Querido jefe Narciso

Da SuperbScorpio

2.3M 137K 32K

*Historia ganadora de los WOWAwards 2017* -¿Has infringido alguna norma desde que trabajas aquí? - preguntó é... Altro

Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treinta y uno
Capítulo treinta y dos
Capítulo treinta y tres
Capítulo treinta y cuatro
Capítulo treinta y cinco
Capítulo treinta y seis
Capítulo treinta y siete
Capítulo treinta y ocho
Capítulo treinta y nueve
Capítulo cuarenta
Capítulo cuarenta y uno
Capítulo cuarenta y dos
Capítulo cuarenta y tres
Capítulo cuarenta y cuatro
Capítulo cuarenta y cinco
Capítulo cuarenta y seis
Capítulo cuarenta y siete
Capítulo cuarenta y ocho
Capítulo cuarenta y nueve
Capítulo cincuenta
Capítulo cincuenta y uno
Capítulo cincuenta y dos
Capítulo cincuenta y tres
Capítulo cincuenta y cuatro
Capítulo cincuenta y cinco
Capítulo cincuenta y seis
Capítulo cincuenta y siete
Capítulo cincuenta y ocho
Capítulo cincuenta y nueve
Capítulo sesenta
Capítulo sesenta y uno
Capítulo sesenta y dos
Capítulo sesenta y tres
Capítulo sesenta y cuatro
Capítulo sesenta y cinco
Capítulo sesenta y seis
Capítulo sesenta y siete
Capítulo sesenta y ocho
Capítulo sesenta y nueve
Capítulo setenta
Capítulo setenta y uno
Capítulo setenta y dos
Capítulo setenta y tres
Capítulo setenta y cuatro
Capítulo setenta y cinco
Capítulo setenta y seis
Capítulo setenta y siete
Capítulo setenta y ocho
Capítulo setenta y nueve
Capítulo ochenta
Capítulo ochenta y uno
Capítulo ochenta y dos
Capítulo ochenta y tres
Capítulo ochenta y cuatro
Capítulo ochenta y cinco
Capítulo ochenta y seis
Capítulo ochenta y siete
Capítulo ochenta y ocho
Capítulo ochenta y nueve
Capítulo noventa
Capítulo noventa y uno
Capítulo noventa y dos
Capítulo noventa y tres
Capítulo noventa y cuatro
Capítulo noventa y cinco
Capítulo noventa y seis
Capítulo noventa y siete
Epílogo
Tu Querida Agathe y QJN+18

Capítulo veinte

27.1K 1.5K 418
Da SuperbScorpio

—Marie Agathe Tailler —le dije al mismo recepcionista pelirrojo que me atendió el día de la prueba, con las manos unidas sobre el mostrador y poniéndome de puntillas para visualizar mejor la pantalla del ordenador, aunque realmente no lo necesitara porque no era precisamente bajita.

Tecleó mi nombre en su gran iMac y, acto seguido, miró a mi compañera, esperando a que le informara de su nombre también, lo que no le hizo demasiada gracia a la señora Delacroix.

—¿Trabajas en una empresa de moda y no me reconoces? —preguntó, ofendida.

Me fijé en la gruesa capa de base de maquillaje que ocultaba sus pocas arrugas, probablemente retocadas, y pude confirmar que llevaba más productos en el rostro que yo abalorios contra la mala suerte, los cuales había criticado desde el momento en el que aparecí frente a aquel edificio, donde ella ya me estaba esperando.

El recepcionista se encogió ligeramente en su asiento, incómodo por no saber cómo reaccionar ante aquella pregunta retórica.

—Lo siento, madame, yo...

—Sabine Delacroix, diseñadora de Chanel —dijo con suficiencia, interrumpiendo las disculpas del pobre trabajador.

Qué miedo daba esa mujer, por el amor de Dios.

Él joven asintió con la cabeza, apuntándolo en su gran ordenador y, sin esperar ni un solo minuto, sacó de uno de los cajones que había bajo la mesa dos tarjetas sujetas por dos cintas distintas en las que claramente decía «Laboureche».

—De acuerdo, señoras. —Sentí una puñalada en el corazón nada más oír aquella última palabra.— Ruego disculpen al señor Laboureche, ya que se encuentra indispuesto en este momento. Pueden subir a la doceava planta, donde se encuentra su despacho, y esperar a ser atendidas. Mientras tanto, deberán llevar colgadas estas tarjetas de visita por si algún miembro de nuestro cuerpo de seguridad se lo pide. Recuerden que el contrato que firmaron durante la prueba de Selección les obliga a mantener la identidad del señor Laboureche en el anonimato, de lo contrario, se podrían tomar medidas legales contra ustedes. Espero disfruten de su visita.

Arqueé las cejas a la vez que me colocaba la cinta en el cuello. ¿Tanta protección necesitaba Narcisse para que tuviéramos que llevar identificación?

Sabine se colgó la cinta de tela que ataba la tarjeta con elegancia, antes de darse la vuelta con la barbilla alzada y completamente indignada. Tal vez se arrepentía de haber aceptado a ayudarme.

La seguí de cerca cuando se dirigía al ascensor, aunque no me atreví a andar a su lado. Debía de parecer un despropósito humano comparada con ella, con sus tacones, su exuberante camisa y sus grandes gafas graduadas, mientras que yo, atentando contra mi propio estilo, vestía mi uniforme del trabajo con poca dignidad.

Sabine llegó antes que yo al ascensor, al cual seis hombres grandes y trajeados estaban esperando y, cuando se abrieron sus puertas, tuve que correr para poder meterme yo también.

Me apropié de una esquina, pegada hombro con hombro con un joven de cabello largo recogido en un perfecto moño que vestía un traje azul marino con suma elegancia, al que descubrí mirándome en un descuido.

Obviamente no era a mí a quien observaba, sino más bien a mi collar, en cuyo colgante de ámbar estaba el flamante fósil de escorpión que servía de amuleto contra la mala suerte y que era del tamaño de la esfera de su Rolex.

No me molesté por su ceño fruncido, porque yo, de haber sido otra persona, habría tenido la misma reacción.

El ascensor se fue vaciando hasta que nos quedamos Sabine y yo solas.

Ella repiqueteaba con la punta de su tacón el suelo, inquieta, aunque más bien parecía impaciente, a pesar de que no fuera ella la que tuviera que hablar en aquel instante.

Salimos del ascensor en completo silencio y, antes de que pudiéramos siquiera dar un paso adelante, un hombre de grandes dimensiones y una mujer igual de fornida nos detuvieron, mostrando el logo de su camisa, que los identificaba como guardias de seguridad.

—Señoras —dijo él, calvo y dueño de una espesa y oscura barba que le aportaba un terrorífico aspecto de sicario de la mafia.

—Identificación, por favor —pidió ella, con la voz grave y con cara de pocos amigos.

—¿Por qué nadie me reconoce? —dramatizó Sabine, como la última vez, indignada, mostrándole la tarjeta que le había dado el recepcionista con evidente desgana.

Yo hice lo mismo, aunque sin decir ni una sola palabra.

Ambos nos dejaron pasar, aunque no sabíamos a dónde dirigirnos, pues el pasillo era largo y no parecía indicar en ningún lugar dónde se encontraba su despacho.

—Solamente hay una sala, no hay pérdida —indicó la guardia de seguridad, cruzándose de brazos a la vez que nos observaba.

Asentí con la cabeza a modo de agradecimiento, agarrando el ámbar de mi collar como costumbre.

El guardia frunció el ceño.

Seguí a Sabine hasta llegar a la única puerta en todo el piso, de robusta madera que se ajustaba a la perfección al marco, sin dejar ni un solo espacio con la pared.

Ella tomó la iniciativa, abriendo la puerta sin siquiera llamar, y entró en la estancia con la cabeza bien alta.

Yo la imité, siguiendo sus pasos hasta llegar al sillón en el que hacía algo más de diez meses me había sentado por primera vez, el día de la muerte de Narcisse Laboureche, el viejo maleducado que me había echado sin darme siquiera una oportunidad. Y allí estaba yo, a por la tercera.

—No puedo creer que lleves tanta parafernalia en el cuerpo, niña —indicó Sabine, mirando fijamente mi colgante con evidente fastidio.

Lo oculté con mi mano, esperando no estar pareciendo una loca.

—Son amuletos. Siempre viene bien una ayuda extra —murmuré, abrazándome a mi bolso.

Ella arqueó las cejas, parcialmente ocultas por la gruesa montura de sus gafas graduadas.

Su mirada cayó de pronto en mi Birkin, para el que había estado ahorrando unos cinco años y el cual se hayaba en mi poder al fin, aunque, evidentemente, ella ya tenía el suyo. Lo que le sorprendió, aparentemente, fue que mi mano se introdujera en el bolso para agarrar mi herradura ligera, uno de los tantos objetos que llenaban el Birkin totalmente prescindibles para alguien normal.

En un descuido, Sabine Delacroix me arrancó el bolso de seis mil euros como si fuera una bolsa de supermercado. Casi me dio un síncope.

—Oh Dios mío —dije, aunque bien podría haber salido de su boca.

No tardó demasiado en vaciar el interior de mi más preciado tesoro sobre la mesa de cristal de Narcisse Laboureche, descubriendo mi falsa pata de conejo a modo de llavero, la gran herradura plateada que ocupaba gran parte del reducido espacio del bolso y la llave antigua que compré en e-Bay que prometía ser la de la puerta principal a uno de los castillos más antiguos de las Highlands de Escocia, lo que era bien sabido que evitaba a toda costa el mal augurio.

Me apresuré a recuperar el Birkin e intenté pasar por alto sus comentarios de lo muy obsesiva que era con los amuletos, porque yo ya lo sabía.

Quise recuperarlos, aunque ella me lo impidió, colocando un brazo frente a mí para evitar que continuara con mi recogida.

—¿Pretende usted matarme con eso, señorita Tailler? —oí decir a alguien a mis espaldas, provocándome un largo y desagradable escalofrío.

Me di la vuelta lentamente para encontrarme con el rostro serio de Narcisse acompañado por un elegante Jon Jung, el cual ladeó una pequeña sonrisa ante el comentario desagradable del que era ahora su nuevo jefe.

Me mordí el interior de las mejillas, evitando decir alguna tontería, antes de volver a meter todos mis amuletos donde pertenecían, ignorando por completo aquella pregunta.

Sabine se cruzó de piernas y manos, observando con frialdad aquella escena.

—Tal vez a ti no vaya a matarte, porque, al fin y al cabo, vas a tener que contratarla. A esa rata tramposa de tu izquierda, sin embargo... —soltó, enfrentándose directamente al asiático.

Jon borró su pequeña sonrisa y ladeó la cabeza, esperando que continuara hablando, aunque no lo hizo.

—¿Qué se les ofrece, señoras? —preguntó Narcisse, mirándome fijamente a los ojos.

Era tan frío, tan cínico, que tan solo aquel corto contacto visual me provocó un pequeño paro cardíaco.

—Ambas sabemos que la corbata que realizó Jonhyuk no es la misma con la que ganó ese puesto que ahora ocupa —dije, para sorpresa de Sabine, quien, desde el principio, había creído que tendría la palabra en todo momento.

Narcisse se acercó a su asiento, frente a nosotras, con tranquilidad. Él sabía que controlaba la situación y que, en algún momento, nos rendiríamos y saldríamos por la misma puerta por la que habíamos entrado.

Jon se colocó a su lado, con las manos cruzadas sobre su excéntrica  americana roja, fijando su mirada en mí, analizándome con verdadera minuciosidad.

—Y los cuatro sabemos que vais a salir por esa puerta en cuanto yo lo ordene —susurró, con su grave y ronca voz.

El Selecto volvió a sonreír, provocando que sus pómulos se alzaran ligeramente.

—No te creas que porque esta sea tu empresita de mierda tienes derecho a decirme lo que tengo que hacer —rugió Sabine, haciéndome enrojecer por la repentina vergüenza ajena.

¿Qué acababa de decir?

Narcisse alzó las cejas, sorprendido por la reacción de la elegante y soberbia señora Delacroix, antes de apoyar su espalda en su asiento blanco.

—Perdóneme usted, Sabine Delacroix.  Y, si me lo permite, me gustaría pedirle que me tratara de usted, ya que, en el tono en el que me está hablando, muestra su evidente falta de educación, ya que no nos conocemos de nada y yo, evidentemente, estoy a un ml nivel superior al suyo —respondió, cortante, el dueño de Laboureche.

Yo quería romper el cristal que había a su espalda, desde el que se veía Notre Dame con perfecta claridad, y quería saltar sin pensar qué habría abajo, consciente en todo momento de que me encontraba en un onceavo piso y de que iba a morir al instante.

—Me da igual tu nivel. El caso es que esta joven de aquí es la digna heredera del título de Selecta y tú la has rechazado e intercambiado por un chino tramposo —insistió Sabine, haciendo caso omiso a la petición de Narcisse.

—Soy coreano —le interrumpió Jon Jung, colocándose los puños de su americana roja.

La diseñadora de Chanel le dirigió una frívola mirada asesina y él cerró la boca, aunque no dejó de repiquetear con su zapato de cuero italiano el suelo de baldosas blancas y brillantes, las más lujosas que mis botines de piel sintética de serpiente habían pisado.

—Señora Delacroix, por favor, relájese. Atacando al señor Jung no va a ganar nada —bufó Narcisse, evidentemente molesto por la actitud de aquella mujer—. Déjeme saber qué es lo que la hace creer que este hombre hizo trampas en la prueba y que la corbata que estoy vistiendo ahora no es la misma que él confeccionó el día en el que fue elegido.

Narcisse hablaba muy calmado, dueño de la situación, mostrando su seguridad y dominio de la situación, intentando amedrentar a Sabine, quien parecía querer saltar sobre él en cualquier momento.

A mí me gustaba más observar que actuar. Era por eso que sabía que Jonhyuk tenía un tic nervioso que le hacía mover los labios compulsivamente y que le provocaba que su pierna derecha no pudiera dejar de estar en movimiento, así como que Narcisse no había parpadeado ni una sola vez mientras hablaba, manteniendo en todo momento el contacto visual con su atacante, quien tenía la manía de apretar los puños cada pocos segundos.

También sabía que la placa que decoraba la mesa de Narcisse era la misma que había usado su bisabuelo meses atrás, aunque él la tenía colocada a la derecha, sin ocultar la parte trasera de la pantalla de su ordenador portátil, justo en el centro del grueso cristal. Nada en aquella mesa, de hecho, se encontraba en la misma disposición en la que lo tenía colocado el viejo Narcisse.

—Para empezar —dijo Sabine—, ni siquiera sabía que la corbata que estaba usando era la de Jung. La que decoró estando a mi lado tenía puntos rojos, no blancos, y esa tela tan tupida no formaba parte de las que el taller nos había ofrecido.

—¿Cómo está tan convencida de ello? —se pronunció el coreano, ladeando ligeramente la cabeza, con la voz prácticamente temblorosa.

—Cállate —le ordenó Narcisse.

Jon estaba nervioso y eso demostraba su debilidad ante los ataques de Sabine. Ella sonrió, triunfante.

—No, por favor, señor Laboureche, deje hablar al señor Jung —se burló la más mayor de toda la sala, tratándolo por primera vez de usted.

—¿Y usted qué opina, señorita Tailler?

Si Sabine había encontrado el punto débil de Narcisse, que era Jon, ahora él había hecho lo mismo, aunque esta vez la debilidad era yo.

—Creo que, por no aceptarme a mí, te hiciste el estúpido con Jonhyuk. Si no hubieras tenido prejuicios contra mí, ese puesto sería mío —acerté a decir, tan firmemente como pude.

—Y, como todos en esta habitación sabemos que esa corbata que lleva probablemente haya sido confeccionada en mucho más tiempo del que dura mi jornada laboral y no en noventa minutos, vamos a denunciarle a la prensa, sin revelar nada de usted, porque eso es lo único que nos hace cumplir el estúpido contrato —añadió en un tono burlesco mi acompañante, resultando gravemente irritante.

No había ido a vacilar a Narcisse, ya era suficiente el odio infundado hacia mi persona como para que ella insistiera todavía más. Lo único que había querido había sido denunciar un trato injusto y preferencial, dispuesta a discutir con el dueño de la empresa más famosa de Francia y probablemente de Europa, no para reírme de él.

—¿Y cómo se supone que cambié la corbata durante la prueba? —insistió Jon, arreglándose su oscuro, lacio y brillante cabello con sus dedos largos y hábiles.

—Te he dicho que te calles —repitió Narcisse.

—Fuiste a beber cuando valoraban a Sabine. Te agachaste sobre tu maletín y estuviste cerca de él en todo momento, segundos antes de ser valorado. Tuviste tiempo más que suficiente para cambiar lo que habías hecho en noventa minutos por la corbata que luce Narcisse ahora —me impuse, mirándole fijamente a los ojos, prácticamente negros.

Vi cómo analizaba mi rostro mientras le sostenía la mirada y vi un atisbo de sonrisa cuando sus ojos encontraron los míos de nuevo. Parecía divertido ante la situación, pese a la grave acusación a la que le estábamos sometiendo Sabine y yo. Él, sin embargo, e igual que Narcisse, se mantenía prepotentemente erguido y con una de sus definidas cejas rectas arqueada con distinción.

Me fastidiaba que ambos fueran tan guapos. Era como estar discutiendo con dos esculturas humanas que expiraban elegancia y encanto por cada uno de sus poros, invisibles al ojo humano. Me sentía tan poca cosa atrapada en aquel despacho rodeada de gente tan distinguida que, por un momento, pensé que ese no era mi sitio y que había cometido un error. Sin embargo, borré rápidamente esa idea de mi mente, cuando oí a Narcisse Laboureche carraspear para llamar mi atención.

—Ya la habéis oído, se nota que dice la verdad —rió Sabine, apoyándose en la mesa de cristal—. Nadie tan emocionalmente débil como ella es capaz de perseguirme hasta mi puesto de trabajo para que declare ante vosotros lo mismo que hice ante la prensa si no cuenta la verdad. Su ambición es digna de admirar.

Ni siquiera sabía cómo sentirme ante aquel comentario. No pensaba que fuera emocionalmente débil, como me había calificado Sabine, aunque tampoco podía rebatirle nada. Ella estaba ayudándome, al fin y al cabo.

Narcisse se mantuvo en silencio durante un par de segundos, durante los que pudo observar a Jon antes de asentir con la cabeza, dispuesto a hablar.

—He tomado una decisión.

Sus ojos se clavaron en mí en el momento en el que lo dijo, aunque yo estaba mirando a Sabine, quien se había levantado de su sillón, dispuesta a escuchar.

—Usted dirá, señor Laboureche —murmuró, en un tono irritantemente victorioso.

Entonces, fue Narcisse el que se levantó.

—Quiero que salgan de mi edificio. Su entrada quedará vetada hasta que yo diga lo contrario y no quiero volver a verlas pisar mi edificio ni a usted ni a la señorita Tailler. Y más les vale cumplir con mis advertencias o, de lo contrario, den por hecho que yo siempre, absolutamente siempre, tengo la razón.

* * *

Annyeonghaseyo!

¿Quién cree que Agathe debería de enviar a Lady S en su lugar para que le arañe la cara a Narcisse? 🙋‍♀️

Sentíos libres de comentar qué os gusta y qué es lo que os parece menos interesante, así podré mejorar la calidad de la novela. Porfis.

Eso mismo dije la primera vez que escribí la nota allá en 2017 y no cambié nada porque antes muerta que sencilla JAJAJA Es más, el drama aumenta con cada capítulo hasta el final que BOOOOM, TOMA DRAMA, B*TCH.

Btw, queda poco para que empiece a comentar los ships de la novela, voy a llorar, qué recuerdos 😭

Os lovea,

La niña de 10 años que físicamente tiene 20, emocionalmente 7 y moralmente 80.

Annyeong♧

Continua a leggere

Ti piacerà anche

Esposa del CEO Da Elisa

Romanzi rosa / ChickLit

1.1M 61.2K 46
Una bebida alcholizada y una habitación equivocada será más que suficiente para cambiarle la vida a la retraída Anastasia, quien hasta el día del inc...
12.9K 669 17
sasuke uchiha un sugar baby y un doncel de 16 años en una de sus salidas con uno de sus sugar daddys conoce a naruto namikase uzumaki este queda tota...
1.1K 90 6
su vida era un desastre como terminó así? Todo fue culpa del maldito deku todos lo odian lo hieren y lo están dejando atrás pero el no se rendirá l...
La Hija del Pastor Da Ale May

Romanzi rosa / ChickLit

8M 316K 43
Lara, una chica irreverente es enviada a un remoto lugar en México. Si de por sí es horrible estar aquí lejos de la tecnología y de las cosas que con...