Tardes de otoño

By JoanaMarcus

29.2M 2.2M 11.4M

¿Qué es lo peor que podía pasarle a la pobre Mara después de reencontrarse con el que fue el amor de su infan... More

Introducción
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
EXTRA DE AIDEN

Capítulo 1

1.4M 100K 585K
By JoanaMarcus

Mini-maratón 1/2 :D


1 - EL SÁNDWICH DE LA DISCORDIA

(All 'cause of you - The 88)

Unos días más tarde

Dios mío, odiaba a la gente.

Bueeeeno... quizá no odiaba a toda la gente. Solo a un preocupante gran número de ella.

Y, pese a que lo que más me apetecía era quedarme a dormir en casa... tenía que trabajar.

Trabajaba de camarera en una cafetería por las tardes todos los días menos los sábados y domingos. Y la verdad es que, aunque al principio me había resultado un poco complicado adaptarme al ritmo, ahora me gustaba bastante.

Mi jefa, la señora Myers —sí, ya le habían hecho muchos chistes con el pobre Michael Myers y sí, los odiaba todos—, era un poco estricta, pero muy simpática cuando se daba cuenta de que eras de confianza.

No podía decir lo mismo de los camareros. Como a los nuevos les cambiaban los turnos continuamente y yo era la única que llevaba ahí más de un año, la verdad es que no había llegado a intimar bastante con ninguno.

Lisa se había obsesionado con intentar juntarme con uno de ellos durante un mes entero, pero la cosa no funcionó porque cuando el pobre chico me vio la cara de amargura perenne... bueno, se fue corriendo.

¿Podía culparlo? Yo creo que no.

Bueno, no todo era malo, ¡había adquirido una técnica casi maestra a la hora de preparar cafés de todo tipo!

Oh, y el cocinero, Johnny, era un cielo. Al principio me había dado un poco de miedo porque era un gigante —es decir, casi dos metros de músculo puro y duro—, repleto de tatuajes, con barba y el pelo largos y grises, y una permanente bandana en la cabeza.

Sinceramente, parecía sacado de una película de motoristas de los ochenta.

Puse una mueca al pensar en cómo empezaría a babear mi madre si lo viera.

Pero Johnny no era lo que aparentaba. Y te dabas cuenta en cuanto se ponía a escuchar a todo volumen a las Spice Girls y a Britney Spears mientras cocinaba, cantándolo a todo pulmón y haciendo que los clientes lo juzgaran en silencio.

Hacía las mejores hamburguesas del mundo, eso sí.

Ese día llegué con el humor un poco decaído porque no había dormido muy bien. Quizá parte de la culpa era de Zaida y su nuevo novio. O más bien del ruido que hacía el cabecero de su cama contra mi maldita pared.

Le había pedido mil veces que pusiera su estúpida camita contra la otra pared, pero esa chica tenía una obsesión con poner a prueba mis instintos asesinos.

Mi humor mejoró cuando entré por la puerta trasera y vi que Johnny acababa de llegar y se ajustaba el delantal felizmente. Ese hombre siempre me ponía de buen humor.

—Hola, encanto —me saludó con su sonrisa de oreja.

—¿Cómo te fue la cita de anoche? —le dediqué una sonrisita significativa.

—Bueno, la cita fue mal —puso una mueca—. Pero luego fui a un bar y conocí a una muchacha bastante más simpática.

Para él muchacha era equivalente a una mujer de cincuenta años.

—Ya decía yo que te veía muy sonriente —bromeé.

Johnny, un señor de cincuenta años, tenía más vida social y amorosa que yo, que tenía veinte.

Era triste.

Pero cierto.

—Oh, fue una buena noche —me aseguró mientras yo me ponía mi delantal con el logo de la cafetería—. ¿Y tú qué?

—¿Yo? —casi me reí para no llorar—. Yo no tengo a nadie, créeme. No hay quien me aguante.

—Encanto, si tuvieras treinta años más, te pediría que te casaras conmigo —me aseguró.

—Lástima que me atrasara tanto para nacer, entonces —bromeé.

—¿No tenías una fiesta el sábado?

—Ah, sí —por algún motivo, me puse nerviosa solo al pensar en ello—. Era por el hermano de mi mejor amiga. Ganó no sé qué y quisieron celebrarlo.

Ojalá pudiera decir que no había pensado en él ni una vez.

Ojalá.

Pero no.

—¿Y qué tal te fue? ¿Ligaste con alguien? —levantó y bajó las cejas—. Venga, te has puesto nerviosa. Confiesa. Tienes cara de sueño.

—Tengo cara de sueño porque mi compañera de habitación se lo pasó en grande contra la pared que de mmi dormitorio, Johnny. No ligué.

Él se echó a reír al instante, claro, y yo me ajusté el uniforme.

Mi uniforme era bastante sencillo; una camiseta de tirantes blanca con el logo de la cafetería, unos pantalones negros y el pelo recogido en una coleta. Oh, y una chapita con mi nombre a la altura del corazón.

Oh, y la maldita gorra negra. La odiaba. Hacía que mi pelo ya de por sí llamativo resaltara todavía más.

Desventajas de ser pelirroja.

—Di lo que quieras —murmuró Johnny, metiéndose la melena en la redecilla rosa—. Pero nunca me habías puesto esa cara al preguntarte cómo te había ido la noche.

—¿Eh? —lo miré, confusa—. ¿Qué cara?

—Cara de culpable —entrecerró los ojos—. ¿Qué ocultas, encanto? ¿Ligaste y no quieres decírmelo?

—Uuuuuh, qué tarde es —miré mi muñeca sin reloj—. ¡Hora de entrar a trabajar!

De nuevo, se limitó a reírse de mí mientras yo salía corriendo hacia la zona de los clientes.

A mí la gente no se me daba muy bien, pero en cuanto me animaba un poco se me daba bien trabajar de cara al público. No lo decía yo, lo decía mi jefa, así que debía ser cierto. No parecía el tipo de persona que regalaba cumplidos porque sí.

De hecho, mi día no tuvo ningún inconveniente hasta que vi que Lisa entraba, como cada día, con una sonrisita y su mochila, señal de que venía de clases. Estaba estudiando pedagogía. Se sentó en una de mis mesas y yo fui directamente a por lo que me pedía siempre: un latte y una magdalena de arándanos.

En cuanto se lo llevé, ella me sonrió cálidamente.

—¿Qué tal tu día? —preguntó tras darle un sorbito a su café.

—Aburrido —confesé—. ¿El tuyo?

—Más aburrido todavía. Si vinieras a alguna de mis clases te entrarían ganas de ahogarte en café.

Sonreí y negué con la cabeza.

—¿Terminaste bien la fiesta del sábado? —pregunté, curiosa. No había podido hablar con ella desde entonces.

—¡Sí! Llamé a Holt para que viniera a buscarme.

Holt era el novio de Lisa y... ejem... mi antiguo mejor amigo.

Es decir... supongo que lo seguíamos siendo, ¿no? Pero era raro.

De hecho, los tres habíamos sido grandes amigos por mucho tiempo, pero un día Holt se lanzó, le dijo a Lisa que le gustaba y, de pronto, empezaron a salir y a dejarme de lado.

Así de fácil, sí.

A ver, no creo que lo hicieran a propósito. De hecho, estoy segura de que intentaban incluirme en todos los planes posibles. Y la verdad es que me esforcé mucho en que no se notara que eso me entristecía un poco. No quería que se sintieran culpables por ser felices. Se merecían serlo.

Ahora Holt y yo ya no teníamos tanto contacto como antes. Solo cuando nos veíamos los tres, cosa que no hacíamos mucho porque yo siempre me sentía como la planta de la parejita y me aburría bastante.

—Durmió conmigo en la residencia —añadió con un guiño de ojo.

¿Por qué demonios todo el mundo tenía vida sexual menos yo?

Porque tú sola la evitas.

Ah, sí, por eso.

—¿Y tú qué tal? —preguntó de pronto.

Y, por su sonrisita, sabía perfectamente lo que estaba insinuando.

Agarré la bandeja con un poco más de fuerza de la estrictamente necesaria, a la defensiva.

—¿Por qué me lo preguntas así? —mascullé.

—No sé... porque te vi yéndote con Aiden, quizá.

Hice un verdadero esfuerzo para que no se me notara el pánico momentáneo que me invadió al recordar lo acalorada que había estado esa noche por culpa de su querido y maldito hermanito.

Eso ha rimado, je, je...

—¿Y bien? —insistió ella, intentando ocultar su entusiasmo—. ¡Te fuiste con él!

—Ajá —murmuré, intentando terminar la conversación como fuera.

—¿Ajá? —Lisa me miró como si me hubiera vuelto loca—. ¡Mara, no puedes dejarme así! ¡Estás destruyendo el pacto no escrito de nuestra amistad!

—¿Pacto... qué?

—¡El pacto que dice que tienes que contarme los detalles de tu vida sexual!

Unos cuantos clientes se giraron hacia nosotras. Vi que una señora me mataba con la miraba mientras tapaba los oídos a su hijo pequeño. Ups.

—¡Lisa! —mascullé, mirándola.

—¿Qué? ¿No vas a contármelo?

—No voy a hablarte de mi vida sexual.

Porque no existía, básicamente.

—Si quieres, yo te hablo de la mía.

—Oh, prefiero no saberlo.

—Bueno, ¡pues cuéntame lo que pasó!

—¡No pasó nada!

Su cara de entusiasmo pasó a ser un mohín de decepción.

—¿En serio?

—Solo me dejó en casa y se marchó.

—¡Venga ya!

—Pero ¿por qué demonios asumes que hubo algo más?

—¡Porque estaba taaaaan claramente ligando contigo! —suspiró, negando con la cabeza—. La tensión sexual era tan alta que incluso yo me calenté. Y es mi hermano. Qué asco. Iré al infierno.

Bueno, incluso Lisa lo había notado.

Al menos, así se confirmaba que no habían sido imaginaciones mías.

—No sé de qué hablas —me hice la inocente.

—¿Te imaginas que termináramos siendo cuñadas? —ahogó un grito, emocionada—. ¡Eso sería tan... genial! ¡Sería perfecto! ¡Seríamos familia!

—Lisa...

—¡Y nuestros hijos jugarían juntitos!

—¡¿Hi-hijos?! —abrí mucho los ojos—. ¡Lisa, vuelve a la realidad!

—Además, Aiden podría sacarte de tu larga y odiosa sequía emociosexual.

—¿Sequía emocio... sexual?

—Emocional y sexual.

—Sí, gracias, a esa conclusión había llegado yo solita.

—Oh, vamos. Sabes a lo que me refiero. ¿Cuánto hace que no sales con nadie? ¿Años? Ni siquiera te has acostado con nadie desde... ¿cuándo cortaste con Drew?

Enarqué una ceja.

—Tenía quince años —le recordé, medio divertida.

—Bueno, pues hace cinco años que no sales con nadie.

Me aclaré la garganta, incómoda.

—No ha surgido la oportunidad, ¿vale?

—¿Es una broma? ¿Te has visto a ti misma, Mara?

—Lisa...

—Lo que daría yo por tener esas tetas y no estar plana como una mesa... ¡y por ser pelirroja! ¿Por qué a los chicos les gustan tanto las pelirrojas?

—¡Lisa! —empecé a reírme.

—Nunca te abres con ningún chico —añadió, un poco más seria—, igual va siendo hora de que vuelvas a hacerlo, ¿no? En todos los aspectos posibles. Piernas incluidas, a ser posible.

—Estás consiguiendo que me escandalice, y esto suele ser al revés.

—Admito que me gusta el rol de pervertida. Pero lo digo en serio. Tienes que salir de tu sequía algún día, ¿no? ¿Quién te dice que ese día no es hoy?

Hice una pausa, entrecerrando los ojos.

—¿Todo esto lo dices porque quieres que lo haga con cualquiera... o específicamente con tu hermano?

—Bueno, Aiden parece una buena opción. ¡Y es de confianza! ¡Podrías invitarlo al viaje ese que organizamos con Holt, así seríamos dos y dos! ¡Las pareji...!

—No.

—Pero...

—No.

—¡Pero...!

—¡No!

—¡Bueno, pues si traes a otro que no sea Aiden... le pondré mala cara!

Sacudí la cabeza. Lisa no sería capaz de ser mala con nadie. Ni siquiera si eran malos con ella.

—Bueno, tengo otros clientes, pesada —enarqué una ceja—. Avísame si necesitas algo.

—Necesito que te folles a mi hermano.

—¡Lisa! —enrojecí de pies a cabeza.

Soltó una risita inocente.

—Vale, pues me conformo con una bolsita de azúcar.

Lisa, como de costumbre, se quedó en la cafetería hasta que terminó mi turno. Siempre se quedaba en la misma mesa con el portátil para hacer los deberes ahí y, de paso, hacerme un poco de compañía.

Y, bueno, yo siempre me pasaba por su casa cuando necesitaba ayuda para estudiar o hacer algún trabajo. O para consolarla cuando discutía con Holt y se ponía en modo dramática, pensando que el mundo se terminaba solo por eso. Mi función principal era recordarle que no, el mundo no se acababa porque hubiera discutido con el otro pesado.

Viva la amistad.

En cuanto salí de la cafetería al final de mi turno, subí la cremallera de mi abrigo para esconder el logo de la camiseta. Así, parecía que iba con un atuendo normal. Nunca fallaba. En cuanto me colgué el bolso del hombro, Lisa apareció y nos encaminamos hacia la parada del bus, donde cada día ella volvía al campus y yo seguía andando hacia mi casa.

Me contó no se qué de Holt y un trabajo con el que estaba teniendo problemas, cosa que me distrajo bastante hasta que llegamos a la parada del autobús. Ahí, di un respingo y le hice un gesto para que se detuviera un momento a mi lado.

—Espera —mascullé, rebuscando en mi bolso—. Eh... aquí. ¿Puedes devolvérselo a tu hermano?

Era su jersey negro, el que me había prestado.

Lo había dejado abandonado en un rincón de mi habitación MUY deliberadamente, intentando convencerme a mí misma de que me daba igual que su existencia estuviera dentro de mi cama, pero no era cierto. Cada vez que pasaba por su lado, me entraban ganas de ponérmelo otra vez por volver a sentir su olor.

Vale, me estaba volviendo loca.

O finalmente te estás volviendo cuerda.

Al darme cuenta de que Lisa se había quedado mirándome sin reaccionar, fruncí un poco el ceño.

—¿Puedes devolvérselo? —insistí.

Y, para mi sorpresa, ella sonrió con aire divertido, dando un paso atrás.

—La verdad es que no puedo. Lo siento.

Me quedé mirándola un momento, confusa.

—¿Cómo que no?

—Tengo órdenes de no hacerlo —sonrió como un angelito.

Parpadeé dos veces sin terminar de entenderlo.

—¿Eh?

—Aiden me ha dicho que no lo aceptara.

—¿Eh? —repetí como una idiota.

—Quiere que se lo devuelvas tú —aclaró, completamente feliz.

Estuve unos segundos procesándolo, y cuando por fin lo conseguí... apreté los labios.

Capullo pesado, testarudo y creído.

—Ya veo que te encanta la idea —me dijo, divertida, pero dio un respingo cuando vio que su autobús se acercaba—. Nos vemos mañana, Mara. ¡Si necesitas su dirección, mándame un mensaje!

—No necesito su dirección para nada —mascullé.

—Bueno... si cambias de opinión, te la mando en un mensajito —me guiñó un ojo.

¿Por qué la muy traidora parecía tan contenta con la situación?

—¡No voy a llevárselo! —insistí.

—¡No seas así, Mara!

—¡Si lo quiere, que venga a buscarlo él mismo o se quedará si su maldito jersey! ¡Lo quemaré! ¡Esta misma noche!

Lisa empezó a reírse y subió al autobús. Yo, por mi parte, volví a casa con una mueca de frustración y los brazos cruzados.

Zaida estaba cocinando algo cuando llegué. Por el olor, deduje que era algo de pasta con tomate. Prácticamente era lo único que cocinaba Zaida, igual que yo.

Sí, por ese piso circulaba muy poca comida casera. Las dos éramos pésimas cocineras.

Bueno, no sé por qué le daba tanta importancia. Tampoco iba a ofrecérmelo. Y, si lo hiciera, probablemente sospecharía que estaba envenenado.

En cuanto crucé el umbral del salón, ella resopló sin mirarme.

—Apestas a café y a hamburguesa barata.

Tan agradable como de costumbre.

Pero... detalle importante: su novio no estaba por aquí. Las dos sabíamos que significaba eso.

—Y tú apestas a rechazo —sonreí con dulzura.

Cuando me echó una mirada mortífera, supe que había dado en el clavo.

Sí, ese era prácticamente nuestro día a día.

Sin decirle nada más, me limité a meterme en el cuarto de baño y darme una ducha rápida. Al terminar, me envolví con una toalla y crucé el salón hacia mi habitación para ponerme mi pijama, que normalmente consistía en unas bragas y una camiseta de tirantes.

Bueno, cuando Zaida traía a gente, se convertía automáticamente en una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos, claro. No me apetecía pasearme en bragas delante de un puñado de desconocidos.

Ese día no parecía tener invitados, así que me conformé con las bragas. Zaida estaba comiendo su plato de pasta en el sofá mirando la televisión cuando yo me metí en la cocina y empecé a rebuscar en mi parte de la nevera para hacerme algo rápido para cenar. No tenía mucha hambre. Ni mucha comida.

Mientras estaba agachada rebuscando, escuché que llamaban al timbre. Miré a Zaida de reojo, esperando que se moviera, pero no parecía tener ninguna intención de hacerlo, como de costumbre.

—Tú estás más cerca de la puerta —me irrité.

—Y tú estás de pie.

—Cuando viene alguien a estas horas, siempre es para ti.

—Pues diles que estoy en el salón —murmuró, poniendo los ojos en blanco.

Bueno, estaba claro que ella no iba a moverse. Le dediqué una mirada molesta antes de encaminarme hacia la puerta. Me atusé un poco el pelo todavía húmedo por el camino, resoplando, y abrí con expresión un poco irritada que cambié en seco cuando vi quién era.

Aiden.

Oh, no.

Oh, sí.

Me quedé paralizada con la mano en la puerta. Él estaba apoyado perezosamente con un hombro en el marco. Tenía expresión aburrida, pero cambió en rotundo cuando bajó la mirada y vio que solo llevaba unas bragas y una camiseta de tirantes.

Y, lo admito, mi pulso se disparó casi tan rápido como mis ganas de correr a esconderme.

—¿Siempre abres en bragas? —una de las comisuras de su boca se elevó al repasar cada maldito centímetro de mi piel desnuda—. Podría plantearme volver cada día.

—N-no... ¿qué...? ¿Qué demonios haces aquí?

—Lisa me ha dicho que preferías que viniera yo a por mi jersey —me dijo con una sonrisita—. Aquí me tienes. A tu entera y absoluta disposición.

—¿Y Lisa te ha dado mi maldita dirección?

—Lo ha hecho encantada —me aseguró, divertido.

Oh, maldita Lisa.

—Era una forma de hablar —mascullé—. No quería que vinieras.

—Pero ya estoy aquí, ¿no?

—Puedes irte. Ya he quemado tu jersey. Misión fallida. Suerte para la próxima.

—Bueno, seguro que en el futuro podré comprar otro jersey que cubra ese gran vacío en mi vida —y sonrió como un angelito—. ¿Puedo pasar?

—¡No!

Y le cerré la puerta en la cara.

La simpatía en persona.

Pasaron apenas dos segundos y yo, claro, ya estaba abriendo otra vez.

Me lo encontré tal y como lo había dejado antes: con las manos en los bolsillos y una sonrisita en los labios.

—Hola de nuevo —me dijo felizmente.

—¿Es que nunca te cabreas? Acabo de cerrarte la puerta en la cara.

—Creo que seré capaz de superarlo, tranquila.

Bueno, el chico era insistente.

—Estaba a punto de cenar —aclaré.

—Bueno, ¿hay cena para dos?

—Quería cenar sola.

—Genial. Tengo hambre.

—La palabra clave es sola. Quiero cenar sola.

—Y yo quería subir contigo el sábado por la noche, pero no todo en la vida es como queremos que sea, querida Amara.

Puse los ojos en blanco, ignorando el cosquilleo de nervios de mi cuerpo.

—Mira, no sé si este jueguecito normalmente te sirve de algo, pero te aseguro que conmigo no va a funcionar, así que puedes ir dejándolo y no perder el tiempo.

Su sonrisa vaciló un poco y admito que la cara de sorpresa que puso fue bastante creíble.

—¿Jueguecito? —repitió, y me dio la sensación de que estaba a punto de ponerse a reír.

—Eso de llevarme el sábado a casa. Y ahora presentarte aquí. ¿Qué demonios quieres? ¿Robarme? Lo único que tengo de valor son las cosas de mi compañera de piso.

Eso pareció confundirlo más.

—¿Tan difícil de creer es que quiero conocerte?

—¿Por qué?

—Porque el sábado vi a una rarita sola en mi fiesta, me llamó la atención, y ahora no puedo sacármela de la cabeza.

—¿Y ya está? ¿Esa es toda tu motivación?

—Bueno, tengo otras motivaciones más físicas, pero mejor dejamos esa conversación para la segunda cita o vamos a romper la magia, ¿no crees?

Fruncí el ceño, intentando que eso no me afectara. No entendía por qué lo hacía. Sabía que con cualquier otra persona me habría limitado a poner los ojos en blanco y apartarme de él, pero con Aiden era incapaz de hacerlo. ¡Y apenas lo conocía, lo había visto dos veces!

—Mhm —murmuré, enfurruñada.

—Amara, estás un poco a la defensiva.

—No te voy a gustar, así que no te molestes en intentar conocerme.

—Bueno, lo poco que conozco ya me encanta. Creo que me sacrificaré y seguiré conociéndote un poco más.

¿Por qué conseguía que mi pulso se disparara cada vez que abría la maldita boca fea?

Esa boca es de todo menos fea, cari.

—Bien —acepté el reto, abriendo la puerta—. ¿Quieres quedarte? Pues muy bien. Tú mismo. Pero vas a tener que comerte lo que tenga por aquí. Y apenas tengo nada.

—Estoy seguro de que valdrá la pena.

Me aparté para dejarlo pasar y, cuando me rozó con el hombro al hacerlo, mi cuerpo reaccionó bruscamente a su roce.

Maldito cuerpo traicionero.

¡Se suponía que teníamos que estar a la defensiva!

Yo no lo estoy, te lo aseguro.

Me encaminé hacia el salón siendo demasiado consciente de que él estaba justo detrás de mí y me detuve en el umbral de la puerta, mirando a Zaida, que seguía comiendo tranquilamente.

Sin embargo, cuando levantó la cabeza y vio a Aiden detrás de mí, tragó de golpe lo que tenía en la boca y empezó a toser bruscamente.

Miré a Aiden, avergonzada, y señalé la cocina.

—Mejor... ejem... espera ahí dentro. Voy a ponerme unos pantalones.

—Si quieres mi humilde opinión, estás mucho mejor en bragas.

—No quiero tu humilde opinión, gracias.

—Lástima.

—Ve a la cocina, Aiden.

Sonrió ampliamente y fue directo a la cocina sin protestar.

Miré a Zaida y admito que una oleada de orgullo me invadió cuando vi que seguía a Aiden con la mirada y la boca entreabierta.

—¿Quién es ese? —preguntó con un hilo de voz.

—El dueño del jersey del sábado —canturreé.

Zaida seguía con la boca abierta cuando fui a ponerme unos pantalones a toda velocidad. En cuanto me metí en la cocina, vi que Aiden me esperaba con la cadera apoyada en la encimera y los brazos cruzados. Cuando me vio aparecer con unos pantalones puestos, puso un mohín.

—Sigue gustándome más la otra versión de tu pijama.

—Pues acostúmbrate a esta versión, es la única que vas a ver.

Él sonrió un poco, mirando a su alrededor con curiosidad.

La verdad es que ahora que me fijaba... se notaba que entrenaba.

Es decir, no era extremadamente musculoso, pero definitivamente podría lanzarme por los aires si quisiera.

Y esos brazos... uf... eran...

—¿Vas a mirarme toda la noche o vamos a cenar algo? —preguntó, divertido.

Le puse mala cara, algo avergonzada por haber sido pillada, y me acerqué a la nevera para rebuscar algo de comer. Mierda... no había casi nada. No había hecho la compra en dos semanas. Sobrevivía a base de las hamburguesas que me hacía Johnny de vez en cuando.

Si mi padre me viera alimentándome así probablemente empezaría a soltar una retahíla de improperios y me llevaría a un supermercado para comprarme diez kilos de comida.

—No hay gran cosa —confesé, incorporándome y girándome hacia él—. ¿Te parece bien un sándwich o...?

Me detuve en seco cuando vi que me estaba mirando directamente... el escote.

Oh, capullo pervertido.

—¿Vas a mirarme las tetas toda la noche o vas a responderme?

Sonrió y subió la mirada sin ninguna prisa. Y sin ninguna vergüenza.

—Haré un esfuerzo y me centraré.

—Qué gran honor. ¿Y bien?

—Un sándwich me parece perfecto.

—Genial. Vuelve a mirarme las tetas y te lo estamparé en la cara.

—No sé por qué, pero que me digas esas cosas solo hace que quiera mirar todavía más.

Le puse mala cara —ya por costumbre— y saqué el pan de molde para empezar a hacer los sándwiches. Las manos me temblaron todo el tiempo porque era demasiado consciente de su presencia justo a mi lado. Y de que me estaba mirando fijamente

Y no precisamente a la cara, claro.

—Me gusta mucho ese pijama, Amara —me aseguró.

La forma en que lo dijo hizo que un escalofrío me recorriera la espalda y dejara de preparar el sándwich un momento. Menos mal que conseguí recomponerme enseguida. Y, como me enfadé conmigo misma, empecé a preparar el sándwich con un poco más de fuerza de la necesaria, pagando mis frustraciones con él.

—No tienes que llamarme Amara —mascullé—. Ni siquiera mi familia me llama así.

—Me gusta más que Mara —me aseguró, divertido—. Y su significado va perfecto contigo.

Me detuve un momento, confusa.

—¿Qué significa?

—Diversión, espontaneidad, alegría desbordante y contagiosa... perfecto contigo.

Ah, claro. Ironía. Solté un sonidito de enfado al volver a centrarme en hacer la cena.

—Gracias —mascullé de mala gana.

—¿Tienes novio?

La pregunta me pilló tan desprevenida que casi me corté un dedo con el cuchillo de la mantequilla. Y mira que era difícil.

Seguro que tú lo consiguirías.

—¿Eh? —pregunté, mirándolo.

—O novia —añadió con media sonrisa.

—¿Eh? —repetí como una idiota.

—¿Tienes pareja? —repitió pacientemente.

—¿Por qué... me preguntas eso?

—Porque no me gusta ligar con chicas con pareja.

Me quedé mirándolo un momento y, de nuevo, me obligué a mí misma que su presencia no me afectara.

Spoiler: no sirvió de nada.

—Sí, sí tengo —mentí con una sonrisita dulce—. De hecho, estaba esperándolo a él. Por eso te he abierto en bragas.

Él se echó a reír, cosa que me descentró completamente, haciendo que me olvidara del pobre sándwich y dejara de prepararlo.

—Yo que tenía la esperanza de que fuera por mí —se llevó una mano al corazón.

—Si hubiera sabido que eras tú, me habría cubierto con una bolsa de basura.

—Seguro que incluso con eso no podría apartar la mirada.

Madre mía, ¿es que no tenía vergüenza?

—Bueno, tengo novio —repetí.

—Ya —sonrió.

—Es verdad.

—Ya —sonrió aún más.

—¿Vas a parar con el ya?

—Solo lo uso cuando creo que me estás mintiendo.

Además de pervertido y desvergonzado... era listo.

Cada vez me gusta más.

Pues a mí cada vez me gustaba menos.

—No tengo ningún motivo para mentirte —murmuré.

—A lo mejor te da miedo que pueda gustarte.

—Pero ¿cómo se puede ser tan creído? No te conozco de nada. No puedes gustarme.

—Yo me refería más a atracción sexual.

Hizo una pausa, sonriendo.

—Y no hace falta conocer a alguien para sentir eso, ¿no?

Deseé tener algo ingenioso que decir al respecto, pero solo me salió un resoplido de burla que se mezcló con el triste temblor de mi voz.

Maldita sea... ¡yo siempre tenía comentarios ingeniosos!

Él no dijo nada más, pero seguí notando que su mirada me atravesaba el cuerpo entero hasta que terminé de preparar la cena. Había tardado el triple de lo normal por los estúpidos nervios. Esperaba que él no se hubiera dado cuenta.

Me asomé al salón y comprobé, aliviada, que Zaida se había metido en su habitación. Bien. No sé por qué, pero me ponía un poco nerviosa que ella pudiera interesarse en Aiden. Después de todo, si lo hacía, yo tampoco tenía muchas posibilidades.

E-es decir... a mí no me interesaba tener posibilidades de nada.

Ya.

Aiden me siguió sin decir nada al salón, donde acomodé todo en la mesa de café. Era tan obvio que me temblaban las manos que estaba segura de que, si lo miraba, él tendría una sonrisita divertida en los labios.

Por suerte, fingió que no se daba cuenta.

—Entonces... —necesitaba urgentemente cortar el silencio cuando nos sentamos en el sofá—. ¿Qué tal tu entrenamiento de... eh... hoy?

Él se encogió de hombros.

—Tan aburrido como de costumbre —me aseguró, mirándome de reojo—. ¿Qué tal en la cafetería?

—¿Cómo sabes que trabajo en una cafetería?

—Lisa me lo dijo.

—¿Le preguntaste por mí?

¿Por qué estaba tan emocionada por esa tontería?

—No hizo falta, me ha contado casi toda tu vida —me aseguró.

Oh, tenía una charla pendiente con Lisa. Una muy seria.

Sin embargo, me distraje cuando Aiden se inclinó hacia mí.

—No te enfades con ella —sonrió—. Se lo habría preguntado de todas formas.

Vale, hora de retomar el tema urgentemente, antes de que me empezara a temblar la voz.

—Pues... mi día ha sido aburrido, también —dije enseguida, volviendo a su pregunta inicial.

—¿Y qué tal tu libro?

Me sorprendió un poco que se acordara de eso. Una parte de mí seguía pensando que, en el coche, no llegó a escucharme demasiado. Al parecer sí que lo hizo.

—Mal —le dije con toda mi sinceridad.

Eso hizo que dejara de sonreír y levantara las cejas.

—¿Por qué mal?

—¿Has oído hablar del bloqueo de escritor?

—Ah, sí. El gran enemigo de la creatividad.

—Bueno, pues digamos que ese enemigo ha estado torturándome varios meses.

—Debe ser frustrante.

—Ni te lo imaginas.

Y... silencio de nuevo.

Pero, como la noche del sábado, no era ese silencio incómodo que se formaba cuando estabas con alguien a quien apenas conocías. De hecho, me daba la sensación de que era deliberado, porque cada vez que nos quedábamos en silencio era más consciente de las reacciones de mi cuerpo traicionero a cada mirada o sonrisa que me dedicaba.

Sí, necesitaba que habláramos. De lo que fuera.

—¿Cuántos años tienes? —pregunté torpemente.

Enarcó una ceja. Ambos éramos conscientes de que sabía la respuesta, así que había quedado un poco obvio que solo buscaba sacar conversación desesperadamente.

—Veintitres —me dijo.

—Yo tengo...

—Veinte, lo sé.

—¿Y estás con alguien?

Oh, Dios mío.

Por favor, dime que eso lo había pensado y no lo había dicho. Por favor. Por favor. Por favor.

Él se quedó mirándome un momento, sorprendido por el pequeño arrebato de descaro. No me extrañó. Incluso yo estaba sorprendida.

—No estaría aquí si estuviera con alguien —me aseguró finalmente.

—¿Por qué no? No estamos haciendo nada malo.

Soltó una risa entre dientes.

—Ya.

Nos quedamos mirando el uno al otro un momento y, de alguna forma, eso solo consiguió que yo pegara más las rodillas, encogiéndome lejos de él por el repentino calor de mi cuerpo.

—Ya —mascullé.

Él soltó una risa suave que hizo que todas mis defensas cayeran en picado.

—Ahora eres tú la que usa el ya.

—Porque estoy a la defensiva.

—Siempre lo estás.

—Eso no puedes saberlo. Solo hemos hablado dos veces.

—Bueno, pues conmigo siempre lo estás.

A ver, tenía razón, pero jamás iba a admitirlo.

—Mhm —mascullé.

—Apostaría lo que fuera a que no eres así con el resto de la gente.

—Solo lo soy con los capullos pervertidos que miran mi escote.

Empezó a reírse y yo clavé la mirada en mi plato con tal de no contemplar el espectáculo y ponerme todavía más nerviosa.

—Si quieres que me vaya —me dijo—, solo tienes que decirlo.

Bueno, ahí estaba el problema.

¿Por qué, en el fondo, no quería que se fuera?

—Ya —mascullé.

De nuevo, me otorgó esa sonrisita encantadora que estoy segura de que habría hecho que Zaida se cayera de culo al suelo.

Bueno, yo también me hubiera caído si no fuera porque ya estaba sentada, admitámoslo.

—A lo mejor es solo porque te atraigo —añadió.

Di un respingo al instante, frunciéndole el ceño.

—Eres un creído.

—Muy bien, pero no lo has negado.

—Tampoco lo he confirmado —le recordé.

—No hace falta que lo hagas.

—¿Y por qué no?

—Tu lenguaje corporal es mucho más sincero que tú.

Me miré a mí misma al instante. Estaba encogida con las piernas pegadas a mi pecho, lo más lejos posible de él. Aiden, en cambio, estaba tranquilamente sentado con una sonrisa calmada en los labios.

Bueno, había un claro ganador.

—¿Ahora eres un experto en lenguaje corporal? —pregunté, a la defensiva.

—No hace falta serlo para verlo. Cada vez que me acerco a ti, te tiemblan las manos. Y estoy seguro de que las rodillas también.

—¿Qué...?

—No te preocupes, a mí también me temblarían si fueras tú quien se acercara a mí.

Aparté la mirada, intentando controlar mi respiración, y mi salvación vino en forma de Zaida, que... ¿era cosa mía o se había maquillado y peinado antes de volver a salir de su habitación?

—Está a punto de llegar una amiga a ver una película —me informó de una forma demasiado suave teniendo en cuenta cómo solía hablarme normalmente—. ¿Podemos usar el salón?

Vale, si Aiden no hubiera estado aquí, probablemente habría dicho algo como: viene una amiga, escóndete en tu cueva.

Los dos habíamos terminado de cenar, así que vi la excusa perfecta para que el capullo engreído se fuera y yo pudiera darme otra ducha. Esta vez fría.  Muy fría.

—Sí —miré a Aiden, que me observaba con cierta diversión—. Él ya se iba, ¿no?

—Siempre podemos ir a tu habitación —sugirió.

La forma en que lo dijo hizo que incluso Zaida se pusiera colorada.

—N-no es una buena idea —Dios mío, dime que no había tartamudeado.

—Como quieras.

Me puse de pie y recogí nuestros platos. Escuché que me seguía hacia la cocina con lo demás sin decir nada. Zaida no nos perdía de vista, muy atenta a lo que fuera que hiciéramos.

Cuando me giré hacia Aiden, vi que tenía las manos en los bolsillos y expresión divertida.

—Eh... —murmuré, nerviosa—, sí. Voy a por tu jersey.

—Puedes quedártelo, Amara.

—Pero has venido a por él.

—No —negó con la cabeza, acercándose a mí—. No he venido a por él.

Nos quedamos de pie uno delante del otro un momento con nuestras miradas conectadas. Empecé a notar que se me erizaba el pelo de la nuca cuando me obligué a mí misma a carraspear ruidosamente.

—Vale... mhm... yo... te acompaño a la puerta.

Me siguió obedientemente cuando le abrí la puerta de la entrada y me quedé muy quieta cuando me rozó con el hombro otra vez al pasar por mi lado. Intenté que no se me notara que esa tontería me había afectado, pero creo que no lo logré.

Y, de nuevo, nos quedamos mirando el uno al otro. Yo dentro de mi casa y él fuera, en el rellano.

Me daba la sensación de que, cada vez que nos mirábamos así, las sensaciones eran mucho más intensas que la vez anterior.

—Bueno —musité con voz aguda por los nervios—, ya nos veremos.

En cuanto hice un ademán de cerrar la puerta él la detuvo con la mano. Lo miré, sorprendida.

—¿Quieres venir mañana conmigo a un concierto? —preguntó.

¿Eh?

¿Él y yo... solos?

No, no iba a sobrevivir a eso.

—Estoy... ocupada —dije torpemente.

Para mi sorpresa, no insistió. Solo asintió una vez con la cabeza.

—Muy bien. Buenas noches, Amara.

Estaba tan embobada que no respondí. Solo vi que se marchaba en dirección a las escaleras sin mirar atrás.

Y quizá me quedé así unos segundo más de la cuenta.

Vale, ¿se suponía que tenía que alegrarme de que no hubiera insistido?

Porque ahora me arrepentía un poco de haber dicho que no.

—Pero ¿quién era ése?

La voz de Zaida me hizo reaccionar. Cerré la puerta y me giré hacia ella, todavía con las mejillas encendidas.

—Un amigo —le dije torpemente.

Me miró como si le hubiera soltado un disparate.

—¿Ése es tu amigo?

—¿Qué pasa? ¿No puede serlo?

—Me parece demasiado guapo para ti.

—Bueno, suerte que él tiene una opinión bastante distinta a la tuya.

Pasé por su lado, un poco irritada, y me detuvo en cuanto se aclaró la garganta, justo antes de que yo entrara en mi habitación.

—Puedes invitarlo más a menudo, ¿sabes? —sugirió.

Sonreí un poco, sacudí la cabeza y me metí en mi habitación.

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