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By a-andromeda

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๐•ฎ๐–š๐–—๐–˜๐–Š๐–‰ ๐•ท๐–Ž๐–“๐–Š๐–†๐–Œ๐–Š | LINAJE MALDITO ยซ๐˜ข๐˜ฎ๐˜ข๐˜ณ ๐˜ญ๐˜ฐ ๐˜ฒ๐˜ถ๐˜ฆ ๐˜ฏ... More

CURSED LINEAGE
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XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
รREA GRรFICA
CONร“CELOS
AGRADECIMIENTOS

V

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By a-andromeda

"Sueño despierta
con tu presencia,
sin tus besos."
Germán A. Barrios Leal.














                    En cuanto Margery abrió los ojos, gracias a la luz del día que se filtraba en su habitación, se removió en su cama, estirando sus extremidades, todavía demasiado cómoda como para querer levantarse y empezar un nuevo día. Si tenía la oportunidad de quedarse más tiempo bajo las sábanas, volviendo al mundo de los sueños, el cual se había encargado de envolverla en una situación inesperada, pero bastante placentera, no dudaría en tomar aquella oportunidad.

Lazando un satisfactorio suspiro a la nada, la princesa volvió a cerrar los ojos, sus labios curvados en una media sonrisa. Esperaba con ansias poder volver a estar enredada entre un par de fuertes brazos, un par de irises ámbar observándola con una emoción cercana al deseo y cabellos platinados acariciando sus facciones. Deseaba más cercanía, más que la pudiera que permitirse en la realidad, pero que tenía la maravillosa oportunidad de soñar.

Sin embargo el sonido de las puertas dobles que daban el ingreso a la recámara, se habían abierto de par en par, provocando un desagradable estruendo y que la mujer que descansaba aún, abriera los ojos de repente.

—¡Buenos días querida hermana! —Saludó Pierstom, entrando al lugar con todas las libertades posibles.

La repentina interrupción hizo que la pelirroja soltara un bufido, para nada digno de una princesa, y decidiera cubrirse con las mantas hasta su cabeza, ocultándose de todo y todos. Esperaba que de esa manera su hermano lograra captar la indirecta y la dejara tranquila, para unas cuentas horas más de sueño. Eso era lo único que pedía por lo menos. Pero ni la suerte ni los astros parecían querer estar de su lado esa mañana.

Se había sentido contenta de tener las mejillas enrojecidas por lo que su mente había tenido el atrevimiento de imaginarse, pero ahora el tono rojizo de su rostro se asociaba más con el mal humor que comenzaba a abordar su cuerpo. A pesar de todavía estar con el corazón latiendo más rápido de lo normal, sentía cierta decepción de no creer ser capaz de volver a sentir esas sensaciones. Una vez más tenía que aterrizar en su realidad.

El cambio de humor y panorama casi le hacen doler la cabeza; eso y por tener que aguantarse de querer lanzarle un candelabro a Tom.

—¿Qué es lo que quieres? —Preguntó con amargura, todavía bajo la protección de las telas.

—Vaya... alguien se ha levantado con un humor regular —comentó el hombre con gracia, mientras se acostaba al otro lado de la cama.

—Su alteza, traté de detenerlo, lo lamento mucho —entró Sarai afanada, disculpándose con rapidez.

Margery suspiró y destapó su cabeza para mirar a su hermano, quien la estaba esperando con una sonrisa amistosa, la cual pronto cambió, en cuanto él notó que su hermana lo estaba fulminando con sus ojos, bajo un ceño fruncido. Así fue como Pierstom de Mercibova, el futuro rey de grandes y fértiles tierras, destinado a grandes hechos e historias, liderar unas guerras y evitar otras: hizo un puchero, desviando su mirada hacia la sirvienta personal de la princesa.

—Sarai me quiere más que tú, por lo que veo —se quejó el hombre, todavía con los labios fruncidos.

—No aprecio esta nueva forma de levantarme, Tom —dijo Margery, incorporándose en la cama.

—¿Por qué estás sonrojada? —Preguntó el príncipe alzando una ceja, apenas notó las mejillas coloradas de la princesa.

Aquella pregunta tomó desprevenida a la pelirroja, quien no dudó en darle la espalda a su hermano, para que no le viera el rostro apenado. Sabía que si permitía que Pierstom tuviera siquiera un visaje de su cara, sabría más o menos qué estaría pasando por la cabeza de Margery, y no era en realidad algo que quería que sucediera en esos momentos. La vergüenza sería tanta, que el resto de su rostro y cuerpo, terminarían más encendidos que los colores de sus cabellos.

Haciéndole una seña a Sarai para que le preparara un baño, se quedó a solas en ese lugar, con su hermano recostado a detrás de ella, después de que la rubia hiciera una reverencia y se retirara al espacio donde se encontraba el cuarto de baño.

—Solo me sorprendiste —contestó con simpleza, levantándose en su totalidad, tomando entre sus manos su albornoz para ponérselo.

—¿No te gusta despertar con la visita de tu hermano preferido?

Margery se dio la vuelta para enfrentar al príncipe, alzando una ceja.

—Seguro que Emilianno sigue dormido...

La respuesta de la princesa hizo que Tom tomara una bocanada de aire por la boca, de manera exagerada, fingiendo estar ofendido y dolido. Eso solo sacó una sonrisa en Margery, aunque eso no lo podía ver el hombre con claridad, ya que ella había decidido volver a darle la espalda.

—¡No puedes preferir un hermano que no habla! —Exclamó el castaño, dejándose desplomar sobre el cómodo colchón de plumas—. No hay razón para favorecerlo —su tonó de voz se pintó con algo demasiado parecido a la indignación.

—Pues en estos momentos eso es lo que mejor me parece —contraatacó, todavía sonriendo por las drmáticas actitudes de Tom —. Un hermano que no habla suena como una buena idea.

—Está bien, está bien —suspiró, rindiéndose y cambiando el asunto —. Mejor dime qué es lo que te tiene así —pidió Tom, sentándose y observando a la pelirroja, quien todavía no le devolvía la mirada.

Margery volvió a suspirar, sintiéndose cansada de repente. Conocía la insistencia de su familiar, muchas veces eran parecidos en ese ámbito, sobre todo entre ellos dos. Se conocían demasiado bien, y se amaban como a ningún otro, así que era normal que Pierstom supiera que había algo raro, solo que ella no estaba preparada para compartir algo de lo que pasaba, o había pasado por su cabeza. No era correcto, ni mucho menos decente que una princesa estuviera teniendo y experimentando ese tipo de sueños, sobre todo con alguien tan diferente y único como lo era Geralt de Rivia.

Aunque ella no estuviera comprometida con nadie, gracias a la maldición, su virtud debía ser conservada, signo de pureza y pulcritud que debía representar. Pero su cuerpo había comenzado a reaccionar de una manera diferente, teniendo sensaciones y deseos que hasta ese entonces no le resultaban demasiado conocidas. Era como si un pequeño fuego se hubiese encendido en su interior, atacando sus nervios más sensibles y distorsionando sus sueños de forma más... agradable.

A pesar de que su cuerpo mantenía aquella castidad, a Margery le quedaba muy claro que su mente ya no.

Miró a Pierstom de reojo, insegura. No quería tener que mentirle a la persona que le era más importante, sin embargo encontraba el hecho demasiado necesario.

—Pesadillas.

Dicho eso, la princesa trazó un diferente camino y se asomó hacia las ventanas vidriadas, para abrirlas de par en par, dejando que la brisa rozara su piel todavía sonrojada. El aire de la mañana estaba haciendo un excelente trabajo en tranquilizar y despejar su cabeza, justo lo que parecía necesitar en esos momentos.

Ante las palabras de su hermana, Tom frunció el ceño en preocupación. Se levantó de la cama y se acercó a la princesa, teniendo que mantener más distancia de la que le agradara, porque ni ella ni él, llevaban guantes puestos. La tela que mantenía la piel de Margery resguardada, era peligrosamente muy fina, y ellos no se pondrían a experimentar qué tan lejos llegaba la maldición en cuanto al contacto.

—¿De la maldición? —Preguntó el hombre con suavidad —. Creí que habías hablado con Blanche sobre eso.

—Sí —contestó de inmediato —. Me ha dado lavanda para mantenerme calma, en caso de que vuelvan constantemente.

—Mary —habló Tom, con la misma delicadeza anterior —. Sabes que lo que sucede en los sueños, no es real ni nunca lo va a ser, ¿verdad?

Incluso cuando las palabras habían sido profesadas con el infinito cariño que Margery sabía que Tom le tenía, le dolió. Aun cuando no debería sentirse de esa manera, cuando sabía que debía olvidar todo, le dolía más de lo esperado. No encontraba una explicación lógica para sentirse de esa manera, más que la de desear algo que nunca podría tener, que ni siquiera debería querer en primer lugar, porque no era lo correcto.

La mueca de disconformidad en el rostro femenino no tardó en aparecer, esta vez, siendo clara para el príncipe, quien hizo su propia expresión de preocupación.

—Sí lo sé —contestó, a pesar de no haberse sentido capaz de hablar en un principio.

—Bien —habló Tom con una media sonrisa compasiva —. Necesito que estés lista y me acompañes a los establos —pidió con nueva energía renovada.

—¿Esa es la razón por la que has interrumpido mi tiempo de descanso?

—Eh... algo así —contestó con rapidez, comenzando a caminar de espaldas hacia las puertas dobles, para salir de los aposentos de la princesa —. Necesito que tú y yo desaparezcamos de la vista de nuestros padres. ¡No tardes más de lo necesario o ya no podré salvarte!

En cuanto el castaño terminó de hablar, abrió las puertas, para después cerrarlas en cuanto estuvo en el pasillo. Margery, quien se había quedado quieta, observando a su hermano en confusión, suspiró por enésima vez en esa mañana. Conocía la hiperactividad de Pierstom, pero ese día era más de lo que ella consideraba normal, ya no era un sardino, sino un adulto, próximo a la línea.

Tan solo la noche pasada del festín en honor al brujo de Rivia, el príncipe tenía sus ánimos por los suelos, pero ahora parecía que apenas y podía contener alguna especie de emoción en su cuerpo. Comenzar a dudar de la salud mental de Tom parecía ser una cuestión necesaria para tomar en cuenta.

—Su majestad, ya está listo su baño —le anunció Sarai, regresando al dormitorio.

—¿Sabes la razón de la actitud de Pierstom? —cuestionó la princesa, caminando hacia el cuarto de baño, seguida de la rubia.

—Hay muchos temas en La Corte, algunos se hablan más recientemente que otros —contestó la mujer, recibiendo en sus manos el albornoz de la princesa, con sumo cuidado de no rozar la piel.

Margery ladeó la cabeza, deshaciéndose su prenda para dormir, quedando desnuda.

—Sarai... —insistió, pero sin volverse a mirarla.

La rubia suspiró, recogiendo todas las telas descartadas en el suelo, mientras que la pelirroja se metió en la tina. El agua tibia, llena de hierbas y aromáticas inundó sus sentidos y se relajó en el cuerpo líquido, cerrando los ojos. Sin embargo todavía estaba atenta a las palabras de Sarai.

—Es posible que pronto tenga una cuñada y un prometido, alteza.

El cuerpo de Margery se tensó de inmediato, en cuanto su cerebro registró las palabras escuchadas. Volvió a abrir los ojos, sin mirar a ningún punto en específico.

Ese día estaba yendo de mal en peor.





—Así que el hecho de que tendrás que asentar cabeza, decepcionando a damas de La Corte y sirvientas por igual, es porque quieres evitar a los reyes —habló Margery en forma de saludo en cuanto se encontró a su hermano en las caballerizas.

Después de haber escuchado aquellas palabras por parte de Sarai, un sabor mucho más amargo que cuando Pierstom la despertó, se había instalado en su boca. Esa sensación en su lengua no parecía querer desvanecerse, a pesar de que se quiso convencer que en el transcurso del día, se iría apagando. Quería creer que entre más se acostumbrara a la idea de que pronto conocería al hombre que sería su esposo y a la mujer que se convertiría en la reina de su hermano.

Cierta sospecha de que aquello sucedería, venía rondando la cabeza de Margery, desde que parecía existir la oportunidad de acabar con lo que se había convertido en su condena. Había ignorado esas ideas en su momento, pero ahora lo hacía más incómodo y que quizá le dolía un poco más, es que esas palabras de compromiso, llegaran a ella por parte de terceros, no por parte de sus padres. Ahora le quedaba muy claro que rumores del posible levantamiento de La Maldición del Naranjo Seco, ya habían viajado kilómetros de distancia, hasta aterrizar a oídos de otros reinos, reyes y príncipes.

En cuanto Piersto, escuchó la voz de su hermana, se volvió a observarla, con una mueca de disgusto en el rostro. Ya no se encontraba con el mismo ánimo con el que se había presentado esa mañana.

—No había querido que te enteraras de esa manera. Sarai debió haber esperado.

—Ya no tengo once años, Tom —le recordó la princesa —. Decirme las cosas que te molestan y que me conciernen, es justo y necesario.

Después de hablar, ambos hermanos se quedaron un momento en silencio.

Margery se sentía incómoda, pues el simple hecho de pensar que su mano pronto estaría prometida a alguien más, un completo desconocido, le producía aquella sensación. No era como si tuviera una opción, pero tal vez podría encontrar comodidad en poder elegir ella misma, sin embargo seguía temiendo que su madre fuera la que terminara orquestando todo. La conocía y no tenía dudas de que la reina escogería a un hombre que sería todo lo que Margery jamás sería capaz de desear en su vida.

Ni siquiera sabía si de esa misma manera funcionaría con Tom. Pensando en él, recordó que el príncipe ya había pasado por esa situación antes. Lastimosamente, la mujer a la que había estado prometido desde la tierna edad de ocho años, había sufrido una enfermedad terminal, muriendo hacía casi dos inviernos.

—Debería haber alguna forma de nosotros poder conocerlos antes de dar ese paso de compromiso —sugirió la princesa.

Los dos estaban habían comenzado a caminar, uno al lado del otro, pero la pelirroja se encargaba de seguir manteniendo la misma distancia considerable de siempre.
Los trabajadores, al notar la presencia de la realeza paseando por los lares, no tardaban en inclinarse ante ellos, antes de volver a retomar sus labores. No obstante, Margery podía notar por el rabillo del ojo la manera en la que las personas trataban de centrar sus ojos más que todo en Pierstom que en ella, como si temieran que solo con su mirada, ella terminaría con sus vidas. No era nada nuevo para la princesa, pero siempre sentía que una nueva espinita se clavaba en su pecho al tener que presenciar aquello.

¿Cómo podría llegar a ser una buena reina cuando todos huían de su presencia? Eso parecía una terrible imposibilidad a ojos de ella.

—Sí. Claro que existe una forma —contestó el castaño —. Se le dice ser plebeyo y conocer de verdad a las personas, no sus títulos o tierras.

—Está bien, supongo que sería buena esa forma —aceptó —. Excepto que a ti te reconocerían con facilidad, mientras que yo... —se detuvo de repente, sintiendo el conocido nudo en la garganta —. Bueno, tú entiendes a lo que me refiero.

En cuanto salieron al otro lado de los establos, después de haberlos cruzado en su totalidad, ante ellos se extendía un gran campo de verdes pastos y árboles bellamente altos, frondosos de hojas o flores. Era una imagen que demostraba que el invierno había quedado atrás, dando paso a un paisaje colorido, de cielos despejados y naturaleza viva. Si Margery cerraba los ojos, podía jurar que sentía la libertad abarcar su anatomía en una tranquila brisa, con aroma a esperanza adentrándose en sus fosas nasales. Hacía un excelente tiempo ese día, lo cual le recordó a su vez, lo poco que faltaba para las conocidas Fiestas de Primavera que se llevaban a cabo en Mercibova.

Aunque eso solo le rememoró la llegada de la fecha que marcó su vida para siempre. El día en el que la maldición se manifestó por vez primera.

—Seguimos teniendo derecho de conocer a quien queramos escoger —habló Tom, empecinado con el mismo tema.

—Quizá no siempre es así con las personas del común —dijo, tratando de tranquilizarlo, pero sin atreverse en realidad a dar cualquier clase de confort físico —. Pero sí apoyo que debería existir alguna clase de gusto, antes de contraer matrimonio, siquiera. —Comentó la princesa, algo pensativa.

En cuanto escuchó el relincho de un caballo, que no provenía en realidad de los establos que habían dejado atrás, fue cuando notó por primera vez la figura del brujo. Estaba sentado a los pies de un árbol de grueso tronco, concentrado en afilar sus armas con su yegua a un lado, la cual estaba pastando, con la misma tranquilidad que su dueño.

La princesa parecía haber quedado plantada en el mismo lugar, sintiendo que por alguna extraña razón, había sido atrapada desprevenida. Decidió centrar su mirada en el rostro de su hermano, esperando que de esa manera, sus mejillas desistieran de hacerle competencia a su cabello.
El recuerdo del sueño pasó volando ante los ojos de Margery, quien en verdad parecía estar haciendo un sobreesfuerzo por concentrarse en la conversación del momento. Pero sus orbes la traicionaron, puesto que no tardó en desviarlos por unos segundos hacia Geralt, quien no parecía acatar el hecho de que ella y Pierstom se encontraban relativamente cerca. Parecía como si al hombre de ojos ámbar no le importara en lo más mínimo.

—¿Te imaginas si nuestros padres se gustaran, por lo menos un poco? —Preguntó el castaño con incredulidad.

—B-bueno... estamos nosotros, relativamente hace poco tuvieron a Emilianno —respondió Margery, encogiéndose de hombros.

—Ellos se odian y eso es demasiado obvio —habló Tom con exasperación —. A veces siento que estoy mirando un espejo de mi futuro —terminó con un suspiro desganado.

La pelirroja ladeó la cabeza en compasión, dando un paso más cerca a su hermano.

—No tienes que creer eso, Tom.

—Qué se supone que haga si la mujer con la que tengo que contraer matrimonio... —dejó de hablar por un momento, luciendo pensativo, antes de respirar con fuerza —. ¿Qué pasa si no es bonita? ¿Si huele mal? ¿Si mastica con la boca abierta?

La princesa parpadeó varias veces seguidas, tratando de seguir el hilo de la conversación, pero las preguntas de su hermano estaban yendo demasiado rápido. Era clara la disconformidad del príncipe ante la situación. Ya no era el mismo niño de antes que acataba las cosas que le era dirigidas, ahora tenía cierta fuerza autónoma que estaba despertando el disgusto de no poder elegir su futuro, a pesar de ser un adulto. Pierstom siempre sintió que su vida y la de Margery estaban siendo controladas, sin embargo guardaba la esperanza de que eso cambiara una vez pasaran los años. No obstante, eso seguía sin suceder.

»¡Mary! —Exclamó Tom, abriendo los ojos más de lo necesario —. ¿Qué pasa si no es bonita?

—Como si eso fuera lo peor que pudiera suceder, Pierstom —habló la princesa con severidad —. ¿Qué pasa si sí es bonita, pero no una buena persona?

—¿Qué pasa si no es bonita y cruel? —Resaltó el príncipe con una mueca en el rostro.

—¡Tom! —Gritó la princesa, algo que en realidad no debía suceder por parte de una dama de La Corte, pero en esos momentos no le importaba en lo absoluto —. ¿Acaso te has preguntado qué sucede si ella no te encuentra atractivo a ti?

La pelirroja suspiró, sintiendo un dolor de cabeza querer hacer su llamado en su frente, gracias al estrés que comenzaba a sentir con esa charla. Margery inclinó la cabeza hacia atrás, retirándose el cabello del rostro, esperando así que la brisa calmara su exasperación hacia su hermano. El paisaje del campo había pasado a un segundo plano hacía rato.

Ante el llamado de atención, el castaño fue el que parpadeó varias veces ahora, enfocando su vista en su hermana. Sus ojos azules tenían aquella imagen de un gatico bajo la lluvia, la cual era normal en él cuando Margery lo reprendía de esa manera.

—¿Por qué no lo haría? Soy devastadoramente guapo.

Ahora sí que se había quedado sin palabras. Pierstom podía ser cabeza dura, querer volver a dar esos aires infantiles, pero la princesa sabía que solamente estaba poniendo excusas inútiles para ocultar el verdadero problema que lo tenía en esas actitudes. Ella esperaba que pronto llegara el momento en el que Tom le contara qué era exactamente lo que estaba sucediendo, y dejara de lado las preguntas y quejas evasivas que había escogido para escudarse de lo que en verdad le molestaba.

»Es como si no importara el hecho de que podría tener a alguien en mi corazón ya —murmuró el príncipe después de unos segundos.

La mujer abrió la boca, sorprendida ante la inesperada confesión. Frunció el ceño, posando una mano sobre su pecho, sintiendo la manera en la que este pegó un salto con las palabras de su hermano. Se acercó un poco más al castaño, cuidando de que no estuviese en peligro y posó una de sus manos enguantadas sobre las de él. Pierstom tenía la mirada gacha y perdida.

—Tom...

El castaño sacudió un poco la cabeza y volvió su vista hacia su hermana, para sonreírle abiertamente. Sin embargo el brillo de la curva de sus labios, no alcanzó sus ojos, los cuales permanecieron apagados, como si estuvieran en medio de una tormenta sin salida alguna. Casi parecía como si acabaran de arrebatarle algo que mantenía apreciado en su interior, pero que ya no podía seguir siendo así.

—En caso de que la reina pregunte por mi presencia, solo dile que estoy haciendo un mandado de mi padre, ¿sí? —Pidió Pierstom, volviéndose hacia los establos.

—¿Adónde irás?

—Lo creas o no, hermanita, tengo trabajo que hacer —contestó el príncipe, guiñándole un ojo a forma de despedida.

En cuanto le dio la espalda a su hermana, su semblante amistoso y amable cayó de inmediato. Él también estaba cargando con el peso del conocimiento de que los compromisos no eran el único problema que se les avecinaba. Todavía no podía hablar de nada con nadie, al menos que no fuera Eliastor, sobre el asunto, no hasta comprobar lo necesario y realizar lo que debía.
Era la primera vez que el rey ponía en sus manos un trabajo que tenía que ver más con accionar que escuchar o fingir hacerlo. No estaba de humor para decepcionar a su padre o poner en peligro a su gente, así que agradecía tener la oportunidad de ocupar su cabeza en otros asuntos más racionales, dejando de lado la inconformidad de su pecho.

Margery se quedó estática en su lugar, tratando de comprender todo lo que acababa de suceder. Lo que primero había empezado como un berrinche por parte de Pierstom, se había convertido en un asunto más profundo y emocional, hasta terminar con lo que casi parecía ser la huida de su hermano, para evitar sus preguntas. Quizá era eso lo que tenía el ánimo de Tom por todas partes, a pesar de que ella no podía formar un juicio verídico sobre lo que le sucedía, con lo escuchado, estaba convencida de que su hermana sí estaba enamorado de alguien.

Al caer en cuenta de ello, sintió el corazón pesado. Ni siquiera ella se podía imaginar amando a alguien, pero teniendo que vivir su vida enlazada con otro. No podía saber con exactitud si el cuerpo del ser humano sería capaz de soportar aquello, porque sin corazón, ¿cómo era posible querer vivir?

—Alguien debería decirle que hay peores destinos que casarse con una princesa que mastica con la boca abierta —comentó alguien a espaldas de ella.

La mujer se volvió de inmediato, temerosa de que la persona estuviera demasiado cerca de ella. Sus mejillas se coloraron en cuanto vio a Geralt de Rivia, con las riendas de su yegua en manos y sus armas envainadas. La princesa había estado tan sumergida en sus pensamientos, que no escuchó ni sintió la presencia del brujo, hasta que éste le habló directamente. Notó que el hombre no tenía su armadura puesta, sin embargo las telas de su vestimenta eran negras, haciendo un claro contraste con los tonos salmones que conformaban el vestido de la princesa.

—Eh... —Margery carraspeó en cuanto notó la desagradable muletilla salir de sus labios —. Creo que alguien debería decirte a ti, que no hay ninguna princesa que haga eso —declaró.

Pero Geralt solo la miró con cierto entretenimiento decorando el brillo de sus irises dorados. El brujo se aclaró la garganta, para después pasar por un lado de la princesa, llevándose consigo a Roach, en dirección al interior de las caballerizas. La pelirroja se hizo a un lado, para permitir más espacio y no causar un accidente innecesario. Sería terrible si el brujo que contrataron para eliminar el mal que causaba la maldición del linaje, muriera justo por ello.

—Estás preocupada —expuso el hombre, deteniéndose y volteando a verla.

¿Cómo parecía ser capaz de saber aquello? O tal vez la expresión de Margery era demasiado clara para el universo.

—Es solo que encuentro injusticia en estos asuntos de matrimonios concertados por segundos.

—Hmm... tu hermano será rey; los reyes tienen amantes todo el tiempo —comentó con simpleza, acariciando la melena del ejemplar.

Margery frunció el ceño hacia el brujo.

—Eso sería devastador y mucho más injusto para su reina.

—Las reinas hacen lo mismo —habló Geralt, enarcando una ceja, mirándola.

La princesa seguramente parecía un pececito fuera del agua, gracias a las numerables veces que abrió la boca y la volvió a cerrar, al no encontrar palabras para contestar a lo que acababa de escuchar. Sin poder controlar las reacciones de su cuerpo, su corazón comenzó a latir más rápido, en su cabeza reproduciendo aquel placentero sueño de esa mañana.

El hombre de cabellos platinados ladeó la cabeza en cuanto percibió el distinguible sonido de la sangre bombear a mayor velocidad. Sabía que aquellos latidos le pertenecían a Margery y, aunque no se mostraba como alguien curioso, sabiendo que aquello solo llevaba a problemas innecesarios, deseó saber qué fue lo que produjo aquel cambio de presión en ella.

Sin ser dueño de sus ojos por un momento, le fue inevitable observarla de pies a cabeza un par de veces. Era hombre y no era ciego. Encontraba además cierta belleza exótica en Margery de Mercibova, la cual no parecía solo residir en su físico, sino en una postura que no demandaba ni impartía el miedo del que tanto hablaban los pueblerinos. También porque la manera en que la princesa veía el mundo a través de sus ojos, le recordaba mucho a una avecilla enjaulada, esperando el momento adecuado para batir las alas y dejar atrás todo lo que alguna vez le podría detener.

Percibía la determinación en ella, al igual que la profunda amabilidad, aspectos que los demás pasaban por alto, gracias a la manera en que la tenían catalogada.

Margery carraspeó, llamando la atención del otro una vez más, pero ella no parecía haber notado la mirada del brujo sobre sí. La princesa había estado demasiado ocupada tratando de poder volver a encontrar su voz, no queriendo quedarse pasmada más tiempo. Una princesa siempre debía saber qué decir.

—Eso sería muy mal visto para una reina, y todo el mundo lo sabría —habló, a pesar de que la voz le tembló un poco.

—Y tú no harías nada que resultara muy mal visto, ¿no es así? —Cuestionó, a pesar de que los dos sabían la respuesta.

—No encuentro nada de malo con desear lealtad matrimonial —confesó con firmeza y alzando el mentón.

—¿Es eso lo único que deseas?

Y nuevamente se había quedado sin palabras.

No era justo. En verdad que no era justo para ella quedarse pasmada cada vez que Geralt de Rivia lanzaba ese tipo de preguntas en su dirección. Parecía que tenía la suerte y el poder de atraparla desprevenida la mayoría de veces, o quizás era porque ella se atrevía a bajar su guardia cuando hablaba con él. De cualquier manera, no era justo que ella se volviera un manojo de nervios, mientras que el otro permanecía impasible.

—Su majestad —saludó Sarai, llegando afanada al final de las caballerizas.

La rubia miró a los presentes, parpadeó y luego hizo una reverencia. Margery nunca antes había estado tan agradecida con una interrupción. Desviando sus orbes sorprendidos de los ámbares del hombre, centró su mirada en su ayudanta, quien parecía haber tenido que correr para encontrarla lo más pronto posible. Trató de concentrarse, a pesar de notar la pesada mirada del brujo todavía en ella.

—¿Sarai?

—Los reyes solicitan su presencia en el salón del trono —le anunció, la voz con falta de aire.

En cuanto terminó de hablar, la rubia miró por el rabillo del ojo al brujo, quien no se había molestado en acatar su presencia. Luego, con los ojos levemente cerrados, volvió a mirar a su princesa con curiosidad pintada en sus ojos azules.

—Gracias por el aviso —habló la pelirroja, comenzando a caminar hacia Sarai, pero al pasar por un lado de Geralt, siempre consciente de la distancia, se detuvo y lo volvió a ver —. Puedes llevar a Cirilla a puertas del salón. En cuanto termine de hablar con mis padres estaré con ella —prometió con una sonrisa.

Sin esperar respuesta por parte de él, continuó su camino.

No recordaba haberse sentido aliviada de tener que ir a una pequeña audiencia con sus padres, pero ahora lo hacía y le resultaba extraño. Siendo seguida de Sarai, volvió a atravesar los establos, pero su andar era más afanado que el anterior cuando estaba con su hermano.

Enhorabuena había recordado el favor que el brujo había pedido de ella, el cual era cuidar de la bella niña de llamativos ojos, hasta bien entrada la noche, asegurándole de esa manera a Geralt que estaría en buenas manos. Aunque eso se tenía que tomar de manera hipotética.
El brujo iba casi todos los días al bosque, muchas veces solo de noche. Sin embargo el hecho de querer velar por el bienestar de su hija, era un detalle que Margery no pensaba pasar por alto. Él había depositado en ella inmensa confianza y no tenía deseos de malograr aquello.

En cuanto ingresó a los muros del castillo, las damas en espera de su madre la estaban aguardando.

—¡No puede presentarse ante el rey de Alysion en ese estado, su alteza! —Exclamó una de las mujeres, sin moverse de su lugar. Dudaba que fuera buena idea acercarse a Margery.

La princesa cesó su caminar y miró un momento al suelo, cuando escuchó aquellas palabras.

¿Conocer a un rey? ¿Tan pronto conocería a su futuro esposo?

Cierto enojo comenzó a recorrer sus venas y apretó la mandíbula, el resto de su cuerpo tensionándose de igual manera. Miró su vestido y, a pesar de que no estaba tan empolvado como se esperaría después de haber pasado un rato en las caballerizas, seguía estando presentable. Ni siquiera sentía deseos de arreglarse más, no encontraba la necesidad ni comprendía la preocupación de las mujeres al observarla. Por lo que ignorando el camino que ellas habían hecho hacia el lado contrario del salón en el que le aguardaba su destino, Margery caminó directamente hacia él con el rostro en alto.

Si le tocaba enfrentar todo en ese mismo instante, lo haría sin dudar.
Si terminaba echándolo todo a perder, lo haría con total seguridad.
No se quería permitir que la vieran vacilar.

—Me reuniré con quienquiera en el estado que desee —contestó con cierto veneno pintando el tono de su voz. Pero no era dirigido hacia alguien en específico.

Dicho eso, la princesa emprendió un camino directo hacia el interior del salón del trono. Al final del pasillo alfombrado, se encontraban los reyes y un hombre que le estaba dando la espalda. El trío estaba conversando, pero la pelirroja sabía que solo era el tipo de conversación educada impersonal; progresos económicos o el clima, pues la posición de sus padres no era del todo abierta.

En cuanto notaron la presencia de Margery, el misterioso hombre se volvió a verla.

La joven se tensó mucho más en cuanto sintió la oscura mirada del hombre sobre ella. No se sintió como una princesa, ni siquiera como una persona, porque así era justo como aquel rey no la percibía. Ante el invitado solo parecía reposar un premio que ganar, o un juguete con el cual todavía no tenía permiso de jugar. Los ojos oscuros de ese hombre no guardaban esa curiosidad o interés que se atrevía a distinguir en cierto brujo.

La pelirroja jamás lo había visto en su vida, pero había escuchado sobre Alysion. Hacía tan solo algunos años que el reino de Mercibova había estado en conflicto con este. Había oído que ese reino solía tener más enemigos que amigos, pero al perder la guerra, cayeron en cuenta que les iría mejor jugar limpio, gracias a la fuerza y consistencia de los reinos que eran adyacentes al de Alysion.

El rey invitado caminó con altanería y confianza hasta posicionarse enfrente de Margery. El hombre se detuvo demasiado cerca, incluso si la princesa no tuviera la maldición corriendo por sus venas, había quedado demasiado próximo a la anatomía de una mujer casta de la realeza. Con atrevimiento, el rey de Alysion tomó una de las manos enguantadas de Margery en las suyas, sin siquiera pedir permiso por el gesto, y depositó un beso en el dorso revestido en tela.

Aquella no era la manera correcta de presentarse ante una posible sucesora.

—Me siento honrado de conocerla finalmente, princesa —habló el hombre, después de enderezarse —. Los rumores de su belleza no han sido exagerados.

Margery se tuvo que contener de torcer los ojos o resoplar. Dudaba mucho que justamente eso fuera lo que él haya escuchado de ella. La verdad es que imaginaba algo más cercano a lo que había dicho el bardo, cuando lo conoció por primera vez. Incluso historias peores o mucho más adornadas de manera incorrecta o desagradable, deberían haber llegado a oídos del pretendiente.

»Permítame presentarme —continuó hablando —. Soy el rey Eustace de Alysion.














¡Por fin hay capítulo nuevo! el cual está dedicado a mi bella liquorkisses
Primero que todo, quisiera agradecerles (como siempre) por la maravillosa acogida que está teniendo esta historia, su apoyo y cariño significan el mundo para mí.

Ahora... La verdad no tengo palabras para este capítulo. Me costó varios días escribirlo y de igual manera me divertí jajajaja

Espero que les guste.
¡Feliz lectura!







a-andromeda

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