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By -Shadow05

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I

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By -Shadow05

La niña pequeña se encontraba durmiendo tranquilamente en su habitación, cualquiera diría que se despertó con los rayos de luz del sol entrando por su ventana... la verdad es que en el interior de esa tétrica casa, apenas entraba la luz del día.

Freya Rosier era la hija menor del matrimonio, Maximus y Ava Rosier (de soltera Lestrange), Ava era la única mujer de sus hermanos, Rodolphus, Rabastan, y el menor, Alec, Ava era la mayor.

Freya era una pequeña hermosa, tenía unos hermosos ojos verdes como los de su padre, su cabello rubio fresa caía por sus hombros, y su piel era blanquecina y como la porcelana. Pero no por ser la menor significaba que era la consentida de la casa, no con dos padres que creían firmemente en la pureza de sangre, y que consideraban traidores a quienes les daba la espalda.

No cuando tenía sangre Rosier-Lestrange.

Su hermano mayor Evan, asistía a Hogwarts, un colegio de magia y hechicería, Evan era un año mayor que ella, y había clasificado para Slytherin con mucha honra. Ese año le tocaba a Freya.

Para ella era importante quedar en Slytherin, toda su familia había quedado en esa casa, y Freya no estaba dispuesta a dejar a su familia y a ella misma en ridículo ante todo el mundo mágico.

El agua entrando a sus fosas nasales ahogándola la despertó bruscamente, luego de eso solo logró escuchar la tonta risa de su hermano mayor mientras salía corriendo de la habitación. Evan siempre se empeñaba con hacerle la vida imposible a Freya, no era nada personal, porque Freya sabía que lo hacía con todo el mundo.

―¡Arriba, madre me ha dicho que te despierte, iremos al callejón Diagon en unos minutos!

Hace unas semanas Freya había recibido su carta para asistir a Hogwarts, entonces Freya recordó que la noche anterior su madre les dijo que irían a primera hora al callejón Diagon para comprar los útiles necesarios para ir a Hogwarts.

La menor de los Rosier se levantó de manera perezosa de la cama, debían de ser las ocho de la mañana, maldijo internamente a su hermano por mojarla, su cama había sufrido las consecuencias.

El agua fría tocó su cuerpo haciéndola estremecer, sentía como si todo su cuerpo fuera apuñalado miles de veces, la mansión Rosier aparte de ser tétrica, era muy fría y tampoco tenía colores.

Al cabo de diez minutos salió de la ducha con una toalla alrededor de su pequeño cuerpo, luego de cepillar sus dientes salió del baño y fue directamente a su ropero. Sacó un vestido y su ropa interior. El vestido le llegaba dos dedos por debajo de las rodillas, luego se puso los zapatos negros (como el color de su vestido). Al haber terminado, comenzó a cepillar su cabello.

―¡¿Por qué demoras más de la cuenta niña?! ¡No te esperaremos toda la mañana!―escuchó la voz de su padre Maximus.

―¡Sólo cinco malditos minutos! ―gritó harta la pequeña Rosier, que gran error.

La primera regla de la casa, era no levantarle la voz al señor Rosier.

La puerta de su habitación se abrió de golpe dejando ver al señor Rosier. El señor Rosier era un hombre alto, siempre vestía elegantemente, su cabello era de un color entre rubio y marrón, sus ojos eran verdes (que ahora se encontraban lanzando chispas de furia) como los suyos, un bigote elegante reposaba debajo de su nariz, tenía una postura bastante intimidante.

Sus ojos verdes seguían observando furioso a su hija, él detestaba que le levantaran la voz, sobre todo si se trataba de sus dos únicos hijos. Freya pareció darse cuenta del grito que le dio a su padre, se apegó aún más a la cama demostrando el miedo que le tenía a su padre.

―L... lo siento padre, no fue mi intención.

―No me vuelvas a levantar la voz, niña. Ahora apresúrate o nos iremos sin ti.

Cuando el señor Rosier abandonó la habitación, Freya dejó salir todo el aire que tenía contenido desde que su padre entró.

Media hora después, Freya se encontraba caminando por el callejón Diagon al lado de su madre. Su padre y su hermano Evan se fueron por otro lado, querían irse lo antes posible del callejón. Habían pasado por Gringotts todos juntos y en ese lugar se separaron. Freya había ido a comprar sus túnicas para Hogwarts. Ni madre, ni hija hablaban, todo el camino fue silencioso, hasta que alguien chocó a Freya.

―Fíjate por donde caminas, idiota. ―espetó enojada la pequeña Rosier.

Vio al chico que le chocó, tenía el cabello muy desordenado y de un color azabache, tenía unos ojos avellanas y su rostro lo acompañaban unas gafas redondas.

―Tú eres la que no mira al frente, niña tonta. ―le respondió el niño que parecía tener la misma edad de Freya.

―¿Pero quién te crees...? ―la señora Rosier puso una mano sobre su hombro, evitando que la niña termine su oración. Detrás del niño se encontraba una pareja, que parecían tener más edad que sus padres.

―Tranquila Freya, no gastes saliva en éstas personas. ―la voz de la señora Rosier estaba cargada de desprecio mientras miraba a la familia Potter como si ellos fueran unos squibs. ―Potter's.

―Hola Ava, han pasado años. ―saludó el señor Potter con educación.

―Fleamont, esperaba no volver a verte.

―Perdona a mi hijo, James siempre es un poco despistado, es sólo que se encuentra emocionado por ir a Hogwarts.

―No importa si está emocionado o no, chocó a mi hija, tienen suerte que nos queremos ir de aquí lo antes posible. ―le respondió bruscamente la señora Rosier mientras miraba con desagrado a una esquina, en donde una niña de padres muggles veía todo emocionada. ―No puedo creer que los sigan aceptando. Vámonos Freya, no hay que perder tiempo.

La señora Rosier tomó a la niña por sus hombros y la arrastró por el lugar alejándose de la familia Potter, sin prestarle atención a los gemidos de dolor de su hija al encajar sus largas uñas en sus delicados hombros.

Tuvieron una corta mañana en el callejón Diagon, fueron por su varita a Ollivander, probó con unas diez varitas hasta que llegó la correcta. Era de veintisiete centímetros, hecha de caoba y con un núcleo de fibra de corazón de dragón.

Luego fueron por sus libros, fue todo tan rápido que la niña no tuvo tiempo de disfrutar del callejón Diagon. Su madre estaba harta de ir de un lado a otro. Cuando llegaron a la casa, lo primero que hizo la señora Rosier fue llamar a su elfina doméstica, Felicia, le pidió hacer el almuerzo y que estuviera listo a la hora correspondiente, de lo contrario se iba a ganar un castigo.

Freya no tenía amigos, apenas conocía a los hijos del matrimonio Black, Sirius y Regulus, los vio dos veces en su vida, aún recordaba la desafiante actitud del primogénito. Alec Lestrange era mayor que ella por un año, pero eso era todo.

Estuvo casi toda la mañana tirada en su cama mirando al techo, mientras escuchaba a su lechuza ulular, Astra era una hembra de pelaje blanco con unas pequeñas manchas negras poco visibles, su pico era de color amarillo.

Se levantó gracias a unos suaves golpecitos en la puerta de su habitación.

―Ama Freya, la ama manda a Felicia para decirle que el almuerzo está listo. ―dijo la elfina una vez que Freya abrió la puerta.

―Gracias por avisarme, Felicia. Te puedes retirar.

Freya solía tener las creencias de su familia, y las opiniones negativas a los hijos de muggles y traidores a la sangre, pero nunca trató de mala manera a la elfina de la mansión Rosier, y tampoco la hacía castigarse a sí misma. Decía que ella no tenía la culpa de los arrebatos de su familia.

Terminó bajando las escaleras para ir a sentarse al gran comedor de la mansión Rosier.



Tal vez lo lean, tal vez no.

Ésta es mi primera fanfic publicada, no sé si con el tiempo les llame la atención, pero me gustaría que le dieran una oportunidad a éste fic, estaría muy agradecida con ustedes.


Espero de corazón que les guste, en realidad no estaba muy segura de subirlo, pero mi hermana me convenció y aquí estamos.

Espero que lo disfruten tanto como yo disfruto escribirlo.



-Shadow05

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