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Me despierto cuando los rayos de sol que entran por la persiana me dan en la cara y comprendo que he olvidado conectar el despertador. Salvo por la tobillera de diamantes me encuentro desnuda bajo las sábanas. Tengo la mano entre las piernas y estoy húmeda de deseo.

He dormido pensando en Damien y también creo haber soñado con él. Ruedo sobre la cama, cojo a tientas mi iPhone y me entra un ataque de pánico al ver que son más de las siete.

«Mierda».

Los restos de mis fantasías eróticas se esfuman. Si no me doy prisa llegaré tarde al trabajo.

Me doy una ducha más larga de lo habitual porque la necesito. El agua hierve y cae sobre mi cuerpo mientras borra cualquier resto de deseo y fantasía. Necesito poner mis cinco sentidos en el trabajo. En estos momentos no hay sitio en mi cabeza para Damien Stark.

No tengo tiempo de arreglarme el pelo con el secador, de manera que me lo envuelvo con una toalla hasta dejarlo húmedo y tiro de peine. Se secará con el aire del trayecto, y lo cepillaré para conseguir mi ondulado natural mientras voy desde mi deprimente plaza de aparcamiento hasta el ascensor.

El tráfico está para ponerse de los nervios, y cuando por fin dejo el coche en mi plaza deprimente yo también estoy histérica.

Me cuelgo el bolso al hombro, cojo el cepillo y voy cepillándome el cabello mientras camino a toda prisa con mis tacones de cinco centímetros hacia el ascensor.

Jennifer, la recepcionista, me mira con los ojos fuera de sus órbitas cuando abro la puerta de cristal de las oficinas de C-Squared. Arrugo la frente y repaso mentalmente mi aspecto, pero estoy segura de que todo lo que llevo se encuentra debidamente abotonado o cerrado con cremallera.

—¿Está en su despacho? —pregunto—. Tengo una idea para modificar los algoritmos.

Seguramente a Jennifer le da igual, pero es una de esas inspiraciones que llegan de repente, y deseo hablarlo con Carl antes de que Carl y Dave se pongan a trabajar con los números.

—¿No te ha llamado? —gime Jennifer—. Estaba segura de que te llamaría.

Algo no marcha.

—¿Por qué iba a llamarme?

—Es que... Lo siento —dice y me entrega un sobre—. Toma, me ha dado esto para ti.

Lo cojo con desgana. Tengo la sensación de que pesa una tonelada.

—¿Qué es esto, Jennifer? —pregunto despacio.

—Es tu liquidación. El resto de tus cosas las tienes ahí —añade señalando con la cabeza algo a su espalda.

Me fijo por primera vez en la caja con mis efectos personales que hay en el suelo. Jennifer baja la mirada.

—Ya veo —respondo irguiendo los hombros—. De todas maneras no me has contestado. ¿Está Carl en su despacho?

No tengo intención de montar una escena ni perder los nervios delante de Jennifer, pero estoy decidida a hablar con Carl.

Jennifer asiente primero y después niega con la cabeza.

—Sí, pero no quiere verte. Lo siento, Nikki, ha sido tajante. Me ha dicho que si no recoges tus cosas y te vas debo llamar a los de seguridad.

Me siento aturdida. Estoy en estado de shock.

—Pero ¿por qué?

—No lo sé, de verdad.

Jennifer parece estar pasando un mal rato, y lo siento por ella. Sin embargo me siento indignada con Carl. Solo un maldito cobarde haría que me despidiese la recepcionista para no tener que dar la cara.

DesátameOnde histórias criam vida. Descubra agora