Luz de luciérnaga © (WTC #1)...

By ZelaBrambille

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Novela publicada por Nova Casa Editorial, puedes encontrar "Luz de luciérnaga" en librerías de España y Améri... More

Luz de luciérnaga ©
¡¡LUZ DE LUCIÉRNAGA TIENE EDITORIAL!!
¿Dónde puedes comprarlo?
Prefacio (corregido por la editorial)
Capítulo 01 (corregido por la editorial)
Capítulo 01 | Memorias felices y dolorosas II
Capítulo 02 | Recuerdos de graduación
Capítulo 02 | Fiesta de cumpleaños II
Capítulo 03 | Reto
Capítulo 04 | Resignación
Capítulo 05 | Buenas noches
Capítulo 06 | Nuestros meñiques
Capítulo 07 | Cobardía
Capítulo 08 | Olvidada
Capítulo 09 | No es un problema
Capítulo 10 | Hermosa realidad
Capítulo 11 | Paciencia
Capítulo 12 | Olor a suelo
Capítulo 13 | Desbordante pasión
Capítulo 14 | Secretos desconocidos
Capítulo 15 | Miel contra azul
Segunda parte | Morimos
Capítulo 16 | Entre flores y mentiras
Capítulo 17 | El umbral de la tempestad
Capítulo 19 | Alma abierta
Capítulo 20 | La caída al infierno
Capítulo 21 | Un poco más abajo
Capítulo 22 | Morimos juntos
Capítulo 23 | Golpe doloroso
Capítulo 24 | Locura
Capítulo 25 | Gritos convertidos en truenos
Capítulo 26 | Respirar lejanía
Capítulo 27 | Renacer en tus brazos
TRILOGÍA "Wings to change"

Capítulo 18 | Los ladrillos de mi pared

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By ZelaBrambille



Una semana después la escuela ya me estaba tupiendo de trabajos, exámenes y otra serie de cosas que me producían jaqueca. Me encantaba leer y el arte en general, pero jamás quise inscribirme en Letras.

Nunca olvidaré su manera de chantajearme, en ese entonces le tenía pavor a mi madre y a sus ataques. Tenía miedo de enfrentarla o de, al menos, decirle a alguien que me ayudara.

Estaba sentada en una de las sillas de mi habitación, la que colindaba con la ventana y el balcón, con un gigantesco libro en mis piernas. En realidad, solo estaba haciendo tiempo para que llegara David, era viernes e iríamos a pasar un tiempo a solas.

Desde hacía días que lo notaba tenso, en múltiples ocasiones le había preguntado si ocurría algo en la universidad o en el trabajo, le creí cuando me había dicho que no, yo no tenía por qué dudar de sus palabras si nunca me había mentido. Puso de pretexto que despachos Cloud había sido vendido y corría el riesgo de ser despedido, sabía lo mucho que significaba su empleo para él y para su carrera. Era un apasionado en lo que hacía, muchas veces me adentré en los debates que Jurisprudencia hacía, él estaba entre los exponentes; me fascinaba mirarlo argumentar cosas y crear estrategias para atacar a sus rivales.

Sinceramente no sé por qué no me salía de mi carrera para irme a lo que realmente amaba hacer: pintar. De pequeña soñaba con ingresar a alguna academia de arte, añoraba hacer exposiciones con mis cuadros y subastas, y ganarme el dinero que fuera por hacer lo que me gustaba. En eso se quedaron aquellos anhelos, en sueños de una adolescente espantada.

Una punta de uno de mis lienzos se asomó debajo de mi cama, ahí los escondía del mundo. Cerré el objeto que se encontraba sobre mis muslos y me hinqué frente a la cama para obtener la pintura.

No obstante, no llegué a sacarlo, mi madre profirió mi nombre en un grito que me hizo suspirar. No respondí con la esperanza de que me olvidara, pero volvió a llamarme un tanto desesperada y furiosa al mismo tiempo. Bajé las escaleras a pasos rápidos, decidida a no enfurecerla porque moría por regresar a mi habitación para pintar o hacer algo mejor que verle la cara.

Me quedé petrificada en la entrada de la sala, no lo había visto todavía porque una pared nos separaba, pero se me heló la sangre al reconocer su voz. ¿Por qué Richard seguía insistiendo en algo que no iba a pasar? No quería ser su amiga ni su novia ni siquiera su conocida. Me quedé ahí, de pie, sin saber qué hacer, no comprendía por qué motivo mi madre lo había invitado a pasar. David llegaría dentro de poco y lo encontraría en mi casa. Tallé mi rostro, frustrada, sintiendo cómo el enojo me recorría. Ese imbécil se había burlado de mí y luego aparecía tan feliz como si nada hubiera pasado.

Me adentré en el sitio y vislumbré la extensa sonrisa de mi madre, en cuanto se percataron de mi presencia ambos guardaron silencio. Clavé la vista en el rubio y apreté la mandíbula. Estaba demasiado enojada, solo quería que dejara de enviar los regalos que no me había enviado cuando éramos novios.

—Hola, Carly, solo pasé a saludar —dijo y se levantó del sillón para comenzar a acercarse, cuando lo tuve cerca di un brinco hacia atrás.

—No seas grosera con Richard, Carlene —ordenó mi madre con ese tono aterciopelado que solía usar, lo detestaba porque me hacía recordar cosas que prefería dejar en el olvido.

Le lancé una mirada envenenada, la peor que encontré en mi repertorio para que se callara y dejara de ordenarme.

—Lárgate de aquí que este no es asunto tuyo —le siseé con los puños hechos nudos. Me dirigió una mirada llena de intensidad, para luego girarse y marcharse del lugar.

Centré toda mi atención en el sujeto frente a mí, sus ojos azules se estancaron en mi rostro y permanecieron serenos. Iba a hablar, pero lo interrumpí.

—Quiero que te vayas ya mismo y dejes de hacer este jueguito tuyo que no me divierte —musité sin titubear. Richard fingió asombro y se llevó su mano al pecho, entretanto movía la cabeza hacia los lados para enfatizar lo que estaba a punto de decir.

—No es ningún juego, Carly, solo quiero disculparme de algún modo —soltó. Deseaba callarlo, volvió a hablar interrumpiendo el montón de letanías que moría por decir—: Quiero que seamos amigos, ya tu madre me dijo que estás saliendo con David, no pienso inmiscuirme en su relación si es lo que piensas. Solo intento remediar el daño que te causé. Te habría dicho todo esto por teléfono si lo contestaras, necesitaba pedirte perdón por lo que te hice aquel día en el bar...

—Ya no me interesa, eso ya lo olvidé —emití con urgencia—. Al contrario de ti, yo no quiero ser tu amiga, para ser amigos necesito que haya confianza y hace mucho que dejé de tenértela. Así que por favor deja de mandar esas ridiculeces y regresa a tu vida que yo estoy muy feliz con la mía.

El ambiente se volvió pesado de pronto, no se escuchaba más que nuestras respiraciones en la estancia. Richard asintió una sola vez y se encaminó hacia la salida que ya conocía, lo acompañé porque quería asegurarme de que saliera.

Los dos salimos por la puerta principal, él se dirigió hacia su auto y yo me mantuve como una estaca en el césped. A mitad de camino se detuvo y se dirigió hacia mí de nuevo.

Se acercó de más, así que di pasos hacia atrás. No vi venir sus movimientos porque jamás creí que haría algo como aquello. Estampó unos labios llenos de rudeza con los míos y apretujó mis muñecas impidiendo que lo golpeara, quitándome de ese modo cualquier escapatoria posible.

Me sacudí lo más que pude, sin embargo, me mantuvo aprisionada mientras intentaba mover mi boca con la suya, la mía era una dura línea que no modificaría ni siquiera para rogar auxilio. Me dio tanto asco que un par de lágrimas se escaparon de las esquinas de mis ojos. Quería gritar, pero entonces mi boca se abriría y él tomaría ventaja de ese movimiento. En medio de mi pánico, recordé aquellas clases a las que había ido cuando estaba en secundaria, el maestro solía decir que mantuviéramos la cabeza fría para encontrar el punto débil de nuestro oponente, en ese instante no me importó la calma.

Levanté mi rodilla y acerté en el lugar exacto, lo supe porque él me soltó como si quemara y se dobló por el dolor, lanzando un que otro gemido y gruñido hacia mí. No obstante, lo que vi después volvió a dejarme helada, ahí en mi césped se encontraba Dave. Estaba tan rojo que pensé que estallaría en cualquier momento.

Iba a explicarle qué hacía Richard y que yo no lo había besado por voluntad propia, les rogaba a las fuerzas celestiales que él hubiera visto toda la escena. No me dejó siquiera pronunciar una sílaba porque tomó al rubio de la camisa y lo jaló hasta que quedaron sus rostros casi unidos, sus narices chocaban, uno bufaba y el otro simplemente lo miraba con un reto secreto en la mirada.

—¡No te le acerques, imbécil! ¡Carlene está conmigo ahora! ¡No voy a permitir que hagas esto! —exclamó en un rugido el castaño. Parecía que iba a asesinarlo si el otro se atrevía a refutar. Nunca lo había visto tan amenazador, ¿cómo había controlado ese carácter cuando Richard y yo éramos novios?

—Eso puede cambiar fácilmente. —Se atrevió a sentenciar el rubio con la barbilla alzada, al tiempo que clavaba sus dedos en los antebrazos de Dave. Su respuesta me descolocó, solo lo estaba provocando y, según lo que me había dicho en mi sala minutos atrás, ambas versiones no concordaban, así que supuse que algo malo estaba sucediendo porque él solo quería enfadar a David, y lo estaba logrando.

Los dos se encontraban perdidos en las amenazas que se dirigían con la mirada y con la expresión corporal. Vi la decisión en sus ojos verdes antes de que ocurriera todo; siempre que estaba rabioso y quería acabar con el contrincante, arrugaba el gesto de cierta forma que hasta el más valiente luchador se asustaría. Cuando estaba en la adolescencia solía pensar que era una de sus expresiones más atractivas, pero en ese momento tuve miedo de lo que pudiera hacer. Sabía lo que haría, así que intenté detenerlo, pero fue más rápido.

Elevó su puño y lo llevó directo al pómulo de Richard, quien no se esperó la agresión pues no hizo el amago de protegerse. Un gemido de dolor se escapó de su garganta. Dave comenzó a lanzarle golpes al azar, las aletillas de su nariz se abrían y se cerraban, mientras el otro intentaba defenderse y lloriqueaba pidiéndome que lo parara.

No podía ver el rostro de Richard, pero por la fuerza con la que Dave lo golpeaba supuse que ya estaba bastante mal. Fue la primera vez que no supe cómo actuar para calmar a mi amigo, jamás lo había visto en aquel estado, así que simplemente alcé la voz con la esperanza de que escucharía.

—¡¡David, para!! —grité desesperada cuando las gotas de sangre comenzaron a manchar el suelo. Él se detuvo al escucharme cuando iba a golpearlo una vez más y tragó saliva admirando cómo Richard se retorcía para salir de su agarre con la mitad del rostro hinchado y la otra sangrante, se tambaleaba como si fuera imposible mantenerse de pie.

Él joven agredido no volteó ni una sola vez en nuestra dirección, simplemente se dirigió a su coche y se montó en el para perderse en la calle.

Le dirigí una mirada de soslayo, David miraba sus manos con fijeza y sin expresiones en su rostro. No sabía qué estaba pasando por su cabeza y eso me aterraba. Tenía miedo de que no me creyera y que haber visto ese beso fuera demasiado.

—¿Dave? —lo llamé en un susurro, me miró y eso bastó para sacar todo el aire de mis pulmones. Estaba herido, intenté acercarme a él porque deseaba abrazarlo, pero me detuvo antes de que pudiera hacerlo.

—Dame unos minutos, Carlene —pronunció seco. ¿De verdad creía que entre Richard y yo había algo? Me apresuré a sacarle esa idea de la cabeza, no podía ser eso, ¿cierto?

—D, te juro que yo no lo besé, fue... —Mi garganta comenzaba a cerrarse, mi cabeza era un tumulto de ideas juntas y quería vomitar mi desayuno. ¡Dios! Todo era un malentendido—. Tienes que creerme, yo te amo a ti.

Bajé mi cabeza avergonzada por todo aquello y porque él no musitaba palabra, mi vista se nubló pues realmente creía que me dejaría. Me sentía triste, no tenía manera de comprobar mi inocencia si decidía no creerme. ¿En qué planeta yo cambiaría a Dave por Richard?

Pude vislumbrar sus zapatos frente a los míos, su dedo índice levantó mi barbilla. Me sonreía con ternura, achiqué los ojos midiendo su mirada. Me arrastró a sus brazos y me enfundó en un abrazo.

—Jamás dudo de ti, cariño —murmuró—. Es solo que... Nunca me había sentido así de enojado, si tú no hubieras hablado para detenerme, no sé qué habría hecho con él... Quería ahorcarlo, quería que no se atreviera a acercarse a ti de nuevo.

Lo estrujé con más fuerza por lo profundo que me sonaron sus palabras y hundí mi cabeza en su pecho para empaparme de su olor. Olía a limpio, era su aroma característico, tan varonil y natural.

—Lo besé muchas veces antes —solté porque de algún modo necesitaba que lo supiera, lo sentí tensarse—, pero ninguna de ellas me hizo olvidar que era a ti al que quería, mi corazón tampoco lo olvidó; no necesitaba besos para que palpitara cuando se trataba de ti.

—No me digas esas cosas, luciérnaga —murmuró en mi oído, su tono juguetón me indicó que el problema anterior había quedado en el pasado. Sonreí, pero luego mi seriedad volvió y el coraje blandió una vez más por mis venas.

Solo pensaba en una sola persona: mi madre.

Tal parecía que intentaba que Dave terminara conmigo, que hubiera regresado a casa no significaba que seguía siendo la misma niña de siempre y que podía gobernarme como hacía. Su tono seguía repiqueteando en mi cabeza.

Me separé de él y corrí a la entrada, la busqué en la cocina, ella solía permanecer horas y horas en el mismo sitio haciendo cosas que solo mi padre comía. Ahí estaba, con un guante acolchonado de un tono amarillento, dobló su cuerpo y jaló la manija del horno. El olor a pastel de carne llenó mis fosas nasales: el platillo favorito de papá.

Sus pupilas me encontraron, colocó el recipiente encima de un mantel colocado en la encimera y se sacó los protectores de las manos, hizo todo eso sin dejar de mirarme amenazante. No obstante, no detuve lo que deseaba decirle.

—Que sea la última vez que te metes en mis asuntos, no entiendo por qué motivo dejaste pasar a Richard a la casa sabiendo que era probable que Dave llegara, más aún si sabes que soy su novia. No me interesa... —musité con la mandíbula apretada, los puños iban a tronarme si no dejaba de cerrar mi palma con dureza. Ella sacudió su cabello rubio y ladeó la cabeza, mientras me examinaba como si yo fuera parte de un experimento. Intentó hablar, pero la detuve porque aún no había terminado—. No te atrevas a hacer todo lo que me hiciste cuando era una estúpida, ya no soy la misma, no uses ese tono conmigo porque sabes que sé que lo haces para que recuerde lo que hacías. ¿Por qué intentas lastimarme más de lo que ya lo hiciste?

Sus tacones traquetearon en el suelo, se plantó frente a mí y alzó la mano dispuesta a darme un golpe en la mejilla. Muchas veces lo había hecho cuando intentaba defenderme, sin embargo, esa vez detuve la cachetada con mis brazos.

—Deja de hablar como si yo tuviera la culpa, Carlene. No tenía idea, tú nunca dijiste que no querías, no pude hacer nada —dijo como si se tratara del clima. Solté una risa sarcástica, la detestaba con cada poro de mi ser.

—¿No pudiste hacer nada o no quisiste? Cualquier madre habría hecho algo, pero entonces tú fuiste la que me llevó a ese lugar sin haber motivo y sin mi consentimiento. Tú fuiste la que lo permitió y te quedaste ahí escuchando cómo lloraba, gritaba y te rogaba que les pidieras que se detuvieran. —Mi labio inferior tembló, sacudí un par de lágrimas que rodaron por mis pómulos, ya no se me antojaba que fuera testigo de todo el daño que me producían los recuerdos, todo lo que ella me había hecho.

No respondió porque ¿qué podía decirme si ambas sabíamos que era verdad? Que ella por algún motivo había decidido que merecía ser castigada de ese modo. Cuando cuestionaba el porqué, ella solo decía que tenía que aprender a ser obediente, que de alguna forma debía entender que era una mujer, tan solo tenía trece años, era una niña que no entendía y creía que su madre tenía razón, que merecía aquello solo por haber manchado la alfombra que había comprado por Ebay.

—No te metas en mi relación con David, ya no te tengo miedo y contigo no me tocaré el corazón, así que deja mi puta vida de una maldita vez —vociferé con cólera. Los recuerdos transitaban como llamas ardientes en mi cabeza y me quemaban, yo deseaba apagarlos a como diera lugar sin importar el método.

—Ya te dije que Dave no te conviene, Carlene, te vas a acordar de mí cuando él pase de ti y se busque a alguien con más cualidades y mejor que tú —emitió con soltura y confianza, ella de verdad creía que él me cambiaría. Y no me dolía ese pensamiento porque era imposible, me lastimaba que mi propia madre me creyera tan poca cosa y fuera tan fácil decirlo... No, aseguraba que yo era una porquería que no podía ser amada por alguien como Dave.

—¿Y según tú quién me conviene? ¿Richard? ¿Ese bastardo que me engañó y me insultó? —pregunté, confundida. Sonrió de lado y apretó mi hombro, me deshice de su toque porque no lo toleraba.

—Richard al menos es sincero y te dijo lo que realmente necesitabas escuchar, no endulzó tu oído como seguramente David hace. Debes entender que no eres como las otras chicas, Carly, habiendo tantos espejos ¿aún no te has dado cuenta de lo fea, gorda y sin chiste que eres? —Ya no eran dagas porque ya era una costumbre para mí escucharla hablar de esa manera.

—No puedo creer que seas mi madre —murmuré más para mí que para ella, pero lo escuchó. Se giró y se acercó de nuevo a la carne que estaba horneando, comenzó a picarla con palillos y a revisar si estaba cocida.

—Yo no puedo creer que seas mi hija —contestó y me lanzó una mirada despectiva para después continuar haciendo la comida e ignorarme por completo. Lo peor de todo es que lo decía con tranquilidad, de verdad lo sentía. No puedo explicar mis sentimientos, en realidad no me dolía su rechazo, después de haber vivido un infierno, las personas se acostumbraban hasta que llegaba al punto de que ya no dolía más. Ya nada me dolía porque ya había sentido todos los dolores posibles y, entonces, mi corazón formó una pared para protegerse del exterior.

Eso es lo que sentía: nada.

Mi pared se había construido desde hacía mucho tiempo, así que era resistente y ya no me importaba lo que decía.

Sin embargo, necesitaba estar sola, recluida en mi burbuja. Corrí afuera del sitio, me topé con David que se encontraba pasmado en el suelo, quizá había escuchado todo, pero ¿qué más daba? Lo esquivé, necesitando con urgencia refugiarme en el lugar donde siempre me sentía feliz, donde podía respirar.

Crucé el césped una vez afuera, y comencé a subir las tablas de colores de la casa del árbol. Ya no necesitaba brincar para poder alcanzar el suelo como cuando era pequeña y Dave me ayudaba a subir. Me refugié en un rincón y llevé mis piernas hasta mi pecho para apoyar mi frente sobre mis rodillas.

Lo evoqué, eso si no podía controlarlo.

Recordé aquel edificio mugriento en una esquina de uno de los barrios de clase baja de Nashville. Me llevó y me dijo que recibiría mi castigo por haber quebrado una ventana de la casa mientras jugaba con David fútbol. No sabía a qué se refería, creí que me dejaría en aquel lugar y luego iría por mí, pero no fue así. Él apareció, no había rastro de cuero cabelludo en su cabeza, tenía una nariz enorme y llevaba una bata blanca, su placa decía que era doctor.

Mi madre le dio un fajo de billetes y se agachó hasta que su rostro quedó frente al mío, palmeó mi cabeza como si fuera su mascota.

«—Él te va a enseñar que eres una señorita, Carlene».

El hombre me llevó a lo que era su consultorio y cerró la puerta.

Cuando salí de mi recuerdo me di cuenta de que estaba llorando, así fue como comenzó todo. Había veces que moría por contarle a papá, pero nunca me atreví, y en ese momento era casi imposible por sus problemas en el corazón. No deseaba verlo sufrir y no quería que enfermara por mi culpa.

Unos brazos me rodearon, no necesité verlo para saber a quién les pertenecían, lo abracé de vuelta porque lo necesitaba más que a nada. Él había estado conmigo aquellos días —aún sin saber el porqué de mis lágrimas—, nunca le dije nada porque me daba vergüenza, dejó de cuestionarme y solo me arrullaba hasta que mis ojos se hacían pesados y me quedaba dormida.

Su calor evaporó un poco mi dolor, era una especie de medicina contra los males de mi alma. Besó mi sien repetidas ocasiones, hasta que dejé de sollozar y solo permanecí ahí, fingiendo que no tenía que enfrentar al mundo.

—¿Qué fue lo que te hizo, Carly? —preguntó en un susurro que me heló la sangre. Lo había escuchado todo y ahora quería respuestas, no sabía si quería darlas, no obstante, estaba segura que de alguna manera necesitaba liberarme porque mi resistencia se estaba acabando. ¿Con quién más hablaría si no era con él? No era como si pudiera confiar en cualquiera—. Confía en mí, luciérnaga. Sabes que te apoyaré pase lo que pase, te amaré sea lo que sea y te ayudaré a superar eso que te duele. No me gusta mirarte así y no saber lo que te pasa, no saber cómo consolarte. Déjame estar contigo en las malas también.

Sus palabras me hicieron llorar otra vez. Me sentó en su regazo y acarició mi espalda con un ritmo constante para que me calmara. Quizá no estaba lista, porque ciertamente nunca lo estaría, pero necesitaba decirlo, que alguien me dijera que todo estaría bien y que tarde o temprano se borrarían las heridas.

Que tarde o temprano podría destruir los ladrillos de mi pared y sería capaz de volar con las alas que me habían amarrado, y brillar con la luz que se había fundido el peor día de mi vida.

Enterré la cara en su cuello y aclaré mi garganta, sintiendo el ácido ascender por mi garganta, mientras recordaba y me preparaba para hablar.


* * *

¿Quién quiere saber qué fue lo que pasó? *-*/

Les mando un beso gigante :*

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