Desátame

By D3ST1N1

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Era el único hombre al que no podía resistirse, pero le pedía algo que ella se creía incapaz de hacer. Nikki... More

ACLARACIÓN
SINOPSIS
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By D3ST1N1

Cruzo todo el salón y me detengo con el corazón latiendo a mil por hora. Cincuenta y cinco pasos. Los he contado todos y cada uno, y como no tengo otro sitio adonde ir, sencillamente me quedo de pie y miro otro de los cuadros de Blaine. Se trata también de un desnudo, en este caso el de una mujer tendida de costado en una cama totalmente blanca. Solo está enfocado el primer plano, el resto de la habitación —muebles y paredes— no es más que una sucesión de capas de gris y formas indefinidas.

La mujer tiene la piel muy pálida, como si nunca hubiera visto el sol; pero su rostro es otra cosa: refleja tal éxtasis que parece resplandecer.
En el lienzo hay únicamente un toque de color: una larga cinta roja. La mujer la tiene atada al cuello, y desciende entre sus grandes pechos y más abajo; se desliza entre sus piernas y después continúa. La imagen se disuelve contra el fondo justo en el borde de la tela. Sin embargo, en la cinta se aprecia cierta tensión, y salta a la vista lo que pretende contar el artista: que el amante de la mujer está fuera del cuadro, sosteniendo la cinta, deslizándola sobre su piel y haciendo que ella se enrosque alrededor en su desesperada necesidad de hallar el placer con el cual él la está provocando.

Trago saliva e imagino la sensación de ese suave y frío satén acariciándome entre las piernas, excitándome y haciendo que me corra…
Y en mi fantasía es Damien Stark el que sujeta la cinta.
Esto no es bueno.

Me alejo del cuadro y me dirijo hacia el bar, que es el único sitio de toda la estancia donde no me bombardean imágenes eróticas. Sinceramente, necesito un respiro. Por lo general, el arte erótico no suele hacer que me derrita, claro que en este caso no es el arte lo que me pone a tope.

«Aun así, la quiero a mi lado».

¿Qué habrá querido decir con eso?
Más exactamente: ¿qué quiero yo que signifique? Pero es una pregunta absurda porque sé lo que quiero: lo mismo que quería hace seis años. Y también sé que nunca ocurrirá. Incluso como fantasía es una pésima idea.

Observo la sala mientras me digo que solo estoy contemplando arte. Al parecer esta es la noche del autoengaño. Busco a Stark, pero cuando lo encuentro desearía no haberme tomado la molestia. Está junto a una esbelta mujer de cabello moreno y corto que se parece a Audrey Hepburn en Sabrina, vivaz y hermosa. Sus pequeñas facciones resplandecen de placer mientras ríe y alarga la mano para tocarlo con un gesto íntimo y natural. Me duele el estómago solo de contemplarlos. Por Dios, si ni siquiera lo conozco, ¿cómo es posible que esté celosa?
Sopeso dicha posibilidad y, siguiendo la tendencia de la noche, me engaño a mí misma una vez más y me digo que no son celos, sino indignación. Me fastidia que Stark haya podido flirtear tan cortésmente conmigo cuando está obviamente fascinado por otra mujer, una mujer hermosa, encantadora y radiante.

—¿Un poco más de champán?

El barman me alarga una copa en forma de flauta. Es muy tentadora, pero declino su ofrecimiento con un gesto de cabeza. No necesito emborracharme. Lo que necesito es salir de aquí.

Llegan más invitados, y la sala se llena de gente. Busco nuevamente a Stark, pero ha desaparecido entre la multitud. Tampoco veo a Audrey Hepburn por ninguna parte. No me cabe duda que lo estarán pasando en grande estén donde estén.

Me deslizo entre la pared de un pasillo y un vestíbulo que está cerrado al paso por una gruesa cuerda de terciopelo. Sin duda conduce al resto de la casa de Evelyn. En estos momentos es lo más parecido que tengo a un rincón de intimidad.

Saco el móvil, accedo al marcado rápido y espero a que Jamie conteste.
—No te lo vas a creer —dice sin preámbulo alguno—, pero acabo de montármelo con Douglas.
—Dios, mío, Jamie, ¿por qué?

De acuerdo, el comentario me ha salido sin pensar. De todas maneras, y aunque esa revelación acerca de Douglas no sea una buena noticia, no deja de ser un alivio verme arrastrada a los problemas de mi amiga. Los míos pueden esperar.

Douglas es nuestro vecino, y la pared de su dormitorio es también la del mío. A pesar de que solo llevo cuatro días en el apartamento ya me he hecho una idea de lo mucho que folla. Saber que mi mejor amiga se ha convertido en una muesca más en el cabezal de su cama no me entusiasma.

Naturalmente, desde la perspectiva de Jamie, él también es una muesca en el cabezal de ella.
—Estábamos en la piscina, bebiendo vino. Luego nos metimos en el jacuzzi y entonces… —Ya me imagino el «entonces».
—¿Sigue ahí o estás en su casa?
—No, para nada. Lo he enviado a su apartamento hace una hora.
—Jamie…
—¿Qué? Solo necesitaba quemar energías. Es bueno, créeme. Ahora me encuentro tan relajada que no te lo creerías.

Tuerzo el gesto. Al igual que una jovencita que se dedica a recoger perros abandonados, Jamie lleva a casa a un montón de hombres. Sin embargo, no los conserva durante mucho tiempo. Ni siquiera hasta la mañana siguiente. Como la compañera de piso que soy me parece muy bien —hay pocas cosas tan desagradables como toparse con un hombre medio desnudo, sin afeitar ni duchar que se dedica a hurgar en tu nevera a las tres de la mañana—; sin embargo, como amiga, me inquieta.

Por su parte, a ella le preocupa de mí exactamente lo contrario. Nunca he llevado a un hombre a casa y aun menos lo he puesto de patitas en la calle. En lo que a Jamie se refiere, semejante conducta me convierte en anormal.
Aunque no es el momento de discutir con mi mejor amiga me pregunto: ¿Douglas? ¿Tenía que escoger a Douglas?

—¿Voy a tener que mirar hacia otra parte cuando me lo encuentre por ahí?
—Es un buen tío —me contesta—. Tranquila.
Cierro los ojos y meneo la cabeza. El mero hecho de que esté desnuda de ese modo, tanto física como emocionalmente, me abruma. ¿Que no pasa nada? ¡Y un cuerno que no!
—Y ¿qué me dices de ti? ¿Esta vez has conseguido articular palabra?
Frunzo el entrecejo.

Como mi mejor amiga de toda la vida que es, Jamie conoce todos mis secretos y algunos más. En su momento le conté mi ambiguo encuentro con el súper sexy Damien Stark en el desfile de belleza. Su reacción fue típica de Jamie: según ella si le hubiera dicho algo, él se habría desembarazado de Carmela y se habría marchado conmigo. Le contesté que eso era una locura, pero sus palabras avivaron las ascuas de mi fantasía.

—He hablado con él —le confieso.
—¿En serio? —Su voz se llena de curiosidad.
—Y va a venir a la presentación.
—Y ¿qué más?
No puedo evitar reírme.
—Eso es todo, Jamie. El único propósito era ese.
—Bueno, vale, está bien. Oye, ahora en serio, es fabuloso, Nik. Acabas de apuntarte un tanto.
Si lo expresa así, no tengo más remedio que estar de acuerdo.
—Y ¿qué aspecto tiene ahora?
Sopeso la pregunta. No resulta fácil de contestar.
—Es… apasionado.
Y está como un tren, y es sexy y sorprendente e inquietante.
No, Stark no es inquietante; pero mi reacción ante él, sí.
—¿Apasionado? —repite Jamie—. Menudo descubrimiento. Quiero decir que ese tío es dueño de medio mundo. Me cuesta creer que pueda ser tierno y cariñoso. Más bien debe de ser siniestro y peligroso.
Arqueo una ceja. Jamie acaba de describir perfectamente a Damien Stark.
—¿Algo más de lo que informar? —me pregunta—. ¿Qué tal los cuadros? No voy a preguntarte si has visto a algún famoso porque no conoces ninguno que sea más joven que Cary Grant. Quiero decir que podrías darte de bruces con Bradley Cooper y ni te enterarías.
—La verdad es que Rip y Lyle están aquí y a pesar de sus desavenencias se muestran corteses el uno con el otro. Será interesante comprobar si la cadena acaba manteniendo su programa en antena una temporada más.

El silencio al otro lado de la línea me indica que acabo de apuntarme otro tanto, y tomo nota mentalmente para dar las gracias a Evelyn. No resulta fácil sorprender a mi compañera de piso.

—¡Serás zorra! —exclama finalmente—. Si no vuelves con un autógrafo de Rip Carrington ya puedes irte buscando una nueva mejor amiga.
—Lo intentaré —le prometo—. La verdad es que podrías pasarte por aquí. Necesito que alguien me lleve a casa.
—¿Es porque a Carl le ha dado un ataque al corazón cuando Stark ha dicho que asistirá personalmente a la presentación?
—Más o menos. Se ha marchado precipitadamente para prepararla. La reunión se ha adelantado a mañana.
—Y ¿tú sigues en la fiesta? ¿Cómo es eso?
—Stark quería que me quedara.
—¿Ah, sí? ¡No me digas!
—No es lo que piensas. Tiene intención de comprar uno de los cuadros y quiere un consejo femenino.
—Claro, y como tú eres la única mujer que hay en la fiesta…
Me acuerdo de Audrey Hepburn y me siento confundida. Está claro que no soy la única mujer allí. ¿A qué juega Stark?
—Lo único que necesito es que me lleven —replico y descargo injustamente mi irritación con Jamie—. ¿Puedes venir a buscarme?
—¿Lo dices en serio? ¿Carl te ha dejado tirada en Malibú y ni siquiera te ha dado dinero para el taxi? ¡Pero si hay una hora de coche!
Vacilo un segundo de más.
—¿Qué pasa? —insiste Jamie.
—Es solo que… Bueno, que Stark dijo que él se ocuparía de llevarme a casa.
—Y ¿qué problema hay? ¿Su Ferrari no es lo bastante bueno para ti y prefieres un paseo en mi viejo Corolla?

Tiene razón. Si estoy todavía aquí es por culpa de Stark. ¿Por qué debería molestar a una de mis amigas o tener que pagar una pasta por un taxi si me ha dicho que me llevaría a casa? ¿Realmente me pone tan nerviosa estar a solas con él?
Sí, así es. Lo cual resulta ridículo. La hija de Elisabeth Fairchild no se pone nerviosa cuando hay hombres cerca. La hija de Elisabeth Fairchild los maneja a su antojo. Es posible que haya pasado toda mi vida intentando escapar del dominio de mi madre, pero eso no significa que ella no me haya inculcado a fondo sus lecciones.

—Tienes razón —contesto a pesar de que no acabo de tener clara la idea de que una mujer sea capaz de manejar a su antojo a Damien Stark—. Nos veremos en casa.
—Despiértame si estoy dormida. Quiero que me lo cuentes todo.
—No hay nada que contar.
—Mentirosa —me reprocha antes de colgar.

Guardo el móvil en el bolso y vuelvo al bar. Ahora sí que quiero esa copa de champán. Me quedo junto a la barra, sosteniendo mi bebida mientras miro en derredor. Enseguida localizo a Stark. A él y a Audrey Hepburn. Él sonríe, ella ríe, y yo empiezo a ponerme de malhumor. Ese hombre no solo es la razón de que me encuentre tirada aquí, sino que ni siquiera ha hecho el menor esfuerzo por hablar nuevamente conmigo, no ha intentado disculparse por su desagradable comentario acerca de que sea su condenada decoradora y tampoco se ha molestado en procurarme un medio de transporte. Si tengo que coger un taxi pienso enviar la factura a Stark International.

Evelyn pasa junto a mí del brazo de un individuo con el cabello tan blanco que me recuerda al Coronel Sanders. Le da una palmadita en el brazo, le susurra algo y se separa de él. El coronel sigue caminando mientras Evelyn se acerca.

—¿Te estás divirtiendo?
—Claro —contesto.
Suelta un bufido.
—Lo siento, miento fatal.
—Quizá, pero no se puede decir que te hayas esforzado mucho.
—Lo siento, es que…
No acabo la frase y me coloco un mechón de pelo tras la oreja. Llevo el cabello recogido en un moño y se supone que debo llevar sueltos unos cuantos mechones, pero en estos momentos no hacen más que ponerme nerviosa.
—La verdad es que resulta inescrutable —comenta Evelyn.
—¿Quién?
Señala a Damien con la cabeza, y yo miro en su dirección. Sigue hablando con Audrey Hepburn, pero tengo la certeza de que hace un instante me estaba observando. De todas maneras carezco de fundamentos en qué basar semejante afirmación y me contraría el hecho de no saber si solo estoy expresando mentalmente un deseo o si se trata de simple paranoia.
—¿Inescrutable, dices?
—Es un hombre difícil de interpretar —me dice Evelyn—. Lo conozco desde que era un chaval. Su padre me contrató para que lo representara cuando cierta marca de cereales quiso que su cara apareciera en sus anuncios de televisión. Como si lo que necesitáramos fuera a Damien Stark con un subidón de azúcar. Ni hablar. El caso es que le encontré unos cuantos patrocinadores estupendos y lo ayudé a hacerse condenadamente famoso. Aun así, la mayor parte de las veces no sé qué pensar de él.
—¿Por qué no?
—Te lo acabo de decir, Texas, porque es i-nes-cru-ta-ble —me contesta subrayando todas y cada una de las sílabas—. En cualquier caso no lo culpo, no con la mierda que le echaron encima siendo niño. Cualquiera habría salido mal parado.
—¿Te refieres a la fama? Supongo que siendo tan joven tuvo que resultarle difícil.
Stark ganó el Grand Slam junior a la edad de quince años y eso lo puso en lo más alto, pero la prensa ya llevaba tiempo cebándose con él. Con su buena planta y sus orígenes de clase trabajadora había sido elegido entre los talentos emergentes como el niño de oro del circuito.
—No, no es eso. —Evelyn hace un gesto con la mano para descartar la idea—. Damien siempre ha sabido manejar a la prensa. Es muy bueno a la hora de proteger sus secretos. Siempre lo ha sido. —Me mira y se echa a reír, como para darme a entender que solo estaba bromeando; pero no creo que lo estuviera—. Vaya, creo que estoy divagando. No, cariño, lo que ocurre es que Stark es uno de esos individuos callados y sombríos. Sí, Texas, es igual que un iceberg: lo más profundo de él no se ve, y lo que se ve resulta duro y frío.
Ríe su propia ocurrencia y saluda con la mano a alguien que la ha oído y la mira. Observo a Stark en busca de alguna evidencia del niño traumatizado que Evelyn ha mencionado, pero lo único que veo es la misma fuerza y seguridad en sí mismo del primer momento. Me pregunto si estaré contemplando una máscara o al hombre que hay detrás.
—Lo que quiero decir, cariño —prosigue Evelyn—, es que no deberías tomártelo como algo personal. Me refiero a cómo se ha comportado. No creo que pretendiera ser grosero. Seguramente estaba pensando en otra cosa y ni siquiera se dio cuenta de lo que hacía.

Yo me he olvidado del desaire de nuestra primera presentación, pero Evelyn no se ha dado cuenta. En estos momentos mis dificultades con Damien Stark son numerosas y variadas y abarcan desde un simple problema de transporte hasta un montón de emociones mucho más complicadas que no me apetece analizar.

—Tenías razón con lo de Rip y Lyle —le digo porque sigue mirando a Stark, y yo deseo descartar cualquier sugerencia de meternos en esa conversación—. Mi compañera de piso se ha quedado de piedra cuando le he contado que estoy en la misma habitación que ellos.
—¿Ah, sí? Pues ven, te los presentaré.

Las dos estrellas, pulcros y de punta en blanco como si la vida les fuera en ello, resultan ser perfectamente educados y perfectamente aburridos. No tengo nada que decirles y ni siquiera sé de qué trata su programa de televisión. Evelyn parece incapaz de asimilar que alguien no esté ni desee estar al tanto de las comidillas de Hollywood, de manera que atribuye mi actitud a la timidez y se dispone a dejarme en compañía de esos dos.

La Nikki social sonreiría educadamente y hablaría de nimiedades. Sin embargo, en estos momentos la Nikki social empieza a estar un poco harta, así que alargo la mano y cojo a Evelyn por la manga del vestido antes de que esté demasiado lejos. Me mira con expresión interrogadora, pero no sé qué decirle. El pánico empieza a crecer en mi interior: la Nikki social acaba de hacer mutis por el foro.

Y entonces la veo: mi excusa, mi salvación. Aparece tan inesperadamente, tan de sopetón, que me pregunto si sufro alucinaciones.

—Ese hombre de ahí… —digo al tiempo que señalo a un joven de unos veintitantos años, delgado, con el cabello largo y ondulado y gafas de montura metálica, que por su aspecto debería estar en Woodstock y no en una inauguración de arte. Contengo el aliento mientras espero que la visión se esfume en cualquier instante—. ¿No es Orlando McKee?
—¿Conoces a Orlando? —me pregunta Evelyn antes de responder ella misma a su pregunta—. Ah, claro, es ese amigo tuyo que trabaja para Charles. ¿Dónde os conocisteis?

Se despide de Rip y Lyle, a quienes nuestra marcha tiene sin cuidado y siguen discutiendo mientras sonríen alegremente a la joven que se ha acercado para hacerse una foto con ellos.

—Crecimos juntos —le explico mientras me guía por entre la multitud.

Lo cierto es que nuestras familias fueron vecinas antes de que Ollie se marchara a la universidad. A pesar de que es dos años mayor que yo, fuimos inseparables hasta que cumplió los doce y sus padres lo enviaron interno a un colegio de Austin, y yo me morí de envidia
.
Hace años que no lo he visto, pero es la clase de amigo con el que no necesito hablar todos los días. Podemos estar meses sin llamarnos, pero cuando me telefonea reanudamos nuestra conversación como si nada. Él y Jamie son mis mejores amigos en este mundo y me llena de alegría ver que se encuentra aquí, justo cuando lo necesito desesperadamente.

Estamos cerca, pero no ha reparado en nuestra presencia. Sigue charlando de no sé qué programa de televisión con otro joven vestido muy en plan californiano, con vaqueros, americana de sport y una camisa rosa pálido. Ollie gesticula con las manos porque es su modo de hablar y cuando apunta en mi dirección sin querer, me mira y me ve. Se queda de piedra, deja caer la mano y viene hacia mí con los brazos extendidos.

—¡Nikki! ¡Qué guapa estás! —exclama mientras me da uno de sus abrazos de oso. Luego retrocede un paso sin retirar las manos de mis hombros y me mira de arriba abajo.
—¿Qué, prueba superada? —pregunto.
—Desde luego, ¿cuándo no?
—¿Cómo es que no estás en Nueva York?
—El bufete me trasladó la semana pasada. Iba a llamarte cualquier día de estos, pero no estaba seguro de cuándo te mudabas. —Me estrecha fuertemente de nuevo, y yo sonrío tanto que casi me duele la boca—. No sabes cómo me alegro de verte.
—Vaya, veo que os conocéis —comenta alegremente el joven de los vaqueros.
—Lo siento —se disculpa Ollie—. Nikki, te presento a Jeff. Trabajamos juntos en Bender, Twain & McGuire.
—Lo que quiere decir con eso es que yo trabajo para él —añade Jeff—. Acabo de incorporarme como asociado, y Jeff lleva ya tres años. Creo que Maynard lo hará socio de pleno derecho cualquier día de estos.
—Muy gracioso —protesta Ollie que a pesar de todo se siente halagado.
—¡Pero mírate! —le digo—. Mi pequeño pececito se ha convertido en todo un tiburón.
—Ah, no. Ya conoces las normas: por cada chiste de abogados que hagas me corresponden dos de rubias tontas.
—Está bien, lo retiro.
—Vamos, Jeff —dice Evelyn—. Dejemos que estos dos se pongan al día y vayamos a buscar nuestros propios problemas.

Lo educado sería decirles que no se molesten, pero estamos demasiado entregados a nuestros recuerdos. En cualquier caso doy saltos de alegría por tener a Ollie conmigo.

Hablamos de todo y de nada mientras nos encaminamos hacia la puerta porque hemos decidido tácitamente llevarnos fuera nuestra conversación. Estoy completamente absorta en los cálidos recuerdos que el familiar rostro de Ollie despierta en mí; pero cuando llego a la puerta no puedo evitar volverme y mirar hacia la sala. No sé por qué lo hago. Puede que sea un simple acto reflejo, pero creo que se trata de algo más. Creo que busco a alguien. Creo que lo busco a él.

Como no podía ser de otra manera, mis ojos localizan al instante a Damien Stark. Ya no está con Audrey Hepburn, sino que habla con un individuo bajo y calvo. Parece concentrado en la conversación, pero en ese momento levanta la cabeza, y nuestras miradas se cruzan.
Es entonces, en ese preciso instante, cuando comprendo que si me pidiera que me olvidara de mi amigo y me fuera con él, lo haría.

Maldito Stark y maldita yo, pero me iría con él.

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