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De repente en la limusina hace mucho, mucho calor, y tengo la sensación de haber olvidado los pasos necesarios para respirar.

«No creo que...»

Me doy cuenta de que esas palabras solo están en mi cabeza y lo intento de nuevo.

—No creo que sea una buena idea.

—Es una idea fantástica. No he pensado en otra cosa desde que la acompañé hasta la limusina. Tocarla otra vez, acariciarla, besarla...

Me vuelvo, decidida a mantenerme firme. Sin embargo me siento débil y estoy bastante bebida. Mi voluntad flaquea.

—Dígame que no ha pensado lo mismo que yo.

—No lo he pensado.

—No me mienta, Nikki. Esa es la regla número uno: nunca me mienta.

«¿Reglas?»

—¿Se trata de un juego?

—¿Acaso no lo es todo?

No contesto.

—«Simon dice», Nikki. ¿Nunca ha jugado?

Su voz es suave como una caricia.

—Sí.

—¿Está subida la pantalla de privacidad?

Levanto la vista. Estoy sentada al fondo de la limusina pero alcanzo a ver al chófer al volante, los hombros de su chaqueta negra y el blanco contraste del cuello de su camisa. La gorra apenas deja ver el cabello rojizo. Me da la impresión de que se halla a millones de kilómetros, pero no es así. Está aquí mismo y seguramente puede oír todo lo que decimos.

—Es muy discreto —dice Damien, como si me hubiera leído el pensamiento—, pero ¿por qué atormentarlo? El botón plateado que hay detrás de usted, en la consola, controla la pantalla, ¿lo ve?

Me doy la vuelta y veo una serie de botones empotrados en un panel.

—Sí.

—Púlselo.

—No ha dicho «Simon dice».

Su risa contenida me encanta.

—Buena chica. ¿Me está sugiriendo que preferiría dejar la pantalla bajada? Piénselo antes de contestar, Nikki. La mayoría de mujeres preferirían disfrutar de cierta intimidad para lo que he planeado.

Me humedezco los labios. Si pulso ese botón estaré diciendo que sí a mucho más que a esa maldita pantalla.

¿Es eso lo que deseo? Stark está hablando de verme desnuda, de tocarme, de besarme y de recorrer mi piel con sus manos.

Apoyo levemente el dedo en el botón mientras recuerdo el tacto de su mano y cómo le permití acercarse demasiado, cómo estuve a punto de revelarle demasiado.

Pero no está en el coche, de modo que puedo hacerlo. Puedo dejarme llevar por los efectos de la noche y el champán, y por el atractivo de Damien Stark.

Pero ¿y si lo estoy incitando, haciéndole pensar que la fantasía se convertirá en realidad?

Trago saliva nuevamente porque no me importa. Deseo el dejarme llevar. Deseo su voz en mi cabeza y la fantasía de sus manos por todo mi cuerpo. Transigirá. ¿Dice que hay reglas?, pues al cuerno con ellas. En estos momentos soy yo quien las marca.

Pulso el botón.

La pantalla se levanta despacio, y quedo aislada en la lujosa comodidad de la limusina de Damien Stark.

DesátameOnde histórias criam vida. Descubra agora