Querido jefe Narciso

By SuperbScorpio

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*Historia ganadora de los WOWAwards 2017* -¿Has infringido alguna norma desde que trabajas aquí? - preguntó é... More

Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treinta y uno
Capítulo treinta y dos
Capítulo treinta y tres
Capítulo treinta y cuatro
Capítulo treinta y cinco
Capítulo treinta y seis
Capítulo treinta y siete
Capítulo treinta y ocho
Capítulo treinta y nueve
Capítulo cuarenta
Capítulo cuarenta y uno
Capítulo cuarenta y dos
Capítulo cuarenta y tres
Capítulo cuarenta y cuatro
Capítulo cuarenta y cinco
Capítulo cuarenta y seis
Capítulo cuarenta y siete
Capítulo cuarenta y ocho
Capítulo cuarenta y nueve
Capítulo cincuenta
Capítulo cincuenta y uno
Capítulo cincuenta y dos
Capítulo cincuenta y tres
Capítulo cincuenta y cuatro
Capítulo cincuenta y cinco
Capítulo cincuenta y seis
Capítulo cincuenta y siete
Capítulo cincuenta y ocho
Capítulo cincuenta y nueve
Capítulo sesenta
Capítulo sesenta y uno
Capítulo sesenta y dos
Capítulo sesenta y tres
Capítulo sesenta y cuatro
Capítulo sesenta y cinco
Capítulo sesenta y seis
Capítulo sesenta y siete
Capítulo sesenta y ocho
Capítulo sesenta y nueve
Capítulo setenta
Capítulo setenta y uno
Capítulo setenta y dos
Capítulo setenta y tres
Capítulo setenta y cuatro
Capítulo setenta y cinco
Capítulo setenta y seis
Capítulo setenta y siete
Capítulo setenta y ocho
Capítulo setenta y nueve
Capítulo ochenta
Capítulo ochenta y uno
Capítulo ochenta y tres
Capítulo ochenta y cuatro
Capítulo ochenta y cinco
Capítulo ochenta y seis
Capítulo ochenta y siete
Capítulo ochenta y ocho
Capítulo ochenta y nueve
Capítulo noventa
Capítulo noventa y uno
Capítulo noventa y dos
Capítulo noventa y tres
Capítulo noventa y cuatro
Capítulo noventa y cinco
Capítulo noventa y seis
Capítulo noventa y siete
Epílogo
Tu Querida Agathe y QJN+18

Capítulo ochenta y dos

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By SuperbScorpio

Cuando me desperté a la mañana siguiente estaba totalmente aturdida.

No estaba segura de que todo lo que había ocurrido la noche anterior fuera real, que Louis Auguste Dumont, el hermano gemelo de mi vecino y el dueño de una de las empresas más importantes del mundo de la moda, me hubiera besado, a mí, alegando que sentía cosas por mí que yo jamás había podido ver.

Todavía llevaba mi vestido midi puesto y arrugado, dejándome claro que me había dejado caer en la cama y me había quedado profundamente dormida sumida en mis locos pensamientos, sin siquiera tener la decencia de bajar la persiana, por lo que la luz invadía con intensidad toda mi habitación.

Me froté los ojos, cansada, escuchando cómo las afiladas uñas de Lady S arañaban el suelo de su jaula aclamando mi atención, provocando que me diera la vuelta sobre mí misma y escondiera mi rostro en la mullida almohada.

Estuve en aquella posición un buen rato, hasta que oí la oxidada persiana de mi vecino chirriar, anunciándome que iba a salir al balcón, y me vi obligada a incorporarme, suspirando profundamente, antes de bajarme de la cama.

Eché la cortina, incapaz de encontrarme cara a cara con Bastien después de todo lo ocurrido, y, acto seguido, alcancé la cremallera de mi vestido y la bajé, permitiendo así que la tela se deslizara por mi cuerpo con suavidad antes de caer al suelo a mis pies.

Había visto la hora que marcaba el despertador que había en mi cómoda y sabía que iba a llegar tarde al desfile de los Dumont si no me duchaba en aquel mismo instante.

Agarré como pude mi ropa interior y, sin echarle un vistazo a mi armario para elegir algún atuendo que poder vestir aquel día, me dirigí al baño descalza, sintiendo el frío del suelo bajo mis pies, aunque aquel era el último de mis problemas.

Me desnudé por completo ante mi espejo y, como solía hacerlo habitualmente, bajé la mirada al observar mi propio cuerpo, al que tal vez le sobraban unos cinco kilos y que siempre me había acomplejado, aunque jamás había hecho nada para evitarlo.

Negué con la cabeza, abrazándome a mí misma para meterme en la ducha sin darle muchas más vueltas, abriendo el grifo del agua caliente, provocando que mi piel ardiera gustosamente y mi cabello se mojara al instante.

Me enjaboné todo el cuerpo antes de hacer lo mismo con mi larga cabellera castaña, sintiendo que todas mis preocupaciones se diluían con el agua y acabaran desapareciendo por el desagüe, para mi enorme satisfacción.

Pero, por supuesto, mi momento de relajación no podía durar por siempre, ya que, nada más terminar de aplicar mascarilla, el estridente sonido del timbre me hizo pegar un salto que casi provocó que resbalara y cayera allí mismo, con el peligro de morir desnucada en mi lugar favorito.

No esperaba a nadie y, aún así, el timbre volvió a sonar, insistente.

Me quité los restos de jabón que cubrían mi cuerpo y aclaré mi cabello antes de ponerme mi suave albornoz y envolver una toalla en mi cabello para evitar degotar por todo mi pasillo hasta la puerta.

—¡Ya voy! —grité, cuando el timbre volvió a sonar.

Me anudé el albornoz a la cintura a la vez que alcanzaba el pomo de la puerta y abrí, intentando observar quién se encontraba detrás de ella, aunque él no me lo permitió.

Entró en mi casa como una exhalación, empujándome para poder hacerlo, golpeándome el rostro con la dura madera sin piedad, provocando que soltara un quejido que debió de haber oído hasta mi vecino si seguía en el balcón.

La puerta se cerró antes de que pudiera decir nada y oí un profundo y largo suspiro.

—Tu vecina da muchísimo miedo —anunció Jon, con la espalda apoyada en la puerta y con la respiración entrecortada.

Me froté la frente, donde había recibido el impacto, mirando al Selecto con verdadero disgusto.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté, sin ánimos.

Él me miró por primera vez, abriendo sus grandes y rasgados ojos oscuros para dirigirlos hacia mí, advirtiendo de que estaba mojada y ataviada con un maldito albornoz.

—Oh, mierda, lo siento, Agathe. No sabía que estabas... —Intentó disculparse, girando la cabeza hacia el otro lado.

Me crucé de brazos, incómoda, intentando fingir que no me preocupaba lo mucho que me dolía la cabeza en aquel instante, aunque pronto bajé la mirada hacia su mano, la cual estaba minuciosamente vendada y totalmente inmovilizada, la peor pesadilla de cualquier diseñador.

—No es nada —dijo, adelantándose a lo que pudiera decir, escondiendo la mano detrás de su espalda.

—Te desmayaste ayer por toda la sangre que perdiste antes del desfile —le recordé, aunque él claramente ya lo sabía.

Jon negó con la cabeza y se apartó de la puerta, apartándose de mí, como si no quisiera hablar de ello.

Todavía no comprendía por qué había ido hasta mi casa y dudaba bastante que Narcisse le hubiera enviado después de lo que había ocurrido la tarde anterior, así que lo más probable era que se hubiera acercado por sí mismo, aunque sin dar explicaciones.

—Puedes sentarte, si quieres —le dije, viendo cómo empezaba a andar de lado a lado mientras se despeinaba con los dedos de la mano sana, evidentemente nervioso.

Él asintió con la cabeza y se dejó caer en mi sofá de piel sintética, hundiéndose en él como solía hacerlo mi ardilla, poco a poco y como si yo no pudiera verle.

Le imité, aunque quedándome a una prudencial distancia de donde él se encontraba, colocándome el albornoz como pude para evitar descubrir algunas partes de mi cuerpo que jamás había mostrado a nadie y, precisamente, Jon no iba a ser el primero.

—¿Qué te ocurre? —insistí, viendo cómo su pierna izquierda empezaba a moverse arriba y abajo nerviosamente.

—A mí nada. Bueno, evidentemente sí, pero no tiene nada que ver con que me apuñalara yo mismo la mano —expuso, jugueteando con uno de los botones verdes de su camisa.

Me crucé de piernas, expectante, esperando cualquier cosa que pudiera decirme, porque mi vida era un constante cúmulo de locuras que lo que fuera que tuviera que contarme iba a acumularse a mi lista de cosas sin resolver que me estaban volviendo loca.

—Tiene que ver con Narcisse, ¿verdad?

Él asintió con la cabeza, aunque sin mirarme, evidentemente incómodo, aunque yo no le estaba obligando a nada. Él solito había venido hasta mi apartamento y dispuesto a hablar, no tenía razones para echarse atrás ahora que me tenía enfrente.

—Él... No es sincero contigo. No te ha contado toda la verdad y creo que espera a que sea yo el que te lo diga —expuso, soltando el botón de su camisa para clavar sus oscuros ojos en mí.

Fruncí el ceño, analizando las delicadas facciones de su rostro, esperando encontrar alguna pista de lo que me estaba hablando.

No era la primera vez que alguien me advertía de lo que me ocultaba Narcisse, incluso él mismo me lo había confirmado, pero nunca creí que Jung Jonhyuck estuviera relacionado con ello. No podía estarlo.

Mi cabeza empezó a formular descabelladas ideas de por qué debía ser él quien debía contarme la verdad y yo no quería creer ninguna de ellas, porque Narcisse había dicho que me quería. Lo había dicho, lo había repetido e incluso lo había demostrado, por muy idiota que acabara siendo al final. Aquello no podía... No...

—¿Estáis saliendo en secreto? —espeté, soltando todo el aire que tenía acumulado en los pulmones de golpe.

Primero, Jon me observó con atención, analizando mis palabras con el rostro mostrando una fría seriedad provocada por la confusión de mi pregunta. Parecía realmente sorprendido de que hubiera sacado aquella conclusión, aunque, ¿era algo tan descabellado?

Lo había elegido a él en la prueba de Selectos cuando sabía que había mentido y había hecho trampas, le había protegido cuando yo le acusaba, siempre parecía estar a su alrededor y le había contado ciertas cosas que ni siquiera yo comprendía todavía.

Pero, de pronto, Jon se echó a reír. Sus carcajadas eran limpias, poco ruidosas, y tan solo mostraba la perfecta hilera de dientes superior, mientras sus adorables ojos rasgados formaban dos oscuras líneas en la palidez de su rostro.

¿De qué se estaba riendo?

—¿Qué acabas de decir? —exclamó, apretando su barriga mientras se doblaba sobre ella entre carcajadas.

—¡Para! —exigí, sonriendo por lo contagiosa que era su hermosa risa.

Él se secó las lágrimas de los ojos, todavía jactándose de mi absurda pregunta e, incluso cuando le golpeé el brazo para que se detuviera, no lo hizo.

—Por Dios, ¿qué te ha hecho pensar eso?

—¡Pareces ser tú el que me advierte de todo lo que le pasa a Narcisse! Sabías lo de Raquelle, ahora algo más que ni siquiera puedo sospechar y él es el que te envía a verme a mí, como si te contara todos nuestros problemas, como si fueras su confidente.

—¿Y por eso crees que somos la parejita del siglo? —Siguió burlándose, aunque su risa se había apaciguado para poder escuchar lo que estaba por decir.

—No lo sé, Jon, no lo sé, pero deja de vacilarme.

Le vi morderse el labio inferior, intentando contener un segundo ataque de risa en el cual tan solo podía participar él.

—Yo no salgo con Narciso y jamás, en toda mi vida, lo haré —aseguró, divertido—. Y no sé cómo tomarme el hecho de que hayas deducido que soy homosexual... ¿Crees que por ser diseñador debería de serlo?

Me golpeé la frente dolorida con la palma de la mano, dándome cuenta de lo estúpida que parecía cada vez que abría la boca.

—No, pero parecíais tan unidos que...

—A mí no me gustan los hombres —me interrumpió, tajante, mirándome fijamente a los ojos aunque no intimidatoriamente, sino más bien disfrutando de mi incomodidad como nunca lo había hecho.

Por alguna razón, parecía gustarle el hecho de saber más que yo.

Quise seguir preguntando, dispuesta a averiguar lo que fuera que Jonhyuck tuviera que contarme sobre nuestro jefe, justo cuando oí tres fuertes golpes proviniendo del exterior que nos sobresaltaron a ambos al instante.

Sonó el timbre y, acto seguido, volvieron a aporrear la puerta con urgencia, como si se le fuera la vida en ello.

Tanto Jon como yo observamos con atención lo que estaba ocurriendo, porque a cada día que pasaba, mi apartamento era testigo de cosas más y más surrealistas.

—¡Señora, que la denuncio por acoso sexual y esta vez de verdad! —gritó Guste con histerismo, aporreando la puerta como si se le fuera la vida en ello.

Me levanté rápidamente y tardé menos de dos segundos en abrirle al hombre que me había besado por primera y última vez, segura de que debía salvarle de las garras de la vieja loca de mi vecina.

Ni siquiera me sorprendió verla cubierta por su inseparable bata de seda, que ocultaba con poca sensualidad el conjunto de ropa interior que vestía con orgullo y que a mí casi me provocó una arcada, como las que le estaban dando a Guste.

El gemelo Dumont se deshizo del agarre se mi vecina y, sin darle tregua, entró en mi apartamento, chocándose contra mi cuerpo en aquel brusco movimiento y sin preocuparse en absoluto por ello.

Ni siquiera se había dado cuenta de que Jon estaba sentado en mi sofá, aunque aquel debía de ser el último de sus problemas.

—¡Pero a ver, vecina, que tienes a Tres Delicias metido en tu apartamento también! ¡En este edificio están prohibidas las orgías! —gritó la loca, poniéndose de puntillas para mirar por encima de mi hombro para ver si podía identificar a Jon detrás de mí.

—¡Métase en su casa y deje de acosar a todo el que suba a mi piso! No es de su maldita incumbencia lo que haga con mi vida —respondí, dando un paso atrás para que Guste diera uno hacia delante y así poder cerrar de un portazo, dejándole con la palabra en la boca a aquella maldita loca.

Jon carraspeó después de aquello, provocando que Louis Auguste se girara hacia él, sin ocultar su sorpresa por la presencia del coreano.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó en un tono áspero, tensando la mandíbula.

Con el ceño fruncido, dirigí mi mirada hacia el Selecto, quien ya se había levantado del sofá.

—Venía a hablar con Agathe sobre algo urgente. Tengo que contarle la verdad —explicó, sosteniéndole la mirada, sin mostrar la jovialidad que hacía prácticamente segundos había iluminado su rostro.

—¿Qué verdad, Jon? —inquirió Guste, pronunciando su nombre entre dientes.

Siempre había dado por hecho de que ambos no se conocían. De hecho, seguía haciéndolo, ya que era imposible que les hubiera visto interactuar y, aún así, la forma en la que Guste observaba al Selecto no parecía debida a una primera coincidencia.

—Tengo que irme ahora —masculló Jonhyuck entre dientes, colocándose los puños de su camisa y observando con odio al dueño de Louis XIX, quien no parecía muy contento con su presencia.

Cuando Jon pasó por su lado para salir de allí, Guste le agarró con fuerza del brazo, reteniéndolo.

—Joder, suéltame, Aguste. ¿No tienes un maldito desfile que atender? Porque no deberías de estar aquí, precisamente.

Guste no se inmutó.

—No te importa lo que yo haga.

—Ni a ti lo que quiera hacer yo, así que suéltame —ordenó el coreano, zarandeándose para liberarse del agarre de Guste, quien, finalmente, lo soltó, permitiendo que Jon abriera la puerta y, tras salir mascullando algo que no comprendí, pegara un portazo que retumbó en todo el edificio.

Nos quedamos Guste y yo a solas, pero ninguno dijo nada durante un buen rato.

Yo estaba totalmente confusa por todo lo que había ocurrido y él parecía sumido en sus propios pensamientos, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa, poco dispuesto a conversar después de aquel extraño encuentro.

—Voy a vestirme —dije al fin y él, por primera vez, me observó, dándose cuenta de que llevaba el albornoz puesto.

Asintió con la cabeza, tras sonreír ligeramente, relajando sus músculos faciales.

—Venía a buscarte. No sabía que no estarías lista ni... Sola.

Me encogí de hombros, intentando no darle importancia.

—Iba a coger un taxi, no necesitaba que te molestaras en venir.

—Pero quería verte —me interrumpió —. A partir de ahora, ni quiero ni puedo apartarme de ti.

Sonreí, poniéndome de puntillas para besar su mejilla afeitada, dándome la vuelta, dirigiéndome hacia mi habitación sin darle más importancia a lo que había pasado, aunque inevitablemente pensando en lo poco que Jon me había dicho, que había conseguido inquietarme un poco más.

Pero, de pronto, oí la voz de Guste susurrar, como si yo no pudiera escucharle:

—¿Qué estabas haciendo, maldito infeliz?

* * *

Annyeonghaseyo!

Dos hombres en un capítulo, y los que quedan JAJAJAJA

Ay, no, no puedo reír porque debo anunciaros una triste noticia que os va a romper el corazón... A partir del lunes, muy probablemente, no vaya a poder seguir publicando capítulos a diario, aunque no os desesperéis porque quedan solo 15 para el final de la novela y lo más probable es que este mes de mayo termine de subirla entera, lo único que tal vez tendréis que esperar algo más.

Pero bueno, ahora lo que nos queda es hablar de lo raro que es Jon (who is not homo, ya lo habéis leído, stop etiquetar a los diseñadores JAJAJA) y a lo creepy que acaba de actuar Guste al verle, porque, ¿se conocían ambos para hablarle con esas confis? ¿No? Huuuuuuuuuum.

Uy, uy, uy, que esto ya es el desenlace, me huele a que vamos a conseguir que alguien hable sobre ese secretillo que guarda Narcisse en breves y... Ajá, ya es hora de que Agathe se decida de alguna forma... O dos. JAJAJAJAJA QUE ME MEO.

Ale, me voy a merendar algo de chocolate porque tengo prioridades en la vida y ponerme un bikini ahora mismo no es una de ellas xd

Annyeong!

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