Querido jefe Narciso

By SuperbScorpio

2.3M 137K 32K

*Historia ganadora de los WOWAwards 2017* -¿Has infringido alguna norma desde que trabajas aquí? - preguntó é... More

Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treinta y uno
Capítulo treinta y dos
Capítulo treinta y tres
Capítulo treinta y cuatro
Capítulo treinta y cinco
Capítulo treinta y seis
Capítulo treinta y siete
Capítulo treinta y ocho
Capítulo treinta y nueve
Capítulo cuarenta
Capítulo cuarenta y uno
Capítulo cuarenta y dos
Capítulo cuarenta y tres
Capítulo cuarenta y cuatro
Capítulo cuarenta y cinco
Capítulo cuarenta y seis
Capítulo cuarenta y siete
Capítulo cuarenta y ocho
Capítulo cuarenta y nueve
Capítulo cincuenta
Capítulo cincuenta y uno
Capítulo cincuenta y dos
Capítulo cincuenta y tres
Capítulo cincuenta y cuatro
Capítulo cincuenta y cinco
Capítulo cincuenta y seis
Capítulo cincuenta y siete
Capítulo cincuenta y ocho
Capítulo cincuenta y nueve
Capítulo sesenta
Capítulo sesenta y uno
Capítulo sesenta y tres
Capítulo sesenta y cuatro
Capítulo sesenta y cinco
Capítulo sesenta y seis
Capítulo sesenta y siete
Capítulo sesenta y ocho
Capítulo sesenta y nueve
Capítulo setenta
Capítulo setenta y uno
Capítulo setenta y dos
Capítulo setenta y tres
Capítulo setenta y cuatro
Capítulo setenta y cinco
Capítulo setenta y seis
Capítulo setenta y siete
Capítulo setenta y ocho
Capítulo setenta y nueve
Capítulo ochenta
Capítulo ochenta y uno
Capítulo ochenta y dos
Capítulo ochenta y tres
Capítulo ochenta y cuatro
Capítulo ochenta y cinco
Capítulo ochenta y seis
Capítulo ochenta y siete
Capítulo ochenta y ocho
Capítulo ochenta y nueve
Capítulo noventa
Capítulo noventa y uno
Capítulo noventa y dos
Capítulo noventa y tres
Capítulo noventa y cuatro
Capítulo noventa y cinco
Capítulo noventa y seis
Capítulo noventa y siete
Epílogo
Tu Querida Agathe y QJN+18

Capítulo sesenta y dos

22K 1.2K 702
By SuperbScorpio

Pos sí que soy dramática.

El asiento de cuero de la limusina de Guste Dumont empezaba a ser incómodo, ya que, debido al eterno calor que hacía allí dentro, parados en la acera frente a Laboureche, mi espalda se había pegado al vestido por el sudor y éste al asiento, algo que, desde luego, el millonario me iba a recrimina.

Estaba sonriendo a un hombre que no conocía, entre dos que hubieran preferido no hacerlo, intentando fingir que seguía creyendo que había sido una buena idea seguir con mi cabezonería después de la declaración de Narcisse. Aunque, en parte, era mi culpa, porque había sido yo quien le había besado.

—¿No salía usted con el heredero de la fortuna Laboureche, señorita Tailler? —preguntó François, dando un golpe a las cartillas que tenía entre las manos sobre su rodilla para alinearlas.

Me mordí el labio inferior ligeramente, intentando pensar antes que hablar, algo que, desde luego, mi jefe ignoraba.

—¿Por qué ma entrevista no puede ser en el maldito plató? —gruñó Bastien, interviniendo en algo a lo que yo no sabía responder, abanicándose con la mano.

—Porque está en obras —respondió Guste, redundante.

Sí, estaba entre los gemelos, en la limusina de uno de ellos, frente al presentador de televisión más mediático y con los nervios de punta, aunque también sudando como nunca antes, ahogándome con el precioso volante de mi hombro, con el que pensaba que iba destacar en el sofá que caracterizaba al programa, pero, en su lugar, estaba allí, acariciando el rostro de Bastien con la voluptuosa tela del vestido que me había confeccionado su hermano.

Ni siquiera había hombres con cámaras, tan solo el viejo LeMarshall con una grabadora y una lista de preguntas que parecía interminable, bajo una especie de cámara de seguridad que había en el techo de la limusina, que parecía ser lo que iba a dejar constancia de aquella entrevista.

—¡Encienda el maldito coche y ponga el aire acondicionado! —gritó Bastien, dirigiéndose al conductor, con terquedad.

Yo sabía perfectamente que la tensión que se había acumulado en su cuerpo no era debida al simple hecho de que hiciera calor. No me había dirigido la palabra desde que habíamos salido del edificio y dudaba que lo hiciera, porque, de alguna forma, parecía realmente afectado por la confesión de Narcisse.

Y yo cada vez me arrepentía más de haber besado aquellos jugosos y carnosos labios rosados, los cuales me habían aceptado de una forma en la que Auguste no lo había hecho y me estaba volviendo loca. ¿Qué narices me estaba ocurriendo?

El chófer, haciendo caso a las órdenes de mi vecino, puso en marcha el vehículo antes de incorporarse a la carretera.

Un suspiro de aire fresco me hizo estremecer de gusto, permitiéndome cerrar los ojos y disfrutar por una vez de respirar con normalidad.

—El señor Laboureche, su pareja —insistió François, pensando que me había olvidado de su pregunta.

Realmente tenía que afrontar las consecuencias de lo que había hecho. Si había besado a Narcisse por petición de César para conservar mi trabajo, no iba a dejar de hacerlo ahora.

—Sí —dije, escueta, colocando mis manos sobre mi regazo, mostrando mi manicura roja sobre la tela violeta.

Bastien carraspeó, camuflando una pequeña risa que, desde luego, no parecía demasiado natural.

—¿Tiene algo que añadir, señor Dumont? —preguntó François, dirigiéndose a él.

Guste, quien compartía apellido, se dio por aludido, pues fue él el que prestó atención al presentador.

—Que puede salir con quien quiera, pero nuestro beso fue el más comentado en Francia desde el que capturó Doisneau.

Le miré de reojo y él estaba sonriendo con satisfacción.

—Y eso es lo que querías, ¿no, Guste? Ser el centro de atención, robarle protagonismo a Narciso y hacer lo que fuera por ser tú el que saliera en aquella portada —se inmiscuyó Bastien, sin siquiera mirarlo.

Su tono de voz denotaba mucho más que molestia y enfado, casi rencor, del profundo y más odioso.

Un trueno desde el exterior fue la respuesta que Bastien necesitaba para callarse, pues se dio la vuelta hacia la ventana y apoyó la barbilla sobre su puño cerrado, apretando los labios, incómodo.

La lluvia empezó como una suave cortina que golpeaba con dulzura las ventanas polarizadas de la limusina, como si quisiera acariciarnos, hacernos compañía.

—En cuanto a ese beso a todos nos gustaría saber qué impulsó a alguien como usted, con una vida íntima demasiado privada, besara frente a todos a la pareja de tu rival —inquirió el presentador, rompiendo el silencio incómodo que se había formado.

Miré a Guste y, para mi sorpresa, él también había posado sus increíblemente azules ojos sobre mí. Parecía intentar buscar palabras para referirse a mí, de una forma que, tal vez, no ofendiera a nadie, algo que, por lo visto, se le daba demasiado mal hacer.

—Invité al señor Laboureche a mi fiesta como una declaración de paz —aclaró, volviendo a mirar a François—. Sabía que la señorita Tailler... Es decir, Agathe, trabajaba para él y que se rumoreaba desde que ella entró a formar parte de los Selectos que mantenían una relación, aunque Narciso... Narcisse, lo hubiera desmentido hasta hace un par de semanas, cuando empezó a hacer apariciones públicas con ella, como aquella vez en el Marché aux fleurs —expuso, tal vez con demasiado detalle.

—Eso no explica por qué la besó a ella —intervino el presentador.

Desde luego que aquella entrevista no iba a ir sobre moda, ni mi carrera, ni cómo había logrado una chica normal, con una carrera normal y una vaga experiencia acabar siendo una Selecta y debería de haberlo comprendido antes de dejar allí tirado a mi jefe, quien debía de estar odiándome todavía más desde su despacho, tal vez haciéndome vudú.

Guste, que era bastante impredecible, se tomó su tiempo para responder, como si intentara encontrar la contestación perfecta y cortante que, por naturaleza, solía ofrecer.

—Mi hermano sabía que yo estaba empezando a desarrollar sentimientos hacia Marie Agathe —soltó Bastien, para sorpresa de todos, dejando caer su mano sobre la mía, sin permitirme reaccionar.

Me giré hacia él, con el corazón acelerado y conteniendo la respiración.

Mis ojos estaban completamente abiertos, así como mis labios se habían separados para mostrar mi sorpresa ante su respuesta. Sentí mis mejillas arder, mientras observaba cómo la línea de su mandíbula apretada se marcaba más cuando tragó saliva con dificultad, mirando al frente y evitando prestarme atención.

Auguste gruñó en señal de desaprobación, porque, por supuesto, quería haber sido él el que hubiera zanjado la conversación.

—¿Algo amoroso? —insistió François.

Él asintió con la cabeza, agachando la cabeza, como si le diera vergüenza admitirlo, pero de una forma un tanto forzada, porque pronto desvió su mirada hacia mí para regalarme una tímida sonrisa.

—Era obvio que Bast no iba a atreverse a besarla frente a todos, porque resulta que es... Especial en cuestiones de amor. Especial, diferente, un ca... Bueno, que no sabe demostrarlo como debería —añadió Guste, devolviendo la atención hacia él.

Bastien pareció darse cuenta de lo que acababa de hacer y, arrepentido, soltó mi mano, irguiéndose de nuevo y posando su mirada en el egocéntrico de su hermano, borrando por completo su sonrisa.

Hice una mueca, ligeramente decepcionada.

—No suelo ser yo el que llama la atención frente a las cámaras —argumentó.

—Ni yo el que besa a desconocidas, pero a veces hay que cambiar de roles, que por algo somos gemelos —rio Guste, intentando que aquella conversación se volviera tan dramática como estaba predestinada.

—Agradecería que no publicara esta parte de la entrevista —dijo Bastien, de repente, haciendo callar a su hermano.

El presentador alzó una ceja, a la vez que yo apretaba los puños contra mi regazo. Evidentemente, lo que acababa de hacer mi vecino no tenía sentido alguno.

—Pues resulta que es un gran material y eso no puede ser eliminado, me temo —dijo François—. "Una chica corriente, Selecta y pareja de Laboureche, ha besado a Louis Auguste Dumont, aunque el que está enamorado de ella es Louis Sébastien, su hermano gemelo" —añadió, gesticulando para enfatizar cada palabra—. La mejor introducción de la historia.

Bastien le pegó un grito al chófer para que parara el coche y, acto seguido, abrió la puerta para marcharse, con los ojos húmedos y los labios fruncidos.

Quise detenerle, pero no me lo permitió, pues cerró la puerta con violencia y se apartó de la limusina a un paso exageradamente acelerado, sin darle importancia a que la lluvia empezara a mojar su destelleante cabello castaño.

Cruzó la calle sin mirar, en dirección al puente que llevaba a la Île de la Cité, donde de encontraba la impresionante catedral gótica que tantas veces me había detenido a admirar.

—Le recuerdo que, si me da la gana, puedo destruirlo a usted y a toda su patética carrera —amenazó Louis Auguste, en un tono severo, viendo cómo su gemelo se alejaba de pronto, borrando su sonrisa socarrona.

—Si quiere que no utilice las imágenes de su hermano, deberá compensarme como usted sabe, señor Dumont —dijo con una sonrisa el ya repudiado François, quien ni siquiera me había dirigido la palabra en más de una ocasión.

—Ojalá pudiera borrar los dos últimos días de mi vida —dije, muy convencida, viendo cómo Bastien se alejaba, afectado, de nosotros.

De pronto, sentí una mano agarrar mi muñeca, impidiendo que me lanzara hacia la puerta, dispuesta a salir por ella.

Miré a Guste con el ceño fruncido, lista para exigirle que le soltara, pero él ya lo había hecho sin que se lo pidiera, observándose la mano justo después.

—Nunca pensé que alguien se arrepentiría de besarme. A mí. Louis Auguste Dumont —dijo, con total seriedad, ignorando al presentador.

Sus ojos escudriñaron los míos con detenimiento, sin pudor, como si realmente quisiera descifrar lo que estaba pensando en aquel momento.

—Creo que tú también te arrepientes, Guste —le reprendí, alcanzando la manija de la puerta, lista para huir.

—Ni se te ocurra salir bajo esa lluvia intensa con mi vestido puesto —me advirtió, intentando detenerme de nuevo.

Pero ya era demasiado tarde, porque una de mis sandalias ya había caído al suelo y el bajo del precioso había acabado sobre un charco, para disgusto de su creador.

—¿Y bien señor Dumont? ¿Cuál es la información tan valiosa que va a intercambiar por la de su hermano?

—La besé porque no podía permitir que el hombre al que más odio lo hiciera antes que yo —respondió Guste, sin devolver la mirada hacia François hasta darse por vencido en su intento por detenerme.

—¿Y bien?

Me levanté sobre la acera con el ceño fruncido, agobiada como lo había estado en las últimas veinticuatro horas, al borde del colapso.

—Y porque nunca me había fascinado tanto una mujer. —Fue lo último que logré oír decir a Guste cuando cerré la puerta, aunque ni siquiera me detuve a pensar en ello hasta que ya había empezado a correr tras su hermano.

Sentí las gotas de agua sobre mi rostro, mis hombros y mis brazos desnudos, mojándome con delicadeza aunque sin llegar a ser molestas.

Bastien había aminorado el paso, cruzando el puente, así que tan solo tenía que hacer una última carrera hasta llegar a donde estaba él, confiando en que mis sandalias de tacón no iban a provocar que acabara por los suelos.

Le alcancé, como tan solo en una película podía haberlo hecho, agarrándome a su hombro para no caer y, a la vez, llamando su atención.

Solté la falda del vestido que había estado sujetándome cuando él se giró hacia mí y vi en su rostro sorpresa y confusión, aunque no alegría, como lo habría hecho George Peppard si Audrey Hepburn hubiera salido corriendo tras él.

Aunque ni yo era la mejor actriz de Hollywood ni él el perfecto caballero.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, observándome desde su metro noventa de altura.

Seguía teniendo los ojos húmedos, aunque, a esas alturas, también su rostro estaba igual de mojado. La lluvia seguía cayendo sobre nosotros y, por un momento, pensé que me había olvidado de ella, al sentir su intensa mirada cristalina sobre mí.

De pronto, una enorme sonrisa llena de satisfacción dibujó su inexpresivo rostro, dándome a entender que, realmente, se alegraba de que le hubiera seguido.

¿Acababa de sentir a mi corazón dar un vuelco?

Sonreí yo también.

—Dijiste que no me merecías —repliqué, recordándole sus propias palabras.

La catedral pareció sentir mis fuertes latidos, pues, al mismo ritmo, sus grandes campanas empezaron a sonar, anunciando el cambio de hora aunque también empujándome a dar un paso más hacia él.

Bastien sacó las manos de sus bolsillos, dejándolas a ambos lados de su cuerpo, jugueteando con la tela de su pantalón, como si no supiera qué más hacer.

Parpadeé rápidamente al sentir una gota de agua caer sobre mis pestañas y, cuando volví a abrir los ojos, él había borrado su sonrisa.

Sus ojos azules como el mismo cielo que se cernía ante nosotros eran la viva imagen de su alma, triste, perdida, como lo estaba yo misma en aquel instante.

No quise hacer nada cuando sus grandes manos agarraron de pronto mi rostro y separó sus labios para que un par de gotas de lluvia se colaran entre ellos.

—Y una mierda —dijo, antes de cerrar los ojos y bajar la cabeza para encajar sus perfectos labios con los míos por primera vez, haciéndome sentir la persona más afortunada del mundo.

Sentí como si me hubieran pegado un puñetazo en el estómago y mi corazón no había ido tan rápido en mi vida, como si aquello fuera una premonición de mi prematura muerte.

Sin embargo, algo en mí sabía que aquello era fruto de un cúmulo de sentimientos que no sabía descifrar, como una especie de síntesis entre la pasión y la paz, como si tuviera todo el tiempo del mundo para sentir aquellos labios sobre los míos.

Me quedé quieta, casi estática, dejando que él tomara el control, sin saber cómo actuar, ya que, aunque aquel era mi tercer beso, era el primero que sentía de verdad.

Sus pulgares dibujaron círculos sobre mis mejillas, acariciando con suavidad mi sonrojada piel, con dulzura y detenimiento, haciéndome estremecer.

Él sabía lo que hacía y, por primera vez, yo no era una mera espectadora en aquel increíble momento que reflejaban nuestros labios unidos, húmedos por la lluvia que no logró separarnos.

Ni siquiera pensé en que debía de parecer ridícula, en aquel puente, frente a la catedral, besando dramáticamente al hombre por el que había estado babeando tanto tiempo, el último de los tres a los que había besado, aunque tampoco me importaba.

Me puse de puntillas para unir todavía más nuestros rostros y, en ese vago momento de despiste, la lluvia volvió a entrar en nuestras bocas, aunque ya todo daba igual.

Lo único que tenía valor en aquel momento era que estaba besando a Louis Sébastien Dumont.

* * *

Annyeonghaseyo!

Pos otro. Y si no os gusta, campo, que hay mucho. Ah, no, que estamos de cuarentena. Pues pasillo, que es largo JAJAJAJA

¿CUÁL HA SIDO EL MEJORRRR?

1. Louis Auguste Dumont, dueño de Louis XIX, el puto amo

2. Narcisse Laboureche, CEO de Laboureche, el (f***able) jefe controlador

3. Louis Sébastien Dumont, relaciones púbicas de Louis XIX, vecino buenorro

Ya sólo falta uno. Ajam 😉

Me voy a cenar de pan con sobrasada, aunque debería decir sobrasada con pan, porque necesito sustancia, COMO ESTA NOVELA PUAJAJAJA

Ale, hasta luego, nos vemos mañana bichos XOXO

Annyeong!

Continue Reading

You'll Also Like

1.1M 70.5K 37
Una vez escuché que todo lo que está destinado a ser, será. También escuche que no existe el destino, que es solo una mentira creada en nuestras ment...
90.9K 12.8K 78
Valtrana Aurión es un príncipe cuyas virtudes tan solo son una careta que se ve obligado a mostrar. Durante su noche de bodas, descubre que la person...
3.3M 209K 70
Destacada del mes de MARZO-ABRIL DE CHICK-LIT ES Libro 1 de la Saga Tough Bianca Santoro tiene el matrimonio perfecto, o eso creía, después de meses...
598K 48.1K 79
La vida de Colette corre peligro y se verá obligada a contratar a un guardaespaldas. ¿Qué podría salir mal? *** Desde que estaba en preparatori...