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Bajé las escaleras con pasos ligeros. De alguna extraña manera, me sentía de buen humor esta mañana, y no sabia como eso podía ser posible si dentro de veinte minutos iba a estar entrenando con los Clarke.
Renzo estaba tomando lo que parecía ser un café mientras leía algo en su celular. Tomé un tazón de cereales, lo llené de leche y me senté frente a el.
—¿Que sucede? —pregunté intrigada cuando lo vi restregarse la cara con frustración. —¿No has dormido bien? —indagué recordando que ayer se había levando como tres veces de la cama para ir al baño, tomar un vaso de agua o simplemente sentarse en el sillón a ver un poco de televisión hasta que se durmió allí, donde lo encontré hacia media hora.
— No pude dormir —pude ver las grandes ojeras debajo de sus ojos cuando se quitó la mano del rostro—. Mucho café, quizá —sonrió tratando de quitarle importancia, pero yo sabia que había algo que le quitaba el sueño.
—¿Esta todo bien? —lo observé mientras volvía a llevar la cuchara a mi boca. El solo asintió con la cabeza. Noté que estaba dudando decirme algo, así que lo animé. —Dime que sucede —le supliqué.
Renzo y yo solíamos contarnos todo. O bueno, casi todo. A excepción de lo sobrenatural que ronda mi vida, o sea, los Clarke, el lo sabia todo.
—Iris llamó anoche —abrí los ojos y detuve mi mandíbula de masticar—. Dijo que me extrañaba y que lamentaba la forma en la que nos despedimos —parpadeé un par de veces, asimilando lo que me había dicho.
Iris había explotado cuando Renzo le dijo sobre nuestra mudanza. Ella insistió en que podían resolver quien sabe qué juntos, pero el dijo que tenía que estar aquí. Iris le dijo varias veces que se mudaría con nosotros, pero el se negó. En parte lo agradecía, sería extraño vivir con ella entre nosotros. Pero por otro lado, lo consideré un tiempo y le pedí a Renzo que la dejara venir con nosotros, a lo que volvió a negarse. Iris comenzó a creer que se trataba de otra cosa, que el ya no la quería o quizá que tenía otra chica. Cuando la realidad, era otra. Pero yo aun no la sabia, porque mi hermano se negaba a contarme porqué me trajo aquí.
—¿Y tu que le dijiste? —Todavía estaba en shock, seguramente la leche había comenzado a escurrirse por las comisuras de mis labios. Cerré la boca y continúe masticando, tenía menos de diez minutos para terminar ese tazón.
—Que la extrañaba también, por supuesto. Quiere... que volvamos a estar juntos. —Mi sonrisa se hizo gigante, sin importarme que la leche saliera de entre mis dientes. Mi hermano lejos de reírse, me miró con asco.
—¿Y? ¿Le dijiste que si verdad? —Sin darme cuenta, me había levantado de la silla. El me miró con un poco de decepción.
—Le dije que lo pensaría —caí desplomada en mi silla—. Es difícil llevar esto a la distancia, Ali. No quiero privarla de que conozca a alguien que la haga feliz —se excusó con algo que tenía sentido, pero yo sabia como darlo vuelta.
—Es que ella ya conoce alguien que la hace feliz —lo señalé mientras el fruncía el ceño, negando con la cabeza, como si fuese una idiota.
—Hablo de alguien que este cerca suyo, Alison. No lo sé, tengo mucho que procesar. Lo pensaré y luego la llamaré —negué con la cabeza mientras lo veía levantarse de la silla con su taza vacía.
Mi celular sonó y noté un mensaje de Nathan. Sonreí y lo abrí.
"Estoy en la esquina."
Dejé mi tazón en el lavabo y tomé mi mochila donde estaba mi botella de agua, una toalla y unos guantes que Noel me había regalado.
—¿A dónde vas? —preguntó Renzo.
Mierda, mierda, mierda. Piensa algo rápido, Alison.
—Al centro comercial.
Algo creíble, maldita sea.
Mi hermano levantó las cejas mirándome sin creerme en lo absoluto. Obvio que no iría al centro comercial en pantalón deportivo y zapatillas.
—Coni está ahí. Pasaré por ella para ir al Café de Stan —asintió, entendiéndolo.
Coni había conseguido un empleo de medio tiempo en una tienda del pequeño y único centro comercial del pueblo. Allí vendía joyas y maquillajes, no eran su fuerte pero había aprendido rápido todo lo que debía saber.
Bajé los tres escalones del porche luego de cerrar la puerta y lo vi. Tenía una camiseta negra sin mangas, un pantalón deportivo gris y unas zapatillas deportivas. Mordí mi labio inferior instantáneamente.
Uno de estos días, Nathan iba a matarme.
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Caí al suelo sin poder creer que era la segunda vez que esto pasaba. Oí la risa de Noel y un quejido de Cato. Intenté hacer fuerza para levantarme, pero ya no podía más. Sentía el cuerpo mas adolorido que después de mi primer entrenamiento.
—Otra vez —Cato tiró de mi brazo como si no pesara nada y en un segundo y sin esfuerzo por mi parte, ya estaba parada frente a ellos.
Preparé mi posición de ataque una vez más, respirando pesadamente. Noel era demasiado fuerte para mi, lo veía hacer todo tipo de ejercicios cuando yo apenas podía hacer sin problemas los que me indicaron el primer día. Pero Cato se había cansado de que venciera a Augusto, aunque el también lo había hecho algunas veces, decidió que ya estaba lista para un paso más avanzado.
Noel y yo comenzamos a forcejear nuevamente, tiró de uno de mis brazos haciéndome dar la vuelta y chillé del dolor. Lancé una patada hacia atrás, donde supuse que estaba alguna de sus piernas. Lo oí quejarse y caer de rodillas, sosteniéndose las partes privadas. Por un segundo me sentí mal por el, luego recordé que Nathan me había reprochado el preguntar a cada rato a mi contrincante si estaba bien, cuando en realidad nadie me lo preguntaría a mi, ellos simplemente me atacarían. Pero cuando Cato a mi lado comenzó a reírse, supe que estaba bien.
—No podré tener hijos, Ali —cerró los ojos con fuerza mientras se movía en el suelo como un bebé.
—No lo estabas usando demasiado de todas formas —Nathan habló a mi lado y noté a Irina reírse.
Cada día que pasaba, me sentía más cómoda con los Clarke.
Después de jugar un rato con Jade, preparar galletas con ella y ayudarla con su tarea, Nathan se ofreció a llevarme a casa. Acepté porque ya era tarde y estaba demasiado cansada como para caminar.
El viaje fue tranquilo, no había mucha gente en la calle, lo que también hizo que fuese corto. Las luces en mi casa estaban todas apagadas, menos la de la habitación de Renzo.
Bajé de la moto y me quité el casco para dárselo.
—Lo siento —dijo de la nada y ceño se frunció sin entender a que se refería—, lamento mi reacción en la cafetería el otro día. Es solo que... no puedo permitir que nada te pase —negó con la cabeza—. Eres una de las personas mas importantes que tengo en mi vida Ali. No toleraría perderte —bajó su cabeza y me acerqué para que me mirara.
—Estoy bien y estaré bien. Confío en ti y en el resto también. Todo va a salir bien —acaricié su mejilla y el sonrió con algo de tristeza.
Había algo en sus ojos. Algo me decía que mi intención de calmarlo no había funcionado, que había algo más que lo preocupaba. Algo que yo no sabia.
—Te quiero —sus palabras me cortaron la respiración por un segundo y no podía reaccionar. Mi mano aún seguía en su rostro y no podía moverla tampoco. Sentía un millón de cosas revolviéndose en mi interior y eso solo lo podía provocar el.
Sin poder hablar, me acerqué el y con mi mano lo atraje hacia mi por la nuca. Besé sus labios, esperando que mi respiración volviera a la normalidad pero no sucedió. Sentí sus manos en mi cintura atraerme hacia él y si antes oxigeno no llegaba a mis pulmones, ahora podría llegar a creer que me daría un ataque.
Nos separamos luego de lo que pareció una hora pero fue quizá un minuto. Sus ojos aun tenían ese destello preocupado, o de culpa. Le sonreí nuevamente, indicándole que todo estaba bien y de que me sentía perfecta ahora. Cuando pude respirar, le contesté.
—Te quiero Nathan. —Sus ojos se transformaron en la cosa más brillante que nunca había visto antes, me transmitían amor como nunca.
Colocó un mechón de pelo detrás de mi oreja y me pellizco suavemente la mejilla. Plantó un corto beso en mis labios y se puso el casco. Me alejé para que pudiera echar a andar, caminé hasta mi casa y volteé a el cuando el motor rugió. Me dio una ultima mirada, pero esta vez no había nada en ella. Ni preocupación, ni culpa, ni amor.
Movió su mano y en cuestión de segundos ya había desaparecido de mi vista, alejándose por la calle oscura.
Entré en mi casa pensando en toneladas de cosas que sabia que mi mente no podía procesar a la vez. La primera fue que necesitaba un baño, porque sentía la piel pegajosa por la transpiración de entrenamiento. Me dirigí hacia la habitación de mi hermano primero, donde lo vi durmiendo con la luz encendida. Me acerqué, apagué el televisor que nadie estaba mirando y la luz de noche en su mesita. Caminé pesadamente hacia el baño, con las ideas bombardeandome la cabeza.
La primera que se me cruzaba más rápido que otras era mi aptitud física. Había estado entrenando hasta morir, pero aún no sentía estar a la altura. Tenía un poco de miedo por la búsqueda de los fugitivos y morir en el intento. Cato me había dicho que seria cuestión de tiempo y de entrenamiento. Pero yo era una persona ansiosa, que lo quería todo ya. El me prometió que para cuando las clases hayan terminado, estaría a la altura del resto. Yo me había reído en su cara, porque ellos llevan esa vida desde siempre, yo no. Pero insistió en que debía persistir.
La segunda cosa que pasaba por mi mente, y era algo que nunca había tenido sentido para mi, era una incógnita mas grande que mis dolores luego de entrenar. Aún no sabía porque Renzo había decidido traerme aquí, y no tenía idea de que pensar al respecto. El se llevaba bien con tia Marcia, estaba felizmente con Iris, y su vida rutinaria no estaba tan mal. Pero lo que mas me frustraba de eso no era que no lo sabia, sino que no tenía manera de averiguarlo por mi cuenta porque mi hermano ya había declarado, firmado y sentenciado que no me diría la razón. Me frustraba cada vez que pensaba en eso, pero también entendía que el tendría sus motivos.
Yo tampoco era cien por ciento sincera con el. Si no le había dicho de lo sobrenatural de los Clarke, era porque sabría que se volvería loco, mas aun si se enteraba que salía con Nathan. Pero se lo ocultaba por un bien mayor, quizá el hacia lo mismo conmigo. Quizá solo me contaba lo que era preciso saber, como yo a el.
La tercera y última cosa que rondaba mi mente era Nathan. Primero pensaba en el, en sus ojos, en sus labios. En como era el conmigo. Como se preocupaba por mi. Estaba totalmente loca por el y no había nada que lo cambiara a este punto. Y el lo sabia, ya me lo había dicho. Nunca antes me había sentido tan apreciada y querida por alguien que en la casa de los Clarke, mayormente por el, claro está.
Aún tenía mis dudas internas. Pero no sobre el, sobre mi. Me había cuestionado muchas veces porque un chico de su categoría física y moral decidía estar conmigo. Una simple humana, sin ninguna belleza demasiado exagerada. Me consideraba una chica promedio y mi autoestima no era algo que ayudara en el asunto, pero Nathan sabia como eliminar esos miedos, repitiendo una y mil veces que para el era hermosa, no importa lo que yo viera.
Ay Alison, California era tan aburrida comparada con Hills Town.