Nunca había estado ni siquiera en la misma calle en la que se encontraba Louis XIX.
Estaba en una de las calles paralelas a Laboureche, un moderno edificio que se extendía desde el cruce con el principal bulevar del distrito hasta el siguiente, ocupando la acera izquierda en su totalidad. Era imponente y mentiría si no dijera que había tenido remordimientos de conciencia mientras subía los diez escalones que elevaban la entrada de una de las construcciones urbanas más colosales que había visto en mucho tiempo.
Si no hubiera estado tan segura de que necesitaba hablar con Bastien, tras un día entero evitándome, ni siquiera habría intentado entrar en aquel edificio, pero allí estaba.
Las puertas automáticas se abrieron cuando puse un pie en el porche y pude ver el impresionante interior del edificio de moda, tan elegante y extravagante como tan solo Louis Auguste Dumont podía serlo.
No era un lugar caótico como Laboureche, ni mucho menos. Había una mesa en el centro del gran y vacío vestíbulo donde una chica joven y de cabellos rojizos peinados al aire hablando con neutralidad por el teléfono que había pegado a su oreja en algún idioma del este, muy probablemente japonés.
Sin pensármelo demasiado, avancé hacia ella, esperando que se diera cuenta de mi presencia, aunque, cuando apoyé las manos sobre la mesa, insistente en hacerme notar, ella parecía seguir inmersa en su conversación fluida.
—Buenos días —dije.
Ella levantó la mirada para clavar sus ojos verdes en mi rostro sin disimule alguno. Daba miedo.
Tapó el micrófono del teléfono con su mano para devolverme el saludo, aunque no me hizo ninguna pregunta más. Tan solo siguió con su conversación, sonriendo tras alguna frase del interlocutor.
—Necesito hablar con el señor Dumont —murmuré, provocando que ella hiciera rodar sus ojos por haber vuelto a interrumpir su animada charla telefónica.
Finalmente, pronunció un par de palabras más en aquel idioma y colgó el teléfono.
—¿Tiene cita? —preguntó con frialdad.
Negué con la cabeza, provocando que ella sonriera.
—No, pero pensaba que podría hacerme un hueco. Solo necesito quince minutos.
—Sin cita no hay visita —dijo, como si lo hubiera memorizado, cruzando sus manos por encima de la mesa.
—¿Puede llamarle? —insistí.
La recepcionista pareció debatir aquello internamente durante varios segundos, hasta que decidió chasquear la lengua y agarrar su teléfono sin ninguna emoción.
—¿Cuál de los dos? —preguntó.
Intenté sonreír, aunque ella tan solo esperaba mi respuesta.
—Sébastien —aclaré.
Asintió con la cabeza y, casi inmediatamente, ya había pronunciado un cordial saludo hacia el interlocutor, quien supuse que era mi vecino.
—Sí, llamaba para informarle de que hay una señorita que solicita hablar con usted... No, no tiene cita... Ya, pero ha insistido y... —murmuró, antes de levantar su mirada hacia mí de nuevo—. ¿Cómo se llama?
—Aggie —afirmé, antes de que ella se lo repitiera a Bastien.
Colgó de pronto, sin despedirse siquiera, y se cruzó de brazos para volver a mirarme fijamente, tal vez intentando descifrar con sus poderes adivinativos qué estaba haciendo aquí.
—Agathe Tailler, ¿verdad? —preguntó, tras varios segundos en silencio.
Asentí con la cabeza y ella sonrió por primera vez, tal vez porque acababa de adivinar mi nombre, aunque se lo acabara de decir.
—Puede subir —dijo finalmente—. Quinta planta, al fondo del pasillo a la derecha.
Le di las gracias e, intentando mantener mi forzada sonrisa, me dirigí al ascensor, pensando en todas las situaciones que se podían derivar de aquello.
¿Qué iba a decirle a Bastien ahora que había conseguido plantarle cara? ¿Qué podría argumentar él en su defensa?
Tan solo tenía algo claro después de la conversación con Guste: Bastien era un mentiroso.
Podía haberlo adivinado yo sola, tras de las insistentes palabras en su contra por parte de Narcisse, a quien en un principio no quise creer por su clara manía persecutoria hacia los Dumont. No obstante, que el que lo hubiera secundado había sido el gemelo de Bastien, quien se suponía que debía ser su mayor confidente y probablemente mejor amigo, me había hecho reaccionar de una forma en la que prefería no haberlo hecho en un principio.
Estaba claro que alguien como él no podría haberse fijado en alguien como yo. Tenía la cama siempre ocupada por alguna despampanante mujer de cuerpo esbelto y cabellos claros, piel perfecta y pechos pequeños y, por algún tiempo, logré creer que para él aquello debía de ser algún tipo de maldición, por las palabras con las que solía referirse a su... Trabajo. Sin embargo, él hacía de sus dotes de seducción su profesión y, por casualidades de la vida, yo acababa de caer en sus redes sin siquiera darme cuenta.
¿Pero por qué yo? ¿Qué había de especial en mí para que Bastien me eligiera, de entre todas las mujeres que le rodeaban, para utilizarme, de alguna forma en la que todavía no comprendía, a modo de venganza contra mi jefe?
Todo era tan confuso y tan simplemente complejo que ni siquiera me di cuenta de que había llegado a mi destino, aquella puerta de cristal opaco a través del que tan solo se intuía una silueta oscura, andando de lado a lado, que adiviné que debía de ser Bastien.
Golpeé la puerta con mis nudillos dos veces y me aparté, tragando saliva, esperando una respuesta.
La silueta se detuvo, aunque nadie acudió a mi llamada, así que me vi obligada a tocar de nuevo, antes de hacer bajar el pomo para abrir la puerta.
Asomé la cabeza, siendo azotada por un fuerte y delicioso aroma de perfume masculino que hizo que mis rodillas temblaran de placer durante un par de décimas de segundo.
Guste frunció el ceño al verme, escondiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones de pinzas, deteniendo su caminata por el despacho de su hermano, quien, tras su escritorio, se levantó para recibirme.
—¿Qué estado haciendo aquí? —preguntó, formando una de aquellas radiantes sonrisas que iluminaban su rostro al completo.
Cerré la puerta con cuidado detrás de mí y, cuando volví a girarme hacia él, ya había rodeado su mesa para acercarse a mí.
Apartó a su hermano de un empujón y éste, indignado, frunció el ceño, observando con atención cómo Bastien bajaba la cabeza para besar mi mejilla con ternura en un acto repentino y que no pude evitar.
Sobresaltada, pegué mi espalda a la puerta, dirigiendo mi mirada hacia Guste, quien arrugaba la nariz.
—Eh, yo... Necesito hablar contigo —murmuré, sin apartar la mirada de la de Guste, realmente asqueado.
Bastien colocó una de sus manos en mi codo y la fue deslizando hasta alcanzar la mía, acariciando mi piel con suavidad, haciéndome sentir extrañamente incómoda.
Devolví mi atención a sus vibrantes ojos azules, que sonreían con él.
—Guste, fuera —masculló entre dientes.
—A mí no me das órdenes, yo soy el socio mayoritario —respondió el otro casi al instante.
Sonreí ante la inesperada contestación, aunque su hermano no parecía demasiado divertido.
—Tenemos que hablar en privado. Sé que tú no entiendes de eso, pero te lo traduzco: fuera —insistió Bastien, girando la cabeza hacia él.
Guste se cruzó de brazos, alzando las cejas con diversión. Él había sido quién había provocado que yo estuviera allí y estaba segura de que quería ver el mundo arder ante sus ojos. Tal vez sus intenciones no habían sido tan buenas.
—Bueno, soy tu hermano gemelo, me lo vas a contar de todas formas como me lo cuentas todo, ¿verdad? —soltó, sin titubear, burlesco.
Bastien apretó los labios, borrando por completo su impresionante sonrisa para mostrar su ceño fruncido, que lo hacía parecer tan exacto a Guste que casi dudé de quién era el que me estaba tomando de la mano.
Recordé que debía apartarme, así que aproveché el momento para cruzarme de brazos yo también.
—Que te vayas.
—No. Creo que me interesa escuchar lo que ella tenga que decir —expuso Guste, señalándome con la barbilla.
Bastien dirigió su mirada celestial hacia mí, confuso por las palabras de su hermano, sin comprender la verdadera razón por la que había subido a su despacho.
Tragué saliva y tomé suficiente aire como para llenar mis pulmones, armándome de valor, incapaz de enfrentarme a aquella situación tan de repente.
—¿Me has mentido alguna vez sobre tus sentimientos, Bastien? —pregunté, manteniendo mi mirada fija en la suya, intentando mostrar fortaleza.
Oí a Guste reírse por lo bajo, evidentemente divertido por lo que él mismo había causado y quise pegarle una patada de pronto, aunque me mantuve firme, frente a Bastien, esperando su respuesta.
—Tú solo te lo has buscado —le indicó su hermano, palmeando su espalda, provocando su primera reacción desde mi pregunta.
Bastien tan solo se sobresaltó, confuso por el contacto con su gemelo, aunque no apartó su mirada de mí en ningún momento.
Pude observar que respiraba con dificultad debido a la forma en la que subía su pecho tan exageradamente. Era la primera vez que le veía nervioso y su silencio tan solo me estaba rompiendo por dentro más de lo que ya estaba.
—¿Me quieres? —insistí, sintiendo cómo se rompía mi voz al instante.
Guste supuso que aquel era el momento de marcharse, pues, sin decir absolutamente nada más, hizo que me apartara lo suficiente como para salir de aquella luminosa sala monocromática.
Bastien asintió con la cabeza, demasiado convencido para lo mucho que temblaban sus pupilas.
—¿Por qué me preguntas esto ahora? ¿No lo dejé claro el otro día? Sabes que... Sabes lo que siento por ti —murmuró, completamente descolocado.
—Tu hermano me ha advertido sobre tu falsa sinceridad —dije, apartando mi mirada de la suya, porque era incapaz de seguir admirando aquellos tormentosos ojos azules.
Él echó un vistazo por encima de mi hombro y luego me volvió a mirar a mí.
Tenía las pupilas dilatadas y los ojos húmedos y no me di cuenta de ello hasta que me agarró con las dos manos del rostro y me obligó a levantar la mirada de nuevo hacia él.
Cada vez tenía más claro lo mucho que me dolía su silencio, como si fuera su forma de confirmar que hubiera estado jugando conmigo y que, tal vez, seguía haciendo, fingiendo estar a punto de derrumbarse frente a mí para continuar con su juego.
—¿Por qué yo? —pregunté, agarrando sus muñecas para apartarle de mí.
Él tragó saliva, buscando las palabras adecuadas para aquella situación, pero estaba casi tan bloqueado como yo.
Le solté y me alejé de él lo suficiente para no percibir su delicioso aroma, que estaba empezando a nublarme el juicio.
Él hundió sus dedos en su brillante cabello castaño, revolviéndolo en varios movimientos que acompañó un fuerte gruñido que yo preferiría no haber escuchado.
—Te quiero, te quiero y te quiero. Puedo repetirlo todas las veces que necesites oírlo, pero debes creerme cuando lo digo —soltó de pronto, tras esconder su rostro entre sus manos, negando con la cabeza.
—No necesito oírlo si no lo dices de verdad —murmuré, sintiendo cómo algo en mi interior empezaba a doler como nunca antes lo había hecho.
—Te quiero —repitió, descubriendo su rostro por fin, mostrando las tal vez falsas lágrimas que humedecían sus perfectas ojeras.
—¿Y es real, Bastien? ¿Es real? —pregunté, alzando ligeramente la voz.
—Ahora sí. Te lo prometo.
Ahora. Ahora. Ahora sí. ¿Cuándo no lo había sido?
Negué con la cabeza, concentrándome en la ira que se iba apoderando de mi tristeza por momentos, apretando los puños contra mi cuerpo para intentar controlar mis impulsos.
—Ahora —repetí, esperando alguna explicación por su parte.
—No me dejes así, por favor. Deja que te lo explique —suplicó, acercándose a mí, dándome la excusa perfecta para acabar golpeándole el rostro con la mano.
Sentí mi piel arder, pero más debía de hacerlo la suya, pues su mejilla empezó a enrojecerse tras el impacto.
—¿Crees que me merezco ser tu venganza personal contra Narcisse?
Él se acarició el rostro, sorprendido por mi bofetada, aunque no hizo nada al respecto. Tan solo me observó, apenado, por mi justificada reacción.
—Yo no planeaba enamorarme de ti. Solo quería... Hacerle sufrir —dijo—. Él me quitó lo que más quería y...
—Me da igual. Ahora mismo, no necesito que me expliques absolutamente nada —indiqué, esquivándolo para poder salir de aquel despacho, con una mano dolorida y el corazón roto.
—¡Yo no soy el único que te miente, Aggie! —gritó, impotente, esperando a que me detuviera.
Agarré el frío pomo de la puerta y la abrí, antes de girar mi rostro hacia él para mostrarle mi ceño fruncido y mi tensa mandíbula.
—Ya sé lo de Raquelle.
—No, no sabes nada —me recriminó, señalándome con el dedo, evidentemente afectado por aquella situación—. Y eso no es en lo único en lo que te miente tu maldito Narcisse.
Apreté los dientes con tanta fuerza que creí que iba a romperlos y, aun así, me dio completamente igual. Necesitaba salir de ahí, tomar aire y olvidar. Olvidarme de todo y de todos, porque empezaba a hartarme de vivir en una telenovela en la que ninguno era el héroe y tan solo parecía haber villanos.
Salí del despacho, regalándole una última mirada llena de decepción y resentimiento, aunque oyendo a la perfección sus últimas cuatro palabras cargadas de odio:
—Tu querido jefe Narciso.
* * *
Annyeonghaseyo!
Ole ole los caracole(s). Ese era el Bastien que yo recordaba JAJAJA No, vale, no me río, pobret, que parecía majo y to'.
En verdad ese "ahora sí" le ha afectado a Aggie de un modo diferente al que Bastien esperaba, porque la hostia esa que le ha metido no se la veía venir ni en 30 años, vamos.
Ale, Aggie and her broken heart se van, ¿a dónde? Ni idea, no me acuerdo del siguiente capítulo, pero puedo imaginarlo la verdad JAJAJA
AH SÍ, LO ACABO DE LEER JUJUJU Nah, mentira, más de lo mismo, yo creo que podemos afirmar que todos los capítulos empezados por 7 son puro drama del que cuesta masticar pero lo vais a hacer porque me amáis.
Y ALGUIEN QUE ME AMA MUCHO ME HA CONDECORADO LA HISTORIA VOY A LLORAR ❤❤❤❤
Annyeong!