Querido jefe Narciso

By SuperbScorpio

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*Historia ganadora de los WOWAwards 2017* -¿Has infringido alguna norma desde que trabajas aquí? - preguntó é... More

Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treinta y uno
Capítulo treinta y dos
Capítulo treinta y tres
Capítulo treinta y cuatro
Capítulo treinta y cinco
Capítulo treinta y seis
Capítulo treinta y siete
Capítulo treinta y ocho
Capítulo treinta y nueve
Capítulo cuarenta
Capítulo cuarenta y uno
Capítulo cuarenta y dos
Capítulo cuarenta y tres
Capítulo cuarenta y cuatro
Capítulo cuarenta y cinco
Capítulo cuarenta y seis
Capítulo cuarenta y siete
Capítulo cuarenta y ocho
Capítulo cuarenta y nueve
Capítulo cincuenta
Capítulo cincuenta y uno
Capítulo cincuenta y dos
Capítulo cincuenta y tres
Capítulo cincuenta y cinco
Capítulo cincuenta y seis
Capítulo cincuenta y siete
Capítulo cincuenta y ocho
Capítulo cincuenta y nueve
Capítulo sesenta
Capítulo sesenta y uno
Capítulo sesenta y dos
Capítulo sesenta y tres
Capítulo sesenta y cuatro
Capítulo sesenta y cinco
Capítulo sesenta y seis
Capítulo sesenta y siete
Capítulo sesenta y ocho
Capítulo sesenta y nueve
Capítulo setenta
Capítulo setenta y uno
Capítulo setenta y dos
Capítulo setenta y tres
Capítulo setenta y cuatro
Capítulo setenta y cinco
Capítulo setenta y seis
Capítulo setenta y siete
Capítulo setenta y ocho
Capítulo setenta y nueve
Capítulo ochenta
Capítulo ochenta y uno
Capítulo ochenta y dos
Capítulo ochenta y tres
Capítulo ochenta y cuatro
Capítulo ochenta y cinco
Capítulo ochenta y seis
Capítulo ochenta y siete
Capítulo ochenta y ocho
Capítulo ochenta y nueve
Capítulo noventa
Capítulo noventa y uno
Capítulo noventa y dos
Capítulo noventa y tres
Capítulo noventa y cuatro
Capítulo noventa y cinco
Capítulo noventa y seis
Capítulo noventa y siete
Epílogo
Tu Querida Agathe y QJN+18

Capítulo cincuenta y cuatro

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By SuperbScorpio

Haters, os dedico esta maravillosa canción. De nada.

Cuarente-Narciso día 22

Me había perdido entre los claveles del ultimo puesto a la izquierda. Estaba arrodillada junto a ellos, observando con interés los pétalos que formaban aquellas bellísimas flores y, para mi sorpresa, Narcisse estaba a mi lado, tan fascinado como yo.

—¿Puedo ayudarles en algo? —preguntó el señor que había tras el mostrador,un anciano de cabellos canosos y arrugas pronunciadas que nos sonreía con dulzura.

Yo me levanté inmediatamente, como si me hubieran despertado de la ensoñación, al contrario de mi acompañante, quien permaneció allí, con la cabeza girada hacia el único ramo de claveles negros que había, por el que llevaba tiempo interesado.

—¿Cuánto pide por ellos? —preguntó, acariciando uno de los pétalos que componía aquella bella y única flor.

El anciano rodeó el mostrador dificultosamente para llegar hasta donde se encontraba Narcisse. Estaba muy delgado y realmente parecía que iba a desmontarse allí mismo, pero desprendía tanta ternura que lo único que pude hacer fue sonreír.

—Cincuenta por el ramo de doce —dijo, comprobando el precio en la etiqueta que había colocada detrás de la maceta en la que las flores se encontraban.

Todo el puesto rebosaba vida. Había rosas rojas, blancas y amarillas, ramos de margaritas y maceteros de violetas, así como preciosas orquídeas, dalias y, por supuesto, claveles. Sin embargo, las únicas que destacaban por aquel color tan oscuro y tan poco romántico, eran estas últimas. Y Narcisse Laboureche parecía haberse obsesionado con ellas.

—¿Y por las veintinueve que hay aquí? —preguntó, levantándose para colocarse a mi lado.

Al señor se le iluminó el rostro de felicidad. Probablemente no entendía por qué alguien iba a querer tantas flores de una tonalidad tan triste y la verdad era que yo tampoco lo comprendía.

Observé a mi acompañante con interés, quien, absorto en las flores, se había olvidado completamente del propósito de ser la portada de alguna revista, para mostrar una extraña aunque adorable fascinación por los claveles que me recordaron que, por muy frío que fuera, seguía siendo un ser humano.

A nuestro alrededor no había fotógrafos, ni periodistas, ni nadie que pudiera capturar la imagen inocente que desprendía mi jefe, la más sincera que había apreciado jamás. Era Narcisse, el chico que observaba las flores del último puesto, sonriendo sin quererlo, como un niño pequeño.

—Se lo dejo a cien, señor, si se las lleva todas —murmuró el anciano, evidentemente emocionado por la venta.

Mi jefe asintió y, sin decir absolutamente nada, sacó un pequeño  fajo de billetes de el bolsillo delantero de sus pantalones, para tenderle uno al anciano a la vez que él le ofrecía los claveles, unidos por un lazo rosado que rompía la monocromía de los claveles.

—Hasta pronto, señor Ruvelle —dijo Narcisse, dándose la vuelta.

—Adiós, señor Laboureche —se despidió el anciano.

Los miré a ambos, sorprendida por la sensación de de conocían de antes, aunque yo tampoco dije nada. Me limité a sonreír para seguir a mi jefe hacia el exterior, quien seguía absorto en sus flores, como si le hubieran robado el sentido común.

—Mi abuelo buscaba siempre los claveles negros del mercado y solo parecía tenerlos el señor Ruvelle. Decía que eran sus favoritos y que nadie más podía disfrutarlos, porque era mi abuela quien los había cultivado antes de morir y, para él, las flores eran el recuerdo vivo de su amor —susurró, aunque no me estaba prestando la más mínima atención.

No dije nada, porque sabía que no le iba a gustar que me entrometiera, aunque fuera él quien lo había confesado.

Salimos del invernadero, todavía rodeados de las más bellas y llamativas flores, donde el sol deslumbraba con intensidad, aunque él ni siquiera se volvió a colocar las gafas de sol. Estaba tan ensimismado, tan metido en la historia que le recordaban aquellas simples flores negras, que ni siquiera pensaba en que, probablemente, en aquella plaza se iban a encontrar los periodistas que él mismo había avisado.

De pronto y sin previo aviso, Narcisse sacó una de las flores de su ramo y me la tendió, sin mirarme siquiera, tan solo tendiéndome el clavel firmemente y sin que le temblara el pulso.

Me giré hacia él, sin cogerla, provocando que tuviera la levantar la mirada hacia mí. Sus ojos parecían húmedos, como si estuviera a punti de llorar, aunque no tardó en parpadear con rapidez para ocultar el brillo de sus ojos provocado por, tal vez, sus lágrimas.

Sonreí, porque no podía creer que aquel fuera el mismo hombre que había conocido en el autobús.

—¿Por qué me das una de tus flores? —pregunté, sin detenerme.

—Porque es la número veintinueve y sé que es tu número favorito —me respondió con firmeza, sin bajar el brazo.

Apreté ligeramente los labios, aunque no dejé de sonreír.

—¿Cómo lo sabes? —inquirí.

—Porque naciste un día veintinueve, te aceptamos en Laboureche día veintinueve y hoy es día veintinueve y me he sentado en tu cama —respondió, con obviedad.

Tuve que cerrar los ojos para tomar aire y no echarme a reír. Por supuesto, él seguía siendo Narcisse Laboureche.

Sin embargo, acepté el clavel que me tendía, acercándolo a mi rostro ligeramente tan solo para apreciar su belleza.

—Gracias, señor Laboureche —susurré.

De reojo, pude ver cómo una tímida sonrisa se dibujaba su rostro y cómo su mandíbula se tensaba al intentar ocultarla.

Carraspeó cuando se dio cuenta de que seguía observándole y se detuvo en medio de la plaza, señalando con la barbilla una pequeña cafetería.

—Vamos a tomar un café. He visto muchas fotografías de famosos yendo a por pasteles allí mismo, así que es probable que puedan encontrarnos allí.

Hice rodar mis ojos, aunque acepté seguirle hasta allí. Casi había creído que se había olvidado del maldito reportaje.

Nos adentramos en la pequeña y acogedora cafetería de la esquina, donde el amargo aroma de los granos recién molidos del café reinaba en el ambiente el sonido de las distintas máquinas encendidas a la vez, la suave voz de los pocos clientes sentados en sus mesas antiguas y los camareros anotando sus comandas era un armónico festival para mis oídos. Me recordó aquellos momentos en Lyon, cuando iba a observar las rosas en el puesto del mercado, donde solía imaginar mi futuro, aunque nunca habría imaginado que habría terminado aquí, junto al hombre más rico de Francia, en la ciudad más bella del mundo y trabajando para él.

Narcisse me rodeó la cintura, acercándome a él en un delicado movimiento que detuvo mi corazón por varios segundos. Aquello había sido tan inesperado como lo del clavel, aunque no sabía cuál había sido más incómodo de los dos.

Anduvimos hacia la barra mientras yo seguía tiesa, algo que, desde luego, iba a recriminarme en breve.

Tragué saliva antes de levantar mi brazo izquierdo y coloqué mi mano sobre la suya, entrelazando mis fríos dedos entre los suyos, sintiendo cómo de pronto él se estremecía.

Bajó su cabeza hacia mí, mostrando su sorpresa, y pude apreciar cómo su pecho subía y bajaba con rapidez, a la vez que la nuez de su cuello se movía una sola vez, como si se estuviera ahogando con su propia saliva.

Le sonreí porque creía que era lo que él quería, aunque él se quedó allí, sin hacer absolutamente nada, observándome con interés.

Supuse que había advertido a alguien sacando una cámara, así que yo tampoco me moví.

—¿Señor Laboureche? —preguntó una voz extrañamente familiar a nuestras espaldas.

Narcisse dirigió su mirada hacia el hombre que había llamado su atención y su gesto cambió por completo en cuestión de segundos, cuando se dio cuenta de quién se trataba.

Me di la vuelta, provocando que su mano se separara de mi cintura, siendo la mía la primera en apartarse.

Los rizos pelirrojos que caían sobre la frente de quien le había llamado se movieron hacia un lado cuando sus ojos azules se dirigieron hacia mí.

Mi corazón se aceleró rápidamente y no pude evitar que mi rostro mostrara absoluta sorpresa. No podía estar pasando aquello.

Graham Gallagher seguía siendo tan guapo como siempre.

—Oh, señor Gallagher, es un placer conocerle en persona al fin —dijo Narcisse, muy serio, tendiéndole una mano al director de la Modern Couture, el cual, desde luego, no la advirtió.

Su mirada estaba puesta en mí, como si hubiera visto un fantasma, sin comprender qué estaba haciendo allí, en la Île de la Cité, junto a Narcisse Laboureche.

—¿Agathe? —ahogó, evidentemente afectado por mi repentina presencia.

Me giré hacia Narcisse, rogándole con desesperación que saliéramos de allí, cuando vi a aquella rubia acercarse a nosotros, sonriendo, radiante.

—¡Pero si es mi hermanastra! —rio, con su voz aguda y forzando una horrible sonrisa.

Mi jefe, de pronto, parecía asustado, como si la energía que desprendía Paulette fuera para él la peor película de terror.

Intenté actuar por mí misma y huir de aquel lugar, lejos de la que algún día fue mi amiga, aunque Narcisse debió de predecir lo que iba a hacer, pues, inmediatamente, me cogió de la mano, entrelazando sus dedos lentamente con los míos.

A Paulette se le borró la sonrisa cuando advirtió el gesto de mi jefe y luego miró a su prometido, quien, de la misma forma, se había quedado sin palabras.

Narcisse seguía llevando sus flores en una mano, pero, cuando tuvo la ocasión, me las dio todas a mí. Tuve que juntar las con las que ya tenía en un rápido movimiento que a él ni siquiera le importó. Todo por su imagen dria y firme, la única que parecía querer mostrar al mundo exterior.

Miré los claveles negros y, acto seguido, a Paulette, quien los observaba recelosa.

Apreté los labios, intentando formar una sonrisa, agarrando la mano de Narcisse completamente callada, como siempre había hecho.

—Llamé hace un par de días para hacer la entrevista anual sobre el Selecto del año, a lo que me dijeron que estaba usted reunido —dijo Graham al fin, cambiando de tema, con su marcado acento escocés.

Su prometida se agarró al brazo del periodista como si se le fuera la vida en ello a la vez que desviaba su mirada de mí a Narcisse, a quien sonrió.

—Ya. Pero yo ahora he venido a tomar un café, no a parlotear —soltó mi jefe.

Le miré de reojo, sorprendida por su reacción, aunque él parecía totalmente serio.

Se dio la vuelta y me atrajo hacia sí para que nos acercáramos de nuevo hacia la barra, donde una joven camarera nos sonrió con amabilidad.

—Un café doble espumoso y un café au lait —pidió mi jefe, sin dudar.

Me mordí el labio inferior. Al menos me había escuchado cuando le había dicho cuál era mi café favorito.

Miré de reojo a mis antiguos amigos antes de escuchar cómo pedía tres terrones de azúcar para mí, aunque eso no se lo había contado jamás.

Giró su cabeza hacia mí y me sonrió de una forma tan sincera que casi me provocó un escalofrío, mostrando la perfección de sus dientes blancos y sus labios carnosos.

—¿Recuerdas que lo sé todo sobre ti?

Apreté los labios de nuevo, sin saber cómo reaccionar. Estaban allí detrás el director de la Modern Couture y mi única amienemiga y ahora hermanastra, los cuales, en ningún momento, habían dejado de observarnos.

La camarera dejó mi café sobre la barra mientras iba a preparar el de Narcisse y yo lo agarré con ambas manos, soltando la de él y el ramo de claveles a la vez, antes de oír un carraspeo a mis espaldas.

Paulette, satisfecha porque me hubiera dado la vuelta, volvió a sonreír como la víbora que era.

—Quería concertar una cita con usted y el señor Jung para la entrevista, ya que nos hemos encontrado —dijo Graham, observando fijamente a Narcisse.

Él apoyó ambos codos sobre la barra, con la cabeza girada hacia ellos, aburrido. Luego me miró a mí, que no sabía cómo actuar y, como no podía ser de otra forma, volvió a sonreír.

¿Qué le estaba pasando a aquel hombre?

Dejé mi café sobre la barra y agarré de nuevo el ramo de claveles, provocando que algunos de sus pétalos negros cayeran al suelo por el forzado movimiento. Paulette no pudo evitar fijarse, perdiéndose en la belleza de las flores que Narcisse había comprado y que yo estaba sosteniendo.

—No creo que Jonhyuck tenga nada interesante que contar —respondió mi jefe con seriedad.

Graham, sorprendido, volvió a carraspear, esta vez con una mano sobre la boca.

—¿Entonces?

Narcisse se lo pensó durante un rato.

Paulette, impaciente, agitaba su pie nerviosamente, sosteniéndose la mirada con aquellos ojos color avellana dispuesta a mostrar cualquier fortaleza que creía poseer y que yo carecía de ella. Era inútil seguir pensando que había cambiado desde los dieciséis años.

—Va a entrevistar a la señorita Tailler —soltó Narcisse, mirándome de reojo.

No sé si fue Paulette o yo la que emitió un pequeño gemido por la sorpresa, pero, fuera como fuese, ambas estábamos completamente impactadas.

Narcisse Laboureche, quien llevaba más de un mes intentando echarme de su empresa, quería que fuera la Selecta del año para la Modern Couture.

—¿Sobre Agathe? —repitió Graham.

—Pero si no hay nada interesante que hablar sobre ésta —soltó Paulette, ofendida, a saber por qué.

Callada, volví a beber de mi café, sin preocuparme por quemarme la lengua, porque eso era lo que menos me importaba en aquel instante. Estaban ocurriendo demasiadas cosas y yo no estaba dispuesta a reaccionar a ninguna, no de aquella forma.

—Para empezar —sugirió Narcisse, tras terminarse de un sorbo su caliente bebida sin pestañear—, que va a venir conmigo a la gala benéfica que organiza Louis Auguste Dumont como mi pareja oficial.

Casi me atraganté y tuve que girarme para coger una servilleta. Me estaba muriendo de la vergüenza.

Tanto Graham como Paulette me observaron, comprendiendo tanto de mi nueva vida como yo misma.

—Nos veremos en la gala, entonces —dijo el pelirrojo, sin saber qué más añadir.

Yo asentí, intentando sonreír con la mirada baja.

Narcisse me cogió de la cintura de nuevo, provocando que levantara la cabeza hacia él. Tenía el rostro serio, seguro de que lo que estaba diciendo no era una sandez. Asintió para que me tranquilizara y yo tan solo hice una mueca. Él siempre lo tenía todo controlado.

Haciendo acopio de mi poca voluntad, me dirigí a mis dos antiguos compañeros de nuevo.

—Un placer volver a veros. Hasta la gala —anuncié, consiguiendo ocultar el temblor de mi voz.

Paulette frunció el ceño cuando Graham me apretó la mano, pero no dijo nada.

—Como mi pareja oficial —repitió Narcisse, empujándome a la salida tras dejar un billete sobre la barra y sin permitir que me terminara mi humeante taza de café.

* * *

Annyeonghaseyo!

Ole ole el capitulazo que os regalo eh. Pa' quejaros estáis. Como yo, que ayer fui bloqueada por Booknet sin querer porque pensaron que había insultado a alguien cuando solo era que alguien me había insultado a mí :( Pero ya estoy libre de cargos JAJAJAJA

Tengo de recuerdo en este capítulo el bonito mensaje de mi hater number 1 que me trataba de alcohólica por tomarme un tiempo para trabajar y estudiar JAJAJAJAJ Si encuentro la conversación, algún día la volveré a poner, aunque no me apetece buscarla porque xddd

En fiiiin, ¿qué predecís para Narcisse el blando? Que le ha regalado UNA flor de las VEINTINUEVE que tenía, how romantic. Y la ha tocado. Punto importante. No le han preocupado los gérmenes y la ha tocado. Amazing.

Y SE VIENEEEEEEE:

#TeamGraham

JAJAJAJAJAJAJA¿ OS IMAGINÁIS? Wait, que yo soy imprevisible... 😏

Annyeong!

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