.

—Si ya estás vestida. No puedo decirte que no.

—Por eso lo he hecho —contesté divertida.

Miré por encima de mi hombro en dirección al desastre que había dejado en el escritorio.

«Lo recogeré luego», pensé a sabiendas de que intentaría buscar alguna excusa para no hacerlo.

Salimos del cuarto y anduvimos por el pasillo. Me fijé en que la puerta de la habitación de mi hermano estaba entreabierta y que la luz estaba encendida. Me acerqué a ella, asomé la cabeza por la rendija para encontrarme la imagen de Marc empaquetando cada una de las cosas que tenía en su cuarto.

En un momento dado levantó la vista de la caja de cartón que estaba embalando y su mirada menta encontró la mía heterogénea. Hizo un movimiento de cabeza y yo hice lo mismo. Iba a echarlo de menos. Siempre habíamos sido los tres contra el mundo. Aunque tampoco es que me fuese a morir, pero estaba segura de que no sería lo mismo que vivir con él.

«Tampoco quiero que se vaya para incordiarle. Vale, sí, también era por eso».

Retomé la marcha hasta la puerta principal del apartamento dónde Lola ya se encontraba trotando en su sitio.

—Vamos a estirar. Después bajaremos las escaleras trotando para calentar.

Abrió la puerta de casa y empezó a hacer sus estiramientos. Yo la miraba medio atolondrada. No sabía que una persona podía llegar a estirarse tanto. Intenté imitarla, pero me rendí al poco tiempo al darme cuenta de que por ser hermanas no significaba que tuviésemos la misma flexibilidad. Comparada con Lola era una especie de tronco andante. Bufé, resignada. Me senté en el frío suelo del rellano mientras mi hermana comenzaba a parecer una extorsionista con aquellas posturas.

Aparte de eso, estaba emocionada por salir a correr por nuestro barrio. Solo lo había podido apreciar cuando íbamos en el coche o en el bus. Todavía no había salido ni una sola vez a pie. Sin embargo, por lo poco que había observado era bastante bonito, al igual que el centro. El único fallo que tenía era la falta de costa. Para mí era algo vital.

En Málaga solía encantarme aprovechar las tardes que tenía pocas actividades del instituto para darme un paseo por la playa. Al llegar a la orilla me quitaba los zapatos, no importaba si era invierno o verano. Me los quitaba y dejaba que la espuma de mar acariciase mis pies desnudos, brindándome una sensación de paz y tranquilidad. Junto al sonido de las olas rompiendo y el molesto, aunque agradable graznido de las gaviotas como banda sonora. Las palmeras se ondeaban debido al viento. En esos momentos, daba igual lo que sucediese. Todos los problemas parecían ser engullidos por el agua salada.

Ahí, sentada en la arena junto con un buen libro, todo lo malo desaparecía y solo quedaba en tu mente el cálido sol y el oleaje. Sumergiéndote en el mundo de ficción que estuvieses leyendo.

—¿Yaiza?

Parpadeé un par de veces hasta enfocar la vista en mi hermana.

—Te has quedado mirando las musarañas, ¿vienes?

Asentí. Comenzamos a bajar las escaleras con las rodillas más elevadas de lo normal. Si las cuatro plantas las íbamos a recorrer así, yo empezaría a preparar mi funeral. Durante la bajada entre la tercera y segunda planta estaba replanteándome llegar hasta la entrada y subirme en ascensor, de vuelta a mi casa. Llegamos al portal. Yo sofocada y sonrojada, mi hermana totalmente enérgica y fuera de sí. Abrió la puerta y salió corriendo sin mirar a atrás. Yo me quedé más rezagada, aunque intentaba alcanzarla.

Llevaba veinte minutos intentando mantener el ritmo de mi hermana y notaba como las pulsaciones de mi corazón se habían acelerado. Mi respiración era irregular y tenía el rostro sudoroso y acalorado. En cuánto divisé una fuente de agua en un pequeño parque infantil, no dudé en acercarme Comencé a beber el agua fría que salía de esta, saciando mi sed. Junto con la brisa que corría, logrando refrescarme.

Me giré bruscamente para poder alcanzar a mi hermana cuándo choqué con alguien. Dicha persona se cayó al suelo por mi culpa. Y resultó ser bastante bajita. Bajé mi mirada hasta dar con unos ojos negros y unas regordetas mejillas sonrojadas. Sus ojos estaban llorosos y el labio inferior le temblaba. Me agaché para ponerme a su altura.

—¿Estás bien? —pregunté adquiriendo ese tono dulce.

Intenté tocarle para ayudarlo a levantarse o para asegurarme de que no se había hecho nada, pero el pequeño se apartó bruscamente de mí y me frunció el ceño.

—¿Cómo te llamas?

El niño me examinó de arriba abajo. Yo esperé pacientemente a que me contestase, pero no dijo nada. Lo único que cambió fue que frunció incluso más su ceño.

«¡Estúpida norma de no hablar con desconocidos!»

Mis padres también solían advertirnos de no hablar con gente desconocida. Pero en momentos como estos, debería ser una excepción. Decía yo. Porque haber como ayudaba yo a este chiquillo si ni siquiera me sabía su nombre. Resultaba frustrante.

El niño y yo comenzamos una batalla de miradas que no supe muy bien cómo iba a terminar. O si me serviría de algo.

«Paciencia».

Inesperadamente, el niño volvió a fruncir el ceño antes de señalarme con su regordete dedo un banco envejecido dónde se encontraba un chico sentado de forma despreocupada. Destacaba bastante en el ambiente infantil. Vestía entero de negro y tenía los brazos apoyados en las rodillas haciendo que el pelo ocultase parcialmente su rostro. Yo observé confundida al niño.

—¿Lo conoces?

El pequeño desconocido únicamente asintió. Empezó a caminar, pero yo lo frené y le tendí la mano. Sorprendentemente la aceptó.

Al llegar a la altura del chico de negro me percaté también de que estaba fumando.

—Perdona, ¿conoces a este pequeño? —pregunté dudosa.

El chico posó su mirada oscura en mí. Apartó su pelo largo del rostro y alzó una ceja mientras que una sonrisa divertida surcaba su rostro. Apagó el cigarro en el banco y lo tiró al suelo.

—¿Ya estás ligando, Kike? —dijo con la voz raspada. El niño a mi lado sonrió y soltó mi mano. —Gracias por traerlo.

—No hay de qué.

Me giré con toda la intención de irme cuándo su voz me hizo quedarme estática en el sitio.

—¿No me vas a decir tu nombre?

Sonreí antes de voltearme y contestarle:

—No debo hablar con desconocidos.

Me fui dejándole con la palabra en la boca. Durante todo el trayecto hasta llegar al bloque de apartamentos no pude dejar de reírme incrédula por la situación. En la puerta de la entrada ya se encontraba en Lola. Tenía el rostro crispado por la molestia.

—¿Dónde estabas? Pensaba que te habían secuestrado o algo.

«No nos gustaba dramatizar. Para nada».

—Paré para beber agua y me entretuve más de la cuenta —contesté, obviando el choque con Kike y la conversación con aquel chico.

Mi hermana me observó un rato más antes de asentir satisfecha. El clic de la puerta sonó y Lola iba a entrar y yo detrás de ella cuándo una voz hizo que nos girásemos a la vez. Totalmente confusas.

—Hola, vecina —saludó, sonriendo de forma ladeada.

¿Vecina? ¿Eh?

«¿Hola? Sí, ¿psiquiatra? Un loco desconocido me acaba de llamar vecina».

Lola y yo intercambiamos una mirada. Volvimos a fijar nuestros ojos en él. Este únicamente amplió aún más su sonrisa.

—¿Vecina?

Y no, no fui yo quien dijo eso sino mi hermana. Aunque había estado a punto de hacer la misma pregunta.

—Vivís en ese edificio, ¿no? —preguntó cómo si fuese la cosa más obvia del mundo.

—¿Y? —contesté bordemente. La arrogancia y yo nos llevábamos funestamente.

—Yo también vivo ahí —aclaró. Abrí la boca para decir algo, pero él me hizo un gesto con la mano pidiéndome silencio. Empezó a teclear en su móvil mientras que yo lo miraba incrédula. ¿Para eso quería que me callase? Iba a replicar cuándo empezó a hablar de nuevo. —Según la RAE, un vecino es aquella persona que vive relativamente cerca a otra. Pensaba que era más lista ...

—Yaiza —terminé la frase por él.

—Gonzalo, encantado.

Tras decir eso, acortó la distancia entre nosotros. Su rostro se acercó al mío divertido y yo me tensé. Impuse espacio entre él y yo sin darme cuenta. Era como un gato, cuándo se sentía acorralado daba unos pasos atrás para preparar y tener ventaja a la hora del ataque.

—Iba a darte dos besos —explicó, retirándose mechones azabaches que se interponían entre su mirada y la mía. Me ofreció la mano y se la estreché.

—Ella es mi hermana Lola.

—Encantada.

Y Lola, cómo no, si se dio dos besos con Gonzalo.

—Nos veremos por aquí —dije mientras abría la puerta de la entrada con toda intención de zanjar la conversación y marcharme a mi casa.

—¿A qué planta vais?

—Cuarta —respondió Lola.

—Nosotros vivimos en el ático.

—Puedo ver el parque desde mi casa —añadió Kike con su voz infantil. Una pequeña sonrisa se me formó al escucharlo.

—¿Vamos juntos en el ascensor? —preguntó Gonzalo.

Yo estaba de espaldas a ellos así que no pude saber que le había contestado mi hermana. Aunque no tardé en llegar a la conclusión de que su respuesta había sido afirmativa. Entramos todos juntos al edificio. Ellos tres comenzaron a andar en dirección al ascensor mientras que yo —de malagana— me dirigía a las escaleras. Necesitaba estar sola. Y había pensado en la excusa perfecta.

—No he hecho tanto deporte —me excusé.

Lola asintió y Gonzalo se despidió de mí con un movimiento de cabeza antes de que las puertas del ascensor se cerrasen. Solté todo el aire que había estado conteniendo. No me hacía gracia estar dentro de un espacio reducido con una persona que no conocía y tampoco me gustaba que lo estuviese Lola, pero ella ya había tomado su propia decisión.

Comencé a subir las escaleras. Subí la primera planta sin problema. En la segunda planta, sin embargo, empecé a experimentar como las piernas me flaqueaban. En la tercera iba con una lentitud que incluso un caracol podría adelantarme. Las escaleras no habían sido buena idea.

«A buenas horas».

Mi cabeza solo podía procesar en todo el recorrido dos cosas: la ducha caliente en la que me iba a sumergir y en la cómoda cama y las acolchadas mantas en las que me iba a meter cuando llegase al piso. Fue mi motivación durante el resto del trayecto.

Lola ya se encontraba en el rellano de la entrada, esperándome. Mi madre nos había dejado claro que si salíamos juntas debíamos volver juntas. Incluso si una de las dos llegaba horas más tarde que la otra, no entrabamos por separado. Pasé por su lado para entrar y llevar a cabo mi cometido.

—Gonzalo me ha pasado su móvil, te lo acabó de enviar.

Y junto a aquello le acompañó esa mirada. La mirada. Esa que siempre daba a entender que estaba maquinando o, lo que era peor, cuando algo le resultaba interesante y había temas sexuales de por medio. Le había visto esa mirada con anterioridad, sobre todo cuando veía sus películas románticas y era la escena del tan sorprendente — y para nada esperado —beso.

Abrí la aplicación de mensajería. Me metí en el chat que tenía con mi hermana y allí se encontraba el contacto de Gonzalo. Lo que no me esperaba era como lo había nombrado.

EL VECINITO DEL ÁTICO

Eso de vecinito no podía significar nada bueno. Cliqueé en la opción de guardar contactos. Pero si pensaba que la forma de guardar mi hermana a nuestro vecino misterioso me había sorprendido, el mensaje que me salió al intentar guardarlo me dejó a cuadros.

Contacto existente

«¿Contacto existente?».

Si no me había hablado con él antes.

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