Querido jefe Narciso

By SuperbScorpio

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*Historia ganadora de los WOWAwards 2017* -¿Has infringido alguna norma desde que trabajas aquí? - preguntó é... More

Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treinta y uno
Capítulo treinta y dos
Capítulo treinta y tres
Capítulo treinta y cuatro
Capítulo treinta y cinco
Capítulo treinta y seis
Capítulo treinta y siete
Capítulo treinta y ocho
Capítulo treinta y nueve
Capítulo cuarenta
Capítulo cuarenta y uno
Capítulo cuarenta y dos
Capítulo cuarenta y tres
Capítulo cuarenta y cuatro
Capítulo cuarenta y cinco
Capítulo cuarenta y seis
Capítulo cuarenta y siete
Capítulo cuarenta y ocho
Capítulo cuarenta y nueve
Capítulo cincuenta
Capítulo cincuenta y uno
Capítulo cincuenta y dos
Capítulo cincuenta y tres
Capítulo cincuenta y cuatro
Capítulo cincuenta y cinco
Capítulo cincuenta y seis
Capítulo cincuenta y siete
Capítulo cincuenta y ocho
Capítulo cincuenta y nueve
Capítulo sesenta
Capítulo sesenta y uno
Capítulo sesenta y dos
Capítulo sesenta y tres
Capítulo sesenta y cuatro
Capítulo sesenta y cinco
Capítulo sesenta y seis
Capítulo sesenta y siete
Capítulo sesenta y nueve
Capítulo setenta
Capítulo setenta y uno
Capítulo setenta y dos
Capítulo setenta y tres
Capítulo setenta y cuatro
Capítulo setenta y cinco
Capítulo setenta y seis
Capítulo setenta y siete
Capítulo setenta y ocho
Capítulo setenta y nueve
Capítulo ochenta
Capítulo ochenta y uno
Capítulo ochenta y dos
Capítulo ochenta y tres
Capítulo ochenta y cuatro
Capítulo ochenta y cinco
Capítulo ochenta y seis
Capítulo ochenta y siete
Capítulo ochenta y ocho
Capítulo ochenta y nueve
Capítulo noventa
Capítulo noventa y uno
Capítulo noventa y dos
Capítulo noventa y tres
Capítulo noventa y cuatro
Capítulo noventa y cinco
Capítulo noventa y seis
Capítulo noventa y siete
Epílogo
Tu Querida Agathe y QJN+18

Capítulo sesenta y ocho

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By SuperbScorpio

César Laboureche estaba sentado donde solía hacerlo su hijo, con las manos entrelazadas sobre la mesa y el semblante serio, observando con detenimiento el escritorio de Narcisse.

Parecía que la urgencia por la que había ido a buscarme, supuestamente, era real. Y creo que tenía alguna idea sobre hacia dónde podía ir aquella historia.

—Sentaos —ordenó, sin darnos el beneficio de la duda.

La imponente oscura mirada de César nos atravesó a ambos, acompañando su necesidad de controlarnos y, cuando Narcisse se dio cuenta de ello, alcanzó mi mano y entrelazó sus dedos con los míos, tal vez para demostrarle algo a su padre.

El señor Laboureche suspiró sonoramente antes de apretar el puente de su nariz entre su índice y su pulgar, cerrando los ojos para mostrar su desaprobación.

Narcisse empezó a apretar mi mano con fuerza, más de la que yo podía soportar y quise soltarle, pero él seguía agarrándome posesivamente, sin permitir que me alejara de él bajo ningún concepto.

Me giré hacia él para advertirle de que me estaba haciendo daño, pero pronto vi su rostro, con la mirada al frente fija en su padre, su tensa mandíbula y en la forma en la que la nuez de su cuello se movía de arriba abajo mostrando su nerviosismo.

—Gracias por subir, señorita Tailler. Comprendo más que nadie el estrés de la Semana de la Moda y cómo mi tía abuela puede llegar a influir en los ataques de ansiedad de sus Selectos, pero sabe perfectamente que necesitaba hablar con usted desde el sábado. Supongo que comprenderá la gravedad de la situación —dijo, levantándose, señalando los sillones frente al escritorio con insistencia.

Tragué saliva. La voz de aquel hombre me inspiraba muchas cosas, pero precisamente confianza y templanza no eran dos de ellas.

—Pensaba que iba a ser otra entrevista con Graham, papá —murmuró Narcisse entre dientes, apretando mi mano todavía más. Yo le tomé del brazo con la que tenía libre y le zarandeé ligeramente para que se diera cuenta de que me estaba haciendo daño.

Pronto, sentí su mano relajarse y también lo hizo la mía. Un cosquilleo en la yema de los dedos me anunció que casi me había quedado sin circulación, aunque mi corazón tampoco parecía muy por la labor de ayudar.

—Oh, no, no quiero otro numerito de besos falsos que parecen reales en un despacho un sábado por la mañana como dos amantes bandidos —expuso César, pegándole una pequeña patada al sillón de la izquierda, insistiendo de nuevo en que lo ocupáramos.

Mi jefe prácticamente me arrastró con él hacia el escritorio y ambos nos sentamos, casi a la vez, bajo la atenta mirada del publicista, quien no relajó su ceño hasta que nos vio a ambos frente a él.

Se sentó él también de nuevo e hizo arrastrar su gran sillón para acercarse a la mesa de nuevo, alcanzando el ordenador portátil que había a su derecha y dándole la vuelta para que ambos lo viéramos.

Y allí estaba yo, con mi impresionante vestido rojo, de perfil, como una princesa Disney, bajo aquella imponente escalera y sujeta por la gran mano de Guste, cuyos dedos se hundían en mi pelo y cuyos labios devoraban los míos sin miramiento.

Sentí una punzada en mi estómago, a la ves que Narcisse soltaba mi mano, como si quemara, casi al instante.

No me había atrevido a observar aquella portada con detenimiento, principalmente porque era yo la que la protagonizaba. Sin embargo, debía reconocer que era preciosa. Preciosa y una traición al pacto con Laboureche.

—Entiendo perfectamente que no os aguantéis. De hecho, comprendo que nadie pueda soportar a Narcisse en ninguna de sus facetas, pero de eso a besar a otro hombre frente a toda Francia cuando finges quererle a él, me duele hasta a mí —indicó César, sin apartar la imagen en la que estaba absorta.

—Fue Louis Auguste quien me besó a mí. Me pilló desprevenida y...

—Y te besó para que Graham Gallagher tuviera portada en su maldita revista y dar una estupenda publicidad de lo fieles que son nuestros Selectos —concluyó el mayor de los Laboureche—. Yo no te obligué a besuquear a mi hijo, tan solo te pedí que hicieras parecer que aquella falsa relación que os envolvía pareciera real. Y, desde luego, eso ya es imposible desde el viernes.

Narcisse carraspeó, aunque se había mantenido callado durante algunos minutos. Su mirada estaba fija en la fotografía y su pierna derecha había empezado a moverse arriba y abajo con nerviosismo.

—Llamé a Graham para comprarle la imagen pero Louis ya le había pagado para que saliera a la luz.

Sentí como si me acabaran de golpear el estómago al oír aquello.

—Sí, y sé que Auguste pagó también a otro fotógrafo para que las fotos de "tu chica" con Sébastien no salieran a la luz como lo hicieron las suyas —dijo César, muy calmado, aunque por cómo soltaba las palabras se veía que estaba enfadado.

Narcisse cerró los ojos para inspirar aire con lentitud, que luego expulsó por la boca, tal vez intentando mantener la calma.

—Yo no quería que nada de esto ocurriera —aclaré, mirando a mi jefe de reojo.

¿A qué había ido a Laboureche en realidad? ¿No era a ejercer como Selecta, a diseñar como siempre había querido? Porque acababa de darme cuenta de que lo único que no había hecho desde que había entrado semanas atrás en aquella empresa era lo único a lo que había aspirado y, de repente, me había visto envuelta en una especie de telenovela a la cual yo nunca había accedido a participar.

—Lo sé, señorita Tailler. Estaba advirtiendo a mi hijo de lo que acaba de provocar com su indiferencia —espetó César, apoyando su barbilla en sus puños, observando a mi jefe con interés.

—Papá, por favor, Graham tiene nuestra portada y yo...

—¿Te refieres a esa imagen pseudoerótica en la que le metes la lengua a consciencia a la pobre chica? Sí, la he visto —le interrumpió, mostrando aquella misma fotografía que estaba describiendo en la pantalla del ordenador.

Casi se me paró la respiración. Volvía a ser yo, pero ya no era una princesa de Disney y tampoco parecía digna de ser apta para todos los públicos. Mis dedos enredados en el cabello ondulado de mi jefe, él tirando de mi labio inferior con lujuria, apretándome contra su cuerpo en una postura sugerente y fogosa.

Narcisse ladeó la cabeza, intentando reprimir la sonrisa que se formaba en su rostro de repente apretando sus carnosos y rosados labios que, en aquella misma foto, me estaban devorando, como lo habían hecho minutos atrás de la misma forma, o incluso mejor, en la sala de las telas.

Escondí mi rostro entre las manos, evidentemente avergonzada, aunque fingí estar tan solo colocando mis mechones frontales detrás de las orejas, desviando la mirada hacia cualquier punto que no fuera la portada que la gran mayoría de los franceses recordaba de mí.

—¿Quién es la pareja y quién el amante? —dictó César, narrando el pie de foto.

—Louis Auguste no es mi amante. Ni siquiera había hablado con él hasta hace... Dos o tres semanas. Ni siquiera nos conocemos, tan solo es el gemelo de mi vecino —informé, haciéndome pequeña en mi asiento.

—Pues parecéis una pareja del siglo XX que acaba de reunirse después de la guerra —indicó César, volviendo a la fotografía anterior—. Mira, querida, entiendo que no quieras estar con este... Con mi hijo, pero, por favor, no humilles a nuestro apellido de esta forma. Sé discreta y haz lo que quieras con tu vida privada, pero, por el amor de Dios, no lo hagas cuando haya cámaras delante, no si todos creen que sigues saliendo con él.

—Es que resulta que es mi pareja, papá —indicó Narcisse, apoyándose en la mesa para levantarse.

Su padre le siguió con la mirada desde abajo, antes de apoyar su espalda en el sillón y cruzarse de piernas, realmente interesado en lo que acababa de decir mi jefe.

—Déjalo. Sois libres de odiaros otra vez.

—Es que yo no la odio, papá —insistió mi jefe, con el semblante serio y con la voz firme, solemne, como cuando solía hablarme a mí para que desapareciera de su vista—. La quiero.

Se me hizo un nudo en la garganta cuando César arqueó una ceja y dirigió su fría mirada oscura hacia mí,  como si le estuvieran tomando el pelo.

—¿Qué dice este tarado? —me preguntó, como si él no pudiera oírnos.

Sentí morirme allí mismo. ¿En qué estaba pensando? Tan solo nos habíamos besado un par... Tal vez tres veces. Cinco o seis, si no contábamos las interrupciones.

Pero mi jefe seguía allí, con los puños sobre el escritorio, observando con fiereza a su padre, desafiándolo como si aquello que había dicho sobre mí fuera cierto.

—Te digo que la quiero y que no me había sentido así desde Raquelle —soltó.

Le miré a él y después a su padre, que esbozó una sonrisa con la mirada perdida en algún punto del escritorio, negando con la cabeza.

—¿Y a esta vas a matarla también? —espetó César, jugueteando con el borde de la mesa como si lo que acabara de decir fuera normal.

Empecé a escuchar mi corazón latir en mis oídos, como un fuerte tambor que predecían algo malo, tal vez como las campanas de una iglesia que anunciaban un funeral.

Dirigí mi mirada aterrada hacia Narcisse, sin comprender a lo que se estaba refiriendo su padre, cuando me encontré la suya, temblorosa, observándome con pena.

¿Qué le pasaba?

—¿Que no haga qué? —pregunté, en un hilo de voz.

—Desvió el coche que conducía hacia un autocar lleno de turistas a ciento cuarenta de velocidad por la autopista. Raquelle no sobrevivió, pero aquí está nuestro campeón, sin pagar las consecuencias de su amor ciego porque su familia es poderosa y pudo encubrir todo lo que había pasado tan solo para que él pudiera seguir con su camino. ¿Verdad, hijo? —expuso César, ladeando la cabeza y cruzando sus brazos con indiferencia.

Me estaba atragantando con mi propia saliva y yo no sabía si aquello era una pesadilla, un episodio macabro de alguna serie que seguía por las noches o si estaba ocurriendo de verdad.

Narcisse pegó un golpe seco a la mesa, volviendo toda la atención sobre su creciente enfado.

—Papá, me prometiste que nunca nadie sabría lo que había ocurrido. ¿Cómo se te ocurre decirlo ahora, delante de ella? —gritó, fuera de sí.

Y sí, aquello era, evidentemente, la asquerosa realidad en la que, de repente y sin previo aviso, me encontraba atrapada.

—Pero... Pero, ¿y la policía? ¿Y...? —se me oyó decir, aunque yo ni siquiera controlaba mi propia voz llegados a aquel punto.

—Soy César Laboureche —dijo su padre con evidencia—. Tengo contactos.

Volví a mirar a Narcisse, totalmente desubicada.

Debía de hacer un buen rato que no parpadeaba, porque mis ojos empezaron a arder y lo último que quería era echarme a llorar en una situación como aquella.

—Lo siento —me susurró él, sin intentar siquiera defenderse.

Me levanté lentamente, para dar un paso hacia atrás, huyendo de mis problemas como siempre había hecho, aunque esta vez con una razón algo más delicada.

—Creo que voy a irme.

Narcisse tuvo la habilidad para agarrarme de la muñeca con suavidad a la vez que lograba acercarse a mí lo suficiente como para que pudiera ver cómo sus ojos estaban húmedos, anunciando lo mismo que yo estaba a punto de hacer.

—Te quiero —me dijo, cuando una lágrima rodó desolada por su mejilla.

—¡Oh, no! ¡No, no, no! ¡Narcisse, déjala! —gritó su padre, levantándose también.

Pero mi jefe le ignoró, manteniendo su mirada fija en la suya.

Bajó la cabeza ligeramente para poder alcanzar mis labios, pero yo me aparté, provocando así también que me soltara mi muñeca. ¿Qué estaba pasando?

Fue un accidente, ¿verdad? Porque de la forma en la que lo había dicho su padre no parecía precisamente aquello aunque... No. Él estaba llorando. Frente a mí. El hombre de hielo. Llorando.

—Tengo que irme —repetí, incapaz de mantenerme cuerda si seguía en aquel despacho encerrada con él y con su padre manipulador.

Recordaba aquel nombre que había pronunciado César, el de Raquelle. Ella era la chica de la que hablaba el hombre en la gala de Guste, el que se había presentado como su padre y...

Oh, Dios. Bastien. Él había dicho que Narcisse le había quitado a su primera novia aunque, ¿debía ser tan literal? ¿Era Raquelle de quien estaban hablando?

El fuerte latido de mi corazón empezaba a confundir mis pensamientos con mis impulsos, así que tan solo di otro paso atrás, topándome con el pomo de la puerta en mi travesía.

—Déjala, Narcisse. Tú no la quieres. No puedes querer a nadie después de lo que hiciste y menos a ella, hijo —insistió César, agarrando el brazo de mi jefe para impedirle avanzar hacia mí de nuevo.

—Me da igual que no tenga dónde caerse muerta —rugió Narcisse, como si fuera romántico.

Y, aunque yo no fuera ninguna muerta de hambre, mucho menos ahora que era una Selecta, no tuve el valor para defenderme ante eso. Ante eso, ni absolutamente nada de lo que acababa de pasar. Ni siquiera sabía qué pensar.

—No piensas en tu futuro hijo. ¿Sabes lo que me costó sacarte de aquello? ¿Lo sabes? Perdiste a tus mejores amigos por una chica y ahora estás dejando que eso se haga público por... Por ella. Mírala, Narciso.

César clavó su mirada en mí y no fue desprecio lo que delataban sus expresivos ojos. Parecía pena, tal vez empata, como si fuera yo la desgraciada en aquel momento. Sus palabras perdieron todo el valor en aquel momento y descubrí que, más allá de hacer ver a su hijo que yo no valía la pena, estaba intentando que fuera yo la que se diera cuenta de lo que le ocurría a él.

Y sí, Narcisse estaba llorando. Dos lágrimas más recorrieron sus ya húmedas mejillas y no tuve el valor ni las ganas de decir nada más.

Tan solo agarré el pomo y abrí la puerta, segura de que era lo mejor tanto para mí como para él que saliera de aquel lugar de una vez por todas y que le dejara arreglar sus problemas así como yo debía hacerlo con los míos.

—Agathe, por favor... —murmuró, aunque su voz denotaba más una orden que una súplica.

Negué con la cabeza, incapaz de hacer lo que me pedía.

—Adiós —susurré, saliendo al pasillo, echándole una última mirada.

Con lo bonito que parecía todo y... Él tan solo apretó los labios, conteniendo una vez más sus lágrimas.

—Vuelve —musitó, con la tristeza gravada en su bello rostro lleno de pecas.

* * *

Annyeonghaseyo!

Bueno, si no queríais que eliminara intensidad no la elimino xd PERO ATENEOS A LAS CONSECUENCIAS.

Ah, eso sí, mis escenitas de la recta final de la novela que no se pueden nombrar no voy a poder incluirlas porque esta novela no tiene restricción ni creo que la necesite así que voy a tener que buscar sustitutivos inocentes y puros como yo misma, que soy un angelito caído del cielo.

MENTIRA.

Bueno, algo os puedo adelantar, al menos, del próximo capítulo: DRAMA, DRAMA, DRAMA, SOLO SE VIVE UNA VEZ.

Y sí, la novela tiene 97 capítulos y esto rozará lo insoportable en breve así que os adelanto que muchos me van a odiaaaaar.

Ale, en unos días revelaré el ganador para dar vida a nuestro baby Jonhyuck y os recuerdo quiénes eran por si las moscas:

1. Park Seo Joon

2. Kai (Kim Jongin)


3. Mingyu (Kim Mingyu)

Annyeong!

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