La sala de los menesteres

TomorrowJuana

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Alba Reche es propietaria de una prestigiosa clínica de fisioterapia en Madrid. Natalia Lacunza es una famos... Еще

Capítulo 1. Situémonos.
Capítulo 2. Anestesia y rosas.
Capítulo 3. Recalculando ruta.
Capítulo 4. Vibraciones.
Capítulo 5. Reglas.
Capítulo 6. Humedad.
Capítulo 7. La sala.
Capítulo 8. Al habla.
Capítulo 9. El juego.
Capítulo 10. Dos galaxias de distancia.
Capítulo 11. Pasteles.
Capítulo 12. Whatsapp.
Capítulo 13. Punto de contacto.
Capítulo 14. La oveja negra.
Capítulo 15. Tacto.
Capítulo 16. La cuerda.
Capítulo 17. Pavas.
Capítulo 18. Amable.
Capítulo 19. La barbacoa.
Capítulo 20. Aquí, madurando.
Capítulo 21. La apuesta.
Capítulo 22. La gasolina.
Capítulo 23. Notting Hill.
Capítulo 24. Platónico.
Capítulo 25. Callaita.
Capítulo 26. Caníbal.
Capítulo 27. Casa.
Capítulo 28. Funciona.
Capítulo 29. Poesía.
Capítulo 30. El alma mía.
Capítulo 31. Gilipollas.
Capítulo 32. Desaparecer.
Capítulo 33. Morrearse.
Capítulo 34. Ensayar.
Capítulo 35. El mar.
Capítulo 36. Igual un poco sí.
Capítulo 37. El furby diabólico.
Capítulo 38. Fisios y cantantas.
Capítulo 39. La noche se vuelve a encender.
Capítulo 40. Put a ring on it.
Capítulo 41. Obediente.
Capítulo 42. El pozo.
Capítulo 43. Palante.
Capítulo 44. Cariño.
Capítulo 45. Colores.
Capítulo 46. El concierto.
Capítulo 47. La sala de los menesteres.
Capítulo 48. Mojaita.
Capítulo 49. Mi chica.
Capítulo 50. El photocall.
Capítulo 51. Un plato de paella.
Capítulo 52. Trascendente.
Capítulo 53. Mi familia, mi factoría.
Capítulo 54. Elegirte siempre.
Capítulo 55. El experimento.
Capítulo 56. La chimenea.
Capítulo 57. El certificado Reche.
Capítulo 58. La última.
Capítulo 59. Ella no era así.
Capítulo 60. Volveré, siempre lo hago.
Capítulo 61. Puente aéreo.
Capítulo 62. Natalia calva.
Capítulo 63. Prioridades.
Capítulo 64. Una línea pintada en el suelo.
Capítulo 65. Mucha mierda.
Capítulo 66. Roma no se construyó en un día.
Capítulo 67. Como siempre, como ya casi nunca.
Capítulo 68. 1999.
Capítulo 69. El ruido.
Capítulo 70. Desatranques Jaén.
Capítulo 71. Insoportablemente irresistible, odiosamente genial.
Capítulo 72. El clavo ardiendo.
Capítulo 73. Miento cuando digo que te miento.
Capítulo 74. Los sueños, sueños son.
Capítulo 75. Un Lannister siempre paga sus apuestas.
Capítulo 76. El frío.
Capítulo 77. Voy a salir a buscarte.
Capítulo 78. La guinda.
Capítulo 79. El hilo.
Capítulo 80. Año sabático.
Capítulo 81. Incendios de nieve.
Capítulo 82. El taladro.
Capítulo 83. Nadie te ha tocado.
Capítulo 84. Baja voluntaria.
Capítulo 85. Polo.
Capítulo 86. Comentario inapropiado.
Capítulo 87. Cumpliendo las normas.
Capítulo 88. Puntos flacos.
Capítulo 89. Idealista.
Capítulo 90. Estoy enfadada.
Capítulo 91. Bombillas.
Capítulo 92. Amor bandido.
Capítulo 93. Galletas de mantequilla.
Capítulo 94. Un día chachi.
Capítulo 95. Click.
Capítulo 96. Doctora.
Capítulo 97. Plantas.
Capítulo 98. Como si estuviera enamorada de ti.
Capítulo 99. Un salto en el tiempo.
Capítulo 100. 24 horas después.
Capítulo 101. Una puta maravilla.
Capítulo 102. No dejo de mirarte.
Capítulo 103. Un temblor de tierra.
Capítulo 104. La chica de las galletas.
Capítulo 105. Maestra Pokémon.
Capítulo 106. La matanza de Texas.
Capítulo 107. ...antes la vida que el amor.
Capítulo 108. Adelantar por la derecha.
Capítulo 109. Lo circular nunca se termina.
Parte sin título 110. Poli bueno, poli malo.
Capítulo 111. La patita.
Capítulo 112. Una suscripción premium.
Capítulo 113. Yo por ti, tú por mí, nanana, nanana.
Capítulo 114. No te echo de menos.
Capítulo 115. Días, meses, años.
Capítulo 117. Madera.

Capítulo 116. El collar.

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TomorrowJuana

Un par de años después... 


Caminaba con lentitud por aquellas estancias impolutas. Recorría con sus dedos los muebles, comprobando que no hubiera en ellos ni una mota de polvo. Olía a fresco, a playa, a bosque del norte, y las cortinas ondeaban movidas por la brisa agitada de una tarde cálida que no terminaba nunca. 

Ya no había telas hechas jirones por las zarpas de la bestia, no había mordiscos en las patas de las sillas, ni restos del naufragio tirados por los rincones. Habían desaparecido las telarañas del abandono, las nubes lloronas que lo empapaban todo, los insectos insolentes que se habían hecho dueños de los huecos que ella no quería llenar. 

En su lugar, los suelos brillaban, las estancias aparecían ahora diáfanas, limpias de todo mal, cálidas y con un olor a hogar que le calentaba el alma. No había ya habitaciones cerradas ni armarios oscuros repletos de la basura incomestible que se atascaba en su garganta en el pasado. 

Se le había quedado un interior de puertas abiertas y ventanas de par en par. Se sentía, al fin, en casa consigo misma. 

Paseó por el pasillo sin ninguna prisa, disfrutando del sonido lejano de los pájaros del exterior. Sentía el cuerpo ligero, como si estuviera hecho de aire más que de agua. Los pies, uno tras otro, se deslizaban sin hacer ruido, como si ese lugar tuviera unas leyes físicas diferentes al resto, como si, realmente, no existiera a los ojos del mundo, pero sí para ella. 

La sala del piano olía a flores, y sonrió desde la puerta al ver el ramo silvestre que su chica colocaba allí cada mañana. Se acercó y enterró en él su nariz. La música, ella y sus flores, como una manera de abarcar en un solo abrazo todo lo que amaba. 

Escuchó una risita ronca que rebotó en los altos techos en forma de eco. Sonrió ante ese sonido que siempre conseguía calmarle el corazón, por muy atribulado que estuviera. Caminó tras esa risa, como una ratilla siguiendo la melodía embaucadora de su flautista de Hamelín particular. Flotó sobre el suelo de madera, dejándose transportar por aquel tañido de campanas que siempre le removía cosas por dentro, haciéndola volar hasta ella con los ojos cerrados. 

Se apoyó en el marco de la puerta que daba a la sala de la biblioteca. Dos butacas enfrentadas, un sofá bajo el ventanal, una estantería de pared a pared y decenas de plantas enormes por todas partes. Estaban sobre los muebles de madera desnuda y hierro forjado, colgando del techo en una esquina, por el suelo y sobre las baldas repletas de libros. 

En ese lugar siempre era verano. 

Y, como elemento reinante en esa especie de selva doméstica, una rubia ocupando el sofá bajo la luz de la ventana con un libro en las manos. Volvió a reír debido a lo que estaba leyendo y la morena, como ya he dicho, sonrió a su vez. No era algo contra lo que pudiera, ni quisiera, luchar. Era más una reacción fisiológica incontrolable que un gesto consciente. 

Dejó la cabeza descansando sobre el marco y se dedicó a observarla sin ser descubierta. El pelo casi le llegaba a los hombros, el perfil difuminado por la claridad que entraba desde fuera hacía que pareciera un ser de otro mundo, su cuerpo engullido por aquel asiento mullido que había llevado hasta allí para ella. 

Tenía los pies recogidos bajo el cuerpo y sostenía su rostro con la mano que apoyaba en el reposabrazos. Era sencilla la imagen, una chica leyendo y basta. Y era hermosa. 

Pasó un tiempo indefinido allí, mirándola ensimismada, pensando en todo el tiempo que habían tenido juntas, ansiosa por el que aún les quedaba por venir. Tragó saliva debido a la emoción brutal que humedeció sus retinas. 

La suerte a veces tiene forma de mujer. 

Rió con aquel pensamiento, al que bien podría darle cuerpo de canción, y fue descubierta por esa chica que leía en su sitio favorito de la casa de su alma. Con un gesto la invitó a acercarse, a que se sentara junto a ella. Se separó de la madera y nadó sobre el aire hasta ella, quien la recibió con un beso de ojos achinados y una sonrisa más grande que el universo mismo. 

No dijeron nada, simplemente se acomodaron en ese sofá. La morena apoyó la cabeza sobre sus piernas para que le leyera sus partes favoritas, como solía hacer. Los pies le colgaban por el otro lado, pero no importaba. La chica rubia le acariciaba el pelo, desviando de vez en cuando la mirada de las letras a su rostro calmado de ojos cerrados. Solo respiraba pausadamente y dibujaba una sonrisa de nada cuando ella leía en voz alta, disfrutando del simple hecho de estar allí con ella aunque no la necesitara. 

Abrió los ojos y la miró. Era preciosa y estaba allí, al alcance de sus ojos, de sus dedos, de su boca, de su corazón. El cosmos hizo click y todo pareció, por fin, estar en su lugar. 

La pantera, llamada por la voz de la rubia que recitaba, se asomó a la biblioteca, olisqueando en el ambiente el aroma de su dueña. Caminó con sus andares felinos hasta el borde del sofá que compartían. La rubia acarició su peluda cabeza negra y el animal cerró los ojos del gusto. Cuando las caricias cesaron, golpeó con el morro el brazo de la morena, quien le dio permiso para subir encima de ella. Se colocó todo lo largo que era sobre su cuerpo, dejando lametones en su barbilla. La morena rió, y obligó al animal a enroscarse en sus pies para poder respirar. 

Apenas un minuto después, la bestia ronroneaba y la rubia volvía a leer. 

Ella cerró los ojos, sintiendo una felicidad que nunca creyó que estuviera hecha para ella. 


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Podría parecer un sueño, pero no lo era. 

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Se despertó sonriendo: algo le estaba haciendo cosquillas en los pies. Sin querer abrir todavía los ojos, acarició a Queen con las piernas, haciendo que maullara y se escondiera tras ellas. La escuchó bufar y ya supo lo que estaba ocurriendo. 


- Harry, tío, déjala en paz -dijo con la voz ronca de la siesta. 


El perro la miró con su mejor carita de no haber roto un plato y se acercó a ella para recibir los cariñitos que merecía. No podía enfadarse con él. 


- Buenos días, bella -saludó Alba desde arriba, acariciando su nariz. 

- Buenos días, Albi -dijo, melosa. 

- No sé quién ronronea más, si Queen o tú. 

- Yo soy un gatito también -dijo con voz pequeña. 

- Mi gata negra -rió por la nariz, dejando que sus dedos recorrieran su rostro. 

- Deberías salir del bucle, cariño. 

- Jamás. 


Acababa de terminar de grabar su disco y, en apenas unas semanas, saldría al mercado. Desde que inauguró la fábrica todo había sido un absoluto caos, pero caos del bonito. Habían fichado a unos cuantos artistas que estaban empezando a pegar bastante fuerte, y ella apenas había tenido tiempo de trabajar para sí misma. Pero, así, entre melodías que le salían de madrugada, entre poemas vespertinos a los que disfrazaba de canción, recopiló unas cuantas para volver a retomar su pasión: el escenario. 

Se estiró en el sofá, provocando las quejas de la gata. Menuda diva. Deambuló su mirada por aquel comedor amplio, decorado con algunos de los cuadros de la fisio, y fue a parar a su foto favorita de las dos. En ella, ambas agarradas a su modo de siempre, con el brazo de Natalia sobre los hombros de Alba, y el de la rubia rodeando la cintura de la morena, de espaldas a la cámara y de cara al mar envuelto en las llamas del atardecer. En sus costillas, tatuadas, dos palabras que, al colocarse juntas justo en esa posición, se leían perfectamente una tras la otra. En el lateral derecho de Natalia, justo en el borde, un Marco con letras finas y, en el izquierdo de Alba, un poco más arriba para estar a su altura, un Polo con un trazo más rudo. Un resumen perfecto de lo que ellas eran: dos personas que se llamaban y se encontraban una y otra vez. 

Echó, después, la vista a su amado jardín de la terraza, que se había visto invadido por todas las plantas que llevó Alba cuando se mudó con ella. Sin embargo, allí seguían el almendro y el cerezo, uno al lado del otro, vistiéndose de primavera. Sonrió de oreja a oreja. 


- Albi, ya están los almendros en flor. 


La fisio giró la cara para mirar hacia afuera. Había aprendido a apreciar aquellas frases aleatorias de su chica, que soltaba sin ningún motivo, pero que siempre escondían un deseo interior, un gusto secreto y personal, un pensamiento íntimo en voz alta. 


- Sí, ya lo están. 


La cantante miró hacia arriba, volando sus ojos de un lunar al otro, como un astronauta saltarín enamorado de su cuello. Su mirada fue a para a aquel collar perenne, como siempre le pasaba. Cogió todo el aire de la estancia y lo soltó lentamente por la nariz. Hizo un par de respiraciones más, parecía que el oxígeno no le alcanzada. 

Estiró la mano y cogió el aro que descansaba en su pecho, lo toqueteó durante un rato, hasta que Alba, viendo que iba a ser imposible seguir leyendo con su chica despierta, dejó el libro sobre la mesita de la lámpara para dedicarle toda su atención. 


- ¿Te gusta? -preguntó con sorna. 

- Mucho. 

- Me lo regaló mi novia hace... -meditó-. ¿Dos años ya? Qué fuerte -se quedó mirando al infinito, intentando asimilar ese paso del tiempo que tan breve se le había hecho. 

- Parece que fue ayer cuando te hice una cena magnífica para regalártelo. 

- Pero nunca me explicaste el significado de la puta frase -le recriminó, frunciendo el ceño. 

- Siempre has odiado la inscripción, no me lo explico. 

- Hombre, Nat... Que en un regalo romántico escribas que pones antes a la vida que al amor... Pues oye, que es muy realista, no te digo que no, pero me deja un poco así, cómo decirlo... Con cara de culo, cariño. 

- JAJAJAJAJAJAJAJA -su risa se estampó contra el techo y volvió como una onda expansiva-. ¡Es que siempre lo has entendido mal! 

- ¡Pues explícamelo! 

- Vale. 


Se incorporó para sentarse en la mesa de centro, frente a ella. La observó atentamente durante un largo minuto, poniendo a grabar en su memoria la cara de esa chica que era la mujer de su vida. Quería recordar cómo era su rostro antes de aquella explicación que no parecía nada, pero que lo era todo. 


- Punto número uno: la frase tiene unos puntos suspensivos antes, por lo que se entiende que viene de otra cosa previa. 

- Bueno, la filóloga -entornó los ojos, mirándola con rencor. 

- Hay que prestar más atención a los detalles, Reche. 

- ¿Y de qué viene esa frase taaan romántica? -dijo con retintín. 

- Verás... -volvió a llenarse los pulmones de aire mientras buscaba aquellas palabras a las que llevaba dando vueltas dos años. Las encontró-. Hace mucho, mucho tiempo, cuando volvimos a retomar la relación, tuvimos una cita. 

- No me acuerdo, la verdad. Hemos tenido ya tantas... -sonrió. 

- Yo sí, porque fue la primera vez que esa frase me vino a la cabeza, y esas cosas se recuerdan toda la vida. 


Alba tragó saliva. Siempre conseguía ponerle el corazón patas arriba. 


- Y un tiempo después nos fuimos de viaje a... ¿Dónde fue? -intentó hacer memoria. 

- Por la época diría que Asturias... 

- ¡ESO! -dio un saltito en el sitio-. Allí lo volví a pensar otra vez. Poco tiempo después te regalé el collar con esa inscripción tan chula y que tanto detestas porque no la entiendes. 

- Has tenido años para explicármelo, y no será porque no te lo he preguntado mil veces, así que me imagino que no la he entendido hasta ahora porque tú no has querido -insinuó, levantando una ceja. 

- Efectivamente. 

- Y hoy es un buen día para sacarme de mi error, ¿no? -prosiguió, divertida, sin entender el nerviosismo de su morena. 

- Claro, los almendros ya están en flor y hay que aprovecharlo. 

- Nunca entenderé cómo funciona tu mente. 

- Y eso es lo mejor de todo, me da un factor sorpresa que pienso utilizar toda la vida. 


Alba sonrió, negando con la cabeza. Sí, aquella era una de las cosas que más le gustaba de ella. Tras dos años de relación ininterrumpida, casi tres si obviamos el cese temporal de su noviazgo, y uno de convivencia, aún no había llegado el día en el que se aburriera de tenerla rondando a su alrededor. 


- El caso es que, en esas dos ocasiones, yo te estaba mirando -se levantó de la mesa y alzó su rostro con los dedos, tirando de su barbilla-, porque yo te miro siempre, y me vino una verdad de esas que no admiten réplica, Albi, que se te plantan delante de una manera brutal. Boom. Y ya está, la aceptas, escribes la mitad en un aro de metal y sigues con tu vida mientras esperas que aparezca el día adecuado para decir la otra mitad. 

- ¿Y cuál es la mitad que me falta? -preguntó con un hilo de voz, recibiendo en su pecho, de no sabía dónde, una emoción que se le anudó en la garganta. 

- Que creo, Alba Reche, que contigo se me va a terminar antes la vida que el amor. 


La rubia apretó los labios para que dejaran de temblarle. Se acarició el collar con los dedos, comprendiendo al fin el significado de aquella frase a medias que acababa de hacerle estallar el corazón en miles de colores. 


- ¿Y por qué me lo cuentas ahora? -se le tambaleó la voz. 

- Porque en aquella época igual hubiera sido un poco precipitado, cariño -le acarició el pelo, colocándolo detrás de su oreja, dejando que asimilara la enormidad de lo que acababa de decir-. Pero, como estaba tan segura, lo hice igualmente sin que te dieras cuenta y lo colgué de tu cuello hasta que llegara un momento mejor. 

- ¿Y ese momento es hoy? 

- La verdad es que esto es un poco tonto, porque una espera encontrar un instante perfecto y mágico que no existe en realidad -se le puso ronca la voz de la tenaza de su garganta. Pero ya estaba, iba con todo-. Pero hoy tú estás preciosa y yo ya no puedo más con estas ganas. 


En los ojos de Natalia brilló la anticipación, la ilusión, el amor. 


- Nat... 

- Así que he pensado -se acercó a ella, inclinándose sobre el sofá, apoyando los puños en la tela, junto a sus rodillas, y revoloteando los ojos entre los de Alba y el colgante-, que este es un día tan bueno como cualquier otro para confesarte que estoy convencida, desde hace años, de que este amor que siento por ti va a ser más duradero que la vida que me quede en la Tierra, y que me muero por comprobar que no me equivoco. 


Alba notó húmedas sus pestañas al parpadear. 


- ¿Y cómo lo vas a comprobar? -musitó. 

- ¿Me dejas? -preguntó con dulzura, cogiendo el colgante con los dedos. 

- Claro. 


Natalia puso una rodilla entre las piernas de su chica para apoyarse y manipular el collar. Alba no podía ver lo que estaba haciendo, por lo que la miraba a ella, concentrada, apretando el metal con los dedos y la lengua entre los labios, sudándole la frente en el esfuerzo de estar en esa posición tan incómoda. 


- Joder, que está atascado -rezongó, con el ceño fruncido. 

- ¿El qué? -se le escapó una risa nerviosa que hizo que la cantante volviera a sus ojos. La ternura habitaba en ellos, ocupándolo todo. 

- El mecanismo. ¡Mira, si está saliendo hasta arena de la playa! -le mostró los dedos manchados, incrédula. 

- No me lo quito nunca, ya lo sabes -le besó la barbilla. 

- ¿Ni en la playa, Alba? La madre que te parió -rió por la nariz y, de repente, el engranaje cedió-. ¡VAMOS! -lo levantó como si fuera el trofeo más valioso de la historia. 


El aro había terminado por ser, ya suelto del collar, un anillo. Alba llegó a esa conclusión al mismo tiempo que Natalia dejaba caer la rodilla que tenía apoyada entre sus piernas para clavarla en el suelo. Se llevó las manos a la boca al ver la sonrisa insegura de su chica, nerviosa hasta el punto de no ser capaz de pestañear, con el pecho arriba y abajo y el océano en sus ojos. Parecía no querer perderse ni uno de sus gestos. 

Carraspeó, limpió el anillo con su camiseta como excusa para apartar la mirada de Alba y concentrarse en lo que iba a continuación. El planeta se quedó detenido durante los segundos que tardó en levantar la cara hacia ella. Elevó el anillo, sostenido con los dedos temblorosos de sus dos manos, como si estuviera entregándole un corazón que ya le pertenecía desde hacía mucho tiempo. 


- Albi, como te decía... Yo estoy convencida de que se me va a terminar antes la vida que el amor, que este amor -las señaló a ambas-, lo sé desde que te abroché este collar en la espalda, así que, si tú quieres, me gustaría pasarme la vida contigo para comprobarlo. 

- Nat... -la rubia se inclinó hacia delante, tomando sus muñecas, sosteniéndose en ellas porque estaba segura de que iba a morirse de amor allí mismo. 

- No, Albi, porfa, déjame terminar -carraspeó para sacudirse la emoción-. No busco un contrato con esto, ni un papel, no es eso. Solo quiero que sepas... -se tuvo que detener por las lágrimas que empezaban a brotar de sus ojos. Alba se las limpió con delicadeza-. Solo quiero que sepas que estoy segura de que eres tú, que algo me dice que sí, que este amor no se acaba nunca, o al menos yo no le veo fin. Así que, Alba Reche -se quitó las gotas que se escurrían por su cara de un manotazo-, ¿te gustaría que hiciéramos una fiesta de cagarse para celebrar que, por una vez en la vida, estoy segura de algo? 

- Eres imbécil -la rubia rompió a llorar y se abrazó a su cuello-. Yo también estoy convencida de eso. Y... y... y yo no sé decir cosas tan bonitas como esas, pero si me hubieras dicho todo esto cuando me regalaste el collar, la respuesta hubiera sido la misma. 


El pecho de Natalia convulsionó por el llanto más feliz de toda su vida. Se frotó la cara empapada, sonrió entre lágrimas y se maldijo porque la mirada empañada no le dejara ver con nitidez el rostro enamorado de su rubia. 


- ¿Entonces quieres que hagamos una fiesta? -preguntó con su infinita inocencia, volviendo a levantar el anillo. 

- Sí. 

- ¿Y que hagamos un baile ridículo cuando empiece la barra libre? 

- Sí. 

- ¿Y que firmemos un papelito para poder chulear de mujer? -finalizó, intentando aguantar el llanto. 

- Sí, quiero -puso un puchero tembloroso.

- ¡Pero Albi, que eso ahora no es! 

- Cállate. 


Negó con la cabeza mientras sorbía mocos y se lanzó a por su boca mientras le acariciaba la cara con ansia. Sus manos escurriéndose por su piel mojada, sus bocas húmedas, sonrientes, trémulas de emoción no contenida. Porque ya no hacía falta, ya estaba todo dicho, ya estaba todo su loco amor puesto sobre la mesa, toda su esperanza en un futuro prometedor sin las dudas absurdas de quien no se atreve a preguntar. 

Y mientras tanto sus almas, agarrada por los hombros una, por la cintura la otra, observaban a esas dos chicas arrodilladas que lloraban y se besaban y se tocaban la piel como si la acabaran de estrenar, sintiendo que una cuenta nueva, más grande y más brillante que las demás, se unía a todas las que ya formaban su collar particular. 

Las miraban con cierto orgullo, porque a veces el amor tan crudo asusta, pero ellas habían sido capaces de verse, de reconocerse entre el ruido abrumador de todo lo que no importa. Habían sido valientes para lidiar con la decepción, con el pavor de sentirse frágiles, con la inseguridad de poner su amor y su felicidad envueltos en papel de regalo en manos de la otra. 

Sus almas suyas, y de ellas, se miraron entre sí, a pecho descubierto, sin velos translúcidos ni rincones oscuros, como el día que se vieron por primera vez en una Sala de los menesteres disfrazada de clínica de fisioterapia que les había dado a ambas su lugar en el mundo. 



Uf


Llevo un año escribiendo esta historia, no sé ni cómo sentirme al respecto ahora que ha llegado el final. 

No quiero ponerme sentimental, solo agradecer la paciencia cuando la inspiración me ha faltado, las palabras de cariño hacia algo que hago porque es lo que más me gusta hacer y las risas que nos hemos echado. Me he descojonado viva con vosotrxs, tanto en los comentarios del fic como en tuiter. Sois increíbles. 

Gracias también por vuestros dibujos, sois artistas y yo me siento flotar cuando, algo de lo que escribo, os inspira para dibujar. 

Pero sobre todo, gracias por leer con tanto amor algo que he escrito desde el fondo de mi cora. Es solo un fic, yo lo sé, pero hay muchas historias en él, mías, de otra gente, y me pone calentito el corazón lo bien que nos habéis tratado a ambos siempre. 

Ha sido un camino precioso, así que eso, que muchas gracias por volar con Juana Airlines, espero que el destino sea de su agrado y, sobre todo, que hayáis disfrutado del viaje al menos la mitad de lo que lo he hecho yo. 

Nos vemos en los bares. 

Os morreo, chochos 💙

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