Querido jefe Narciso

By SuperbScorpio

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*Historia ganadora de los WOWAwards 2017* -¿Has infringido alguna norma desde que trabajas aquí? - preguntó é... More

Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treinta y uno
Capítulo treinta y dos
Capítulo treinta y tres
Capítulo treinta y cuatro
Capítulo treinta y cinco
Capítulo treinta y seis
Capítulo treinta y siete
Capítulo treinta y ocho
Capítulo treinta y nueve
Capítulo cuarenta
Capítulo cuarenta y uno
Capítulo cuarenta y dos
Capítulo cuarenta y tres
Capítulo cuarenta y cuatro
Capítulo cuarenta y cinco
Capítulo cuarenta y seis
Capítulo cuarenta y siete
Capítulo cuarenta y ocho
Capítulo cuarenta y nueve
Capítulo cincuenta
Capítulo cincuenta y uno
Capítulo cincuenta y dos
Capítulo cincuenta y tres
Capítulo cincuenta y cuatro
Capítulo cincuenta y cinco
Capítulo cincuenta y seis
Capítulo cincuenta y ocho
Capítulo cincuenta y nueve
Capítulo sesenta
Capítulo sesenta y uno
Capítulo sesenta y dos
Capítulo sesenta y tres
Capítulo sesenta y cuatro
Capítulo sesenta y cinco
Capítulo sesenta y seis
Capítulo sesenta y siete
Capítulo sesenta y ocho
Capítulo sesenta y nueve
Capítulo setenta
Capítulo setenta y uno
Capítulo setenta y dos
Capítulo setenta y tres
Capítulo setenta y cuatro
Capítulo setenta y cinco
Capítulo setenta y seis
Capítulo setenta y siete
Capítulo setenta y ocho
Capítulo setenta y nueve
Capítulo ochenta
Capítulo ochenta y uno
Capítulo ochenta y dos
Capítulo ochenta y tres
Capítulo ochenta y cuatro
Capítulo ochenta y cinco
Capítulo ochenta y seis
Capítulo ochenta y siete
Capítulo ochenta y ocho
Capítulo ochenta y nueve
Capítulo noventa
Capítulo noventa y uno
Capítulo noventa y dos
Capítulo noventa y tres
Capítulo noventa y cuatro
Capítulo noventa y cinco
Capítulo noventa y seis
Capítulo noventa y siete
Epílogo
Tu Querida Agathe y QJN+18

Capítulo cincuenta y siete

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By SuperbScorpio

El siete es mi número favorito.

Sin quererlo, el sonido atronador de mi tacón dorado chocar contra el suelo de mármol se hizo eco en el grandioso vestíbulo, provocando que todos se dieran cuenta de que, al fin, el hombre más rico de Francia había llegado a una de las galas más importantes entre la élite parisina.

Un camarero nos ofreció dos copas de champán, sin mirarnos a los ojos, aunque fijándose en la forma en la que mi brazo rodeaba con suavidad el de mi jefe, quien no había bajado la barbilla en todo el camino desde el inmenso patio de gravilla donde había dejado su coche hasta allí.

Graham Gallagher estaba de pie junto a la que una vez fue mi amiga Paulette Amdrieu, cuyo padre estaba saliendo con mi madre, lo que nos convertía en hermanastras.

Ella fue la primera en advertir nuestra presencia y no pudo ocultar un gesto receloso al comprobar que seguía acompañando a Narcisse y que su novio, ataviado con su elegante kilt rojo y azul, ni siquiera le estaba prestando atención.

Decir que habia mucha gente no era justo, porque aproximadamente toda la alta sociedad parisina se encontraba en el vestíbulo de la mansión Dumont, a las afueras de la ciudad, bajo el altísimo techo del cual colgaba una impresionante y pretenciosa lámpara de araña.

—Buenas noches, señor Laboureche —dijo un hombre de cabellos blancos y sonrisa amarillenta, antes de dirigirme una ojeada a mí—. Veo que viene acompañado.

Hice un amago de sonrisa, porque aquel hombre no me inspiraba mucho más.

—¿Y tu mujer, Viktor? —respondió Narcisse, fingiendo que buscaba con la mirada a la esposa de aquel hombre.

—Con su amante, ya lo sabes —gruñó—. Desde que murió Raquelle no tiene motivos para verme más.

Miré de reojo a Narcisse, quien parecía haber tensado la mandíbula ligeramente.

—Supongo que todos lo superan a su forma —enunció.

—Tú se ve que ya lo has hecho —gruñó el hombre de cabellos canosos, volviendo a fijar su mirada en mí.

—Y tú deberías —murmuró mi jefe, apartándolo de su camino a la vez que tiraba ligeramente de mí para que le siguiera.

Nos abrimos paso entre los invitados en completo silencio, sin mirar atrás, como si aquella última conversación no hubiera existido.

Me di cuenta de cómo algunas mujeres me observaban con cierto recelo, incluso odio, por ir pegada al Narcisse, aunque tampoco pasaban por inadvertido mi vestido rojo, a juego con la corbata roja que yo misma le había cosido a mi jefe, sin saber que iba a decidir ponérsela algún día.

—¡Narciso! —gritó una voz y no tardamos en darnos cuenta de que provenía del anfitrión, quien descendía los imponentes escalones de mármol vestido con un extravagante traje violáceo, probablemente parte de su colección.

Todos se giraron hacia nosotros, si no lo habían hecho ya.

Me sentía totalmente desubicada, rodeada de la gente más importante de mi ciudad, tan alejada de mi humilde modo de vida. Ellos no iban en autobús al trabajo y, probablemente, la mayoría de ellos tampoco necesitaban ir a ninguna parte, pues, con todo el dinero que había en sus cuentas bancarias, habrían sido capaces de salvar a un país entero de la hambruna.

Tragué saliva, intentando mantenerme firme junto a Narcisse, aceptando ser el centro de atención por primera vez en mi vida.

Mi jefe, impasible ante la atenta mirada de los presentes, ladeó ligeramente la cabeza para observar cómo el anfitrión se acercaba a nosotros con tanta elegancia que era imposible no prestarle atención.

—Aguste —murmuró Narcisse, cordial, sin borrar su gesto de indiferencia.

El del traje violeta le tendió una mano amablemente, sin sonreír, manteniendo un duelo de miradas con mi jefe que me dejaba, indudablemente, en un segundo plano.

Eché una segunda ojeada a mi alrededor para acabar fijándome de nuevo en cómo Paulette seguía agarrada con ambas manos al brazo de Graham, en el fondo de la sala, quien nos observaba con frialdad, sin dejar escapar ningún detalle del encuentro, obviando los intentos de mi ex mejor amiga por creer que ella podía ser más importante que aquella situación en la que me encontraba yo.

—Buenas noches, Marie Agathe —digo Guste cuando Narcisse hubo aceptado su mano, sacudiéndola con firmeza—. Ya me ha advertido mi hermano sobre su espectacular atuendo, me deja sin palabras.

Sonreí, aunque no supe qué decir. Louis Auguste era algo frío y distante, aunque algunas de sus frases no lo parecieran, en absoluto.

Narcisse levantó la mano para coger la mía y poder entrelazar nuestros dedos, para demostrarle a Guste que estábamos juntos, pero al dueño de Louis XIX poco le importaba que yo fuera la pareja de su rival. El hecho de que estuviéramos allí parecía lo único que le inquietaba.

—Menos mal que eligió venir conmigo, entonces. Sino, mi equipo no podría haber trabajado en este espectacular vestido que luce la señorita Tailler —le recriminó Narcisse, en un tono molesto, aunque sin dejar que los nervios se apoderaran de él.

—A mí no me importa con quién haya ido, Narciso. Ni siquiera te lo he preguntado —le interrumpió Guste con frialdad.

El anfitrión se dio la vuelta con dignidad, dejando a mi jefe con la palabra en la boca, yendo a saludar a los presentes uno por uno, sin prestarle la más mínima atención al único que la reclamaba.

Su mano empezó a apretar la mía con fuerza, aunque supuse que no se habría dado cuenta.

—Eh, tranquilo —acerté a decir—. Estoy aquí por el bien de la empresa. Ni tu padre ni nadie podrá reprocharte nada después de esto, mucho menos Auguste.

Él bajó la mirada hacia mí y advertí un atisbo de sonrisa en su imberbe rostro, así como su pulgar empezó a realizar círculos sobre mi mano, mientras seguía sujetándola.

Por un momento, olvidé que había jurado odiarle hacía menos de dos semanas atrás. Tal vez tan solo era una ingenua.

Graham se había acercado en silencio, con su perrito faldero justo detrás, quien no podía apartar su mirada de mí y de mi vestido, aunque no la culpaba.

—Buenas noches, señor Laboureche, señorita Tailler —saludó, cordial, el pelirrojo.

Yo sonreí, dispuesta a decir exactamente lo mismo, pero Narcisse se me adelantó.

—Quiero que tus fotógrafos capturen la mejor imagen entre nosotros dos. Y quiero que sea portada —afirmó con firmeza.

Le miré de reojo. Estaba empeñado en que debíamos "demostrar nuestro amor" de alguna forma, pero yo no podía dejar de pensar en lo que había dicho Bastien hacía pocas horas en el balcón. ¿Y si no era su padre el que quería que nos besáramos?

Negué con la cabeza ligeramente, apartando esos pensamientos de mí. Él estaba igual de afectado que yo con la indecente proposición de su padre y le veía incapaz de mostrar nada más que odio y rencor, sus dos facetas preferidas.

—Intentaré que parezca lo más natural posible —sugirió Graham, observando cómo muestras manos seguían entrelazadas, con algo más de énfasis del que deberían.

Paulette, sin dejarse intimidar por mi ahora probable relación con el hombre más rico de Francia, agarró con fiereza la mano de su prometido, aprovechando así mostrar su anillo de  compromiso, sabiendo que aquello iba a afectarme de alguna forma.

Sin embargo, en aquel instante, Narcisse Laboureche, el CEO más importante de Europa, no tenía nada que envidiar a Graham Gallagher, el director de una revista.

—Quiero que sea muy dramático —apuntó Narcisse, sin mirarme siquiera.

¿A qué se refería con dramático? Yo nunca había besado a nadie y que estuviera dispuesto a hacer lo que fuera por formar parte de la maldita portada de la Modern Couture no entraba en mi cabeza.

—Yo me ocuparé de lanzar los pétalos de rosas sobre vuestra cabezas —se burló Bastien, a nuestras espaldas.

Me giré lentamente para observar cómo uno de los hombres más bellos del vestíbulo sonreía con odio disfrazado de diversión, clavando su mirada cerúlea bajo aquella intensa luz en la de mi jefe.

—¿Qué te crees que haces, Louis?

—¿Y tú, príncipe azul? —le contradijo el aludido, mostrando su perfecta hilera de dientes blancos.

El flash de una cámara procedente de mi derecha dejó claro que aquel momento había quedado inmortalizado.

Narcisse, comprobando con su mano libre que su cabello seguía peinando hacia atrás, se volteó hacia Graham, quien, ajeno a las muestras de atención de la pechugona de su acompañante, acababa de sacar una libreta y un bolígrafo de alguna parte para apuntar lo que acababa de ver.

—Así que Agathe, la don nadie, va a ser portada de tu revista —le susurró Paulette, aunque todos la habíamos oído a la perfección.

—Exactamente va a conseguir lo que tú deseaste en el momento en el que te colgaste del brazo de éste —le recriminó Narcisse, por alguna razón, defendiéndome por encima de su discusión con Bastien.

Me mordí el labio inferior, satisfecha al ver cómo Paulette fruncía el ceño, abatida por el comentario de mi jefe.

—Tal vez debería ser yo quien la besara, eso sí que sería épico —intervino mi vecino.

Todos los giramos hacia él de nuevo, aunque mi expresión de sorpresa no era para nada inigualable a la hinchazón de la vena del cuello de Narcisse, quien también había empezado a apretar mi mano con más fuerza, conteniendo su rabia.

—Oh, Dios mío, sí —se emocionó el pelirrojo.

Bastien sonrió, triunfante, girando el cuello hacia Graham con tal intensidad que creí que iba a dislocárselo.

—No.

Yo negué con la cabeza para reafirmarlo. ¿Qué narices estaba ocurriendo? Era una situación ridícula y una conversación todavía peor y, por un momento, lo único que se me pasaba por la cabeza era pedir permiso para marcharme al baño y esperar a que la noche acabara, por mucho que disfrutara de la música clásica del ambiente y el perfecto vestido que cubría mi cuerpo lleno de imperfecciones.

Bastien agarró mi mano libre para atraerme hacia sí, provocando que, de la misma forma, soltara la de Narcisse.

Graham sonrió y alzó una de sus manos para hacer una señal a sus cámaras.

Louis Auguste Dumont manteniendo una acalorada conversación con Karl Lagerfeld dejó de ser el centro de atención y ahora el despechado de Narcisse Laboureche de convirtió en el foco de todas las miradas.

Quería morirme, y no tan solo por robarle el protagonismo a Karl Lagerfeld, probablemente el mejor diseñador del universo, sino porque Bastien acababa de pegarme a él y lo más probable era que Narcisse acabara por pegarle a él, pero de otra forma completamente distinta.

—Suelta a mi novia —le ordenó mi jefe, en un tono solemne.

—No creo que lo sea —interpuso Bastien, rodeándome con sus brazos.

Graham no se detuvo en su intensiva escritura a mano, olvidando por completo a Paulette, quien tenía la boca tan abierta que dudaba que estuviera pendiente de su prometido.

—Dejadme —supliqué, agarrando el brazo de Bastien para apartarlo de mí.

Sin embargo, él era más fuerte y ni siquiera parecía dispuesto a escucharme.

—Louis, suéltala —le ordenó Narcisse.

—Ya me quitaste a mi primera novia. No va a volver a pasar, no quiero que te acerques a ella nunca más —gruñó el otro, como si los periodistas a nuestro alrededor no pudieran estar escuchando nada de lo que decía.

—Ella no es tu novia.

—Todavía.

Conseguí empujar a Bastien de una vez, deshaciéndome de su agobiante agarre, el cual, en cualquier otra situación, me habría parecido ideal.

No podía creerme que estuvieran tratándome como una pelota que se pudieran pasar del uno al otro sin importar lo que yo tuviera que decir, que, en aquel momento, era demasiado.

Estaba avergonzada y no tan solo porque todos los flashes apuntaban a mí.

Logré escabullirme, dirigiéndome hacia el único lugar libre de gente, que resultó ser la enorme escalinata que subía hacia un segundo piso sin iluminación, aunque mucho más seguro que quedarme allí parada como una idiota.

—Agathe, ¡vuelve! —gritó Narcisse, esperando a que le hiciera caso.

—¡Aggie! —exclamó Bastien a la vez, aunque yo no me detuve.

Podía oír la estúpida risa de Paulette a la vez que me alejaba y el bolígrafo de Grajam escribir sobre el papel blanco de su cuaderno, casi con tanta claridad como los flashes de las cámaras que me perseguían a la vez que me abría paso entre los presentes, quienes me observaban juiciosos.

Mi tacón dorado chocó contra el primer escalón cuando creía que ya había conseguido liberarme de la locura, pero una mano suave aunque fuerte agarró la mía, deteniéndome.

Me di la vuelta, sin comprender quién podría haberme cogido, pero él me hizo bajar el pie antes de que pudiera preguntar algo.

—¿No queríais una maldita portada? Ahora la tendréis —exclamó con frialdad.

Louis Auguste Dumont colocó sus perfectas manos sobre mi rostro, mirándome con sus brillantes ojos azules, exactos a los de su hermano, con las pupilas dilatadas y parpadeando exageradamente.

Estaba atrapada junto a su cuerpo, a pocos centímetros de él y era inevitable sentir el repentino calor que acababa de apoderarse de mi cuerpo.

Ni siquiera me dio tiempo a reaccionar, pues, antes de que pudiera hacer o decir algo, Custe acercó suavemente mi rostro al suyo.

Sus labios se entreabrieron a la vez que mis ojos se cerraron y, de pronto, sentí su boca sobre la mía, cálida.

Sabía a champán, probablemente como yo, pero, en ese momento, ese era el último de mis problemas.

Mi corazón estaba tan acelerado que podía sentirlo en mis oídos y había dejado de percibir nada más a mi alrededor, tan solo a Guste sobre mis labios y sus manos acariciando mis mejillas con dulzura.

Me sentía desprotegida de repente y mis manos caían a ambos lados de mi cuerpo, justo antes de que lograra colocarlas sobre su pecho en un vago intento de apartarlo de mí.

Sin embargo, sentía la calidez de sus gruesos y suaves labios unidos a los míos, realizando el más mínimo movimiento, que ni siquiera podía resultar incómodo, porque Guste no me estaba devorando.

Era una sensación extraña y a la vez de las más agradables que yo jamás había sentido. Realmente todo lo demás había desaparecido, todos mis problemas eran parte del pasado, pues en lo único que podía pensar era en sus labios, tan reconfortantes, tan suaves, tan perfectos.

Cuando se separó, tras unos intensos segundos que tal vez había contado, abrí los ojos lentamente, para comprobar que seguía allí, serio, observándome como lo había hecho Narcisse, con el mismo rostro que tenía Bastien.

Sin embargo, quien me había besado era Louis Auguste y eso no iba a cambiarlo nadie.

* * *

Annyeonghaseyo!❤

And the winner is... 😂

Como alguien me desee la muerte después de esto dejo de publicar capítulos así que YA SABÉIS.

Ale, ¿quién se lo esperaba? Yo, obvi, y mis old readers, porque esto es desencadenante de mi pérdida de lectores y de la resurrección de los haters JAJAJAJA

Btw, cuarente-Narciso día 25, Pascua de Resurrección, beso en QJN y pizza para comer, gran día el de hoy XD

1. Te voy a matar, Meri, y vas a arder en el infierno por esto

2. Drama es la blood en mis veins, esperaba esto y me encantan las sorpresas

Yo votaría por el 2 porque si muero NO HAY MÁS CAPÍTULOS PUAJAJAJAJA Ya paro.

Y eso, adoradme como yo os adoro (compro vuestro amor para no perderos) xd

Annyeong! ❤

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