Desátame

By D3ST1N1

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Era el único hombre al que no podía resistirse, pero le pedía algo que ella se creía incapaz de hacer. Nikki... More

ACLARACIÓN
SINOPSIS
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By D3ST1N1

La fría brisa del océano acaricia mis hombros desnudos y siento un escalofrío. Ojalá hubiera seguido el consejo de mi compañera de habitación y hubiera cogido un chal para esta noche. No llevo ni cuatro días en Los Ángeles y todavía no me he acostumbrado a que en verano la temperatura cambie según la posición del sol. En junio en Dallas hace calor; en julio, más calor, y en agosto es un infierno.

En California es distinto, y más junto a la playa. Lección número uno en L.A.: lleva siempre un jersey si vas a salir por la noche.

Claro que también podría entrar en la casa y volver a la fiesta. Mezclarme con los millonarios. Charlar con los famosos. Contemplar los cuadros como es de rigor. Al fin y al cabo se trata de una fiesta de inauguración de una exposición y mi jefe me ha hecho venir para que conozca, salude, charle y seduzca. No para que disfrute del panorama que parece cobrar vida ante mí: las nubes de un rojo intenso que estallan contra un cielo color naranja pálido y las olas azul-grisáceas que rielan con reflejos dorados.

Me agarro a la barandilla y me inclino un poco, atraída por la intensa e inalcanzable belleza de la puesta de sol. Lamento no haber traído la vieja Nikon que conservo desde el instituto, pero en todo caso no habría cabido en mi diminuto bolso de fantasía. Además, una funda de cámara enorme y un vestido negro de cóctel son dos cosas que no pegan ni con cola.

En cualquier caso me hallo ante mi primera puesta de sol en el Pacífico y estoy decidida a inmortalizar el momento. Cojo mi iPhone, saco una fotografía.

-Casi parece que los cuadros que hay dentro no valgan nada, ¿no?

Reconozco aquella voz grave pero femenina y cuando me doy la vuelta me encuentro con Evelyn Dodge, una actriz retirada convertida en representante y reconvertida en mecenas. Mi anfitriona de esta noche.

-Lo siento, sé que debo parecer una de esas turistas tontas, pero es que en Dallas no tenemos puestas de sol como esta.
-No te disculpes -me contesta-. El banco me la cobra todos los meses con el recibo de la hipoteca, así que ya puede ser espectacular.
Me echo a reír y enseguida me relajo.
-¿Te escondes? -pregunta.
-¿Perdón?
-Eres la nueva ayudante de Carl, ¿no? -dice refiriéndose a quien es mi nuevo jefe desde hace tres días.
-Sí. Me llamo Nikki Fairchild.
-Ahora me acuerdo. Nikki de Texas.

Me mira de arriba abajo y me pregunto si le habrá decepcionado que no lleve botas vaqueras y luzca una larga melena.

-Y ¿a quién se supone que has de seducir? -prosigue.
-¿Seducir? -repito haciéndome la ingenua.
Arquea una ceja.
-Cariño, Carl preferiría caminar sobre ascuas antes que venir a una presentación como esta. Ha salido a pescar inversores, y tú eres el cebo.-Carraspea ruidosamente-. No te preocupes, no te presionaré para que me digas de quién se trata. Además, no te culpo por ocultarte: Carl es brillante, pero también puede ser bastante cretino.
-Pues yo he firmado con la parte brillante -respondo, y Evelyn suelta una carcajada.

La verdad es que tiene razón cuando dice que soy un cebo.
«Ponte un vestido de cóctel, algo sexy», me dijo Carl.
«¿En serio? ¿Me lo dice en serio?»

Tendría que haberle contestado que el vestido de cóctel se lo pusiera él, pero no lo hice. Quería el trabajo y había luchado para conseguirlo. En los últimos dieciocho meses, la empresa de Carl, C-Squared Technologies, había lanzado con éxito tres productos de internet. Eso ha captado la atención de la industria, y convertido a Carl en alguien a quien seguir de cerca.

Pero desde mi punto de vista había algo aún más importante: era un hombre de quien podría aprender. Por eso preparé mi entrevista de trabajo con un afán que bordeaba lo obsesivo. Conseguir el puesto ha significado un gran logro para mí. Así pues, ¿qué más daba si quería que llevara algo sexy? Era el pequeño precio que debía pagar.
«Mierda».
-Bueno, creo que tengo que volver a mi papel de cebo.
-Vaya, parece que te he hecho sentir culpable o acomplejada. No me hagas caso. Deja que los de dentro se emborrachen. Siempre se cazan más moscas con un poco de alcohol. Confía en mí, sé lo que digo.

Tiene un paquete de cigarrillos en la mano. Saca uno para ella y me ofrece. Niego con la cabeza. Me encanta el aroma del tabaco porque me recuerda a mi abuelo, pero lo cierto es que no me gusta llenarme los pulmones de humo.

-Soy demasiado mayor y estoy demasiado acostumbrada como para dejarlo -dice-, pero por nada del mundo se me ocurriría fumar dentro de mi propia casa. Te lo juro, toda esa gente me comería viva. Espero que no vayas a soltarme un sermón sobre los peligros de ser una fumadora pasiva.
-No, claro que no -le prometí.
-Entonces ¿qué tal si me das fuego?
Le muestro mi bolso en miniatura.
-Una barra de carmín, la tarjeta de crédito, el carnet de conducir y el móvil.
-¿Ni un condón?
-No creía que fuera esa clase de fiesta -respondo secamente.
-Ya sabía yo que me caerías bien. -Echa un vistazo alrededor-. ¿Qué birria de fiesta he organizado que no hay ni una puta vela en las mesas? Bueno, a la mierda...

Se lleva el cigarrillo sin encender a los labios e inhala con los ojos cerrados y expresión de deleite. No puedo evitar que me caiga bien. A diferencia del resto de las mujeres presentes, incluida yo, apenas lleva maquillaje, y su vestido se parece más a un caftán con un estampado de batik tan interesante como su portadora.

Es ordinaria, corpulenta, tozuda y segura de sí misma, lo que mi madre llamaría una descarada, pero yo la encuentro fascinante.

Deja caer el cigarrillo y lo aplasta con la punta del zapato. Luego se da la vuelta y hace una seña a una de las camareras, una chica vestida de negro que lleva una bandeja llena de copas de champán.

La joven forcejea un momento con la corredera de cristal que da a la terraza y por un instante imagino que todas esas copas caen, se hacen añicos contra el suelo y esparcen fragmentos de cristal relucientes como diamantes.

Me veo agachada para recoger uno de los trozos y noto cómo su filo me corta la suave piel del pulgar cuando lo cojo con fuerza. Me imagino apretándolo y sintiendo la energía fluir a través del dolor, del mismo modo que otros confían su muerte a la pata de un conejo.

La fantasía se confunde con otros recuerdos y su fuerza hace que me estremezca. Es rápida y potente y un tanto inquietante porque hace tiempo que no necesito el dolor y no comprendo por qué pienso en él en este momento, cuando me siento segura y controlo la situación.

«Estoy bien -me digo-. Estoy bien, estoy bien, estoy bien».
-Toma una, cariño -dice Evelyn, despreocupada, mientras me tiende una copa alta de champán.

Dudo, intento averiguar por su expresión si ha notado cómo mi máscara desaparecía por un instante, si ha podido entrever mi lado más oscuro. Pero no, su expresión es franca y alegre.

-No discutas -insiste cuando malinterpreta mi vacilación-. He comprado una docena de cajas y odio ver que se malgasta. Para mí no, demonios -añade al ver que la chica le entrega una copa-. Odio el champán. Tráeme un vodka helado, con cuatro aceitunas. Y date prisa, no querrás que me marchite como una hoja, ¿verdad?

La chica niega con la cabeza como si fuera un conejo asustado. Quizá el mismo al que le cortaron la pata para que diera buena suerte a otros.

Evelyn vuelve su atención hacia mí.
-Bueno, ¿qué te parece Los Ángeles? ¿Qué has visto, dónde has estado? ¿Ya te has comprado un mapa de las casas de los famosos? Por Dios, dime que no te has dejado engatusar por toda esa basura para turistas.
-De momento solo he visto muchos kilómetros de asfalto y el interior de mi apartamento.
-Pues es una pena. Pero por otra parte eso hace que me alegre de que Carl haya arrastrado tu flaco culo hasta aquí esta noche.

He engordado seis bienvenidos kilos desde la época en que mi madre controlaba cualquier cosa que me metía en la boca y, aunque me siento perfectamente feliz con las proporciones de mi culo, nunca se me ocurriría describirlo como flaco. De todas maneras, sé que Evelyn lo ha dicho como un cumplido, así que sonrío.

-Yo también me alegro de haber venido. Los cuadros son realmente interesantes.
-No, por favor, no empieces con la típica conversación educada -me interrumpe antes de que tenga tiempo de protestar-. Ni se te ocurra. Estoy segura de que lo dices de corazón, y en efecto, los cuadros son estupendos, pero se te está poniendo la cara de no haber roto un plato y no puedo con eso, sobre todo cuando empezaba a conocerte de verdad.

-Lo siento -contesto-. Te juro que no lo hago por quedar bien.

Me cae simpática y por eso no le digo que se equivoca, que no ha conocido a la verdadera Nikki Fairchild, sino solo a la Nikki social que, al igual que la Barbie Malibú, viene con un conjunto de accesorios. En mi caso no son un biquini y un descapotable, sino la Guía Elizabeth Fairchild para Reuniones Sociales.

Mi madre es una entusiasta de las normas, según ella eso es culpa de su educación sureña. En mis momentos de debilidad estoy de acuerdo con ella, pero la mayor parte de las veces opino que es una arpía controladora. Empezó a inculcarme sus reglas la primera vez que me llevó a tomar el té, cuando yo tenía tres años, a La Mansión en Turtle Creek, en Dallas: cómo caminar, cómo hablar, cómo vestir, qué comer, qué y cuánto beber, qué clase de chistes contar...
Lo llevo todo en mi interior, cada truco, cada matiz, y luzco mi sonrisa de pasarela como una armadura frente al mundo. El resultado es que dudo que pudiera ser yo misma en una fiesta aunque mi vida dependiera de ello.

Sin embargo, esto es algo que Evelyn no necesita saber.

-¿Dónde vives exactamente? -me pregunta.
-En Studio City. Comparto un apartamento con mi mejor amiga del instituto.
-O sea, de la 101 a trabajar y vuelta a casa. No me extraña que solamente hayas visto asfalto. ¿Nadie te ha dicho que deberías haber alquilado algo en el Westside?
-Demasiado caro para mí sola.

Ella parece sorprendida por mi respuesta. Cuando me esfuerzo, es decir cuando soy la Nikki social, no puedo evitar dar la impresión de que provengo de una familia con dinero. Probablemente porque es así. Pero que mi familia tenga dinero no significa que yo lo tenga.

-¿Cuántos años tienes?
-Veinticuatro.

Asiente con aire sabio, como si mi edad le hubiera revelado algún secreto sobre mí.

-No tardarás en desear tener un rincón para ti sola. Llámame cuando llegue el momento y te buscaremos un sitio con unas buenas vistas. No tan buenas como estas, claro, pero seguro que encontraremos algo mejor que una salida de autovía.
-Mi apartamento no está tan mal, en serio.
-Claro que no -responde en un tono que quiere decir justo lo contrario-. En cuanto a las vistas -señala el mar que se ha oscurecido y el cielo, que empieza a iluminarse de estrellas-, puedes venir cuando quieras y compartir las mías.
-Es posible que te tome la palabra -admito-. Me encantaría venir con una cámara en condiciones y sacar unas cuantas fotos.
-Pues ya lo sabes. Yo pongo el vino; y tú, el entretenimiento. Una joven suelta por la ciudad. ¿Será un drama? ¿Será una comedia romántica? Espero que no se trate de una tragedia. Me gusta una buena llantina tanto como a cualquier mujer, pero me caes bien. Necesitas un final feliz.

Me pongo en guardia, pero Evelyn no sabe que ha tocado una zona sensible. Después de todo, ese es el motivo de que me haya mudado a Los Ángeles. Una nueva vida. Una nueva historia. Una nueva Nikki.
Despliego la sonrisa de la Nikki social y alzo mi copa.

-Por los finales felices y también por esta estupenda fiesta. Me temo que te he retenido demasiado tiempo.
-Tonterías -responde-. Soy yo quien te monopoliza, y ambas lo sabemos.

Entramos, y el barullo de las conversaciones estimuladas por el alcohol sustituye el tranquilo rumor del océano.

-Lo cierto es que soy una anfitriona pésima. Hago lo que me da la gana. Hablo con quien quiero y si mis invitados se sienten ninguneados, que se aguanten.

La miro boquiabierta. Casi puedo oír los gritos de mi madre desde Dallas.

-Además -prosigue-, se supone que esta fiesta no es en mi honor. He montado este sarao para presentar a Blaine y su obra en sociedad. Es él quien tiene que ocuparse de las relaciones públicas, no yo. Puede que me lo esté tirando, pero eso no me convierte en su niñera.

Evelyn acaba de echar por tierra la imagen de cómo debe comportarse la anfitriona del evento social más importante de la semana, y creo que solo por eso ya la quiero un poquito.

-Todavía no conozco a Blaine. Es ese, ¿verdad?

Señalo a un individuo alto y flaco como una espiga. Es calvo, pero luce una perilla rojiza. Estoy segura de que no se trata de su color natural. Una pequeña multitud revolotea en torno a él como las abejas cuando liban néctar de una flor. En cualquier caso su atuendo es igual de llamativo.

-Ahí tienes mi pequeño centro de atención -dice Evelyn-. El hombre del momento. Tiene talento, ¿no te parece?

Su mano señala el enorme salón. Las paredes están llenas de cuadros. Salvo por unos cuantos sofás, todo el mobiliario ha sido retirado y sustituido por caballetes donde se exhiben las pinturas que no se han podido colgar.

Supongo que técnicamente hablando son retratos. Hay desnudos, pero no como los que uno vería en un libro de arte convencional. Hay algo inquietante en ellos, algo primitivo y provocador. Me doy cuenta de que han sido ejecutados por una mano experta. Sin embargo, me resultan turbadores, como si revelaran más de la persona que los observa que del pintor o del modelo.

Por lo que puedo apreciar soy la única de los presentes que reacciona de este modo. La gente que rodea a Blaine parece entusiasmada. Puedo oír los halagos desde donde estoy.

-He pescado un triunfador -dice Evelyn-. Pero veamos, ¿a quién te gustaría conocer? ¿Qué tal a Rip Carrington y a Lyle Tarpin? Con esos dos tienes asegurado el espectáculo, y tu compañera de piso se morirá de envidia si intentas ligártelos.
-¿Tú crees?
Evelyn arquea las cejas.
-¿Rip y Lyle? Llevan semanas peleándose por el fracaso de la nueva temporada de su serie en televisión. -Me mira con curiosidad-. ¿Me juras que no sabes quiénes son? ¡Pero si la noticia circula por todo internet!
-Lo siento -digo porque tengo la necesidad de disculparme-. En la universidad no tenía tiempo para nada, y ya te puedes imaginar lo que supone trabajar para Carl.

Y hablando de él... Miro a mi alrededor, pero no veo a mi jefe por ninguna parte.

-Pues eso constituye una importante laguna en tu educación -dice Evelyn-. La cultura, y la pop también lo es, resulta tan importante como... Por cierto, ¿qué has estudiado?
-No creo haberlo mencionado. Tengo un título superior en ingeniería electrónica y otro en informática.
-O sea, que además de guapa eres inteligente. ¿Ves?, eso es algo que tenemos en común. De todas maneras, debo decir que con tu preparación no entiendo por qué quieres ser la secretaria de Carl.
Me echo a reír.
-Es que no lo soy. De verdad. Carl buscaba alguien con experiencia en tecnología para que trabajara con él en el negocio; y yo, un puesto donde pudiera aprender cómo funciona una empresa y adquirir experiencia. Me parece que al principio dudó si contratarme o no porque mi preparación es sobre todo tecnológica, pero le convencí de que soy de las que aprenden deprisa.
Evelyn me mira de reojo.
-Eso me huele a ambición.
Hago un gesto de indiferencia.
-Estamos en Los Ángeles. ¿Acaso no es eso lo que mueve esta ciudad?
-Bien dicho. Carl tiene suerte de contar contigo. Resultará interesante comprobar cuánto tiempo es capaz de conservarte. Pero, a ver... ¿Quién podría interesarte de entre la gente que hay por aquí?

Recorre el salón con la mirada y finalmente señala a un hombre de unos cincuenta años que está de pie en un rincón, escuchando una conversación.

-Ahí tienes a Charles Maynard -dice-. Conozco a Charlie desde hace años. Da un miedo de mil demonios hasta que lo conoces, pero vale la pena. Sus clientes son famosos de renombre o personas muy influyentes con más dinero que Dios. Sea como sea, conoce las historias más jugosas.
-¿Es abogado?
-Sí, en Bender, Twain & McGuire. Un bufete muy prestigioso.
-Lo conozco -respondo, contenta por poder demostrar que no soy una completa ignorante a pesar de no saber quiénes son Rip y Lyle-. Uno de mis mejores amigos trabaja allí. Empezó en Los Ángeles, pero ahora está en la oficina de Nueva York.
-Pues ven conmigo, Texas, te lo presentaré.

Damos un par de pasos en esa dirección, pero Evelyn me detiene de repente. Maynard ha cogido el móvil y está dando órdenes y gritando. Lo oigo soltar unas cuantas palabrotas y miro a Evelyn de soslayo, pero no parece darle importancia.

-En el fondo es un encanto -dice-. Puedes creerme, he trabajado con él. En mi época de representante firmamos más contratos de los que puedo recordar para rodar biografías con nuestros clientes. También luchamos juntos para evitar que ciertos secretos inconfesables llegaran a las pantallas. -Menea la cabeza como si reviviera aquellos días de gloria y después me da una palmadita en el brazo-. Bueno, esperaremos a que se calme un poco. Entretanto...

Deja las palabras en suspenso mientras vuelve a contemplar la habitación con una ligera mueca en la comisura de los labios.

-No creo que haya llegado -dice al cabo de un instante-, pero... ¡Sí! Ahí tienes alguien a quien deberías conocer. Además, si te gusta hablar de vistas bonitas, se está construyendo una casa que hace que las mías parezcan las de tu apartamento. -Señala hacia la entrada, pero lo único que alcanzo a ver son cabezas en movimiento y vestidos de alta costura-. No suele aceptar invitaciones, pero hace tiempo que nos conocemos.

Sigo sin poder ver de quién habla hasta que la multitud se aparta y lo veo de perfil. Se me erizan los pelos de los brazos, pero no tengo frío. Al contrario, de repente siento calor, mucho calor.

Es tan alto y apuesto que resulta ofensivo. Sin embargo es algo más que eso: no se trata de su aspecto, sino de su actitud. Domina la sala solamente con su presencia y me doy cuenta de que Evelyn y yo no somos las únicas que lo miran. Todo el mundo ha reparado en su llegada. Él tiene que notar el peso de todas esas miradas, pero no parece que eso le perturbe lo más mínimo. Sonríe a la camarera con las copas de champán, coge una y empieza a conversar con una mujer que se le ha acercado con una gran sonrisa.

-¡Maldita camarera! -protesta Evelyn-. No me ha traído el vodka.
Sin embargo apenas la oigo.
-Damien Stark... -digo.

Mi voz me sorprende: es apenas un susurro.
Evelyn arquea tanto las cejas que veo su gesto con el rabillo del ojo.

-Bueno, ¿qué opinas? -pregunta-. Parece que he acertado, ¿no?
-Desde luego -reconozco-. El señor Stark es precisamente el hombre a quien deseo conocer.

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