CURSED LINEAGE ยซthe witcherยป

By a-andromeda

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๐•ฎ๐–š๐–—๐–˜๐–Š๐–‰ ๐•ท๐–Ž๐–“๐–Š๐–†๐–Œ๐–Š | LINAJE MALDITO ยซ๐˜ข๐˜ฎ๐˜ข๐˜ณ ๐˜ญ๐˜ฐ ๐˜ฒ๐˜ถ๐˜ฆ ๐˜ฏ... More

CURSED LINEAGE
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XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
รREA GRรFICA
CONร“CELOS
AGRADECIMIENTOS

VIII

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By a-andromeda

(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: «»)






"Un mundo de rocío
y dentro de cada gota de rocío
un mundo en lucha.
"
—Kobayashi Issa.







«»                    Había sido demasiado sencillo. Demasiado.

Solo bastó que la yema de sus dedos hiciera el mínimo contacto con la piel ajena, para que el intruso se atorara con su propia respiración y comenzara a desfallecer. Afortunadamente, Pierstom se pudo adelantar con rapidez, tirando sus armas a un lado y atrapó a Emilianno en brazos, antes de que cayera al piso. El infante dejó salir un chillido, antes de aferrarse con fuerza al cuerpo de su hermano mayor, luego Tom llevó sus ojos preocupados hacia la princesa, pero Margery no era capaz de mirar a nadie más que al hombre que acababa de asesinar.

Observó con extremo cuidado la manera en que la piel del hombre comenzó a perder aquel tono sonrosado, característico de la vida, y cómo el brillo de los ojos fue reemplazado por aquel manto invisible de la muerte. La pelirroja parpadeó varias veces seguidas, tratando de volver a tierra lo más pronto posible, pero sabía que su cabeza jamás olvidaría aquello, como siempre le sucedió. En cuanto sus ojos echaron un vistazo alrededor, de inmediato deseó no haberlo hecho.

Todos los presentes se veían incapaces de retirar sus ojos de la figura de Margery, mirándola con mezclas de emociones que le resultaron difíciles de leer, a excepción de una sola. Miedo. Tan grande como el mismísimo continente y tan claro como las aguas del nacimiento de un río. Eran miradas de las que no sabía si lograría escapar en algún tiempo cercano.

El príncipe depositó un suave beso en la frente de Emilianno y se lo entregó a la reina, antes de acercarse a su hermana.

—¿Estás bien, Mary? —Preguntó Tom, los ojos vulnerables con la clara preocupación adueñándose de sus rasgos.

Cuando él quiso ir a posar una reconfortante mano sobre el brazo de la princesa, se detuvo al instante en el que notó que no llevaba guantes, por lo que se quedó a medio camino del gesto. Margery, quien había atendido el llamado de Pierstom mirándolo en silencio, volvió su vista hacia el cuerpo inerte del extraño, notando con renovado horror lo que acababa de hacer en un impulso en medio de una situación precaria. Pero ya sabía lo que los demás pensarían de ello. Siempre lo supo.

—Sí —contestó, aunque una vez más no pudo reconocer su propia voz en ese día.

Pierstom, a pesar de no estar convencido ni un poco, asintió con firmeza y ahí, ante los ojos de Margery y de los demás, se convirtió en un rey.

—Avísenle a los demás guardias que cierren las puertas —comenzó a ordenar —. La reina se quedará con el príncipe Emilianno y habrán como mínimo cinco soldados custodiándolos.

—Sí señor —contestaron los fieles servidores.

—Margery, irás devuelta a tus aposentos, con el mismo número de guardias —continuó Tom, mirándola por un segundo, antes de dirigirse a sus combatientes —. Capitán Raff, quiero cada habitación y esquina de este castillo revisada. Cualquier detalle sospechoso, por más insignificante que parezca, me lo informarán.

—Sí, su alteza.

—Comandante Denys, usted y sus hombres me acompañarán.

En ese momento, con el visto bueno de todos los miembros de la familia real, un gran revoleo se comenzó a formar en los pasillos para acatar las órdenes dadas, sin embargo Margery se limitó a volver a agachar su cabeza hacia el intruso. No lo hacía de manera consciente, aunque sabía que debía dejar de mirar lo que su maldición había causado, le era inevitable de alguna manera.

Solo rozó sus dedos; nada más.

Cuando escuchó a uno de los guardias llamarla para escoltarla devuelta a su habitación, se dio cuenta que quedaba poca gente en el lugar. Sus padres ni siquiera se acercaron a ella, ya fuera para reprenderla o algo, por más doloroso o sencillo que fuera lo que le hubieran dicho, pero no sucedió. La princesa se quedó prácticamente sola, en medio de un círculo de susurros y comentarios que no fueron solicitados, y aun así se obligó a recomponerse como tantas veces había tenido que hacerlo.

No estaba bajo la protección de su recámara o la biblioteca, y aunque los reyes ya se hubieran retirado, todavía quedaban unas cuantas personas alrededor: nobles, sirvientes, unas pocas damas de compañía. Se tuvo que recordar a sí misma que no podía mostrar pánico ni debilidad, tampoco emociones que desnudaran su ser. Incluso cuando creía que volvería a caer a ese abismo de terror, lo único que hizo al final fue inhalar aire lo más parejo y controlado que pudo, echar sus hombros para atrás e iniciar su camino para retirarse del pasillo.

Y justo como Pierstom lo había mandado: cinco guardias la acompañaron a cierta distancia hasta su destino. Revisaron primero que todo estuviera en orden, antes de volver a los pasillos y permitirle la protegida entrada a su princesa.

En cuanto Margery ingresó a sus aposentos, las puertas dobles fueron cerradas detrás de ella.

Acababa de llegar a uno de sus refugios y todavía no se sentía capaz de dejarse desmoronar. Todo su cuerpo se sentía demasiado tieso. Casi podía jurar que una varilla de hierro traspasaba su espalda verticalmente para mantenerla derecha y en pie, que por más que se dijera en la mente que podía tirar el acto a la basura, no tenía la voluntad de hacerlo. Temía caer y no poder levantarse de ese abismo.

Le parecía estúpida la manera en la que por un tiempo había olvidado lo sencillo que le resultaba arrebatarle la vida a alguien. Sí, era verdad que se aseguraba de mantener su distancia, de usar sus guantes y vestidos lo más recatados posible, pero eso ya no le parecía suficiente en esos momentos. La idea en sí de la maldición, se había retirado a una fosa lejana que no había resurgido hasta ese día, cuando tomo la gran decisión de usarla como arma.

Y así, como una avalancha de culpabilidad conformada en recuerdos, el rostro del hijo del duque, del hijo de una de las cocineras, incluso el del hombre que amenazó con lastimar a su hermano pequeño, se quemaron en su memoria para siempre a fuego lento e intenso.

Entonces por fin se permitió dejar que un suave sollozo saliera de sus temblorosos labios junto a varias lágrimas.

Habían culpas insuperables.

En el momento en el que la pelirroja se fue a sentar sobre su cama, un pequeño ruido proviniendo de la ventana la alertó. Quizás lo habría pasado por alto, si no fuera porque todavía se sentía demasiado nerviosa como para dejar que la idea de descansar fuera una real y cercana. La princesa observó a su alrededor con rapidez, su cabeza formando miles de escenarios en donde todo terminaba fatal, no solo para ella, sino también para el posible nuevo intruso.

Se levantó con rapidez de su lugar y fue a agarrar un candelabro plateado, quitando la vela a medio terminar de su sitio. Tomó una fuerte bocanada de aire, alistándose, no solo para agredir a quienquiera que pensaba introducirse a su habitación, sino también para gritar en caso de que fuera necesario. Podía sentir el nerviosismo y la inseguridad agarrarse con fuerza en su interior, pero se mantuvo en posición a un lado de la ventana, deseando que lo que escuchaba era solo su paranoica imaginación.

En cuanto una figura hizo su aparición en su campo de visión, no lo dudó ni medio segundo, antes de lanzar el objeto de metal hacia la persona. La fuerza de su movimiento y la descontrolada adrenalina que sintió en ese momento, hizo que tropezara con torpeza con sus propios pies, pero se acomodó con rapidez. Tenía sus ojos bien abiertos, observando en completa confusión al hombre que acababa de llegar. La oscuridad del lugar no le permitió ver bien el rostro del otro, además que las ropas oscuras que portaba ayudaban mucho en su anonimato, por lo que Margery no esperó más y fue a agarrar el candelabro descartado en el piso.

Su puntería no era en realidad la mejor de todas.

Pero antes de que pudiera dar otro paso, una mano grande y enguantada se cerró sobre uno de sus brazos, deteniéndola en su lugar.

Cuando se volvió a ver al hombre, dejó salir un suspiro con brusquedad.

—¡¿Geralt?! —Exclamó y se soltó, alejándose del brujo y tapando su boca con sus desnudas manos —. ¿Estás bien? ¿Te lastimé?

El hombre medio sonrió con diversión por la última pregunta, antes de asentir.

—¿Qué crees que estabas haciendo? —Preguntó él.

—Podría preguntarte perfectamente lo mismo a ti —respondió con evasión —. ¿Qué crees que haces al aparecer de esta manera a través de la ventana?

—La puertas del palacio están cerradas —explicó el brujo, alejándose más de la ventana, pero acercándose a la mujer —. Creí que llegaría directamente a un corredor.

—Pierstom habría dejado que ingresaras, a pesar de las órdenes dadas —comentó, alejándose al mismo tiempo.

—Hmm... —Fue lo único que dijo el hombre, antes de agacharse y tomar el candelabro para después dárselo a la princesa con cuidado.

Margery agradeció en silencio con un asentimiento de cabeza y fue a tomar una vela para encenderla y posicionarla en el candelabro. Luego se dio media vuelta, dándose cuenta que Geralt había estado observando con atención sus acciones.

—Prometo no volver a lanzarlo, si es algo que te preocupa —dijo la mujer ladeando la cabeza.

—Puedes matar personas con solo tocarlas, ¿y tu elección de arma es eso? —Preguntó el rivio, indicando con su mirada el objeto que sostenía la pelirroja.

Con esas simples, e incluso inocentes palabras, dado que él desconocía los acontecimientos anteriores, provocó que el corazón de Margery se acelerara con desagradables nervios. De forma casi automática, los eventos de esa noche se repitieron en la cabeza de ella.

Ante esa reacción que hasta él alcanzó a escuchar, Geralt frunció el ceño en confusión y cierta sospecha, por lo que no dudó en dar un corto paso hacia la princesa, pero se detuvo de inmediato cuando ella prácticamente saltó hacia atrás. Respetó aquella decisión de reflejo por parte de ella y se quedó en su sitio, esperando a que la mujer quisiera hablar, si es que lo hacía.

El brujo ladeó la cabeza y su ceño fruncido se acentuó cuando vio una solitaria lágrima bajar por las sonrosadas mejillas de la mujer.

—¿Estás bien? —Se aventuró a preguntar.

—Cirilla está bien, me aseguré yo misma de ello —respondió de manera atropellada —. Está en su recámara con Sa-

—Princesa —le interrumpió, exasperado de no obtener una respuesta sincera —. ¿Por qué estás llorando?

A pesar de haber cambiado la pregunta, la razón del momento seguía siendo la misma.

Margery trató de sobrepasar el nudo que se formó en su garganta, y no pudo seguir mirando aquellos irises ámbares, por lo que prefirió centrar su mirada en cualquier otra parte que no fuera él. Estaba agarrando con fuerza innecesaria el candelabro y quizás era porque tenía miedo de que en algún momento su agarre flaqueara al igual que su firme resolución, a pesar de que siempre parecía caer cada vez que Geralt estaba presente.

—Asesiné a alguien hoy —contestó en un murmullo, sin embargo el hombre le escuchó a la perfección —. E-era un intruso. Estaba aquí para lastimar a Emilianno, entonces le toque el cuello.

Geralt suspiró, antes de volver a hablar.

—Princes-

—¡Sé que debería sentirme mal! Pero no me arrepiento del todo —admitió con vergüenza interviniendo, a la vez que cerraba los ojos con fuerza —. ¿En qué clase de monstruo me estoy convirtiendo? —Preguntó, a pesar de que no fue dirigida a nadie en específico. Quizás solo hacia sí misma.

»Una buena persona se siente mal al cometer aquella atrocidad, ¿no es así? —Siguió cuestionando, mientras comenzó a caminar alrededor, perdida en sus alegatos —. Quizá no me debieron dejar salir de esa condenada Torre Norte, sin importar cuánto le rogamos Tom y yo a nuestro padre. ¡Jamás debí haber puesto otro pie en La Corte! De todo podrán decir de mí todo el tiempo, ¡todo! Porque tienen razón en tenerme miedo. ¡Hasta yo misma me tengo miedo!

—Evitaste que un hombre le hiciera daño a un niño —medió el brujo.

—Arrebatándole algo que nunca me perteneció. ¡Otra vida!

—Las acciones siempre tendrán consecuencias —dijo Geralt, sin moverse de su lugar, esperando a que la mujer ante él se calmara un poco antes de intervenir más allá de sus palabras —. Los resultados de esas consecuencias varían dependiendo de la gravedad de las acciones. No parece como si ese hombre mereciera vivir en absoluto.

Las palabras del Geralt eran ciertas, lógicas y que le ayudaron a Margery a aferrarse a ellas como una cuerda salvavidas. Pero sus demonios seguían hablando en su cabeza, cada vez más bullosos y crueles, portando los rostros del duque, una madre y sirvientes temerosos.

—¿Y quién dice que no volverá a suceder? —Cuestionó de repente, volviéndose a ver al hombre —. No hay ninguna alma en estos terrenos que me pueda asegurar que no haré lo mismo, independientemente de que sea en defensa o accidente o lo que sea.

Entre más se escuchaba a sí misma, llegaba cada vez más a una terrible realización.

»¡¿Qué se supone que haré si asesino a alguien que me importe?! ¡Tom, Sarai, Cirilla, o tú!

Claramente no había medido sus palabras, mucho menos sus emociones, las cuales estaban saliendo a flote, una tras otra sin parar. En esos momentos, parecía que lo único que Margery sabía hacer, era vomitar tormentas.

Los dos se quedaron en silencio de repente, dejando que las palabras recién dichas se asentaran en sus cabezas. Por muy atrevido que sonara en el exterior, Margery aceptaba en su cabeza que no se arrepentía de haberlas expresado. Tal vez la manera en que las dijo habría estado fuera de lugar, pero la sinceridad a través de ellas se debía hacer notar.

—No hay manera de que puedas prometerme que no te lastimaré —concluyó la princesa, recolectando sus piezas de ánimo con lentitud, a medida que respiraba con mayor tranquilidad.

Geralt no pudo ser capaz de desviar sus incrédulos ojos del rostro de la mujer, casi como si tratara de encontrar alguna falencia en las palabras de ella. Creía que si se quedaba observando a la pelirroja el tiempo suficiente, encontraría lo que pensaba que quería. Pero no sucedió. La suave verdad de la amabilidad de Margery había explotado al querer evitarlo en un principio, y él lo aceptó en silencio.

Caminó hasta posarse directamente delante de ella, inclinando un poco la cabeza para poder ver los ojos ajenos con claridad. La luz amarillenta de la vela pintaba los tonos de piel de la princesa, al igual que el color de los irises de sus encantadores ojos, pero el rojo de su melena parecía estar más vivo que nunca. La posición de la pequeña fuente de iluminación provocaba que suaves sombras bailaran en el rostro de ambos, sacando de relucir detalles que se habrían pasado por alto en otro momento. Pero no ahora.

—Creo que aseguré algo cuando bebí de tu misma copa de vino —recordó Geralt con suavidad.

—Ese fue un juramento jamás consolidado en palabras —aclaró ella.

—Entonces te juro que no dejaré que otra lágrima tuya sea provocada por algo o alguien que no se la merezca.

Si no fuera porque los corazones no se pueden detener sino hasta la muerte, entonces ¿qué pasaba cuando se detenía al escuchar ese tipo de palabras? Porque Margery de Mercibova estaba convencida de que su órgano vital había dejado de bombear sangre, solo deteniéndose para repetir las palabras de Geralt en su cabeza, una y otra vez, disfrutándolas con incredulidad.

Nunca nadie la había dicho aquello en su vida.

La hacía sentirse importante para alguien, más allá de ser una figura de la realeza, más allá de sus deberes y destino como princesa. Ese más allá al que acababa de ser transportada, donde importaba como persona y... como mujer.

La pelirroja parpadeó de repente, tragándose las repentinas lágrimas esperanzadoras que se acumularon en sus ojos. Carraspeó un poco y miró alrededor, aunque le resultó una tarea un tanto difícil, ya que su campo de visión estaba siendo invadido por la figura del brujo. No era algo que le molestar en realidad, pero sí encontraba necesario que algo más captara su atención, antes de que algo sucediera.

—Si alguien te ve aquí, estarás en serios problemas —recordó con suavidad.

—Claro —contestó él, ladeando la cabeza —. ¿Cómo nos atrevemos a solo mirarnos mutuamente?

Y ahí Margery ya no se molestó en ocultar su mirada ni la sonrisa que la acompañó.

Pasaron varios segundos, mientras que los dos se quedaron atrapados en la cálida luz de las velas, junto a la profundidad de sus miradas, que fue una sorpresa cuando comenzaron a escuchar el fuerte timbre de la campana del palacio, seguida de la de la ciudad, un poco más lejano. La princesa desvió la mirada hacia la ventana que seguía abierta y estuvo atenta al número de veces que se escuchó el sonido.

Tres veces sonaron las campanas.

—¿Qué significa eso? —Preguntó Geralt.

—Confinamiento —contestó Margery de inmediato —. Del castillo y el pueblo Lyriton. Nadie tiene permitido salir o entrar —explicó volteando a verlo.

El hombre frunció el ceño. Claramente aquello interrumpía su misión y la principal razón por la que había llegado a Mercibova. Maldijo en voz baja, agachando un poco la mirada para después volver a posarla en el rostro de la princesa.

—Será mejor que...

—Sí. Cirilla está en su habitación, como te mencioné antes.



En los siguientes días, Margery apenas se presentaba por La Corte.

A pesar de que el castillo y el pueblo estaban en confinamiento, ella misma se había formado el suyo propio, pues no hacía nada más que ir de sus aposentos a la biblioteca y viceversa. No tenía deseos de estar presente ante tantos ojos juzgadores, ya tenía demasiado consigo misma como para aguantar algo más. Así que esa tarde, como muchas veces anteriores, la princesa estaba haciendo su camino tranquilo hacia uno de sus refugios, para cumplir la promesa que le había hecho a la hija del brujo: enseñarle a dibujar.

No podía mentirse. Sabía que estaba emocionada por compartir un pedazo de sí con alguien más, en quien confiaba que lo apreciaría de una manera amistosa. Cirilla poseía esa amabilidad e inteligencia que poca gente sabía manejar y, aunque era solo una niña, demostraba una refrescante juventud y espíritu. Margery le tenía una estima muy alta. Era lindo tener una nueva amistad, aparte de Sarai y Tom, pues a vida en el interior de sus muros de piedras, muchas veces era solitaria.

Cuando ya estaba llegando a la biblioteca, se encontró a su hermano, el cual iba caminando por los pasillos en la dirección contraria, así que no se molestó en abrir las puertas todavía.

Pierstom, al ver que la princesa no estaba rodeada de sus guardias, que ni siquiera se encontraba con la compañía de Sarai, frunció el ceño. En vez de seguir adelante como tenía planeado después de saludarla, se detuvo al frente de ella. Él sí estaba siendo custodiado, como se supone que eran las órdenes actuales, por protección en contra del atentado ocurrido hacía algunos días.

Desde esa noche, no se había encontrado nada más fuera de lugar, sin embargo las sospechas ya se habían alzado y había varios trabajos y planes formándose. Lo que sucedió con Emilianno era quizás el comienzo de algo mucho más grande. Cualquier tipo de atentado contra cualquier miembro de la familia real de cualquier país, era considerado como alta traición y un acto de guerra, por lo tanto, muchos aspectos en el reino estaban tensos ante la incertidumbre e inseguridad que comenzaba a dominar los pasillos y calles.

—¿Qué pasó con tus guardias, Margery? —Cuestionó Tom en confusión.

¿Había alguna manera de decirle a su hermano que estaba caminando y durmiendo las noches sin ningún cuidado como él había ordenado? Algo en el interior le aclaraba que no, y que le costaría caro con él.

—Yo... les di el día libre —contestó.

—No me puedes estar hablando en serio, mujer —se quejó con voz profunda —. Jamás debes quedarte sola, siempre tiene que haber alguien contigo, ¿entiendes?

Apenas terminó de hablar, le hizo una seña a dos de sus guardias y éstos no dudaron en ocupar su puesto a ambos lados de la princesa, unos pocos pasos más atrás de ella. Margery los miró de reojo, antes de posar sus ojos devuelta en los de su hermano. Comprendía la preocupación de él, pero aquello solo la comenzaría a sofocar y eso era justo lo que menos necesitaba en esos días. No obstante, asintió.

»Es por tu bien. Lo sabes —agregó el castaño unos segundos después.

Margery suspiró y desvió la mirada hacia las cerradas puertas de la biblioteca.

—¿Recuerdas la última vez que estuvimos en reclusión? —Preguntó la princesa en un murmuro.

Pierstom abrió los ojos más de lo normal y asintió con cautela. No estaba seguro adónde quería llegar su hermana con esa pregunta en específico.

Aquel tema no era uno del que ellos dos hablaran un día cualquiera, y eso que hablaban mucho y de diferentes cosas, pero no de eso en específico. No era un recuerdo interesante ni mucho menos grato. De hecho, habían sido los peores días que ambos habían sufrido, estando en la pre-adolescencia, donde las experiencias marcaban más que en otras épocas de la vida.

A Margery la encerraron en la Torre Norte a los nueve años, un año después de la manifestación de la maldición. Al año siguiente, el país entró en conflicto con el de Alysion, tiempo en el que la vista de aquella terrible torre le permitió a la princesa una panorámica de los terrenos del castillo, donde pudo ver demasiadas cosas terribles y desgarradoras. Como los cadáveres de los combatientes caídos siendo transportados hacia sus familiares.

Pero la Guerra de Rhodasaea no había sido la razón por la que el palacio había estado en confinamiento por un mes y medio. Al término del conflicto, mientras que Mercibova se recuperaba de sus daños y pérdidas, fue el mismo tiempo en el que los reyes se tomaron el tiempo de buscar personas que mostraran capacidades extraordinarias y que les dieran la impresión de que podrían quitar la maldición del linaje. Sin embargo, nada transcurrió de manera tranquila y los errores parecieron abundar en cada rincón de la vida de la familia en ese tiempo.

Y entonces ocurrió el primer confinamiento cuando todo terminó en desastre.

Lo que la princesa vivió en esos meses quedó para siempre marcado, en forma de cicatrices, no solo físicas, sino psicológicas e invisibles, que terminaron por romper los débiles lazos que los reyes habían formado con sus hijos. Desde esos días oscuros, muchísimas cosas habían cambiado. La confianza pendía de un hilo demasiado delgado ahora, pero que cada vez parecía querer recomponerse un poco más, desde que sus padres contrataron a Geralt de Rivia. Margery estaba agradecida de que hubiera manera de que la solución estuviera en el afuera y no en ella, como se había creído y sufrido antes.

—Esto es diferente —habló Tom después de varios segundos.

—¿Quién asegura que no sean ellos en realidad? —Preguntó la pelirroja, refiriéndose a las personas que fueron contratadas para buscar la solución a la Maldición del Naranjo Seco, cuando ella tenía apenas unos once o doce años —. Lo de Emilianno podría haber sido obra de-

—No digas sus nombres —le interrumpió —. Esto no tiene nada que ver con lo que te sucedió en la torre, hermana, te lo prometo —a pesar de haber querido sonar seguro, la súplica al final de la frase fue clara para ellos dos.

—Está bien —susurró. Pero no le creyó.

—Ahora. Ustedes dos no la dejarán sola bajo ninguna circunstancia —ordenó el príncipe hacia los guardias que ahora custodiaban a la mujer.

—No es como si alguien pudiera acercarse mucho a mí.

—Siempre será mejor prevenir que lamentar —dijo Tom inclinando la cabeza hacia Margery.

La princesa volvió a asentir y se despidió de su hermano. En cuanto quedó solo con los dos nuevos guardias, se dispuso a entrar a la biblioteca finalmente, pero una vez más, fue detenida cuando alguien se dirigió a ella. Soltando un suspiro exasperado, se volvió hacia la persona y se encontró con Sarai. Frunció un poco el ceño, confundida.

—Su alteza —saludó la rubia, haciendo una reverencia.

—Creí que ya estabas con Cirilla.

—Sí, pero la reina me ha llamado y solicita tu presencia en sus aposentos —le informó.

Después de casi una semana sin ver prácticamente a nadie, su madre al parecer tenía deseos de hacerlo, incluso cuando no había hecho ningún esfuerzo antes. Unos extraños nervios recorrieron su anatomía y trató de controlar su confundida, pero esperanzadora expresión. Era inesperado, pero a la vez sí lo era. Que su madre mostraba interés, quizá preocupación por su bienestar, despertaba una pequeña llama de ilusión.

Sin perder otro segundo, mando con un sirviente un mensaje para Cirilla de que la esperara en la biblioteca y emprendió camino hacia su nueva destino.

En el momento en el que cruzó las puertas para ingresar a la habitación de su madre, no recibió el saludo que había esperado o imaginado minutos antes en el trayecto.

—Siéntate Margery, tenemos que hablar —ordenó la mujer mayor, luego posó su mirada en la rubia —. Puedes esperar afuera, Sarai.

Dicho eso, madre e hija se quedaron solas. La princesa tomó lugar en uno de los elegantes y cómodos muebles, juntando sus manos y apretándolas entre sí sobre su regazo. Se sentía nerviosa, pero era una sensación a la que ya estaba acostumbrada cuando se trataba de su madre, pues le resultaba normal pensar regular de lo que podría escuchar por parte de ella.

Pero ese día esperaba algo diferente, por alguna extraña razón.

—He notado que no has salido de tu recámara o la biblioteca estos últimos días —comenzó la mujer con casualidad, ofreciéndole a Margery una taza de té.

—Madre —suspiró la pelirroja, recibiendo con cuidado la porcelana. A la vez, trató de controlar una pequeña sonrisa en su boca —, gracias por tu preocupación, pero te puedo asegu-

—Quería avisarte que has tomado la decisión correcta —le interrumpió.

Se había quedado completamente callada ante la afirmación de Caitriona.

No sabía qué pensar, mucho menos qué decir, por lo que optó por tomar un sorbo del té. Se reprendió en sus adentros al notar el ligero temblor en sus manos, mientras que la desilusión y decepción inundaron en olas su anatomía, provocando que el aroma de la bebida le resultara demasiado hostigadora y el sabor mucho más amargo de lo esperado.

Ella no había sido citada ahí porque su progenitora sintiera siquiera una mínima preocupación por su bienestar.

Aquello le hizo sentir hasta avergonzada por siquiera haber pensado con afecto las desconocidas intenciones de su propia madre, pero que ahora eran demasiado claras para su gusto. Eran simples, directa e hirientes.

—Así que eso es lo que consideras mejor... —Habló son suavidad, prefiriendo dejar el té sobre la mesa de centro —. Quedarme fuera de la vista de todo el mundo.

—Reconozco ese tono, Margery —reprendió la mujer, mirándola de reojo —. No tienes que hacer esto dramático, solo serán unos días más o hasta que el confinamiento termine.

—¿Por qué no mejor me vuelven a encerrar en la Torre Norte? —Sugirió de repente.

Un nudo se formó en su garganta cuando vio el cuerpo de la reina tensarse ante sus palabras. Ambas mujeres se quedaron en silencio, Margery esperando una respuesta, mientras que Caitriona solo había apretado la mandíbula, tratando de seguir en posición.

Aquel tema siempre sería delicado para todos los miembros de la familia.

Pero lo que más lastimó a la princesa, fue cuando vio el cuerpo de su madre removerse con incomodidad en su puesto. Fue como recibir una bofetada, al comprender el silencio de la mujer mayor.

»Lo consideraste —expresó sintiéndose atónita ante la desastrosa posibilidad de volver a pisar esa parte del castillo.

—Solo consideré si sería una precaución necesaria o no —explicó con frialdad, empero no volteó a ver el rostro de la princesa.

—Bien. De repente me han dado ganas de tomar aire fresco, así que creo que iré un rato a los jardines —concluyó levantándose de su lugar. Haría todo lo contrario a lo que le acababan de decir.

—Esa actitud no es digna de una princesa.

—Creo que tampoco es digno de una princesa estar encerrada en una solitaria torre —contestó —. Cuántas veces te vi en ese tiempo... ¿dos, tres veces?

—Te he dicho que dejes el acto de drama, Margery —advirtió Caitriona —. Además siempre supe que estabas bien —simplificó.

El nudo en su garganta era cada vez más insoportable.

—Estaba sola —le recordó dolida.

—Pierstom te visitaba todos los días —arguyó la reina devuelta.

—¡¿Es que acaso no te importo?! —Exclamó en un chillido.

Ante las últimas palabras de la pelirroja, la reina se levantó de su lugar de repente y enfrentó a su hija. Tenía los ojos bien abiertos, pero no pronunció palabra alguna. Margery soltó un tembloroso suspiro, pensando que todo quedaría en silencio y que nada más sucedería, pero luego vio cómo Caitriona envolvía su mano derecha en un pañuelo, antes de abofetearla de un momento a otro.

El impacto de la mano revestida en tela sobre su mejilla izquierda no fue tan doloroso como el golpe que sintió en su pecho.

La princesa en un principio se arrepintió de haber hablado de esa manera, pero no había podido evitarlo, tenía tantas cosas acumuladas en el interior que eso simplemente explotó, pero aquella bomba también afecto a la mujer que mantenía conversación con ella.

Sí. La confianza pendía de un hilo demasiado delgado.

—Ni se te ocurra volver a alzarme la voz de esa manera o a decir algo así —siseó la reina —. Retírate de inmediato.






¡Feliz inicio de semana!

He decidido publicar capítulo nuevo hoy a modo de celebración, ¡porque esta historia ha ganado un concurso como mejor fanfic! Todavía no me lo creo :oooooo ni me lo esperaba, dado que soy consciente de que tiene errores por ahí, pero voy aprendiendo cada día.

Como siempre, espero que les haya gustado el capítulo. Los momentos Meralt hacen mi día. Además... revelé algunas cosillas sobre lo Torre Norte, porque déjenme decirles que es MUY importante en esta historia ;D 
Ahora que el ataque a Emilianno aclara que es un acto de guerra... aprovechen la tranquilidad mientras puedan, porque todo comenzará a ir de mal en peor jajajajaja

Mil gracias por los leídos y votos, son lo máximo. También le quiero dar la bienvenida a los nuevos lectores y espero que nos acompañen hasta el final ^^

¡Feliz lectura!





a-andromeda

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